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PERSONAJES

MERLÍN.
Lanceor, H IJ O de Merlín.
JOYZELLE.
Ariela, Genio de Merlín. (Invisible para los demás personajes.)
Lugar de acción: la Isla de Merlín.
Representada por primera vez en el Teatro del Gvmnase, de París, el 20
de mayo de 1903.
U N A galeríaEN el palacio de Merlín.
MI HI.ÍN y ARIELA. MERLÍN cerca de ARIELA, dormida sobre los
escalones de una escalinata de mármol. Es de noche.
Merlín.—Duermes, Ariela mía, tú, mi fuerza interior, 11 potencia
olvidada que dormita dentro de toda alma y ■ - sólo, hasta aquí,
IIK

despierto por mi voluntad. . . Duermes, hada pequeña y mía, dócil y


familiar, y tus cabellos (’•.partidos como un vapor azul, invisible para
los hom- lucs, se mezclan con la luna, con los aromas de la noche, i
ou los rayos de las estrellas, con las rosas que se desho- |mi, con el
azul que la inunda, para recordamos así que muía nos separa de todo
cuanto existe y que nuestro pensamiento no sabe dónde empieza la
luz que espera, o ilúnde termina la sombra de la cual se escapa. ..
Duermes profundamente, y mientras duermes, pierdo toda mi i
leticia y vuelvo a ser semejante a mis hermanos ciegos, los que aún
no saben que hay en esta tierra tantos dioses ocultos como corazones
que palpitan. . . ¡Ay de mí! Soy pura ellos el genio de quien se debe
huir, el mago malo 'pie ha hecho alianza con sus enemigos... No
tienen enemigos, no tienen sino súbditos que ya no encuentran i su
rey. . . Están persuadidos de que mi virtud secreta, a
la cual obedecen las plantas y los astros, el agua, la piedra y el
fuego, y a quien el porvenir descubre en alguno« momentos algunos
de sus rasgos, están persuadidos ilo que esta virtud nueva, y sin
embargo tan humana, está oculta en filtros, en palabras malditas, en
hierbas infernales, en signos temerosos. .. ¡No! Está en mí lo mismo
que reside en ellos; se encuentra en ti, mi frágil Ariela, en ti, que te
encontrabas dentro de mí. . . He dado dos o tres pasos más atrevidos
en la noche... He hecho un poco antes lo que ellos harán más tarde. . .
Todo los estará sometido cuando hayan aprendido por fin a reaní
mar tu buena voluntad como yo la he reanimado. .. Pero por mucho
que les dijese que dormitas aquí, por mucho que les señalase con el
dedo tu gracia deslumbrante, no te verían... Es menester que cada
uno de ellos te des cubra dentro de sí mismo. Es preciso que cada
uno ti» ellos entreabra como yo la tumba de su vida y venga n
despertarte como yo te despierto... ( S e i n c l i n a s o b i r ARIELA y l e
da un beso.)
Ariela.—(Despertando.) ¡Maestro!
MERLÍN.—Ariela, ha llegado la hora en que debe est;n en vela el
amor... Estos días, turbaré a menudo tui sueños.
ARIELA.—Mi sueño fue tan largo que siempre estoy volviendo a
caer en él. Pero me siento más fuerte y min fe!iz con cada uno de los
despertares que me impone tu pensamiento. ..
Merlín.—¿Hacia dónde guías a mi hijo y cuándo l> volveré a ver?
ARIELA.—Iba siguiéndole con los ojos en aii sueflo atento. .. Se
acerca a nosotros. .. Cree haberle extra viado, y su destino le lleva a
donde está esperándole lu felicidad...
MERLÍN.—¿Me reconocerá? Hace muchos años que la prueba
prescrita exige que vivamos extraños uno it otro. Y tengo prisa de
poder abrazarle como antaño, cuan do era niño.
ARIELA.—No; es preciso que la suerte se decida libremente y que
el amor de un padre cuya existencia debe Ijiiiorar no falsee la
prueba. ..
MERLÍN.—Pero desde que Joyzelle está aquí, desde tjUC 61 viene
hacia e!la, ¿se ilumina el pordevir y lees en > I IIIJL’O más adelante?
Ariela.—(Contemplando el mar y la noche, en una i'»/»rae de
éxtasis.) Leo lo que leí desde las primeras liorns. .. El destino de tu
hijo está inscrito por completo
• ii un círculo de amor. Si ama, si es amado con un amor
iiimnvilloso, que, por otra parte, debiera ser el de todos I" . hombres,
pero que se va haciendo tan raro que aho-
i.i los parece deslumbrador y loco; si ama, si es amado
• ini amor ingenuo y, sin embargo, clarividente, con amor
M'iirillo y puro como el agua de las montañas y todopo- ilnoso como
ella, con amor heroico y más suave que una flor, con amor que todo lo
toma y da más de lo que ha limiado, que nunca vacila, que no engaña,
al que nada
■ i' concierta y al que nada desalienta, que no oye, que un ve
más que una felicidad misteriosa, invisible para to-
■ I" los demás, que la ve en todas partes, a través de todas los
formas y de todas las pruebas, y que, sonriendo, se mirlante hasta el
crimen para reivindicarla. ..; si obtiene
• ti* amor que en alguna parte existe y que le está espe-
i mido en un corazón que he creído reconocer, su vida •n i
más larga, más hermosa y más feliz que la de los ilrmíis hombres.
Pero si no lo encuentra antes de que imiiiine el mes, porque el círculo
se está cerrando; si el
ii mor de Joyzelle no es el que le tiende el porvenir desde I"
alto de los cielos; si la llama no alcanza los límites de la Huilla porque
una duda la oscurece o un pesar la vela,
11 muerte es la que gana y tu hijo está perdido.
MERLÍN.—¡Ay! Cierto, para todo hombre la hora del
es importante.
AIIIELA.—Para Lanceor es, ¡ay!, implacable... En es- i" días, está
tocando la cima de su propia vida. Roza, a Urinas, la felicidad y el
sepulcro. . . Depende por com
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pleto de los últimos pasos que dé y del ademán de la virgen que


sale a su encuentro.
Merlín.—¿Y si Joyzelle no es la que la suerte de signa?
Ariela.—Temo que la prueba que vamos a intenta i sea la única
que se le ofrezca. Pero el hombre no debe desalentarse nunca frente
al porvenir. ..
Merlín.—¿Por qué intentar la prueba si es in cierta?
Ariela.—Si no se la ofrecemos nosotros, se la ofrecerá el Destino:
es inevitable. Pero está entregada al azar, y por eso intento dirigir su
curso. . .
Merlín.—¿Y si ama a Joyzelle sin que ella le ame con el amor que
el Destino exige?
Ariela.—Es cuando será menester que intervengamos más
manifiestamente.
Merlín.—¿Cómo?
Ariela.—Intentaré saberlo.
Merlín.—Ariela, te lo ruego, puesto que se trata del ser más
querido, de algo mucho más que yo mismo, puesto que no tengo más
que un hijo y puede llegar a ser lo que bien sabemos que no puedo
ser yo. ¿Será imposible que hagamos hacia el porvenir un esfuerzo
inaudito, casi desesperado, que violemos el tiempo, que arranque-
mos a los años, aunque hayan de vengarse sobre nosotros dos, el
secreto que esconden con tanto rigor y que contiene mucho más que
nuestra propia vida y nuestra felicidad?
Ariela.—No; me esfuerzo en vano, no alcanzo más lejos... El
porvenir es un mundo limitado por nosotros mismos, en el cual no
descubrimos sino lo que nos concierne, y a veces, por azar, lo que
interesa a los que más amamos. . . Veo muy claramente cuanto se
desenvuelve en torno a Lanceor, hasta que su camino se cruza con el
de Joyzelle. Mas, en torno a Joyzelle, los años están cu biertos con un
velo. Es un velo deslumbrador, una cortina de luz, pero esconde los
días tan profundamente
• «uno un velo de tinieblas. .. Interrumpe la vida. Luego,
ni.it allá del velo, vuelvo a encontrar a la felicidad y a ln muerte, que
están esperando como dos huéspedes igualen, indiferentes,
impenetrables; y no sabría decir cuál i I.I más cerca, cuál es más
imperioso. .. No me es po- nilile sabei si Joyzelle es la predestinada. ..
Todo promete que es ella, mas nada lo confirma. .. Su rostro está
i. mío, atisbando los años que llegan. . . y aunque la llamo
• • >n lodo mi poder, no me responde, no se vuelve hacia mi
Y jamás he visto sus facciones, que adivino. .. Sólo un signo es cierto:
J OY ZELLE 537

el de las pruebas muy netas y crueles i|iie tendrá que sobrellevar. . .


Sólo en esas pruebas la i ouoceremos.
Merlín.—Así, pues, nos es menester, a partir de ese I'iiulo que
puedo traspasar, someternos a las potencias tlrsconocidas, interrogar
a los hechos como los demás hombres, esperar su respuesta, e
intentar vencerlos si i|iiicien la desdicha de aquellos a quienes
amamos. ..
Amela.—Mas he aquí que avanzan en el alba que lli'IM...
Apresurémonos; se acercan... Dejemos a su .Ir .lino, que empieza su
obra, la soledad y el silencio que ( S a l e n Merlín y Ariela. A l g u n o s
instantes des- ¡uu's, mientras la claridad del día
a u m e n t a r á p i d a m e n t e , n i i r u n y s e e n c u e n t r a n Joyzelle y
Lanceor.)

ESCENA 11 Joyzelle, Lanceor.


JOYZELLE.—(Deteniéndose atónita ante LANCEOR.) ¿Ouó buscáis?
Lanceor.—No sé dónde estoy. . . Buscaba un asi- I" . ¿Quién sois?
Joyzelle.—Me llamo Joyzelle.
Lanceor.—Joyzelle. . . Digo el nombre. .. Acaridii como un ala, un
hálito de flor, un soplo de alegría, un rayo de luz. .. Os pinta por
completo, canta en el coi.i zón, ilumina los labios. ..
JOYZELLE.—Y vos ¿quién sois?
Lanceor.—Ya ni yo mismo lo sé... Hace alguno», días me llamaba
Lanceor, sabía dónde estaba y me co nocía... Hoy me busco, ando a
tientas dentro de mi mismo y en derredor mío, y voy errante en la
bruma, en medio de espejismos. ..
Joyzelle.—¿Qué bruma? ¿Qué espejismos?... ¿Des de cuándo
estáis en esta isla?
Lanceor.—Desde ayer.
Joyzelle.—Es extraño; nadie me había hablado <lt' vuestra
presencia.
Lanceor.—Nadie me ha visto. .. Vagaba por la orí lia del mar;
estaba desesperado. ..
JOYZELLE.—¡Oh! ¿Por qué?
Lanceor.—Estaba muy lejos de aquí, estaba muy lijos de él,
cuando una carta me dijo que mi padre, ya un ciano, se está
muriendo. .. Me embarqué en seguida. Nn vegamos largo tiempo;
después, en el primer puerto donde se detuvo el barco, supe que era
demasiado tarde, que mí padre ya no existía. .. Continué mi ruta,
para recoger al menos su último recuerdo y para ejecutar su última
vo luntad. ..
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JOYZELLE.—¿Por qué estáis aquí?


Lanceor.—El por qué, no lo sé; el cómo, lo ignoro.., El mar estaba
muy claro y el cielo sereno. .. No se veía más que e! agua dormitando
en el azul... De pronto, sin razón, grandes vapores azules invadieron
las olas... Subían como un velo que iba prendiéndose a las manos, n
las velas, al rostro. .. Después, sopló el viento, se nos rompió el and?,
y el navio, ciego, empujado por una corriente que le hacía
estremecerse, se encontró al atardecer en el puerto desconocido de
esta isla imprevista. . . Triste y desalentado, bajé a la playa, me dormí
en una
cmi 1,1 que daba vista al mar. Y cuando desperté, la bruma .
había levantado y vi al navio que se desvanecía como mi nía luminosa
en el horizonte de las olas.
Ioyzelle.—¿Qué había sucedido?
I anceor.—No sé. Hubiera querido seguirle, pero no I un le
encontrar una barca en el puerto. Por lo tanto, ten- l(i» i|iic esperar a
que pase otro navio.
Ioyzelle.—Es curioso. Lo mismo que yo.
I anceor.—¿Lo mismo que vos?
Ioyzelle.—Sí, a mí también una bruma espesa me ini|<> a la isla.
.. Pero yo había naufragado.
I anceor.—¿Cuándo?... ¿Y cómo?... ¿De dónde li ilu'is venido,
Joyzelle?
Ioyzelle.—Venía de otra isla.
I ANCEOR.—¿A dónde ibais?
Ioyzelle.—Adonde alguien me esperaba.
I anceor.—¿Quién?
JOYZELLE.—Aquel a quien creyeron que debían esco- |i,ri para
mí.
I a n c e o r . — ¿Estábais prometida?
IOYZELLE.—Sí.
I anceor.—¿Le amábais?
IOYZELLE.—No.
I ANCEOR.—Pero. .. entonces. ..
Ioyzelle.—Mi madre lo quería.
I anceor.—¿Y pensabais obedecer?
JOYZELLE.—No.
I anceor.—¡Ah! ¡Está bien!... Eso me gusta...
I iimbién, mi padre, en el momento de su muerte, quería ■ liiti yo
eligiese a quien él había elegido... Tenía sus M,Mines, razones muy
profundas y, al parecer, muy gra- vft . Y puesto que lo quiso y que ya
no está en el mundo, es preciso que obedezca.
IOYZELLE.—¿Por qué?
I ANCEOR.—No es posible sustraerse a la voluntad de lim muertos.
Ioyzelle.—¿Por qué?
Lanceor.—Ya no puede cambiar. . . Hay que ten» i piedad, hay
que respetarla. ..
JOYZELLE.—No.
Lanceor.—¿Vos no obedeceríais?
JOYZELLE.—No.
Lanceor.—¡Joycelle!. . . ¡Es espantoso!
JOYZELLE.—No; los muertos son los espantosos N| quieren que
amemos a los que no amamos.
Lanceor.—¡Joyzelle! ¡Me dais miedo!
Joyzelle.—He dicho. . . ¿Qué he dicho? Puede qn< haya sido
demasiado impulsiva.
Lanceor.—Joyzelle, vuestros ojos se humedecen ni recuerdo de
los muertos y desmienten vuestras palabi.i
Joyzelle.—No, no es por ellos. . . Tal vez he sul.. dura... Y, sin
embargo, hacen mal.
LANCEOR.—No hablemos más de los muertos. . . Nn me habéis
contado cómo fue vuestro naufragio.
Joyzelle.—Nos hizo perder el rumbo una niebla r¡ pesa. . . Tan
espesa que llenaba las manos como plum r- blancas... El piloto se
equivocó. Perdió el rumbo. . Creyó ver un faro. .. El navio se partió
sobre arree¡IV« ocultos. .. Pero no pereció nadie; las olas me arrastr.i
ron. Y después vi el agua azul deslizarse ante mis ojni como si fuese
bajando a un cielo asfixiante. . . Bajabn, bajaba. . . Después, no sé
quién me atrapó y perdí <1 conocimiento. ..
Lanceor.—¿Quién os salvó?
Joyzelle.—El dueño de esta isla.
Lanceor.—¿Y quién es ese dueño?
Joyzelle.—Es un anciano que vaga como una soni bra inquieta
en este palacio de mármol.
Lanceor.—¡Si yo hubiese estado allí!. . .
Joyzelle.—¿Qué hubierais hecho?
Lanceor.—¡Os hubiera salvado!
Joyzelle.—¿No estoy salvada?
Lanceor.—¡No es lo mismo!... No hubierais sufrí do, no os
hubiera pasado nada... Os hubiera llevado
sobre la cresta de las olas. .. ¡Ah! No sé cómo. . . Como miii copa llena
de piedras preciosas a ninguna de las 111 ■ 1 11 "i debe rozar ni una
sombra, como una flor del alba iln l,i cual se teme hacer caer una
gota de rocío. . . ¡Cuán- iln pienso en los peligros que habéis corrido,
tan hermosa \ i ni frágil, en las rocas crueles, en los brazos de ese an-
ilmio!. .. Lo que hizo fue hermoso. .. Hizo lo imposi- hlr . Pero no es
bastante. . . ¿Cómo pudisteis llegar |nii fin a la orilla?
Joyzelle.—Desperté tendida en la arena. .. El an-
i linio estaba allí. Después, me hizo traer a este palacio.
I anceor.—¿Es el rey de esta isla?
JOYZELLE.—La isla está casi desierta, no se ve en ella
ii nadie fuera de unos cuantos servidores que pasan en
«lleudo. . . No tendría más súbditos que los árboles, las finir, y los
pájaros felices de que la isla parece estar liona.
I ANCEOR.—Está bien lo que ha hecho. . .
Joyzelle.—Es bueno y humano, y me acogió como mi propio
padre no hubiera podido acogerme. . . Sin em- I un fío, no le quiero. .
.
I ANCEOR.—¿Por qué?
Joyzelle.—Creo que me ama. ..
I anceor.—¿Cómo? ¿Se atrevería? No, no es posible, n los años
no tienen ya el peso que deben tener y la razón huye de nosotros
cuando la muerte se anuncia...
Joyzelle.—Y, sin embargo, lo temo... Me lo ha il.iilo a
entender. . . Es extraño y triste. . . Tiene, dicen, mi hijo que está muy
lejos de aquí, que acaso se ha per- ■ tu lo. . . Siempre está pensando
en él. .. Cuando cree volver a verle, su rostro se ilumina, le. .. ¡Ahí
está! ( E n - nu Miírlín.)

ESCENA 111 Lanceor, Joyzelle, Merlín.


Merlín.—Os andaba buscando, Joyzelle. . . ( V o l v í t u d o s e
h a c i a Lanceor y l a n z á n d o l e u n a m i r a d a a m e n a z o d o r a . )
Sé quién sois y sé las razones que os han traído ,i esta isla, el ardid de
ese naufragio simulado, y cuál es el enemigo que os ha enviado...
Lanceor.—¿A mí? Sólo el azar me hizo abordar aquí
Merlín.—No prounciemos frases inútiles.
JOYZELLE.—¿Qué ha hecho?
Merlín.—Quisiera hacer, ¡ay de mí!, lo más vil que puede hacer
un hombre: traicionar la bondad, engañar n la amistad y vender al
enemigo el huésped demasiado dineroso que se disponía a acogerle.
JOYZELLE.—-No.
Merlín.—¿Por qué no? ¿Acaso le conocéis?
JOYZELLE.—Sí.
Merlín.—¿Desde cuándo?
Joyzelle.—Desde que le vi.
Merlín.—¿Y cuanto hace que le habéis visto?
Joyzelle.—Desde que entró en esta sala.
MERLÍN.—Es poco.
Joyzelle.—Es suficiente.
Merlín.—No, Joyzelle; y hechos y pruebas os demos frarán bien
pronto que no es bastante, y que una miradn leal, la inocencia de la
sonrisa, el candor de las palabras ocultan a veces lazos más
peligrosos que los de la vejez ingrata o los del amor que no tiene sino
poca esperanza.
Joyzelle.—¿Qué pensáis hacer?
Merlín.—Espero la última confirmación, y entou ces haré lo que sea
legítimo y necesario para no verme mMIhiuIo a temer a un enemigo
que no retrocedería ante iitt'ln l.as medidas implacables que habré de
tomar im- iMiilun a vuestra seguridad tanto como a la mía, porque 1 1
misma intriga nos envuelve a ambos, y la suerte nos llfir . No puedo
hoy deciros más; confiad en mí; acaso il" is ya que vuestra felicidad es
la mía. . .
Ioyzelle.—Recuerdo que me habéis salvado la vida.
Mirlín.—Lo recordáis sin suavidad ninguna; mas ■ pero que un día
me haréis justicia. ( A Lanceor.) En
nlo a vos. .. el aviso que he recibido no puede ser
ilii>loso. Cuando los hechos que temo le hayan confirma- ilu, liaré lo
que debo. Entre tanto, sois mi prisionero. Os imln arán la parte del
palacio que os está reservada. Si fililiqueáis los límites prescritos, os
juzgáis vos mismo y viix mismo pronunciáis la sentencia. Será sin
apelación. Mi » órdenes están dadas.
I anceor.—Obedezco, pero esperando que reconoz- • ir. vuestro
error. Hasta bien pronto, Joyzelle.
Mi rlín.—No. Decidle adiós, porque es dudoso que vnlváis nunca
a verla... Sin embargo, Joyzelle, puede i|nr un azar vuelva a poneros
en presencia de este hom- Iiir Rn tal caso, huidle; vuestra vida y la
suya dependen miiv estrictamente de vuestra separación. Si sé que os
Imitéis vuelto a ver, estáis irrevocablemente perdidos. ( A I \ii( iíor.)
¿Me prometéis huir de ella?
I anceor.—Si a ella le va la vida, sí.
Mi rlín.—¿Y vos, Joyzelle?
IOYZELLE.—No.
A C T O S E G U N D O
ESCENA PRIMERA
Jardín silvestre, abandonado, lleno de abrojos y de malas H I ER L MI A la derecha,
muro enorme y sombrío en el cual se abre I II I > puerta con claraboya.
JOYZELLE, después LANCEOR.
Joyzelle.—( E n t r a n d o . ) Este es el jardín que n;idi< visita; el sol ya
no entra en él; las pobres flores silvesttc. a las cuales hacen la guerra
porque no son hermosas, es peran aquí la muerte, y los pájaros se
callan. He aquí l.i vio'eta que ya no tiene perfume, el ranúnculo de
oro, temblador y tan raquítico. . . y la amapola que no h;m sino
deshojarse... Aquí está la escabiosa que pide un poco de agua, el
euforbio venenoso que esconde sus fio res verdes, la campánula azul
que agita en silencio su . campanas inútiles. .. ¡Os reconozco a todas,
humildes v despreciadas, tan buenas y tan feas!... Pudierais sn
hermosas; no os falta casi nada: un rayo de felicidad, un minuto de
gracia, una sonrisa más atrevida para atrnci a la abeja. .. Pero no hay
ojos que os vean, no hay maim que os siembre, no hay mano que os
corte. Y vengo n vuestro lado para estar también sola... ¡Qué triste ('*
aquí todo!. . . La hierba está abandonada y seca, las h(> jas están
enfermas, los árboles viejos se mueren, la mis ma primavera y el
rocío del alba temen entristecerse rn
esta soledad. .. (Lanceor aparece tras la puerta con tlwnhoya.)
I anceor.—¡Joyzelle!
Ioyzelle.—(Volviéndose bruscamente.) ¡Lanceor!
I anceor.—¡Joyzelle!
Ioyzelle.—¡Vete, vete! ¡Cuidado!. .. ¡Si te ve, es la muerte!
I.anceor.—No nos verá. Está muy lejos de aquí.
IOYZELLE.—¿Dónde está?
I .anceor.—Le he visto marcharse. Estaba acechando ■ii nurcha
desde lo alto de la torre en que estoy prisionero , . Está al otro
extremo de la isla, cerca del bosque imuI <|uc cierra el horizonte.
Ioyzelle.—Pero puede volver. O alguien se lo di- ni . ¡Vete, vete,
vete! ¡Te va la vida!
I anceor.—El palacio está desierto; he recorrido las IHIiin, los
jardines y los patios, los largos setos de boj, Ium onaleras de mármol.
..
Ioyzelle.—¡Vete! Es una trampa. . . Quiere quitarte l*i vlilíi; lo sé,
lo ha dicho. .. Sospecha que te amo. . . No Imsca sino una excusa para
lo que quisiera hacer. . . |Voir! . . Ya es demasiado tarde. ..
I ANCEOR. No.
Ioyzelle.—Si no te vas, me marcharé yo.
I ANCEOR.—Si te marchas, Joyzelle, me quedo en esta luí. HII
hasta que la noche le vuelva a traer al palacio. .. kli> encontrará en el
umbral prohibido. . . He franqueado i" limites que me estaban
señalados; por lo tanto, he .IC-IMIM decido ¡y quiero que lo sepa, y
quiero que lo vea!
Ioyzelle.—¡Lanceor, ten piedad! ¡Te lo ruego, Lan-
i Arriesgas así toda nuestra felicidad. ¡No pienses
«Mu en ti! Si te marchas de esa puerta, iré donde tú quie- IH« Nos
veremos en otra parte, más tarde, otro día. . . HHV >|HC tener
tiempo, hay que tener cuidado, hay que |MM|nuai . . . Mira. .. te
alargo los brazos. . . ¿Qué quie- iti» i|iio haga?. . . ¿Qué es menester
prometerte?
I a n c e o r .—Abre la puerta.
Joyzelle.—No, no, no. No puedo.
Lanceor.—Abre, abre, Joyzelle, si quieres que viv.i
Joyzelle.—¿Para qué quieres que abra?
Lanceor.—Quiero verte de cerca, quiero tocar lin manos, que no
he tocado, volverte a mirar como te mln cuando el primer día. .. Abre
o quiero perderme; no inr marcharé.
Joyzelle.—¿Te marcharás en cuanto. .. ?
Lanceor.—Te lo prometo, Joyzelle... En cuanto abras, antes que
una golondrina, antes que un pensamien to hayan tenido tiempo de
acudir del sitio donde esi¡m para sorprender mi m a n o que va a tocar
la tuya... Ir lo suplico, Joyzelle, esto es demasiado cruel. . . Estoy cu
esta puerta como un mendigo ciego... No veo más qw tu sombra que
pasa entre las hojas. .. Estas barras son odiosas y ocultan tu rostro. . .
Una sola mirada, Joyzelk\ en que te vea toda, y después me iré como
ladrón que huye con un gran tesoro que se va derramando tras él. .
Nadie lo sabrá, y seremos felices.
Jozyelle.—¡Lanceor, es espantoso!... No tiembl*< nunca, pero
tiemblo hoy... Es tal vez tu vida, y ya e» la mía. .. ¿Qué claridad es
esta que se alza tan depn sa?... ¡Viene a amenazarnos! ¡Viene a
traicionarno.l ¡Lo temo!
Lanceor.—No. Es el sol que sube detrás del muro. . Es el sol
inocente, el sol bueno de mayo que viene a ir gocijarnos. .. Abre,
pues, abre deprisa; cada minuto que pasa añade sus peligros a los
que ya temes. Un solo atlc mán Joyzelle, un impulso de tu mano, ¡y
de veras me abres las puertas de la vida! (Joyzelle da vuelta a ln llave;
la puerta se abre, Lanceor atraviesa el umbral v estrecha entre sus
brazos a Joyzelle.) ¡Joyzelle!
JOYZELLE.—¡Aquí estoy!
Lanceor.—Tengo tus manos y tus ojos, tus cabellos v tus labios, en el
mismo beso y en el mismo instante: ¡todo’, los dones del amor que
no he tenido nunca y toda m i presencia!. . . Mis brazos están tan
sorprendidos que no pueden llevarlos, y mi vida entera no puede
contener- ínn .. ¡No apartes la frente! ¡No alejes los labios! ¡No
»Mires los cabellos!
Joyzelle.—No es para huir de ti, es para acercarme, mejor.
I.anceor.—¡No vuelvas la cabeza!; ¡no me robes una miibra de
tus pestañas, un fulgor de tus ojos! No son las Imus sino hasta los
minutos los que amenazan la feli- i lilnd.
Joyzelle.—Buscaba tu sonrisa. . .
I -anceor.—Y la tuya se encuentra en el primer beso • |Mú pasa
entre nuestros labios para unir nuestros desti- iiii-, .. Me parece, hoy,
que te he visto siempre y que «lempre te he besado, y que vuelvo a
empezar, en la rea- liiliid, en el umbral del paraíso, lo que hice en la
tierra lu-Mindo tu sombra...
Joyzelle.—Te besaba en la noche, al besar mis sueños. ..
I .anceor.—No he tenido duda ninguna. ..
Jozyelle,—No he tenido temor. ..
I ANCEOR.—Y todo me es concedido. . .
JOYZELLE.—¡Y todo me hace feliz!
I anceor.—¡Qué profundos y llenos de confianza son Un ojos!
Joyzelle.—¡Y los tuyos qué puros y llenos de certidumbre!
I anceor.—¡Cómo los reconozco!
Joyzelle.—¡Y cómo los vuelvo a encontrar!
I anceor.—¡Tus manos sobre mis hombros tienen el mlemán que
tenían cuando las esperaba sin osar desper- •urine!
Joyzelle.—¡Y tu brazo vuelve a ocupar el mismo lu- |i111 sobre
mi cuello!
I anceor.—Así es como en otro tiempo se cerraban tus párpados
al soplo del amor. ..
Joyzelle.—Y lo mismo también subían las lágrimas « n lus ojos al
abrirse...
Lanceor.—-Cuando la felicidad es tanta. ..
Joyzelle.—La desdicha no viene mientras el amoi ln tiene
encadenada. ..
Lanceor.—¿Me quieres?
JOYZELLE.—Sí.
Lanceor.—¡Oh! ¡Cómo has dicho “Sí”!. .. ¡Sí, hasln el fondo del
corazón, hasta el fondo de los pensamiento', y hasta el fondo del
alma!. . . Tal vez lo sabía; pero mu menester decirlo; y ni siquiera
nuestros besos contaban sin él... Ahora es bastante: alimentará mi
vida; tocio» los odios de la tierra no sabrían borrarle, y tremía anón
de angustia no le sabrían agotar. .. ¡Estoy en la luz, y )n primavera
me abruma!. .. ¡Miro al cielo, y el jardín no despierta! ¿Oyes los
pájaros, que hacen cantar a los árbo les y repiten tu sonrisa y el “sí”
maravilloso? Y ¿ves luí rayos que acarician tus cabellos como
diamantes que juc gan entre llamas, y los millares de flores que se
inclin;in sobre nosotros para sorprender en nuestros ojos el mis terio
de un amor que ellas no conocen?
Joyzelle.—(Abriendo los ojos.) No había aquí mu que pobres flores
muertas. .. (Mira en derredor, es tu/>e jacta, porque desde que
entró Lanceor, sin que se hayan dado cuenta, el jardín triste se ha
transfigurado poco a poco mágicamente. Las plantas silvestres, las
malas hierl>n\ que le envenenaban han crecido, y cada una, según
su e,\ pecie, ha magnificado hasta el prodigio sus jlores, compfo
tamente abiertas. La raquítica correhuela se ha conver tido en
poderosa liana cuyos admirables cálices enredan guirnaldas a los
árboles cargados de frutos maduros v poblados por pájaros
milagrosos. El alpiste blanco es un gran arbusto de verde ardiente
y claro, en el que brillan flores más grandes que azucenas. La
pálida escabiosa lia alargado sus tallos, en que se yerguen borlas
ahora parecidas a girasoles malva. . . Vuelan las mariposas,
zumban las abejas, los pájaros cantan, los frutos se balancean v
caen, fluye la luz. La perspectiva del jardín se ha exten dido hasta el
infinito. Y ahora se vislumbra, a la derecha, *m /'Manque de mármol
medio oculto tras un seto de adel- bi* v de heliotropos formando arcos.)
I .anceor.—¡Ya no hay aquí más que las flores de la i lii! ¡Mira!
Descienden, caen sobre nosotros. .. Estallan i n l is ramas, doblegan
los árboles, se enredan a nuestro |imko, se entremezclan, se aplastan,
se abren unas en otras, > iH'.m las hojas, deslumbran la hierba. No
conozco ningu-
le ellas, y la primavera está embriagada. ¡Nunca vi nin-
i m u s más desordenadas, más resplandecientes!
Ioyzelle.—¿Dónde estamos?
I anceor.—Estamos en el jardín que tú no querías iluii a mi
amor.
Ioyzelle.—¿Qué hemos hecho?
I anceor.—He dado el beso que no se da sino una viv; y tú has
dicho la palabra que no vuelve a decirse.
Ioyzelle.—(Desfalleciendo.) Lanceor, estoy loca o vnnios a
morir. ..
I anceor.—(Sosteniéndola.) Joyzelle, palideces y tus i(tii i idos
brazos me estrechan como si temieses que un
i nemigo oculto. . .
Ioyzelle.—¿No lo habías visto?
I anceor.—¿Qué?
Joyzelle.—Estamos cazados en la trampa, y esas flo-
ii . nos traicionan... Los pájaros callaban, los árboles i .l iban
muertos, no había aquí sino malas hierbas que n ti lie arrancaba. . .
Las reconozco todas y encuentro sus
ibres que me recuerdan aún su antigua miseria. .. He
IIIni el ranúnculo cargado de discos de oro; el pobre al- l'i'.ic Illanco
es una zarza de azucenas; las grandes escabio- hiiH se deshojan
sobre nuestras cabezas, y esas campanas • li púrpura que se salen del
muro, para anunciar al mun- iln i|iie nos hemos visto, eran la digital
que vegetaba en ln sombra... Se diría que el cielo ha derramado sus
flotes .. No las mires; están ahí para perdemos. .. ¡Ay! ,il.i|>o mal en
buscar, y hubiera debido comprender! Ha- l'iii murmurado
amenazas confusas... Sí, sí, sabía de «ulna que poseía sortilegios. ..
Me lo dijeron un día, y no lo creí... Ahora, llegó su hora; está bien; es
demasía do tarde, mas se verá tal vez que el amor también pur de. ..
(Se oye el llamamiento de un cuerno de caza.)
Lanceor.—Escucha...
Joyzelle.—Los pasos de los caballos, el llamamiento del
cuerno. .. Vuelve. Vete. ..
LANCEOR.—Pero ¿y tú?
Joyzelle.—Yo no tengo nada que temer sino su odio so amor...
¡Vete!
Lonceor.—Me quedo a tu lado, y si su violencia. . .
Joyzelle.—Nos perderás a los dos. .. Vete. .. Ocúltate ahí, detrás
de esos euforbios. . . Diga lo que díj’ii, haga lo que haga, no te
descubras y no temas nada pm mí. Sabré defenderme... ¡Vete!
¡Viene!... ¡Es él!.., ¡Vete! Oigo su voz. .. (Lanceor s e e s c o n d e
detrás tic unos altos euforbios. La puerta con
c l a r a b o y a s e a b r e , v Merlín e n t r a e n e l j a r d í n . )
ESCENA II
MERLÍN, JOYZELLE; LANCEOR, oculto.
Merlín.—¿Está aquí, Joyzelle?
JOYZELLE.—No.
Merlín.—Estas flores no mienten; denuncian al amor. .. Eran
vuestras guardianas, y me son fieles. . . No soy cruel, y perdono más
de una vez. .. Podéis sal va i i- señalándome con el dedo el arbusto
que le esconde. . (Joyzelle p e r m a n e c e i n m ó v i l . ) No me miréis
con eso* ojos de odio. .. Un día me amaréis, porque el amor lícm
caminos oscuros y generosos. .. ¿No creéis que yo cumpla mis
promesas?
JOYZELLE.—No.
Merlín.—No he hecho nada, Joyzelle, que mere/i a i mln odio ni
semejante injuria. .. Puesto que lo queréis, Vio obrar a la suerte. ( S e
o y e u n g r i t o d e d o l o r d e t r á s ih ' l a m a t a d e e u f o r b i o s . )
Ioyzelle.—(Precipitándose hacia la mata de euforbiot)
¡Lanceor!
I anceor.—¡Joyzelle! Estoy herido. .. me mordió una mh picnic.
Joyzelle.—No es una serpiente. .. ¡Es un animal es- I' utiloso!...
¡Se yergue contra ti!... Le aplasto con el pli . Echa baba... Ha
muerto... ¡Lanceor, palide- |i««l . . Apóyate en mi cuello. . . No
temas. . . soy fuer- ir . . Muéstrame la herida. . . Lanceor, estoy
aquí. .. ,1 iinoeor, responde!
Merlín. — ( A c e r c á n d o s e y e x a m i n a n d o l a
m o r d e d u r a . ) I .i herida es mortal. .. El veneno es muy lento, y su
ac- • Hni. extraña. .. No desesperes... Solamente yo sé el re- llli'illo. . .
Joyzelle.—¡Lanceor, Lanceor!. . . ¡Respóndeme! ,l Vsponde!
MERLÍN.-^-NO responderá. Duerme profundamente. . . I'i liiaos,
Joyzelle, si no queréis que ese simple sueño aca- iii en la tumba. ..
Retiraos, Joyzelle; no es hacerle trai- ■ mu, es apartar la muerte. ..
Joyzelle.—¡Haced primero el signo que ha de devolvióle la vida!
Mhrlín.—(Mirándola gravemente.) Lo haré, Joyzelle. i li lY/.i LLE
sale despacio, se vuelve, y por fin se retira obe- ih'i inido a un
ademán grave e imperioso de Merlín. Ya tuh>, Merlín se arrodilla
delante de Lanceor para curarla lu herida.)
MERLÍN.—No temas nada, hijo mío; es por tu felicidad, V Indo mi
corazón se abre en el primer beso que, al fin, pin do darte. (Le besa
largamente. Entra ARIELA.)
ESCENA III
MERLÍN, LANCEOR, ARIELA.
Ariela.—Maestro, hay que apresurarse. Hay que ten der el nuevo
lazo.
MERLÍN.—¿Caerá en él?
Ariela.—El hombre cae siempre en él cuando le ll<- va su
instinto. Pero envolvamos su razón en un velo, cam biemos su
carácter: tendremos un espectáculo que no* hará sonreír.
MERLÍN.—Yo no sonreiré, porque el espectáculo e» triste y no me
place ver un amor bello y noble, un anuu que se cree predestinado,
único, anonadarse así en la pií mera prueba, entre los brazos de un
fantasma. ..
ARIELA.—Lanceor no es libre, puesto que no es ya ol mismo y
puesto que, durante una hora, le entrego al iiv. tinto.
MERLÍN.—Hubiera debido vencerle.
ARIELA.—Hablas así porque te estoy sometida; pero recuerda
tiempos en que era menos dócil.
MERLÍN.—Te crees muy dócil porque te he vencido, pero hasta en
la luz a la cual he sabido elevarte ti' queda sombra, y vuelvo a
encontrar en ti algo cruel quise alegra demasiado de las flaquezas de
los hombres.
ARIELA.—Las flaquezas de los hombres son a meniul< >
necesarias para los designios de la vida.
Merlín.—¿Qué sucederá si sucumbe?
Ariela.—Sucumbirá; está escrito. . . Se trata de sabi i si el amor
de Joyzelle se sobrepondrá a la prueba.
MERLÍN.—Y tú ¿no lo sabes?
Ariela.—No. Tiene un espíritu que no pertenece por completo a mi
esfera. Depende de un principio que no conozco, que no he visto más
que en ella y que cambín »1 porvenir. He intentado someterla; pero
no me obedece |iin> en las cosas menudas. Mas es tiempo de obrar...
v o ii buscar a Joyzelle y déjame con tu hijo. .. Vete para un li.iccr que
la prueba tuerza su camino. . . Voy a reanimarle, voy a renovar y
hacer aún más profunda y MIA« l iega la embriaguez en que acabo
de sumergirle, y voy a hacerme visible a sus ojos para engañar sus
be-
m. . .
Merlín.—(Con reproche sonriente en la voz.) Arie-
lo
Ariela.—Vete. Déjame hacer. .. Bien lo sabes, los Iwvhis que se
dan a la pobre Ariela pasan como el reflejo ilo un ala que se cierra
sobre un agua que corre. .. (Mer- i ln \C aleja. Ariela se dirige hacia el
estanque de mármol. y allí, medio oculta por el seto de adelfas, desciñe
l"\ velos que la envuelven, se sienta sobre los escalones , aI'irnos de
musgo que rodean el estanque y desata des- l'iii lo su larga cabellera
mientras que Lanceor se despierta aturdido.)
' i
I anceor.—¿Dónde me dormí? No sé que veneno se un' ha entrado en
el corazón. . . No soy el mismo. .. M l razón se extravía. . . Lucho
contra la embriaguez e ii'Moro a dónde voy. .. (Viendo a Ariela.) ¿Qué
mujer r*i esa, detrás de las adelfas? (Se acerca al seto de adelfa \, y
mira.) ¡Es hermosa!. .. Está casi desnuda, y su plt\ encorvado como
flor prudente, tantea el agua, que muirle rodeándole de perlas. ..
Levanta los brazos para tilín se el cabello, y la claridad del cielo fluye
entre sus ln>inbros, como agua luminosa sobre alas de mármol. .. f,'l.
creándose más.) ¡Es hermosa, es hermosa!. .. Es pre- i luí que la vea. .
. Se vuelve, y uno de sus senos desnu- t|o‘i, a través de sus cabellos,
añade rayos a los rayos que li> asaltan... Escucha. Oye; y sus ojos tan
grandes inte- no|>an las rosas. .. Me ha visto; se esconde, va a
huir. . . i Itravesando el seto.) ¡No, no! No huyas de mí. . . He vliln lis
demasiado tarde. . . (Tomando en sus brazos a Ahihi.a.) Quiero saber
el nombre de una visión tan pura que hunde en la noche todo cuanto
había amado. Qm" ro saber también qué sombra demasiado fiel, qué
pro fundo retiro ocultaba la maravilla que tengo en mis bu zos. ..
¿Qué arboles, qué grutas, qué torres, qué mur» lias podían así
ahogar el esplendor de esta carne, 11 perfume de esta vida, la llama
de estos ojos?. .. ¿Dóndi te escondías, tú, a quien un ciego no tendría
trabajo c» encontrar en una multitud en fiesta?. .. No, no me apai
tes; no es la pasión, la embriaguez de un momento: oí el
deslumbramiento duradero del amor... Estoy a lu* pies, abrazo
humildemente tus rodillas... Me doy n It sola. .. No soy más que tuyo.
.. No pido más que ;m beso de tus labios para olvidarlo todo y sellar
el poive nir. . . Inclina la cabeza. .. La veo inclinarse; veo que
consiente, y pido la señal que no puede borrarse. . . ( 1.1 b e s a c o n
ardor. Se oye un grito de angustia detrás de! seto.)
¿Qué es eso? (Ariela, a q u i e n t e n í a a b r a z a d a , \ r d e s p r e n d e ,
h u y e y d e s a p a r e c e . E n t r a Joyzelle.)

ESCENA IV Lanceor, Joyzelle.


Joyzelle.—(Trastornada.) ¡Lanceor!
Lanceor.—¿De dónde vienes, Joyzelle?
Joyzelle.—He visto y he oído.
Lanceor.—¿Y qué?. .. ¿Qué has visto?. .. Mira cu tomo tuyo, no
hay nada que ver. .. Las ade'fas est.m en flor, el agua del estanque
dormita, las palomas so arrullan, los nenúfares se entreabren: eso es
todo lo que veo, todo lo que tú puedes ver.
Joyzelle.—¿La amas?
Lanceor.—¿A quién?
Joyzelle.—A la que acaba de huir.
I.ANCEOR.—¿Cómo la he de querer?. .. No la había violo nunca. ..
Esa mujer estaba ahí, yo pasaba por ca- iiilulad... Lanzó un gran
grito... Acudí... Parecía i» uler pie, y en el momento en que le
alargaba la ma- Mi* me dio el beso que tú has oído. ..
Ioyzelle.—¿Eres tú el que habla?
I .anceor.—Sí, mírame; soy yo en cuerpo y alma. .. Acércate más,
tócame si lo dudas. ..
Ioyzelle.—La prueba fue espantosa; pero esto es murtal.
I anceor.—¿El qué?
Joyzelle.—¿Era la primera vez que veías a esa mu-
|#r?
I ANCEOR.—Sí.
Joyzelle.—No hablaré más de ello... Tal vez lle- r ni a
comprender; en todo caso, perdono.
I anceor.—No hay nada que perdonar.
JOYZELLE.—¿Qué dices?
I anceor.—Digo que no me hace falta ninguna el per- i"ii con que
reiteras una falta que no he cometido.
.Ioyzelle.—¿Que no has cometido?. .. ¿No he visto lo i|iie he visto
y he oído lo que he oído?
I.ANCEOR.—No.
Joyzelle.—¡Lanceor!
I anceor.—¡Lanceor, Lanceor!. .. Aunque me estuvimos
nombrando así más de mil años, no cambiarías nada i lo que nada
fue. ..
Ioyzelle.—No sé que pasa entre nuestras dos felici- ilmlcs. .. Pero
¡mírame y tócame las manos, que sepa dónde estás!. .. ¡Si hablas así,
no fuiste tú el que vi esta muhana en el jardín de maravilla donte te
di mi alma!. .. No. hay algo que está jugando con nuestras fuerzas. . .
No es posible que todo se pierda así por una sola pala- lno . Busco...
me pierdo... Te había visto, enton- i pn, y toda la verdad, toda la
cojiékHMa, como se ve de ni onio el mar entre los árbok k segura,
sabía.
I l mnor no engañaba. .. ¡Aigra cuando engaña!. ..
No puede ser que todo se hunda por un sí o un no. . , ¡No, no, no
quiero!. .. Ven. . . no es demasiado tarde, aún no hemos perdido
nuestra felicidad. . . Está todo cu nuestras manos que se cierran
sobre ella. .. Lo que ac.i bas de hacer tal vez ha sido loco. .. ¡Lo olvido,
me burlo de ello! ¡No he visto nada, te digo!. .. No existe: con una
sola palabra, lo borras. .. Sabes como yo que el amor tiene palabras a
las cuales nada resiste; y la falta mas grande, cuando se confiesa en
un beso leal, se conviene en una verdad más hermosa que la
inocencia. .. Di, di me esa palabra; da ese beso; confiesa la verdad,
confiesa lo que he visto, lo que he oído, y todo vuelve a sei como era y
vuelvo a encontrar todo lo que me diste. . <
Lanceor.—He dicho lo que he dicho. Si no me crees, vete; me
molestas.
Joyzelle.—Mírame. .. ¿La amas puesto que mientes
así?
Lanceor.—No. No amo a nadie. Y a ti menos que a nadie.
Joyzelle.—¡Lanceor! ¿Qué he hecho? Tal vez sin sa berlo...
Lanceor.—Nada. No es eso. . . Yo no soy el que tu creías, y no
tengo empeño en serlo. . . Soy como los demás; quiero que lo sepas y
que te consueles. .. y que todas mis promesas se esparzan en el viento
de algún nuevo sueño como esta hoja seca que estrujo en la ma no...
¡Ah! ¡El amor de la mujer!. .. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Peor para ellas!.
. . Viviré como los demás en un mundo sin fe, en que nadie se ama,
en que todos los juramentos fallan a la primera prueba... ¡Ah! ¡Lágri-
mas!. . . ¡Hacían falta, y las estaba esperando!. . . Eres dura, lo sé, y
tus lágrimas son escasas. . . ¡Las cuento gota a gota! No me has
amado. . . El amor que acude así, al primer llamamiento, no es aquel
sobre el cual se funda la felicidad... En todo caso, no es el que yo
esperaba. . . ¡Y más lágrimas!. .. Corren demasiado tarde. .. ¡No me
has amado!; ¡No te he amado! Otra me hubiera dicho. .
una hubiera sabido. .. Pero tú no, no; ¡vete! ¡Te digo Itio le vayas!
(Joyzelle se aleja quedamente, sollozando. ]hi unos cuantos pasos y se
vuelve, vacila, mira triste- nsr Me a Lanceor y desaparece, diciendo en
voz baja: "lTe quiero!. .Lanceor abrumado, desconcertado, se Ul>iiya
vacilante en el tronco de un árbol.) ¿Qué he helio?... Obedezco... ¿A
qué?... No lo sé... ¿Qué li' dicho?. . . No soy yo quien habla. .. He
perdido la felicidad, el presente, el porvenir... Ya no me pertenezco. ..
Hago lo que odio. .. No sé quien soy. .. ¡Joy- /rlle! ¡Ah mi Joyzelle!
(Cae de bruces en el suelo, sollozando.)
A C T O T E R C E R O
ESCENA PRIMERA
Una habitación en el palacio.
Lanceor, después Joyzelle. Se ve a Lanceor enflaquecido, encorvado,
envejecido, irreconocible.
Lanceor.—( M i r á n d o s e a u n e s p e j o . ) ¿Quién soy? En unas
cuantas horas, he envejecido treinta años... El veneno ha hecho lo
suyo, y el dolor también. .. Me miro con espanto en este espejo que
me devuelve los restos de mí mismo. .. Sin embargo, no miente. ( S e
a c e r c a a o t r o e s p e j o . ) Porque aquí hay otro que dice lo
mismo. .. A menos que todos mientan, como todo parece mentir y
burlarse de mí en esta isla extraordinaria. ( S e t o c a e l r o s t r o . )
¡Ay! Tienen razón. . . Estas arrugas que va siguiendo mi mano, no es
su cristal malévolo el que las forma. .. ¡Están de veras en mi carne!...
Y estas manchas espantosas que no se borran, las siento bajo mis
dedos... Estos hombros que se encorvan, ya no se enderezan; mis
cabellos están apagados como ceniza pálida abandonada por la
llama; mis ojos, ¡hasta mis ojos!, a duras penas se reconocen... Se
abrían, reían, saludaban a la vida... Ahora parpadean, y sus miradas
me huyen como las miradas de un bribón. .. Nada me queda de
cuanto fui; y mi madre pasaría por delante de mí sin verme. .. ¡Se
acabó! ( C o r r i e n d o l a c o r t i n a d e u n a g r a n v e n t a n a . )
Ocul-
temónos. ¡Recubra todo esto la gran noche! (Va a ten- ilctxc en
un rincón oscuro de la habitación.) Renuncio,
icnto. .. Hice lo que el amor no puede perdonar...
I'lt ido ,il fin la vida como he perdido a Joyzelle. .. No tm volverá a
ver... no volveré a verla. .. ( S e a b r e u n a i ' i n ' r t a . E n t r a
Joyzelle.)
Joyzelle.—(Sorprendida por la oscuridad, se detiene mi instante
en el umbral. Después, recorre la estancia con
l , i m i r a d a , v e a Lanceor t e n d i d o e n u n r i n c ó n , y s e l a n - •
i h a c i a é l , c o n l o s b r a z o s a b i e r t o s . ) ¡Lanceor!. .. ¡Ay! I .los
tres días pasados he vivido como loca. .. Te bus- inha por todas partes.
Me acercaba a la torre... Las (murtas estaban cerradas, las ventanas
también. Arrastrá-
I en el umbral para sorprender tu sombra, llamaba,
lloraba, nadie respondía. . . Pero ¡qué pálido estás! ¡Qué limo!. .. Te
digo palabras y no pienso. .. Dame las manos . ..
I anceor.—¿Me reconoces?
JOYZELLE.—¿Por qué no?
I.anceor.—¿Pero entonces no estoy. ..? ¿Sigo siendo yo mismo?. ..
¡Pero mírame!. .. ¿Qué huellas mías que- iliui? ( D e s c o r r e
b r u s c a m e n t e l a c o r t i n a d e l a v e n t a n a . ) 11Vro mira,
mira!. .. ¿Dónde me encuentras?. .. Dime: ;rs aquí? ¿Son mis manos y
mis ojos y mis ropas tal vez?
Joyzelle.—(Mirándole y arrojándose en sus brazos, llorando.)
¡Oh! ¡Cómo has sufrido!
Lanceor.—¡He sufrido, he sufrido! ¡Lo he merecido demasiado,
después de lo que he dicho, después de lo que he hecho!. .. Pero no es
eso lo que me importa o me ,il)iuma. . . Consiento en morir, con tal de
que vuelvas a encontrar, aunque no sea más que el tiempo de dejar
caer una mirada, lo que has amado. . . Me sujeto a mí, a lo poro que
me queda. . . Quisiera ocultarme, soterrar mi unj’.ustia; y, sin
embargo, quiero que antes me veas, para i|iie al fin sepas lo que
habría que amar si me amases iiiin... Ven, ven más cerca, más cerca...
No más cerca de mí, sino más cerca de los rayos que alumbran mi mi
seria... Mira estas arrugas, estos ojos muertos y esio» labios. No, no te
acerques por temor a que el asco. . . Me parezco menos que si volviese
de un mundo que l.i vida no ha visitado nunca... ¿No retrocedes? ¿No
l< asombras?. .. ¿No me ves, entonces, como me ven esto* espejos?...
Joyzelle.—Veo que estás pálido y que pareces can sado. .. No
alejes mis brazos. .. Acerca tu rostro. .. ¿Por qué no quieres que apoye
en él mis labios, como los apoyaba cuando todo nos sonreía en el
jardín de las flores? ... El amor tiene hartos días en los que ya natl;i
sonríe. . . ¡Qué importa, si está ahí para sonreír cuando se llora!. ..
Aparto tus cabellos que ocultaban tu rostro y le hacían tan triste...
Mira, son semejantes a los que apartaba en el primer beso. . . ¡Ea!,
¡ea!, no pienses más en las mentiras de los espejos. .. No saben lo que
dicen; pero el amor sí que lo sabe. .. Ya vuelve la vida a los ojos que
vuelven a encontrarme. .. No conserves temoi ninguno, puesto que yo
no le tengo... Sé lo que es preciso hacer, y tendré el secreto que ha de
curar tu mal. . .
LANCEOR.—¡ J oyzelle!
Joyzelle.—Sí, sí, acércate; te quiero más cerca que cuando el feliz
minuto que nos uniera. . .
LANCEOR.—¡Ah! Esto lo comprendo; pero lo otro, l¡i otra cosa...
JOYZELLE.—¿Qué cosa?
Lanceor.—Comprendo que vuelva uno a encontrar su amor entre
las ruinas, que recoja sus restos, que los siga amando. .. Pero ¿dónde
están los del nuestro? No queda nada. Hasta antes de que la suerte me
hubiese golpeado como ves, yo había anonadado lo que ella no
hubiera podido destruir... He engañado. He mentido, en el momento
mismo en que la menor mentira vuelve a grabarse en una esfera en
que ya nada se borra, una falta que el amor hubiera podido
perdonar... La verdad ha muerto en nuestro corazón único... He
perdido
IH confianza en todos mis pensamientos que envolvían a lim Inyos
como un agua transparente rodea a otra agua lliii« clara. .. Ya no creo
yo mismo, ya no creo en mí; mi tengo ya nada puro sobre lo que
puedas inclinarte jiiini volver a encontrar mi sombra. Y mi alma está
aún mus triste que mi cuerpo. ..
Joyzelle.—A aquella mujer. .. ¿la habías besado?
I .ANCEOR.—Sí.
Joyzelle.—¿Te había llamado ella?
I .ANCEOR.—No.
Joyzelle.—¿Y por qué dijiste que me había engaitado?
I .anceor.—¿Para qué decírtelo, Joyzelle? Ya es de- imisiado
tarde. . . Ya no me creerías porque necesitarías i ii'er lo que no es
creíble. . . Caminaba en un sueño, en mui especie de ensueño invisible
y burlón. . . Mi espíritu, mi razón, mi voluntad, ¿yo qué sé?, estaban
más lejos de u mismos que este cuerpo arruinado lo está de lo que fue.
.. Hubiera querido decirte, gritarte mil veces que yo ■ i.i una mentira,
que ya no obedecía, y que las palabras vergonzosas que violaban mis
labios ahogaban a pesar mío las ardientes palabras de amor
desesperado y la confesión henchida de lágrimas que se lanzaban
hacia ti. .. Hacía esfuerzos hasta romperme la garganta, hasta des- ti
o/arme el corazón; y oía mi voz pérfida traicionarme, mu que mis
brazos, mis manos, mis ojos o mis besos pudiesen desmentirla.
Porque, excepto mi alma que tú no veías, me sentía preso de una
fuerza enemiga, irresistible, |iiy!, e incomprensible. ..
Joyzelle.—¡Pero sí! La veía. .. Y supe en seguida que no eras tú el
que así me mentía; que era imposible.
LANCEOR.—¿Cómo lo sabías?
Joyzelle.—Porque te quiero.
Lanceor.—Pero ¿qué soy, Joyzelle, y qué amas en mi, en quien
han profanado, en quien han destruido cuan- io tu amabas?
JOYZELLE.—Tú.
Lanceor.—¿Qué queda de mí? No son estas mam» que han perdido
su fuerza, no son estos ojos que ya 11« tienen brillo, y no es este
corazón que ha traicionado .il amor. . .
Joyzelle.—¡Eres tú y siempre tú y nada más que tul ¡Qué importa
quién eres puesto que te encuentro!... ¡Ay!, no sabría decir cómo se
explica esto. .. Cuando m- ama como yo te amo, se es sordo y ciego
porque ve uno más lejos y escucha en otra parte. .. Cuando se quien-
como yo te quiero, no es lo que dice, no es lo que hace lo que se ama
en lo que se ama; es él, nada más que él, que sigue siendo el mismo, a
través de los años y de l.is desdichas que pasan. . .Es él sólo, eres tú
sólo, en quien no puede cambiar nada que no aumente el amor. .. I I
que está todo en tí; tú que estás todo en él, a quien veo, a quien
escucho sin cesar y a quien siempre amo. ..
Lanceor.—¡Joyzelle!
Joyzelle.—¡Sí, sí, bésame, abrázame!... Tenemos que luchar,
tendremos que sufrir; estamos en un mundo que parece lleno de
lazos. .. ¡No somos más que dos, pero somos todo el amor!
ESCENA II
Joyzelle, Ariela; D ES PUÉS , Merlín.
Un boscaje. Joyzelle dormida en un banco de césped, ante un seto de boj
recortado en arcos y en el cual florecen azucenas, lis de noche. Un surtidor
murmura. Brilla la luna. Entra Ariela.
Ariela.—Duerme. .. Los hálitos del jardín callan en torno suyo para
escuchar su aliento. Y sólo el ruiseñor, delegado por la noche, que la
baña de plata, viene a mecer su sueño. .. ¡Qué hermosa está y qué en
paz! Y qué pura parece, mil veces más que el agua que mana, bajan-
iln ilc los glaciares, en el alabastro que canta bajo los |nillili)s
follajes... Su cabellera suave se esparce como
i ola de luz inmóvil, y la luna no sabe ya a quién per-
1. un e el oro que se mezcla al azul en que se deslizan •11« i ayos. .. Ha
cerrado sus ojos claros; y, sin embargo, luí I algores que caen de las
estrellas, levantan temblando
ii. piadosos párpados, para encontrar bajo ellos el re- i unido
último del día que ya no es... Su boca es mui húmeda flor que respira,
y las azucenas han vertido nulas de rocío sobre su hombro desnudo,
para darle parte de las perlas que la noche distribuye en silencio • ii
MI

nombre de los cielos que se abren sobre el tesoro de luí mundos... ¡Ah,
Joyzelle, Joyzelle! No soy sino un l miasma perdido en la noche, más
extraviado que tú a limar de mi clarividencia, y más cerca de la tumba
donde la felicidad se apaga. . . No me pertenezco, obedezco a mi
dueño, no tengo nada que dar más que un beso invi- nlile, que no
puede despertarte y que ni siquiera es mío...
IVio te quiero, te quiero, como quiere una hermana melar, feliz a la
que el amor eligió antes que a ella. . . Te amo, te envuelvo con todas
las potencias que no se nominan en las oraciones del hombre, y
quisiera que mi dueño lu Imbiese encontrado antes, sí, antes que el
destino que hace huir ante él esta hora incomparable hubiese decidi-
do el porvenir de lágrimas que le espera y me espera con el . Inclino
mi ternura impotente y turbada sobre tu miclio tan tranquilo... Toma
el único beso que puedo darle, ¡ay!, porque aquel de quien no soy sino
som- l>i.i inconsciente y dócil no viene él mismo a ponerle en tus
labios, que llaman a los míos como todo cuanto es hermoso llama al
misterio!. .. ( D a u n b e s o e n l a f r e n t e ,i lOYZELLE.)
Joyzelle.—( D o r m i d a . ) ¡Lanceor!
Ariela.—Uno más. .. El último, como se bebe en la I ucnte
prohibida por los ángeles que guardan los secretos i Ir I tiempo y el
espacio, y en el borde de la cual jamás vii|veremos a sentamos. . .
Joyzelle.—( D o r m i d a y c o n v o z d e e n s u e ñ o . ) ¿líici tú,
Lanceor?. . . ¡Qué suaves son tus labios en el alicni«• de la aurora!. ..
Desfallezco bajo las flores que caen dd paraíso. ..
Ariela.—¡Fiel en el sueño y constante en el ensile ño!. .. Los
demonios de la noche no robarán nada al amor que llena el pasado y
el porvenir de un corazón. . , ¡Ay, maestro y padre mío!. .. Ella es la
que esperó en vano tu sola esperanza, para apartar la suerte que amo
naza a tu vejez... ¡Oh, maestro! Si quieres, aún es tiem po; y la
felicidad está ahí, y no tienes sino cortarla. . . Oscila incierta entre tu
hijo y tú. Un ademán bastan.i para sujetarla a nosotros... ¡Acércate!
¡Es tuya!.. Ven, ven, ven, te llamo... Sé que tengo razón, y que d
hombre no debe renunciar a la vida y perderse a sí mis mo por salvar
a los que ama. ..
Merlín.—(Desde lejos, y con voz de grave reproche.) ¡Ariela!
(Entra envuelto en un manto.)
Ariela.—Hablo por ti, y mi voz es tu voz. .. Hablo en nombre de tu
corazón, que ama profundamente y no se atreve a confesárselo. .. Era
preciso encontrar en este momento prescrito esta mujer dormida,
para evitar a una que perderá tu vejez. ..
Merlín.—Vete, es demasiado tarde. ..
Ariela.—No. No es demasiado tarde; es el minuto único, y tu
destino depende del movimiento que vas a hacer. . .
Merlín.—Vete. No me tientes; si no, vuelvo a hundirte en tu
sombra impotente. .. Te saqué de ella para abrirme los ojos, no para
extraviarme. . .
ARIELA.—No es extraviarse hacer caso al instinto que es lo único
que salva a los hombres. . . Piensa en los días espantables que prepara
Viviana, la que debes amar si no amas a ésta. ..
Merlín.—¿Viviana?. .. ¿Ese nombre resuena en esta vida o en otro
mundo, en el secreto de mi corazón, como nombre de locura, de
angustia y de vergüenza?
AKIELA.—No; es en esta vida, la única que posees. ..
I * el nombre del hada que en la Brocelandia, a donde ni ili-stino te
lleva, espera que aparezcas para destrozar tu HIK ínnidad. .. ¡Oh,
maestro! ¡La veo! Ten cuidado. Se menea y va a robarte el corazón. En
cuanto este amor, ini puro, tan saludable, haya perdido sus derechos,
el suyo saldrá reptando de la sombra. .. ¡Maestro, te suplico! Mis ojos
cuentan sus ardides; te enlaza con sus muzos que parodian el amor, te
quita tu poder, tu razón, ni cordura; te arranca, al fin, el secreto de tu
fuerza y, mino anciano ebrio, caes al suelo... Entonces, te deslióla, se
burla de ti, se yergue, y cierra sobre nosotros la i uvcrna mortal que
no se abrirá nunca. ..
Merlín.—¿Es, pues, inevitable?
Ariela.—Lo sabes como yo; nada puede engañarme mando de ti
se trata. . . ¡Maestro, te lo suplico, por ti V por mí que amo tanto la luz
y la pierdo contigo!. .. ,1 •. la hora irrevocable!. .. ¡Elige, elige la
vida!. .. Pues i|iic se ofrece aún, es que nos pertenece y que tienes
dere- t lio a ella. ,
Merlín.—Vete. Es inútil... Además, ésta nunca me hubiese
amado...
Ariela.—Basta que tú la ames y que aquel a quien urna no esté ya
entre vosotros. Eso es lo que leo en un I ioi venir doble.
Merlín.— ( E n j u g á n d o s e u n s u d o r d e a n g u s t i a . ) Vete, puesto
que lo sé... Estaba, pues, escrito que, amando a esta niña, hubiera
podido salvarme. . . Pero no es para mí; y mi hora ha pasado. .. Es la
hora de los que vienen y no se encuentran como lo ha querido el
tiempo, como lo ha querido la vida. . . ¡Vete, vete! (Ariela, c u b r i é n -
t l o s e e l r o s t r o , s e a l e j a e n s i l e n c i o . ) Abandono mi parte; y
es por ti, hijo mío, por quien termina la prueba. .. ( S e i / u i t a e l
manto, y aparece más alto y más joven, cubierto de
r o p a s s e m e j a n t e s a l a s q u e u s a Lanceor y p a r e c i é n -
i l ó s e l e e x t r a ñ a m e n t e . S e a c e r c a a Joyzelle.) ¡Ah, mi pura
Joyzelle! . . . Vas a sufrir también, tienes que seguir sufriendo, puesto
que en tu llanto se oculta el destino, mas ¡qué importan las penas que
llevan al amor!. .. Qm siera cambiar contra la más cruel de esas penas
dichosa* todas las alegrías que he tenido en mi pobre existencia. . .
( I n c l i n á n d o s e s o b r e Joyzelle.) Ariela ha dicho la verdad. No
tendría que hacer sino un ademán para lograi que retrocediesen las
horas y los días, y sustraerme a.i al fin espantoso que la suerte me
reserva... Sí, pero ese ademán anonadaría a aquel a quien amo más
que a mí mismo, a aquel a quien los años han elegido para el amor
que yo esperara. ¡Ay! Cuando se tiene así entu- las manos la felicidad
propia y la de otro hombre; cuando sería preciso aplastar a uno para
que el otro sobreviva, entonces sentimos que hondas raíces nos
sujetan a la tic rra sobre la cual sufrimos; entonces es cuando la vida
lanza un grito sobrehumano para hacerse oir y defender sus
derechos... Pero entonces también es cuando hay que prestar oído a la
otra voz que habla, a la que no tiene nada preciso ni seguro que
decirnos, a la que no tiene nada que prometer y que no es sino un
murmullo más sagrado que los gritos informes de la vida... Lanceor y
Joyzelle, amaos, amadme, pues que os he amado. .. Soy flaco y frágil,
estoy hecho para la felicidad como los demás hombres, y no cedo mi
parte sin lucha. .. Amaos, hijos; atiendo a 1 murmullo de la vocecilla
que no tiene nada que decirme pero que es la única que tiene razón. ..
(Se a r r o d i l l a ¡ u n t o a Joyzelle y l a b e s a e n l a f r e n t e . )
Joyzelle.—(Despertando.) ¡Lanceor!
MERLÍN.—Sí, soy yo, a quien la noche ha conducido cerca de ti; y
llego a despertarte con un beso nuevo, para que vuelvas a encontrar. ..
Joyzelle.—(Irguiéndose bruscamente y mirándole con terror.)
¿Quién sois?
MERLÍN.—Bien lo sabes, Joyzelle, y el amor debe decirte ...
Joyzelle.—( A p a r t á n d o s e c o n v i o l e n c i a . ) ¡Ah! ¡No me toquéis o
llamo a la muerte para que venga a poner fin ii > .10 ensueño
horrible!. .. ¡No sé que fantasmas han po- Iiludo la noche, pero éste es
el más vil, el más bajo, el más * nli.irde que ha enviado la sombra!
¡Aún no lo creo!. . . jIlusco el despertar hiriéndome los ojos!. . . ¡Ah!
¡No os m<'i(|uóis!. .. ¡Atrás!... ¡Marchaos! ¡Me dais horror!
Merlín.—Mírame, Joyzelle. . . No te comprendo. . . «I sueño te
perturba todavía. ..
Joyzelle.—¿Dónde está?
Merlín.—Despierta, Joyzelle.
Joyzelle.—¿Dónde está? ¿Qué habéis hecho de él?
Merlín.—Está donde yo estoy. Y si los ojos te enfullan. ..
Joyzelle.—¿No sabéis, entonces, que le llevo aquí, en c «los ojos
que os ven y comparan lo que él es con lo que u ns vos?. .. ¿No habéis
visto que está en mi corazón iiie así le imitáis?. . . ¡Vos, a su lado!
¡Vos, con sus ropas v bajo su apariencia! ¡Ah, es como si la muerte
quisiera I I la vida!. . . ¡Habíais de ser veinte mil que se le pare- i a-
sen, y él, único entre vosotros, no había de ser seme- luiitc a lo que era
ayer, y yo derribaría los veinte mil l.intasmas para ir al hombre único
que no es un sueño entre los demás sueños!... No intentéis esconderos
en la sombra. .. Retrocedéis demasiado tarde; os he descubierto y sé
quién sois. . . Conozco vuestros sortilegios; y ¡cómo me reiría de ellos,
si no temiese que con vuestros maleficios hayáis usurpado, haciéndole
sufrir, forma tan i|ucrida y tan desconocida!. .. ¿Qué le habéis hecho?.
.. /.Dónde está?. . . Lo sabré.- . No os marcharéis sin haberme
respondido. . . ( T o m a n d o l a m a n o d e Merlín.) I stoy sola, soy
débil. . . ¡Pero quiero, quiero. . . sabré, sabré!
Merlín.—Te quiero demasiado, Joyzelle, para hacerle mal ninguno
mientras le ames. . . Por lo tanto, no tiene nada que temer. .. No me
temas tú tampoco. No estoy aquí para aprovecharme de la sombra y
sorprender tu corazón. Traía otro fin. . . Escúchame, Joyzelle, ya no
habla el rival o el amante malaventurado; te está hablando un padre
previsor e inquieto. .. Antes de que llegase 11 que te ha conquistado
como jamás hombre conquistan! a una mujer, había entrevisto, lo
confieso, una felicidad que es en vano perseguir cuando los años
declinan. .. Hoy renuncio, triste, pero de buena fe. . . Sé cuánto
quieres al pobre ser inconsciente que un azar malévolo ha colocado en
tu camino. Y no te engañes: te estoy hablando sin odio y sin envidia,
pero no sin espanto cuando pienso en los días lamentables que te
prepara. .. Por eso me obstino en hacer que le conozcas, a riesgo de
disgus tarte... No tengo otro conato que apartarte de un amoi
desdichado, en el cual te esperan todas las decepcioncs, todas las
lágrimas. No espero nada para mí. . . No pido que me ames en su
lugar. .. Demasiado me has hecho ver que no es posible... Deseo
sencillamente que no sigas amándole; es todo lo que imploro de la
bondad de la suerte; y la suerte esta noche dice que sí a nú ruego. ..
J OYZELLE .—¿Cómo?
Merlín.—La prueba es grave y triste. Hubiera querido ahorrártela.
. . Pero sabes mejor que yo que hay sufrimientos saludables ante los
cuales es vergonzoso huir. . . Un gesto va a bastar para derribar un
mundo. .. Un movimiento leve de ese cuello que se inclina aún sin
inquietud, una sola mirada de esos ojos demasiado confiados y
demasiado llenos de inocencia, va a destruir ante mí la cosa más bella
que el amor ha creado dentro del corazón de una mujer. . . Y , sin
embargo, es necesario. .. Es justo, es bueno que se hunda hoy en las
lágrimas, que no serán tal vez imborrables puesto que más tarde
hubiera debido hundirse en dolores que nada hubiera consolado.
Joyzelle.—¿Qué queréis decir?
MERLÍN.—Que en este mismo instante, en que todo cuanto tu corazón
tiene intacto, verdadero, puro, límpido y ardiente, en que todas las
virtudes transparentes de tu alma, toda la fidelidad, toda la lealtad y
toda la inocencia ili tu sangre virginal se elevan hacia aquel que has
ele- tllili) para hacer de él el más puro y el más feliz de los hombres,
está ahí, detrás de nosotros, a dos pasos de este turneo, al abrigo de
esas hojas que cree impenetrables, un los brazos de la mujer con
quien el otro día, como tú misma lo viste, profanaba ya el amor
milagroso que le has iludo.
JOYZELLE. No.
Merlín.—¿Por qué dices no sin haber mirado?
Joyzelle.—Porque está en mí misma.
Merlín.—No pido que creas en mis palabras; pido, n-iicillamente,
que vuelvas la cabeza. ..
JOYZELLE.—No.
Mf.rlín.— ¿Oyes el murmullo de sus voces que se mez- rlmi y el
canto de los besos que responden a los besos?
JOYZELLE.—No.
Mf.rlín.— No levantes la voz para interrumpir un crimen que no
quieres ver. .. No te oirán. ¡No escuchan más que sus propios labios!. .
. ¡Pero vuélvete, Joyzelle, Ir lo suplicó! ¡Te va en ello la vida y toda la
felicidad ii la que has de tener derecho!. .. ¡No rechaces así la verdad
que se ofrece y que viene a salvarte si, al fin, tienes valor para
acogerla! ¡No volverá sino para hacerte llorar cuando ya sea
demasiado tarde!. .. ¡Mira. .. pero mira!. . . Ni siquiera hace falta que
vuelvas la cabeza...
I ii estrella es clemente y no se cansa... ¡No cierres los ojos, ya que ella
viene a abrírtelos!. .. ¡Mira! La sombra misma de sus brazos,
alargados por la luna, repta bajo rs¡i arcada para cubrir tus rodillas...
¡Abre los ojos!. .. ¡Mira! . . ¡Viene a desafiarte y sube hasta tus labios!
Joyzelle.—No. (Pausa.)
Merlín.—Te comprendo, Joyzelle. No debes renegar H i l e mí de
los últimos restos de tu amor. Te dejo contigo misma, frente a tu
deber, frente a tu destino. .. Semejante'. sacrificios no quieren testigos
y piden silencio. .. La verdad está ahí... Es cobarde huir de ella...
Sabrás nfrontarla cuando estés sola... Aún es tiempo... Te
admiro, Joyzelle. .. Tu vida y tu felicidad invocan tu va lor y
dependen de una mirada. . . (Merlín sale. Duran te un largo
momento, Joyzelle permanece sentada ni el banco, inmóvil, con los
ojos muy abiertos, miranda muy fijo. Después se levanta, se yergue
y se aleja sin vol ver el rostro.)
A C T O C U A R T O
ESCENA PRIMERA
'•illa en el Palacio. Hacia el fondo, a la derecha, gran lecho ■ i- mármol, sobre el
cual está tendido e inanimado Lanceor.
JOYZELLE, angustiada, desgreñada, le atiende.
JOYZELLE, LANCEOR; después, MERLÍN.
Joyzelle.—¡Lanceor! ¡Lanceor!. .. Ya no me oye...
I icne los ojos abiertos. . . Lanceor, estoy aquí, me inclino sobre tus
ojos. . . ¡Mira, mírame!. . . No, ya no me ve. ¡Lanceor, por piedad!. .. Si
tienes la voz demasiado ilóbil, haz un signo de vida. ¡Te tomo en mis
brazos, en mis brazos que te aman! Ven, vuelve en ti, vuelve a nues-
iio gran amor. Mira, ya ves, son mis manos las que le- vuntan tu
cabeza... ¿Reconoces mis manos que acari- i i.in tus cabellos?. .. Me
dijiste a menudo cuando éramos Ii-lices, me dijiste muy a menudo
que la menor caricia de «si as manos tan queridas volvería a traerme
tu alma aun- i|iie estuviera en la mayor felicidad en el fondo de los
paraísos; en la noche más negra, en e! fondo de. . . ¡No, no, allí no
está!. .. Pero tu cabeza se inclina, tu brazo t ac inerte, y creo que tus
dedos están más fríos que este mármol. .. ( T o c a n d o
m a q u i n a l m e n t e u n a d e l a s c o l u m n a s d e l l e c h o . ) No, no es
esto. .. Pero es preciso que yo Nepa... Y sus ojos ya no están. . . ( L e
l e v a n t a l a c a b e - : < i . ) ¿Son los suyos o los míos los que así se
enturbian?. ..
No, no es posible. . . ¡No, no, no quiero! ¡Ay! Abriré i.ui labios.
( P o n e s u s l a b i o s s o b r e l o s d e Lanceor.) ¡I un ceor! ¡Lanceor!
¡Todo el fuego de mi vida va a entrar cu tu corazón!... ¡No temas
nada, no temas nada! Es lu llama que salva y la vida que hace vivir...
Aspírala en tera en los últimos repliegues de mi aliento que te ama. .
. ¡Quisiera asfixiarme cambiando nuestras vidas!. . . Vicilo en ti mi
fuerza, mis horas, mis años. .. ¡Tómalos, tónu los!. .. No tienes sino
hacer un movimiento, entreabrir lo» labios... ¡Es preciso que así sea!
Es preciso que sea po sible hacer revivir a los que amamos más que
a nosotron mismos. ¡Puesto que se lo damos todo, preciso es que lo
tomen!. . . ( L e v a n t a n d o l a c a b e z a p a r a m i r a r a Lanceok. )
Vuelve a caer. ¡Se aleja!. . . ( E n l o q u e c i d a , v u e l v e a t o m a r l e
e n s u s b r a z o s . ) ¡Socorro!. .. No, es demasiado. . , ¡Socorro!
¡Venid!... ¡Ah, no! Lo sé de sobra; no, no, no es ella. .. ¡No viene así
cuando el amor la amenaza!. . . ¡No, no, no temo nada! ¡No, no, no
quiero!. .. Pero grito pidiendo socorro. ¡No puedo estar sola, no
puedo luchai sola contra todas las fuerzas de la muerte que
avanza!. . . Si no acude nadie, acabará por vencer. .. ¡Socorro, digo!
Es preciso que vengan en mi ayuda. Si no, ya no es pos i ble y
sucumbiremos. .. ( C a e s o l l o z a n d o s o b r e e l c u e r p o
i n a n i m a d o d e Lanceor. E n t r a Merlín.)
MERLÍN.—Joyzelle, aquí estoy.
Joyzelle.—( I r g u i é n d o s e , c o m o p a r a c o r r e r a l e n c u e n
t r o d e Merlín, p e r o s i n d e j a r d e a b r a z a r e s t r e c h a m e n t e
e l c u e r p o d e Lanceor.) ¡Ah, sois vos!. .. ¿Sois, pues, vos?... Al fin
llega el socorro y la vida viene... Ya es tiempo... vuelve a caer... ¡Me
arrojo a vuestros pies!. .. Sí, sí, lo podéis todo, lo he visto claro
todo. . . ¡Ay, en estos momentos se vería claro hasta en el fondo de la
noche que los mundos jamás han recorrido!... ¡Ay de mí! Os lo
suplico, decidme: ¿qué hay que hacer?. . . Ya no soy Joyzelle, ya no
soy hosca, ya no tengo orgu lio. . . Estoy deshecha y muerta, me
arrastro a vuestros pies; no se trata de esto ni de aquello, de amor ni
de
Iicmis ni de ninguna de esas pequeneces. . . Son la vida V l.i muerte
que están cara a cara, que combaten delante tío nuestros ojos. ¡Hay
que separarlas!... ¿No dais un li.i'D?. . . ¡Ay! Conozco vuestro odio y
lo que detestáis m este hombre sin defensa... Sí, tenéis razón, es
todo lo t|iic se quiera: es cobarde, es embustero, es vuestro enemigo,
JOYZELLE 573

ha hecho traición veinte veces, puesto que os empe- n.iis en ello. ..


¡Sí, lo reconozco, he hecho mal, lo confieso, no le amo ya puesto que
así lo queréis, y estoy dispuesta a todo con tal de que se salve!. ..
¡Eso es lo ijiic hace falta, eso es lo que cuenta, todo lo demás es
n e c i o ! . . . ¡Pero venid, pero venid! ¡Os digo que triunfa, ipie se le va
a llevar!. . . ¡Mirad, ya sus manos están u/ules y sus ojos se
empañan, y es abominable!
Merlín.—Joyzelle, no temas; su vida está en mis manos, y le
salvaré si quieres que se salve.
Joyzelle.—¡Si quiero que se salve!. . . Pero ¿no veis i|nr si
vacilaseis. . .? ¿No veis que si fuera necesario, por el ..? No, no. . .
quería decir. . . la angustia me extravia. .. no respira. .. ya no oigo su
corazón. .. ¡Me pa- iccéis tan lento! ¿No creéis que haya peligro, que
sea menester apresurarse?. .. No hablaré más; soy yo quien os hace
perder los minutos que tal vez pudieran salvarle .. Si no queréis
socorrerlo vos mismo... y lo com- inendo ya que no le amáis,
decidme sencillamente qué es pieciso que yo haga para ayudarle, y
sabré hacerlo. .. mas veo, estoy segura, que ya no se puede esperar,
que oh preciso darse prisa. ..
Merlín.—Te lo he dicho, Joyzelle: su vida está en mis manos y
no puede escaparse si yo no lo consiento, lo había prevenido. El
veneno va haciendo sus efectos v los reconozco. Sólo yo puedo
curarle, arrancarle a la muerte, volverle su vigor, su belleza, que
huyen, y devolvértele tal como era antes de. . .
Joyzelle.—¡Ah! Os lo suplico, no tardéis así. ¡Qué importa su
hermosura, si su vida se nos escapa!. .. Devolvedle tal cual está, sea
como como sea. . . ¡qué me
importa, con tal que le encuentre, con tal que respln 1 Merlín.—
Sí; te lo devolveré. Ya he hecho oos vcie» —y me he arrepentido de
ello— lo que voy a hacer poi última vez puesto que tú lo pides; pero
es un sacníiim que nadie más que tú hubiera podido obtener. Al
devol verle la vida, arriesgo la mía. Para despertar su fuer/u, para
llamar a su alma, debo darle una parte de mi furi za, una parte de mi
alma. ¡Puede que se me lleve p;n de lo que necesito, y que yo caiga
muerto a los pies (Id rival a quien haya reanimado!. .. En otro
tiempo arrio gaba así mi existencia para salvar a uno que pasaba,
ca-.i sin vacilar y sin exigir nada en cambio. .. Pero hoy soy más
prudente y más cuerdo. Puesto que ofrezco mi vida, justo es que la
paguen, que la paguen por adelantado, y no la doy si no me
prometes el momento más querido tlr la tuya.
JOYZELLE.—¿Cómo? ¿Qué es preciso hacer?
Merlín.—( A p a r t e . ) ¡Oh, pobre niña demasiado pu ra!. . . Y
vosotros, castos pensamientos míos, no os nitv ciéis a Jas palabras
odiosas que mi voz va a derramar en torno de su amor. .. Me
ruborizo por la prueba y ten^o vergüenza de las palabras que voy a
emplear. .. Me perdonarás cuando lo sepas todo. . . No soy yo quien
habla, es el porvenir, que el hombre no debiera conocer; el por venir
sin pudor, el porvenir sin piedad, que no revela un día y no alumbra
un destino sino para ocultar el resto y que quiere que sepa yo si eres
tú a quien designa. ..
Joyzelle.—¿Qué decís?. .. ¿Por qué vaciláis?. .. No hay nada en el
mundo, por mucho que me pregunto, no veo nada en el mundo, en
el nuestro o en el otro, que me puedan pedir y que no esté dispuesta.
..
Merlín.—Está bien; no hablaré más por enigmas. . . Este hombre a
quien ves y a quien estrechan tus brazos, está ahí, tendido tan cerca
de la muerte como pudiera estarlo sobre la lápida de su tumba. .. Un
ademán vuelve a traerle al lado acá de la vida; otro le hace caer del
otro lado... Pues bien: en el instante mismo en que luí yus dicho sí, y
antes de que el eco que dormita bajo Un* »icos de mármol haya
tenido tiempo de repetir que luí* consentido, hago el ademán seguro
que le arranca ii I r. tinieblas, con tal de que me prometas venir esta
mu lie aquí, a esta sala donde voy a devolvértelo, y a enirt mismo
lecho sobre el que estás inclinada, para enlutarte a mí, sin reserva. . .
Joyzelle.—¿Yo?. . . ¿Entregarme a vos?
MERLÍN.—Sí. . .
Joyzelle.—¿Entregarme yo a vos cuando me le ha- viii'i
devuelto?
MERLÍN.—Para que te sea devuelto.
Joyzelle.—No. No he comprendido... Hay pala- ln as, sin duda,
que no comprendo... No es posible que un hombre que no es uno de
los príncipes del infierno llegue iinI en si momento en que todo el
dolor del amor ya no mlhc lo que puede esperar, lo que debe
emprender. . . No; he oído mal, y os ofendo. . . Tenéis que perdonar-
me soy virgen, ignorante, y no sé del todo lo que esas palabras
encierran. . . Mas ahora, veo. . . Sí, tenéis ra- /ón. . . Sí, Sí, queréis
decir que es justo que yo tome una pinte del peligro, y que mi vida
se una un momento a la vuestra para crear la otra vida que ha de
reanimarle. . . IV ro esta parte la quiero, la quiero para mí sola, la
quie- 10 entera, lo más grande posible, y no esperaba que pudieran
dármela...
MERLÍN.—Joyzelle. el tiempo apremia. . . No andes buscando;
sabes lo que exijo, y la palabra quiere decir muy bien lo que no te
atreves a creer. . .
Joyzelle.—Entonces, ¿será preciso que en el instante mismo en
que vuelva a mí, cuando le vea respirar en mis Ina/os y sonreír al
amor que vuelve a encontrar, le arranque cuanto le hubiera dado?. . .
Pero ¿qué le queda a el si vos lo tomáis todo? ¿Y qué voy a decirle
cuando me nbrace?
MERLÍN,—No le dirás nada si te importa su felicidad.
Joyzelle.—Pero será preciso decírselo todo, puesto que le amo. . . No,
no, ya lo veo, eso no puede ser, m no existe; y debe haber dioses o
demonios que impidan tales cosas, si no ¿para qué querríamos
vivir?. .. Conllo en ellos, confío en vos. . . No era más que una
prwclm, y todo esto no es, no puede ser real. .. Me parece ya que me
miráis con menos rencor. .. Ved, os suplico, me aru jo a vuestros
pies, os beso las manos. Os lo confes;m todo... No os quería... le
odiabais demasiado; peto nunca creí que fueseis injusto o indigno
de amor... Cuan do habéis entrado, no vacilé, me acerqué a vos, os
pnli que arrancaseis a la muerte al único hombre a quien anu» y, sin
embargo, sabía que me amabais también... Pero, no sé por qué, mi
instinto me decía que sois generoso v capaz Je hacer lo que yo
hubiese hecho por vos, lo que él mismo hubiese hecho; y cuando
hayáis hecho lo que hubiéramos hecho nosotros, tendréis en
nuestros corazones una parte de nuestro amor, que no es la peor, m
la menos hermosa, ni la más perecedera. ..
Merlín.—Sí, ya sé; cuando le haya devuelto la vida, con riesgo de
la mía, habrá los besos, los labios y los ojos, y los días y las noches,
todo cuando forma, al fin, la felicidad efímera y tan vana del amor. ..
Pero yo ten dré algo mejor; y se me concederá, a veces, por azar, al
paso, una sonrisa benévola, que no perecerá con tal dique me
abstenga de reclamarla demasiado a menudo. . . No, Joyzelle, a mi
edad no se contenta uno con ilusiones de ese género, ni con esos
restos engañosos. Pasó para mí la hora de la mentira heroica.
Quiero lo que ha de tener él. Poco me importa tu sonrisa, que sé
imposible: te quiero a ti; te quiero por completo, aunque no sea más
que por un momento; pero ese momento no tendré.
( A c e r c á n d o s e a Lanceor.) Éste me lo da, mírale. Joyzelle, su
rostro se descompone, hemos tardado demasiado, y el peligro
aumenta con cada instante que pasa. . . ¿Vendrás?
Joyzelle.— ( C o n e x t r a v í o . ) ¡Nada estalla, nada cae. está una
solo en el mundo!
Mi klín.—( T o c a n d o e l c u e r p o d e Lanceor.) El peli- 01 o
llega a ser grave. Reconozco las señales. ..
Ioyzelle.—¡Pues sí, vendré!. . . ¡Vendré esta misma mih lie! Pero
¡empezad por salvarle, devolvedle la vida!. . . Mli mi, sus ojos se
hunden y sus labios se marchitan y yo Wlny aquí regateando su vida
como si se tratase. . .
Mi:rlín.—Te será devuelto; pero recuérdalo, Joyzelle: i un eres
fiel a tu promesa, la mano que le cura le heri- llit mu piedad.
Ioyzelle.—Seré fiel; iría de rodillas hasta el fin del miiiikIo para
ser fiel a lo que he prometido. ¡Os digo que ti mire! ¡Me doy entera y
soy toda vuestra! ¿Qué má.° ni hace falta?. . . ¡No me queda nada!
Mhrlín.—Está bien. Tengo tu promesa, cumpliré b mía.
( A p a r t e , t o m a n d o e n s u s b r a z o s a Lanceor.) Per- ilimame,
hijo, en nombre de tu destino, que exige este Miiplkio. .. ( S e
i n c l i n a s o b r e Lanceor y l e b e s a l a r g o m n i l r l o s
p á r p a d o s y l o s l a b i o s . ) Ya vuelve de las regic ni ', sin luz. . . La
vida le ha sido devuelta, pero no designará sino én tus brazos
ardientes. Te dejo tu obra. Mi i uerda tu palabra. .. ( S a l e . )
Ioyzelle.— ( T o m a a Lanceor e n s u s b r a z o s y l e c o n -
ifinpla con angustia. Bien pronto, los ojos de su
amado entreabren, y sus manos hacen un débil
m o v i m i e n t o I 1 iinccor! Sus ojos se han abierto y se han vuelto a
ce- .1.11 lie visto la luz bañarse en el azul. Y he aquí que lint manos
parecen buscar las mías. . . ¡Están aquí, Lan- .nii están aquí entre las
tuyas, que ya no están heladas; No ■,(• atreven a separarse de ellas
por temor a perderlas; y ■ in embargo, quisiera sostener tus
hombros y abrazar tu mello, que se inclina sobre mi seno... ¡Ay,
todos los Mi lies vuelven, y vuelven a la vez!. . . Oigo latir su co-
i.i/oii, respiro su aliento, me lo habían quitado todo. . .
111iilo me lo devuelven! Escúchame, Lanceor: quisiera volver a
verte; busco tu rostro; no escondas la frente en mi . cabellos que te
aman; mis ojos te aman más y tam- l*i* ii (piieren su parte. . .
(Lanceor l e v a n t a u n p o c o l a
M H M I . I N O K . — 19
578 MAURICE MAETERLINCK.— TEATRO

c a b e z a ) ¡Oh, me oye y hace lo que le pido!... I <*t aquí, está aquí,


no cabe duda, está aquí, delante de mi, más vivo que la vida. . . Está
aquí delante de mí, y I r rosas de la aurora y las flores del despertar
han reanimado sus mejillas y cubren su sonrisa; ¡porque sonríe yii
como si me viera! ¡Ay! ¡Los dioses son demasiado bue nos! Tienen
piedad de los hombres. . . ¡hay cielos que se abren. ¡Existen los
dioses del amor y los dioso* de la vida!. .. ¡Hay que darles gracias y
amarse puesto que ellos aman!. .. Ven, ven, ven a mis brazos; tus
ojo* aún me buscan, pero tus labios me encuentran. .. Al ím se
abren para llamar a los míos, ¡y los míos, que traen todo el amor,
están aquí! ( P a u s a . L e a b r a z a l a r g a y a i d i e n t e m e n t e . )
Lanceor.—(Volviendo a ser consciente.) ¡Joyzelle!
Joyzelle.—Sí, sí, soy yo, soy yo; mírame, mira. . Aquí tienes mis
manos, mi frente, mis cabellos, mi hombro. . . ¡Y aquí están mis
besos que los tuyos re conocen!
Lanceor.—Sí, eres tú, eres de veras tú, eres tú y ln luz. .. Y
además, la sala que ya había visto. . . Hay quo esperar un poco. ..
¿Qué me ha sucedido?. . . Vuelvo, vuelvo; estaba tendido allá abajo,
no sé dónde, delante de unas puertas grandes que alguien intentaba
abrir. . . Estaba enterrado y me sobrecogía el frío. . . Y ademan, te
llamaba sin cesar, y no acudías. ..
Joyzelle.—Sí, sí. . . acudí. . . Estaba aquí. ¡Estalu aquí!
Lanceor.—No. No estabas ahí. . . Estaba preso en los hielos,
estaba preso en la noche y perdía la vida. , ¡Pero ahora, eres tú!. .. Sí,
sí, mis ojos te ven, te vuelven a encontrar de pronto al salir de las
tinieblas. Por mucho que se aturdan en la plena luz, eres tú a quien
veo, y paso del sepulcro al gozo del sol en los brazos del amor. .
¡Parece imposible a quien vuelve de tan lejos!. . . Preciso es que te
toque, preciso es que me prenda a las caricias 0> tus manos, a los
rayos de tus ojos, que tenga entre I r
nimios el oro real de tus cabellos, que me dan testimonio ili-l día.
¡Ah! ¡No puedes creer cómo se ama al morir, y mino voy a amarte
después de haberte perdido y de ha- lu'iie vuelto a encontrar!
.Ioyzele.—¡Yo también! ¡Yo también!
I anceor.—Y el gozo del retomo a los brazos que nos i .1 icchan y
que tiemblan aún porque ya no esperaban. .. ¿Siontes estremecerse
los tuyos! ¡Sientes a los míos ado- i ni te? Se buscan, se entrelazan,
temen perderse y no se ni i rven a abrirse. . . Ya no obedecen,
ignoran que nos limen y van a ahogarnos en su embriaguez ciega. . .
¡Ah! jl’oi fin saben lo que vale un abrazo en torno a un cuerpo iii
diente! Querría uno morir para aprender la vida y co- Miicer el
amor!. ..
.Ioyzelle.—Sí, quisiera uno morir. . .
I.anceor.—Es extraño; cuando estaba allá, en la re- non helada,
se acercó alguien a quien creí reconocer. ..
JOYZELLE.—Era él.
I,anceor.—¿Quién?
Joyzelle.—El dueño de esta isla.
I .anceor.—¿Él? Pero si me odiaba.. .
JOYZELLE.—Era él.
I.anceor.—No comprendo bien. . . ¿Me ha vuelto a luier al amor,
a la vida?... ¿Ha querido devolverme a m|iiella que me amaba y a
quien él amaba?
JOYZELLE.—Sí.
I ANCEOR.—Pero ¿por qué lo ha hecho?
Joyzelle.—Tanto le supliqué, que consintió.
I .anceor.—¿Vaciló?
JOYZELLE.—Sí.
Lanceor.—¿Por qué?
JOYZELLE.—Dijo que, al salvar tu vida, arriesgaba la miyu.
I anceor.—Nada le obligaba... ¿Y entonces, sencilla- uii nte, ha
devuelto la vida al único hombre que arrebata finl.i esperanza al
amor que haría la felicidad de su vida?
JOYZELLE.—Sí.
Lanceor.—¡Ah! Éramos injustos, y los peores cncml gos son
mejores de lo que uno cree. . . ¡Hay tesoros do nobleza y de amor en
el corazón mismo del odio!. , ¡Y lo que ha hecho! No sé
verdaderamente si yo hubin.i podido hacerlo. Y no hubiese creído
que ese pobre anu í no. . . ¿No es verdad, Joyzelle, que es casi
increíble y heroico?
JOYZELLE. Sí.

Lanceor.—¿Dónde está? Es preciso que vayamos :i arrojarnos a


sus pies, confesar nuestro error, borrar la iu justicia que hemos
cometido cuando no le queríamos. . , ¡Es preciso que tenga su parte,
y la mejor, en la felicid ul que nos devuelve!... ¡Es menester que
tenga nuestros corazones, nuestro gozo, nuestras sonrisas y
nuestras lá grimas de amor, todo lo que es posible dar a quienes lo
dan todo!
Joyzelle.—Iremos, iremos...
Lanceor.—Joyzelle, ¿qué sucede?... A duras pen;is me
respondes. .. No sé si mis sentidos están aún en poder de la noche
de la cual salgo, pero reconozco mal tus palabras y tus gestos. ..
Diríase que estás buscando, que dudas, que sueñas... Y yo que
vuelvo a ti lleno de gozo y de amor, encuentro tan poco en tus ojos
que me huyen, en tus manos que me olvidan. .. ¿Qué ha sucedido?...
¿Por qué llamarme y volverme a la vida si durante mi ausencia he
perdido lo que amo?
Joyzelle.—¡Oh, no, no, Lanceor! No me has perdido,
Lanceor.—Tu voz busca una sonrisa, y no halla sino una queja. ..
Joyzelle.—Sí; quisiera sonreír y ya sonrío. Mas no te asombres.
He llorado durante tanto tiempo y he desesperado tanto, que las
lágrimas acuden aun a pesar mío. . . La alegría estaba tan lejos que
no puede volver con los primeros besos. . . Harán falta muchos antes
de que vuelva a adquirir confianza en mi corazón, y estoy casi triste
en medio de la felicidad.
Lanceor.—;Oh. mi pobre Joyzelle! ¿Eso es, pues, lo i|in< dice tu
silencio tan grave?. .. ¡Y yo que me alteraba i "mu chiquillo
estúpido!. . . No pienso más que en mí, ebrio de vida y ya no
comprendo nada. .. Olvi- iliilm que, en tu lugar, hubiera perdido el
valor. .. Es bullid, tienes razón; eres tú, no soy yo quien vuelve di» ln
muerte; y cuando dos seres se aman como nos amaina nosotros,
sólo el que no muere, muere de veras. . . Ni ocultes más tus
I

lágrimas. . . Cuanto más triste me (nueces, más siento que me amas.


. . Ahora soy yo quien ti. ni- que cuidar de ti; ahora soy yo quien
tengo que hacer volver a tu alma; soy yo quien debe calentarte las
manos ili'M'oncertadas, perseguir tus labios y volverte a traer al nuil
o de la felicidad que habíamos perdido. . . Pronto tulliremos en ella
puesto que nos guía el amor. . . Triunfa lio lodo cuando encuentra
dos corazones que sé entregan *i 11 sin temor y sin reserva. . . Todo
lo demás no es lliiiln; todo lo demás se olvida; todo lo demás se
aparta y ilt'bc hacerle lugar. ..
Joyzelle.—(M i r a n d o s i n v e r . ) Todo lo demás se apar- ln y
debe hacerle lugar. . .
ACTO QUINTO
ESCENA PRIMERA
Galería en el palacio.
Entran MERLÍN y LANCEOR.
Lanceor.—¡Mi padre!. . . ¡Así, pues, es verdad i|in sois mi padre!
Desde que lo sé, me parece, en efecto, que nada lo ignoraba en mi
corazón clarividente. .. ( A c n c a n d ó s e m á s . ) ¡Es maravilloso! Os
vuelvo a ver, al fin, como os veía entre mis juegos de niño; y, cuando
os miro, a quien veo es a mí en un espejo más grave, más noble v
más profundo que los que me reflejan a lo largo de (-.in sala. Pero
¿qué va a decir Joyzelle?. . . Se reirá a cami jadas pensando en sus
temores, porque se figuraba. , No, ella misma os dirá lo que había
pensado para casi I garse así de sus necios terrores. . . Os odiaba,
pero con odio cariñoso que sonríe ya como el que van a atravesm los
rayos del amor. . . Pero ¿dónde se oculta?. .. Llevo ya dos horas
buscándola en vano. . . ¿La habéis visto'1 És preciso que le diga
inmediatamente la felicidad iniiu dita que nos trae este atardecer. . .
Merlín.—Aún no. Debo ser para ella, hasta el fin di I día, el
tirano sin piedad a quien maldice dentro tic su corazón. ¡Pobre y
querido hijo mío!. . . ¡Cómo he tortu rado vuestro adorable amor!. . .
Mas ya te he dicho rl
iilt|i'io de estas pruebas. . . Al haceros sufrir, no he sido ilnii
instrumento de la suerte y esclavo indignado de otra Mimuid cuyo
origen ignoro y que parece exigir que la menor felicidad esté rodeada
de lágrimas. .. No he hecho MiW que apresurar, para apresurar la
dicha, la llegada de KM . lágrimas que estaban suspendidas sobre
vuestros dos l' unos. .. Algún día sabréis gracias a qué potencia, que H
' i lone nada de mágica ni de sobrenatural, pero que se H, iilia aún en
el fondo de las vidas humanas, mando, |ini momentos, sobre algunos
fenómenos, sobre ciertas n|nii inicias que os han engañado.
Aprenderéis también
• 1111 lie adquirido el don, harto a menudo inútil, de leer ' ii el
porvenir un poco más claramente y un poco más Id)on que los demás
hombres. .. Os había, pues, visto, turneándoos a tientas, en el tiempo y
el espacio, para un mior único, tal vez el más perfecto que ocultan en
su Mimbra los dos o tres siglos que alcanzan a ver mis ojos. . .
Hubierais podido uniros después de muchos errores; mas miii
menester apresurar el encuentro esperado, por causa my,i, hijo, a
quien la muerte reclamaba si fallaba el mili ir. . . Y, por otra parte,
nada señalaba a Joyzelle para
• I iimor esperado, fuera de algunos rasgos dispersos e un leí
tos y las pruebas mismas que debía sobrellevar. He inn ¡pitado, pues,
las pruebas prescritas; todas eran pe- IIiiniis, mas necesarias; la última
será decisiva y más Hiu v e . . .
I anceor.—¿Grave? ¿Qué queréis decir?. . . ¿No será |Mllgrosa
para Joyzelle o para otros?
MURLÍN.—No es peligrosa para Joyzelle, pero pone en i» Ilf.ro,
por última vez, el amor predestinado al que está ll(niilíi tu vida. .. Por
eso, a pesar de todo, a pesar de mi niiilianza, a pesar de mis
previsiones, de mi misma certidumbre, tengo miedo, tiemblo un poco
al acercarse la IHMII que va a ser decisiva...
I anceor.— Si es Joyzelle quien decide, el amor no tie- iiií mida que
temer. No vaciléis. Joyzelle será siempre el tiniiinntial de la alegría. . .
Pero no comprendo que, sabiendo el porvenir, no podáis ver su triunfo
por addan tado.
Merlín.—Ya te lo había dicho antes de entrar aquí Joyzelle puede
cambiar el porvenir que afronta. . . Pont’* una fuerza que no he visto
más que en ella; por eso no *4 si la hermosa victoria que tu amor
espera, no estará m< / ciada con un poco de sombra y unas cuantas
lágrimas.
Lanceor.—¿Qué queréis decir?. Parecéis inqui«' to. . . ¿Qué me
ocultáis? ¿Cómo podéis creer que Joy/cll» sea jamás causa de una
sombra o de una lágrima?. .. No hay nada en Joyzelle, ni siquiera el
sufrimiento que |iu diera infligir, no existe nada en ella que no traiga
conüi'o la salvación, la felicidad y el amor. . . ¡Ah! ¡Veo qtc conocéis
mal el triunfo vivo, la aurora inagotable que hay en su voz, en sus ojos,
en su corazón!. .. Hay que ¡iu berla tenido entre los brazos para saber
qué tesoros «.lo esperanza, qué olas de certidumbre emanan de la
menoi palabra que murmuran sus labios, de la sonrisa más pr quena
que danza en su frente. . . Pero retraso demasiado la victoria
impaciente. Id, id, padre mío. . . Yo me quo do aquí, espero, miro
pasar los minutos felices, hasta que un grito de alegría de mi Joyzelle
me haga saber qtiP el amor ha sujetado al destino. . . (Merlín a b r a z a
u Lanceor y sale despacio.)
ESCENA II

MERLÍN, ARIELA; después, JOYZELLE y LANCEOR.


I ii misma sala que en el acto cuarto. La luna alumbra con su Ihí nzul. A la
derecha, sobre un gran lecho de mármol, está M nimio Merlín. A RI EL A , a la
cabecera, está arrodillada sobre los escalones del estrado que sostiene el lecho.
MERLÍN.—Ariela, da la hora y Joyzelle se acerca. . . Ilr hecho el
sacrificio de mi vida inútil; y sin embargo, i|iil'.iiTu que mi muerte, a
ser posible, no viniese a entris- IPICI el amor más ardiente y más
inocente que ha sus- ii nimio la tierra. .. Pero tú, tiemblas, lloras, me
escondes nii ojos dilatados por las lágrimas. .. ¿Qué ves, hija mía?
,<)uc estás mirando con tal espanto?
ARIELA.—Maestro, te lo suplico, renuncia a esta prue- lm. aún
estás a tiempo. . . Mis ojos no atraviesan la bru- iu.i que te envuelve. ..
Puede ser mortal, lo veo, lo sien- in, y son nuestras dos vidas las que la
suerte ha puesto en Minios de una virgen enloquecida y ciega. . . ¡No
quiero nnnni... Hay otras salidas... Siempre te he servido idilio tu
mismo pensamiento. .. Mas hoy tengo miedo, un puedo ya seguirte. . .
Sabes bien que mi muerte es el Mto de la tuya. . . Renuncia;
buscaremos por otro lado, • n el porvenir; y aún podemos escapar a
ese terrible pe- lljtio. . .
M ERLÍN.—No puedo renunciar a esta última prueba. . . I n eres
quien ha de velar para que salga bien. Tú eres quien debe detener el
arma aún incierta que Joyzelle se picpara a levantar contra nosotros.
ARIELA.—¡Pero no puedo saber si podré!... ¡La fuer- fu ilc Joyzelle
es tan pronta, tan profunda, que se escapa ii mi brazo, a mis ojos, al
destino mismo!... No veo más <|ur el brillo del acero que cae. . . Todo
se mezcla en una
sombra; y mi vida y la tuya dependen de un movimiento de mi
mano torpe. . .
MERLÍN.—Está ahí. la oigo, toca la puerta. . . Ohotl# ce y calla; yo
obedezco también. Vela; sé rápida y íurili Voy a cerrar los ojos para
esperar mi suerte.
Ariela.—( E s p a n t a d a y e n l o q u e c i d a . ) Renuncia ¡No
puedo!. . . ¡Me niego!. . . ¡Quiero huir!
MERLÍN.—(Imperiosamente.) ¡Calla! (Se tiende ni W lecho. Cierra
los ojos, y parece estar profundamente ilm mido. ARIELA, sollozando,
se desploma sobre los escalón** del estrado. A la izquierda, en el
extremo opuesto ¡le lil sala, se abre una puertecilla, y se ve entrar
por clin it JOYZELLE envuelta en un largo manto y con una lám/in ra
en la mano. Da dos o tres pasos, después se detinii ARIELA se yergue, e
invisible detrás de las pesadas cor tinas espera al pie del lecho.)
Joyzelle.— ( D e t e n i é n d o s e v a c i l a n t e y t e m b l o r o s a ) Ahora y
aquí. . . Di el último paso. . . Hasta este minm>> que el tiempo ahora
ya no puede detener y que va a vci algo que nunca se borra, hasta esa
puertecilla que acnlm de cerrarse sobre dos destinos cautivos, sabía,
sí, salu i todo lo que era preciso hacer. . . ¡Ay! Había reflexión.i do y
había juzgado bien. No había sino eso; no hsibi i otra cosa; ¡era seguro
y era justo y era inevitable!. .. Muí ahora todo cambia y lo he olvidado
todo. .. Hay otriw fuerzas, hay otras voces, y estoy completamente sola
con tra todo lo que habla en la noche incierta. . . Justicio, ¿dónde
estás? Soy yo quien va a obrar porque tú lo que rías. .. me convenciste
y me impulsaste. .. Ahí, ahom mismo, bajo los millares de estrellas que
alumbraban l.i puerta y que invocaba para tranquilizar mi alma. . . No
cabía duda entonces, y toda la certidumbre de cuanto respira y de
cuanto vibra y de cuanto ama y tiene derecho al amor iluminaba mi
corazón. . . ¡Mas, frente a la alción, tú misma retrocedes, reniegas de
tus leyes y me abandonas!. . . ¡Ay! Me siento demasiado sola, entrega
da como esclava ciega a lo desconocido. . , Andaré sin ■til Nada miro,
y no levantaré los ojos locos sobre el i lio hasta el momento en que...
( A d e l a n t a u n paso t R i u i i i h i a l m e n t e h a s t a e l p i e d e l
l e c h o . ) Ahora es la suer- !<■ misma la que va a decir: “Sí.” ( A l z a l a
l á m p a r a , m l n i e l l e c h o , v e a Merlín d o r m i d o , y ,
asombrada, re-
u n p o c o . ) ¡Duerme!... ¿Qué es esto?. . . No ha-
'•i i previsto. . . Todo excepto esto. .. ¿Hay que esperar tilín? . . ¡Oh!
Quisiera esperar. .. Duerme profundamente , . luego no quería. .. Pero
si no durmiese, no ha- lulii podido hacerlo. . . Me hubiera desarmado,
me habría •l>Miiinndo. .. Luego la suerte es verdad; es la suerte
ImiMia y justa la que así me lo entrega. .. ¡Yo que an- ilnlui buscando
una señal!... ¡Ésta es la señal! ¿Qué Htcesito si me hace falta más?. .. Y
sin embargo, puesto i|iie duerme, no puedo saber... Tal vez tiene
piedad; aca- iii renuncia; quizá me diría: “¡Vete!”. .. No estaba sin iIiiiii,
y en muchos momentos hablaba como un padre. .. |Ali, si se hubiese
alzado, si estuviese ahí, con los brazos iiliii)’,ados hacia mí, en ademán
de. . .! ¡Entonces, enton- H-. es cuando hubiera sido fuerte y le
hubiese venci- iliit. . . Pero un hombre que duerme. . . Eso rompe el
ntlio. .. Y además, no se sabe. .. Y cambiar ese sueño i|ini una sola
palabra hace huir en aquel que ninguna fu. iva humana o
sobrehumana puede alterar... ¡Oh! i 'insiera al menos que una palabra
de perdón... ¡Ay, no! Soy demasiado cobarde. . . Voy buscando el
terror... lio he venido para seguir meditando. . . ¡No hay duda, ilospués
de lo que ha hecho, después de lo que ha dicho! l io escucho más que
mi voz, la voz de mi destino, que ipiicre que nos salvemos... ¡Si me
engaño, peor para mi!... ¡Tengo razón! ¡Tengo razón!... Tú, lámpara
mía, apágate. Ya he visto lo que era preciso ver... ( A p a - Uii la
lámpara, la deja en uno de los escalones de mármol, empuña el puñal
que traía escondido, lo alza y lo mira un instante.) ¡Ahora, te toca a
ti!. .. ¡Ah, si tú pudieras liucer lo que quiere mi pensamiento, mi
piedad acorra- I ni a. y la muerte que brilla en la punta de esta hoja no
588 MAL RICE MAETERLINCK.—TEATRO

fuera la muerte verdadera, la irrevocable muerte!... I’no es


demasiado... Ya es hora... Está dicho... ¡hieiot (Alza el puñal para
herir a MERLÍN. ARIELA, invisible, l<‘ sujeta la muñeca y, sin ningún
esfuerzo aparente, pároli n su ademán. En el mismo instante, MERLÍN
abre los <>!<» sonriendo, se yergue y, en un movimiento de gozo,
abm za tiernamente a JOYZELLE.)
Merlín.—¡Está bien!. .. ¡Joyzelle es grande, y Joy zelle triunfa!...
Ha vencido a la suerte, escuchando ni amor; y eres tú, hija mía, la que
el destino designa. .
Joyzelle.—( Q u e a ú n n o c o m p r e n d e e i n t e n t a d t w
p r e n d e r s e . ) ¡No, no, no!. . . No he podido. . . ¡Ay! ¡Aun que el
corazón me falle, tengo valor!. . . Y tengo tiul.i mi vida, aunque ya no
tenga fuerza; y nunca, no, nuncu mientras aliente. . .
Merlín.—Mírame, Joyzelle. . . Restituyo su fuerza al brazo que
alzaste para defender tu amor. . . Le dejo el arma que quería herirme y
hería justamente. . . Hasi.i este ademán, todo estaba indeciso; ahora,
todo está cl.i ro, todo es radiante y seguro. . . Mírame, Joyzelle, y no
temas ya mis labios. . . Buscan tu frente para poner, .il fin, en ella el
beso que el padre deja en la frente de su hija. ..
Joyzelle.—¿Qué es eso y qué queréis decir, que no comprendo?...
Sí, veo en vuestros ojos que parecéis amarme como se ama a un niño. .
. ¿Me había engañado y he estado a punto de... ?
Merlín.—No. Tenías razón; no hubieras sido la que el amor exige,
si no hubieras hecho lo que ibas a hacer.
Joyzelle.—Ya no sé. . . estoy soñando. . . Pero puesto que no es la
abominación, me entrego al sueño. . .
Merlín.—Sí, es verdad, mi Joyzelle, me entretengo en mi gozo, en
tu feliz sorpresa, siguiendo tus miradas que parecen tan bellas en su
fuga asombrada, en las que crece la confianza, y que ya no saben donde
posar s u s alas, como pájaros marinos que han perdido la orilla. . . Es
que tomo mi parte en la felicidad que doy. . . No
l*nulrc otra... Pero no te inquietes: entraremos juntos *11 los
secretos de la suerte, y cuando Lanceor. ..
Joyzelle.—¿Dónde está?
Miírlín.—¡Ah! ¡Ese nombre te despierta, y he aquí t|m* la orilla
aparece a las miradas extraviadas en el es- l>.t< 10!... Escucha... le
oigo... Tu corazón, sin que H"ii>lros lo supiéramos, ha ido a avisarle
que le habías intuido hasta el punto que el amor no puede sobrepa- ii .
. Acude. .. Está ahí. .. ( L a p u e r t a s e a b r e . E n t r a I ani'EOR
s e g u i d o p o r Ariela, i n v i s i b l e . )
I anceor.—¡Padre. .. es mía!
Merlín.—Hijo mío, triunfa; el destino te la da.
I.anceor.— ( A b r a z a n d o a Joyzelle y c u b r i é n d o l a d e h f s o s
f r e n é t i c o s . ) ¡Ay, cómo lo sabía y qué seguro estatuí! .. ¡Joyzelle! ¡Mi
Joyzelle!... No pregunto lo que lilis podido hacer para desarmar a la
suerte. . . Aún no nada. .. mas todo se sabe por adelantado cuando se i|
uicre como nos queremos nosotros; y saludo desde aho- iii la verdad
nueva que ha debido descubrir tocándote el i-tirazón. ¡Ay, padre,
padre, bien os lo había dicho!.. .
i Vio ella no comprende por qué os abrazo. .. Es veril.id... Voy
demasiado deprisa... Acércate, Joyzelle, pura que pueda reuniros en
mis brazos. . . Teníamos junto
ii nosotros un enemigo que nos ama. Estaba obligado a
hacemos sufrir; y este dulce enemigo era mi propio padre a quien
creía perdido, mi padre que es éste, mi padre vuelto a encontrar que
no espera sino una sonrisa para abrazarte también. .. ¡Oh! No te
apartes, no me mires con esos ojos que ya se cargan de reproches. . .
No te he ocultado nada.. . Lo he sabido hoy, este atardecer, en el
Instante en que me dejaste; y desde que lo supe, tuve i|iie huir de ti
para no traicionarme, porque toda nuestra ídicidad dependía, al
parecer, de este último secreto; y cuando se deposita un secreto en el
amor, es como si se escondiese una lámpara encendida en un vaso de
cristal ... Lo hubieras sabido todo sólo con mirarme a los ojos, sólo con
ver mis manos, mi mera sombra. . . y no podía mostrarte mi
felicidad... Debías ignorarla li.nu
la gran prueba. .. Era preciso que hicieses una eos:..........................
posible... ¿Cuál? No sé nada. Pero de nada me vulió sonreír; fue
preciso ceder; fue preciso esperar y couini con paciencia los minutos
de la hora que así separaba don embriagueces impacientes... Pero,
ahora, acudo, cscii-l cho, quiero saber. .. Habla, habla. ..
Joyzelle.—Puesto que eres feliz, yo soy feliz t.uu bién. .. No sé
nada más. .. Apenas me despierto de un sueño de horror e
incomprensible...
Merlín.—Sí, mi pobre Joyzelle, el sueño era horrible, mas está
vencido, y la prueba pasó cimentando una IV licidad a la cual ya nada
amenaza, a no ser la eneniif.u que amenaza a todos los hombres. ..
Lanceor.—Pero ¿cuál era esa prueba espantable?
Merlín.—Joyzelle te lo dirá en los primeros besot limpios de toda
inquietud que habéis de cambiar despiuS de esta victoria. Velarán
mejor que mis pobres palabras lo que en esta prueba parece
imperdonable. . . Era po ligrosa y casi imposible. .. Joyzelle hubiera
podido elegir un camino diferente. .. Hubiera podido ceder, sacil
ficarse, sacrificar su amor, desesperar, ¡yo qué sé!... No hubiera sido la
Joyzelle esperada. .. No había más que un camino trazado por el
destino; ése tomó, le siguió hasta el fin, y te salvó la vida salvando tu
amor. ..
Joyzelle.—¿Está, pues, ordenado que el amor hiem y mate todo lo
que pueda intentar cerrarle el camino'’
Merlín.—No, Joyzelle, no lo sé. .. No hagamos leyes con unos
cuantos despojos recogidos en la noche que envuelve nuestros
pensamientos... Pero la que debía hacer lo que tú quisiste hacer, era la
que la suerte seña laba para mi hijo. .. Estaba, pues, escrito para ti, y
sólo para ti, acaso para aquellas que se te parezcan un poco, que
tienen derecho al amor que el Destino les muestra; y que este amor
tiene que acabar con la injusticia. . . No te juzgo; la suerte te aprueba y
me siento feliz porque te haya elegido así entre todas las mujeres. . .
JOYZELLE.—¡Padre mío!. . . Tiemblo aún cuando veo • I urina que
durante un segundo. . . Perdonadme, padre; vu os amaba.
Merlín.—Soy yo quien te pido que ahora me alar- l'tics la roano
que perdona.
JOYZELLE.—No. No son las manos frías del perdón. . . '.un las que
acarician, adoran y agradecen. . . ¡Ahora rompiendo por qué a pesar de
mi odio no podía ".luí!. .. Lo que habéis hecho era más difícil que todo
lo ijue he hecho yo, porque era cruel; y cuando vuelvo a pensar en lo
que ha pasado, sois vos, sois vos, padre mío, el que habéis soportado la
prueba más pesada y más ini’i itoria. ..
Merlín.—No, la más meritoria no estaba entre las i|in tú puedes
descubrir. . . Será el secreto de este cora- mi que os ama y os une
dentro de sí, y que no os pide a los dos, hijos míos, para cambiar en
felicidad tal secreto demasiado profundo, sino un instante de vuestra
alegría v lal vez un beso un poco más largo de los que se conceden ,i
los ancianos que se alejan. ..
I.anceqr.—(Arrojándose en sus brazos.) ¡Padre mío!
Joyzelle.—( A b r a z á n d o l e t a m b i é n . ) ¡Padre mío también!
Ariela.— ( I n t e n t a n d o m e z c l a r s e a l g r u p o
e s t r e c h a m e n t e a b r a z a d o . ) Nadie me ve, y nadie piensa en
darme mi parte del amor arrancado por mis manos invisibles a las
manos parsimoniosas de los días y los años. . .
Merlín.—( S o n r i e n d o . ) Te veo yo, Ariela. Nos amas a los tres;
pero hacia Joyzelle sube un beso más ardiente ipie el que nos das a
nosotros. . . Anda, puedes besarla; la prueba ha terminado también en
mi corazón viejo. .. Dentro de bien poco, estaremos lejos de ella y de
todo amor. . . (Ariela b e s a l a r g a m e n t e a Joyzelle.)
Joyzelle.—¿Qué decís, padre? ¿A quién habláis?. . . I’arece que
flores que no puedo cortar se acercan a rozar mi frente y a acariciar
mis labios.
Merlín.—No las apartes, son tristes y puras... Mi pobre Ariela las
derrama sobre ti; es mi hija invisible, el hada buena de la isla, quien os
ha descubierto y os ha pin tegido. Quisiera mezclarse por última vez a
vuestro grun amor, y pide una parte, tan discreta como ella, de la le
licidad que se le debe.
Joyzelle.—¿Dónde está? No veo junto a mí sino u vos y a
Lanceor. . .
Merlín.—¿Crees, hija mía, que se ve todo cuanl«» vive en nuestra
vida profunda?. . . Sé acogedora y suave para la pobre Ariela. . . Te da
ahora el beso de despedida, antes de alejarse para perderse conmigo
en los lu gares donde la suerte quiere que mi destino acabe.
Lanceor.—¿Para perderse con vos?. .. Padre, no sé. ..
Merlín.—No interrogues a los que ya no tienen nada que decir. . .
Ahora todo se fija. .. Gracias a los dioses ignorados, he podido hacer la
felicidad de los dos cora zones que me eran más queridos. Pero ya no
puedo nada más, y vosotros nada podéis por mi propia felicidad. . .
Voy a mi destino, y marcho en silencio, para no afligí i esta hora
sonriente que sólo a vosotros pertenece... Se lo que me espera. Y sin
embargo, parto. . .
Joyzelle.—¡No, no, no, no, padre mío, no os marcharéis! . . .
Estamos en torno vuestro; y si algún peligro que no podamos ver
amenaza vuestra ancianidad, intentaremos al menos aliviar el
temor. . . Cuando hay tres que se quieren, para sufrir una desdicha, la
desdicha se transforma en una carga de amor que se lleva con gozo. . .
Merlín.—¡Ay, no, Joyzelle! ¡Todo sería inútil!... ¡Pluguiera a los dioses
que los hombres no tuviesen que atravesar sino males benévolos como
lo fueron los vuestros!. .. Mas todas las voluntades secretas de la vida
no son tan claras, no son tan buenas. . . Pero hablamos en vano de lo
que está escrito. . . Aún estoy aquí, entre los brazos de los que me
aman... El día de mi angustia no es aún este día. . . Gocemos de
nuestra hora en la •iiiivc tristeza que sigue a las grandes alegrías,
escuchando pasar y fluir uno a uno nuestros minutos de amor, en it'u -
frágil rayo de luz nocturna en que nos estrechamos litara ser más
felices. . . el resto aún no pertenece a los nombres...
FIN DE
“JOYZELLE”

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