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Daniela N. Carnero - 1º Monografía
Daniela N. Carnero - 1º Monografía
Escuela de Humanidades
Daniela N. Carnero
Novalis en Enrique de Ofterdingen da voz a los poetas, Enrique y Klingsorh (y, podría
pensarse, también al narrador). En estos personajes son evidentes el valor asignado a la
palabra, el carácter prudente del poeta y, estrechamente relacionado con lo anterior, el
énfasis puesto en la contención de las pasiones como ejemplo de comportamiento. Los
poetas representan el modo de vida contemplativo, de algún modo alejado del ajetreo de la
vida moderna:
“[el] hombre apartado en su quietud, cuyo ámbito es su propio espíritu, y su
actividad la contemplación, y su vida una silente imagen de las fuerzas interiores.
Ningún desasosiego le atrae hacia el exterior. (…) Su destino es una vida sencilla,
y la riqueza de los innumerables aspectos de la vida sólo los habrá de conocer por
referencias o por los libros. Rara vez, en el decurso de su vida, habrá de acaecerle
algo que le envuelva en el vertiginoso torrente de la acción, pero esto sólo le
servirá para mostrarle, en la experiencia, cómo han de ser y de obrar los hombres
activos (…) ellos son los que, ya en este mundo, están en posesión de la paz
eterna y los que (…) aspiran, siempre solos, la fragancia de los frutos terrenales
sin consumirlos y sin ser, en ellos, prisioneros de las bajezas humanas. Son los
huéspedes libres” (1951: 99-100)
El universo del lenguaje y las palabras, de las que el poeta se vale, así como el de la
imaginación, aparecen como el sitio predilecto, donde el hombre alcanza la libertad. En la
teoría romántica expresada en Fragmentos para una teoría romántica del arte se pueden
hallar las raíces de esta concepción. En los fragmentos, es Wackenroder quien asevera: "Por
medio de las palabras dominamos a lo largo y ancho de la tierra, por las palabras
adquirimos con un pequeño esfuerzo todos los tesoros de la tierra." (1994: 89). Enrique
encarna esta voluntad de apropiación por medio de las palabras: “Debe haber aún muchas
palabras que yo desconozco: si las supiera todas, acertaría a comprenderlo todo mejor.
Antaño me gustaba bailar; ahora prefiero pensar en la música” (1951:18), y refuerza el
concepto poniendo en relación análoga al valor de la palabra por sobre la acción con su
gusto por pensar la música en vez de bailarla. Pero las palabras no traducen al poeta
únicamente lo que debe adquirir del mundo externo, sino que también son vehículo de su
interioridad: “Poesía es la representación del alma, del mundo interior en su totalidad. Ya lo
sugiere su medio, las palabras, pues son ellas la manifestación externa de aquel centro
interno de energías.” (NOVALIS; 1984: 107), y esas palabras tienen el poder de gestar
dentro del poeta: “Si leemos bien se desarrolla con las palabras, en nuestro fuero interno, un
mundo real y visible.” (NOVALIS; 1984: 113). Se hace patente la exclusión de la acción en
el modo de ser de los poetas: “El efectismo le está precisamente contrapuesto a la poesía”
(NOVALIS; 1984: 107).
Porque la esfera de la poesía aparece contrapuesta a la de la acción el poeta debe tener un
espíritu prudente, que lo previene de accionar de modo impulsivo o pasional. Klinghsor,
personaje que enseña a Enrique el oficio de poeta le indica cuál debe ser la disposición de
su carácter: “El poeta joven ha de ser sereno y sobrio hasta lo inconcebible. (…) nada hay
más indispensable para el poeta que conocer bien la naturaleza de cada asunto, la noción de
los medios adecuados para cada fin y la presencia de espíritu para saber escoger con acierto
la ocasión y las circunstancias” (NOVALIS; 1951: 116). En uno de sus fragmentos
dedicados a la poesía, Novalis así lo explica:
“El poeta necesita una mente serena y atenta, ideas o inclinaciones que le alejen
del ajetreo mundano y de asuntos mezquinos, una situación despreocupada,
viajes, relaciones con hombres de toda condición, opiniones diversas, frivolidad,
memoria, don de la palabra, ningún apego a cosa determinada, ninguna pasión
en su pleno sentido, una amplia susceptibilidad.” (NOVALIS; 1984: 113)
CONCLUSIÓN
El énfasis de Frankenstein para advertir a su salvador y amigo Walton, no alcanza su nivel
persuasivo, dejando la sensación de que, a pesar del arrepentimiento y la mortificación, el
personaje sentía una necesidad casi vital de realizar los actos que lo llevaron a su perdición
y no era factible contener esa fuerza. El carácter ambiguo de Frankenstein, que, de haber
podido volver atrás seguramente habría accionado del mismo modo (de otro modo no
habría historia), refleja, si se quiere, la ambigüedad de la propia autora ante la Revolución
Francesa. Esta es sin duda la alusión que se encuentra en ambas obras y en los dos modos
de relacionarse con el mundo que se contraponen en las novelas. Se afirma que el
romanticismo alemán es una respuesta en el plano simbólico a lo que sucedía en el plano de
la acción en Francia, mientras que en Inglaterra, se ensayaban formas más progresistas o
más conservadoras de responder a este hecho. Mary Shelley parece volcar esa disputa
ideológica en su obra, ¿la Revolución francesa debía realizarse aun cuando los medios para
realizarla fueran equívocos?
Las variables para el análisis contrapuesto de estas obras hacen del cruce presentado
solamente un intento, que es parcial y sin duda sesgado, tanto que parece responder al
espíritu romántico. El ejemplo más claro del carácter inacabado del análisis tiene que ver
con los aspectos mencionados al introducirlo, sus contextos de producción y las categorías
del romántico y el gótico.
BIBLIOGRAFÍA