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Don Ygnacio Calviño lo pensó por muchos días, lo meditó por horas, y buscó alguna razón

para continuar en el lugar donde el destino y algunas peripecias de la vida le tenían


prisionero. Se encontraba retenido en una pequeña celda, bajo un régimen no tan
agradable según sus costumbres, no disfrutaba de la comida, ni de los que le rodeaban y
no podía dormir. Pero, las penas anteriores no lo serían del todo, si tan solo pudiera
probar un poco de su tan ansiada libertad. Todo lo anterior no eran penas, no eran nada,
absolutamente nada comparado con estar encerrado en ese horrendo calabozo. Su
espíritu, indómito y rebelde no podían permanecer mucho tiempo enclaustrado entre las
paredes de esa Real Cárcel.

Su tiempo para meditar y reflexionar empezó al fin a producir sus frutos. Trazó un plan,
probablemente no muy elaborado, pero eso sí, bajo la consigna de no dejar pasar la
oportunidad tan pronto como se le presentase. Y así, un día encontró que la prisión no
podía seguir siendo más su hogar, y dispuso en su corazón abandonarla. No encontrando
mayores dificultades; logró su cometido. Sin embargo, su empresa no prosperaría por
mucho tiempo.

Pasados los días, una mañana del 14 de abril de 1792, mientras disfrutaba su
acostumbrado desayuno, el Teniente de justicia mayor del Pueblo de San Antonio
recibió la noticia que Don Ygnacio Calviño se encontraba huyendo de la justicia por sus
lares. Sin pensárselo dos veces, ni tomar tiempo para acabar con su comida, procedió con
la diligencia judicial que muy célebremente se le encomendaba.

Acalorado por la premura del momento, rodeó la casa donde se tenia conocimiento de la
estancia de Don Ygnacio Calviño y adelantándose con sus soldados percutió fuertemente
la adornada aldaba que colgaba de la puerta de la casa señalada. Acto seguido esperó
mientras la tranca era movida de su lugar, tomó distancia y aguardó expectante.

- Buenos días Teniente, reparó amablemente Don Juan Suarez, dueño de la posada
que se inquiría.

Sin pensar en responder a tan amable saludo, con el bochorno no por el calor del día, y si
por la premura de la diligencia, replico el teniente Don Pablo Rueda:

- Sabe usted que hospeda a un prófugo de la justicia?

Inmediatamente avanzo sin vacilar, e informando de la diligencia que le ocupaba, ingresó


a la casa junto con los soldados que traía, tomando precaución de dejar dos fuera de la
casa, por si se intentaba fugar Ygnacio Calviño y preguntó:

- Donde está?

- ¿Dónde esta quien? Replico Doña Petrona Fernández, esposa de Don Juan Suarez,
quien apenas lograba incorporarse del susto que le había provocado el extraño
percutir de la aldaba, la irrupción de voces extrañas y los sonoros pasos de las
botas que indudablemente eran de militares.

- Ygnacio Calviño, respondió el Teniente.

- Ah, el hombre de las muchas mercancías. Repuso la Doña de la casa y sin mostrar
mas interés en el asunto dio media vuelta y señalo una habitación con el dedo
índice.

Mientras todo esto ocurría, y el teniente indagaba con mas detenimiento pero no menos
premura, en silencio, al otro lado de las puertas que separaban la sala de la habitación, oía
atentamente Ygnacio Calviño, quien se lamentaba por no haber querido pagar un poco
más por una habitación con ventana a la calle, pues su mezquindad estaba apunto de
ponerle de regreso a la cárcel, así aceptando su destino y evitando poner en riesgo su ya
mal habida integridad dejó oír su voz:

- Caballeros, denme un instante y procederé a presentarme a vosotros como buen


cristiano. Esto decía pues gustaba dormir sin ningún tipo de prenda.

De esta manera y sin mayores inconvenientes, el Teniente Justicia Mayor, Don Pablo
Rueda logró su cometido, y no solo esto, sino que además, y como consecuencia de las
diligencias que se obraron en su búsqueda y aprehensión, pudo observar que Ygnacio
Calviño no actuaba solo y que existían, sino amigos, socios cómplices en su empresa
criminal. Así, Don Fernando Mijares ordenó capturar a los cómplices que le protegieron
durante los días posteriores a su huida e indagar por el paradero de estos.

Como consecuencia de su captura en la casa morada de Don Juan Suarez, se descubrió


que hasta allí había traído una serie de pertenencias que le serian confiscadas el mismo
día de su captura y serian puestas en custodia de Don Ignacio Bela, que solicitó se le
hiciera en su presencia el inventario de los bienes que quedarían bajo su custodia,
cerrándose y firmándose así, en presencia de testigos a falta de escribano.

Una vez mas, Ygnacio Calviño no podía huir de la justicia y todos sus planes trazados en su
anterior prisión se vieron estorbados por la diligencia del Teniente, poniéndolo una vez
mas en prisión a pesar de haberse jurado no regresar jamás.

Cuatro días después (18 de Abril de 1792), el teniente de Instrucción Mayor del mismo
pueblo de San Antonio, se puso en camino de la Cárcel Real para entrevistarse con
Ygnacio Calviño e interrogarlo. Una vez allí, el detenido le manifestó que tenía más
enseres y así procedió a inventariarlos. Una vez terminada la diligencia, le tomó
declaración juramentada sobre el paradero de Don Pedro Fermin de Bargas y Barbara
Forero quienes aún gozaban de libertad y anonimato de su paradero en su idilio amoroso.
- Conoce usted el actual paradero de estos adúlteros?. Preguntó el Teniente
Antonio Gonzales.
- Pues vea usted señor teniente que yo viajé con ellos desde la ciudad de Santa Fe
hasta el pueblo de la Victoria. Respondió Ignacio Calviño.
- ¿Tiene usted conocimiento que ellos han cambiado sus nombres? Pregunto El
Teniente.
- Si, la Joven Bárbara Forero se hacía llamar Josefa Arias y Don Pedro durante todos
los días del viaje se cambiaba el nombre hasta que llegamos al pueblo de la
Victoria, donde desconozco como se haga llamar. Pero lo que si sé es que querían
sacar pasaporte y embarcarse. Y creo yo, que el Teniente Justicia Mayor del
pueblo de la Victoria podría darle mejor noticia y de paso preguntarle también a
Don Vicente Riveros y el Don Manuel Alvares regidor del pueblo.

Treinta y seis años tenia Ygnacio Calviño cuando Don Antonio Gonzales de Linares
Teniente Justicia Mayor decidió remitir el día 14 de mayo el caso al Superior Tribunal de
Justicia de la provincia para ser tratado por el Señor Gobernador. Así despachó al
conductor Don Ysidoro Salazar con dos soldados, un cabo y algunos mozos para llevar los
inmuebles embargados. Esta diligencia, seria añadida la venta de José Tomas el negro
esclavo de Ygnacio Calviño.

Mientras caía la tarde del día 22 de mayo de 1792 llegando a la Capital de Barinas,
Ygnacio Calviño veía como su caravana se abría paso en medio del camino que asomaba a
la ciudad. Pocos minutos después vio como se abrían las puertas de la ciudad y le
saludaban:

- Bienvenido Ygnacio. Le dijo el Gobernador.

A lo que el no respondió y se resigno en sepulcral silencio a la espera de su conducción a la


Cárcel Real. Así el el Señor Gobernador Comandante General de esta provincia con el
Señor Teniente y Cabo General de ella lo remitieron y dieron orden sobre su prisión allí.

- Señor Alcalde, por aquí le traigo un viejo amigo. Dijo el Gobernador.


- Bienvenido una vez Ygnacio, ya se le extrañaba, hace honor en regresar. Y dígame,
¿cómo le va a sus amigos?, parece que mejor que a usted sí. Pero no se preocupe,
aquí puede su suerte mejore.

Ygnacio, cansado por el viaje y fastidiado por el tono burlesco, suplicaba en su corazón por
un pedazo de pan y algo de agua. Ese, solamente ese, era todo el deseo de su corazón, ya
había tenido suficiente y deseaba descansar, pues muy bien sabía que su viaje, apenas
comenzaba.

El 25 de mayo salió el correo para Santa Fe remitiendo el expediente, enviado por el


Señor Gobernador Comandante General de la provincia de Barinas con el Señor Teniente
y Asesor General, para el Señor virrey José Manuel de Ezpeleta que aguardaba por las
noticias del Natural de Galicia Don Ygnacio Calviño a quien se ponía en disposición para
su pronto traslado.

Una vez mas, Ygnacio Calviño y buscó alguna razón para continuar en el lugar donde el
destino y algunas peripecias de la vida le tenían prisionero. Sin embargo, ahora si tenia
una cosa que le complacía. Sin reparo, en la soledad de su celda, sonriendo y empezando
a perder el juicio exclamo:

- Larga vida al amor de Pedro Fermín de Vargas por su Bárbara Forero o como sea
que ahora se hagan llamar.

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