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La importancia de las narraciones para la vida pública

Martha Nussbaum (*)

En la primavera de 1994 enseñé derecho a estudiantes por primera vez, como profesora visitante
de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chicago. […].
El tema de mis clases era la narrativa, pues el curso que debía dictar era Derecho y Literatura. Mis
alumnos y yo leímos a Sófocles, Platón, Séneca y Dickens. En relación con las obras literarias, hablamos
de la compasión y la misericordia, del papel de las emociones en el juicio público, de lo que está implícito
al imaginar la situación de alguien que es diferente de nosotros. Hablamos de los modos en que los textos
de diferentes tipos presentan a los seres humanos: a veces como fines en sí mismos, dotados de dignidad
e individualidad; otras veces como unidades abstractas e indistinguibles o meros medios para los fines de
otros. Como la Facultad de Derecho de la Universidad de Chicago es la cuna del movimiento law and
economics, comentamos asimismo la relación entre imaginación literaria y razonamiento económico.
También hablamos de temas sociales más concretos, como el género, la homosexualidad y la raza.
En una sala de conferencias que estaba a cincuenta metros de la cerca de metal negro del aparcamiento
de la Facultad, que demarca la frontera entre el mundo de la universidad y el mundo de las barriadas
pobres de Chicago, en una clase donde había un solo alumno negro entre setenta, leímos Native Son, de
Richard Wright. Todos los nombres de Chicago indicaban un lugar que conocíamos, aunque respecto de
esos lugares casi todos estábamos en la situación de la Mary Dalton de Wright, cuando le dice a Bigger
Thomas que ignora cómo vive la gente a diez manzanas de la suya. “En ese momento supo -escribe
Wright sobre Bigger- que nunca podría decir por qué había matado. No porque no quisiera contarlo, sino
porque, para contarlo, habría tenido que explicar su vida entera”. Hablamos de la importancia de ese
pasaje para las disputas sobre individualidad y misericordia en las sentencias penales, sobre una decisión
de la Corte Suprema que exhorta a los tribunales a no tratar a los acusados “como miembros de una masa
anónima e indiferenciada”, sino como “seres humanos singulares e individuales”. ¿Cómo podría una
novela como la de Wright comunicar a futuros jueces y abogados una comprensión de ese requerimiento?
Yo no inventé el curso de Derecho y Literatura; es más, hacía años que formaba parte del programa de la
Facultad. El interés de la gente de leyes en la relación entre filosofía y literatura me sorprendió al principio.
Poco a poco comprendí qué se buscaba con ese curso: la investigación y defensa fundamentadas de una
concepción humanista y pluralista de la racionalidad pública, que tiene un ejemplo elocuente en la

Este texto es un fragmento del prefacio que hace la filósofa norteamericana Martha Nussbaum a su libro Justicia poética. La
(*)

imaginación literaria y la vida pública (Santiago de Chile, Edit. Andrés Bello, 1997). Se retoman de allí los pasajes en que la
autora señala la importancia que tienen las buenas narraciones para cultivar una nueva ética que sea la base de una cultura
democrática. Los pasajes reproducidos están situados entre las páginas 16 y 20 de la edición citada. La selección fue hecha por
el Prof. Diego Antonio Pineda R. y es para el uso exclusivo de los participantes en el diplomado “Escritura y desarrollo del
pensamiento”.
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tradición del derecho consuetudinario. Esta concepción necesita su defensa, pues hace tiempo que sufre
el ataque de las concepciones más “científicas” que ofrece el movimiento law and economics. Hacía
tiempo que yo trabajaba en ideas filosóficas similares, y ya había comenzado a relacionarlas con temas
judiciales. Pero el curso de Chicago fue la primera vez en que intenté elaborar algunas de estas ideas en
el aula, frente a estudiantes que pronto serían abogados y pasantes de jueces. Aunque sigo siendo una
aficionada en cuestiones legales, y aunque hago esta sugerencia desde fuera, con gran ignorancia del
aspecto más técnico y formal del derecho -al que no deseo restar jerarquía y por el cual siento un gran
respeto-, creo enfáticamente que la reflexión sobre la narrativa tiene el potencial para hacer
contribuciones al derecho en particular y al razonamiento público en general. […]
La imaginación literaria es parte de la racionalidad pública, pero no el todo. Y creo que sería
extremadamente peligroso sugerir que el razonamiento moral regido por reglas sea reemplazado por la
imaginación empática. De ninguna manera hago esa sugerencia. Defiendo la imaginación literaria
precisamente porque me parece un ingrediente esencial de una postura ética que nos insta a interesarnos
en el bienestar de personas cuyas vidas están tan distantes de la nuestra. Esta postura ética deja amplio
margen para las reglas y los procedimientos formales […]. Por otra parte, una ética de respeto imparcial
por la dignidad humana no logrará comprometer a seres humanos reales a menos que estos sean capaces
de participar imaginativamente en la vida de otros, y de tener emociones relacionadas con esa
participación. […].
Pero, ¿servirá de algo apelar aun a los mejores usos de la imaginación literaria en un clima político
lleno de prejuicio y odio? La comprensión de que los blancos poseen cada uno su historia individual brinda
a Bigger Thomas una esperanza de solidaridad humana. Sin embargo, también le provoca desesperación,
pues sabe que el odio y la terquedad tienen más poder político que la esperanza, que solo una rara persona
ha podido verlo a la luz de esa esperanza y que, al menos para él, toda esperanza pronto se extinguirá con
su vida. ¿De qué sirve narrar historias, pues, en un mundo donde la vida cotidiana de mucha gente está
dominada por diversas formas de exclusión y opresión (y donde las historias mismas pueden contribuir a
esa opresión)? […]
La imaginación literaria tiene que luchar contra los profundos prejuicios de muchos seres
humanos e instituciones, y no siempre prevalece. Muchas personas que narran historias maravillosas son
racistas que no podrían contar una historia empática sobre un negro. Muchas otras, que tienen criterio
amplio en cuestiones raciales, rechazarían la invitación de Forster a imaginar a un gay como una persona
similar a ellas o a sus seres queridos. Nuestra sociedad está plagada de rechazos que atentan contra la
imaginación empática y compasiva, rechazos de los que nadie está exento. Muchas de las historias que
nos contamos alientan el rechazo de la compasión, de modo que ni siquiera la imaginación literaria está
libre de culpa. Aunque hallemos una buena historia para contar, no debemos esperar que cambiaremos
años de odio y discriminación institucionalizados mediante la sola apelación a la “fantasía”, pues aun la
fantasía más lograda es una fuerza frágil en un mundo lleno de diversas formas de crueldad. […].
Por otra parte, lo que vemos en estos rechazos humanos no es un defecto en el tipo de “fantasía”
que defenderé aquí, sino un defecto de los seres humanos que no practican bien este tipo de fantasía, que
cultivan su simpatía humana en forma estrecha y parcial. El remedio para ese defecto no consiste en
repudiar la fantasía, sino en cultivarla de manera más coherente y humanitaria, ni en reemplazar
estructuras institucionales impersonales por la imaginación, sino en construir instituciones y actores
institucionales que encarnen más perfectamente las intuiciones de la imaginación compasiva. No es
preciso ni aconsejable confiar únicamente en la fantasía de los individuos. La “fantasía” también debería
informar las instituciones mismas.

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