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El feminismo y la 4T

Jenny Acosta
Durante el periodo de campaña y el previo a que tomara protesta como presidente, el
licenciado Andrés Manuel López Obrador, dejó en claro que una característica que
distinguiría a su administración de las pasadas sería el lugar que la mujer mexicana
ocuparía en el mismo. Al principio parecía que la promesa se cumpliría: se contaba con el
antecedente de que al término de su periodo como Jefe de Gobierno su gabinete estuvo
conformado por ocho mujeres y ocho hombres; además, se promocionó por todos lados que
muchos secretarios que lo acompañarían como presidente de la República serían mujeres,
en una proporción mayor que la presentada en sexenios pasados, sin mencionar que se
promovió a la primera Secretaria de Gobernación en la historia del país. La paridad de
género en los puestos de gobierno puede considerarse como un paso importante en la
construcción de una sociedad distinta para las mujeres, sin embargo, no es el principal
índice para medir los avances en dicho terreno, pues contar con mujeres encargadas de
dirigir las políticas públicas no es garantía de que tales políticas estarán encaminadas al
bienestar femenil. Así que buscar vender la idea de que se está con las mujeres en su lucha
por una sociedad justa a partir de que se trabaja con más mujeres, es dejar el problema en
un nivel superficial.
El pequeño impulso que las mujeres recibieron en los primeros meses de su gobierno acabó
pronto. El cierre al programa “Estancias Infantiles para Apoyar a Madres Trabajadoras”
dejó entrever que las mujeres no serían, en los hechos, tan apoyadas como se había
pensado. Una condición fundamental para que las mujeres tengan una participación activa,
visible y profunda en una sociedad, es que no tengan que limitar sus capacidades al cuidado
de los hijos y el hogar, por eso, las guarderías financiadas principalmente con recursos
públicos eran un pequeño paso hacia el camino de la liberación femenina, no el más
importante, cierto, pero sí uno fundamental, sobre todo si se piensa en las mujeres de las
clases bajas que no pueden costear una institución privada pero necesitan salir todos los
días al trabajo para aportar al sustento familiar. 310,968 madres y padres fueron
beneficiados con este programa, una cifra nada despreciable que pudo haber aumentado —
y mejorado la calidad en el servicio— si el combate a la corrupción no se entendiera como
combate a todo lo creado anteriormente.
A pesar de esta acción, el discurso del presidente seguía siendo de apoyo a la mujer.
Frecuentemente se escuchaba, y se escucha, en sus discursos que las madres son las que
deben recibir el recurso de las transferencias monetarias directas, que ellas son las que
deben decidir en qué se gasta, es decir, se apostaba a que la dirección familiar estuviera en
manos de la madre. Este tipo de propuestas, en el nivel manejado por el Lic. López
Obrador, suenan muy prometedoras, pero son poco reales además de que buscan ganar el
apoyo de las mujeres a partir de discursos, pero sin hechos.
Pocos son los atrevidos que sostienen que la sociedad mexicana no es machista, que
hombres y mujeres reciben igual justicia por los mismos crímenes e iguales salarios por los
mismos trabajos, que los feminicidios no son tales sino simples asesinatos, que la mujer no
ha sido un ser que sufre con más fuerza los horrores de la sociedad capitalista. En este
contexto de vejaciones al sexo femenino, parece muy novedoso y revolucionario exigir que
sea la mujer quien lleve las riendas de la casa, mimetizando épocas antiguas en las que las
mujeres, por las condiciones de organización y reproducción de la sociedad, eran las que
tenían el papel guía en la familia. Es cierto que las condiciones económicas y sociales de
nuestro tiempo permiten, y exigen, que la mujer tenga un rol tan decisivo como el del
hombre en los problemas que se presentan en todos los niveles de la sociedad, pero eso no
significa que por el simple hecho de ser mujer deba tener un trato especial, se le tenga que
otorga la venia gubernamental para ser jefa de cuanto la rodea. Se olvida que las mujeres
también necesitan un proceso de reeducación que no les es innecesario por ser mujeres.
Vendernos la idea de que somos buenas, honestas, y mejores líderes sólo por ser mujeres,
es buscar ganar nuestro apoyo de forma falsa, continuando con el mismo ciclo de
machismo, aunque eso sí, cambiando el protagonista.
Los hechos continuaron, y continúan, desmintiendo la política feminista de la 4T: 2019 y
2020 fueron años especialmente violentos para las mujeres. En la Ciudad de México, uno
de los principales bastiones morenistas, de 2018 a 2019 se registró un aumento en los
feminicidios del 58.90%, según datos proporcionados por el Observatorio de la Ciudad de
México. Durante 2019 se registraron 976 presuntos delitos de feminicidio en el país, de
acuerdo con lo mencionado por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de
Seguridad Pública. 2020 no pinta para mejorar en este sentido, pues en los casi dos meses
transcurridos, se han registrado cerca de 265 feminicidios, ¡cinco o seis feminicidios al día!
Estas cifras por sí solas son alarmantes, pero no reflejan un aspecto alarmante del
problema: se calcula que 20 de estos asesinatos fueron cometidos contra niñas menores de
14 años; los feminicidios no sólo llegan a las adultas, no respetan edad.
Los argumentos que pretenden echar toda la culpa de la situación a la figura presidencial
cometen un error. Ningún fenómeno social puede ser entendido por generación espontánea,
todos los problemas con que nos enfrentamos ahora son resultado de un desarrollo de estos
que no comenzó con el gobierno de López Obrador. Lo mismo pasa con la violencia de
género y para observarlo podemos remitirnos al incremento que ésta sufrió entre 2015 y
2018, 57%. Por esto el presidente y sus defensores tienen cierta razón cuando dicen que
esta situación no es culpa del presidente. Sin embargo, sí es su culpa. Cuando algún
ciudadano compite por el poder político del país, los votantes esperan que tenga un plan de
acción concreto para reducir, y eliminar, los principales problemas de la agenda política.
Concursar sin tener esto mínimamente resuelto es irresponsable. Pero cuando se gana el
poder político y no se tiene claridad, ni se ve una mínima intención por comenzar a trabajar
en tal problema, ya no sólo se habla de irresponsabilidad, también se considera el cinismo,
la despreocupación, el utopismo y, en el caso del presidente en turno, un egoísmo enorme.
Los casos desgarradores de violencia de género presentados a inicio de 2020 provocaron
que la opinión pública comenzara a exigir del presidente un plan de acción concreto,
¡CONCRETO!, repito, para frenar esta situación, pero la respuesta que se obtuvo no fue, ni
de cerca, la que se esperaba. El lugar de los hechos lo ocuparon las promesas y las
abstracciones. López Obrador dijo que las causas de los feminicidios sólo serían eliminadas
cuando se tuviera la Constitución Moral —que es, a los ojos del presidente, el bálsamo de
Fierabrás, curador de todos los males del país—, que por eso su equipo ya estaba
trabajando en ella, que había que sacarla a la voz de ya. Pero esta respuesta fue sensata si se
la compara con la dada en el contexto del asesinato de Ingrid Escamilla: “No queremos que
este asesinato sea una cortina de humo para ocultar lo verdaderamente importante, la rifa
del avión presidencial”, como si esta última no pudiera ser acusada exactamente de lo
mismo.
Para eliminar no sólo la violencia de género, sino cualquier situación de injusticia a la
mujer ocasionada por su género es necesario hacer un cambio en la forma social de
concebirlas, sí se necesita de una educación, moral y perspectiva diferentes, pero éstas no
son suficientes. Los pensamientos no surgen de la nada ni tienen una existencia
independiente, más bien tienen su origen en una serie de condiciones materiales, a las que
ayudan a mantenerse o eliminarse. Las causas del machismo no son morales, ahí se
equivoca el presidente, surgen de todo un proceso histórico real, concreto, social,
económico que lo han sustentado y necesitado, por eso, para eliminarlo, se tienen que trazar
acciones concretas que lo ataquen de raíz, se debería replantear toda la acción del aparato
social, no sólo su pensar. La sociedad increpa a Andrés Manuel López Obrador, le exige
acciones materiales —valga la redundancia— que permitan se dé ese cambio de perspectiva
mencionado en las mañaneras. Le demanda, también, que se dé cuenta de que no todo gira
a su alrededor, de que las cifras alarmantes sobre diversos problemas que son para él
ataques a su persona y su “revolución” no son inventos de la oposición moralmente
derrotada, sino un reflejo de una realidad que aqueja a todos los mexicanos, sin distinción
de partido, pero, principalmente, a los sectores más pobres y desprotegidos del país.
Uno esperaría que las manifestaciones —que aumentan en violencia conforme la situación,
cada vez más insostenible, se apodera de la acción inmediata de las masas, en este caso
mujeres— de las compañeras feministas cimbraran Palacio Nacional y nuestro presidente
recapacitara, sin embargo, no ha sido así. Menos de una semana transcurrió entre el
asesinato impío de Fátima (que permitió el despliegue de la ineficiencia de las autoridades
para resolver el crimen y de nula astucia política para detener la mala reputación que el
gobierno ha ganado) y el cese de atención gratuita por parte de Fucam —institución que se
dedica a tratar el cáncer de mama y que, al contar con recursos federales, brindaba atención
gratuita a cerca de 8 mil 300 enfermas, quienes ahora deberán buscar atención en los
hospitales públicos, respaldadas por un Insabi ineficiente— a las mujeres que necesitan de
sus servicios. No parece, por tanto, que haya intenciones de cambiar la política mantenida
hasta ahora.
La realidad nos apunta a que la justicia que las mujeres mexicanas hemos pedido, a gritos o
a susurros, a lo largo de la historia de la propiedad privada, no nos vendrá otorgada por la
4T, debe venir de nosotras mismas, pero no producto de la inmediatez, de la acción
individual, sino de la organización constante, con objetivos definidos, que nos permita que
nuestro movimiento sea apoyado por la sociedad, y que además, no olvide que nosotras no
somos las únicas marginadas por el capitalismo. Nuestra liberación está en franca
dependencia de la liberación de toda la humanidad, de nuestras hermanas y hermanos de
clase. Por ellos luchemos también.

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