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EL MANUSCRITO

“de un día como hoy, hasta un agosto próximo…

Secando mis lágrimas corrí como pude para huir de la realidad que me

azotaba. Sumido en el vil desespero como un pobre moribundo al cual le han

quitado su última esperanza, me senté a escasas cuadras de aquel lugar

mientras oía los incesantes chillidos de una mujer al final del callejón. Me era

más fácil llorar percibiendo el sufrimiento y dolor de la pobre desquiciada, que

supongo estaba abrumada de problemas y cansada de vivir.

Alumbrado por una tenue bombilla de la calle, estuve allí por varias horas.

Empezaba a sentir la incomodidad del asfalto húmedo y el despiadado frío de

la noche sin estrellas, sin luna, sin encanto... un cielo gris donde me ganaban

la pena y la tristeza de ser tan impotente en lo que deparaba el destino para mí.

En ese momento la mujer se detuvo. El ambiente quedó en sigilo, salvo por el

ruido de algún solitario carro a lo lejos. La dama se atrevió a romper el silencio.

– ¿Tienes cigarros? – preguntó.

Me costaría varios minutos enfocar mis sentidos en la consulta de la insistente

chica la cual me era imposible ver. Después de reaccionar por instinto, recordé

que había dejado aquel vicio hace un par de meses a petición de aquellos

caprichos que detestan el tabaco.

Dirigí la mirada hacia ella, sintiendo que hablaba con la abismal penumbra.

– Hace mucho que dejé de fumar. – respondí pensativo.

– ¿tienes cigarros? – cuestionó con acérrimo sarcasmo, volviendo a repetir

su anterior pregunta –. Mi consulta fue si usted contaba con tabaco, no

si logró superarlo. – Exclamó victoriosa, mientras dejaba ver su sonrisa

simple y melancólica junto a una esbelta figura proyectada en la pared.


– No quiero ser grosero, pero por favor…

– ¿quiere uno? – interrumpió, mientras prendía un puro con un enclenque

cerillo.

– No gracias. – titubeé –, no tengo nada que celebrar.

– ¿Acaso son solo para celebrar? hoy en día el mundo esta tan ocupado en

sus cosas, que se olvida de pequeños miserables e infelices como

nosotros, y en mi cobardía, tan solo puedo reprocharle con el humo de

mi desgracia. – exclamó con indignación, mientras expulsaba la nube

negra de su boca.

En ese instante, su argumento era mi argumento y devastó por completo todos

mis escuálidos preceptos. Acordando con la mujer accedí a su petición,

sintiendo como éste abrazaba mis pulmones y salía con ímpetu de mi boca y

nariz. Por un momento logré olvidar los motivos que me habían traído hasta

aquí. Acogido como un niño por los efectos del viejo amigo, ella sin

premeditarlo irrumpe con su imponente voz.

– Voy a morir –. Exclamó, sentada junto a mí, con su mirada suspendida

observando el negro del cielo.

Sentí como ambos nos sumergíamos en la mísera melancolía del momento, del

espacio, de la vida.

- Este mundo hace y deshace con nosotros; disfruta cada momento de

dolor cobrando guerras pasadas contra la actual raza humana, – le dije

indignado, sin saber cómo reaccionar frente a su confesión – somos dos

los que a cuestas llevamos el cronómetro del tiempo con fecha de

expedición y vencimiento.
Sentí otra vez su llanto; esta vez el de su alma fatigada de caminar por el

amargo y espeso mundo. Colmada en lágrimas se desvaneció sobre mí. Fría y

escuálida con el fúnebre olor a jazmín, Me besó sin vacilar.”

Sobra describir lo que pasó – pensé por un instante - mientras trataba de unir

rápidamente el final del manuscrito de mi padre, roto, ya acabado por la

humedad y el tiempo. Aún haciendo mi mayor esfuerzo, no logré recopilar todo

el relato, solo algunos fragmentos.

“Su cuerpo se fue fundiendo en el baile de mi noche y en los paladares llenos

de caricias resignadas, en los reproches encerrados de mis manos tan libres y

en el vicio de regocijarnos al solo pensar serle infieles a la maldita soledad (…)

Si ella sintió como podía ser yo y yo en ella, no lo sé. Pero yo acaricié su dolor

y toque su alma sin remedio, entendiendo que aquello era una protesta por

nuestro despreciable destino, una protesta con el arma más vertiginosa y

humana, con aquel fusil que acribilla solo por el gozo de tenernos y le basta

una sola noche para entregarle a el amor las pasiones y a el olvido el

corazón… que es volver a vivir, muriendo.”

Consternada con el fragmento, lloré.

Hoy, días de agosto y Veintitrés años después de su partida, sé que mi padre

murió el día en que volvió a nacer, sin poder ver el día en que yo vi el mundo

por primera vez.

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