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Reconstrucción.
En poco menos de tres años, en julio de 1985, la política de ajuste entró también
en crisis. Al parecer, ello provocó la profundización de las restricciones al gasto;
esta vez la reducción alcanzó el gasto corriente. Así, el desempleo alcanzó a los
trabajadores del gobierno. Ello caracterizó el escenario económico del sismo.
En efecto, desde cualquier perspectiva que se escoja será posible reconocer los
extremos de la sociedad mexicana; por ejemplo: el México rural y el México
urbano, el México criollo-mestizo y el México mestizo-indio. La concentración del
ingreso, la diferenciación en el acceso a los servicios públicos, a la educación, a la
salud, y a la cultura son otras formas de describir el mismo hecho. A una sociedad
tan diferenciada en lo interno han correspondido formas de acumulación primitivas
y formas políticas autoritarias y escasamente democráticas. Históricamente, la
clase política ha sido la promotora de la acumulación, es decir, de la formación de
capital; al mismo tiempo ha desarrollado una concepción patrimonialista de la
hacienda pública. Ello explicaría las formas de la corrupción social. En este
escenario donde, además, la sociedad política penetra casi todos los poros de la
vida social y deja escaso margen a la sociedad civil, se dio el pasado sismo.
LA ECONOMÍA
Se nos dice que el 50% de las exportaciones se dedica al pago del servicio de la
deuda; es necesario reconocer, no obstante, que se trata sólo de una equivalencia:
los fondos para su pago provienen, en última instancia, del sacrificio impuesto a la
población.
A los recursos financieros liberados por la condonación pueden sumarse los que se
obtendrían mediante una "política fiscal de excepción"; ésta tendría como finalidad
hacer contribuir a la reconstrucción a los sectores que no fueron afectados por el
terremoto y a los que durante largos años han sido los principales beneficiarios del
sistema en vigor.
LA REFORMA INAPLAZABLE
Existen realidades inmediatas a las que urge hacer frente en esta ciudad
lamentablemente devastada y dislocada, y existe también un conjunto de
decisiones fundamentales que es necesario tomar hoy, pero cuyos efectos sólo
veremos en el mediano y largo plazo. Estas decisiones ya no podrán sostenerse
sobre las prácticas anti-democráticas que han permeado el sistema político
mexicano, donde la sociedad civil no participa y donde nosotros, los semi-
ciudadanos de esta megalópolis, sufrimos el autoritarismo (por ejemplo, desde
hace más de 60 años no podemos decidir quién habrá de gobernarnos). La
reflexión sobre las acciones inmediatas de la reconstrucción nos remite al
problema de la reorganización territorial de la zona metropolitana de la ciudad de
México.
La hasta ahora muy difusa "reforma urbana" adquiere hoy perfiles más precisos.
Poner coto a los especuladores con el suelo urbano es una tarea inmediata. La
defensa activa que hacen los pobladores de su territorio de supervivencia, obliga a
la creación de reservas territoriales en las zonas de destrucción, para garantizar la
no expulsión de los pobladores, de los barrios afectados. En el mediano plazo se
trata de la reconstitución renovada y creativa de un esquema de vida y de las
relaciones sociales con un profundo arraigo popular, como el bario, en donde
vivienda, comercio, pequeños talleres, redes familiares, lugares de reunión y de
diversión conforman un denso tejido con enorme vitalidad que aumenta las
posibilidades de supervivencia de sus habitantes. La alternativa de un "down town"
norteamericano, o la aplicación de la obsoleta Carta de Atenas, podrá ser el ideal
de reducidos sectores de la sociedad a los que la catástrofe les da la oportunidad
de sacar a los pobres del centro de la ciudad, pero irá en contra de los mejores
intereses de la sociedad.
CIUDADES EN MARCHA
Son éstas algunas de las razones que han motivado los señalamientos por parte de
especialistas acerca de los peligros de la conformación de una megalópolis. En
cierta forma se está amplificando la concentración de actividades y de población en
una zona más extensa, pero reproduciendo el modelo de primacía a escala
nacional.
Por esa razón, deben observarse con mucha cautela las decisiones de reubicar
dependencias y empresas en zonas donde sólo agravarán el proceso de
congestionamiento y en las que, si bien las condiciones para las actividades
productivas y administrativas pueden ser ventajosas, existen pobres condiciones
de habitabilidad para la población desplazada (baste señalar los problemas de
acceso al suelo urbano, los altos costos de servicios básicos como el transporte, la
carencia de infraestructura, la baja capacidad financiera de las administraciones
responsables en esas localidades, etc.).
Por último, es importante destacar que sin una debida organización de las distintas
etapas de descentralización y sin una participación de los ciudadanos afectados
directa o indirectamente, cualquier plan fracasaría, como ha ocurrido en otras
experiencias.
LA SOCIEDAD MOVILIZADA
Las consecuencias sociales del terremoto han sido determinadas en parte por las
características del esquema de organización social vigente. Además de los efectos
reportados en algunas zonas del interior del país -sin que por ello se menoscabe su
importancia y atención necesarias-, es evidente que la mayor conmoción se
percibe en las áreas dañadas en el Distrito Federal. En este sentido, la ciudad de
México se enfrentó a un fenómeno que desafió sus mecanismos organizativos para
acometer las tareas inmediatas.
Lo rescatable de toda esta experiencia es, por una parte, la disposición de los
grupos populares surgidos en los últimos días, para participar, a través de la
expresión de sus propios intereses, en la reconstrucción de un modelo organizativo
diferente, que no reproduzca las limitaciones y rigideces de los esquemas
tradicionales y que, por el contrario, posibilite la expresión de los distintos sectores
involucrados. En este sentido, la atención a las demandas en torno a la vivienda,
por ejemplo, deberá considerar los diferentes actores que la integran, como es el
caso de los inquilinos, propietarios, arrendadores y subarrendatarios: la posibilidad
de reubicación de algunos sectores de la población afectada no deberá enfocarse
de manera unilateral, por el contrario tendrán que tomarse en cuenta las
situaciones concretas de los habitantes de vecindades y barrios, los cuales en
muchas ocasiones constituyen entornos geográficos arraigados y con expresiones
culturales que les son propias; la desconcentración o descentralización de fuentes
de empleo tiene que considerar de manera integral la situación de los trabajadores
y sus familias, sin caer en la instrumentación circunstancial de medidas muchas
veces anunciadas, pero nunca emprendidas porque en realidad constituyen
procesos complejos difíciles de ejecutar, debido a limitaciones de orden
estructural; y, en el mismo sentido, con relación a las fuentes de ocupación
afectadas, las acciones que se emprendan deberán contemplar no sólo los
intereses de los empleadores sino que principalmente los de los trabajadores.
Octubre, 1985.
México vive los años inciertos de una profunda transición histórica. Pocas
realidades expresan tan bien el carácter radical de esa transición, como el hecho
de que precisamente el proceso de centralización que por décadas dio al país
estabilidad, cohesión, modernidad y crecimiento sostenido, haya ido volviéndose
en los últimos lustros el más ostensible obstáculo para seguir alcanzando esas
metas.
Más sociedad plural y diversificada, capaz de ejercer sus derechos políticos frente a
y dentro del Estado; más sociedad no oligopólica ni usurpada en su representación
por nuevas cúpulas corporativas; más sociedad abierta, igualitaria,
descentralizada, capaz de afirmar su iniciativa y su organización autónoma, como
lo hizo precisamente durante estos días trágicos, entre cuyos escombros estamos
obligados a descifrar y decidir nuestro futuro.
01/09/1983
Carlos Pereyra.
Las crisis son síntoma inequívoco de las dificultades que un sistema tiene para
funcionar. Puede tratarse de dificultades removibles con cierta facilidad o de
impedimentos sustanciales inscritos en el corazón mismo del sistema. En el
vocabulario al uso, estas dos modalidades se distinguen con las expresiones crisis
coyuntural y crisis estructural. Los responsables de garantizar el funcionamiento
adecuado del sistema y, por tanto, su reproducción, tienden a negar la existencia
de dificultades aunque éstas puedan ser documentadas con amplitud inclusive en
análisis poco rigurosos, hasta llegado el punto en que su abrumadora presencia es
inocultable. Aún entonces, esos responsables (es decir, el grupo gobernante),
procuran hacer pasar toda crisis como meramente coyuntural. Si los traspiés del
sistema se vuelven demasiado severos, el grupo que posee el poder político
aceptará de palabra que se vive una crisis estructural, pero en los hechos se
esforzará por restablecer el funcionamiento del sistema con el menor número
posible de modificaciones y, en todo caso, se mantendrá dentro del campo de
variaciones que el mismo sistema admite.
Una política para la crisis sólo merece ese nombre si se propone la restructuración
del esquema de relaciones sociales y de los mecanismos de inserción de la
economía mexicana en el sistema mundial, es decir, si se apoya en un proyecto
nacional que abra nuevas perspectivas de vida para todos los mexicanos. Ello
significa una política agraria que, de una vez por todas, se plantee algo más que
seguir sobrellevando la agonía del sistema ejidal, una política de industrialización
que no prescinda del mercado interno potencial. Un país petroexportador en el que
entran alrededor de 15 mil millones de dólares anuales por venta de hidrocarburos
no debiera tener dificultades en el sector externo. Esas divisas (volatilizadas hoy
por el servicio de la deuda) bastarían para integrar la planta industrial e impulsar
procesos productivos orientados al mercado interno que permitirían un desarrollo
endógeno y autosostenido. Colocar las inversiones extranjeras y las exportaciones
en el centro de una estrategia anti-crisis equivale a sustituir el proyecto nacional
por el despliegue de la integración excluyente.
Ahora bien, una restructuración del sistema de relaciones sociales no podrá ser
resultado de la iniciativa gubernamental, sino del esfuerzo concertado de todos los
grupos sociales. Lo más alarmante de la situación que vive el país es el
desconcierto y confusión que parecen recorrer la sociedad de arriba abajo. Los
organismos de masas encuadrados en el partido oficial están casi borrados por una
parálisis que impide formular augurios optimistas. Los sectores medios han sido
llevados a un antigobiernismo ramplón, como lo muestra el auge de la derecha
panista no obstante carecer de un proyecto político propio. La izquierda organizada
no logra articular una alternativa popular y a veces se guía más por la lógica del
enfrentamiento que por una táctica capaz de ampliar su capacidad de convocatoria
y marco de influencia. No puede subestimarse el peligro de que la crisis
desemboque en mayor desintegración social.
01/07/1988
I. LA DIMENSIÓN NACIONAL.
Sin embargo, sólo se trata de un grado mayor pero todavía hay un camino enorme
por recorrer. Cuando digo que lo nacional puede articular movimientos populares,
quiero decir que las reivindicaciones sectoriales o de clase que no se engarcen en
un proyecto alternativo de nación, pese a sus conquistas, dejarán inalterada la
situación de fondo de la estructura nacional. Los movimientos articulados en un
proyecto nacional alternativo podrían convertirse en una nueva ruptura que dé a la
nación mexicana perspectivas de desarrollo como las que le dio el movimiento
nacional en el pasado. Digamos que se trataría de un nuevo nacionalismo.
III. COYUNTURAS
El PRI copó tantos espacios políticos durante muchos decenios, que entre otros
copó el espacio de un posible partido socialdemócrata. Una izquierda de
catacumba, muy adherida a procesos ideológicos y políticos no vinculados a la
historia nacional, hizo aún más inviable la aparición de una fuerza socialdemócrata
en sentido estricto. Pero creo que la erosión del PRI, que deja de ocupar los
espacios omniabarcantes que antes ocupaba, y la maduración de la sociedad
mexicana, hacen que la gestación de una fuerza socialdemócrata esté en el orden
del día, o sea una fuerza que se plantee la transición de la sociedad mexicana por
la vía de los procedimientos institucionales y no por la vía de la violencia o la
insurrección. Esto probablemente se gestará en un proceso lento. Creo que, en
efecto, estamos frente a un requerimiento social que las fuerzas políticas de
izquierda irán satisfaciendo poco a poco.
Cuando las inquietudes por la fuerza del Estado tienen su origen en la expropiación
bancaria, por ejemplo, y no en el sistema corporativo que ahoga a los organismos
sociales, no es difícil comprender el sentido de tales inquietudes. Que no vengan
los tardíos descubridores de la sociedad civil a manipular el fantasma de la falsa
identidad Estado fuerte = totalitarismo. Lo que hace falta en México es
democratizar al Estado, no debilitarlo. Un Estado fuerte no es necesariamente un
estado autoritario; nada impide constituir un Estado fuerte y democrático. De igual
modo, hace falta el fortalecimiento del polo dominado de la sociedad civil y no el
fortalecimiento tout court de ésta. No es la tonificación de Televisa y el Consejo
Coordinador Empresarial, por ejemplo, lo que permitirá a la sociedad mexicana
salir de la crisis y eliminar las condiciones estructurales que condujeron a ella,
como tampoco permitirá avanzar en el proceso de democratización. Mejor
distribución de la riqueza y mayor democracia no serán frutos de los promotores
de México en la libertad, ni de la dinámica propia de los gobernantes, sino de la
capacidad del polo dominado de la sociedad civil para imponer una reorientación
global de la cosa pública en México.
Hay que insistir en que la clase obrera y las demás clases dominadas no son, por
efecto de quién sabe qué efectos mágicos del modo capitalista de producción, un
sujeto socialista ya constituido. Son fuerzas sociales con potencialidad para
convertirse en fuerza política transformadora, pero esa potencialidad sólo puede
desplegarse en espacios democráticos ganados antes y después de la toma del
poder. "Es de la confrontación con mundos ideológicos, culturales y políticos
diversos y antagónicos de donde el sujeto popular se nutre para poder desarrollar
su alternativa" (Moulian). Democratización y socialización son dos caras de un
mismo y único proceso.
01/02/1988.
Señas de identidad.
Carlos Pereyra.
Lo que quiero señalar con esta forma de abordar el tema es que si ya era muy
problemático considerar el conjunto de ideas, conceptos, tesis, teorías, etc., de
Marx como "un cuerpo homogéneo de proposiciones", en los términos de la
definición de Bobbio se vuelve imposible mantener incluso el más débil sentido de
homogeneidad cuando la etiqueta marxismo engloba, junto a Marx y Engels, a
docenas de otros intelectuales. El término marxismo se acuñó por motivos
ideológico-políticos, pero empleado en un sentido analítico ha dejado de tener, si
alguna vez lo tuvo, un referente preciso. Prácticamente todas las ideas, conceptos,
tesis, teorías, etc., que pudieran proporcionarse como candidatos a figurar en el
cuerpo de creencias y proposiciones propias del marxismo han sido y son objeto
de discusión por parte de quienes en un sentido más o menos fuerte se asumen
como marxistas. Son tantas y tan variadas las interpretaciones que del marxismo
ofrecen sus propios protagonistas, que hace ya mucho tiempo se habla más bien
de marxismos, en plural, lo que indica hasta dónde la designación es ambigua y
confusa.
No se trata de examinar aquí tesis puntuales de Marx a las que cabe objetarles
estar demasidado subordinadas a tentaciones economicistas o a enfoques propios
del reduccionismo sociológico, pero si me quiero referir a una cuestión que afecta
el núcleo mismo de su programa teórico y político, es decir, el intento de dar
cuenta, a la vez, de los mecanismos específicamente capitalistas de la modernidad
y de los resortes del movimiento social orientados a eliminar esa especificidad
capitalista. Se trata de lo que podría denominarse ceguera política de Marx o, en
otras palabras, insuficiencia en su elaboración discursiva de un espacio para
pensar la política. Hay una paradoja en el hecho de que el esfuerzo conceptual
más definidamente orientado a pensar el problema de la cancelación de la
especificidad capitalista de la modernidad, ofrece, sin embargo, posibilidades
limitadas para entender el lugar de la política.
El mismo movimiento conceptual que ilumino tanto la lógica interna de esa forma
especifica de la modernidad como ciertas características de la iniciativa social
contraria a tal forma, bloquea, a la vez, el entendimiento de los procesos políticos
en virtud de los cuales eventualmente se transitara a otras formas de modernidad.
Las dificultades para pensar la política se concretan, por lo menos, en tres
cuestiones diferentes pero relacionadas: a) una concepción que tiende a suponer
la inevitabilidad de cierto futuro histórico el cual seria resultado de una lógica dada
de la estructura social capitalista, lo que lleva a la visión de un futuro
predeterminado; b) una concepción escatológica por la cual la transformación
social más que proceso en curso seria resultado de un acto puntual de
confortación revolucionaria; c) la idea de que las clases sociales son por si mismas
sujetos políticos constituidos como tales.
01/01/1988
El impacto cubano.
Carlos Pereyra.
01/01/1988
La costumbre de reprimir.
Carlos Pereyra.
1968 aparece, pues, como culminación desmedida de una lógica de gobierno que
alcanza entonces extremos que obligan a su revisión. Nadie podría garantizar que
esa lógica fue eliminada para siempre, pero la transición democrática cuyo
despliegue es visible en los últimos veinte años ha creado mecanismos de
tolerancia y respeto a la diversidad antes desconocidos. Al parecer, la historia
avanza, en efecto por el lado malo y la barbarie de 1968 creó condiciones de
posibilidad para el tránsito democrático.
01/08/1987
FORO DE NEXOS.
Nexos: ¿Qué podría decirse del clima en que se da esta sucesión presidencial? Se
afirma que el mecanismo de sucesión tradicional está desgastado. ¿En qué
consiste ese desgaste?
Arturo Warman: Creo que hay una condición nueva en la sucesión de este año. Las
últimas cinco o seis sucesiones habían consistido en la elección de un
administrador del crecimiento, dentro de un proyecto sólidamente enraizado en el
sistema político y eficaz en sus resultados. En ese sentido, la sucesión tenía una
carga política débil: el proyecto estaba delineado. Primero el desarrollo
estabilizador, después el crecimiento acelerado. Se debatían pequeñas
desviaciones del proyecto en una dirección o en otra, no cuestiones sustanciales.
Creo que incluso la sucesión de Miguel de la Madrid se dio en este clima. De la
Madrid fue elegido como el administrador idóneo de un proceso que en lo
fundamental no había sido contradicho o cuestionado. Pero esto cambió, el
proyecto de desarrollo se derrumbó en el plazo de la actual administración y hay
ahora una oscura demanda social de muchos sectores de la sociedad por un
liderazgo auténticamente político. Evidentemente, el sistema sucesorio del PRI no
está capacitado para atender esta demanda. Es un sistema afinado para responder
a sucesiones que no eran fundamentalmente políticas. Nos enfrentamos a una
contradicción en la que operan mecanismos anteriores frente a una situación
nueva. Creo que esto no va a influir en el proceso de selección del sucesor, pero
se va a manifestar en el programa de gobierno del sucesor, quienquiera que sea.
Por otra parte, no creo que el poder presidencial esté globalmente disminuido en
sus facultades sucesorias. El poder presidencial ha sido restringido, se le han
quitado áreas de decisión económica y política, pero esto no ha afectado su
fortaleza. Por el contrario, tal vez la ha incrementado en las áreas que el
presidente todavía conserva, como la de la sucesión. En este sentido no creo que
haya un cambio fundamental. El poder del presidente para elegir a su sucesor no
parece mermado, incluso parece aumentado, como una compensación frente a las
áreas en que el poder presidencial se ha debilitado. Creo entonces que el
presidente actual elegirá a su sucesor en función de la dinámica antigua: nombrar
el nuevo administrador. Pero creo que el elegido tendrá que enfrentarse a una
situación que exigirá de él un liderazgo auténticamente político para poder
gobernar sus seis años.
Juan Molinar: El desgaste hay que analizarlo en dos lados: el interno y el externo.
En el lado interno -el régimen, el gobierno, la administración pública y el PRI- no
hay un desgaste severo, si por desgaste se entiende la imposibilidad de que el
presidente tenga una sucesión como la de los últimos años, de Cárdenas en
adelante. Yo creo que ahí no hay desgaste: el presidente va a decidir quién será su
sucesor y a los que no les guste no les quedará más remedio que enojarse, votar
en contra o abstenerse, hacer ruido. Pero el sucesor será el que diga el presidente.
Hay conflictos internos. La Corriente Democrática es un conflicto interno alrededor
de este problema de la sucesión. Sin embargo, conflicto no es igual a desgaste. El
conflicto es funcional, tiende a restablecer unidades, a retroalimentar al partido, a
esclarecer posiciones, a nutrir el debate. La cargada contra la Corriente
Democrática de una u otra forma va a alentar la unidad de los cuadros bajos y
medios del PRI en las diferentes localidades, sobre todo si, como yo creo que ha
sucedido, las clientelas de la Corriente Democrática no son los cuadros priístas.
Cada vez que en la prensa leemos que la Corriente Democrática, sea Cuauhtémoc
Cárdenas o Porfirio Muñoz Ledo, llena un auditorio, yo veo dónde lo llenó y es en
una universidad o en un lugar de la periferia del PRI: estudiantes, profesores,
universidades. Internamente no hay desgaste. Externamente sí. Estamos
discutiendo aquí, todo el mundo está peleándose, no hay un día en que no salga
una caricatura con un dedo mochado, sangrante, gangrenado, purulento. Todos
los días la prensa insiste sobre este punto del dedazo, de la sucesión irracional, de
la centralización de una decisión que "pertenece a todos". Es el pulso crítico de
esos grandes sectores de opinión pública que no han cristalizado en organizaciones
o siquiera en corrientes políticas más o menos definidas. Es ese público laxo,
indefinido, maleable, voluble, explosivo a veces, el que se está preocupando
mucho por lo que ocurre y el que nutre con su inconformidad un clima de desgaste
externo del mecanismo sucesorio.
José Carreño Carlón: Creo que estamos dejando afuera un aspecto central que es
el de la lógica de este poder concentrado en la Presidencia de la República.
Incluye, por supuesto, la concentración de muchos poderes, entre ellos el de la
sucesión presidencial. La formación de este tipo de presidente, que Juan Molinar
llama irresponsable, tiene un momento histórico preciso de arranque: 1936. Ese
año, con la expulsión de Calles, la presidencia recobra su carácter soberano, al
quitarse el aval del Jefe Máximo. Fue un proceso que permitió la reconcentración
de poderes en todos los ámbitos: sobre las fuerzas armadas, sobre la clase
política, sobre el partido y sus poderosas organizaciones sociales y, como
consecuencia del control de todos estos hilos de poder, la facultad sucesoria fue
quedando, desde entonces, cada vez con menor dificultad, en manos del
presidente.
La justificación histórica y política de este proceso fue doble. Por primera vez en la
historia de México, y de manera permanente, aseguró las sucesiones pacíficas del
mando y garantizó que éstas no fueran autosucesiones. Autosucesiones o violencia
para remover a los detentadores del poder es lo que habíamos tenido hasta el
asesinato de Obregón en 1928. Dada esa historia real, esta fórmula del
presidencialismo mexicano no fue un invento demoniaco sacado de la manga para
imponerlo tiránicamente a la nación, sino que obedecía puntualmente a los
sentimientos de una sociedad agotada, aterrorizada por tanto derramamiento de
sangre -iban ya 18 años, desde 1910- ni más perpetuaciones personales en el
poder, causa central a la que se atribuía la violencia. Esto resultaba más dramático
a la vista de la cauda de asesinatos que precedió a la reelección obregonista.
El camino parece ser un nuevo consenso, nuevos pactos entre los actores sociales
y políticos y los factores reales del poder, bajo el supuesto altamente comprobable
de que las también nuevas generaciones que encarnan estos factores reales de
poder se han transformado positivamente, en algunos aspectos, en este medio
siglo. En otros aspectos se pueden haber anquilosado o degradado, pero sus
avances son muy consistentes. Por ejemplo, la no reelección se ha arraigado en
nuestra cultura política al grado que ningún presidente se le ocurriría ahora la
extravagancia de la perpetuación en el poder, ni se lo permitirían incluso sus
cuadros más incondicionales, movidos, diríamos con fuerza instintiva, igual que
toda la clase política, por las expectativas de la renovación sexenal.
Y aunque poco sabemos de las fuerzas armadas, parece obvia una muy arraigada
disciplina institucional, tan arraigada como está en la sociedad la idea del gobierno
civil, al grado que ni en los cálculos más excéntricos se escuchan ya la apelación ni
el temor a alguna pretensión castrense de mediar en el ejercicio y en la
transmisión del poder político.
Juan Molinar: En relación con lo que ha dicho Carreño parece claro que los
orígenes históricos que justificaron esta centralización del poder ya no están con
nosotros. Creo que ya no están en los hechos y además ya no están en el
discurso. La urgencia que tenemos ahora es una explicación de por qué pasó y si
fue bueno o malo; tenemos la urgencia de una teoría de la transición: ¿cómo
vamos a salir de aquí? Este es un problema grave para los miembros de la clase
gobernante porque no pueden salir solos el PRI o el régimen, sin el resto de la
sociedad. Por la puerta de salida de la transición en que nos encontramos tienen
que caber casi todos. En el debate político actual no encuentro muchas pistas para
orientar esa transición hacia una salida en la cual quepamos casi todo -mientras
menos excluidos, mayores posibilidades de una solución duradera-. Estamos en
transición y si las cosas siguen como están y los crecientes sectores externos al
régimen se irritan cada vez más, el futuro de la política mexicana es la antipolítica,
la supresión de la política.
Carlos Pereyra: Quisiera volver a la cuestión de los orígenes. Incluso en los países
de capitalismo endógeno, la formación del estado nacional pasa por momentos
muy variados de regímenes absolutistas, tiranías despóticas, formación de imperios
y demás. En los países de capitalismo exógeno o capitalismo tardío, la formación
del estado nacional es un proceso muy complicado. La historia de México lo
resuelve confiriéndole poderes extraordinarios al jefe del Estado, al Presidente de
la República. Se constituye pues un régimen presidencial, que le permite a México
resolver el grave problema de la formación del estado nacional. El problema es
hasta qué punto ese mecanismo sigue siendo necesario y eficaz para dar
continuidad a la vida política del país. El presidencialismo, como concentración de
facultades excepcionales en la presidencia de la república, dejó de ser ya ese
mecanismo necesario y eficaz para el funcionamiento del Estado Nacional y se ha
convertido en uno de los mayores obstáculos para su funcionamiento. Parece ser,
en efecto, el que más ruido introduce, y hasta el que produce disidencias en el
interior del PRI. La Corriente Democrática no aparece el función tanto de una
política para las clases sociales o de manejo de la deuda externa, sino en función
de cómo se de signan sucesores a la presidencia. Parece entonces ser el tema que
más está enturbiando el funcionamiento del aparato estatal.
Arturo Warman: Es muy importante no olvidar uno de los elementos que le dio
gran eficacia a este sistema de sucesión: teníamos una economía y también un
Estado en fase de constante crecimiento, de expansión. Había muchísimo espacio
de acomodo político y económico en el mismo crecimiento del aparato estatal. Este
factor nos lo cambiaron en los últimos cuatro años. Estamos ahora ante un estado
"obeso", un estado criticado desde el mismo gobierno, cuya expansión no está en
el futuro previsible.
Rolando Cordera: Había hasta hace poco dos mecanismos de legitimación propios
de la forma que adquirió el estado nacional en México. El primero era la
movilización social popular al calor de los diferentes gobiernos y como gran fuerza
política, en los momentos sucesorios, de los destapes a las elecciones. El segundo
elemento era una clase política activista, que se fue condensando en la burocracia
y la administración pública, aunque no exclusivamente en ellas. O sea, podíamos
hablar de una clase política -una fuerza política activista- que acompañaba al
gobierno y a la sucesión. Al calor de eso el acto decisorio presidencial se
legitimaba, encontraba un eco político y empezaban a moverse los otros
mecanismos legitimadores. Las elecciones venían después. Esas condiciones son o
fueron anteriores al crecimiento de la economía y del estado a que se refirió
Warman. Ahora tendemos a darle al crecimiento un valor casi primordial como
elemento que legítima el orden político mexicano. Creo que como elemento
legitimador, antes del crecimiento están la movilización social popular y el estado
activista, el estado como conjunto de burocracias, fuerzas e instituciones. Es más,
me atrevería a sugerir que la larga fase de crecimiento de México se explica por
muchos factores favorables, como el internacional, pero en muy buena medida es
un subproducto de esa combinación de movilización social popular y estado
activista.
Héctor Aguilar Camín: Creo también que la sucesión de este año va a ser
tradicional, en el sentido de que el presidente va a decidir a su sucesor sin que
haya mayor turbulencia ni en el aparato político profesional priísta ni en la
burocracia. Tampoco, me parece, habría graves sacudidas en el conjunto de la
opinión pública y en las fuerzas periféricas al sistema, en la sociedad civil no
priísta. Pero al mismo tiempo creo que ese mecanismo está hablando cada vez por
la cohesión de menos mexicanos. Las cifras electorales del PRI son claras en ese
sentido. En elecciones federales el PRI ha perdido en los últimos veintisiete años
más de veinte puntos de la votación total. Pasaron de unos ochenta por cientos a
unos sesentas por cientos y en el México urbano todavía mucho más abajo. El
sistema político de México le habla, atrae, representa, cada vez a menos
mexicanos, proporcionalmente hablando. Creo, con Rolando Cordera, que no va a
haber gran turbulencia porque la gente va a poner más a prueba al siguiente como
su presidente, de lo que lo ha hecho en épocas anteriores, sea quien sea el
sucesor. De por sí, la misma complejidad de la economía y de la sociedad hace
que esa figura que es la cabeza del estado, gobierne menos zonas reales que hace
veinte o hace treinta años. Hay cada vez más sectores tanto de opinión como de
actividad política y económica que no pasan por los presupuestos, la anuencia o la
benevolencia del estado. Es un problema estructural, histórico, de la vida del
estado mexicano.
Lorenzo Meyer planteó hace poco en un ensayo que habíamos entrado a una
nueva época de la historia de México. Su rasgo central es la certidumbre, como
apuntaba Warman, de que el estado mexicano no tendrá otro ciclo de expansión
como el que tuvo entre la nacionalización del petróleo (1938) y la nacionalización
de la banca (1982). Y esto no se debe a que lo haya reducido el actual grupo
gobernante, aunque el grupo gobernante quiera montarse en esa tendencia y
acentuarla. Es una realidad internacional que ha llevado a ciertos límites la
eficiencia, la capacidad de rectoría económica y política del estado en general. Lo
que se impone por todas partes, empezando con la URSS, es la revisión del
estado. Para el caso mexicano, pensemos sólo en un elemento externo, clave, de
nuestro desarrollo estatal: el crédito exterior. Es un hecho que de los cincuentas
para acá, en diferentes pero crecientes dosis, el estado mexicano requirió crédito
externo y lo consiguió en abundancia al grado de que ese es justamente hoy uno
de los candados de la economía del país. Si añadimos a la complejidad creciente
de la economía y de la sociedad no estatal, nuestro ingreso a una época en que lo
dominante no será la expansión del estado, podemos decir con cierta objetividad
que el mecanismo sucesorio va a funcionar, pero va a representar intereses
fundamentales de menos mexicanos que hace seis o doce años. Ese es un punto,
digamos estructural.
Quisiera señalar uno de coyuntura. Creo que nada ha sido tan inquietante en estos
últimos cuatro años para la vieja clase política como la vocación del presidente De
la Madrid y su grupo de ir contra todas las tradiciones de la política mexicana,
contra la centralización, contra el estado grande, contra los políticos a la antigua,
contra el movimiento obrero organizado, contra las empresas públicas. Un
segundo aspecto inquietante, es que el lamadridiano ha sido un gobierno muy
"homogéneo", un gobierno de grupo cerrado. Esto, me parece, creó mucho temor
e inconformidad, a la sorda y a la callada, en el personal político del país. Y
empezó, yo diría que el año pasado, una tendencia muy fuerte a preguntar si la
sucesión iba a ser también en el seno de ese grupo, lo cual representaba para
mucha gente una expulsión ya no sólo de seis años, como era tradicional en
México, sino de doce y quizá de más. La mejor prueba de que esa presión fue muy
fuerte es la conducta explícita del propio grupo gobernante que conforme se fue
acercando el año de la sucesión empezó a repartir puestos, oportunidades y
caricias a muchos de los que había excluido.
Un caso fue el nombramiento de Jorge de la Vega Domínguez como presidente del
PRI, que obviamente calmó a muchos de estos grupos porque les abrió una puerta
que no tenían hasta ese momento. Otro fue la candidatura de Mario Ramón Beteta
al estado de México, que significó el acercamiento a uno de los mayores capos
excluidos, Carlos Hank González. Otro indicio: el tono pacificador del nuevo
secretario de Educación Pública, Miguel González Avelar, con el sindicato
magisterial, al que el programa lamadridiano original de la revolución educativa,
había desafiado frontalmente. Otro: la nueva orientación del director de PEMEX en
el sentido del acercamiento y la negociación con el sindicato petrolero. Supongo
que todas esas decisiones y actividades responden a la necesidad política de
recompensar las inconformidades para, justamente, facilitar la decisión sucesoria
de este año sin temer el recelo y quizá la acción política en contra de estos grupos.
Me parece que la maniobra ha tenido éxito. En efecto, esta apertura táctica o
circunstancial le va a permitir al gobierno una sucesión tradicional sin grandes
turbulencias. El asunto es: ¿qué es lo que este acuerdo provisional ha pospuesto y
deberá negociar el sucesor? Ese será el siguiente momento de definición y litigio.
En resumen, creo que el mecanismo sucesorio está intacto, pero creo que habla
cada vez por menos y a menos mexicanos. En ese sentido, lo que va a dar a luz la
sucesión de este año es a un candidato más débil, con un peso objetivo menor
como representante de un estado reducido y con una serie de negociaciones
aplazadas por este seudoacuerdo momentáneo.
Nexos: ¿Cuáles son los factores y los sectores que están pesando en la decisión
sucesoria?
Héctor Aguilar Camín: Creo, como se ha dicho aquí, que una novedad de esta
sucesión, incluso de este gobierno es que, en efecto, parece estar restableciendo
un tipo de acuerdo político funcional con el capital agraviado. Durante 83 hubo el
fenómeno de que todo aquel que podía conseguir un dólar lo sacaba, la fuga de
capitales se mantuvo y pareció haber una ruptura bárbara y en cierto modo
irreparable entre el capital y el gobierno. Al parecer la política económica y en
particular la apertura de una pequeña franja al capital financiero, a través de las
casas de bolsa para los exbanqueros y sus aliados, han empezado a reconstituir
esta alianza. Después del pleito este actor central quiere más de lo mismo. De
hecho, lo único que pide -ni siquiera apuesta a un candidato- son garantías de que
habrá más de lo mismo.
Creo que el gran reto, sin embargo, no de la sucesión sino del candidato, está en
la deserción de los sectores medios que también han sido muy golpeados.
Simplemente ha sido clausurada su expectativa de futuro. Es el escenario donde se
da con más claridad la oposición activa, no necesariamente antipriísta o afiliada a
la oposición formal, pero sí una deserción, un ambiente propicio al desgaste si no
de la legitimidad, por lo menos de la credibilidad gubernamental y de todo lo que
emana de ella.
Por lo que hace a los Estados Unidos, me parece también, como a Soledad Loaeza,
que ha llegado a su conclusión; que con el sistema como está, con la sucesión
como es y con la tradición mexicana, es con lo que va a garantizar mejor sus
intereses. Los síntomas son, me parece, bastante claros; se ha arreglado el
problema de los créditos, ha cesado la campaña antimexicana, ha cambiado el
embajador y el actual tiene una actitud como amigable.
Hay un problema entonces: parte de las cosas básicas para garantizar el futuro
económico cercano no han funcionado todavía. La perspectiva económica no es
halagüeña dentro de lo malo. No estoy diciendo que alguien espera una
recuperación milagrosa: nadie la espera ni se puede dar. Pero nadie puede
tampoco esperar fácilmente una recuperación sensata. Se tendrían que hacer
muchas cosas todavía para pensar que el año entrante habrá algo que podamos
llamar crecimiento económico. Aquí entra el actor al que me quería referir que es
la cúpula empresarial. Creo que no está dando su apoyo a la forma tradicional de
la sucesión, sino más bien aceptándola para tratar de introducir lo que ha estado
construyendo en estos años O sea: está haciendo política hacia adelante, no
convirtiéndose en un simple factor de apoyo a la sucesión tradicional. Lo está
haciendo porque la situación objetiva puede llevar a la clase política, incluso al
grupo superexclusivo lamadridiano, a revisar su estrategia. Un apunte de esa fisura
posible fue la belicosidad de los banqueros públicos en la reunión anual de la
asociación mexicana de bancos, en junio, en Guadalajara. Esos banqueros públicos
se reconocieron ahí como tales, hicieron sus cuentas y se dieron cuenta de que
son muy poderosos. Que el exbanquero Agustín Legorreta pida que se reprivatice
la banca después de lo de Guadalajara, me parece sintomático: introduce el tema
de la banca de nuevo porque, a pesar de todo, la banca dio muestras de una
vitalidad que se puede poner en alto, generó un grupo de presión dentro del
sistema, un grupo sostenido en una enorme potencialidad financiera y económica.
Ese grupo y su poderoso instrumento público podrían sustentar perfectamente
cierto viraje económico. Es un actor presente y activo que puede complicar más la
sucesión no como designación del candidato sino como proceso político de
definición de proyecto, programa y equipo. A mí me parece entonces que al sector
empresarial habría que verlo como un actor en movimiento, no sólo como un
soporte que, una vez restaurados los daños, se afilia de nuevo al sistema. Creo
que para ellos no está claro todavía que el sistema va a reproducirse fácilmente a
su favor y están actuando con una estrategia de contención.
Aparte de estos problemas de política económica, hay por lo menos otras dos
cuestiones inminentes para la agenda del sucesor de Miguel de la Madrid. Primero,
la relación con Estados Unidos que se va a plantear de inmediato como una
realidad, justamente en la negociación de la deuda y del tipo de política económica
que va a seguir México. Está bastante claro que, al igual que los empresarios, los
Estados Unidos quieren más de lo mismo. De acuerdo. Pero, en el supuesto de que
funcionara la economía abierta exportadora que es el eje de la propuesta
lamadridiana, vamos a encontrarnos en Estados Unidos con una tendencia
proteccionista que viene realmente de abajo y está apoderándose crecientemente
del Congreso. Es ahí, en el marco de la lucha comercial de Estados Unidos con
Japón y con Alemania Occidental, donde vamos a tener otro grave desencuentro
coyuntural con el comportamiento de la economía norteamericana. En el sexenio
pasado crecimos mucho y solos, mientras Estados Unidos y los países industriales
se mantenían en una recesión. Fue una de las razones estructurales del crack
mexicano. Ahora vamos a abrirnos comercialmente al exterior cuando Estados
Unidos tiende a cerrarse. Esta divergencia desdichada va a poner el tema de la
relación con Estados Unidos en el primer plano de la agenda, ya no sólo por la
política exterior hacia Centroamérica, sino por cuestiones muy concretas de
comercio y de viabilidad del modelo exportador mexicano. El segundo tema
inaplazable es lo que habría que llamar la reforma democrática o simplemente la
reforma. Parece evidente que hace falta una reforma, otra. Una reforma en los
procedimientos, una reforma en el PRI y una reforma en el Estado, que tiene que
ver centralmente con la discusión que hemos tenido aquí en torno al
presidencialismo que ha sido y al presidencialismo que será.
José Carreño Carlón: Dos aspectos sobre la agenda. El primero, lo que Aguilar
Camín llamó la "exclusión" de los sectores medios y el rechazo de éstos al
régimen. Yo no le llamaría exclusión. Cuando se configuró este régimen y sus
métodos de ejercicio y transmisión del poder esos sectores medios no estaban
incluidos, no existían o existían marginalmente y no importaba tanto su rechazo.
Juan Molinar: Creo que ahí también habrá más de lo mismo, lo cual es grave para
el régimen. Las tendencias de los últimos años señalan que día a día pierden
votación en los contextos urbanos. Como se sabe, los sectores medios están
fraccionalizando más su voto. No es que sean de derecha. Revísense los distritos
electorales en zonas donde dominan sectores medios y no se encontrará una
votación elevada del PAN. Se encuentra una votación baja por el PRI y una
dispersión enorme del resto del voto. La clientela del PSUM es de sectores medios,
la clientela del PMT es de sectores medios y la del PMS seguirá siendo de sectores
medios. Exactamente la misma clientela que el PAN. Uno tira correlaciones
votación PAN-PMT o PAN-PSUM y son altas, positivas. Pero las tres son altas y
negativas con respecto al PRI. Entonces no es un problema de derechización de
los sectores medios, es un problema de fragmentación de esos sectores. En otras
palabras, los sectores medios se comportan en México como en todo el mundo:
votan por todo el espectro político y no nada más a la derecha. En esto vamos a
ver más de lo mismo, lo cual es malo para el PRI.
Nexos: Más de lo mismo es también que el candidato presidencial del PRI supere
una vez más en número la votación de su antecesor.
Carlos Pereyra: Creo que habría que incluir en la agenda el asunto de la
democracia electoral. Si la historia de este país hubiera hecho posible un sistema
de partidos menos desigual, el PRI perdería estas elecciones. Con el problema
económico que este país tiene, si hubiera un sistema de partidos menos desigual,
dado el deterioro, cualquiera que fuera el candidato priísta, ya sea uno
directamente comprometido con la política económica o uno menos comprometido
con ella, sería un candidato derrotado. No va a ocurrir, el PRI va a ganar. Pero el
PRI no sólo necesita ganar las elecciones sino que necesita ganarlas con un
margen impresionante, tiene que batir el récord anterior. A lo mejor esta vez ya no
se vuelve tan indispensable eso y el candidato del PRI admite ser presidente electo
con una votación total que no supere a la votación de su antecesor. Es posible que
el nuevo clima nacional vuelva innecesario ese récord. Aun así creo que va a haber
muchos fraudes, porque con la elección presidencial vienen las de diputados,
senadores, etcétera, y no creo que el sistema de gobierno esté en condiciones de
aceptar un alto número de triunfos de la oposición, casi todos ellos, por desgracia,
de la oposición panista. Entonces va a haber fraude y el asunto de la democracia
electoral cobrará de nuevo una enorme importancia. Por eso creo que la agenda
del sucesor tendría que incluir también qué se va a hacer con la legislación política.
Ha sido reformada varias veces, pero me parece que sigue necesitando nuevas
modificaciones para hacer creíble para la población nuestros procesos electorales.
Arturo Warman: El impacto de la crisis sobre la población fue brutal pero tuvo
varios colchones que estamos empezando a descubrir, un poco a posteriori,
espacios que no pensábamos que servirían para resistir la crisis pero que
cumplieron este papel. Uno de ellos fue la Reforma Política, diseñada en un
momento de bonanza que actuó efectivamente en la escasez como un espacio de
descompresión del malestar creciente entre la población. Creo que este espacio de
descompresión se agotó ya por casos como el de Chihuahua y la necesidad de
fraudes crecientes, por demandas de participación de la oposición en las cámaras y
por demandas de la población de expresiones políticas eficaces que no sean
simplemente escapes. ¿Qué hacer con la Reforma Política?, se vuelve un tema
candente en la agenda. Dadas las circunstancias, profundizarla implica el riesgo de
que pierda el PRI, de que tal vez pierda gobiernos de los estados y que se pierda
mucho en las cámaras.
01/03/1986
Carlos Pereyra.
Varias han sido las formas de administración del DF. Antes de las modificaciones
introducidas en agosto de 1928, durante la gestión de Plutarco Elías Calles,
coexistieron un gobernador, dependiente en linea directa del titular del Ejecutivo
Federal, y una organización municipal de elección popular. Desde que se suprimió
el régimen municipal se han expedido varias leyes reglamentarias: en diciembre de
1928, 1941, 1970 y 1978, sin que ninguna de ellas haya devuelto la participación
electoral a los semiciudadanos del DF. Mas allá de la importancia relativa de
algunos cambios, se mantiene inalterada en lo sustancial la estructura política. No
se ha incorporado ninguna reforma favorable a la democratización y parece
conservar toda su validez -ciento treinta años más tarde- el penetrante comentario
de Francisco Zarco (en su Historia del Congreso Constituyente de 1856). "no
queda, pues, al Distrito ni la más remota esperanza de dejar de ser el paria de la
Federación ".
Todavía más inadmisible, si cabe, es la tesis según la cual los capitalinos al elegir
Presidente de la República, de hecho eligen a su gobernador. Según este
planteamiento bien podrían suprimirse todos los cargos de elección popular y
otorgar al jefe del Poder Ejecutivo la facultad de designar a la totalidad de los
senadores, diputados, gobernadores, alcaldes, etc. Si se considera redundante que
los semiciudadanos del DF elijan a sus autoridades locales, con la misma ausencia
de lógica podría sugerirse que se delegara en los gobernadores la capacidad de
designar a las autoridades municipales. En la misma sesión donde anunció la
consulta sobre la democratización de la metrópoli, Ramón Aguirre tuvo la audacia
de afirmar que la capital de la República "es una ciudad privilegiada porque está
gobernada por el señor Presidente de la República, porque sus asuntos legislativos
se atienden por el Congreso federal; es la única entidad que tiene ese privilegio".
Como se advierte, los desbordes cortesanos no son privativos de los regímenes
monárquicos y florecen también en las repúblicas presidencialistas. Pero si es
privilegio de la capital carecer de autoridades electas por sus habitantes, entonces
la consulta no debe examinar la posibilidad de un cambio en la situación jurídico-
política del DF, sino la supresión de las elecciones locales en el resto del país,
evitándole a la provincia la injusticia de no gozar tal privilegio.
Una mínima reflexión sobre los argumentos formulados para mantener el status
quo en el DF, permite concluir que no se cree correcto ni conveniente cambiar el
tipo de gobierno en la capital del país, sólo por temor al libre juego de las
corrientes políticas: se renuncia, pues, al ejercicio pleno de la confrontación
democrática. Nadie ignora el hecho de que esta metrópoli es el centro político,
económico y cultural determinante del conjunto nacional. Se da la paradoja
antidemocrática, sin embargo, de que allí donde se condensa parte fundamental
de la actividad económica, el núcleo medular del quehacer político y un volumen
muy significativo del movimiento ideológico-cultural mexicano, los habitantes se
encuentran con sus derechos políticos disminuidos. Si las autoridades capitalinas
tuvieran que enfrentar, al menos, el desafío electoral, es de presumir que habría
mayor atención oficial a las condiciones de vida en esta metrópoli. Los intereses
que se oponen a la democratización del gobierno capitalino no tienen origen, por
supuesto, en la preocupación por mejorar la calidad de la vida urbana.
Si se exceptúa el izquierdismo primario que se desentiende de los procesos
electorales creyendo que los canales institucionales desvirtúan las luchas sociales-
aunque sólo consigue con ello ensanchar el abismo que separa al grueso de la
población de la política-, nadie fuera del PRI considera legítimo prolongar por más
tiempo la restricción a los derechos ciudadanos de los capitalinos. Inclusive dentro
del PRI se pronuncian voces favorables a la modificación sustancial de la Ley
Orgánica del DDF. El criterio porfirista (más administración y menos política) ha
probado no ser el mejor camino para solventar la problemática urbana. El
contenido latente de la renuencia gubernamental a conceder espacio a la
democracia política en el DF, es el temor a una confrontación política que
adquiriría intensidad mayor que en cualquier otra región del país, como lo prueba
el hecho de que en las últimas dos elecciones federales, por lo menos, el DF fue el
único lugar donde el PRI no obtuvo la mayoría absoluta de los votos emitidos. Sin
embargo, la situación de la capital no admite ya remedos de participación y exige
una verdadera incorporación de la sociedad en las tareas obligadas para solucionar
los problemas urbanos. Esto incluye, por supuesto, sustituir a las autoridades
designadas por otras electas.
01/01/1986
Democracia y revolución
Carlos Pereyra.
Puede invocarse con razón una amplia gama de factores y circunstancias históricas
específicas en virtud de las cuales el triunfo de fuerzas políticas que actuaron
conforme a un proyecto socialista, no desembocó en construcción democrática del
nuevo orden social. Más allá de los factores y circunstancias que intervinieron para
conformar de cierta manera el sistema que surge de los despojos de la autocracia
zarista en Rusia, del aniquilamiento del ejército nazi en Europa Oriental, de las
sublevaciones campesinas en China, del derrumbe de la estructura colonial en
ciertas regiones de Africa y el sureste asiático y de la incapacidad para constituir
un Estado nacional en Cuba; más allá, pues, de las particularidades históricas
concretas de cada caso, el nuevo orden social excluye la democracia, también por
razones imputables a la propia ideología de quienes dirigieron la lucha política en
esos lugares.
Son inumerables las consecuencias que de ello se derivan. Así, por ejemplo, los
procesos electorales son subestimados y, en el mejor de los casos, se busca
aprovecharlos como foro útil para la denuncia, para desarrollar una labor de
agitación y propaganda, pero sin advertir su carácter de espacio para la
transformación de las relaciones políticas. En forma correlativa, es obvio, el
parlamento también queda rebajado al papel de caja de resonancia, tribuna para
la denuncia: tampoco es visto como espacio desde el cual es posible impulsar la
transformación social.
En segundo lugar, dado que en el centro de la preocupación está la idea de
preparar la revolución, es más fuerte la tentación de agudizar contradicciones,
enconar conflictos y acentuar la lógica de confrontación, que la voluntad de hacer
política, es decir, de concertar esfuerzos en torno a propósitos precisos. Queda
relegada así la preocupación por formular una propuesta a la nación, capaz de
incorporar la variadísima y compleja problemática nacional (económica, social y
política) y capaz también de atraer a los más diversos sectores de la sociedad. En
vez de un programa político para la situación concreta con alternativas viables, la
izquierda revolucionaria se encierra en el mismo programa abstracto,
pretendidamente válido para cualquier sociedad en cualquier momento: la
revolución.
En efecto, aunque debe admitirse la existencia en nuestro país de una amplia zona
social y política (de atraso y violencia) que alimenta una estrategia basada en la
agudización de conflictos y en el objetivo de acumular fuerza para desatar la
revolución, de todas maneras la tendencia principal de la realidad mexicana apunta
en otra dirección. En nuestro país es difícil concebir la ruptura revolucionaria como
algo que ocurrirá un día cero, como resultado del asalto al poder ejecutado por
una vanguardia decidida. Es más probable que el proceso de transformación se
desenvuelve con altibajos, periodos de convulsión social y situaciones de
restablecimientos del orden, en función de la lucha por reformas. En un país donde
las fuerzas sociales actúan (con pocas excepciones) a través de canales
institucionales, cualquiera sea su grado actual de mediatización, burocratización e
inoperancia, la estrategia de confrontación y agudización de contradicciones se
vuelven inevitablemente formas de vanguardismos incapaces de poner fin al
aislamiento histórico de la izquierda socialista respecto del movimiento social. El
fantasma del reformismo invocado por la izquierda doctrinaria refuerza ese
aislamiento en un país donde hay espacio enorme para que las organizaciones
sociales tiendan a volcarse cada vez con mayor intensidad a la lucha por reformas.
No se trata de oponer a esta dinámica histórica una imaginaria lucha revolucionaria
por el poder, sino de articularlas en un cauce político donde las reivindicaciones
democráticas desempeñan el papel de enlace entre lo económico-social y lo
político. La lucha por reformas económico-sociales, a través de la mediación de las
reivindicaciones democráticas, es la modalidad que adopta la transformación de las
relaciones políticas.
Es inútil contraponer reforma y revolución y más equivocado aún suponer que son
producto de la libre decisión de las fuerzas socialistas. Nunca ha habido una
revolución allí donde el camino de las reformas está abierto. Las revoluciones (en
el sentido estrecho de enfrentamiento final) sólo ocurren en situaciones históricas
completamente bloqueadas y ello no es producto de la iniciativa de los socialistas
sino resultado del propio proceso histórico. Es ridículo pretender que la vía
adoptada por el movimiento socialista en Europa, por ejemplo, es consecuencia de
la traición de la socialdemocracia o de los eurocomunistas. Más allá del análisis
crítico que pueda realizarse sobre el comportamiento político de estas fuerzas, es
obvio que el carácter general de su actividad no se comprende en términos tan
grotescos como los contenidos en el reproche de que abandonaron el marxismo
revolucionario. En cada situación histórica las tareas de los socialistas vienen
definidas por las circunstancias existentes, no por una receta doctrinaria de
supuesta validez universal.
01/03/1985
Democracia en México
Carlos Pereyra.
Los días que corren ponen en el centro de la escena nacional una urgencia y una
ambición políticas: la democratización mexicana. Las elecciones de julio próximo
subrayan particularmente el asunto y le confieren su verdadera dimensión. La
efervescencia de varias preguntas rodea el tema: en las actuales condiciones de
crisis, ¿cuáles son los agentes impulsores de la democracia?, ¿cuáles son las vías
democráticas de la sociedad civil?, ¿cuáles son las perspectivas de democratización
en la víspera de las urnas? Presentamos aquí una exposición de Carlos Pereyra
acompañada de tres comentarios a cargo de Roger Bartra, Soledad Loaeza y José
Carreño. Además, como alcance al tema, incluimos un artículo de Juan Molinar
Horcasitas que completa y prolonga su ensayo "La Costumbre Electoral Mexicana",
publicado en el número 85 de la revista. No es, por supuesto, una discusión
exhaustiva, constituye apenas una entrada en materia, prólogo a la discusión que
nexos se propone revisar durante el resto del año y cuyo centro nervioso será la
democracia en México.
Dibujos de Ahumada
Para una discusión sobre las perspectivas de la democratización del país, quizá
valga la pena concebir la democracia como un sistema de contrapesos que impiden
la concentración del poder político, es decir, la capacidad de tomar decisiones para
el conjunto de la sociedad, en un solo grupo o, en el limite, en un solo individuo: el
titular del Ejecutivo Federal. En ese sistema se podrían ubicar, por lo menos, tres
mecanismos fundamentales: a) división de poderes; b) pluralismo político; c)
autonomía de la sociedad civil. En México, los tres mecanismos funcionan de
manera muy insuficiente o muy deficientemente.
No obstante los avances en los últimos años del pluralismo político (se pasó de la
simple tolerancia de los partidos a su registro en el sistema político con derechos
electorales), sigue operando con deficiencias notorias. Básicamente, por la
ausencia de un tribunal electoral independiente, carencia que resta credibilidad a
los resultados de los comicios y que, sobre todo, posibilita el fraude siempre que
es visto como necesario desde la óptica del partido oficial.
Además, la distinción entre diputados uninominales y plurinominales, más que
permitir la intervención de las minorías, sirve para congelarlas como tales. Esa
distinción presenta, además, riesgos evidentes para la oposición, pues permite al
partido mayoritario decidir también la composición de la minoría. Se advierte algo
de ello en el caso del PARM y otros partidos ubicados en la órbita oficial, los cuales
aparecen a veces con votaciones plurinominales mucho más altas que las
obtenidas en los distritos uninominales. Si esto se repitiera de manera sistemática,
no hay duda de que permitiría a la mayoría priista decidir la configuración de la
minoría.
Tal vez la pregunta más interesante para la discusión es: ¿cuál puede ser el agente
impulsor de la democratización?, ya sea por medio de esas vías o de otras. La
iniciativa gubernamental tiene límites muy inmediatos, como para que se pudiera
pensar en el gobierno como agente impulsor. Aun cuando en el pasado lo ha sido,
como lo prueba la reforma política independientemente de que ésta haya sido
también consecuencia de movimientos y presiones populares no creo que se pueda
confiar, pese a ese antecedente, en que la democratización futura del país tendrá
como agente central al propio aparato gobernante. Parece mucho más improbable
en las actuales condiciones de crisis económica, pero aún sin pensar en ésta, la
cuestión va más allá de la voluntad política.
Retrato hablado
La derecha política y las clases dominantes se reclaman democráticas, pero el
contenido de sus reivindicaciones al respecto es puntual y estrecho: abrir el
sistema de gobierno al bipartidismo e imponer al Estado un retroceso en su
capacidad de intervenir en la economía y en la educación. El único otro punto que
habría de añadirse sería el respeto a los votos.
No creo que la situación de la izquierda sea mucho mejor como agente impulsor de
la democracia política, porque no me parece probable que en el futuro previsible
sea capaz de recabar apoyo social masivo para las demandas de democratización,
en la medida en que se presentan desarticuladas de todo un conjunto de reformas
económicas y sociales. Parece difícil que la izquierda pueda conjuntar en breve
lapso un paquete que pueda atraer la atención masiva.
Las organizaciones sociales de las clases trabajadoras, sobre todo el Congreso del
Trabajo, se mueven tendencialmente hacia el progresivo distanciamiento del
gobierno debido a su política económica y social, opuesta no sólo a los intereses
inmediatos de aquéllas, sino incluso a las tradiciones propias de la Revolución
Mexicana o del nacionalismo revolucionario. Hay aquí un espacio para
convergencias amplias con la izquierda organizada, pero me parece que se está
todavía lejos de la situación en la que esa tendencia podrá incluir la cuestión de la
democracia. Es menos difícil que esas convergencias se den en torno a puntos
específicos de política económica o de reformas sociales, pero es todavía
improbable que pudiera abarcarse la cuestión de la democracia en el futuro
cercano. Ante todo porque ello supondría alteraciones profundas de la propia
estructura sindical. Los organismos sociales con su actual dirección no pueden
funcionar como agente impulsor de la democracia.
En un momento dado
El proceso para constituir formaciones partidistas es muy largo. Entonces no había
esa tradición, los verdaderos potenciales antagonistas, políticos, civiles, estaban
dentro de ese grupo. Hasta las deserciones de Almazán, de Padilla y la última, la
de Henríquez Guzmán, la democracia entendida como movilidad política, como
lucha por el poder, se da dentro de este grupo revolucionario. Esta densidad, esta
complejidad que alcanza poco a poco la sociedad es también una maduración del
juego político, no sólo dentro del grupo gobernante. Quisiera ser muy puntual en
cuanto a los datos que maneja Carlos Pereyra sobre lo que podría ser la geografía
electoral y sus significados a la vista de posibles reformas de mayor apertura. Los
datos que manejan quienes estudiaron y diseñaron la Reforma Política eran, en un
sentido, muy significativos: ¿hásta dónde la sociedad mexicana sigue dominada
políticamente, en el mejor sentido de la palabra, por la tradición de
presidencialismo y el partido revolucionario? Los muestreos para un sistema único
de representación proporcional le daban, por un lado, más representación al PRI;
en su resultado general, no le daban derrotas al PRI, y por otro, un sistema de esa
naturaleza no cumplía con lo que al parecer era la necesidad política de la
coyuntura: el registro del Partido Comunista, la necesidad de atraer a la política
civil a los grupos desplazados, marginados, reprimidos, sobre todo después del 68.
Lo que más preocupaba en esta prueba de geografía electoral y de datos, era la
tendencia electoral a un bipartidismo cada vez más claro entre el PRI y el PAN, con
algunas modificaciones que no se podrían lograr sino con la geografía electoral
aplicada a las regiones y a las circunscripciones plurinominales. El hecho de que
convivan los sistemas plurinominales y de mayoría relativa podría ser, en un
momento dado, un obstáculo para la modernización, para una educación política
que propicie una participación mayor.
Otro asunto fundamental que Carlos Pereyra atribuye a la derecha política ¿y creo
que en lo básico bien atribuido) es el de la estrechez de los puntos de la "derecha
política". Esa estrechez lleva a la democracia en conjunto a otros límites (o a
salidas democráticas o al desarrollo de la democracia). Conocemos muy bien
cuáles son los puntos básicos de la derecha parlamentaria, de la derecha política:
revertir la Reforma Agraria, revertir la educación, revertir la intervención del
Estado, las nacionalizaciones. No se necesita reflexionar mucho para convenir en
que revertir equivaldría, precisamente, a un retroceso de cualquier desarrollo
democrático; es decir, aun vacío seguido por alguna forma de desestabilización
que no podría resistir el sistema tal y como lo conocemos.
Para el gobierno ha sido clara la necesidad de establecer que "o se hace política o
se hacen negocios, pues lo contrario es inmoral". No le ha sido evidente, sin
embargo, la necesidad de separar gobierno y partido. Ambos son sujetos
privilegiados de los políticos y los partidos son "entidades de interés público", pero
ello no debiera borrar las diferencias entre lo público y lo privado, y mucho menos
justificar la identidad, en tiempos electorales, de la administración pública y un
partido. Formar un gobierno de partido no es dotar al partido con la administración
pública. Es lo inverso.
01/11/1984
Un debate
José Manuel Quijano, Carlos Tello, Arturo Warman, Adolfo Gilly, José Blanco, José
Carreño Carlón, Carlos Pereyra.
José Manuel Quijano: "Cuando se tiene una casa de bolsa, una aseguradora y una
sociedad de inversión, se tiene ya buena parte de lo necesario para hacer un
grupo financiero, que invierte en empresas y que trae una nueva forma de banco.
Esto parece perfilarse en México: una banca financiera paralela, que aumenta su
fuerza, mientras se debilitan la banca nacional y la banca de desarrollo, es decir,
los dos instrumentos con que se queda el Estado.
Arturo Warman: "El caso de labanca paralela que surge recuerda otra
nacionalización: los ferrocarriles. Entre 1940 y hoy el sistema de ferrocarriles
aumentó un 5%, mientras el sistema paralelo del transporte se vuelve el motor del
desarrollo nacional mientras los ferrocarriles languidecen hasta llegar a su estado
actual. Es un ejemplo y una hipótesis de lo que puede pasar con la banca nacional
y la banca paralela"
Adolfo Gily: "De los años cuarenta a los setenta, asistimos a un ascenso del capital
financiero. De repente viene el corte brutal de la nacionalización anaria frente al
descontrol y la especulación enorme. Hay una conjunción de los elementos donde
López Portillo es el mediador pragmático: el capital financiero, entreado a la
especulación, y el Estado recurre a la corriente nacionalizadora para cortar y
sanear las cosas. Hecho esto, las cosas vuelven a su cauce, y en este cauce,
restaurador y de reacomdos, es en el que estamos ahora".
José Blanco: "Es evidente que hubo un conflicto de poder y que el Estado
mexicano se condujo de un modo verdaderamente opuesto al de los manuales que
nos explican qué es el Estado burgués. Ahora el camino que se está deseando
respecto a la nacionalización bancaria tiene que ver con una ideología muy clara y
con un proyecto de país que no es el del profundo cauce histórico, popular, de
esta decisión".
José Carreño Carlón: "se rompió un sistema de concertación con el sector privado.
Desde entonces, la nacionalización de la banca ha dejado de manifiesto la
necesidad de buscar nuevas formas de concertación política con ese sector que
quedó herido. Pero la derecha busca ahora sus propias formas de concertación,
quiere su reivindicación y ha optado por el cambio de intermediarios o, por lo
menos, de formas de intermediación política".
Carlos Pereyra: "La concertación anterior permitía a los grupos financieros un uso
excesivo del margen de maniobra que se rompió con la nacionalización. La
izquierda confunde los términos y cree que lo que le conviene históricamente,
siempre es democrático; pero la nacionalización bancaria fue un hecho
profundamente antidemocrático".
José Manuel Quijano: Puedo empezar por la última parte y decir que hay un
proceso de parcial privatización de la banca mexicana. No tanto por la devolución
del 34% de las acciones, que no me parece demasiado relevante, sino por la
desvinculación entre la banca y el intermediario financiero no bancario. Hasta el
año de 1982, México había llegado en un proceso fortuito a una formación grupal,
financiera, muy importante. En los últimos meses, quizá en el último año,. empieza
a desgajarse. Ya tenemos a las aseguradoras, las casas de bolsa, las sociedades
de inversión, separadas de la actividad bancaria. No sólo eso, sino que hay una
vuelta a lo que la banca privada había hecho en México: agruparse. Los
exbanqueros están formando bancos de inversión -no se llaman así, porque usar
ese término podría ser molesto en un país donde se ha nacionalizado la banca-,
pero en todo caso las sociedades de inversión son éso. Cuando se tiene una casa
de bolsa, una aseguradora y una sociedad de inversiones, se tiene ya una buena
parte (si no es que todo) lo necesario para hacer un grupo financiero, no en el
sentido de banca- industria, sino en el sentido de instituciones financieras que
actúan coordinadamente. Invierten en empresas y uno ve instalada de nuevo la
ligazón privada entre banca -una nueva forma de banca- y el sector industrial.
Según veo, esto es lo que se perfila en México. En el Plan Nacional de
Financiamiento del Desarrollo aparecen claramente establecidas una actividad
bancaria estrictamente tradicional: recibo de depósitos, préstamos,
intermediarismo neutro al parecer, donde la vinculación con empresas es temporal
(en el Plan aparece como diez o doce veces la palabra temporal cada vez que se
habla del capital bancario y el capital industrial), y al mismo tiempo queda
claramente desgajada la actividad financiera no bancaria. Lo que se perfila es una
actividad bancaria que perderá, relativamente, su importancia, y una actividad
financiera que acrecentará la suya. Por dos razones: históricamente, a medida que
se avanza en el desarrollo económico, los intermediarios financieros no bancarios
son los que participan más en el proceso de desarrollo; pero además, en este
caso, porque están los instrumentos que expanden la actividad a la casa de bolsa y
compiten con el depósito bancario: da el mismo rendimiento pero sin la liquidez,
digamos, de los CETES. Se expande el intermediario financiero no bancario y se
estanca la actividad propiamente bancaria.
Carlos Tello: Coincido con casi todo lo que dicho Quijano y al respecto habría que
subrayar algunos puntos importantes. En primer lugar, la integración de los grupos
financieros no es algo que se dio espontáneamente sino algo que el mismo Estado
impulsó. Ya nos encontramos en la situación opuesta: como si el Estado usara en
su contra los argumentos que antes utilizó para integrar grupos financieros, ahora
impulsa la desagregación de estos grupos. Lo que justificó su unión, ahora justifica
su desintegración. En segundo lugar, la banca nacional jugó el papel activo en el
desarrollo financiero de México: nada más prestaba, pero no captaba recursos. Y
todo parece indicar que la banca nacional de desarrollo seguirá participando
limitadamente, seguirá sin captar recursos y su única actividad posible será la de
prestar. A sus posibilidades financieras las determinan dos elementos: I) la cartera,
es decir, la recuperación de los préstamos que otorgan; pero se cancelan sus
posibilidades de crecimiento porque la banca de desarrollo tiene un porcentaje
muy alto en su cartera congelada: los préstamos a instituciones del sector público
(desde la CFE hasta constructoras) no tienen movimiento. 2) Los recursos de
apoyo que el gobierno federal les entregue. Es el caso típico del Banco de Crédito
Rural. Y en la medida en que las posibilidades del fisco estén limitadas, se
limitarán también las posibilidades de expansión de la banca de fomento A esto se
añadirá la otra limitación de que la banca de desarrollo no pueda realizar
operaciones distintas a las de crédito y fomento.
Arturo Warman: Sobre el aspecto técnico, yo sólo quisiera plantear de este modo
una parte de la pregunta: ¿con las tasas de interés, al margen de quién fuera el
dueño de la banca, no estaba suspendida de por sí la actividad bancaria? ¿No se
confunden ahí dos cosas? Con las tasas de interés vigentes, y en la situación de
crisis, no hay demanda crediticia sin importar en manos de quién esté la banca.
José Manuel Quijano: Hay que tomar en cuenta otra cosa: en una recesión tan
violenta como la de 1983 la actividad crediticia tiende a disminuir
significativamente. Aunque las tasas de interés tengan algo que ver, hay un
contexto macroeconómico que determina este papel de la banca, mucho menos
audaz que en momentos de expansión.
Adolfo Gilly: Mi idea es que de los años cincuenta en adelante, pero sobre todo en
los sesenta y al final de los setenta, asistimos a un ascenso en el poder, dentro del
aparato del Estado y en el conjunto del capital mexicano, de la fracción financiera
del capital. De repente viene un corte brutal que es la nacionalización de la banca
frente a una situación de descontrol y de especulación enorme. Veo una
conjunción de dos elementos donde López Portillo debió ser el mediador
pragmático: una necesidad del capital total de regular esta transición en el ascenso
del capital financiero (regularlo, porque estaba escapándose del control en la
especulación); pero para hacer esto necesitan recurrir a una coalición con quienes
piensan en la nacionalización de la banca en la línea, digamos, histórica de las
nacionalizaciones, quienes están a favor de una intervención del Estado en la
economía y de su desarrollo a través de él. Es otro proyecto de desarrollo, es el
proyecto donde se inscribirían Carlos Tello y la tendencia de pensamiento que
representa. Hay esa conjunción entre la necesidad del capital de tomar una
medida a la que siempre entendió como saneadora y transitoria y la necesidad de
quienes, en cambio, representando otra tradición del Estado mexicano, entendían
esta medida no como transitoria y saneadora, sino como transformadora. Y puesto
en el papel de presidente y en la necesidad de resolver este conflicto, López
Portillo, que siempre tuvo excelentes relaciones con la banca, hizo de mediador
estrictamente pragmático y realista, sin decidir él por uno o por otro. Entonces
recurre al elemento necesario, al que podía tener más audacia en esto y no al que
necesitaba el saneamiento: porque el necesitado de saneamiento no es el que
tiene la audacia para cortar, porque duele. Había que recurrir al otro. Producido
esto, las cosas vuelven a su cauce, y en este cauce estamos. Cárdenas se apoyó
en una movilización impresionante y López Portillo no: fue todo "con el poder de
su firma". Con esto no quiero quitar ninguna importancia a la nacionalización de la
banca sino ubicarla realistamente. Cuando las cosas vuelven a su cauce, se
continúa la tendencia central: el ascenso del capital financiero.
Agustín Legorreta
Carlos Abedrop
José Manuel Quijano: Quisiera referirme a la idea de Gilly sobre el ascenso del
capital financiero. En 1982 el grado de vinculación entre el capital bancario y el
capital industrial, en México, era bastante precario, muy incipiente y dificilmente
podría interpretarse como capital financiero, por lo menos en su sentido clásico.
No me parece adecuado razonar en estos términos para entender esta sociedad,
tal vez sirva para entender el caso alemán o el japonés, pero me parece exagerado
para el caso de México y para otros países latinoamericanos. Tampoco me parece
que uno pueda llegar a la conclusión de que hay un capital total que se comanda
de una manera o de otra y que su necesidad de sanearse fue a dar a la
nacionalización de la banca. Esta nacionalización no puede explicarse sin su
elemento político, que va a dar a la sensación de que el gobierno estaba en jaque.
Todos recordamos lo que fue 1982, que empezó con la devaluación en febrero, y
cómo la política económica que impulsaba el propio Estado fue un instrumento que
se utilizó para fomentar la especulación monetaria. Se volvió imposible manejar el
aparato con la política económica del país porque había fuerzas que
contrarrestaban continuamente los propósitos del gobierno. Por otra parte,
tampoco me convence la otra hipótesis: los banqueros se desprenden de los
bancos porque ya no les conviene tenerlos. Es cierto que si uno analiza a países
como Chile o Argentina entre 1980 y 1983, lo que hay aquí son bancos quebrados
y el gobierno tiene que meter dinero para sacarlos a flote: los banqueros están
traspasando pasivos y quedándose con activos, se quedan con la banca de
inversión y le pasan las deudas al Estado. Este no es el caso de México y no
explicaría la nacionalización de la banca. Por último, me surge otra duda sobre "la
nueva reforma de desarrollo industrial". Yo lo que veo es que para los años 80
está muy comprometido el desarrollo industrial en América Latina. En el mejor de
los casos hay tasas de crecimiento previstas y modestas, hay proyectos de
exportación de manufacturas que son, esencialmente, proyectos para mejorar la
balanza comercial y poder hacer frente al servicio de la deuda pero yo no veo que
de ahí pueda desprenderse una nueva forma de desarrollo industrial en México.
Además, en el supuesto de que hubiera una nueva forma de desarrollo industrial a
partir de exportaciones, esto pendería de un hilo: que la economía norteamericana
siguiera absorbiendo productos de Brasil, de México, de los tres o cuatro grandes
países latinoamericanos, a costa de un déficit comercial creciente -y podríamos
vaticinar: casi insostenible- de la propia economía norteamericana en el mediano
plazo. Cuando Brasil juega todas sus cartas en la exportación a Estados Unidos
para pagar su deuda, está moviéndose en el filo de la navaja. En cualquier
momento se quiebra el proyecto industrial volcado a la exportación y se quiebra
también el pago de la deuda. Los empresarios no son tontos: en Brasil y en México
difícilmente pueden encontrarse inversiones para la exportación. Lo que hacen los
industriales es que, si el mercado no absorbe lo que producen, destinan parte de
eso a la exportación. El caso más claro es la siderúrgica, que por cierto es de
inversión estatal. Cuando baja notablemente la demanda interna tratan de colocar
una parte en Estados Unidos. Pero muy pocos están invirtiendo en América Latina
en los proyectos de exportación.
Adolfo Gilly: Yo no digo que el capital abra ese camino: yo digo que este gobierno
(es algo incluso expresado en cifras y en varios discursos del Presidente) proyecta
un modelo de desarrollo que se basa en el aumento de las exportaciones
industriales. Y en el Plan 1982-1988 es serio el llamado permanente te a las
inversiones extranjeras. De acuerdo: para eso hace falta salir de la crisis, hace
falta que el capital quiera vernir y que se cumplan otras condiciones. Pero el
proyecto ahí está.
José Manuel Quijano: Claro que existe un proyecto; lo que tratamos de hacer aquí
es indagar sobre la viabilidad de ese proyecto. El hecho es que en todos los países
latinoamericanos la crisis obliga a comprar el proyecto de redespliegue industrial; y
como estos países tienen que pagar la deuda -un servicio de deuda que es de
once, doce o trece mil millones de dólares al año en Brasil y México- entonces
compramos el proyecto de redespliegue, porque si no nos dejan hacer ciertas
actividades industriales y exportar productos, sencillamente no pagamos. Si eso es
viable o no, lo primero que puede decirse es que tiene graves dificultades. Hasta la
fecha no tengo noticias de que alguien invierta por ese proyecto o que invierta de
una manera masiva hacia un redespliegue industrial. No es casualidad que siga
habiendo fuga de capitales, ni que la inversión privada no se reactive ni siquiera en
Estados Unidos. Todo el modelo de expansión norteamericano que conocemos hoy
está creciendo al 7 o al 8% y es, curiosamente, sin inversión privada; todo es
gasto público y consumo. Ni en país desarrollado ni en país subdesarrollado se
está invirtiendo un centavo en este momento. Optan por meter el dinero al sistema
bancario: ahí les dan el 12, el 13 o el 14% dependiendo de lo que coloquen en
Estados Unidos. Es más seguro hacer la inversión financiera y entonces viene la
típica sustitución, keynesiana por cierto, del activo real por el activo financiero, y la
gente se está yendo al activo financiero. Eso no es salir de una crisis. Y eso no le
da, en principio al menos, viabilidad a un proyecto de expansión a partir del
crecimiento de manufacturas. Este sería mi juicio coyuntural al respecto. Por
último, habría que dudar también de una ruptura entre el sector público y el
privado. Esa ruptura es entre el sector público y el sector exbanquero. Lo que
ocurre económicamente es que los industriales y empresarios responden según las
expectativas del mercado; y como ahora las expectativas de inversión son muy
bajas y negras, ya no invierten. Si las expectativas cambiaran, esos señores
invertirían. Si cambiara la rentabilidad a cinco años de plazo, en el sector privado
no habría una reacción necesariamente negativa. Yo no creo que esto de "la
confianza" del sector privado sea algo tan decisivo como se dice. El sector privado
invierte cuando cree que saca rentabilidad, salvo en casos extremos como en el
Chile de Allende, donde hubo un complot. No es el caso de México ni de Brasil, no
es el caso de la mayoría de los países latinoamericanos. No creo en esa ruptura. Lo
que tiene ahora el sector privado es una racionalidad de que la inversión no es
rentable.
Carlos Tello: Por supuesto que se invierte para ganar y la palabra confianza, más
que cualquier otra cosa, entraña aquí estar dispuesto a asumir un riesgo para
obtener una tasa de ganancia.
Carlos Tello: Yo diría que entró en crisis desde junio de 1981, sobre todo a raíz de
la decisión de bajar el precio del petróleo, que provocó la estampida de capitales
en el segundo semestre de 1981, una estampida que se acercó a nueve mil
millones de dólares.
José Carreño Carlón: Sí, y podría irse más atrás y decir que ese sistema ya había
hecho agua en 1975 y 1976, estaba muy despostillado. Pero en 1982 la ruptura ya
era cuestión de vida o muerte. El sistema político mexicano siempre ha tenido un
instinto de estabilidad, que ahora parece orientarse hacia la búsqueda de un
equilibrio. Puede ser que en el proyecto posterior a septiembre de 1982 haya la
propuesta de un nuevo desarrollo industrial con las características que se desea. A
mí me importa subrayar ahora que la nacionalización ha dejado de manifiesto, en
lo que ha pasado de entonces para acá, la necesidad de buscar nuevas formas de
concertación política. Se busca concertación con ese factor de la economía que
quedó desplazado y herido, tocado. Algunas medidas de diciembre de 1983 para
acá pueden explicarse por esa búsqueda de concertación política. Y sobre la
implicación partidista, quiero decir que el PAN surge precisamente en 1939, a raíz
de la expropiación petrolera, y decae significativamente en el alemanismo cuando
se abren paso el pacto de conciliación y ese sistema de toma de decisiones, en que
la derecha y el sector privado ya no requieren sus recursos políticos propios, ya no
requieren partidos propios porque tienen su propia vía de concertación. Ahora
resurgen porque al no confiar en el acuerdo burocrático cupular, la derecha decide
contar con sus propios recursos políticos y decide activar también su alianza con el
imperialismo. No se trata de meterse en los chismes de Gavin y sus relaciones con
el PAN, pero los signos externos son muy importantes. Ahí está la imagen del
presidente panista de Hermosillo junto al arzobispo Quintero Arce recibiendo en la
escalinata del avión al embajador de los Estados Unidos. Parece una imagen de un
país como Honduras, no de México. Estos signos externos apuntan también a las
elecciones de 1985. El empresariado político y el intervencionismo estadunidense
dicen con estos signos: "aquí están mis fuerzas, mis aliados, estoy con ellos y voy
a cuidar que les respeten sus votos". Y todo esto es secuela de la ruptura, no
resuelta, que se expresó el lo. de septiembre de 1982.
Arturo Warman: Pero los que sostienen la hipótesis de que se rompió la vía
anterior de concertación política, tendrían que explicarnos por qué tenemos una
derecha tan democrática y civilizada, que no escogió el camino del golpe de Estado
o de la desestabilización. Sería algo bastante excepcional. Si esa vía está
definitivamente rota, y es algo que yo pongo en duda, habría que preguntarse por
qué la derecha opta y se lanza por la democracia. Sería un caso único en la
historia.
José Manuel Quijano: Por confianza yo me refería a otra cosa. A esa especie de
chantaje continuo a que está sometido no sólo el gobierno de México sino de otros
países latinoamericanos: se restaura la confianza o no hay inversión. La creencia
de que dar confianza es un camino para recuperar la inversión privada me parece
una creencia errónea. En México la inversión del sector privado está mucho más
determinada por una racionalidad económica, y por las expectativas de ganancia
que por la confianza chantajista que buscan y que consiste continuamente en
obtener concesiones. Podrán hacerse todas estas concesiones, pero no habrá
inversión sencillamente porque no hay condiciones para que la haya. Ahora, sobre
la ruptura de la concertación hay dos cosas diferentes: una es la concertación
tradicional con que la economía funcionaba, y otra es el proyecto de desarrollo que
está más allá de la confianza y la concesión fiscal y que se vincula a la concepción
monetarista de cómo deben funcionar la política y la economía en este mundo.
Donde el mercado es todo: no sólo racionalidad económica sino política e incluso
social. Confianza no quiere decir dar un estímulo fiscal o, simplemente,
deducciones de impuestos; confianza quiere decir desarticular el aparato del
Estado para instalar, de aquí en adelante, otra relación de fuerzas en la economía,
la política y la sociedad.
Carlos Pereyra: Por un lado, que una medida sea nacional y popular no quiere
decir que sea democrática. Estas tres cosas no van, simétricamente, en el mismo
sentido. Y por otro lado, en pocos países, cuando se argumenta que algo es
antidemocrático, se respondería que es legal. Es evidente que lo antidemocrático
no se opone a lo legal, y yo no tengo la menor duda sobre la legalidad de la
medida nacionalizadora.
José Blanco: Si se habla en términos abstractos, no se puede decir que lo legal sea
democrático; pero de la legalidad de que se habla aquí es una legalidad específica
y concreta. Una Constitución que tiene un proceso y un resultado histórico y una
participación de masas. Ahora, incluso en términos abstractos, podría aceptarse
que la medida nacionalizadora de la banca no fue democrática, pero decir que fue
antidemocrática es llevar el formalismo demasiado lejos.
Adolfo Gilly: Para retomar lo anterior y cerrar, puede decirse que en lo sucesivo
cualquier medida progresista, para tener sustento y seguir adelante, deberá contar
ineludiblemente con la componente democrática y participativa, tanto en el
aspecto social como en el jurídico legal. Lo conecto con esto: la tendencia que
dentro del gobierno quería ir más lejos con la nacionalización, -la de Carlos Tello,
para darle un nombre, a la cual llamo utópica porque creo que no se daba ni veía
los medios de sus fines-, es una tendencia que volverá bajo otras formas en
nuevas condiciones por venir. Considero que el proyecto nacionalizador de Carlos
Tello no es exactamente el mismo que el de José López Portillo, aunque hayan
colaborado juntos en la nacionalización de septiembre de 1982. El de López Portillo
era un proyecto pragmático, un saneamiento drástico ante una crisis que se
tornaba incontrolable para el Estado; el otro, el que Tello asumió quería
proyectarse más allá de la crisis hacia el futuro. Llegó hasta ahí en la
nacionalización de la banca, y se quedó en la banca que quedó. Pero, frente a la
expansión del capital financiero, tendrá que retomarse con otros componentes,
otras fuerzas sociales y en otras coyunturas todavía no visibles. Se trata de otro
futuro y otro proyecto de país.
01/11/1984
Un debate
José Manuel Quijano, Carlos Tello, Arturo Warman, Adolfo Gilly, José Blanco, José
Carreño Carlón, Carlos Pereyr.
La banca que quedó
José Manuel Quijano: "Cuando se tiene una casa de bolsa, una aseguradora y una
sociedad de inversión, se tiene ya buena parte de lo necesario para hacer un
grupo financiero, que invierte en empresas y que trae una nueva forma de banco.
Esto parece perfilarse en México: una banca financiera paralela, que aumenta su
fuerza, mientras se debilitan la banca nacional y la banca de desarrollo, es decir,
los dos instrumentos con que se queda el Estado.
Arturo Warman: "El caso de labanca paralela que surge recuerda otra
nacionalización: los ferrocarriles. Entre 1940 y hoy el sistema de ferrocarriles
aumentó un 5%, mientras el sistema paralelo del transporte se vuelve el motor del
desarrollo nacional mientras los ferrocarriles languidecen hasta llegar a su estado
actual. Es un ejemplo y una hipótesis de lo que puede pasar con la banca nacional
y la banca paralela"
Adolfo Gily: "De los años cuarenta a los setenta, asistimos a un ascenso del capital
financiero. De repente viene el corte brutal de la nacionalización anaria frente al
descontrol y la especulación enorme. Hay una conjunción de los elementos donde
López Portillo es el mediador pragmático: el capital financiero, entreado a la
especulación, y el Estado recurre a la corriente nacionalizadora para cortar y
sanear las cosas. Hecho esto, las cosas vuelven a su cauce, y en este cauce,
restaurador y de reacomdos, es en el que estamos ahora".
José Blanco: "Es evidente que hubo un conflicto de poder y que el Estado
mexicano se condujo de un modo verdaderamente opuesto al de los manuales que
nos explican qué es el Estado burgués. Ahora el camino que se está deseando
respecto a la nacionalización bancaria tiene que ver con una ideología muy clara y
con un proyecto de país que no es el del profundo cauce histórico, popular, de
esta decisión".
José Carreño Carlón: "se rompió un sistema de concertación con el sector privado.
Desde entonces, la nacionalización de la banca ha dejado de manifiesto la
necesidad de buscar nuevas formas de concertación política con ese sector que
quedó herido. Pero la derecha busca ahora sus propias formas de concertación,
quiere su reivindicación y ha optado por el cambio de intermediarios o, por lo
menos, de formas de intermediación política".
Carlos Pereyra: "La concertación anterior permitía a los grupos financieros un uso
excesivo del margen de maniobra que se rompió con la nacionalización. La
izquierda confunde los términos y cree que lo que le conviene históricamente,
siempre es democrático; pero la nacionalización bancaria fue un hecho
profundamente antidemocrático".
José Manuel Quijano: Puedo empezar por la última parte y decir que hay un
proceso de parcial privatización de la banca mexicana. No tanto por la devolución
del 34% de las acciones, que no me parece demasiado relevante, sino por la
desvinculación entre la banca y el intermediario financiero no bancario. Hasta el
año de 1982, México había llegado en un proceso fortuito a una formación grupal,
financiera, muy importante. En los últimos meses, quizá en el último año,. empieza
a desgajarse. Ya tenemos a las aseguradoras, las casas de bolsa, las sociedades
de inversión, separadas de la actividad bancaria. No sólo eso, sino que hay una
vuelta a lo que la banca privada había hecho en México: agruparse. Los
exbanqueros están formando bancos de inversión -no se llaman así, porque usar
ese término podría ser molesto en un país donde se ha nacionalizado la banca-,
pero en todo caso las sociedades de inversión son éso. Cuando se tiene una casa
de bolsa, una aseguradora y una sociedad de inversiones, se tiene ya una buena
parte (si no es que todo) lo necesario para hacer un grupo financiero, no en el
sentido de banca- industria, sino en el sentido de instituciones financieras que
actúan coordinadamente. Invierten en empresas y uno ve instalada de nuevo la
ligazón privada entre banca -una nueva forma de banca- y el sector industrial.
Según veo, esto es lo que se perfila en México. En el Plan Nacional de
Financiamiento del Desarrollo aparecen claramente establecidas una actividad
bancaria estrictamente tradicional: recibo de depósitos, préstamos,
intermediarismo neutro al parecer, donde la vinculación con empresas es temporal
(en el Plan aparece como diez o doce veces la palabra temporal cada vez que se
habla del capital bancario y el capital industrial), y al mismo tiempo queda
claramente desgajada la actividad financiera no bancaria. Lo que se perfila es una
actividad bancaria que perderá, relativamente, su importancia, y una actividad
financiera que acrecentará la suya. Por dos razones: históricamente, a medida que
se avanza en el desarrollo económico, los intermediarios financieros no bancarios
son los que participan más en el proceso de desarrollo; pero además, en este
caso, porque están los instrumentos que expanden la actividad a la casa de bolsa y
compiten con el depósito bancario: da el mismo rendimiento pero sin la liquidez,
digamos, de los CETES. Se expande el intermediario financiero no bancario y se
estanca la actividad propiamente bancaria.
Arturo Warman: Sobre el aspecto técnico, yo sólo quisiera plantear de este modo
una parte de la pregunta: ¿con las tasas de interés, al margen de quién fuera el
dueño de la banca, no estaba suspendida de por sí la actividad bancaria? ¿No se
confunden ahí dos cosas? Con las tasas de interés vigentes, y en la situación de
crisis, no hay demanda crediticia sin importar en manos de quién esté la banca.
José Manuel Quijano: Hay que tomar en cuenta otra cosa: en una recesión tan
violenta como la de 1983 la actividad crediticia tiende a disminuir
significativamente. Aunque las tasas de interés tengan algo que ver, hay un
contexto macroeconómico que determina este papel de la banca, mucho menos
audaz que en momentos de expansión.
José Manuel Quijano: Es una discusión interesante: ¿la política económica genera
la recesión o sigue a la recesión? Tal vez tengamos que concluir que ambas cosas
se dan, se influyen en la misma medida.
Adolfo Gilly: Mi idea es que de los años cincuenta en adelante, pero sobre todo en
los sesenta y al final de los setenta, asistimos a un ascenso en el poder, dentro del
aparato del Estado y en el conjunto del capital mexicano, de la fracción financiera
del capital. De repente viene un corte brutal que es la nacionalización de la banca
frente a una situación de descontrol y de especulación enorme. Veo una
conjunción de dos elementos donde López Portillo debió ser el mediador
pragmático: una necesidad del capital total de regular esta transición en el ascenso
del capital financiero (regularlo, porque estaba escapándose del control en la
especulación); pero para hacer esto necesitan recurrir a una coalición con quienes
piensan en la nacionalización de la banca en la línea, digamos, histórica de las
nacionalizaciones, quienes están a favor de una intervención del Estado en la
economía y de su desarrollo a través de él. Es otro proyecto de desarrollo, es el
proyecto donde se inscribirían Carlos Tello y la tendencia de pensamiento que
representa. Hay esa conjunción entre la necesidad del capital de tomar una
medida a la que siempre entendió como saneadora y transitoria y la necesidad de
quienes, en cambio, representando otra tradición del Estado mexicano, entendían
esta medida no como transitoria y saneadora, sino como transformadora. Y puesto
en el papel de presidente y en la necesidad de resolver este conflicto, López
Portillo, que siempre tuvo excelentes relaciones con la banca, hizo de mediador
estrictamente pragmático y realista, sin decidir él por uno o por otro. Entonces
recurre al elemento necesario, al que podía tener más audacia en esto y no al que
necesitaba el saneamiento: porque el necesitado de saneamiento no es el que
tiene la audacia para cortar, porque duele. Había que recurrir al otro. Producido
esto, las cosas vuelven a su cauce, y en este cauce estamos. Cárdenas se apoyó
en una movilización impresionante y López Portillo no: fue todo "con el poder de
su firma". Con esto no quiero quitar ninguna importancia a la nacionalización de la
banca sino ubicarla realistamente. Cuando las cosas vuelven a su cauce, se
continúa la tendencia central: el ascenso del capital financiero.
Agustín Legorreta
Carlos Abedrop
José Manuel Quijano: Quisiera referirme a la idea de Gilly sobre el ascenso del
capital financiero. En 1982 el grado de vinculación entre el capital bancario y el
capital industrial, en México, era bastante precario, muy incipiente y dificilmente
podría interpretarse como capital financiero, por lo menos en su sentido clásico.
No me parece adecuado razonar en estos términos para entender esta sociedad,
tal vez sirva para entender el caso alemán o el japonés, pero me parece exagerado
para el caso de México y para otros países latinoamericanos. Tampoco me parece
que uno pueda llegar a la conclusión de que hay un capital total que se comanda
de una manera o de otra y que su necesidad de sanearse fue a dar a la
nacionalización de la banca. Esta nacionalización no puede explicarse sin su
elemento político, que va a dar a la sensación de que el gobierno estaba en jaque.
Todos recordamos lo que fue 1982, que empezó con la devaluación en febrero, y
cómo la política económica que impulsaba el propio Estado fue un instrumento que
se utilizó para fomentar la especulación monetaria. Se volvió imposible manejar el
aparato con la política económica del país porque había fuerzas que
contrarrestaban continuamente los propósitos del gobierno. Por otra parte,
tampoco me convence la otra hipótesis: los banqueros se desprenden de los
bancos porque ya no les conviene tenerlos. Es cierto que si uno analiza a países
como Chile o Argentina entre 1980 y 1983, lo que hay aquí son bancos quebrados
y el gobierno tiene que meter dinero para sacarlos a flote: los banqueros están
traspasando pasivos y quedándose con activos, se quedan con la banca de
inversión y le pasan las deudas al Estado. Este no es el caso de México y no
explicaría la nacionalización de la banca. Por último, me surge otra duda sobre "la
nueva reforma de desarrollo industrial". Yo lo que veo es que para los años 80
está muy comprometido el desarrollo industrial en América Latina. En el mejor de
los casos hay tasas de crecimiento previstas y modestas, hay proyectos de
exportación de manufacturas que son, esencialmente, proyectos para mejorar la
balanza comercial y poder hacer frente al servicio de la deuda pero yo no veo que
de ahí pueda desprenderse una nueva forma de desarrollo industrial en México.
Además, en el supuesto de que hubiera una nueva forma de desarrollo industrial a
partir de exportaciones, esto pendería de un hilo: que la economía norteamericana
siguiera absorbiendo productos de Brasil, de México, de los tres o cuatro grandes
países latinoamericanos, a costa de un déficit comercial creciente -y podríamos
vaticinar: casi insostenible- de la propia economía norteamericana en el mediano
plazo. Cuando Brasil juega todas sus cartas en la exportación a Estados Unidos
para pagar su deuda, está moviéndose en el filo de la navaja. En cualquier
momento se quiebra el proyecto industrial volcado a la exportación y se quiebra
también el pago de la deuda. Los empresarios no son tontos: en Brasil y en México
difícilmente pueden encontrarse inversiones para la exportación. Lo que hacen los
industriales es que, si el mercado no absorbe lo que producen, destinan parte de
eso a la exportación. El caso más claro es la siderúrgica, que por cierto es de
inversión estatal. Cuando baja notablemente la demanda interna tratan de colocar
una parte en Estados Unidos. Pero muy pocos están invirtiendo en América Latina
en los proyectos de exportación.
Adolfo Gilly: Yo no digo que el capital abra ese camino: yo digo que este gobierno
(es algo incluso expresado en cifras y en varios discursos del Presidente) proyecta
un modelo de desarrollo que se basa en el aumento de las exportaciones
industriales. Y en el Plan 1982-1988 es serio el llamado permanente te a las
inversiones extranjeras. De acuerdo: para eso hace falta salir de la crisis, hace
falta que el capital quiera vernir y que se cumplan otras condiciones. Pero el
proyecto ahí está.
José Manuel Quijano: Claro que existe un proyecto; lo que tratamos de hacer aquí
es indagar sobre la viabilidad de ese proyecto. El hecho es que en todos los países
latinoamericanos la crisis obliga a comprar el proyecto de redespliegue industrial; y
como estos países tienen que pagar la deuda -un servicio de deuda que es de
once, doce o trece mil millones de dólares al año en Brasil y México- entonces
compramos el proyecto de redespliegue, porque si no nos dejan hacer ciertas
actividades industriales y exportar productos, sencillamente no pagamos. Si eso es
viable o no, lo primero que puede decirse es que tiene graves dificultades. Hasta la
fecha no tengo noticias de que alguien invierta por ese proyecto o que invierta de
una manera masiva hacia un redespliegue industrial. No es casualidad que siga
habiendo fuga de capitales, ni que la inversión privada no se reactive ni siquiera en
Estados Unidos. Todo el modelo de expansión norteamericano que conocemos hoy
está creciendo al 7 o al 8% y es, curiosamente, sin inversión privada; todo es
gasto público y consumo. Ni en país desarrollado ni en país subdesarrollado se
está invirtiendo un centavo en este momento. Optan por meter el dinero al sistema
bancario: ahí les dan el 12, el 13 o el 14% dependiendo de lo que coloquen en
Estados Unidos. Es más seguro hacer la inversión financiera y entonces viene la
típica sustitución, keynesiana por cierto, del activo real por el activo financiero, y la
gente se está yendo al activo financiero. Eso no es salir de una crisis. Y eso no le
da, en principio al menos, viabilidad a un proyecto de expansión a partir del
crecimiento de manufacturas. Este sería mi juicio coyuntural al respecto. Por
último, habría que dudar también de una ruptura entre el sector público y el
privado. Esa ruptura es entre el sector público y el sector exbanquero. Lo que
ocurre económicamente es que los industriales y empresarios responden según las
expectativas del mercado; y como ahora las expectativas de inversión son muy
bajas y negras, ya no invierten. Si las expectativas cambiaran, esos señores
invertirían. Si cambiara la rentabilidad a cinco años de plazo, en el sector privado
no habría una reacción necesariamente negativa. Yo no creo que esto de "la
confianza" del sector privado sea algo tan decisivo como se dice. El sector privado
invierte cuando cree que saca rentabilidad, salvo en casos extremos como en el
Chile de Allende, donde hubo un complot. No es el caso de México ni de Brasil, no
es el caso de la mayoría de los países latinoamericanos. No creo en esa ruptura. Lo
que tiene ahora el sector privado es una racionalidad de que la inversión no es
rentable.
Carlos Tello: Por supuesto que se invierte para ganar y la palabra confianza, más
que cualquier otra cosa, entraña aquí estar dispuesto a asumir un riesgo para
obtener una tasa de ganancia.
Carlos Tello: Yo diría que entró en crisis desde junio de 1981, sobre todo a raíz de
la decisión de bajar el precio del petróleo, que provocó la estampida de capitales
en el segundo semestre de 1981, una estampida que se acercó a nueve mil
millones de dólares.
José Carreño Carlón: Sí, y podría irse más atrás y decir que ese sistema ya había
hecho agua en 1975 y 1976, estaba muy despostillado. Pero en 1982 la ruptura ya
era cuestión de vida o muerte. El sistema político mexicano siempre ha tenido un
instinto de estabilidad, que ahora parece orientarse hacia la búsqueda de un
equilibrio. Puede ser que en el proyecto posterior a septiembre de 1982 haya la
propuesta de un nuevo desarrollo industrial con las características que se desea. A
mí me importa subrayar ahora que la nacionalización ha dejado de manifiesto, en
lo que ha pasado de entonces para acá, la necesidad de buscar nuevas formas de
concertación política. Se busca concertación con ese factor de la economía que
quedó desplazado y herido, tocado. Algunas medidas de diciembre de 1983 para
acá pueden explicarse por esa búsqueda de concertación política. Y sobre la
implicación partidista, quiero decir que el PAN surge precisamente en 1939, a raíz
de la expropiación petrolera, y decae significativamente en el alemanismo cuando
se abren paso el pacto de conciliación y ese sistema de toma de decisiones, en que
la derecha y el sector privado ya no requieren sus recursos políticos propios, ya no
requieren partidos propios porque tienen su propia vía de concertación. Ahora
resurgen porque al no confiar en el acuerdo burocrático cupular, la derecha decide
contar con sus propios recursos políticos y decide activar también su alianza con el
imperialismo. No se trata de meterse en los chismes de Gavin y sus relaciones con
el PAN, pero los signos externos son muy importantes. Ahí está la imagen del
presidente panista de Hermosillo junto al arzobispo Quintero Arce recibiendo en la
escalinata del avión al embajador de los Estados Unidos. Parece una imagen de un
país como Honduras, no de México. Estos signos externos apuntan también a las
elecciones de 1985. El empresariado político y el intervencionismo estadunidense
dicen con estos signos: "aquí están mis fuerzas, mis aliados, estoy con ellos y voy
a cuidar que les respeten sus votos". Y todo esto es secuela de la ruptura, no
resuelta, que se expresó el lo. de septiembre de 1982.
Arturo Warman: Pero los que sostienen la hipótesis de que se rompió la vía
anterior de concertación política, tendrían que explicarnos por qué tenemos una
derecha tan democrática y civilizada, que no escogió el camino del golpe de Estado
o de la desestabilización. Sería algo bastante excepcional. Si esa vía está
definitivamente rota, y es algo que yo pongo en duda, habría que preguntarse por
qué la derecha opta y se lanza por la democracia. Sería un caso único en la
historia.
José Manuel Quijano: Por confianza yo me refería a otra cosa. A esa especie de
chantaje continuo a que está sometido no sólo el gobierno de México sino de otros
países latinoamericanos: se restaura la confianza o no hay inversión. La creencia
de que dar confianza es un camino para recuperar la inversión privada me parece
una creencia errónea. En México la inversión del sector privado está mucho más
determinada por una racionalidad económica, y por las expectativas de ganancia
que por la confianza chantajista que buscan y que consiste continuamente en
obtener concesiones. Podrán hacerse todas estas concesiones, pero no habrá
inversión sencillamente porque no hay condiciones para que la haya. Ahora, sobre
la ruptura de la concertación hay dos cosas diferentes: una es la concertación
tradicional con que la economía funcionaba, y otra es el proyecto de desarrollo que
está más allá de la confianza y la concesión fiscal y que se vincula a la concepción
monetarista de cómo deben funcionar la política y la economía en este mundo.
Donde el mercado es todo: no sólo racionalidad económica sino política e incluso
social. Confianza no quiere decir dar un estímulo fiscal o, simplemente,
deducciones de impuestos; confianza quiere decir desarticular el aparato del
Estado para instalar, de aquí en adelante, otra relación de fuerzas en la economía,
la política y la sociedad.
Carlos Pereyra: Por un lado, que una medida sea nacional y popular no quiere
decir que sea democrática. Estas tres cosas no van, simétricamente, en el mismo
sentido. Y por otro lado, en pocos países, cuando se argumenta que algo es
antidemocrático, se respondería que es legal. Es evidente que lo antidemocrático
no se opone a lo legal, y yo no tengo la menor duda sobre la legalidad de la
medida nacionalizadora.
José Blanco: Si se habla en términos abstractos, no se puede decir que lo legal sea
democrático; pero de la legalidad de que se habla aquí es una legalidad específica
y concreta. Una Constitución que tiene un proceso y un resultado histórico y una
participación de masas. Ahora, incluso en términos abstractos, podría aceptarse
que la medida nacionalizadora de la banca no fue democrática, pero decir que fue
antidemocrática es llevar el formalismo demasiado lejos.
Adolfo Gilly: Para retomar lo anterior y cerrar, puede decirse que en lo sucesivo
cualquier medida progresista, para tener sustento y seguir adelante, deberá contar
ineludiblemente con la componente democrática y participativa, tanto en el
aspecto social como en el jurídico legal. Lo conecto con esto: la tendencia que
dentro del gobierno quería ir más lejos con la nacionalización, -la de Carlos Tello,
para darle un nombre, a la cual llamo utópica porque creo que no se daba ni veía
los medios de sus fines-, es una tendencia que volverá bajo otras formas en
nuevas condiciones por venir. Considero que el proyecto nacionalizador de Carlos
Tello no es exactamente el mismo que el de José López Portillo, aunque hayan
colaborado juntos en la nacionalización de septiembre de 1982. El de López Portillo
era un proyecto pragmático, un saneamiento drástico ante una crisis que se
tornaba incontrolable para el Estado; el otro, el que Tello asumió quería
proyectarse más allá de la crisis hacia el futuro. Llegó hasta ahí en la
nacionalización de la banca, y se quedó en la banca que quedó. Pero, frente a la
expansión del capital financiero, tendrá que retomarse con otros componentes,
otras fuerzas sociales y en otras coyunturas todavía no visibles. Se trata de otro
futuro y otro proyecto de país.
01/03/1984
La democracia suspendida
Carlos Pereyra..
Nadie hubiera podido prever a finales del siglo XIX y comienzos de éste, las
excepcionales dificultades que se levantarían como obstáculos entorpecedores en
el desenvolvimiento de la tendencia histórica orientada a la restructuración
democrática y socialista del mundo contemporáneo. El obstáculo menos previsible
de todos era el que emergería de la formación social en las que cristalizaron las
rupturas anticapitalistas ocurridas en diversos países del orbe, el llamado
socialismo real. En efecto, a la vuelta del siglo a nadie se le hubiera ocurrido
disociar proyecto socialista y programa de democratización social. No es casualidad
que los primeros agrupamientos políticos en los que se concretó la mencionada
tendencia histórica se conocieran con el nombre de socialdemocracia. Para todos
era evidente que el socialismo no sería sino la democracia llevada hasta sus
últimas consecuencias y que la eliminación de la propiedad privada es sólo un
aspecto de un proceso más amplio ocurrido casi todo el siglo XX, sin embargo,
socialismo y democracia han terminado por ser vocablos excluyentes. El socialismo
real, con su pretensión de ser la realidad del socialismo, aparece como la
confirmación cotidiana de esta contradicción. Frente a la prueba brutal de los
hechos en el socialismo real, ¿cómo sostener que al socialismo le es ajena la
eliminación del pensamiento crítico, el sofocamiento de la sociedad civil, la
cancelación del pluralismo ideológico y político, la anulación del libre debate de
ideas, la subordinación al partido de los sindicatos y demás organismos sociales...
en fin, la negación de la democracia?
En los países del campo socialista el centralismo ahogó el libre debate interno en el
partido, pero otros elementos teóricos han intervenido para inhibir, además, la
formación y despliegue de una vigorosa sociedad civil. La idea, por ejemplo, de
que el partido es expresión o representación de la clase, está en el origen del
apabullamiento de los aparatos sindicales y demás formas de organización social.
En tanto el partido se presenta a sí mismo como expresión de la clase la actuación
de ésta (y del pueblo en su conjunto) es sustituida por la actividad del supuesto
partido-representante. Toda la iniciativa política queda reducida a la que emana de
la dirección partidaria, esta concepción desemboca en la hostilidad a cualquier
perspectiva ideológica distinta a la oficial pues fuera de los horizontes establecidos
por el partido todo es catalogado como ideología burguesa. No es extraño si para
preservar la unidad sin fisuras en tales condiciones, se vuelve imprescindible lograr
la más amplia desinformación de la sociedad mediante el control riguroso de la
producción discursiva.
La izquierda de los países capitalistas ha tenido que recorrer un largo camino para
estar en posibilidad de apreciar en forma crítica lo que sucede en el socialismo
real. Esa distancia ha sido cubierta de manera desigual por los diferentes
segmentos de la izquierda en los diversos países del mundo occidental. Era natural
y previsible que las rupturas anticapitalistas recabarían de modo inmediato y
automático la adhesión entusiasta e incondicional de parte de quienes en el resto
del mundo pugnaban por rupturas semejantes. Ese apoyo solidario no podía
desaparecer, por supuesto, de la noche a la mañana y menos cuando las visiones
críticas eran impulsadas casi siempre por quienes no tenían otra finalidad que
mantener la forma capitalista de organización social. En efecto, la idea falsa de
que toda evaluación crítica de la experiencia histórica del socialismo real es una
simple modalidad del pensamiento anticomunista, arraigó en círculos de izquierda
no sólo por las inclinaciones dogmáticas que éstos desarrollaron, sino también por
la reiterada comprobación de que con frecuencia se trataba más bien de fortalecer
la defensa del orden constituido. Todavía hoy la derecha ilustrada de nuestro país
(para no hablar ya de los sectores empresariales y de los publicistas reaccionarios),
a la vez que se muestre altamente preocupada por la falta de democracia en el
campo socialista, se siente obligada a formular juicios ridículos como, por ejemplo,
que íEstados Unidos no es una potencia militarista! En otras palabras, dado que la
derecha de los países capitalistas se desentiende de las perspectivas democráticas
en sus respectivas sociedades y está atenta sólo a la negación de la democracia allí
donde se ha eliminado la propiedad privada, contribuye a reforzar la identificación
que la izquierda primaria suele establecer entre defensa del capital y defensa de la
democracia. El discurso democrático pierde credibilidad por las numerosas veces
en que es formulado por quienes a la vez promueven mecanismos despóticos para
la reproducción de los privilegios vigentes.
01/09/1983
Carlos Pereyra.
Las crisis son síntoma inequívoco de las dificultades que un sistema tiene para
funcionar. Puede tratarse de dificultades removibles con cierta facilidad o de
impedimentos sustanciales inscritos en el corazón mismo del sistema. En el
vocabulario al uso, estas dos modalidades se distinguen con las expresiones crisis
coyuntural y crisis estructural. Los responsables de garantizar el funcionamiento
adecuado del sistema y, por tanto, su reproducción, tienden a negar la existencia
de dificultades aunque éstas puedan ser documentadas con amplitud inclusive en
análisis poco rigurosos, hasta llegado el punto en que su abrumadora presencia es
inocultable. Aún entonces, esos responsables (es decir, el grupo gobernante),
procuran hacer pasar toda crisis como meramente coyuntural. Si los traspiés del
sistema se vuelven demasiado severos, el grupo que posee el poder político
aceptará de palabra que se vive una crisis estructural, pero en los hechos se
esforzará por restablecer el funcionamiento del sistema con el menor número
posible de modificaciones y, en todo caso, se mantendrá dentro del campo de
variaciones que el mismo sistema admite.
Una política para la crisis sólo merece ese nombre si se propone la restructuración
del esquema de relaciones sociales y de los mecanismos de inserción de la
economía mexicana en el sistema mundial, es decir, si se apoya en un proyecto
nacional que abra nuevas perspectivas de vida para todos los mexicanos. Ello
significa una política agraria que, de una vez por todas, se plantee algo más que
seguir sobrellevando la agonía del sistema ejidal, una política de industrialización
que no prescinda del mercado interno potencial. Un país petroexportador en el que
entran alrededor de 15 mil millones de dólares anuales por venta de hidrocarburos
no debiera tener dificultades en el sector externo. Esas divisas (volatilizadas hoy
por el servicio de la deuda) bastarían para integrar la planta industrial e impulsar
procesos productivos orientados al mercado interno que permitirían un desarrollo
endógeno y autosostenido. Colocar las inversiones extranjeras y las exportaciones
en el centro de una estrategia anti-crisis equivale a sustituir el proyecto nacional
por el despliegue de la integración excluyente.
Ahora bien, una restructuración del sistema de relaciones sociales no podrá ser
resultado de la iniciativa gubernamental, sino del esfuerzo concertado de todos los
grupos sociales. Lo más alarmante de la situación que vive el país es el
desconcierto y confusión que parecen recorrer la sociedad de arriba abajo. Los
organismos de masas encuadrados en el partido oficial están casi borrados por una
parálisis que impide formular augurios optimistas. Los sectores medios han sido
llevados a un antigobiernismo ramplón, como lo muestra el auge de la derecha
panista no obstante carecer de un proyecto político propio. La izquierda organizada
no logra articular una alternativa popular y a veces se guía más por la lógica del
enfrentamiento que por una táctica capaz de ampliar su capacidad de convocatoria
y marco de influencia. No puede subestimarse el peligro de que la crisis
desemboque en mayor desintegración social.
01/12/1982
Carlos Pereyra.
El tardío crecimiento capitalista del país no pudo evitar -como en las restantes
sociedades periféricas- su progresiva subordinación a las metrópolis centrales del
sistema mundial; sin embargo, el contenido nacional del Estado mexicano hizo
posible, por ejemplo, la expropiación petrolera y una política exterior
independiente. La consolidación de formas capitalistas de producción ha integrado
el campo a su circuito, pero no ha significado la desaparición de los sistemas ejidal
y comunal. La creciente articulación de grupo gobernante y clases propietarias no
se ha traducido en una ruptura de las ligas entre sistema de gobierno y
organismos sociales mayoritarios. La acumulación y concentración del capital
privado avanzan con ritmo acelerado y, no obstante, el 1o. de septiembre el
ejecutivo pudo asestar un severo golpe a la oligarquía financiera. El notorio
alejamiento del grupo gobernante de sus raíces populares constituye una
tendencia que, a pesar de todo, no cristaliza en cifras electorales opuestas al
partido oficial. El sistema de gobierno encuentra en la ausencia de un pleno
funcionamiento democrático un factor de subsistencia, pero ello no evitó la
reforma política ni la transformación de los medios impresos de comunicación en
lugares de discusión plural.
La reforma posible
Las medidas del 1o. de septiembre parecerían mostrar que el Estado mantiene una
reserva ideológico-política suficiente para intentar el reordenamiento de la
economía y, en efecto, la expropiación de la banca le confiere al sector público el
más poderoso instrumento para canalizar la asignación de recurso en forma
distinta a la que prevalece hasta el momento. Sin embargo, no puede dejarse de
lado el hecho de que la decisión expropiatoria fue adoptada a contrapelo de las
fórmulas ideológicas que han logrado imperar en el aparato estatal. Fue la decisión
de una minoría en el gobierno, que pudo aprovechar situación catastrófica
generada por el movimiento especulativo del capital. Baste recordar que el
librecambismo, elevado por las autoridades a máxima universal, solo fue
abandonado cuando el saqueo de divisas dejó prácticamente en cero al erario. No
se trata, por supuesto, de sugerir, a la manera del izquierdismo elemental, que la
expropiación de la banca fue resultado simple de la lógica misma de acumulación
capitalista. Ninguna necesidad económica impone, por sí misma, una decisión
política. Las circunstancias económicas en cuanto tales no habrían conducido al 1o.
de septiembre,Estado no quedara huella del contenido nacional-popular que está
en el origen de la formación del poder político en México.
Los titubeos gubernamentales posteriores al 1o. de septiembre son indicadores
suficientes, sin embargo, para sospechar que el Estado fuerte, por sí mismo, a
pesar de que guarda energía histórica para decidir algo de la trascendencia que
tiene la expropiación bancaria, carece de la homogeneidad indispensable para
llevar hasta sus últimas consecuencias el proceso desatado con tal decisión. Es
sorprendente la velocidad con que el sistema de gobierno derrochó el capital
político ganado el 1o. de septiembre. Ello no se debe sólo a la parálisis
gubernamental característica de los periodos de sucesión presidencial, sino que
deriva del arrinconamiento en que se encuentra el componente nacional-popular,
casi aplastado por el vigor del desarrollismo excluyente. Así como expropiación
bancaria y control de cambios no fueron corolario natural de la política económica
anterior, sino un poco de cal en medio de un mar de arena, así también los
funcionarios públicos comprometidos con el sentido de esas medidas son tan
difíciles de encontrar como agujas en un pajar.
El nuevo gobierno
Hubo alguna vez un dirigente nacional del PRI llamado Carlos Sansores Pérez, un
líder el Senado de nombre Joaquín Gamboa Pascoe, un secretario de Reforma
Agraria Antonio Toledo Corro y un regente capitalino Carlos Hank Gonzáles
No se requiere sensibilidad muy fina para advertir hasta qué punto está electrizada
la atmósfera social en que se da la sucesión presidencial. Como ha ocurrido otras
veces en la historia reciente del país, las clases propietarias se revuelven
indignadas por ciertas decisiones gubernamentales. Si bien no es inédita la
hostilidad empresarial al poder político, ese resentimiento nunca antes había
encarnado en grupos sociales con el poder económico que ahora tienen, a pesar
de la expropiación bancaria. Sobre todo, nunca antes el encono había sido
motivado por iniciativas que involucran una zona tan neurálgica para la
acumulación capitalista. En efecto, no es lo mismo afectar al latifundismo
anacrónico que enfrentar a la oligarquía financiera, es decir, a la fracción dirigente
del bloque dominante. Pero no se trata sólo de la reacción colérica de las clases
propietarias, sino también de su capacidad para arrastrar detrás a los sectores
medios y, en particular, a sus capas privilegiadas, cuya susceptibilidad política fue
despertada por la crisis económica. La corrupción generalizada de los funcionarios
públicos abre un flanco inmenso por el cual las clases propietarias acumulan
puntos a su favor en la lucha ideológica con el gobierno. Todo ocurre para buena
parte de los sectores medios como si la corrupción fuera causa decisiva de la crisis;
el funcionamiento estructural de la economía queda oculto y el gobierno aparece a
sus ojos como culpable identificado. No se ha reflexionado de manera suficiente en
qué medida la corrupción priísta ha estimulado el fortalecimiento de la derecha
mexicana.
El gobierno entrante recibe un aparato estatal fortalecido por el control directo del
instrumental bancario. Ahora es posible, como nunca antes, programar la
asignación de recursos desde una perspectiva nacional y popular. El grupo de
presión con mayor capacidad para imponer sus intereses fue quitado de en medio.
No es evidente de suyo, sin embargo, que se dan las condiciones ideológicas en el
grupo priísta gobernante para desplegar una política económica en dirección
contraria a la que caracterizó su comportamiento en los últimos 40 años. El
fortalecimiento del Estado no es, quién lo duda, garantía de cambio. No se trata,
por supuesto, de pugnar por el debilitamiento del Estado, como pretenden de
manera abierta la derecha empresarial y en forma taimada la derecha ilustrada, las
cuales acaban de descubrir la existencia de la sociedad civil y la conveniencia de
vigorizarla. La relación entre Estado y sociedad civil no es un juego-suma-cero,
donde el fortalecimiento de uno implique el debilitamiento de la otra y viceversa.
En una sociedad dividida en clases, la sociedad civil (es decir, el conjunto de
instituciones y organismos -sindicatos, partidos, agrupaciones profesionales,
cámaras, confederaciones, medios de comunicación, centros culturales, etc.- a
través de los cuales los grupos sociales organizan su participación en la vida
pública) se encuentra también dividida, es obvio, en dos grandes polos. Quienes
ahora pugnan desde la derecha por el fortalecimiento de la sociedad civil y el
debilitamiento del Estado, lo hacen bajo la preocupación no del autoritarismo
estatal sino de que el comportamiento de este aparato escape a su influencia
exclusiva.
Cuando las inquietudes por la fuerza del Estado tienen su origen en la expropiación
bancaria, por ejemplo, y no en el sistema corporativo que ahoga a los organismos
sociales, no es difícil comprender el sentido de tales inquietudes. Que no vengan
los tardíos descubridores de la sociedad civil a manipular el fantasma de la falsa
identidad Estado fuerte=totalitarismo. Lo que hace falta en México es democratizar
al Estado, no debilitarlo. Un Estado fuerte no es necesariamente un estado
autoritario; nada impide constituir un Estado fuerte y democrático. De igual modo,
hace falta el fortalecimiento del polo dominado de la sociedad civil y no el
fortalecimiento tout court de ésta. No es la tonificación de Televisa y el Consejo
Coordinador Empresarial, por ejemplo, lo que permitirá a la sociedad mexicana
salir de la crisis y eliminar las condiciones estructurales que condujeron a ella,
como tampoco permitirá avanzar en el proceso de democratización. Mejor
distribución de la riqueza y mayor democracia no serán frutos de los promotores
de México en la libertad, ni de la dinámica propia de los gobernantes, sino de la
capacidad del polo dominado de la sociedad civil para imponer una reorientación
global de la cosa pública en México.
01/09/1982
Sobre la democracia
Carlos Pereyra.
La experiencia histórica de los países donde los grupos gobernantes dirigen la cosa
pública en nombre de un proyecto socialista muestra que tampoco hay conexión
necesaria entre estatización de los medios de producción y democracia. Por el
contrario, la experiencia del llamado socialismo real indica la incompatibilidad plena
de tal estatización con el mínimo funcionamiento de formas y mecanismos
democráticos de control del poder político.
El término socialismo real tiene una inadmisible connotación que obliga a quienes
se le oponen críticamente a colocarse en la óptica de un libresco socialismo ideal o,
según las ridículas pretensiones del dogmatismo, a identificarse objetivamente con
la ideología burguesa antisoviética.
V. POSCAPITALISMO Y SOCIALISMO
La idea de que las clases sociales son sujetos ya constituidos de los cuales emanan
teorías, partidos, formas de organización del poder político, etc. (habría que pensar
en las expresiones Estado burgués, revolución burguesa, democracia burguesa,
ciencia burguesa, arte burgués, nacionalismo burgués, partido de la burguesía y en
las expresiones simétricas Estado Proletario, revolución proletaria, democracia
proletaria, ciencia proletaria, arte proletario, nacionalismo proletario, partido de la
clase obrera), tiende a cercenar el ámbito de la política en la medida en que
supone ya conformado y resuelto lo que en rigor constituye un proceso histórico.
La tesis del partido-vanguardia ha sido otro postulado teórico que facilita el
fenómeno de la burocratización. Enfrentadas las fuerzas revolucionarias a la doble
tarea de conquistar el poder político y transformar las relaciones sociales, objetivos
articulados pero que no constituyen una y la misma cosa, esa tesis ha privilegiado
la formación de un cuerpo cerrado que procura concentrar en sí mismo la
producción política de las masas y tiende a desconocer la pluralidad del
movimiento social. Ahora bien, la transformación profunda de las relaciones
sociales no será nunca obra de una vanguardia que dirige al conjunto de la
sociedad por un camino que ella conoce de antemano, iluminada por un saber
verdadero-de-una-vez-para-siempre. La transformación y democratización de las
relaciones sociales sólo puede ser obra de las fuerzas sociales, donde los partidos
juegan un papel organizador insustituible.
Sólo hay una alternativa: o estas fuerzas sociales actúan en un marco de libertades
políticas, pluralidad orgánica sindical y partidaria, libre debate de ideas y abierta
producción cultural que permita la transformación democrática de la estructura
social, o la toma del poder político por la vanguardia apenas conduce a la
estatización de los medios de producción y a la negación de la democracia o, lo
que es igual, del socialismo. El proyecto socialista implica socialización de la
economía y del poder político no, como ocurre en el poscapitalismo, estatización
de la sociedad.
Hay que insistir en que la clase obrera y las demás clases dominadas no son, por
efecto de quién sabe qué efectos mágicos del modo capitalista de producción, un
sujeto socialista ya constituido. Son fuerzas sociales con potencialidad para
convertirse en fuerza política transformadora, pero esa potencialidad sólo puede
desplegarse en espacios democráticos ganados antes y después de la toma del
poder. "Es de la confrontación con mundos ideológicos, culturales y políticos
diversos y antagónicos de donde el sujeto popular se nutre para poder desarrollar
su alternativa" (Moulian). Democratización y socialización son dos caras de un
mismo y único proceso.
01/01/1982
Carlos Pereyra.
I. REDUCCIONISMO SOCIOLOGISTA
En siglo y medio de desarrollo de la teoría socialista se ha construido un dispositivo
conceptual donde, sin ninguna duda, los mayores esfuerzos han sido dedicados a
pensar el carácter de las relaciones de producción y los cambios ocurridos en las
formas específicas de funcionamiento del modo de producción capitalista. No hay
una preocupación teórica equivalente orientada a pensar la naturaleza de las
relaciones políticas y las transformaciones habidas en las instituciones en las que
se condensa este tipo de relaciones: Estado y partidos políticos. Desde los orígenes
del pensamiento socialista, el eje constituido por las formas económicas ha sido
predominante en los intentos de considerar' los mecanismos de articulación entre
Estado y sociedad, fuerzas políticas y fuerzas sociales, sociedad política y sociedad
civil. No obstante, también desde las primeras etapas de la formación de esa teoría
se dio una reacción contra la tendencia economicista -muy arraigada en su
interior- que impide pensar la politicidad de lo político en la medida en que
disuelve este momento hasta reducirlo a mera expresión fenoménica de la
estructura económica.
El papel que pueden desempeñar los partidos políticos, es obvio, está en función
de su base social efectiva: el campo de posibilidades de una fuerza política
organizada se encuentra delimitado por sus nexos con sectores específicos de la
sociedad. Sin embargo, como señaló Lenin, "la división en clases es por cierto la
base más profunda del agrupamiento político; ella es quien, en última instancia
determina ese agrupamiento... pero esta última instancia la establece la lucha
política solamente".(2) Es preciso introducir en este asunto reflexiones semejantes
a las que se han elaborado para esclarecer el significado de la tesis engelsiana
respecto al carácter determinante en última instancia de la estructura económica.
En efecto, en ninguno de los dos casos la última instancia refiere a una causalidad
lineal ni a una relación expresiva. La base social de un partido es determinante de
la actuación de éste, pero ello no elimina el hecho de que su ubicación en el juego
complejo de relaciones del sistema político decide inclusive sus posibilidades reales
de conectarse con tal o cual base social. Resulta simplista y errónea la reducción
directa y cabal de las fuerzas políticas presentes en la sociedad a la estructura
clasista en la que aquéllas se insertan.
Ciertos pasajes de Marx han dado apoyo a la tradición espontaneista para la cual
no hay solución de continuidad entre proletariado y partido revolucionario, como si
el partido fuera reflejo directo e inmediato de la clase. El lugar objetivo de la clase
obrera en las relaciones de producción y la base material de la práctica de clase
dada por su posición en el sistema social, generan la tendencia de esta clase a
conformarse como agente revolucionario. En algunos trabajos (Salario, precio y
ganancia, por ejemplo) Marx muestra en qué medida la lucha sindical es
consecuencia necesaria del impacto negativo que tienen los cambios tecnológicos
en la participación del salario en el producto social, y muestra también los límites
de esa lucha sindical para conducir a la transformación revolucionaria de la
sociedad; de ahí la tendencia del proletariado a plantearse la cuestión del poder
político y, por tanto, formas orgánicas diferentes de las sindicales. No hay, sin
embargo, ninguna inevitabilidad que garantice la realización efectiva de esa
tendencia. Si bien la conciencia revolucionaria sólo puede surgir en el ámbito de la
lucha de clases (y no es un elemento importado desde fuera, como pretenderá
más tarde Lenin en ¿Qué hacer? siguiendo a Kautsky y a Lasalle), es igualmente
cierto que nada garantiza el tránsito inevitable de la lucha social a la disputa del
poder político. La historia del siglo veinte ha confirmado que la difusión del
pensamiento socialista tiene que ver con circunstancias sociales, políticas y
culturales complejas y no es resultado natural e inevitable de la lucha de clases.
En la literatura socialista son más frecuentes, tal vez, las referencias de orden
especulativo en las que se enuncia de manera normativa lo que debe ser el
partido, explicitando la connotación abstracta de ese concepto, que los análisis
concretos de la forma partido a partir de las peculiaridades de los partidos
realmente existentes. En esas consideraciones especulativas el partido aparece, en
virtud de una concepción fetichizada de tesis leninistas sostenidas en una
coyuntura particular de la historia rusa, como el depositario de la conciencia
revolucionaria que supuestamente la clase obrera no puede elaborar por sí misma,
como la vanguardia consciente que supera las limitaciones inmediatas de la clase.
Se establece así la dicotomía entre partido revolucionario y clase aplastada por el
peso de la ideología dominante, es decir, la contraposición característica de la
tradición iluminista, tantas veces criticada con razón, entre una minoría esclarecida
por el saber y una masa incapaz de emanciparse por sí misma de su situación de
sometimiento económico, político e ideológico, la cual tiene que ser dirigida por
aquella minoría. Tal dicotomía tiene su origen en la convicción-carente de
fundamento y desmentida por los hechos- de que el proletariado no puede ir más
allá, librado a su propia iniciativa, del ámbito de las reivindicaciones económicas.
Tanto si reconoce de manera mitológica a las masas la posibilidad de constituirse,
ellas mismas, en sujeto político, como si se defiende la concepción según la cual la
minoría consciente, es decir, el partido-vanguardia, es un desprendimiento
orgánico de la clase obrera, se permanece en la misma problemática delimitada
por la identificación de agentes sociales y agentes políticos. En Lenin hay un
sugerente rechazo de esta identificación y, en contrapartida, la aceptación de la
tesis de que la organización partidaria es externa al movimiento de la clase.
Lamentablemente, sin embargo, esa tesis estuvo acompañada de dos
planteamientos insostenibles: a) el proletariado no puede acceder a la conciencia
socialista sin aporte externo; b) la práctica de clase, en cuanto tal, carece de
dimensión política. No obstante, nada obliga a mantener aquella tesis junto con
estos planteamientos. Puede admitirse que la iniciativa de las masas no permanece
necesariamente en el tradeunionismo e, incluso, que el movimiento social posee
una significación política más o menos profunda sin, por ello, abandonar la tesis de
la exterioridad del partido respecto a la clase.
Puede señalarse como una peculiaridad del capitalismo maduro la expansión del
Estado, el cual se inserta en las formas de organización de la sociedad, ocupando
progresivamente aspectos y núcleos de la vida civil que, de esta manera, modifican
sus nexos con la política. Como anota Bígamo de Giovanni, "la difusión del Estado
en la sociedad civil constituye una dimensión que cambia la relación entre el
Estado y las masas, quebrando en una delicadísima coyuntura el antiguo carácter
`separado' de la política".(5) Hay un nuevo modo en que lo político se relaciona
con lo social, generado por la creciente complejidad en la reproducción de la
sociedad, en virtud del cual las instituciones llamadas superestructurales tienen un
peso cada vez mayor. La tesis de Marx en el sentido de que "el hombre adquiere
conciencia de las relaciones sociales en el terreno ideológico" confirma (y
acrecienta) su validez en estas condiciones donde la expansión del Estado implica
la extensión de la política a todo el proceso de reproducción del tejido social. Los
antagonismos sociales se desenvuelven en un marco estructurado alrededor de la
oposición central entre trabajo asalariado y capital, pero la reproducción del
sistema social involucra por completo la trama institucional que constituye la
sociedad civil y en la que el Estado tiene un campo de acción incomparablemente
mayor al que disponía en épocas anteriores en las que pudo desarrollarse, aunque
fuera sin fundamento, la imagen ilusoria del Estado liberal.
Notas
1. U. Cerroni: "Para una teoría del partido político". En "Teoría marxista del partido
político", p. 36. Cuadernos de Pasado y Presente, Córdoba, Argentina, 1969.
01/09/1981
Carlos Pereyra.
La lectura de la tragedia salvadoreña llevada a cabo por Gabriel Zaid (Vuelta No.
56, julio de 1981) es una magnifica muestra de que el ejercicio de leer es algo
mucho más complejo que el simple pasar la mirada por un conjunto de signos que
están ahí, con un sentido unívoco y listos para ser comprendidos por quien realiza
tal ejercicio. Cuando se trata de leer una realidad social, y todavía más en el caso
de una realidad social convulsa, la lectura no tiene delante la totalidad de las
significaciones producidas por esa realidad; los datos no hablan por sí mismos y no
tienen su significación adherida a ellos. Es, pues, el código desde el cual se realiza
la lectura lo que les confiere significado y permite una reconstrucción más o menos
profunda de la situación. Ese mismo código posibilita leer ciertos signos mientras
otros le quedan completamente inadvertidos. No es sorprendente, por tanto, que
la lectura de Gabriel Zaid, apoyada en un aparato teórico de notoria pobreza
analítica, desemboque en una escuálida interpretación de lo que ocurre en El
Salvador.
Se conoce bien el procedimiento para lograr que una hipótesis (en este caso por
demás chata y forzada) figure como conclusión fundada en los hechos mismos: se
eligen unos cuantos datos que parecen apuntalar la hipótesis y se omite cualquier
otro elemento cuya significación no corrobore esa hipótesis. Zaid hace un uso
abusivo de ese procedimiento característico de la deshonestidad intelectual: todo
el juego de su lectura se reduce, en definitiva, a dos factores: a) hoy son
miembros del Frente Democrático Revolucionario ciertos individuos que antes
pertenecieron a la junta gobernante; b) en el gobierno y en la oposición hay
quienes desconfían de las reformas: "unos creen que el reformismo es peligroso
porque lleva al comunismo, otros que es peligroso porque impide la revolución. . .
todo lo cual sucede arriba". Para que este par de datos, cuya significación se
vuelve ininteligible precisamente porque Zaid los abstrae de la totalidad social en la
que adquieren sentido, parezcan suficientes para dar cuenta de la compleja
condensación de circunstancias que hacen posible la tragedia salvadoreña, Zaid
realiza una prodigiosa tarea de silenciamiento: nada respecto a la estructura
económica del país, ni una palabra sobre la cínica intervención estadunidense,
silencio sobre el formidable tejido social en que descansa la fuerza del Frente
Farabundo Martí de Liberación Nacional, desconocimiento pleno de la historia de la
sociedad salvadoreña.
01/08/1981
La dimensión nacional
Carlos Pereyra.
Carlos Pereyra. Autor de Violencia y política (Colección Testimonios del FCE, 1974)
y Configuraciones: teoría e historia (EDICOL, 1979). Ha colaborado en Nexos en
los números 13, enero 1979, y 33 septiembre de 1980.
Está cada vez más extendido el reconocimiento de que hay una insuficiencia hasta
ahora no superada en la reflexión marxista sobre la cuestión nacional. No obstante
los numerosos y enconados debates al respecto observables en el casi siglo y
medio de historia del movimiento socialista, se está todavía muy lejos de un marco
teórico suficiente para aprehender las formas en que el momento nacional gravita
en el proceso de construcción de la hegemonía obrera. En los textos de Marx y
Engels no hay un tratamiento sistemático de la cuestión y prácticamente todas las
referencias permanecen en un plano coyuntural restringido a determinaciones
circunstanciales. En la tradición del pensamiento marxista hay más consideraciones
sobre el asunto limitadas a problemas tácticos inmediatos que no una elaboración
conceptual rigurosa orientada a fijar en serio la presencia del fenómeno nación en
el desarrollo de una ideología y una política anticapitalistas. De tal suerte, es
inobjetable la conclusión de Poulantzas: "hay que rendirse a la evidencia: no hay
una teoría marxista de la nación. Decir que hay, pese a los apasionados debates a
este propósito en el seno del movimiento obrero, subestimación de la realidad
nacional por el marxismo, es quedarse muy corto".(1)
Se conocen las consecuencias de este vacío teórico. Así, por ejemplo, la tesis
engelsiana -desmentida en breve tiempo por el curso de los acontecimientos-
acerca de los pueblos "sin historia propia", es decir, pueblos que no habiendo
conseguido crear en el pasado un vigoroso sistema estatal, estarían incapacitados
para obtener su autonomía nacional en el futuro. Igualmente infundada resultó la
apresurada caracterización marxiana de ciertas naciones como "reaccionarias" o
"contrarrevolucionarias", la cual se apoyaba en circunstancias particulares del
escenario europeo en el periodo de la revolución de 1848. La propia interpretación
usual del comportamiento nacionalista de las clases subalternas en 1914 subraya
en demasía el impacto de la ideología burguesa y omite casi por entero los efectos
en ese comportamiento de una ideología estrechamente clasista. Si tales clases
subalternas fueron colocadas con relativa facilidad bajo la bandera del
nacionalismo burgués, no fue ajena a ellos la subestimación tradicional en el
marxismo de los nexos entre proletariado y nación. Tenía razón por anticipado
Borojov cuando escribía a comienzos del siglo: "los destemplados ideólogos
clasistas ignoran los intereses nacionales que sin embargo también son
importantes para su clase. Oscurecen por ello la conciencia nacional que... no
debería ser oscurecida, puesto que tal cosa resulta perniciosa también para los
intereses de su clase".(2)
Las consecuencias más nocivas, sin embargo, de ese desplazamiento de la
dimensión nacional a un rincón apartado del campo problemático fundamental de
reflexión, se localizan en la inadecuada comprensión de la realidad sociopolítica de
los pueblos ubicados en el tercer mundo, es decir, en el capitalismo periférico
subordinado. Se ha mostrado insostenible la creencia largamente mantenida de
que el desarrollo capitalista y la consiguiente exacerbación de los antagonismos de
clase conducirían a una más o menos rápida desaparición de los problemas
nacionales. El cosmopolitismo ingenuo que acompaña con frecuencia al
internacionalismo abstracto de buena parte del pensamiento socialista se ha
convertido en un lastre para la transformación del proletariado en la fuerza
hegemónica en las sociedades dependientes. Si una revisión de la actitud marxista
exhibe la ausencia de una posición teórica definida al respecto, también es
evidente que continúan hasta nuestros días, a pesar de ciertos intentos lúcidos de
conceptualización, "la indiferencia, la incomprensión ante el problema nacional, la
negativa a abordarlo, que predominaron hasta finales del siglo XIX".(3) Un dato
revelador en este sentido es la exigua difusión otorgada a los mejores intentos
teóricos formulados en el breve lapso previo a la primera guerra mundial, cuando
esta problemática sí fue situada en el centro de la reflexión.
El carácter proteico del fenómeno obliga a un tratamiento del mismo que parta de
su comprensión como proceso: la dimensión nacional no es una realidad dada de
una vez para siempre y, por el contrario, si se presenta como uno de los
problemas sociológicos más enmarañados, ello se debe en buena medida a que en
la confrontación social jamás se puede ver en la nación un hecho definitivo y
congelado, una magnitud dada. La visión estática es, precisamente, una de las
deficiencias centrales del enfoque stalinista que tanto contribuyó, durante
decenios, a forjar el simplista esquema básico de los partidos comunistas y amplios
sectores de la izquierda. En efecto, según Stalin, "bajo las condiciones del
capitalismo ascensional, la lucha nacional es un lucha de las clases burguesas
entre sí. A veces, la burguesía consigue arrastrar al movimiento nacional al
proletariado, y entonces la lucha nacional reviste en apariencia un carácter
'popular general', pero sólo en apariencia. En su esencia, esta lucha sigue siendo
siempre una lucha burguesa, conveniente y grata principalmente para la
burguesía".(5)
CLASE Y NACIÓN
Las dificultades para incorporar la dimensión nacional como eje sustantivo del
pensamiento socialista están vinculadas al hecho de que la idea de nación surge en
la modernidad como idea esencialmente burguesa. En las primeras fases del
establecimiento de un sistema de relaciones sociales estructurado en torno al
modo de producción capitalista, las clases subalternas así como los sectores
dominantes en el orden social precapitalista carecían de provección nacional. Los
factores que presionaban en favor de la configuración de un espacio nacional
-eliminación de privilegios y particularismos, consolidación de un mercado
protegido, libre circulación de mercancías, fuerza de trabajo y capital, etc.-
correspondían de manera casi exclusiva al interés de la burguesía. El pensamiento
socialista nació, pues, en un contexto donde era evidente que la nación se formaba
a partir de las profundas transformaciones introducidas por la expansión de la
burguesía. "La burguesía moderna y la moderna nacionalidad brotaron del mismo
suelo y del desarrollo de una promovió del desarrollo de la otra".(7) Las
reivindicaciones nacionales estaban ligadas a los mecanismos en los cuales
cristalizaba el poder de clase de la burguesía.
Ahora bien, los hechos muy conocidos de que las naciones son producto de la
formación social capitalista y de que las diversas fracciones de la burguesía fueron
las portadoras originarias de la idea nacional, no convierten a la burguesía en el
sujeto de la nación ni a ésta en un instrumento o expresión ideológica del poder de
esa clase. En las precarias aproximaciones a una teoría marxista de la nación, todo
ocurre con frecuencia como si la burguesía fuera el sujeto de ésta, es decir, el
único principio determinante de su construcción. Cabe subrayar, frente a esta
interpretación, que la nación no es en ningún caso resultado de una capacidad
autónoma de iniciativas económicas, políticas e ideológicas de la burguesía. Los
acercamientos marxistas a la cuestión nacional, como ocurre en tantos otros temas
a debate en el movimiento socialista, han quedado muchas veces trabados por
fundarse en el supuesto de que hay una clase-sujeto de la historia. Es por ello
decisivo insistir con Poulantzas en que "la nación moderna no es creación de la
burguesía, sino el resultado de una relación de fuerzas entre las clases sociales
`modernas', en la cual la nación es igualmente lo que está en juego entre las
diversas clases".
Como señala Bauer, "del análisis del proceso de surgimiento de la nación moderna,
de la investigación de la fuerza que junta los miembros centrífugos, resulta el
conocimiento de que sólo las clases dominantes se vinculan en una comunidad
nacional en determinado grado de su desarrollo, o sea que tan sólo ellas son
connacionales, mientras que los estratos trabajadores del pueblo constituyen
meramente los `tributarios de la nación'.."(12) Con el desarrollo de la producción
capitalista y la creciente densidad del tejido social, esos "tributarios de la nación"
se incorporan plenamente como miembros en plenitud de la comunidad nacional
hasta no quedar, en un proceso más o menos prolongado, ningún segmento de la
sociedad fuera de tal comunidad. Todavía entonces, la nación "no es una cosa
congelada para nosotros, sino un proceso del devenir, determinado en su esencia
por las condiciones en que los seres humanos luchan por su sustento vital".(13) En
tanto relación social la nación es una realidad fluctuante: hay un proceso por el
cual los sectores sociales se incorporan a la comunidad nacional hasta lograr el
desarrollo del conjunto del pueblo en nación. En este proceso van configurando la
nación no sólo quienes participan de la cultura en construcción (aspecto subrayado
en exceso por Bauer), sino en la totalidad de la vida social. Hay también, sin
embargo, un proceso de desincorporación caracterizado por la progresiva
asociación con intereses transnacionales de las decisiones económico-políticas y de
los elementos ideológico-culturales a través de los cuales el sector monopólico de
la clase dominante realiza esa participación.
Las interminables discusiones en el pasado reciente sobre el papel de la burguesía
nacional no siempre estuvieron claramente referidas a la tendencia
desnacionalizadora observable en el comportamiento de la fracción monopólica del
capital. La gran burguesía tiende a desincorporarse de la comunidad nacional en la
medida en que se integra en circuitos transnacionales dominados por las
metrópolis: cada vez forma parte en menor escala de la nación y se ubica como
agente del extranjero frente a (contra) la nación. "La política burguesa con
respecto a la nación está sujeta a las contingencias de tales o cuales intereses
precisos: la historia de la burguesía oscila permanentemente entre la identificación
y la traición a la nación, porque esta nación no tiene el mismo sentido para ella
que para la clase obrera y las masas populares" (Poulantzas). En el caso del
capitalismo periférico, este movimiento pendular de la política burguesa se
desplaza de manera inequívoca hacia el polo de la "traición" a los intereses
nacionales. Así pues, a pesar de lo que sugiere el discurso atenido a supuestas
evidencias empíricas, la clase tradicionalmente reconocida como portadora por
excelencia de la ideología nacional, en las sociedades dependientes se transforma
paulatinamente en "tributaria" de las metrópolis y, por tanto, se excluye de la
comunidad nacional.
LA DIMENSIÓN NACIONAL
Junto con los intereses específicos de clase derivados del lugar en las relaciones de
producción, hay intereses nacionales producidos por la necesidad de preservar y
valorizar las condiciones de producción, el patrimonio de la sociedad. La propiedad
privada de los medios de producción no cancela el hecho de que la preservación y
valorización de ese patrimonio concierne a la sociedad en su conjunto. La
subsistencia misma de la nación depende, en definitiva, de su capacidad para
ejercer control sobre tales condiciones de producción. Es muy improbable que las
clases propietarias desarrollen una política nacional opuesta a sus intereses de
clase y, además, la capacidad de control (soberanía) nacional queda disminuida
por la propiedad privada. Ambas circunstancias son exacerbadas en el capitalismo
periférico por la penetración imperialista: aquí la preocupación del capital
extranjero (o autóctono asociado con aquél) por la rentabilidad de sus inversiones,
lo alejan en mayor medida de cualquier consideración respecto a un proyecto
nacional. En esta incompatibilidad entre los intereses de la burguesía y los de la
nación se apoya la tesis de que un verdadero programa nacional sólo puede surgir
de las clases subalternas.
Si se piensa la lucha de clases como un enfrentamiento lineal entre las dos clases
fundamentales y no como un combate por la hegemonía que transcurre en una
estructura social más abigarrada y compleja y se presupone, además, que la
burguesía es el sujeto de la nación, entonces las reivindicaciones nacionales sólo
pueden aparecer como un medio más para distraer al proletariado de sus objetivos
de clase. Aunque todavía pueden encontrarse numerosos ejemplos donde el
nacionalismo burgués se apoya en una abstracta unidad nacional para hacer pasar
sus objetivos particulares como objetivos universales de toda la sociedad, debiera
ser evidente que el carácter del nacionalismo no se reduce a esas simplezas. Por el
contrario, las ligas directas del proletariado con las condiciones de producción lo
vuelven particularmente sensible al patrimonio nacional sometido a la sistemática
depredación imperialista. La tradicional subestimación en el marxismo de los
vínculos entre clases subalternas y nación, lleva al desconocimiento de las formas
populares del nacionalismo y, por ello, no puede extrañar que las fuerzas políticas
más enclaustradas en esa tradición tiendan a ignorar el peso de la dimensión
nacional en el desarrollo de la lucha de clases y en la formación de una hegemonía
alternativa.
Notas
(1) N. Poulantzas, Estudo, poder y socialismo, Siglo XXI de España, Madrid, 1979.
(8) E. Terray, "La idea de nación y las transformaciones del capitalismo", Ed.
Anagrama, Barcelona, 1977.
01/09/1980
Carlos Pereyra.
Para esta nueva versión del viejo dualismo (ciencias del espíritu, ciencias de la
naturaleza) es confusa la distinción tradicional entre ambos tipos de ciencias.
Comprensión y explicación no marcan la diferencia entre dos formas de
inteligibilidad científica toda vez que la comprensión es un momento de cualquier
explicación, ya sea causal o teleológica. En el caso de los fenómenos naturales se
comprende qué es algo y tratándose de acciones humanas se comprende lo que
estas significan (se proponen). "Podría decirse que el carácter intencional o no
intencional de sus objetos marca la diferencia entre dos tipos de comprensión y de
explicación" (EU, 135). Así pues, la distinción proviene de la índole del
explanandum: allí donde éste refiere a fenómenos en los que la intencionalidad no
interviene es posible la explicación causal, a diferencia de la explicación finalista
propia de los casos en que el explanandum remite a la acción (intencional) del
agente. La explicación teleológica está precedida por una "comprensión
intencionalista" de la conducta humana.
Las explicaciones elaboradas por la historiografía y las ciencias sociales son "casi-
causales" porque no están funda- das en la validez de leyes generales y, sobre
todo, por el peso que en tales explicaciones tienen las inferencias prácticas.
Elexplanandum es un enunciado que refiere una acción y, más allá de los
acontecimientos que puedan considerarse "causas contribuyentes" de esa acción,
el explanans está fundamentalmente constituido por las premisas del silogismo
práctico que describen las intenciones y propósitos, creencias y opiniones de los
agentes, toda vez que el mecanismo motivacional es el vínculo entre las "causas" y
la acción-"efecto". Una de las tesis centrales de Explanation and understanding es
que "el silogismo práctico proporciona a las ciencias humanas algo de lo que su
metodología careció largo tiempo: un modelo explicativo propio el cual es una
alternativa definida frente al modelo monológico deductivo. Burdamente hablando,
lo que el modelo de la subsunción teorética es a la explicación causal y a la
explicación en las ciencias naturales, el silogismo práctico es a la explicación
teleológica y a la explicación en la historia y las ciencias sociales" (EU, 27).
II
No obstante esta optimista declaración de von Wright, su libro está muy alejado de
la problemática inherente a la teoría de la historia. Se trata, en definitiva, de un
discurso comprometido con las cuestiones lógico-formales de una teoría de la
acción. La confianza en que una investigación de este carácter podría contribuir a
resolver los problemas de la explicación del proceso histórico descansa en el
supuesto infundado de que las acciones humanas constituyen el objeto teórico de
la historiografía. Sin embargo, como objeta Tuomela, "la descripción y explicación
de acciones no es en manera alguna la única y tal vez ni siquiera la más
importante tarea de las ciencias sociales. Por ejemplo, tópicos diversos tales como
la formación y desarrollo de un determinado sistema cognoscitivo, los rasgos
estructurales de una sociedad, etc., son ciertamente otros objetos de estudio
teóricamente respetables e importantes"(2). Ahora bien, está objeción tiene que
ser desarrollada de modo más preciso: no está con enumerar otros temas de
investigación y apuntar la posibilidad de que las acciones no constituyen la
cuestión principal en el examen del proceso histórico.
En efecto, la realidad social no está constituida por una suma tal de acciones
individuales que, una vez comprendidas cada una de éstas a la luz de los motivos,
intenciones y creencias de los agentes, queden explicadas las transformaciones de
aquélla. El trabajo del historiador no tiene que ver tanto con el comportamiento
intencional de los individuos como con el funcionamiento de las instituciones
sociales. De hecho, ese comportamiento jamás obedece a los deseos de una
imaginaria voluntad libre sino a las numerosas determinaciones provenientes de la
compleja estructura social. En Explanation and understanding no hay
prácticamente ni una alusión al respecto, como lo admitió más tarde von Wright:
"subestimé,... entre otras cosas, el papel que las reglas e instituciones sociales
desempeñan como determinantes de las acciones tanto de grupos como de
individuos" (R, 373). El problema, sin embargo, no queda resuelto con el
señalamiento de que hay, además de las acciones individuales, otros fenómenos
sociales, ni tampoco con la aceptación de la influencia del "medio externo" sobre el
comportamiento intencional de los hombres.
Así pues, hay una comprensión suficiente cuando se identifican los propósitos y
motivos de la acción. Estos son los determinantes que deben ser aprehendidos
para comprender la acción y estar en capacidad de explicarla. Los eventuales
determinantes de estos determinantes son "otro asunto". La voluntad y la
conciencia aparecen como los ámbitos predominantes de la investigación
historiográfica. Todo ocurre como si los problemas de la explicación se resolvieran
localizando el objeto de la intención del agente (premisa mayor de la inrencia
práctica) y sus ideas respecto a qué hacer para alcanzar tal objeto (premisa
menor). Es éste un planteamiento que permite recordar la crítica de Engels a cierta
corriente del XIX que "acepta como últimas causas los móviles ideales que actúan
en el campo histórico, en vez de indagar detrás de ellos, cuáles son los móviles de
esos móviles. La inconsecuencia no estriba precisamente en admitir móviles
ideales, sino en no remontarse, partiendo de ellos, hasta sus causas
determinantes"(3).
III
Más allá de las objeciones que puedan formularse al esquema explicativo basado
en la inferencia práctica, lo cierto es que no son las acciones humanas las que
explican el funcionamiento de la sociedad, sino este funcionamiento lo que decide
el carácter de aquellas acciones. Alguna conciencia tiene de ello von Wright
cuando admite "en Explanation and understanding sobrestimé la importancia de
este modelo explicativo particular (inferencia práctica) para las ciencias humanas"
(R, 373). Permanece sin embargo, no hay duda de ello, en el mismo horizonte
teórico: "no advertí entonces la existencia de otros modelos explicativos diferentes
-particularmente para explicar acciones en un marco social... las explicaciones en
las ciencias sociales no tienen usualmente el carácter de explicaciones
intencionalistas pero incluso aquí el esquema de la inferencia práctica es
fundamental en el sentido de que todos los otros mecanismos explicativos parecen
girar alrededor de este esquema" (R, 413).
En forma ocasional von Wright apunta que los propósitos y fines incluidos en las
premisas de la explicación intencionalista "son a veces productos bastante sutiles
de tradiciones culturales, políticas, religiosas, etc. El origen y articulación de estos
propósitos puede ser otro importante objeto de explicación histórica" (EU, 144).
Esta idea no está desarrollada en el texto pero bastaría desplegarla para exhibir la
fragilidad del modelo de "explicación intencionalista". En tanto los individuos no
son sujetos cuya "voluntad pura" elaborar a su "libre arbitrio" intenciones y
creencias, éstas -no a veces sino siempre- están determinadas por la peculiar
inserción del agente en el tejido social. La estructura de este tejido y sus
transformaciones en el curso del tiempo son el objetivo teórico de las ciencias
sociales y las acciones de los agentes tienen algún significado para la investigación
no en tanto resultados del comportamiento de sujetos aislados que "hacen" la
historia pero sí como formas en las que se manifiesta el juego complejo de
determinaciones sociales.
C. La idea de que las leyes son enunciados válidos "siempre y en todas partes" no
resiste el menor examen. Las hipótesis aspiran a tener eficacia explicativa sólo en
el marco de ciertas condiciones. No tiene sentido exigirle a las ciencias sociales
una pretensión de universalidad que otras ciencias han abandonado hace ya
tiempo. Los componentes de la realidad social están sometidos, en efecto, a
modificaciones en el curso del proceso histórico. Ello no impide, sin embargo, el
establecimiento de correlaciones (no estrictamente universales, pero sí de orden
probabilístico), o sea, la formulación del único tipo posible de "leyes científicas".
Ahora bien, la defensa de la explicación causal de los fenómenos sociohistóricos no
equivale a comprometerse con la existencia de "leyes de la historia" distintas a las
hipótesis producidas por la economía, la sociología, la ciencia política, etc. Por otra
parte, la renuncia a la explicación causal conduce a la historiografía descriptiva: "si
nos asociamos con algunas opiniones teóricas sobre la metodología del
conocimiento social las cuales mantienen que, a diferencia de la relación mecánico-
causal donde las leyes median entre los eventos, en la historia son las
motivaciones las que median entre los acontecimientos, entonces inevitablemente
reducimos la interpretación histórica a mera cronología".(7).
Los trabajos de von Wright tienen su origen en una preocupación por la teoría de
la acción humana y no están directamente involucrados en el debate metodológico
de las ciencias sociales. "Los conceptos, las hipótesis formuladas por von Wright
posiblemente puedan dar cuenta de las acciones humanas, pero se requiere de un
modelo teórico mucho más complejo que el de las 'inferencias prácticas' para
explicar la realidad social"(8). Con independencia, sin embargo, de la aceptación o
rechazo de la "explicación intencionalista", hay, por lo menos, dos planteamientos
cuya pertinencia para la teoría de la historia desborda la polémica causalidad
versus teleología. Uno de ellos, aunque parezca paradójico, tiene que ver con el
carácter de las hipótesis explicativas utilizadas en ciencias sociales, las cuales no
serían de una generalización inductiva basada en la observación y el experimento,
sino esquemas de relaciones conceptuales. "Las 'leyes' sociales no son
generalizaciones de la experiencia sino esquemas conceptuales para la
interpretación de situaciones históricas concretas. Su descubrimiento, o mejor, su
invención es cuestión del análisis de conceptos y su aplicación es cuestión del
análisis de situaciones" (DSM, 434). Frente a las limitaciones del empirismo y la
confusión de quienes por "leyes de la historia" entienden la inevitabilidad del
desarrollo en cierta dirección, hay allí una idea sugerente.
NOTAS:
(1) F. Stoutland, "The causal theory of action" en J. Manninen and R. Tuomela
(Eds), Essayb on Explanation and understanding. D. Reidel Publishing Co.,
Dordrecht, Holland, 1976, p. 280
(6) A. Sánchez Vázquez, Filosofía de la práxis, Ed. Grijalbo, México, 1967, p. 26.
(7) M. Makai, "Against reductionism and purism: tertium datur" en Essays on..., p.
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Para esta nueva versión del viejo dualismo (ciencias del espíritu, ciencias de la
naturaleza) es confusa la distinción tradicional entre ambos tipos de ciencias.
Comprensión y explicación no marcan la diferencia entre dos formas de
inteligibilidad científica toda vez que la comprensión es un momento de cualquier
explicación, ya sea causal o teleológica. En el caso de los fenómenos naturales se
comprende qué es algo y tratándose de acciones humanas se comprende lo que
estas significan (se proponen). "Podría decirse que el carácter intencional o no
intencional de sus objetos marca la diferencia entre dos tipos de comprensión y de
explicación" (EU, 135). Así pues, la distinción proviene de la índole del
explanandum: allí donde éste refiere a fenómenos en los que la intencionalidad no
interviene es posible la explicación causal, a diferencia de la explicación finalista
propia de los casos en que el explanandum remite a la acción (intencional) del
agente. La explicación teleológica está precedida por una "comprensión
intencionalista" de la conducta humana.
Explicaciones de esta clase se elaboran mediante la inversión de lo que se
denomina "silogismo práctico" o "inferencia practica", cuyo esquema fundamental
es: 1) A intenta realizar P; 2) A considera que no puede realizar P a menos que
haga X; 3) por tanto, A procede a hacer X. El punto de partida de la inferencia (su
premisa mayor) describe la finalidad de la intención; su premisa menor refiere la
opinión (creencias) del agente en relación con lo que es necesario hacer para
cumplir esa finalidad y la conclusión establece la disposición del agente para
efectuar lo que conducirá al fin propuesto. La conclusión no se deriva con
necesidad lógica de las premisas; se trata de un silogismo "práctico" y no de una
demostración lógica. En cualquier caso, este esquema opera al revés en la
explicación intencionalista. "Tenemos un argumento lógicamente concluyente sólo
cuando la acción está ya allí y se construye un argumento práctico para explicarla
o justificarla. La necesidad del esquema de inferencia práctica es, podría decirse,
una necesidad concebida expost actu " (EU, 117).
Las explicaciones elaboradas por la historiografía y las ciencias sociales son "casi-
causales" porque no están funda- das en la validez de leyes generales y, sobre
todo, por el peso que en tales explicaciones tienen las inferencias prácticas.
Elexplanandum es un enunciado que refiere una acción y, más allá de los
acontecimientos que puedan considerarse "causas contribuyentes" de esa acción,
el explanans está fundamentalmente constituido por las premisas del silogismo
práctico que describen las intenciones y propósitos, creencias y opiniones de los
agentes, toda vez que el mecanismo motivacional es el vínculo entre las "causas" y
la acción-"efecto". Una de las tesis centrales de Explanation and understanding es
que "el silogismo práctico proporciona a las ciencias humanas algo de lo que su
metodología careció largo tiempo: un modelo explicativo propio el cual es una
alternativa definida frente al modelo monológico deductivo. Burdamente hablando,
lo que el modelo de la subsunción teorética es a la explicación causal y a la
explicación en las ciencias naturales, el silogismo práctico es a la explicación
teleológica y a la explicación en la historia y las ciencias sociales" (EU, 27).
No obstante esta optimista declaración de von Wright, su libro está muy alejado de
la problemática inherente a la teoría de la historia. Se trata, en definitiva, de un
discurso comprometido con las cuestiones lógico-formales de una teoría de la
acción. La confianza en que una investigación de este carácter podría contribuir a
resolver los problemas de la explicación del proceso histórico descansa en el
supuesto infundado de que las acciones humanas constituyen el objeto teórico de
la historiografía. Sin embargo, como objeta Tuomela, "la descripción y explicación
de acciones no es en manera alguna la única y tal vez ni siquiera la más
importante tarea de las ciencias sociales. Por ejemplo, tópicos diversos tales como
la formación y desarrollo de un determinado sistema cognoscitivo, los rasgos
estructurales de una sociedad, etc., son ciertamente otros objetos de estudio
teóricamente respetables e importantes"(2). Ahora bien, está objeción tiene que
ser desarrollada de modo más preciso: no está con enumerar otros temas de
investigación y apuntar la posibilidad de que las acciones no constituyen la
cuestión principal en el examen del proceso histórico.
En efecto, la realidad social no está constituida por una suma tal de acciones
individuales que, una vez comprendidas cada una de éstas a la luz de los motivos,
intenciones y creencias de los agentes, queden explicadas las transformaciones de
aquélla. El trabajo del historiador no tiene que ver tanto con el comportamiento
intencional de los individuos como con el funcionamiento de las instituciones
sociales. De hecho, ese comportamiento jamás obedece a los deseos de una
imaginaria voluntad libre sino a las numerosas determinaciones provenientes de la
compleja estructura social. En Explanation and understanding no hay
prácticamente ni una alusión al respecto, como lo admitió más tarde von Wright:
"subestimé,... entre otras cosas, el papel que las reglas e instituciones sociales
desempeñan como determinantes de las acciones tanto de grupos como de
individuos" (R, 373). El problema, sin embargo, no queda resuelto con el
señalamiento de que hay, además de las acciones individuales, otros fenómenos
sociales, ni tampoco con la aceptación de la influencia del "medio externo" sobre el
comportamiento intencional de los hombres.
Así pues, hay una comprensión suficiente cuando se identifican los propósitos y
motivos de la acción. Estos son los determinantes que deben ser aprehendidos
para comprender la acción y estar en capacidad de explicarla. Los eventuales
determinantes de estos determinantes son "otro asunto". La voluntad y la
conciencia aparecen como los ámbitos predominantes de la investigación
historiográfica. Todo ocurre como si los problemas de la explicación se resolvieran
localizando el objeto de la intención del agente (premisa mayor de la inrencia
práctica) y sus ideas respecto a qué hacer para alcanzar tal objeto (premisa
menor). Es éste un planteamiento que permite recordar la crítica de Engels a cierta
corriente del XIX que "acepta como últimas causas los móviles ideales que actúan
en el campo histórico, en vez de indagar detrás de ellos, cuáles son los móviles de
esos móviles. La inconsecuencia no estriba precisamente en admitir móviles
ideales, sino en no remontarse, partiendo de ellos, hasta sus causas
determinantes"(3).
La pregunta ¿por qué el agente X realizó la acción Y? no tiene respuesta seria
cuando se establece que la intención (P) del agente y sus creencias (Q) de cómo
realizar P implicaron Y. La descripción del comportamiento de X incluye la
referencia a P tanto como a Q. De hecho, la pregunta ¿por qué el agente X realizó
la acción Y? es una fórmula abreviada que condensa e incluye las preguntas ¿por
qué la intención de X era P?, ¿por qué X consideró necesario Y para realizar P?
Toda explicación se apoya en un trabajo descriptivo y, en el caso de las acciones,
la descripción abarca la narración de cuáles eran los propósitos de los agentes y
cuáles los medios que éstos consideraron idóneos para cumplir tales propósitos.
Según von Wright, "si A hizo X, entonces el hecho de que intentaba Y y para ello
juzgó necesario hacer X, explica por qué hizo X" (R, 397). Esta afirmación se apoya
en la caracterización general que considera "explicativos" los enunciados cuya
función es responder la pregunta ¿por qué?, y ¿descriptivos" los enunciados cuya
tarea es contestar ¿qué?, ¿cómo?
III
Más allá de las objeciones que puedan formularse al esquema explicativo basado
en la inferencia práctica, lo cierto es que no son las acciones humanas las que
explican el funcionamiento de la sociedad, sino este funcionamiento lo que decide
el carácter de aquellas acciones. Alguna conciencia tiene de ello von Wright
cuando admite "en Explanation and understanding sobrestimé la importancia de
este modelo explicativo particular (inferencia práctica) para las ciencias humanas"
(R, 373). Permanece sin embargo, no hay duda de ello, en el mismo horizonte
teórico: "no advertí entonces la existencia de otros modelos explicativos diferentes
-particularmente para explicar acciones en un marco social... las explicaciones en
las ciencias sociales no tienen usualmente el carácter de explicaciones
intencionalistas pero incluso aquí el esquema de la inferencia práctica es
fundamental en el sentido de que todos los otros mecanismos explicativos parecen
girar alrededor de este esquema" (R, 413).
En forma ocasional von Wright apunta que los propósitos y fines incluidos en las
premisas de la explicación intencionalista "son a veces productos bastante sutiles
de tradiciones culturales, políticas, religiosas, etc. El origen y articulación de estos
propósitos puede ser otro importante objeto de explicación histórica" (EU, 144).
Esta idea no está desarrollada en el texto pero bastaría desplegarla para exhibir la
fragilidad del modelo de "explicación intencionalista". En tanto los individuos no
son sujetos cuya "voluntad pura" elaborar a su "libre arbitrio" intenciones y
creencias, éstas -no a veces sino siempre- están determinadas por la peculiar
inserción del agente en el tejido social. La estructura de este tejido y sus
transformaciones en el curso del tiempo son el objetivo teórico de las ciencias
sociales y las acciones de los agentes tienen algún significado para la investigación
no en tanto resultados del comportamiento de sujetos aislados que "hacen" la
historia pero sí como formas en las que se manifiesta el juego complejo de
determinaciones sociales.
IV
Los trabajos de von Wright tienen su origen en una preocupación por la teoría de
la acción humana y no están directamente involucrados en el debate metodológico
de las ciencias sociales. "Los conceptos, las hipótesis formuladas por von Wright
posiblemente puedan dar cuenta de las acciones humanas, pero se requiere de un
modelo teórico mucho más complejo que el de las 'inferencias prácticas' para
explicar la realidad social"(8). Con independencia, sin embargo, de la aceptación o
rechazo de la "explicación intencionalista", hay, por lo menos, dos planteamientos
cuya pertinencia para la teoría de la historia desborda la polémica causalidad
versus teleología. Uno de ellos, aunque parezca paradójico, tiene que ver con el
carácter de las hipótesis explicativas utilizadas en ciencias sociales, las cuales no
serían de una generalización inductiva basada en la observación y el experimento,
sino esquemas de relaciones conceptuales. "Las 'leyes' sociales no son
generalizaciones de la experiencia sino esquemas conceptuales para la
interpretación de situaciones históricas concretas. Su descubrimiento, o mejor, su
invención es cuestión del análisis de conceptos y su aplicación es cuestión del
análisis de situaciones" (DSM, 434). Frente a las limitaciones del empirismo y la
confusión de quienes por "leyes de la historia" entienden la inevitabilidad del
desarrollo en cierta dirección, hay allí una idea sugerente.
El otro punto recuperable más allá de la postura adoptada respecto a la explicación
intencionalista se refiere a la posibilidad de distinguir dos tipos de determinismo.
Uno de ellos (predominante en ciencias naturales) está asociado con las ideas de
predicción, control experimental, regularidad, etc. Otro concepto de
"determinismo" tiene que ver con el conocimiento del proceso sociohistórico. "La
inteligibilidad de la historia es un determinismo ex post facto" (EU, 161). El
desarrollo de este planteamiento permitiría despejar las continuas confusiones
entre las burdas variantes del fatalismo y la concepción determinista de historia.
NOTAS:
(6) A. Sánchez Vázquez, Filosofía de la práxis, Ed. Grijalbo, México, 1967, p. 26.
(7) M. Makai, "Against reductionism and purism: tertium datur" en Essays on..., p.
49
(8) C. de Yturbe.
Las obras de Georg Henrik von Wright han sido identificadas con iniciales: EU,
Explanation and Understanding, London, 1971; R. "Replies" en Essays on..., DSM,
"Determinism and the study of man" en Essays on...., Existe una traducción de la
primera, española bajo el título Explicación y comprensión, Alianza Universidad,
1979.
01/01/1979
Carlos Pereyra.
El sistema político contribuyó, tal vez con más eficacia que las mismas decisiones
públicas de estrategia económica, a compaginar el acelerado crecimiento del
producto bruto con la aguda concentración del ingreso, en condiciones de relativa
paz social y estabilidad política. Sustituida la ampliación del mercado interno por la
profundización del mismo, es decir, compensada la escasa capacidad adquisitiva de
la población trabajadora por el hipertrofiado poder de compra de la burguesía y de
los sectores medios privilegiados, la economía mexicana pudo desenvolverse de
manera ininterrumpida por varios decenios sin sobresaltos producidos por la
desigualdad social: el sistema político se encargó de canalizar y mantener bajo
control las demandas populares.
Por su parte, la estructura sectorial del partido del Estado frenó el movimiento
social; y cuando éste se dio, fue a través de canales predeterminados que
redujeron las posibilidades de conectar el impulso de las masas con los núcleos de
oposición socialista. De ahí que en México no haya partidos obreros con el vigor
que éstos tienen en casi todos los países. La existencia de un partido del Estado
(en definitiva eso significa "partido único") con la estructura ramificada del PRI, es
la prueba más contundente del ahogamiento de la sociedad civil cercada desde
todos lados por el Estado.
Lo primero era cicatrizar las heridas de 1968, donde el Estado había exhibido que,
fuera de los procedimientos corporativos, ya no admitía otras formas de relación
con el polo dominado de la sociedad que las represivas. La liberación de los presos
políticos, la cuidadosa atención a los intelectuales, el aumento del presupuesto en
las universidades, el consentimiento para que éstas se gobernaran por cuenta
propia, la mayor tolerancia a la información y comentarios periodísticos de carácter
crítico y, en general, lo que se denomina "apertura democrática", pretendían
restablecer la comunicación entre el sistema político y los núcleos disidentes.
Al terminar 1976 ya era indudable que el Estado fuerte mexicano había dejado de
serlo. Colocado a la defensiva y obligado a restablecer el "clima de confianza",
atado por los compromisos con el FMI y sometido a la presión de la crisis
económica, su estrategia para superar la crisis tenía que fundarse en el
estrechamiento de lazos con el bloque social dominante y en el correspondiente
desplazamiento a la derecha. El establecimiento de un tope en los aumentos
nominales de salarios en plena época inflacionaria, la liberación de precios, el
reforzamiento de los estímulos fiscales y hacendarios, la cuidadosa vigilancia de los
egresos públicos en detrimento del gasto social, etc., intentan garantizar hoy la
recuperación de la tasa de utilidades afectada por el estancamiento económico,
pero a costa de un mayor deterioro en las ya muy precarias condiciones de vida de
la población trabajadora. Esta acrecentada polaridad en la distribución de la
riqueza trastorna de manera irremediable el pacto social en el que se habían
sustentado hasta ahora el sistema político mexicano y las relaciones entre Estado y
sociedad.
A dos años de gobierno de José López Portillo, siguen vigentes las estructuras del
poder político que garantiza el control de las masas y el apoyo de éstas, pero las
tendencias centrífugas son cada vez más consistentes. El abandono progresivo del
pacto social se traduce en inquietud y efervescencia popular: movilizaciones,
huelgas, luchas por reivindicaciones inmediatas, anhelo de rescatar a la sociedad
civil de la mecánica corporativista. La política económica atenta contra el consenso
del que todavía disfruta el Estado y lo obliga a reprimir los brotes de descontento
en perjuicio directo de su legitimidad. En estas condiciones tiende a disminuir la
base de apoyo social del Estado, cuyas concesiones al bloque dominante lo aíslan
del sustento popular del que depende. Un sistema económico conformado por el
crecimiento excluyente pone en jaque a un sistema político que descansa en la
aprobación mayoritaria. Si la fuerza de las cosas empuja a sustituir la tradicional
democracia autoritaria por un régimen de tipo despótico, se habría clausurado la
etapa histórica abierta por la Revolución de 1910. El Estado mexicano se encuentra
frente a una difícil paradoja: por un lado, necesita tolerar el fortalecimiento del
polo dominado de la sociedad civil para no verse cada vez más supeditado al
proyecto privatista (tal supeditación alimentaría tensiones que dificultarían y hasta
harían imposible mantener la actual forma de Estado); a la vez, teme que ese
fortalecimiento conduzca a la expansión incontrolable del movimiento popular
independiente, es decir, a la modificación radical del sistema político existente. De
ahí las constantes trabas represivas a la organización autónoma de las fuerzas
sociales.