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Suena extraño hablar de «producir el espacio».

El esquema según el cual el espacio vacío preexiste


a aquello que lo ocupa sigue conservando aún mucho vigor.
el universal concreto se disociará y
caerá nuevamente en los momentos originales de Hegel: lo particular (en este caso, los espacios
sociales descritos o recortados); lo general (la lógica y la matemática); y lo singular (los «lugares»
considerados como naturales, dotados sólo de una realidad física y sensible).
El proyecto que se esboza aquí no tiene por objetivo producir un (el) discurso sobre el espacio, sino
mostrar la producción del espacio mediante la reunión en una teoría de los diversos tipos de espacios y
las modalidades de su génesis.
¿El lenguaje (lógica, epistemológica, genéticamente hablando) precede, acompaña o sigue al espacio
social? ¿Se trata de una condición del espacio social o es su formulación?
aunque las nociones de mensaje, código, información, etc. no permitan seguir la génesis de un espacio
(proposición enunciada más arriba, que está a la espera de pruebas y argumentos), un espacio
producido se descifra y se lee. Conlleva un proceso de significación.
La teoría sólo puede formarse y formularse a nivel de un supercódigo. El conocimiento no se asimila
sino mediante un lenguaje «bien diseñado», que opera en el plano conceptual. Así pues, no consiste ni
en un lenguaje privilegiado ni en un metalenguaje, aunque sus conceptos convengan a la ciencia dei
lenguaje como tal. El conocimiento del espacio no puede confinarse de entrada en dichas categorías.
¿Código de códigos? Quizás es lo deseado, pero esta meta-función de la teoría no revela gran cosa. Si
ha habido códigos del espacio característicos de cada práctica espacial (social), si esas codificaciones
fueron producidas con su espacio correspondiente, la teoría debería exponer su génesis, su intervención
y su decadencia. El desplazamiento del análisis, en relación con los trabajos de los especialistas en ese
ámbito, es notorio: en vez de insistir en el rigor formal de los códigos, se dialectizará la noción. De ese
modo se situará en una relación práctica y en una interacción de los «sujetos» con su espacio, con sus
entornos. Se intentará mostrar la génesis y desaparición de la codificación/descodificación. Asimismo,
se esclarecerán los contenidos: las prácticas sociales (espaciales) inherentes a las formas.
Si la búsqueda de una teoría unitaria del espacio físico, mental y social se perfila desde hace algunas
decenas de años, ¿por qué motivo y cómo se ha procedido a abandonarla? ¿Acaso porque cubría una
extensión demasiado amplia, un auténtico caos de representaciones, algunas de ellas poéticas,
subjetivas o especulátivás^'y otras marcadas por el sello de la positividad técnica? ¿O simplemente
porque esta línea de investigación era del todo punto estéril?

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Según el hegelianismo, el Tiempo histórico engendra el Espacio en que se extiende y sobre el que reina
el Estado. La historia no realiza el arquetipo del ser razonable en el individuo, sino en un conjunto
coherente de instituciones, grupos y sistemas parciales (el derecho, la moral, la familia, la ciudad, el
oficio, etc.) que ocupa un territorio nacional dominado por un Estado. El Tiempo, pues, se solidifica y
se fija en la racionalidad inmanente al espacio. El fin hegeliano de la historia no conlleva la
desaparición del fruto de la historicidad. Al contrario, este producto de un proceso de producción
animado por el conocimiento (el concepto) y orientado por la conciencia (el lenguaje, el Logos), este
producto necesario, afirma su autosuficiencia. Persiste en el ser por su propia potencia. Es la historia lo
que desaparece, tornando la acción en memoria, la producción en contemplación. En cuanto al tiempo,
pierde todo sentido, dominado por la repetición, la circularidad, la instauración de un tiempo inmóvil,
lugar y medio de la Razón cumplida. Tras esta fetichización del espacio al servicio del Estado, la
filosofía y la actividad práctica sólo podían intentar la restauración del tiempo.
De un lado, tenemos la filosofía del tiempo, de la duración, dispersa en reflexiones y valorizaciones
parciales: el tiempo histórico, el tiempo social, el tiempo psíquico, etc. De otro lado, tenemos la
reflexión epistemológica que construye su espacio abstracto y medita sobre los espacios abstractos
(lógico-matemáticos).
Podría pensarse que una de las primeras tareas sería la destrucción metódica de los códigos relativos al
espacio. En realidad el problema es el contrario. Esos códigos, inherentes al saber y a la práctica social,
vienen disolviéndose desde hace mucho tiempo. No se trata ya de destruir los códigos con el fin de
construir una teoría crítica sino de explicar su destrucción, constatar sus efectos y quizá confeccionar
un nuevo código a través de una supernotación teórica.
esta inversión consiste en pasar de los productos (estudiados de forma general, descritos, enumerados)
a la producción.
Cuando el espacio social deje de ser confundido, de un lado, con el espacio mental (definido por loá
filósofos y los matemáticos), y de otro lado, con el espacio físico (definido por lo práctico-sensible y la
percepción de la naturaleza), entonces se pondrá de manifiesto toda su especificidad. Será necesario
mostrar más adelante que este espacio social no consiste en una colección de cosas, en una suma de
datos (sensibles), ni tampoco en un vacío colmado (algo así como un envase) de materias diversas;
habrá que mostrar que no se reduce a una «forma» impuesta a los fenómenos, a las cosas, a la
materialidad física.
el espacio (social) es un producto (social).
Implicaciones

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La primera de ellas es que el espacio-naturaleza desaparece irreversiblemente. ¿Qué es la Naturaleza?
¿Cómo captarla antes de la intervención, antes de la presencia humana con sus útiles devastadores?
Mito poderoso, la naturaleza torna en mera ficción, en utopía negativa: es considerada meramente
como la materia prima sobre la que operan las fuerzas productivas de las diferentes sociedades para
forjar su espacio.
Segunda implicación: cada sociedad (en consecuencia, cada modo de producción con las diversidades
que engloba, las sociedades particulares donde se reconoce el concepto general) produce un espacio, su
espacio.
Tanto los productos parciales localizados en el espacio — las cosas— como los discursos sobre el
espacio sirven únicamente de indicadores y de testimonios sobre ese proceso productivo (que
comprende los procesos significantes, sin que se reduzca a ellos). Así, ya no es el espacio de esto o el
espacio de aquello le que importa, sino el espacio como totalidad o globalidad lo que debe ser no sólo
analíticamente estudiado (procedimiento que corre el riesgo de ocasionar fragmentaciones y recortes
hasta el infinito, subordinados a la intención analítica) sino engendrado por y en el conocimiento
teórico.
Podría objetarse que en una u otra época, en tal o cual sociedad (antigua-esclavista, medieval-feudal,
etc.), los grupos activos no han «producido» su espacio al modo en que se «produce» un jarrón, un
mueble, una casa, un árbol frutal. Entonces, ¿cómo logran producirlo? La cuestión, sin duda alguna
muy pertinente, cubre todos los «campos» considerados. Efectivamente, incluso el neocapitalismo o
capitalismo de organizaciones, y hasta los planificadores y programadores tecnocráticos, no producen
un espacio con plena y clara comprensión de las causas, efectos, motivos e implicaciones.

p. 97- tres
Las representaciones del espacio-Es el espacio dominante en cualquier sociedad
la relación dialéctica que existe en el seno de esta tríada: lo percibido, lo concebido y lo vivido.
Las representaciones del espacio estarían penetradas de un saber (una mezcla de conocimiento e
ideología) siempre relativo y en curso de transformación. Serían, pues, objetivas aunque susceptibles de
ser revisadas.
Las representaciones del espacio tendrían de ese modo un impacto considerable y una influencia
específica en la producción del espacio. ¿Pero cómo? Mediante la construcción, es decir, por la
arquitectura, concebida no como la edificación de un «inmueble» aislado (palacio o monumento) sino

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en calidad de un proyecto insertado en un contexto espacial y en una textura, lo que exige
«representaciones» que no se pierdan en el simbolismo o en el imaginario.

La ecología y la geografía urbana convencional se pueden caracterizar como esencialmente sin espacio,
porque las relaciones de ubicación se conciben como un asno que opera dentro del espacio, es decir,
dentro de un espacio que actúa como un contenedor, la mayoría de las veces se hipotetiza como una
llanura sin características. Esta es una variante minimalista de la teoría de la reflexión, que afirma que
los procesos sociales se implementan en el espacio, por lo que el espacio simplemente los sostiene o los
apoya. Los integradores principales reifican las ubicaciones geográficas y las hacen representar
procesos sociales, como en la forma en que los términos espaciales, como la ciudad o los sistemas de
ciudades, reemplazan el modo de organización socioeconómico y político que comprende el lugar.
Según los marxistas, el análisis espacial tiene que estar directamente relacionado con las
transformaciones de la sociedad producidas por el impulso por la acumulación de capital y la lucha de
clases.

Existen los objetos del trabajo, aquellos objetos que son procesados por el trabajo, como las materias
primas, y los medios de trabajo, las herramientas que se utilizan en la producción. Bajo este
encabezado colocamos objetos hechos para el desempeño de ciertas operaciones ... otros objetos que,
aunque no son herramientas en sí mismas, facilitan el uso de herramientas, como edificios, tiendas,
puertos, carreteras y terrenos, también se incluyen en este grupo. Así, el entorno construido, como lo
define el economista político, es parte de los medios de producción, específicamente, los medios de
trabajo.
En contraposición a la reducción del espacio simplemente a los medios de producción, Lefebvre
considera los espacios como una de las fuerzas de producción junto con otros reconocidos por los
marxistas ortodoxos. El espacio merece ser miembro del conjunto de fuerzas productivas. La propiedad
del espacio ciertamente confiere una posición en la estructura económica. Incluso cuando un espacio no
tiene contenido, su control puede generar poder económico, porque puede llenarse con algo productivo
o porque los productores deben atravesarlo.
Además de esta primera naturaleza del papel del espacio en la producción, la organización espacial
también posee una segunda naturaleza. Esto ocupa un lugar destacado, según Lefebvre, en las

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relaciones sociales de producción. Más específicamente, es en parte a través del medio del espacio que
la sociedad se reproduce a sí misma. Para Lefebvre, las coherencias del orden espacial controlan las
contradicciones inherentes del capitalismo en beneficio de los intereses dominantes en la sociedad. El
capitalismo, por lo tanto, como modo de producción, ha sobrevivido en parte gracias al uso del espacio
como un reforzador de las relaciones sociales que son necesarias para esa supervivencia. En resumen,
las propiedades dialécticas de las relaciones espaciales se articulan con las propiedades externalizadas
del modo de producción en varios niveles, de maneras totalmente ignoradas por los economistas
prolíficos marxianos, que reducen las propiedades del espacio simplemente a un entorno construido. La
cuestión del control sobre las relaciones espaciales y el diseño, por lo tanto, representa la misma
importancia revolucionaria para la sociedad que la lucha por el control de los otros medios de
producción, porque tanto las relaciones de propiedad como las relaciones de externalización material,
es decir, la producción del espacio, están unidas en las relaciones de propiedad que forman el núcleo
del modo de producción capitalista. Bajo el hechizo del estructuralismo, el reconocimiento de la
necesidad de praxis para abordar estas relaciones de propiedad ha sido abandonado a favor de un
esfuerzo teórico divorciado de la acción directa que busca estudiar académicamente el funcionamiento
de las leyes económicas en el espacio.
[el espacio tendría el mismo estatus ontológico que el trabajo, porque de alguna forma participa como
este en la producción de valor]
Segundo, el espacio no solo es parte de las fuerzas y los medios de producción, sino que también es
producto de estas mismas relaciones. Esta propiedad hace que el diseño espacial sea diferente de
cualquier otro factor social o mercancía, un concepto que la economía política ignora. Lefebvre señala
que, además de existir un espacio de consumo o, para el caso, un espacio como área de impacto para el
consumo colectivo, también existe el consumo de espacio, o el espacio mismo como objeto de
consumo. Esto puede ilustrarse con el turismo, donde el medio ambiente en sí se consume a través de la
recreación, o por la reubicación de negocios debido a las comodidades naturales. Por lo tanto, el diseño
espacial en sí mismo puede convertirse en una mercancía junto con la tierra, algo que los arquitectos,
urbanistas y turistas han sabido por algún tiempo. De esta manera, las relaciones socioespaciales
impregnan el modo de producción como productor y producto, relación y objeto, de una manera
dialéctica que resiste la reducción a las preocupaciones de clase o territoriales.
Tercero, según Lefebvre, el espacio se ha convertido para el estado en un instrumento político de
importancia primordial. El estado usa el espacio de tal manera que asegura su control de los lugares, su
estricta jerarquía, la homogeneidad del conjunto y la segregación de las partes. Es así y

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administrativamente controlado y víspera el espacio policial. La organización espacial, por lo tanto,
representa la jerarquía del poder. El diseño espacial es un instrumento político de control social que el
estado utiliza para promover sus propios intereses administrativos. El espacio de las jurisdicciones
políticas y las administraciones proporciona al estado un instrumento independiente para promover sus
propios intereses. En consecuencia, las relaciones espaciales ocupan un lugar destacado en la
reproducción de la existencia en las formaciones sociales y en las prácticas administrativas
estructuradas jerárquicamente del Estado-nación.
Finalmente, Lefebvre ve el conflicto de clases como un despliegue en el espacio, es decir, como un
conflicto espacial, así como una lucha entre intereses económicos. Este conflicto surge debido a la
contradicción central del espacio capitalista: su pulverización por las relaciones sociales de la
propiedad privada, por la demanda de fragmentos intercambiables y la capacidad científica y técnica
para tratar el espacio en niveles cada vez más vastos. El estado y la economía han reducido el espacio
orgánico a una abstracción, infinitamente fragmentado en partes. Sin embargo, este proceso nos hace
conscientes de las fuerzas que reducen el espacio a los bloques de construcción reproducibles y
homogéneos de la sociedad de masas requeridos por las fuerzas de dominación. En consecuencia, en
respuesta al espacio abstracto, que es fragmentado, homogéneo y jerárquico, la singularidad del espacio
personalizado y colectivizado se reafirma, y tales conceptos orgánicos de integración espacial surgen
como un espacio personal, espacio social, la imagen del espacio, espacio residencial , e incluso el
espacio global.
Según Lefebvre, esta denominación activa del espacio, esta distribución y reclamo del espacio por una
multitud de actores e instituciones, ha producido una explosión de espacios, la articulación múltiple de
relaciones sociales estratificadas con el espacio. Esta explosión de distinciones espaciales finamente
ajustadas entre personas y grupos en la sociedad da como resultado un caos de espacios contradictorios
que proliferan los límites en los que aparece el conflicto socioespacial. Tal conflicto no puede reducirse
a meros reflejos de la lucha de clases o su desplazamiento a reinos fuera del lugar de trabajo, como
sostienen muchos marxistas, sino que representa diferencias concretas entre las personas como
consecuencia del dominio del espacio abstracto sobre el espacio social en nuestra sociedad actual.
Irritaciones espaciales sin fin impregnan las relaciones sociales en todos los niveles: lo personal, lo
comunitario, lo regional y lo global. Ni el capitalismo ni el estado pueden mantener el espacio caótico y
contradictorio que han producido. Somos testigos, a todos los niveles, de esta explosión de espacio. En
el nivel de lo inmediato y lo vivido, el espacio está explotando en todos los lados, ya sea espacio
habitable, espacio personal, espacio escolar, espacio de prisión, espacio del ejército o espacio

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hospitalario. En todas partes, las personas se están dando cuenta de que las relaciones espaciales
también son relaciones sociales. A nivel de las ciudades, vemos no solo la explosión de la ciudad
histórica sino también la de todos los marcos administrativos en los que habían querido encerrar el
fenómeno urbano. A nivel de las regiones, las periferias luchan por su autonomía o por un cierto grado
de independencia. Finalmente, a nivel internacional, no solo las acciones de las llamadas empresas
supranacionales, sino también las de las grandes estrategias mundiales, preparan y generan inevitables
nuevas explosiones de espacio.
Para Lefebvre, el conflicto producido por antagonismos espaciales atraviesa las líneas de clase, porque
no se produce solo por las relaciones de producción. La contradicción espacial esencial de la sociedad
es la confrontación entre el espacio abstracto, o la externalización de las prácticas económicas y
políticas que se organizan con la clase capitalista y el estado, y el espacio social, o el espacio de los
valores de uso producidos por la compleja interacción de todas las clases en el búsqueda de la vida
cotidiana. Por lo tanto, la base contradictoria de las relaciones sociales capitalistas no se proyecta
simplemente en el espacio, como sostienen los economistas políticos. Debido a que los patrones
espaciales son producidos por una formación social antagónica, poseen una dinámica propia e implican
contradicciones que se derivan de la naturaleza dialéctica de la organización socioespacial. En la
sociedad moderna, el espacio abstracto, un espacio homogéneo, fragmentario y jerárquico, ha llegado a
dominar el espacio social, o el espacio integrado de la comunión social, y el potencial muy productivo
de este último se ha atenuado. En consecuencia, el espacio social ha perdido su unidad orgánica en las
ciudades de las sociedades modernas, se ha pulverizado en guetos separados. Los de la élite, de la
burguesía, de los intelectuales, de los trabajadores inmigrantes, etc., estos guetos no están yuxtapuestos,
son jerárquicos, representan espacialmente la jerarquía económica y social, los sectores dominantes y
subordinados. La hegemonía de la clase capitalista se renueva a través de esta segregación espacial y de
los efectos de la fuerza normalizadora de la intervención estatal en el espacio.

La hipótesis de partida de “La Producción del Espacio” es que cada sociedad –y por lo tanto cada modo
de producción con sus subvariantes- produce espacio, su propio espacio (Lefebvre, 1974:40). El
espacio es un producto social, fruto de las determinadas relaciones de producción que se están dando en

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un momento dado, así como el resultado de la acumulación de un proceso histórico que se materializa
en una determinada forma espacio-territorial.
Representaciones del espacio (représentations de l’espace). Se trata de un espacio concebido (l’espace
conçu) y abstracto que suele representarse en forma de mapas, planos técnicos, memorias, discursos,…
Conceptualizado por los “especialistas” –urbanistas, arquitectos, sociólogos, geógrafos o cualquier otra
rama de la ciencia-, es el espacio dominante en las sociedades y está directamente ligado con las
relaciones de producción existentes en una sociedad y al orden en el que estas relaciones se imponen.
Este espacio está compuesto por signos, códigos y jergas específicas usadas y producidas por estos
especialistas,

Espacio de representación (espaces de représentation). Para Lefebvre es el espacio del “debería ser”, el
plenamente vivido (l’espace véçu). Es el espacio experimentado directamente por sus habitantes y
usuarios a través de una compleja amalgama de símbolos e imágenes. Es un espacio que supera al
espacio físico, ya que la gente hace un uso simbólico de los objetos que lo componen. Este es también
un espacio evasivo ya que la imaginación humana busca cambiarlo y apropiarlo. El espacio de
representación es un espacio dominado y experimentado de forma pasiva por la gente siendo “objeto de
deseo” por parte de los ya mentados “especialistas” que intentan codificarlo, racionalizarlo y,
finalmente, tratar de usurparlo.

Prácticas espaciales (pratique spatiale). Para Lefebvre este es el espacio percibido (perçu) que integra
las relaciones sociales de producción y reproducción, en especial la división del trabajo, la interacción
entre gente de diferentes grupos de edad y género, la procreación biológica de la familia y la provisión
de la futura fuerza de trabajo. Incluye la producción material de las necesidades de la vida cotidiana
(casas, ciudades, carreteras) y el conocimiento acumulado por el que las sociedades transforman su
ambiente construido (Dimendberg, 1998:20). Este es para Lefebvre el principal secreto del espacio de
cada sociedad y está directamente relacionado con la percepción que la gente tiene de él con respecto a
su uso cotidiano: sus rutas de paseo, los lugares de encuentro,…

Lefebvre insiste sobre el hecho de que el espacio es vivido antes de ser percibido, y que es producido
antes de haber podido ser leído, poniendo de esta manera en duda la virtud de la legibilidad de los
espacios urbanos (“ya que los espacios hechos –producidos- para ser leídos son los más engañosos y
los más travestidos”). Afirma que el principal objetivo de la lectura, de la decodificación del texto

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espacial debe ayudarnos a comprender la transición de los espacios de representación (o sea, vividos
por la gente) a las representaciones del espacio (o sea, concebidos de forma abstracta por los
tecnócratas) (Dear, 1994:35). Esta afirmación es notable, ya que con frecuencia en las ciencias sociales
se suele tender sobre-estimar la documentación escrita y las verbalizaciones frente a lo no-escrito y lo
no-dicho.
el espacio vivido suele ser un espacio dominado y experimentado de forma pasiva por la gente, por lo
que con frecuencia acaba siendo “objeto de deseo” por parte de las clases dominantes y sus tecnócratas
(los especialistas) que intentan codificarlo, racionalizarlo y, finalmente, tratar de usurparlo con sus
planos, proyectos y discursos.

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