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MICHEL FOUCAULT

Michel Foucault (Poitiers, 1926-París, 1984) fue uno de los pensadores más influyentes

de la segunda mitad del siglo XX. Formado en la Escuela Normal Superior con maestros

como Georges Canguilhem y Louis Althusser, pasó su examen de agregación como

profesor de filosofía en 1951, y recibió su doctorado en 1961, después de varios

desencuentros con la institución universitaria. El debate que circundó a su obra lo

acompañó toda su vida, pero no impidió que lograse un gran reconocimiento académico,

como lo evidencia su incorporación al prestigioso Collège de France en 1970. Fue un

autor prolífico, con más de 15 libros y más de 360 artículos, capítulos y entrevistas

publicados, y podría decirse que continúa siéndolo después de muerto. Varios de sus

cursos en el Collège de France todavía están esperando ser editados y publicados, y

nuevas entrevistas y colecciones aparecen periódicamente, además de ser objeto de

incontables estudios críticos.

Su obra se ubica en el cruce de varias disciplinas, entre ellas la filosofía, la historia y

la crítica literaria, pero resiste una clasificación rígida en alguna de ellas. En una

entrevista de 1982 definió su proyecto intelectual como “una historia del pensamiento

occidental”, entendido como ámbito de conocimiento y de lenguaje, y también como el

despliegue de principios sociales e institucionales (1990, p. 143). La atención prestada a

la materialidad del pensamiento es una de sus marcas originales; para él, la abstracción

del saber está indisolublemente ligada a prácticas de clasificación de sujetos y a textos


y dispositivos que permiten organizar formas de conocimiento y producir o prevenir

conductas, y que se inscriben en relaciones de poder.

Presentar el pensamiento de Foucault no deja de ser paradójico, ya que se trata de

un pensador que insistentemente cuestionó la autoridad de los nombres propios. Como

dice Roger Chartier, “la obra de Foucault no se deja someter fácilmente a las operaciones

que significa el comentario” (Chartier, 1996, pp. 15-16). Foucault rechazó la idea de una

producción unificada y con rasgos definidos por la persona o personalidad de quien la

firma (2010). También solía reírse cuando le señalaban la diferencia entre sus primeros

trabajos y los más recientes: “En la vida y en el trabajo lo más interesante es convertirse

en algo que no se era al principio” (1990). Sin embargo, hay elementos que vuelven

reconocible a su obra. Solía moverse permanentemente, experimentando en nuevos

campos y lecturas. Era un incansable trabajador en el archivo, convencido de que

permitía descentralizar el sistema jerárquico de la biblioteca y adentrarse en múltiples

series de datos que podían tener contradicciones e inconsistencias. Sus lecturas

cruzadas, sus asociaciones imprevistas entre fenómenos o cuerpos de pensamiento que

hasta entonces habían permanecido desvinculados, ayudaron a volver visibles muchos

aspectos de la existencia social y cambiaron profundamente la teoría social en las

décadas siguientes.

Entre esos aspectos se destaca una nueva conceptualización sobre el poder. Contra

la idea de un poder identificado y concentrado en una sustancia o un sujeto o lugar,

Foucault afirmó que el poder es relacional, que puede tomar múltiples formas, y que

opera de modo microfísico, en un juego o en múltiples juegos que tienen su historicidad.

Concebía el poder como “toda una serie de mecanismos particulares […] que parecen
inducir conductas o discursos” (1997, p. 51). Esta capacidad de influir sobre otros, o de

inducir a otros, es maravillosa y tenebrosa al mismo tiempo. Foucault dijo en un

sugerente ensayo sobre el valor de la rebelión que “el poder que un hombre ejerce sobre

otro es siempre peligroso. No estoy diciendo que el poder sea malvado por naturaleza;

estoy diciendo que, debido a sus mecanismos, el poder es infinito (lo cual no quiere decir

que sea omnipotente, todo lo contrario)” (1999, p. 134).

Una prueba de ello es que hay hombres que se rebelan, y son estas revueltas las que

permiten que la historia no sea evolución determinista.

Foucault resaltó que el poder tiene un carácter productivo a la par que represivo,

positivo a la par que negativo. El poder obliga pero también incita, moviliza, encarna en

cuerpos, saberes y pasiones, y construye o modifica a los sujetos. Esta forma de

abordaje del poder se aleja de las lecturas más rígidas que se han hecho de su obra,

particularmente de Vigilar y castigar (1976), que ha sido considerada exclusivamente

como una denuncia del carácter represivo de la escuela y de otras instituciones

semejantes. En ese trabajo, Foucault pone de manifiesto que la disciplina, una forma de

poder histórica que atraviesa distintos campos (las prisiones, los hospitales, las escuelas,

los cuarteles), produce tanto como encauza y reprime otras emergencias. Algo similar

puede afirmarse sobre su Historia de la sexualidad (1977), un proyecto de seis

volúmenes que quedó inconcluso con su muerte. En el primer tomo, Foucault analizó

abiertamente el discurso de la liberación sexual, que se colocaba por encima de

regímenes de poder y verdad sobre los cuerpos. Foucault propuso en sus trabajos

desmontar las oposiciones binarias del pensamiento moderno, sobre todo las que

oponen naturaleza y sociedad, individuo y Estado, sexualidad y represión, y que se


entendieran como construcciones producidas dentro de ciertos regímenes y estrategias

de poder.

Otro aspecto central de su pensamiento fue su reconceptualización del saber. Marco

Antonio Jiménez García afirma que Foucault planteó que “un saber es el modo de

ordenar, coordinar y subordinar los enunciados en que los conceptos aparecen, se

aplican y se transforman. Un saber se define por su utilización” (2011, p. 63). El saber se

plantea como un proyecto antagónico al del conocimiento en el marco de la cultura y lo

político (Orozco Fuentes, 2011). La noción de conocimiento se sostiene en una

disciplinarización de los cuerpos y de los saberes que produce una centralización

piramidal de los enunciados; por ejemplo, en la enciclopedia como compendio de

conocimientos, en las universidades y escuelas, o en la institución de la ciencia moderna.

En cambio, el saber puede articularse a la insurrección contra los efectos centralizadores

del discurso científico y de las disciplinas porque tiene un carácter plural y heterogéneo.

La cuestión del saber es para Foucault una pregunta por el orden del discurso, por

sus condiciones de emergencia y su funcionamiento. Su estrategia crítica fue

plantear una ontología histórica de los enunciados y cuerpos de saber, entendiendo que

hay que investigar cómo se produjeron esos regímenes de verdad que jerarquizaron y

centralizaron ciertos enunciados y marginaron otros. Contra el esencialismo, la historia

reintroduce la contingencia y la mutabilidad allí donde la filosofía de la historia tradicional

ve sólo el despliegue de esencias.

En sus obras, la estrategia de historizar los saberes tomó dos formas: la arqueología

y la genealogía. La arqueología indagó sobre la episteme, sobre cómo algunas formas

de saber se volvieron posibles históricamente en ciertas condiciones que dependen de


la “experiencia desnuda del orden y de sus modos de ser” (Foucault, 1968, p. 6).

La genealogía, en cambio, adoptó un carácter de combate; la definió como una tarea gris

y meticulosa que demanda una erudición sin pausa, una tarea ciclópea que tiene que

conjuntar materiales heterogéneos (1980). La genealogía aparece como una posición

radicalizada respecto al conocimiento histórico y a sus promesas de objetividad y

neutralidad. Para Foucault, el saber debe hacer “tajos” si quiere conservar su condición

de conocimiento intempestivo, y no someterse a la centralización disciplinaria. Éste es

también el rasgo central de la crítica académica, que es también un gesto político: debe

preguntarse si las cosas pueden ser de otro modo, romper con la visión homogénea y

unitaria del conocimiento, sorprender con nuevas asociaciones entre elementos

aparentemente dispares.

En relación con la educación, cabe aclarar que Foucault no le dedicó ningún libro o

texto completo al tema. Pero su influencia en el pensamiento educativo ha sido

sustantiva, y contribuyó a cuestionar las bases sobre las que se organizaron la escuela

y la pedagogía modernas: la verdad, el conocimiento, la vocación docente, la

emancipación del sujeto por vía de la ilustración (Popkewitz y Brennan, 1998a). Su crítica

de las injusticias cometidas por las instituciones educativas es eje fundamental para el

desarrollo de nuevas pedagogías desde mediados de los años setenta. Por ejemplo,

entre los trabajos más tempranos que reconocen su influencia debe citarse la genealogía

de la escuela primaria francesa de Anne Querrien, orientada por Michel Foucault

(Querrien, 1976). También la erudita historia de las formas de corregir el cuerpo desde

el siglo XVI al XX escrita por Georges Vigarello constituye un temprano uso de la teoría

foucaultiana para pensar lo educativo (Vigarello, 1978). La feminista Valerie Walkerdine


(1998) se valió de la crítica foucaultiana de la racionalidad liberal para cuestionar las

psicologías del desarrollo. Stephen Ball (1990) editó una lúcida y conocida compilación

sobre los usos de Foucault para la política y la sociología educativas, y Tom Popkewitz

y Marie Brennan (1998a) produjeron una revisión del desafío foucaultiano a la pedagogía

crítica.

En el ámbito latinoamericano destacan los trabajos de Alicia de Alba y el Seminario

de Curriculum en México (Alba y Martínez Delgado, 2011); Olga Zuluaga y su equipo en

Colombia (Zuluaga et al., 2003); Alfredo Veiga-Neto en Brasil (2003), y en Argentina

Mariano Narodowski (1996), Inés Dussel y Marcelo Caruso (2000) y Edgardo Castro

(2004; 2011).1 Estos pocos ejemplos, entre muchos otros, buscan mostrar que el trabajo

de Foucault ha contribuido a renovar los tópicos y metodologías del pensamiento

educativo también en nuestra región. En años recientes creció el interés por sus últimos

trabajos, centrados en la biopolítica y en la práctica del cuidado de sí, dos temas que se

enlazan con las transformaciones recientes de los regímenes de poder y de las nuevas

tecnologías del yo (Lemm, 2011; Jiménez García, 2011).

BIBLIOGRAFÍA

Alba, A. de, y M. Martínez Delgado (eds.), Pensar con Foucault: Nuevos horizontes e

imaginarios en educación, Universidad Autónoma de Zacatecas/UNAM, Zacatecas,

2011.

Ball, S. J., Foucault and Education. Disciplines and Knowledge, Routledge, Londres,

1990.
Castro, E., El vocabulario de Michel Foucault. Un recorrido alfabético por sus temas,

conceptos y autores, Prometeo 3010/Universidad Nacional de Quilmes, Buenos

Aires, 2004.

—, Lecturas foucaulteanas. Una historia conceptual de la biopolítica, Unipe, La Plata,

Argentina, 2011.

Chartier, R., Escribir las prácticas, Manantial, Buenos Aires, 1996.

Dussel, I., y M. Caruso, La invención del aula: Una genealogía de las formas de

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(eds.), Pensar con Foucault: Nuevos horizontes e imaginarios en

educación, Universidad Autónoma de Zacatecas/UNAM, Zacatecas, 2011.


Lemm, V. (ed.), Michel Foucault: neoliberalismo y biopolítica, Universidad Diego

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1978.

Walkerdine, V., The Mastery of Reason. Cognitive Development and the Production of

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modo, Universidad Pedagógica Nacional/Cooperativa Editorial Magisterio, Bogotá,

2005.
1 Véase también A. Veiga-Neto (2003); Narodowski (1995); I. Dussel y Caruso (2000);

E. Castro (2004).

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