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Se divisa en el alba los rayos filtrados de nuestra estrella matutina. Observamos el periódico
mientras tomamos una deliciosa taza de café endulzado, escuchando el tic-tac del reloj para
que nos marque el tiempo indicado.
Salimos, trabajamos, estudiamos, disfrutamos con nuestros compañeros y/o socios del lugar.
Hacemos chistes, reímos a carcajadas hasta que el dolor de estómago y las lágrimas de
felicidad se hacen presente, dibujando una sonrisa en nuestro corazón.
Escuchamos la música; diversos artistas plasman en ella ideologías y elementos diversos para
presentarlas ingeniosa y jugosamente a su público.
Al final del día observamos el techo, imaginando miles de situaciones, objetos, personas,
elementos que van pasando como si de una película se tratase mientras perdemos la mirada
en la aparente infinitud presente entre tus ojos y la nada que estos enfocan.
A lo largo de nuestra vida, nos topamos con situaciones que generan distintas reacciones que
nos hacen experimentar para bien o para mal, para nuestra dicha o para nuestra desgracia.
Cada aprendizaje, cada experiencia, cada persona, cada cosa existente vincula un significado
adquirido que nosotros mismos estudiamos y teorizamos.
Nombramos y dotamos de características cada cosa que vamos conociendo en el camino. Las
estudiamos; las vemos y pensamos el qué, el porqué y para qué existe lo que contemplamos
ante nuestros ojos.
Nuestra existencia como seres conscientes se puede resumir como la búsqueda insaciable de
conocimiento.
Con la llegada de la ciencia, los cambios se hacen notorios y más que palpables. Surgen mentes
brillantes que ingenian y sustentan teorías para explicar el funcionamiento de cada objeto de
estudio.
Se toma por sentado cada marco teórico hasta que uno nuevo lo desmonta, dando paso a
revoluciones en nuestra forma de percibir el Todo…
No importa cuánto podamos hacer, parece una ley de la vida; para descubrir la Verdad
debemos pasar por miles de baches para llegar a comprenderla.
Hay un tiempo límite, cada segundo cae análogamente a cada grano de un reloj de arena con
nuestro nombre grabado.
Pasamos toda la vida creyendo tener la certeza de todo, pero realmente sólo rasgamos la
superficie de lo que creemos conocer.
Cada sentimiento, cada acción, cada pensamiento esconde en su núcleo misterios que la
mente humana no puede comprender en su totalidad.
La ambición de conocerlo todo es una guía engañosa. No hay hombre en la faz de la Tierra que
pueda declararse como el más conocedor de todo lo que puede ser conocido. Sólo los
ignorantes se autodenominan sabios.
Un cuerpo estética y/o físicamente perfecto perdurará hasta que el organismo empiece a
envejecer. El que acumula riquezas cual coleccionista sólo hallará en ellas un sinsentido, pues
sólo presentan valor en un contexto económico.
El tiempo fluye y cada grano cae lenta pero seguramente. No hay nadie que pueda escapar del
flujo del tiempo. Nadie puede luchar con lo que le subordina naturalmente y que, tarde o
temprano, terminará arrancándole todo lo que aprecia.
Ante tales situaciones, pensamos: “¿Qué queda entonces?” “¿Qué podemos hacer para
afrontar el tiempo que nos ha dado la vida misma?”. Consideramos muchas respuestas.
Argumentamos razones. Intentamos generalizar y establecer el sentido de todo lo que nos
rodea y de nuestra conciencia; el universo y la mente, lo que está afuera y lo que está dentro.
Nada más absurdo que esto…
Encontramos el verdadero sentido en aquello que amamos hacer, en aquello que deseamos
intentar comprender; en aquello que, por más que huya de nosotros, queremos encontrar.
La vida plena sólo puede ser alcanzada por aquellos que conocen lo que es la pasión de
manera profunda. La profunda comprensión de sí mismos…
Gente que sabe discriminar y establecer lo que creen que está bien y lo que está mal; lo que
gozan y lo que repugnan. Estas personas son los jinetes de su propia vida, son las personas que
dirigen su sentido al camino que las lleva a lo que conocemos como felicidad. Individuos que
no abandonan el realismo e intentan vivir de la mejor manera posible, conociendo los riesgos y
el sufrimiento que conlleva la vida misma.
Concluyendo este breve análisis, hallamos el sentido cuando creamos el sentido; cuando
luchamos por aquello que queremos; cuando tomamos decisiones arriesgadas pero
sumamente sabias; cuando hacemos lo que nos causa placer; cuando aceptamos las cosas
malas y seguimos el camino, curando las heridas con el piadoso e indomable tiempo…
Concluimos que cada palabra, cada acción, cada pensamiento conlleva un uso de nuestro
pequeño momento donde estamos varados, y que queda de nuestra parte saber cómo
aprovechar lo poco que tenemos para cosechar grandes satisfacciones.
En síntesis: la vida pasa en un abrir y cerrar de ojos. Encontrar aquello que realmente es
verdadero es inútil y totalmente inalcanzable. Sólo debemos atenernos a construir un sendero
para que nuestros sucesores continúen su camino para desvelar lo que debe ser desvelado;
para encontrar lo que merece ser encontrado; disfrutando el paso y las consecuencias de
nuestras decisiones, hallamos felicidad y/o desgracia que parten de nuestras acciones y las de
los demás; aceptando que hay cosas que no podemos cambiar y cambiando lo que podemos
cambiar; asumiendo riesgos donde un “todo o nada” describe el peso de nuestro
emprendimiento.