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RIO MISTICO
Él no comprendía a las mujeres. No del modo en que los
camareros o los cárnicos no entendían a las mujeres, sino de la forma
en que la gente pobre no comprendía la economía. Uno podría pasarse
la vida entera delante del edificio del Girard Bank, sin llegar jamás a
imaginarse 10 que pasaba allí dentro. Ésa es la razón por la que, en lo
más profundo de sus corazones, siempre preferirían atracar un 7-Eleven.
GÓNGORA
I
(1975)
I
Una hora más tarde, en la cocina de Sean, otros dos polis les
hicieron un montón de preguntas a Sean y a Jimmy; después apareció
un tercer tipo y se puso a dibujar unos esbozos de los hombres a partir
de lo que Jimmy y Sean les habían contado, El policía grandote y rubio
tenía una apariencia más desagradable en el bloc de dibujo y la cara
parecía más grande; sin embargo, a pesar de eso, era él. El otro
hombre, al que sólo habían visto de perfil, no se asemejaba a nada, en
realidad era una mancha borrosa con pelo negro, ya que Sean y Jimmy
no le recordaban muy bien.
Se presentó el padre de Jimmy y se quedó junto a la esquina
de la cocina; parecía enfadado y aturdido, con los ojos lacrimosos, un
poco intranquilos, como si la pared no dejara de moverse a sus
espaldas. No habló con el padre de Sean y los demás tampoco le dijeron
nada a él. Al haber silenciado su capacidad habitual de moverse de
forma repentina, a Sean le parecía más pequeño, en cierta manera
menos real; Sean tenía la sensación de que si apartaba la vista por un
instante, al volver a mirarlo se habría fundido con el papel de la pared,
Después de haberlo repasado cuatro o cinco veces, todo el
mundo se marchó: los polis, el tipo que había dibujado los esbozos,
Jimmy y su padre. La madre de Sean se fue al dormitorio y cerró la
puerta; unos minutos más tarde, Sean escuchó el sonido apagado del
llanto.
Se sentó en el porche y su padre le dijo que no habían hecho
nada malo, que él y Jimmy habían sido muy listos al no subir a aquel
coche. Le dio una palmadita en la rodilla y le aseguró que todo saldría
bien. «Ya verás cómo Dave ya está en casa esta misma noche.»
Después su padre enmudeció, Tomaba sorbos de cerveza y
permanecía sentado junto a él, pero él era consciente de que la mente
de su padre estaba muy lejos: tal vez estuviera en el dormitorio trasero
con la madre de Sean, o abajo en el sótano construyendo jaulas para
pájaros.
Sean alzó los ojos para contemplar la hilera de coches
aparcados calle arriba y su resplandeciente brillo. Se dijo a sí mismo que
aquello (todo aquello) debía de formar parte de un plan que tuviera
sentido. En ese momento era incapaz de entenderlo; sin embargo, sabía
que algún día lo comprendería. Había expulsado finalmente por los
poros la adrenalina que había circulado por su cuerpo desde el momento
en que se habían llevado a Dave en el coche y mientras se peleaba con
Jimmy rodando por el suelo, como si se tratara de un desecho,
Observó el lugar donde Jimmy, Dave Boyle y él habían estado
peleándose junto al Bel Air; esperó a que los nuevos espacios vacíos
que se habían formado a medida que la adrenalina había abandonado
su cuerpo se volvieran a llenar. Aguardó a que el plan se formara otra
vez y cobrase sentido. Esperó y contempló la calle, percibió sus ruidos, y
permaneció así hasta que su padre se puso en pie y volvieron a entrar
en casa.
CUATRO DÍAS
(2000)
3
LAGRIMAS EN EL PELO
Esa noche Katie Marcus salió con sus dos mejores amigas,
Diane Cestra y Eve Pigeon, para celebrar la última noche de Katie en las
marismas, y con toda probabilidad en Buckingham. Al celebrarlo se
habían sentido como si las hubieran recubierto con polvo de oro y les
hubieran dicho que todos sus sueños se harían realidad. Como si
compartieran un número de lotería premiado y la prueba del embarazo
les hubiera dado negativo a todas el mismo día.
Arrojaron los paquetes de tabaco mentolados sobre la mesa
de la parte trasera del Spires Pub y empezaron a responder con
disparos de kamikaze y a gritar cada vez que un tipo atractivo le lanzaba
alguna de ellas La Mirada. Debía de hacer una hora que se habían
pegado un gran atracón en el East Coast Grill y después habían decidido
regresar a Buckingham; antes de entrar en el bar, se habían fumado un
canuto en el aparcamiento. Cualquier cosa, viejas historias que ya se
habían contado un centenar de veces, como la última paliza que le había
dado a Diane el estúpido de su novio, o cuando a Eve se le corrió la
pintura de labios de forma inesperada, o dos tipos gordinflones
contoneándose junto a la mesa de billar, era de lo más divertida.
Cuando llegó el momento en que el bar estaba tan atestado
que había tres hileras de gente delante de la barra y tardabas veinte
minutos en conseguir una consumición, se fueron al Curley's Folly de la
colina. Se fumaron otro canuto en el coche y Katie empezó a sentir que
le arañaban el cerebro fragmentos recortados de paranoia.
-Ese coche nos sigue.
Eve observó las luces por el espejo retrovisor y dijo:
-No es verdad.
-Nos ha estado siguiendo desde que salimos del bar.
-¡Por el amor de Dios, Katie, sólo hace treinta segundos que
hemos salido de allí!
-¡Ah!
-¡Ah! -la imitó Diane; soltó una mezcla de hipo y carcajada y
volvió a pasar el canuto a Katie.
-¡Todo está muy tranquilo! -exclamó Eve con un tono de voz
más profundo.
-¡Cállate! -Katie se dio cuenta de adónde quería llegar a parar.
-¡Demasiado tranquilo! -asintió Diane; luego soltó una
carcajada.
--¡Seréis zorras! -exclamó Katie, y le dio un ataque de risa,
aunque en realidad tenía la intención de parecer ofendida.
Perdió el equilibrio y se cayó en el asiento de atrás; la nuca le
fue a parar entre el respaldo y el asiento y empezó a sentir esa
sensación de hormigueo en las mejillas que notaba las pocas veces que
fumaba marihuana. La risa tonta dio paso a un estado de
adormecimiento y mientras contemplaba la pálida luz del techo, pensaba
que eso era para lo que uno vivía, para reírse como una tonta con sus
mejores amigas igualmente tontas y sonrientes, la noche antes de
casarse con el hombre que amaba. En Las Vegas, de acuerdo. Con
resaca, muy bien. Sin embargo, ésa era la idea. Ese era el sueño que
albergaba. Después de haber estado en cuatro bares, de haberse
bebido tres chupitos y de haberse apuntado un par de números de
teléfono en una servilleta, Katie y Diane estaban tan borrachas que se
subieron a la barra del McGills y empezaron a bailar Brown Eyed Girl, a
pesar de que el tocadiscos estaba parado. Eve comenzó a cantar
Slipping and a Sliding [Resbalarse y deslizarse] yeso mismo es lo que
hicieron Katie y Diane, a la vez que se daban golpes en la cadera y
sacudían la cabeza de tal modo que el pelo les cubría el rostro. En el
McGills, la gente pensó que aquello era divertidísimo, pero en el Brown,
veinte minutos más tarde, ni siquiera las dejaron pasar por la puerta.
Por aquel entonces, Diane y Katie ya habían conseguido que
Eve se subiera a la barra y en aquel momento cantaba I Will Survive de
Gloria Gaynor, lo cual era la mitad del problema; además, se balanceaba
como si fuera un metrónomo, yeso representaba la otra mitad.
Así pues, las pusieron de patitas en la calle incluso antes de
que pudieran entrar en el Brown, lo que quería decir que la única opción
que quedaba para tres chicas borrachas de East Buckingham era ir al
Last Drop, un antro depresivo y húmedo situado en la peor zona de las
marismas; era un horrible edificio de tres plantas en el que se
aparejaban las prostitutas más drogadictas y sus clientes, y un lugar en
el que un coche sin alarma solía durar un minuto y medio.
Allí se encontraban cuando Roman Fallow apareció con la
última ejecutiva que tenía por novia. A Roman le gustaban las mujeres
menudas, rubias y de ojos grandes. Los camareros estuvieron muy
contentos de ver a Roman porque solía dar unas propinas que rondaban
el cincuenta por ciento de la consumición; en cambio, para Katie fue
mala suerte, ya que Roman era amigo de Bobby O'Donnell.
-. ¡Estás algo trompa, Katie! -exclamó Roman.
Katie sonrió porque le tenía miedo a Roman. De hecho,
Roman asustaba a casi todo el mundo. Era un tipo atractivo y elegante;
podía ser de lo más divertido, pero Roman tenía un defecto: una
carencia total de cualquier cosa que pudiera asemejarse a sentimientos
verdaderos y aquello pendía de sus ojos como un letrero que indicara
que aún quedaban habitaciones libres.
-Estoy un poco colocada -admitió ella.
Roman lo encontró divertido. Le dedicó una breve sonrisa
exhibiendo su dentadura perfecta; tomó un sorbo de Tanqueray y le dijo:
-Un poco colocada ¿verdad? Si, muy bien, Katie. Déjame que
te haga una pregunta -le dijo con dulzura-. ¿Crees que a Bobby le
gustaría enterarse de que te estás comportando como una estúpida en
el Mcgills? ¿Crees que le gustaría saberlo?
-No.
-Porque a mí no me gustaría, Katie. ¿Entiendes lo que quiero
decir?
-Sí.
Roman se colocó la mano detrás de la oreja y dijo:
-¿Cómo?
-Sí.
Roman dejó la mano donde estaba, se inclinó hacia ella y
repitió:
-Lo siento. ¿Cómo has dicho?
-Me voy a casa ahora mismo -anunció Katie.
Roman sonrió y le preguntó:
-¿Estás segura? No me gustaría que te sintieras obligada a
hacer algo que no deseas hacer.
-No, no, ya he tenido bastante.
-¡Claro, claro! ¿Os pago las bebidas?
-No, no. Gracias, Roman, pero ya hemos pagado.
Roman rodeó con un brazo a la tontita que lo acompañaba y
preguntó a Katie:
-¿Te pido un taxi?
Katie casi metió la pata porque estuvo a punto de decir que
había ido en coche hasta allí, pero se contuvo y respondió:
-No, no hace falta. A estas horas encontraremos uno sin
ningún problema.
-Es verdad. Muy bien, pues. Ya nos veremos, Katie.
Eye y Diane ya estaban junto a la puerta; de hecho, habían
ido hacia allí tan pronto como habían visto a Roman.
Cuando ya estaban en la acera, Diane exclamó:
-¡Santo cielo! ¿Creéis que llamará a Bobby?
Katie que no estaba muy segura, negó con la cabeza y
contestó:
-No. A Roman no le gusta tener que dar malas noticias. Sólo
se encarga de ponerles remedio.
Se cubrió el rostro con la mano por un instante y, en la
oscuridad, notó como el alcohol le corría por las venas con impaciencia;
también notó el peso de su propia soledad. Desde la muerte de su
madre siempre se había sentido sola y ya había pasado mucho tiempo
desde entonces.
Eve vomitó al llegar al aparcamiento y salpicó uno de los
neumáticos traseros del Toyota azul de Katie. Cuando acabó, Katie sacó
un pequeño frasco de enjuague bucal del bolso y se lo pasó a Eve.
-¿Crees que puedes conducir? -le preguntó Eve.
Katie asintió con la cabeza y contestó:
-Sin ningún problema; además sólo estamos a unas catorce
manzanas de distancia.
-Una razón de más para irse -añadió Katie mientras salían del
aparcamiento-. Otra razón para abandonar este barrio de mierda.
Diane asintió con poco entusiasmo.
Atravesaron la zona con precaución y Katie, que no pasó de
cuarenta y que estaba muy concentrada, no se movió del carril de la
derecha, Siguieron por la calle Dunboy a lo largo de doce manzanas y
después cogieron la calle Crescent, que estaba un poco más oscura y
más tranquila. Al llegar a la parte baja del barrio, tomaron la calle Sydney
para ir a casa de Eve. Mientras estaban en el coche, Diane había
decidido que pasaría la noche en el sofá de Eve porque si volvía a casa
de su novio, Matt, en semejante estado, tendría que comerse un marrón;
así pues, ella y Eve salieron del coche bajo una farola rota en la calle
Sydney. Había empezado a llover y las gotas caían encima del
limpiaparabrisas de Katie; sin embargo, Diane y Eve no parecían darse
cuenta.
Ambas se agacharon hasta la altura de la cintura y miraron a
Katie por la ventana abierta del copiloto. El cariz amargo que había
tomado la noche en la última hora hizo que les flaqueara el rostro y que
inclinaran los hombros; Katie sintió la tristeza de ambas mientras
contemplaba las gotas de lluvia a través del parabrisas. Sentía cómo el
resto de sus vidas se cernía sobre ellas con tristeza y desdicha. Eran las
mejores amigas que había tenido desde el jardín de infancia y era
posible que no volviera a verlas nunca más.
-¿Te las arreglarás sola? -la voz de Diane tenía un tono de
voz agudo y quebrado.
Katie volvió la cabeza hacia ellas y les sonrió con todo el
entusiasmo que pudo, aunque tuvo la sensación de que se le iba a partir
la mandíbula por la mitad a causa del esfuerzo.
-Sí, claro. Ya os llamare desde Las Vegas y espero que
vengáis a visitarme.
-Los vuelos son baratos –apuntó Eve
-Muy baratos.
-Muy baratos -asintió Diane; su voz se hacía inaudible a
medida que contemplaba la deteriorada acera.
-Bien -añadió Katie. La palabra le brotó de la boca como si
fuera una resplandeciente explosión-. Vaya irme antes de que alguien se
ponga a llorar.
Eve y Diane tendieron las manos por la ventana y Katie se las
estrechó durante un buen rato; después se apartaron del coche y le
dijeron adiós con la mano. Katie les devolvió el saludo, dio un bocinazo y
se alejó.
Se quedaron de pie en la acera, mirándola, mucho después
de que las luces traseras de Katie se encendieron y desaparecieron al
girar la cerrada curva que había en medio de la calle Sydney. Tenían la
sensación de que les habían quedado cosas por decir. Podían oler la
lluvia y el papel de aluminio procedente del Penitentiary Channel, que se
extendía oscuro y silencioso al otro lado del parque.
Durante el resto de su vida, Diane deseó haberse quedado en
aquel coche. En menos de un año tuvo un hijo; y cuando éste era joven
(antes de ser padre, antes de volverse cruel, antes de conducir borracho
y atropellar a una mujer que iba a cruzar la calle en la colina) solía
decirle que ella creía que tenía que haberse quedado en aquel coche, y
que cuando decidió salir, por capricho, sabía que había cambiado algo,
que se había salvado por muy poco. Llevaría eso con ella, junto con una
imperiosa sensación de que pasaba la vida como una observadora
pasiva de los impulsos trágicos de otra gente, impulsos que ella nunca
hizo lo suficiente por refrenar. Solía repetirle todas estas cosas a su hijo
cuando iba a visitarle a la cárcel y él alzaba los hombros, cambiaba de
postura y le preguntaba: «¿Me has traído los cigarrillos, mamá?».
Eve se casó con un electricista y se fue a vivir a un chalé en
Braintree. A veces, bien entrada la noche, le ponía la palma de la mano
sobre el pecho grande y blando y le contaba cosas de Katie, cosas
acerca de esa noche, y él la escuchaba y le acariciaba el pelo y la
espalda; sin embargo, no le decía casi nada, ya que él sabía que no
había nada que decir. Otras veces, Eve sólo necesitaba pronunciar el
nombre de su amiga, oírlo, sentir su peso sobre la lengua. Tuvieron hijos
y Eve solía ir a ver como jugaban a fútbol; ella se mantenía aparte y, de
vez en cuando, separaba los labios y pronunciaba el nombre de Katie,
en voz baja, para sus adentros, en los húmedos campos de abril.
Sin embargo, aquella noche sólo eran dos chicas de East
Bucky que habían bebido demasiado; Katie contempló cómo
desaparecían en el espejo retrovisor mientras tomaba la curva de la calle
Sydney y se dirigía hacia casa.
Allí estaba todo muy tranquilo por la noche, ya que la mayor
parte de las casas que daban al parque del Pen Channel se habían
quemado en un incendio, ocurrido cuatro años atrás; lo poco que
quedaba de las casas estaba destrozado, ennegrecido y cubierto con
tablas. Katie sólo deseaba llegar a casa, meterse en la cama, levantarse
por la mañana y marcharse mucho antes de que a su padre o a Bobby
se les ocurriera la idea de buscarla, Quería marcharse de allí del mismo
modo que uno desea deshacerse de la ropa que ha llevado durante una
tormenta. Formar una bola, lanzarla a un lado y no volver nunca la vista
atrás.
Recordó algo en lo que hacía muchos años que no pensaba.
Recordó que, cuando tenía cinco años, fue andando hasta el zoo con su
madre. No lo evocó por ninguna razón en particular; con toda
probabilidad los restos de marihuana pasada y de alcohol que tenía en el
cerebro debieron de toparse con la célula que almacenaba la memoria.
Su madre le cogía de la mano mientras bajaban por la calle Columbia en
dirección al zoo, y Katie sentía los huesos de su mano cuando
temblaban ligeramente bajo la piel junto a su muñeca. Alzó los ojos para
mirar la cara delgada y los severos ojos de su madre; la nariz se le había
vuelto afilada por la pérdida de peso, y la barbilla era apenas un bultito.
Y Katie, con cinco años, curiosa y triste, le había preguntado: «¿Por qué
estás siempre cansada?».
El rostro inflexible y quebradizo de su madre se había
desmenuzado como una esponja seca. Se acurrucó junto a Katie, le
puso las manos sobre las mejillas y la miró fijamente con los ojos rojos.
Katie había pensado que estaba loca, pero en aquel momento su madre
le había sonreído aunque la sonrisa desapareció de inmediato y, sin
poder evitar el temblor de su barbilla, le había dicho: «Oh, nena»,
indicándole que se acercara. Había apoyado la barbilla en el hombro de
Katie y había repetido: «Oh, nena», y entonces Katie había sentido como
las lágrimas le bajaban por el pelo.
Volvía a sentirlo en ese momento, la suave llovizna de sus
lágrimas en el pelo como las ligeras gotas de lluvia que caían encima del
parabrisas. Cuando estaba intentando recordar el color de los ojos de
su madre, vio el cuerpo tumbado en medio de la calle, Estaba echado
como un saco delante de sus neumáticos y viró con brusquedad hacia la
derecha; al notar que el neumático izquierdo de la parte trasera chocaba
contra algo, pensó: «¡Santo cielo! ¡Por favor, Dios, dime que no le he
dado! ¡Por favor!».
Frenó el Toyota como pudo junto al bordillo derecho de la
calle, apartó el pie del embrague, y el coche se movió hacia delante,
renqueando; luego se paró.
-¡Eh! ¿Se encuentra bien? -le gritó alguien.
Katie vio cómo se acercaba y empezó a relajarse ya que
había algo en él que le resultaba familiar e inofensivo, hasta que se
percató de la pistola que llevaba en la mano.
4
DEJA YA DE REPRIMIRTE TANTO
-¡No, no, no! -soltó una risa que desapareció tan pronto como
le salió de la boca-. Sólo lo preguntaba porque los domingos suelo verla
por aquí.
-Su hermana pequeña hace hoy la Primera Comunión –
anunció Jimmy.
-¿Ah, Nadine?
Brendan miró a Jimmy, con los ojos demasiado abiertos y con
una sonrisa demasiado ancha.
-Nadine -repitió Jimmy, sorprendido de que Brendan se
hubiera acordado del nombre tan fácilmente-. Sí.
-Bien, felicítela de mi parte y de la de Ray.
-Claro, Brendan.
Brendan bajó la mirada hasta el mostrador y asintió varias
veces con la cabeza mientras Pete ponía en una bolsa el té y la barrita.
-Bien, bueno, encantado de verles. ¡Vamos, Ray!
Ray no estaba mirando a su hermano cuando se lo dijo, pero
empezó a andar de todas maneras; Jimmy recordó una vez más lo que
la gente solía olvidar acerca de Ray: no era sordo, sólo mudo. Jimmy
estaba convencido de que había muy pocas personas del barrio o en los
alrededores que conocieran a alguien como él.
-¡Eh, Jimmy! -exclamó Pete cuando los hermanos se hubieron
marchado-. ¿Puedo hacerte una pregunta?
-Dispara.
-¿Por qué odias tanto a ese chico?
Jimmy se encogió de hombros y respondió:
-La verdad, no sé si lo que siento es odio, pero... ¡Venga,
hombre, no me digas que ese cabroncete mudo no te parece un poco
horripilante!
-¿Ah, es él? -preguntó Pete-. Sí. Es una mierdecilla extraña,
siempre mirándote fijamente como si viera algo en tu cara que deseara
arrancar. ¿Sabes? Pero yo hablaba del otro. Yo me refería a Brendan.
Hombre, el chico parece majo, Tímido, pero amable, ¿sabes lo que te
quiero decir? ¿Te has dado cuenta de cómo utiliza el lenguaje de signos
con su hermano aunque no tenga que hacerlo? Es como si quisiera que
el chico no se sintiera solo; es un gesto muy bonito. Pero Jimmy, tío,
cada vez que le miras tengo la sensación de que quieres cortarle la nariz
y hacérsela comer.
-¿Que dices?
-Sí.
-¿De verdad?
·-Tal como lo oyes.
Jimmy miró por la polvorienta ventana que había encima de la
máquina de la Loto y vio que la avenida Buckingham aparecía gris y
húmeda bajo el sol de la mañana. Notó aquella maldita sonrisa tímida de
Brendan Harris en su propia sangre, como si le picara.
-¿Jimmy? Sólo estaba jugando contigo. No tenía ninguna
intención de...
-¡Ahí viene Sal! -exclamó Jimmy, de espaldas a Pete y sin
apartar la mirada de la ventana, mientras veía al viejo arrastrar los pies y
atravesar la avenida camino de la tienda-. ¡Ya era hora, joder!
6
EN LA SANGRE
VIEJO MACDONALD
PRUEBAS
LLUVIA ROJA
TUS COLORES
LUCES
UN TIPO PERFECTO
DUENDES
ABURGUESAMIENTO
22
EL PEZ CAZADOR
EL PEQUEÑO VINCE
PERDIDOS EN EL ESPACIO
¿A QUIÉN AMAS?
Domingo
28
TE GUARDAREMOS UN SITIO
AGRADECIMIENTOS