Las administraciones no permanecen ajenas a los cambios que se están dando a
nivel local y global. La modernización, el crecimiento y la transformación de las asociaciones
y organizaciones no lucrativas, están planteando nuevos retos, como también los plantean políticas de sostenibilidad y de responsabilidad social de empresas. De este modo irrumpen nuevos actores en el ámbito público, haciendo de éste un campo de gestión más complejo y en constante cambio. En cada periodo histórico el papel asignado al Estado ha guardado relación con el entorno económico, social y político existente. Actualmente existe una conciencia de que se necesita encontrar un nuevo modelo de estado que nos permita afrontar los complejos problemas con los que conviviremos en este siglo XXI. El Estado Social es doblemente cuestionado, desde un punto de vista de su viabilidad y eficacia social. La nueva realidad económica ha obligado a los gobiernos a redimensionar el sector público y a dar paso a políticas orientadas a la estabilidad macroeconómica y a la mejora de la competitividad. En cuanto a la eficacia social, se cuestiona tanto por la elevada insatisfacción existente en las mayoría de países desarrollados ante el funcionamiento de los servicios públicos, como por la ausencia de responsabilidad que se traslada a la sociedad, sobre todo en los segmentos sociales más débiles, al tiempo que se incrementa la dependencia de la sociedad respecto a la estado. La persistencia de determinados problemas sociales demuestra la impotencia del Estado que aparece como incapaz de resolverlos por sí solo, defraudando expectativas. Lo cierto es que en la mayoría de los estados democráticos desarrollados el modelo se encuentra inmerso desde hace algunos años en un proceso de profundo cambio, en un contexto de mundialización de la economía, de estabilidad macroeconómica y control del gasto público. Ésta transformación está dando paso a nuevas concepciones del modelo de Estado. La puerta hacia el neoliberalismo y hacia el concepto de estado de mínimos está abierta. Se culpa al Estado de la pérdida de competitividad de las economías occidentales y se proclama la necesidad de retroceder sus fronteras subordinando su actuación al funcionamiento eficiente de los mercados. Para una concepción meramente neoliberal, la única manera de dar respuesta a unas necesidades sociales crecientes, sería disponer cada vez de más recursos públicos, pero esta construcción del Estado de Bienestar sólo es viable financieramente y soportable socialmente en un contexto de crecimiento económico sostenido. Otras corrientes propugnan una transformación en profundidad de la lógica de actuación y de los mecanismos de intervención del Estado del Bienestar, manteniendo sin embargo sus principios de universalidad y cohesión social. La crisis afectaría, según esta opción, a la manera que históricamente derivó en la construcción del estado de bienestar, no a la idea misma de sociedad del bienestar en la que el Estado juega un papel determinante. Por último, aparece el modelo de Estado “relacional”, que siendo capaz de crear y gestionar complejas redes inter-organizativas en las que participan organizaciones públicas y privadas, plantea un nuevo reparto de roles y responsabilidades entre el Estado, los mercados y los ciudadanos, argumentando que para dar una respuesta a los problemas planteados es necesaria la implicación y la colaboración activa de la propia sociedad. El estado tiene un papel clave de liderazgo en la articulación de relaciones de colaboración entre agentes privados y públicos, fundamentadas ahora en el principio de la corresponsabilidad. La construcción de este tipo de Estado supone un enorme desafío para el sistema político, administraciones públicas y para la sociedad en su conjunto. Es preciso realizar un esfuerzo de innovación social que permita reinvención de la Administración y de la manera de gobernar. El Estado ha dejado de ser autosuficiente, para pasar a ser un Estado modesto que se enfrenta a la complejidad de los problemas sociales asumiendo que sólo se pueden abordar contando con la colaboración activa de la sociedad, debiendo estimular a los ciudadanos y a los diferentes colectivos a participar en la resolución de aquellos problemas en los que están implicados de forma más directa. La necesidad de búsqueda de objetivos comunes perfectamente identificados, la asunción de responsabilidades concretas en su consecución y la articulación de responsabilidades asumidas por cada una de las partes, introduce un nuevo concepto de gestión, la corresponsabilidad, abandonando la desconfianza en el Estado del Bienestar, sustituyéndola por el diálogo y la cooperación. Los intereses sociales dejan de ser patrimonio del Estado y la sociedad participa a través de asociaciones y organizaciones sin ánimo de lucro, lo que le confiere una legitimidad. Se está produciendo una sinergia entre recursos, conocimientos y capacidades del sector público con el privado. La resolución de problemas aparece menos vinculada al incremento de gasto público, para dar paso a la capacidad de liderazgo y consenso para movilizar recursos públicos y privados existentes en la sociedad, dando respuesta las necesidades sociales. El Estado protagoniza una dimensión específica y ocupa una posición de privilegio para asumir un rol de dinamización de la sociedad, bajo el inexcusable cumplimiento de la legalidad y de los principios de eficiencia y eficacia sociales. Preservar la sociedad del bienestar en el contexto de una economía mundializada, constituye un enorme desafío que además de profundos cambios en el sector público, requerirá e la implicación activa de todos los actores sociales.