Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
I
A sus 49 años un empleado del servicio postal norteamericano tuvo que tomar esta importante decisión: “Tengo
dos opciones, permanecer en la oficina de correos y volverme loco… o quedarme fuera y jugar a ser escritor y
morirme de hambre. He decidido morir de hambre”.
El editor John Martin le había prometido un sueldo mensual de 100 dólares, en 1969, con la condición de
renunciar a su trabajo de cartero y dedicarse solo a la escritura. Heinrich Karl Bukowsky, alemán de nacimiento, a
los tres años ya estaba en estados unidos donde adoptaría no sólo la lengua, sino su estilo de vida a través del cual
escribiría una literatura con el desenfado nunca antes visto, se haría conocer con el nombre Charles Bukowsky.
Nadie como Bukowsky ilustra mejor lo que la sociedad norteamericana con más miedo a morir que el resto de
nosotros, impone a la vida de hombres y mujeres, llevándolos al extremo, tanto que el poeta dice: “No hay defensa
excepto todos los errores cometidos”.
Los errores son los que terminan diciendo quiénes somos y Bukowsky supo lo que fue una vida errante, por eso
siempre desconfió de la certeza de palabras como: intelectual, poeta, escritor, belleza, mujer, educación, amor.
Nunca pretendió ser algo más que un hombre al que le gustaba tener sexo con muchachas, fueran artistas o
prostitutas, que lo dejaran solo en su habitación, para luego decir: “Tengo un vestido en mi brazo pero nada me la
devolverá”. Decir las cosas como son, sin adornos inútiles, mostrar la soledad con todo lo que tiene de ridículo.
Bukowsky, que siempre detestó hacer parte de esos ‘artistas’, que por el simple hecho de expresar algo con algo
de belleza piensan que su sufrimiento es más digno que el de los demás mortales, a esos que a veces se escudan en
apelativos como intelectual, les decía: “es tan fácil ser un poeta y tan difícil ser un hombre”.
Los poetas, parece decirnos, son lo mismo que el resto, pero se quejan con inmadurez y se equivocan más que
cualquiera. Entonces ¿Por qué tanto orgullo? La esencia, si la hay, de la poesía está en lo simple, lo directo, en
aquello que conmueve por su nivel de irritación o vergüenza. Así pasa en estos versos: “Cuando pienso en mi
muerte/ pienso que alguien te hace el amor/ cuando no estoy”.Ya en el siglo XIX, Arthur Rimbaud en
su Temporada en el Infierno proclamaba la última timidez y la última inocencia. En una invitación lo decía todo:
“mostrar al mundo mis ascos y mis traiciones”. Tal vez, quien mejor acogió estos no principiosdel hacer poético fue
el autor de Poemas del viejo indecente, de Soy la orilla de un vaso que corta soy sangre y de Hijo de Satanás, entre
otros.
II
Solemne hijodeputa
ese soy yo
verdaderamente
soy un santo.
Aníbal Arias
(Así Es)
Muchos poetas siguen pensando que la poesía, o ese estado de los sentidos y de la imaginación que llamamos
poesía, no es más que una forma del ‘buen decir’ de nuestras sociedades donde el eufemismo reemplaza el insulto y
donde la retórica es aceptada sumisamente en ves de la cruda verdad.
Debido a esa confusión o a ese miedo que es siempre una forma de la ingenuidad, hoy todavía escuchamos poetas
que siguen cantándole a los ojos de una mujer como si fueran dos luceros, a los senos como si fueran montañas, al
vientre como si fuera una caverna, a los labios, al cabello y a nada más. Sin embargo, ya en el siglo XVII Francisco
de Quevedo había hecho su queja a estos excesos de la lírica en que los poetas afectaban a tal punto sus escritos que
llegaban al colmo de la mojigatería, cuando en realidad lo que pretendían decir era otra cosa mucho más concreta y
palpable, esta es su inigualable sátira:
No empobrecieran más presto
si labrarán, los poetas,
de algún nácar las narices,
de algún marfil las orejas.
(…) Eran las mujeres antes
de carnes y güesos hechas;
ya son de rosas y flores,
jardines y primaveras.
(…) ¿Qué sabor quereís que tenga
una mujer ensalada,
toda de plantas y de yerbas?
De ese tiempo para acá la poesía ha venido transformándose al mismo ritmo del lenguaje y menos que destruir la
vocación de belleza en la metáfora, su lucha fue más la de filtrar toda expresión de solemnidad que hacía rayar todo
poema con la oración y a todo poeta con el sacerdocio, esto no quiere decir que la poesía no sea para muchos, incluso
para mí, algo sagrado y de culto, lo que se pretende es que lo divino también sea lo terrenal y mundano, en palabras
de William Ospina: la mejor poesía es la que nos muestra las cosas más naturales como hechos prodigiosos.
Yo agregaría que también la mejor poesía es la nos dice con las palabras más comunes, aquellas verdades más
aterradoras. Nada se queda más en la memoria que las frases dichas sin ningún escrúpulo y que a pesar de su
brutalidad, de su falta de lirismo, de su, por decirlo de una manera contradictoria, falta de poesía, terminamos
comprobando que la sinceridad tiene un sabor amargo, que el intolerante confunde con odio, fue Rimbaud quien dijo
alguna vez: Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.
A pesar de la referencia que el título hace a un autor que no he mencionado hasta ahora, lo que busco decir, es
que Charles Bukowski cumple todos estos principios de la poesía contemporánea y sigue fiel más que nada a ese
precepto de Nietzsche que dice: el buen poeta del futuro expondrá sólo lo real.