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MERLÍN.
Lanceor, H IJ O de Merlín.
JOYZELLE.
Ariela, Genio de Merlín. (Invisible para los demás personajes.)
Lugar de acción: la Isla de Merlín.
Representada por primera vez en el Teatro del Gvmnase, de París, el 20
de mayo de 1903.
U N A galeríaEN el palacio de Merlín.
MI HI.ÍN y ARIELA. MERLÍN cerca de ARIELA, dormida sobre los
escalones de una escalinata de mármol. Es de noche.
Merlín.—Duermes, Ariela mía, tú, mi fuerza interior, 11 potencia
olvidada que dormita dentro de toda alma y ■ - sólo, hasta aquí,
IIK
nombre de los cielos que se abren sobre el tesoro de luí mundos... ¡Ah,
Joyzelle, Joyzelle! No soy sino un l miasma perdido en la noche, más
extraviado que tú a limar de mi clarividencia, y más cerca de la tumba
donde la felicidad se apaga. . . No me pertenezco, obedezco a mi
dueño, no tengo nada que dar más que un beso invi- nlile, que no
puede despertarte y que ni siquiera es mío...
IVio te quiero, te quiero, como quiere una hermana melar, feliz a la
que el amor eligió antes que a ella. . . Te amo, te envuelvo con todas
las potencias que no se nominan en las oraciones del hombre, y
quisiera que mi dueño lu Imbiese encontrado antes, sí, antes que el
destino que hace huir ante él esta hora incomparable hubiese decidi-
do el porvenir de lágrimas que le espera y me espera con el . Inclino
mi ternura impotente y turbada sobre tu miclio tan tranquilo... Toma
el único beso que puedo darle, ¡ay!, porque aquel de quien no soy sino
som- l>i.i inconsciente y dócil no viene él mismo a ponerle en tus
labios, que llaman a los míos como todo cuanto es hermoso llama al
misterio!. .. ( D a u n b e s o e n l a f r e n t e ,i lOYZELLE.)
Joyzelle.—( D o r m i d a . ) ¡Lanceor!
Ariela.—Uno más. .. El último, como se bebe en la I ucnte
prohibida por los ángeles que guardan los secretos i Ir I tiempo y el
espacio, y en el borde de la cual jamás vii|veremos a sentamos. . .
Joyzelle.—( D o r m i d a y c o n v o z d e e n s u e ñ o . ) ¿líici tú,
Lanceor?. . . ¡Qué suaves son tus labios en el alicni«• de la aurora!. ..
Desfallezco bajo las flores que caen dd paraíso. ..
Ariela.—¡Fiel en el sueño y constante en el ensile ño!. .. Los
demonios de la noche no robarán nada al amor que llena el pasado y
el porvenir de un corazón. . , ¡Ay, maestro y padre mío!. .. Ella es la
que esperó en vano tu sola esperanza, para apartar la suerte que amo
naza a tu vejez... ¡Oh, maestro! Si quieres, aún es tiem po; y la
felicidad está ahí, y no tienes sino cortarla. . . Oscila incierta entre tu
hijo y tú. Un ademán bastan.i para sujetarla a nosotros... ¡Acércate!
¡Es tuya!.. Ven, ven, ven, te llamo... Sé que tengo razón, y que d
hombre no debe renunciar a la vida y perderse a sí mis mo por salvar
a los que ama. ..
Merlín.—(Desde lejos, y con voz de grave reproche.) ¡Ariela!
(Entra envuelto en un manto.)
Ariela.—Hablo por ti, y mi voz es tu voz. .. Hablo en nombre de tu
corazón, que ama profundamente y no se atreve a confesárselo. .. Era
preciso encontrar en este momento prescrito esta mujer dormida,
para evitar a una que perderá tu vejez. ..
Merlín.—Vete, es demasiado tarde. ..
Ariela.—No. No es demasiado tarde; es el minuto único, y tu
destino depende del movimiento que vas a hacer. . .
Merlín.—Vete. No me tientes; si no, vuelvo a hundirte en tu
sombra impotente. .. Te saqué de ella para abrirme los ojos, no para
extraviarme. . .
ARIELA.—No es extraviarse hacer caso al instinto que es lo único
que salva a los hombres. . . Piensa en los días espantables que prepara
Viviana, la que debes amar si no amas a ésta. ..
Merlín.—¿Viviana?. .. ¿Ese nombre resuena en esta vida o en otro
mundo, en el secreto de mi corazón, como nombre de locura, de
angustia y de vergüenza?
AKIELA.—No; es en esta vida, la única que posees. ..
I * el nombre del hada que en la Brocelandia, a donde ni ili-stino te
lleva, espera que aparezcas para destrozar tu HIK ínnidad. .. ¡Oh,
maestro! ¡La veo! Ten cuidado. Se menea y va a robarte el corazón. En
cuanto este amor, ini puro, tan saludable, haya perdido sus derechos,
el suyo saldrá reptando de la sombra. .. ¡Maestro, te suplico! Mis ojos
cuentan sus ardides; te enlaza con sus muzos que parodian el amor, te
quita tu poder, tu razón, ni cordura; te arranca, al fin, el secreto de tu
fuerza y, mino anciano ebrio, caes al suelo... Entonces, te deslióla, se
burla de ti, se yergue, y cierra sobre nosotros la i uvcrna mortal que
no se abrirá nunca. ..
Merlín.—¿Es, pues, inevitable?
Ariela.—Lo sabes como yo; nada puede engañarme mando de ti
se trata. . . ¡Maestro, te lo suplico, por ti V por mí que amo tanto la luz
y la pierdo contigo!. .. ,1 •. la hora irrevocable!. .. ¡Elige, elige la
vida!. .. Pues i|iic se ofrece aún, es que nos pertenece y que tienes
dere- t lio a ella. ,
Merlín.—Vete. Es inútil... Además, ésta nunca me hubiese
amado...
Ariela.—Basta que tú la ames y que aquel a quien urna no esté ya
entre vosotros. Eso es lo que leo en un I ioi venir doble.
Merlín.— ( E n j u g á n d o s e u n s u d o r d e a n g u s t i a . ) Vete, puesto
que lo sé... Estaba, pues, escrito que, amando a esta niña, hubiera
podido salvarme. . . Pero no es para mí; y mi hora ha pasado. .. Es la
hora de los que vienen y no se encuentran como lo ha querido el
tiempo, como lo ha querido la vida. . . ¡Vete, vete! (Ariela, c u b r i é n -
t l o s e e l r o s t r o , s e a l e j a e n s i l e n c i o . ) Abandono mi parte; y
es por ti, hijo mío, por quien termina la prueba. .. ( S e i / u i t a e l
manto, y aparece más alto y más joven, cubierto de
r o p a s s e m e j a n t e s a l a s q u e u s a Lanceor y p a r e c i é n -
i l ó s e l e e x t r a ñ a m e n t e . S e a c e r c a a Joyzelle.) ¡Ah, mi pura
Joyzelle! . . . Vas a sufrir también, tienes que seguir sufriendo, puesto
que en tu llanto se oculta el destino, mas ¡qué importan las penas que
llevan al amor!. .. Qm siera cambiar contra la más cruel de esas penas
dichosa* todas las alegrías que he tenido en mi pobre existencia. . .
( I n c l i n á n d o s e s o b r e Joyzelle.) Ariela ha dicho la verdad. No
tendría que hacer sino un ademán para lograi que retrocediesen las
horas y los días, y sustraerme a.i al fin espantoso que la suerte me
reserva... Sí, pero ese ademán anonadaría a aquel a quien amo más
que a mí mismo, a aquel a quien los años han elegido para el amor
que yo esperara. ¡Ay! Cuando se tiene así entu- las manos la felicidad
propia y la de otro hombre; cuando sería preciso aplastar a uno para
que el otro sobreviva, entonces sentimos que hondas raíces nos
sujetan a la tic rra sobre la cual sufrimos; entonces es cuando la vida
lanza un grito sobrehumano para hacerse oir y defender sus
derechos... Pero entonces también es cuando hay que prestar oído a la
otra voz que habla, a la que no tiene nada preciso ni seguro que
decirnos, a la que no tiene nada que prometer y que no es sino un
murmullo más sagrado que los gritos informes de la vida... Lanceor y
Joyzelle, amaos, amadme, pues que os he amado. .. Soy flaco y frágil,
estoy hecho para la felicidad como los demás hombres, y no cedo mi
parte sin lucha. .. Amaos, hijos; atiendo a 1 murmullo de la vocecilla
que no tiene nada que decirme pero que es la única que tiene razón. ..
(Se a r r o d i l l a ¡ u n t o a Joyzelle y l a b e s a e n l a f r e n t e . )
Joyzelle.—(Despertando.) ¡Lanceor!
MERLÍN.—Sí, soy yo, a quien la noche ha conducido cerca de ti; y
llego a despertarte con un beso nuevo, para que vuelvas a encontrar. ..
Joyzelle.—(Irguiéndose bruscamente y mirándole con terror.)
¿Quién sois?
MERLÍN.—Bien lo sabes, Joyzelle, y el amor debe decirte ...
Joyzelle.—( A p a r t á n d o s e c o n v i o l e n c i a . ) ¡Ah! ¡No me toquéis o
llamo a la muerte para que venga a poner fin ii > .10 ensueño
horrible!. .. ¡No sé que fantasmas han po- Iiludo la noche, pero éste es
el más vil, el más bajo, el más * nli.irde que ha enviado la sombra!
¡Aún no lo creo!. . . jIlusco el despertar hiriéndome los ojos!. . . ¡Ah!
¡No os m<'i(|uóis!. .. ¡Atrás!... ¡Marchaos! ¡Me dais horror!
Merlín.—Mírame, Joyzelle. . . No te comprendo. . . «I sueño te
perturba todavía. ..
Joyzelle.—¿Dónde está?
Merlín.—Despierta, Joyzelle.
Joyzelle.—¿Dónde está? ¿Qué habéis hecho de él?
Merlín.—Está donde yo estoy. Y si los ojos te enfullan. ..
Joyzelle.—¿No sabéis, entonces, que le llevo aquí, en c «los ojos
que os ven y comparan lo que él es con lo que u ns vos?. .. ¿No habéis
visto que está en mi corazón iiie así le imitáis?. . . ¡Vos, a su lado!
¡Vos, con sus ropas v bajo su apariencia! ¡Ah, es como si la muerte
quisiera I I la vida!. . . ¡Habíais de ser veinte mil que se le pare- i a-
sen, y él, único entre vosotros, no había de ser seme- luiitc a lo que era
ayer, y yo derribaría los veinte mil l.intasmas para ir al hombre único
que no es un sueño entre los demás sueños!... No intentéis esconderos
en la sombra. .. Retrocedéis demasiado tarde; os he descubierto y sé
quién sois. . . Conozco vuestros sortilegios; y ¡cómo me reiría de ellos,
si no temiese que con vuestros maleficios hayáis usurpado, haciéndole
sufrir, forma tan i|ucrida y tan desconocida!. .. ¿Qué le habéis hecho?.
.. /.Dónde está?. . . Lo sabré.- . No os marcharéis sin haberme
respondido. . . ( T o m a n d o l a m a n o d e Merlín.) I stoy sola, soy
débil. . . ¡Pero quiero, quiero. . . sabré, sabré!
Merlín.—Te quiero demasiado, Joyzelle, para hacerle mal ninguno
mientras le ames. . . Por lo tanto, no tiene nada que temer. .. No me
temas tú tampoco. No estoy aquí para aprovecharme de la sombra y
sorprender tu corazón. Traía otro fin. . . Escúchame, Joyzelle, ya no
habla el rival o el amante malaventurado; te está hablando un padre
previsor e inquieto. .. Antes de que llegase 11 que te ha conquistado
como jamás hombre conquistan! a una mujer, había entrevisto, lo
confieso, una felicidad que es en vano perseguir cuando los años
declinan. .. Hoy renuncio, triste, pero de buena fe. . . Sé cuánto
quieres al pobre ser inconsciente que un azar malévolo ha colocado en
tu camino. Y no te engañes: te estoy hablando sin odio y sin envidia,
pero no sin espanto cuando pienso en los días lamentables que te
prepara. .. Por eso me obstino en hacer que le conozcas, a riesgo de
disgus tarte... No tengo otro conato que apartarte de un amoi
desdichado, en el cual te esperan todas las decepcioncs, todas las
lágrimas. No espero nada para mí. . . No pido que me ames en su
lugar. .. Demasiado me has hecho ver que no es posible... Deseo
sencillamente que no sigas amándole; es todo lo que imploro de la
bondad de la suerte; y la suerte esta noche dice que sí a nú ruego. ..
J OYZELLE .—¿Cómo?
Merlín.—La prueba es grave y triste. Hubiera querido ahorrártela.
. . Pero sabes mejor que yo que hay sufrimientos saludables ante los
cuales es vergonzoso huir. . . Un gesto va a bastar para derribar un
mundo. .. Un movimiento leve de ese cuello que se inclina aún sin
inquietud, una sola mirada de esos ojos demasiado confiados y
demasiado llenos de inocencia, va a destruir ante mí la cosa más bella
que el amor ha creado dentro del corazón de una mujer. . . Y , sin
embargo, es necesario. .. Es justo, es bueno que se hunda hoy en las
lágrimas, que no serán tal vez imborrables puesto que más tarde
hubiera debido hundirse en dolores que nada hubiera consolado.
Joyzelle.—¿Qué queréis decir?
MERLÍN.—Que en este mismo instante, en que todo cuanto tu corazón
tiene intacto, verdadero, puro, límpido y ardiente, en que todas las
virtudes transparentes de tu alma, toda la fidelidad, toda la lealtad y
toda la inocencia ili tu sangre virginal se elevan hacia aquel que has
ele- tllili) para hacer de él el más puro y el más feliz de los hombres,
está ahí, detrás de nosotros, a dos pasos de este turneo, al abrigo de
esas hojas que cree impenetrables, un los brazos de la mujer con
quien el otro día, como tú misma lo viste, profanaba ya el amor
milagroso que le has iludo.
JOYZELLE. No.
Merlín.—¿Por qué dices no sin haber mirado?
Joyzelle.—Porque está en mí misma.
Merlín.—No pido que creas en mis palabras; pido, n-iicillamente,
que vuelvas la cabeza. ..
JOYZELLE.—No.
Mf.rlín.— ¿Oyes el murmullo de sus voces que se mez- rlmi y el
canto de los besos que responden a los besos?
JOYZELLE.—No.
Mf.rlín.— No levantes la voz para interrumpir un crimen que no
quieres ver. .. No te oirán. ¡No escuchan más que sus propios labios!. .
. ¡Pero vuélvete, Joyzelle, Ir lo suplicó! ¡Te va en ello la vida y toda la
felicidad ii la que has de tener derecho!. .. ¡No rechaces así la verdad
que se ofrece y que viene a salvarte si, al fin, tienes valor para
acogerla! ¡No volverá sino para hacerte llorar cuando ya sea
demasiado tarde!. .. ¡Mira. .. pero mira!. . . Ni siquiera hace falta que
vuelvas la cabeza...
I ii estrella es clemente y no se cansa... ¡No cierres los ojos, ya que ella
viene a abrírtelos!. .. ¡Mira! La sombra misma de sus brazos,
alargados por la luna, repta bajo rs¡i arcada para cubrir tus rodillas...
¡Abre los ojos!. .. ¡Mira! . . ¡Viene a desafiarte y sube hasta tus labios!
Joyzelle.—No. (Pausa.)
Merlín.—Te comprendo, Joyzelle. No debes renegar H i l e mí de
los últimos restos de tu amor. Te dejo contigo misma, frente a tu
deber, frente a tu destino. .. Semejante'. sacrificios no quieren testigos
y piden silencio. .. La verdad está ahí... Es cobarde huir de ella...
Sabrás nfrontarla cuando estés sola... Aún es tiempo... Te
admiro, Joyzelle. .. Tu vida y tu felicidad invocan tu va lor y
dependen de una mirada. . . (Merlín sale. Duran te un largo
momento, Joyzelle permanece sentada ni el banco, inmóvil, con los
ojos muy abiertos, miranda muy fijo. Después se levanta, se yergue
y se aleja sin vol ver el rostro.)
A C T O C U A R T O
ESCENA PRIMERA
'•illa en el Palacio. Hacia el fondo, a la derecha, gran lecho ■ i- mármol, sobre el
cual está tendido e inanimado Lanceor.
JOYZELLE, angustiada, desgreñada, le atiende.
JOYZELLE, LANCEOR; después, MERLÍN.
Joyzelle.—¡Lanceor! ¡Lanceor!. .. Ya no me oye...
I icne los ojos abiertos. . . Lanceor, estoy aquí, me inclino sobre tus
ojos. . . ¡Mira, mírame!. . . No, ya no me ve. ¡Lanceor, por piedad!. .. Si
tienes la voz demasiado ilóbil, haz un signo de vida. ¡Te tomo en mis
brazos, en mis brazos que te aman! Ven, vuelve en ti, vuelve a nues-
iio gran amor. Mira, ya ves, son mis manos las que le- vuntan tu
cabeza... ¿Reconoces mis manos que acari- i i.in tus cabellos?. .. Me
dijiste a menudo cuando éramos Ii-lices, me dijiste muy a menudo
que la menor caricia de «si as manos tan queridas volvería a traerme
tu alma aun- i|iie estuviera en la mayor felicidad en el fondo de los
paraísos; en la noche más negra, en e! fondo de. . . ¡No, no, allí no
está!. .. Pero tu cabeza se inclina, tu brazo t ac inerte, y creo que tus
dedos están más fríos que este mármol. .. ( T o c a n d o
m a q u i n a l m e n t e u n a d e l a s c o l u m n a s d e l l e c h o . ) No, no es
esto. .. Pero es preciso que yo Nepa... Y sus ojos ya no están. . . ( L e
l e v a n t a l a c a b e - : < i . ) ¿Son los suyos o los míos los que así se
enturbian?. ..
No, no es posible. . . ¡No, no, no quiero! ¡Ay! Abriré i.ui labios.
( P o n e s u s l a b i o s s o b r e l o s d e Lanceor.) ¡I un ceor! ¡Lanceor!
¡Todo el fuego de mi vida va a entrar cu tu corazón!... ¡No temas
nada, no temas nada! Es lu llama que salva y la vida que hace vivir...
Aspírala en tera en los últimos repliegues de mi aliento que te ama. .
. ¡Quisiera asfixiarme cambiando nuestras vidas!. . . Vicilo en ti mi
fuerza, mis horas, mis años. .. ¡Tómalos, tónu los!. .. No tienes sino
hacer un movimiento, entreabrir lo» labios... ¡Es preciso que así sea!
Es preciso que sea po sible hacer revivir a los que amamos más que
a nosotron mismos. ¡Puesto que se lo damos todo, preciso es que lo
tomen!. . . ( L e v a n t a n d o l a c a b e z a p a r a m i r a r a Lanceok. )
Vuelve a caer. ¡Se aleja!. . . ( E n l o q u e c i d a , v u e l v e a t o m a r l e
e n s u s b r a z o s . ) ¡Socorro!. .. No, es demasiado. . , ¡Socorro!
¡Venid!... ¡Ah, no! Lo sé de sobra; no, no, no es ella. .. ¡No viene así
cuando el amor la amenaza!. . . ¡No, no, no temo nada! ¡No, no, no
quiero!. .. Pero grito pidiendo socorro. ¡No puedo estar sola, no
puedo luchai sola contra todas las fuerzas de la muerte que
avanza!. . . Si no acude nadie, acabará por vencer. .. ¡Socorro, digo!
Es preciso que vengan en mi ayuda. Si no, ya no es pos i ble y
sucumbiremos. .. ( C a e s o l l o z a n d o s o b r e e l c u e r p o
i n a n i m a d o d e Lanceor. E n t r a Merlín.)
MERLÍN.—Joyzelle, aquí estoy.
Joyzelle.—( I r g u i é n d o s e , c o m o p a r a c o r r e r a l e n c u e n
t r o d e Merlín, p e r o s i n d e j a r d e a b r a z a r e s t r e c h a m e n t e
e l c u e r p o d e Lanceor.) ¡Ah, sois vos!. .. ¿Sois, pues, vos?... Al fin
llega el socorro y la vida viene... Ya es tiempo... vuelve a caer... ¡Me
arrojo a vuestros pies!. .. Sí, sí, lo podéis todo, lo he visto claro
todo. . . ¡Ay, en estos momentos se vería claro hasta en el fondo de la
noche que los mundos jamás han recorrido!... ¡Ay de mí! Os lo
suplico, decidme: ¿qué hay que hacer?. . . Ya no soy Joyzelle, ya no
soy hosca, ya no tengo orgu lio. . . Estoy deshecha y muerta, me
arrastro a vuestros pies; no se trata de esto ni de aquello, de amor ni
de
Iicmis ni de ninguna de esas pequeneces. . . Son la vida V l.i muerte
que están cara a cara, que combaten delante tío nuestros ojos. ¡Hay
que separarlas!... ¿No dais un li.i'D?. . . ¡Ay! Conozco vuestro odio y
lo que detestáis m este hombre sin defensa... Sí, tenéis razón, es
todo lo t|iic se quiera: es cobarde, es embustero, es vuestro enemigo,
JOYZELLE 573