Está en la página 1de 78
Lecturas Mexicanas divulga en ediciones de grandes ti- lo, obras celevantes de las letras, las ideas y el arte de nuestro pals. Rio subterraneo INfs ARREDONDO In sep A Carlos y para Carlos Medioe LAS PALABRAS SILENCIOSAS A José de la Colina Nombres. También entran en el misterio, se co- rresponden con otras cosas. Ast sucedié con Edu- wiges. 1 no pudo conformarse con decitle “Elu- yiques", y la Mamé simplemente Lu, y Lu es el nombre de un semitono de Ja escala musical chi- na: justo el significado y el sonido que vibraban en él cuando la veia moverse, con su cuerpo alto, elistico y joven sobre los verdes ticrnos y som- brios de su parcela, cuando Ia ofa reir con su risa sonora que hacia aletear a los péjaros cercanos. Ella le pregunté una vez: —Si sabes tantas cosas gpor qué no nos vamos & la ciudad? Yo sé que tienes guardado dinero, pero eres un tacafio. Alld hay chinos ricos, muy ricos, y viven con Iujo, Pon una tienda en Culia- cin, Yo te ayudo, —"zPor qué vivo en la colina verde-jade? Rio y no respond, Mi corazén sereno: flor de durazno que arrastra la corriente. No el mundo de los hombres, bajo otro cielo vivo, en otra tierra.” —Vete al diablo. Tu y tus tonterfas. Pero le habia dado tres hijos y habfa cantado bajo el techo de paja. 9 Luego existfa aquello también, el que don Hernan, de vez en cuando, hablara en serio con él y, cuando estaba de buenas, lo Hamara Confu- cio 0 Li Po, Bl habfa viajado por todo el mundo, Jefdo todo. Y después, cuando Ia gran persecu- cidn a los chinos en el noroeste, no habla permi- tido que ninguno de ellos fuera tocado, ni los ricos ni los pobres. Y le habia prestado, por ca- pricho seguramente, el libro traducido del inglés aquél, cuyos poemas habfa copiado con tantas dificultades, porque Iccr, podia leer de corrido, pero esctibir, no habla escrito nunca desde que aprendié: ga quién iba a escribirle dl? Ni en chino tendrfa a quien hacerlo, aunque hubiese podido recordar los caracteres suficientes para ello, “No més afin de regresar / olvidar todo lo aprendido, entre los 4rboles.” Eso habia decidi- do cuando Megé, zhacfa cudntos afios? Para eso no tiene memoria. Si, recuerda a su maestro alld. El silencio —Manucl. Mafiana tengo visitas. Quicro que me traigas unas amapolas, pero que seaii las mis bonitas que haya. —Si, sf —y mueve la cabeza como si Ja tuvie- ra suelta sobre el cuello largo y pelado =Van a venir mis suegros, jsabes? Bueno, los que van a ser mis suegros, Me vienen a pedir. —Bueno, bueno. Yo legalalte floles. 10 =Gracias, Manuel, |Ah!, desde ahora te digo que te voy a invitar a la boda. —Bueno, muy bueno. También él se habia casado y don Hernan en persona habfa sido su padrino. Quizé por eso se habia sentido obligado, cuando Lu se fue con Ruperto, 2 mandarlo lamar para decitle que po- dian hacerla volver, meterla en la circel, quitar- Je a los hijos, podian, .. podfan tantas cosas Don Hernan estaba enojado. No. Le habia yendido hortaliza 2 Ruperto desde siempre y era un hombre honrado. Lu le habfa dado felicidad y tres hijos, Las tardes en que Ruperto iba con su camién, y entre los dos cargaban las legumbres, cuando habjan termi nado, Lu se acereaba y les ofrecta agua de frutas, como él le habla ensefiado, y no era culpa de ellos si sabian refrse a carcajadas al mismo tiem: po, y hablar igual, con la misma pronunciacién, de las mismas cosas, largo tiempo parados; lo habfa visto mientras escuchaba, quicto, Asi suce- dig durante afios. En cuanto a los hijos; a esas, pequefias fieras sin domar.,. eran idénticos a lla, fisicamente moldcados a su imagen, inclu- so. Tenian sus enormes ojos amarillos, aunque li- geramente rasgados; adems, lo habfa intentado todo para ensefiarles lo que él aprendié de pe- queito, tan pequeiio como ellos y sélo le habfan Al respondido con actitudes de extrafieza. Sobresal- to, sino un leve repudio habia sentido en todos cuando a uno por uno, a su tiempo, los habfa Ie- vado a ver al San Lorenzo después de la avenida, majestuoso y calmo, y en voz baja, jugando con una hoja o acariciando una piedra habia dicho lentamente: “Lejos, cl rio desemboea en el ciclo”, A pesar de sus advertencias, jugendo pisotea- ban y destrufan los cuadros de almdcigos, y no habia conseguido que trasplantaran con cuida- do una sola pequefia planta o se quedaran un ins tante quietos viendo algo, por ejemplo la luna, tan extraiia y tan intima, No era ni siquiera los nombres de las personas, de las cosas Io que se le escapaba, era solamente la articulacién. Y eso era todo: suliciente para que lo consideraran inferior, todos, todos; ni don Hernin, a veces, Jo comprendia bien, profunda- mente, Solamente los otros chinos. Si, no era tuna casualidad que no hablara como los demis, que tuviera su forma especial de hacerlo. ="Viejos fantasmas, més nuevas Zorobra, llanto, nadie. Enyejecido, roto, para mf slo canto. La dlaridad empezaba. Surgida del silencio se queda un rato quieta y toca las cosas impercep- tiblemente. Quieta. 12 Era el mejor momento para hundir el pie des- nudo y enjuto en Ia tierra esponjosa para ‘tan- tear en la penumbra la primera lechuga hime. da, no vista sino recordada del dia anterior, de tantos dias anteriores en que ya sabla cudndo es tarfa en sazén; para cortarla, sin ruido, con el filoso cuchillo. Y seguir asi, disfrutando en el silencio de aquello que no era trabajo sino adivi- nacién y conocimiento, Luego, sigilosa, la clati- dad iba asomandose, hasta que despertaban los pajaros. “Canta un gallo. Campanas y tambores en Ia orilla. Un gtito y otro. Gien pajaros de pronto.” Seguia trajinando de rodillas entre los surcos, acendrando dentro de si las palabras: no habia por qué detenerse, Mientras, sentia en la cara, en la espalda, en 108 Hlancos tranquilos, eémo co- menzaba la respiracion profunda de las huertas que cercaban su parcela. Siempre oscuras y se- cretas, cerradas sobre s{ mismas, las huertas enor- mes empezaban a moverse, Cuando Ia luz era ya demasiado viva, bastaba con levantar un poco a cabeza y los ojos descansaban en Ja mancha oscura que proyectaban los érboles Ya no era hora de cultivar, es hora de vender. Entra a la choza de bambi y paja, fresca siempre bajo el gran mang© que ha dejado en medio de su sembradio, desayuna alguna cosa y se prepara. No se da cuenta, quizd porque nunca, nadie, se lo hizo notar, de que se viste igual que en su 13 pais, de que el enorme sombrero cénico que tejid con sus propias manos no es el que usan los hom- bres del pueblo, a excepcién, claro, del resto de los de su raza que viven alli, Carga, cuidando el equilibrio, las dos cestas, tan grandes; arregla Jos mecates, las acomoda en los extremos del lar- go palo que coloca sobre sus hombros y Ievanta el peso como si no Io sintiera. Por el borde del canal que atraviesa Ja huerta, y luego derecho por la avenida polvosa que hay entre los frutales va trotando uniformemente. Pasa por enfrente de Ia casa-hacienda y saluda a los que andan por los jardines, por los patios, sin alterar el ritmo de sus saltitos de pajaro. Desde que esta cerca de las primeras casas, sin levantar demasiado la voz, comienza a anunciarse, —Valutla, valula, Sabe que se dice “verdura”, pero no lo puede pronunciar. Hay tantas cosas que quisiera decir, que ha intentado decir, pero remancié a ello porque suenan ridiculas, él las oye ridiculas en su tartajeo de nifio que todavia no sabe hablar. Sélo don Hernén... Pero con los otros no insis- te, comprende que si uno no se explica los otros piensan que es indtil responderle, hablarle, por- gue sienten que no entiende, que su imposibi- lidad de expresin correcta es indicio seguro de imposibilidad de comprensién verdadera. No te- nfa rencor ni se azoraba, lo sabia desde que era un nifio: “Si no conocemos el valor de Jas pala- 14 ‘bras de los hombres, no 10s conocemos a ellos.” Y "des un hombre, aunque esté viejo, aunque por la lorpeza inexplicable de su paladar, de su lengua, se resigna a los tratos més simples y los demés no Jo ven como realmente es. Lo quieren, si, le piden y le hacen favores, pero no hablan con el como entre ellos, aunque algunos sean tan tontos. =|Manuell {Traes calabacita? =|Manuelt Desde cuando se Hama ast? ¢Cudntos afios tie- ne en este pueblo? gCudntos afios hace que naci6? All, en cl fondo, esté su verdadero nombre, pero no se Jo ha dicho a nadie. Ni siquiera en secreto, al ofdo, hace muchos afios, a Lu. ‘Termina pronto de vender y vuelve a trabajar. Al fondo esté el cuadro de las adormideras. Hermoso de ver como ninguno. Piensa en el in- glés, en De Quincey, cuyas palabras ha copiado, que nunca las vio en su esplendor aéreo, Ile- nando el aire con su fragil encanto. Es febrero, en marzo tendri que trabajar su cosecha perso- nal de opio, pero tampoco es trabajo: le produce placer, un intenso placer. Mientras las cultiva, Jas mira y escucha los susurros de corolas apre- tadas. Corta ua capullo, —"No me avergitenza, a mis afios, ponerme una [Hor en el pelo. La avergonzada es Ja flor coronando Ia cabeza [de un vie} En marzo coseché las amapolas dobles, triples, ue Ia gente compraba con avider, Pero guardd i reserva, y comenzé a destilar el espeso jugo del ~ corazin de las flores. Todos los afios hacia eso, y lo guardaba secre- tamente para las noches de luna, algunas de so- edad, o cuando iba a conversar, pausadamente, con los suyos. En mayo, cuando el sol deslumbra, hace sudar, pero todavia no agobia ni adormece, Iegaron ellos. Sus tres hijos y un extrafio en el camién fuer te y moderno de Ruperto: Estos jévenes vienen a teclamar su herencia, su derecho sobre sus tierras No escuché més, No quiso escuchar més Mird a sus hijos altos, Ficros, extrafios. EL sabia que las ticrras eran de don Hermin, quien se las habia dado para que las cultivara, para que en el pueblo hubiera verduras, flores, y que don Herndn no iba a dejarse quitar ni un terrén de esas tierras, Pero no se trataba de e:0. Esper6 a la noche, Comenzé a fumar su larga pipa, lentamente. No habia prisa, Cuando juzgé que estaba cerca del paraiso, prendid fuego a su choza de bambu, se tendié en su cama y siguid fumando. 2 DE LA TARDE A Inés Segovia Esperaba el camién en Ja esquina de siempre. Mirando los edificios mugrientos, la gente des- esperada que se golpea y se insulta, el acoso de los autos, se vio solo y el hambre que sentia se transformé en rabia, Pensé en lo que tardaria ‘aun en Iegar a su casa, por culpa de todos aque- llos idiotas que se atravesaban por todas partes y no dejaban lugar en el camién que él necesitaba tomar. Tuvo, como siempre, el deseo preciso de volverse y romperle la cara al que fuera pasan- do: era un dia igual a todos, las 2 de la tarde de un dia cualquiera. Hacfa un buen rato que estaba alli parado, sintiendo arder el pavimento a través de las sue- Jas gastadas de sus zapatos, cuando Hegé 1a mu- chacha. La revisé como a todas las mujeres, del tobillo al cuello, con procaz aburrimiento. No era su tipo. EI calor, el vaho sofocante de los millones de cuerpos apretujados, el cemento requemado sial menos pudiera quitarse el saco; se abanicé con el periédico doblado. Maldito camién que no llegaba nunca. No, ni fijandose mucho; bo- nita podria ser, pero alta, y le faltaba gordura 17 donde las mujeres deben de tenerla: a él le gus- taba que por delante y por detrds se vieran bien pesadas, que se sinticra que casi se les cafan y que no quedaba otro remedio que meter la mano para ayudarlas, pobrecitas, Cas{ se rio. Volted buscando un ejemplo de lo que pensaba, casi deseaba, pero en ese momento no habia en la parada mas mujer que la muchacha; si, a lo lejos estaban dos vendedoras de tacos, gordas, enveje- cidas y con cares colgantes que retemblaban a los mds pequefios movimientos, Le hubiera gus- tado ensefidrselas a la muchacha y hacerle ver que eran mas deseables que ella, pero, Ja mucha- cha miraba tanquila a la gente sin_prestarle atencién a él, y na estaba impaciente ni siquiera acalorada. Silvio se apoyé en el arbotante y Ja observé de una manera ostensible, con el mayor descaro y la sonrisa més burlona que pudo com- poner, pero ella parecié no sentir los ojos exper: tos caminar sobre su cuerpo. Eso lo enfurecié. El camién se acercaba. Por lo menos quince personas pretendian abordarlo. El cochino del chofer lo paré a media calle, justo en medio de la doble fila de coches, bien lejos de donde estaban os que esperaban, pero ellos, como locos, se me- Wan entre los autos y corrfan a treparse. Sdlo que pudieran ir pegados por las patas como las moscas.. Fstaban posefdos de esa furia que Silvio conocia tan bien y lo molestaba tanto porque la sabia intitil; se ;empujaban como si no pudieran darse 18 lenta de que el camién venta repleto, Pero bue- 10, si se trataba de empujar, a darle, a meterse mntre los bocinazos y las maldiciones, porque si, “para nada, porque eso hacen los demis. Ahora todos apelmazados frente a Ja puerta certada, gol- “pedndola inftilmente con las manos, insultando al chofer a gritos, a sabiendas de que no abrirla. La muchacha habia quedado muy cerca de él; se arrimé a ella con disimulo y le pas6 Ia mano a Jo largo del muslo, Un muslo curvo, duro, una carne extrafia: un contacto que no le decfa nada de la otra persona ni de sf mismo, Ella lo miré a Ja-cara y él le sonrid con una sonrisa podrida. —Completo —dijo con una mascara de inocen- ia que a él mismo le parecid asquerosa. Se encendié Ia luz verde y los carros grufieron Habia que dejar en paz el camién, amenazantes. y volvieron a sus lugares en la banqueta con una fidelidad cansada Entonces se dio cuenta de que ella lo observa- ba y mentalmente fue repasando su aspecto: tra- je azul marino, la camisa blanca un poco sucia, la corbata de flores, los zapatos negros con ta- cones gastados, y Jos calcetines a rayas rojas, azu- les, verdes, amarillas, Sintié vergiienza como si estuviera desnudo. Se habfa visto con aquellos ojos ajenos, serenos, diferentes. Enrojecié y se volvié de espaldas a ella. Estuvo un rato mirando pasar los coches, em- bebido en su rencor, Era un hombre pobre, segu- 19 ramente no le habria parecido bien por eso, pero era mucho mejor que los sefioritingos que iban al Departamento a sacar Ia licencia de mancjar, tan alicusados, tan cucos, maricas todos, y que con toda seguridad le gustarfan a esa tonta que no era siquiera una mujer deseable. No debia de ser rica, pero todas las muchachas que no pare: cen gatas, y las que lo parecen también, quieren pescar un millonario, ir al Departamento a sacar una licencia que no sabe uno cémo les dan, pues no se ha visto nunca nj una sola que sepa estacio- narse, y luego andan muy orondas atropellando cristianos, Hubo un momento en que sintié que Je ardian los ojos y se le contraia el esémago, y no supo si era de cansancio y de hambre 0 de rabia. Tendria que demostrarle de algtin modo que no le importaba lo que ella pensara, Si él llegaba a ser jefe del Departamento, aunque no fuera militar (las cosas tienen que cambiar al- gua vez) probibiria de plano que manejaran las mujeres, jcdmo se iban a ponerl, irian a chillar como ratas frente a Ja puerta de su despacho, y él nada més voltearia y las miraria un momento por encima del hombro, a través del vidrio, como el chofer del camién, y se volveria muy tran- quilo a seguir firmando acuerdos, oficios, permi- sos, multas, pero a ésta cuando Megara le dari muy amable una oportunidad tinica, y personal- mente la someteria a la prueba: reversa, fijese cn esa sefial, estaciénese, ni sordic Cuando terminamos los pasteles, me dijo: —Traigo cn el coche un libro que te Deberiamos volver a leerlo juntos, pero no aqu desde Inego. ¢Tendrias tiempo para buscar sitio mejor? —Bueno... Marcos, si no tienes imaginaciés No vamos a buscar nada, vamos a ir derecho a bosque de Chapultepec, por el lado del cerro nos vamos a tirar en el pasto a leerlo. (Qué lie bro es? =Tii que todo lo adivinas deberfas saberlo. —No me lo imagino, jhay tantos! —gTantos que te gustan? Este es de los que més, Lo traigo siempre conmigo por ti... —ese per- ceptible enronquecimiento de la vox de Marcos 154 volvié a turbarme, como cuando cra muy joven. —iNo das? Pues fastidiate. Todo sucedié como yo lo habia predicho, pero cuando Marcos, tirado en el pasto junto a mf, como un adolescente, empez6 a leer, senti que una felicidad perdida y recobrada me inundaba y, dulcemence, sin sollozos, las I4grimas resbala- ron por mis sienes. ‘jai réve dans Ja grotte od nage la Sirene et jai deux fois vainqueur traversé V’Aché- [ron Se incorpord un poco y me besé en los ojos. Sent{ la presién de su pecho contra el mio. La tierra debajo de m{ se suavizé blandamente, y cuando él me bes6 en la boca, yo no queria ya otra cosa que abandonarme sin pensamientos al aguijoneante bienestar de mi carne resucitada. —Vamonos —dijo. Y yo comprendi sin rebelarme: la vida era sim- ple y Iuminosa. Fuimos a su departamento. Horas después, mientras yo decla en el teléfo- no: “que me quedé a comer en el centro”, vi la contraccién de despecho doloroso en las facciones de Marcos. Cuando colgué, vino hacia mi y to- mandome de la cintura me condujo hasta el soft. _Siempre te he esperado, lo has visto, pero no querfa que las cosas sucedieran ast, Ti no eres para esto, Paula... no podrias... ni yo tam- poco, No soporto que hables por teléfono de esa 155 manera, que mientas —me solté y se separd poco de mf-. Te veo ahora aqui, con mi } puesta y me parece natural; pero cuando te no puedo creer que seas Ja misma, la misma ¢ hace un momento desnuda y en mis brazos Eres mfa, mia, eso se sabe en un momento pero no puedes luego levantarte y decir frfame te es0 que has dicho, no te corresponde. —Puedo porque estoy contaminada, porque otra, —No, no quiero que seas otra mas que la mf la que yo conozco. —fsa no existe ya. Mirame ahora, La plenitun del deseo y del placer me han dado una realida que no he tenido nunca, pero por eso precisa: mente soy duefia en este momento de toda mi historia, He Hegado a una realizacién y eso ¢5 como Megar a una cima desde Ja que se ve mejor y se ve todo, No soy la nifia que conociste, y aho- ra, aunque sea feliz, soy culpable. Somos aman- tes y complices... y me gusta que sea asi. —No te entiendo, lo que veo es que de pronto has cambiado y que me hablas, no a mi sino a otro... a él... [Te estas vengando de dll —Tii dijiste que esto era el amor zte acuerdas? Cuando lo dijiste, acaricidndome, encendido y delirante, no pensaste que pudiera haber alguien mds que nosotros en esa habitacién, no sentiste venganza alguna, gpor qué ahora la sientes? Estaba abatido y me miraba con una profun- 136 da, insondable tristeza. _Porque me hablas fria, despiadadamente, co- ‘mo un tritnfador a su enemigo, y yo no soy tu enemigo, Paula. No, es verdad, Gracias por Jo que me has dado, Marcos, nadie me ha dado tanto, nunca, y no volveré a tenerlo, Me vesti répidamente y sali después de be- sarlo como a un amigo. Hice con él lo que Is- mael conmigo, pero mi duefio no era Marcos, y asi, con toda conciencia, aquella tarde volv4 ami casa sin remordimiento ni nostalgias, a espe- rar y a sulrir al hombre de mi vida, al enemigo amado. 157 INDICE Las palabras silenciosas 2 de la tarde . Los i Las muertes . Orfandad . Apunte gético. inocentes . Rio subterraneo . Afio nuevo En Londres . En la sombra - Las mariposas nocturnas. Atrapada

También podría gustarte