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Contratos
Concepto. Clasificación. Elementos de los Contratos (El
Consentimiento).
Elaborado por:
Grupo N° 3
Según el artículo 1137, hay contrato cuando varias personas se ponen de acuerdo sobre una
declaración de voluntad común, destinada a reglar sus derechos.
b) Suele señalarse también otra diferencia. Desde el punto de vista etimológico, contrato
deriva de contraer (obligaciones); parece apropiado, por consiguiente, circunscribir
este concepto a los acuerdos de voluntades cuyo objeto es crear o modificar
obligaciones entre las partes. Convención en cambio, comprende todo acuerdo
destinado a crear, modificar, transferir o extinguir derechos y obligaciones.
En el artículo 1137, se incluye toda declaración destinada a reglar los derechos de las
partes, formula no solo comprensiva de los pactos que crean derechos, sino también
de los que los modifican y extinguen; desde este punto de vista, nuestro Código no
hace distinción entre contrato y convención.
El contrato es un acto jurídico. Son actos jurídicos los actos voluntariosos lícitos, que tengan
por fin inmediato, establecer entre las personas relaciones jurídicas, crear, modificar,
transferir, conservar o aniquilar derechos. Obvio es que dentro de ese concepto cabe el
contrato. En otras palabras; acto jurídico es el género, contrato la especie. Como acto jurídico,
tiene estas características específicas: a) es bilateral, es decir, requiere el consentimiento de
dos o más personas; b) es un acto entre vivos; y c) tiene naturaleza patrimonial.
Para precisar la naturaleza del contrato, veamos sus puntos de contacto y sus diferencias con
la ley, el acto administrativo y la sentencia.
a) Con la ley- Ley y contrato tienen un punto de contacto, ambos constituyen una regla
jurídica a la cual deben someterse las personas.
Pero las diferencias son profundas y netas: la ley es una regla general a la cual están
sometidas todas las personas; ella se establece teniendo en mira un interés general o
colectivo; el contrato, en cambio, es una regla solo obligatoria para las partes que lo
han firmado y sus sucesores; se contrae teniendo en mira un interés individual. De ahí
que los contratos están subordinados a la ley.
b) Con el acto administrativo- Son actos administrativos los que emanan de un órgano
administrativo en el cumplimiento de sus funciones; son pues de la más variada
naturaleza y, en principio, no exigen el acuerdo de voluntades propio del contrato,
aunque hay actos administrativos de naturaleza contractual.
Así ocurre, por ejemplo, cuando el Estado toma en alquiler la casa de un particular con
destino a sus oficinas, escuela, etcétera. Pero aun en este caso, el contrato se celebra
teniendo en mira inmediata un interés general, lo que le da un matiz diferencial con
los contratos celebrados entre los particulares.
c) Con la sentencia- Tanto la sentencia como el contrato definen y precisan los derechos
de las partes. Pero hay entre ellos estas discrepancias: 1) el contrato es un acuerdo de
dos o más personas; la sentencia es la decisión del órgano judicial y, por lo tanto, un
acto unilateral; 2) el contrato señala generalmente el comienzo de una relación
jurídica entre dos o más personas, la sentencia da la solución a las divergencias nacidas
de ese contrato; 3) la sentencia tiene ejecutoriedad, es decir, puede pedirse su
cumplimiento por medio de la fuerza pública; el contrato carece de ella, para que
tenga ejecutoriedad es preciso que previamente los derechos que surgen de él hayan
sido reconocidos por una sentencia.
El contrato es el principal instrumento de que se valen los hombres para urdir entre ellos el
tejido infinito de sus relaciones jurídicas, es decir, es la principal fuente de obligaciones. El
hombre vive contratando o cumpliendo contratos, desde operaciones de gran envergadura
(por ej., compraventa de inmuebles, de constitución de sociedades), hasta contratos
cotidianos que el hombre realiza muchas veces sin advertir que está contratando: así ocurre
cuando trabaja en relación de dependencia (contrato de trabajo), cuando sube un colectivo
(contrato de transporte) entre otros.
Desde el punto de vista ético, la importancia de los contratos se aprecia desde un doble
ángulo: por una parte, hay una cuestión moral envuelta en el deber de hacer honor a la
palabra empeñada; por la otra, los contratos deben ser un instrumento de la realización del
bien común.
Se llaman contratos unilaterales aquellos en los que una sola de las partes resulta obligada,
como ocurre en la donación, que sólo significa obligaciones para el donante; bilaterales son los
contratos que engendran obligaciones reciprocas como ocurre en la compraventa, la permuta,
la locación.
Algunos autores aceptan una tercera categoría: contratos bilaterales imperfectos, en los cuales
solo se prevén obligaciones a cargo de una de las partes; no hay contraprestación, pero la otra
parte puede eventualmente resultar obligada por el acaecimiento de hechos posteriores.
Se le atribuyen a esta clasificación las siguientes consecuencias:
Contratos onerosos son aquellos en los cuales las partes asumen obligaciones reciprocas de
modo que se promete una prestación para recibir otra; tales como la compraventa (cosa por
dinero), la permuta (cosa por cosa), el contrato de trabajo (servicio por dinero), la locación
(goce de la cosa por dinero). Contratos gratuitos son aquellos en que una sola de las partes se
ha obligado: donación, comodato, depósito gratuito, etc. No deja de ser gratuito el contrato
por la circunstancia de que eventualmente puedan surgir obligaciones a cargo de la parte que
nada prometió.
Algunos autores admiten un tercer género: los contratos neutros. El ejemplo corriente es la
fianza. Se trata de un contrato que viene a insertarse en otros, de tal modo que lo que sirve de
causa a las obligaciones contraída por la parte beneficiada en la fianza no es la promesa del
fiador sino la del otro contratante. En estas relaciones es un contrato gratuito, desde que el
fiador se obliga sin promesa alguna de contraprestación.
La distinción entre los contratos gratuitos y onerosos tiene una enorme repercusión jurídica.
Las principales consecuencias son las siguientes:
a) Los adquirentes por título oneroso están mejor protegidos por la ley que los
adquirientes por título gratuito.
b) La acción de colación solo funciona respecto de los actos gratuitos.
c) La aplicación de la lesión enorme no se concibe en los contratos gratuitos.
d) Las clausulas dudosas en los contratos onerosos deben ser interpretadas en el sentido
que más favorezca el equilibrio de las contraprestaciones; en los contratos gratuitos,
en el sentido más favorable al deudor.
Los contratos conmutativos son aquellos en que las obligaciones mutuas están determinadas
de manera precisa, y se suponen equivalentes desde el punto de vista económico. Por ejemplo
la compraventa o el contrato de trabajo. Mientras que los contratos aleatorios son aquellos en
los que el monto de al menos una de las prestaciones no está determinado de manera fija, sino
que depende de un acontecimiento incierto. Como por ejemplo una renta vitalicia, en la que
una parte entrega un capital a cambio de una renta que durará toda su vida, algo impreciso,
que será ventajoso para una u otra parte según el tiempo de vida de la persona. Ambos tipos
de contratos son una subespecie de los onerosos.
En principio solo los contratos conmutativos están sujetos a resolución o reducción de las
prestaciones excesivas por causa de lesión. En los aleatorios las partes asumen el riesgo que
implica, por lo que no pueden quejarse si existe una falta de equilibrio económico como
resultado del contrato. Sin embargo, puede en los mismos admitirse la aplicación de lesión si la
diferencia en las contraprestaciones no puede justificarse por su aleatoriedad. Por ejemplo si
alguien compra algo que puede llegar o no a existir, y paga mucho más de lo que vale la misma
cosa existiendo, el vendedor tendrá siempre ventaja, sin estar la misma librada al alea.
Los contratos consensuales quedan concluidos por el mero consentimiento, sea formal o no,
mientras que los reales quedan concluidos solo con la entrega de la cosa sobre la cual versa el
contrato. En nuestro Código son contratos reales la renta vitalicia, el depósito, el mutuo el
comodato.
Son contratos no formales o puramente consensuales aquellos cuya validez no depende del
cumplimiento de una forma establecida por la ley, sino que vasta el acuerdo de voluntades, ya
sea escrito, verbal o tácito. En cambio en los formales su validez depende de la observancia de
la forma establecida por la ley.
Dentro de los contratos formales están aquellos cuya forma es exigida por la ley ad
probationem y aquellas en los cuales la formalidad tiene carácter constitutivo o solemne (ad
solemnitatem). En los primeros, la forma solo tiene importancia a los efectos de la prueba del
acto jurídico. Las formas solemnes se dividen en absolutas y relativas. En las absolutas el
incumplimiento de la forma implica la nulidad del acto, por ejemplo la donación de un
inmueble debe hacerse por escritura pública. Mientras que en las relativas el incumplimiento
no implica la nulidad, sino que permite exigir el cumplimiento de la forma legal, por ejemplo la
compraventa inmobiliaria sin escritura permite a cualquiera de las partes exigir la
escrituración.
En nuestro Derecho las formas tienen carácter excepcional, salvo disposición expresa en
contrato los contratos no requieren forma alguna para su validez. Por ejemplo los contratos de
más de diez mil pesos deben ser hechos por escrito y no pueden ser probados por testigos.
Los contratos nominados o típicos son los que están provistos y legislados en el Código, son los
más importantes y frecuentes, por lo que merecieron la atención especial de un legislador.
Salvo excepciones, su regulación legal solo sirve para suplir un vacío en el contrato, pero las
partes tienen la libertad de regular de una manera distinta las relaciones. Es decir, la
legislación no busca sustituir la voluntad de las partes, sino evitar conflictos en caso de eventos
imprevistos, algo muy frecuente. Para ello dicta normas basadas en lo que es costumbre
convenir.
Los contratos innominados o atípicos son aquellos que no están legislados y resultan de la libre
creación de las partes. El carácter de innominados no tiene relación alguna con que se los
conozca o no con una denominación común, sino solamente con la existencia de una
legislación sobre los mismos.
Debido a la libertad de las convenciones, surgen diversos tipos de contratos mixtos, los que
contienen elementos de varios tipos de contratos nominados o de contratos nominados e
innominados.
En los contratos deben respetarse siempre la voluntad expresa o tácita de los contratantes. En
el caso de contratos nominados, los vacíos se llenan con la reglamentación existente para su
tipo, pero en los contratos innominados los jueces deben buscar llenar los vacíos de la manera
que mejor se conforme con el fin económico o práctico perseguido por el contrato. Si este no
fuera claro habría que aplicar reglas relativas a los contratos típicos más afines al innominado
de que se trate y las reglas relativas a las obligaciones y contratos en general.
En los contratos de cumplimiento instantáneo las partes cumplen todos sus derechos y
obligaciones al momento de celebrar el contrato, como por ejemplo la compraventa manual,
en la que la cosa y el precio se entregan al mismo tiempo. En los contratos de ejecución
diferida se posterga el cumplimiento de las obligaciones para un momento futuro.
En los contratos de ejecución sucesiva o periódica las relaciones se dan a través de un periodo
más o menos prolongado, por ejemplo un contrato de trabajo o de locación. En esta categoría
se encuentra también los contratos en los que una parte cumple todas sus obligaciones,
quedando pendientes las de la otra parte, por ejemplo con la venta en cuotas. Estos contratos
constituyen el dominio de acción de la teoría de la imprevisión, ya que clausulas equitativas al
momento de contratar, pueden devenir en injustas debido a la transformación de las
condiciones económicas imperantes.
Otras Clasificaciones
Debemos resaltar en este punto además la existencia del contrato de consumo, que
muchas veces se da como un contrato de adhesión, pero que no necesariamente es de
éste tipo. El mismo tiene como objeto la defensa de los consumidores o usuarios,
normalmente parte débil de la relación contractual, y existe cuando las personas
físicas o jurídicas contratan a título oneroso para su consumo final o beneficio propio o
de su grupo familiar o social, la adquisición o locación de cosas muebles, la prestación
de servicios, o la adquisición de inmuebles nuevos destinados a la vivienda, inclusos los
lotes de terreno adquiridos con el mismo fin, cuando la oferta sea pública y dirigida a
persona indeterminada.
a) Elementos esenciales
Aquellos sin los cuales el contrato no puede existir:
Capacidad de los contratantes
Consentimiento
Causa
Objeto
Algunos autores consideran que la capacidad no es otra cosa que el requerimiento
para el consentimiento válido, por ende lo engloban dentro de este elemento.
b) Elementos naturales
Consecuencias que se siguen del negocio, aun ante el silencio de las partes.
Por ejemplo un elemento natural del contrato está representado por las garantías que
emanan del mismo.
c) Elementos accidentales
Consecuencias nacidas por la voluntad de las partes, por ejemplo en un contrato la
condición, el plazo, etc.
La doctrina moderna prefiere limitar el concepto de elementos de los actos jurídicos a aquellos
que la doctrina clásica llamaba elementos esenciales, pues los elementos que se consideraban
naturales y accidentales son efectos del contrato, pero no requisitos para la validez del mismo.
Voluntad y Declaración
El problema de las divergencias entre la intención y la declaración de la voluntad
Cuando por error se manifiesta una cosa distinta de la que en realidad se desea.
Cuando se produce reserva mental, o sea cuando deliberadamente se hace una
manifestación que no coincide con la intención, haciendo reserva interior de que
no se desea lo que se manifiesta desear.
Cuando se hace una manifestación con espíritu de broma o sin entender obligarse.
Teoría de la Voluntad
La teoría clásica sostuvo que el origen íntimo y verdadero de toda vinculación contractual es la
voluntad de las partes. La declaración, según la teoría clásica, solo era una cuestión formal,
accidental y la tarea judicial consiste en desentrañar la verdadera voluntad de las partes. Esta
teoría imperó hasta principios del siglo XIX.
En la faz práctica, sin embargo donde la teoría clásica presenta debilidades, pues resulta
evidente que la intención, por ser psicológica e interna, es inaccesible a los terceros y no
puede ser la base de un negocio jurídico. Es por todo esto, entonces, que la formación de los
contratos en general no puede surgir sino de las coincidencias de las voluntades declaradas,
únicas que pueden conocer y apreciar las partes.
En conclusión, la buena fe, la seguridad de los negocios, la confianza que debe presidir entre
las relaciones humanas, están interesadas en que los actos jurídicos reposen sobre una base
cierta y segura, que no pueden ser otra cosa que la voluntad declarada.
Así se puede definir a la declaración de la voluntad como toda conducta o proceder que de
acuerdo con las circunstancias y apreciada de buena fe, permita inferir la existencia de una
voluntad de exigirse.
El consentimiento tácito tiene la misma fuerza obligatoria que el expreso; a menos que la ley
exija que sea prestado en esta forma.
El artículo 1146, expresa que el consentimiento se presumirá si una de las partes entregare y la
otra recibiera la cosa ofrecida o pedida; o si una de las partes hiciera lo que no hubiere hecho;
o no hiciere lo que hubiera hecho si su intención fuese no aceptar la propuesta o la oferta.
El artículo 1144, dispone que el consentimiento deba manifestarse por ofertas o propuestas de
una de las partes y aceptarse por la otra; esto hace al proceso de formación del contrato.
Oferta
Concepto
Es una proposición unilateral que una de las partes dirige a otra para celebrar un contrato. Así
pues, sólo hay oferta cuando el contrato puede quedar cerrado con la sola aceptación de la
otra parte, sin necesidad de una nueva manifestación del que hizo la primera proposición.
1. De la invitación a oír ofertas: una persona se limita a hacer saber que tiene interés en
celebrar cierto negocio y que escucha ofertas (por ejemplo: subasta pública).
2. De la llamada oferta al público: constituye una invitación a oír ofertas (como es hecha
a personas indeterminadas no obliga al ofertante). Se requiere una declaración de
voluntad del interesado y una ulterior aceptación de quien hizo la oferta.
3. De la opción contractual o promesa unilateral del contrato: que es un contrato por el
cual una oferta es aceptada como oferta irrevocable durante un cierto tiempo en el
cual el aceptante debe aceptar o rechazar lo que se le propone.
Requisitos de la oferta
1. Que se dirija a persona o personas determinadas. Por ello es que la oferta al público
no es un principio obligatorio, sino que debe más bien considerarse como una
invitación a oír ofertas.
2. Que tenga por objeto un contrato determinado con todos los antecedentes
constitutivos de los contratos.
Oferta alternativa
1. Nuestro Código: mientras no hay aceptación no hay contrato ni obligación para el que
hace la oferta. De aquí surgen las siguientes consecuencias:
a. Hasta el momento de la aceptación el oferente puede revocar o retractar
libremente su oferta a menos que al hacerlo haya renunciado a su derecho de
revocación o se haya obligado a mantenerla durante un cierto tiempo. Es la
llamada oferta en firme, que impide la retractación hasta el cumplimiento del
plazo fijado.
b. Si cualquiera de las partes falleciere o perdiere su capacidad para contratar, la
oferta queda sin efecto (el proponente antes de haber sabido la aceptación, el
aceptante antes de haber declarado su voluntad de aceptar). La ley no
distingue entre oferta simple o firme; en ambos casos se opera la caducidad.
2. El Código alemán ha seguido un sistema distinto: la oferta tiene siempre carácter
irrevocable, a menos que el oferente haya excluida esa fuerza vinculante y, salvo este
supuesto de excepción, subsiste a pesar de que el oferente fallezca o caiga en
incapacidad.
3. El Código italiano ha seguido un sistema intermedio: la oferta es revocable antes de la
aceptación, a menos que el oferente se haya obligado a mantenerla firme durante un
cierto tiempo; en cambio, la oferta firme no es revocable ni caduca por la incapacidad
o muerte del oferente.
Aceptación
Concepto
1. Que sea lisa y llana, es decir, que no esté condicionada ni contenga modificaciones de
la oferta.
2. Que sea oportuna, es decir, que no haya vencido el plazo de la oferta.
La aceptación debe referirse a todos los puntos de la propuesta, basta el desacuerdo con uno
solo de ellos, aunque sea secundario para que el contrato quede frustrado.
Modificación de la oferta
Si la oferta ha sido hecha por medio de un agente o mandatario, no se juzgará aceptada si este
no volviese sin una aceptación expresa.
Los contratos celebrados por fax deben reputarse hechos entre ausentes, tanto en lo relativo
al momento como al lugar de la celebración.
Los contratos celebrados a través de medios digitales entre personas que están comunicadas
por sistemas informáticos pueden ser juzgados como celebrados entre presentes o ausentes
según las circunstancias del caso (en tiempo real o diferido).
Según el artículo 1154 la aceptación hace perfecto el contrato solamente desde que ella se
hubiera mandado al proponente. Pero los artículos 1155 y 1149 aparecen inspirados en una
idea distinta:
En nuestra doctrina predomina la opinión de que el artículo 1154 establece la regla general: el
contrato queda concluido con la remisión de la aceptación. La regla reconoce las excepciones
dadas por los artículos 1155 y 1149.
La parte que hubiere aceptado la oferta ignorando la retractación del proponente, su muerte o
incapacidad, y que como consecuencia de la aceptación hubiere hecho gastos o sufrido
pérdidas, tendrá derecho a reclamar pérdidas e intereses del oferente o sus herederos (no se
cubre el lucro cesante).
Ocurre con frecuencia que las partes que han celebrado un contrato están en desacuerdo
sobre el significado de sus términos. En rigor de deben distinguirse dos problemas diferentes:
La voluntad expresa o declarada es la que sirve de base al negocio jurídico y es ella la que
el juez procura investigar. El querer que no se manifieste no cuenta para el derecho.
Principios que rigen la interpretación de los contratos
La buena fe. — Las declaraciones de voluntad deben interpretarse de buena fe. Los jueces
ingleses llaman regla de oro de la interpretación, a aquella que prescribe interpretar las
palabras de acuerdo con su significado gramatical y ordinario, salvo que conduzcan al absurdo
o la contradicción.
Lo que fundamenta este principio es la necesidad de defender al contratante que interpreta
de buena fe una declaración de voluntad, atribuyéndole su significado propio. Pero si se
prueba que el recipiente no lo interpreto de acuerdo con su significado, sino de otra manera
en la que coincidió con el declarante, no podría sino hacerse derivar del contrato los efectos
que las partes quisieron.
Las circunstancias del caso. — Las circunstancias formaron “el clima” en el que se emitió la
declaración de voluntad, tienen una importancia decisiva en su interpretación. Las mismas
palabras, idéntica conducta, tienen un significado totalmente distinto si las circunstancias
difieren.
Las circunstancias del caso son las que permiten valorar el sentido y el significado de las
palabras; de ellas se pueden inferir si una promesa ha sido hecha seriamente, con la voluntad
de obligarse o si, por el contrario, tal voluntad no ha existido.
El fin practico. — Todo acto jurídico se realiza con un fin práctico. El juez debe tenerlo siempre
presente e interpretar las cláusulas del contrato en la manera que mejor permita el
cumplimiento de ese fin.
La conducta posterior de las partes. — cuando las mismas partes con su conducta posterior
han revelado inequívocamente cual es el resultado y el alcance del contrato, no podrán luego
ampararse en una cláusula de interpretación dudosa para desviarse de lo que ellas mismas han
demostrado querer.
La naturaleza del contrato y su vivencia. — Es necesario tener presente que si una clausula se
presta a dos interpretaciones, de las cuales una significa la nulidad del acto y otra su validez, es
menester preferir esta última y hacerle producir efectos.
Principio del “favor debitoris”. — El artículo 218, inciso 7º del artículo del Código de Comercio
establece que en los casos dudosos, que no puedan resolverse según las bases establecidas, las
clausulas ambiguas deben interpretarse siempre en favor del deudor, o sea en el sentido de la
liberación.
Es evidente que la aplicación de este principio solo resulta justa y posible en los contratos
gratuitos, pero no en los onerosos. En éstos, la obligación que proviene de una clausula es
siempre la consecuencia de una contraprestación. Lo que debe presidir la decisión del juez es
más bien la equidad y la equivalencia de las obligaciones reciprocas.
En la doctrina moderna tiende a admitirse que el principio del favor debitoris debe
interpretarse en el sentido de que la interpretación de una clausula debe inclinarse en favor de
la parte más débil del contrato.
a) Habiendo ambigüedad en las palabras, debe buscarse más bien la intención común de
las partes que el sentido literal de los términos.
b) Las clausulas equivocas o ambiguas deben interpretarse por medio de los términos
claros y precisos empleados en otra parte del mismo escrito, cuidando de darles, no
tanto significado que en general pudiera convenir, cuanto el que corresponda en el
contexto.
c) Las clausulas susceptibles de dos sentidos, de uno de los cuales resultaría la validez u
del otro la nulidad del acto, deben entenderse en el primero. Es el principio de vivencia
del acto.
Y si ambos dieran igualmente calidez al acto, debe tomarse en el sentido que más
convenga a la naturaleza de los contratos y a las reglas de la equidad.
d) Los hechos de los contrayentes, subsiguientes al contrato, que tengan relación con lo
que se discute, serán la mejor explicación de la intención de las partes al tiempo de
celebrarse el contrato. Es llamada interpretación auténtica.
e) Los actos de los comerciantes nunca se presumen gratuitos. Esta regla no es aplicable
en materia civil, en la que el carácter oneroso o gratuito depende de la naturaleza del
contrato.
f) El uso y práctica generalmente observados en el comercio, en casos de igual
naturaleza y especialmente la costumbre del lugar donde debe ejecutarse el contrato,
prevalecerán sobre cualquier inteligencia en contrario que se pretenda dar a las
palabras.
g) En los casos dudosos, que no pueden resolverse según las bases establecidas, de las
clausulas ambiguas deben siempre interpretarse en favor del deudor.
Naturaleza de estas normas. — se discute en doctrina si estas normas son coercitivas, es
decir, obligatorias para el juez.
La cuestión es dudosa porque estas normas les dejan un amplio campo de decisión. Son
normas elásticas, flexibles. Pero aun así, no dejan de tener carácter imperativo. Así, por
ejemplo, en la duda sobre el sentido de una clausula, uno que conduzca a la nulidad del
acto y otro a su validez, el juez no puede pronunciarse por la nulidad; ni puede aplicar las
costumbres del lugar en que se celebró el contrato en vez de las que existen en el lugar de
cumplimiento.
Concluimos, pues, en que se trata de normas coercitivas de carácter especial, pues dejan a
los jueces un amplio campo para el ejercicio de su prudente arbitrio.
Destinatarios de las normas. — Conforme con algunos autores, las normas interpretativa
están dirigidas al juez, previniéndole como ha de resolver los conflictos que se le presenten
entre las distintas interpretaciones sostenidas por las partes; según otros, estas normas
están dirigidas en primer término a las partes, haciéndoles saber cómo han de resolver sus
divergencias interpretativas del contrato; y solo en caso de que su conflicto llegue a
tribunales, están dirigidas también al juez.
Es aplicable a los contratos todo lo referido a los vicios de los actos jurídicos en general.
Contemplados en los artículos 1157 y 1158. Se aplica todo lo relativo al error, dolo, violencia,
fraude, simulación y estado de necesidad.
La reserva mental no perjudica la validez de la declaración, que produce todos sus efectos
vinculatorios.
El derecho a pedir la nulidad, dispuesto en el artículo 1158 por vicios del consentimiento
corresponde a la parte que los hubiere sufrido, y no a la otra parte, ni el autor del dolo,
violencia, simulación o fraude.
Si luego de conocidas las causas de las nulidades o después de cesadas estas, los contratos
fuesen confirmados expresa o tácitamente, cesa el derecho a alegar tales nulidades (como se
encuentra dispuesto en el art. 1159).
Se considera la ocurrencia de una lesión como causa de nulidad cuando es evidente que una
de las partes se ha aprovechado de las circunstancias, valiéndose de su mayor experiencia,
capacidad intelectual o aprovechando necesidades de la otra parte, para subscribir un
contrato en donde sus obligaciones son considerablemente menores.
Con el auge del liberalismo se produjo un nuevo ocaso de estos principios. Se consideraba a las
partes como el mejor juez de sus propios intereses y que el acatamiento ciego del contrato era
el principio superior de progreso en una sociedad libre. “Lo que es libremente querido, es
justo”.
La ley 17.711, al modificar el artículo 954 admitió la lesión como institución moralizadora y
justa y al propio tiempo regula con precisión sus efectos.
Prueba de la explotación
Las mismas cláusulas del contrato son la fiel prueba de una situación de explotación o
aprovechamiento. Por ello la ley presupone que hay aprovechamiento siempre que la
desproporción sea notable.
Solamente los contratos onerosos pueden estar viciados por lesión, puesto que en los
gratuitos las obligaciones pesan sobre una sola de las partes. Tampoco pueden entrañar lesión
los contratos aleatorios
Efectos
Solo el lesionado y sus herederos tienen la acción (art. 954). Ello no excluye, claro está, la
personería del representante legal del lesionado o de sus herederos incapaces.
Prescripción
La acción nacida de la lesión prescribe a los cinco años de otorgado el acto. Adviértase que
mientras que en los restantes vicios de los actos jurídicos el plazo de prescripción es de dos
años (art. 4030).La extensión considerable se funda en que los estados de dependencia
psíquica de una persona respecto de otra o, en general, las causas que movieron a aceptar las
condiciones injustas, suelen prolongarse durante años. No se busca un plazo excesivamente
prolongado ni tampoco tan breve como para dejar desprotegidos a quienes necesitan de
amparo.