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San Luis
San Luis
Ya amanecía.
Toda la tropa, hasta ese momento dispersa y perpleja, por años, miró hacia la loma 1. Y
debajo del eucalipto lo vio. Lo reconoció por sus cejas y les confirmó su presencia el
poncho colorado, volando al viento. En su derecha empuñaba una tacuara en cuya
extremidad flameaba un banderín, que se confundía con el cielo.
Descendió en su zaino criollo, zigzagueando, suavemente.
Los últimos rumores de nuestras discusiones se acallaron. Una expectativa profunda
embargó los corazones.
Se colocó frente a todos. Inmediata y automáticamente nos ordenamos. Nadie se
atrevió a preguntarle quien era. Lo sabíamos bien.
- ¡Guerreros!...
Su voz era clara, potente y cálida. Sentí, sentimos, que una oleada de seguridad se
apoderaba de nosotros.
- Cada creatura, en el universo mundo, fue llamada por Dios para algo… El agua
para la vida, los animales para servir, los árboles para la luz, las estrellas para
brillar. Nosotros, los descendientes de Kruk y Tortolo… ¡nosotros, para luchar!
¡Para guerrear!…¡Esa fue y será nuestra vocación!
Al decir esto blandió en alto la tacuara.
- ¡La tacuara es nuestra vocación!…¡Con ella se abrió el flanco del Rey!...¡Con ella
el corazón de nuestra Reina!... ¡Con ella las puertas del Reino!...¡Con ella se
debe abrir a los enemigos del Reino!
Sin darme cuenta se me escaparon unos lagrimones. Me parecía increíble lo que estaba
viendo, lo que estaba escuchando…lo que estaba ocurriendo. Me golpeé el muslo con el
escudo para confirmarlo.
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Yo lo hice sin querer. Fue una especie de fuerza interior que nos obligó a todos a dejar lo que nos
ocupaba y a mirar hacia ese punto.
- Ya sabéis lo que ha acaecido: el último castillo, el castillo vecino, el de las
sierras de la Punta de los venados ha caído… Y sabéis que desde hace años han
ido cayendo, unos tras otros, los demás castillos a lo largo y a lo ancho de
nuestra bendita tierra…Y ya sabéis lo que hace mucho deberías saber y jamás
haberlo olvidado: ¡ahora vendrán por nosotros!...¡Sí, guerreros, vendrán por
nosotros!
Me giré para cerciorarme aún más de que todo aquello era verdad. Un brillo de
emoción contenida nublaba los ojos de todos.
- ¡Ha llegado el día de la sangre! ¡Ha llegado el día del choque frontal! ¡Ha llegado
el día en que se estremecerán las entrañas de la tierra! ¡En que gemirán las
páginas de la historia! En que el sol se oscurecerá y la luna perderá su brillo. En
que la tiniebla y el humo oprimirán las almas y los ojos. ¡Ha llegado el día de la
venganza!... ¡Ha llegado el día nuestro! ¡Guerreros!… ¡despertemos nuestra ira,
avivemos nuestra bronca, hagamos erupcionar nuestra cólera hasta que cubra
los cerros!
Sentía que la tensión potente de nuestra respiración era una sola.
- Que quede esto bien claro a todos: solo se nos invita a guerrear… ¡pero el que no
lo haga será considerado felón eterno!…
La tropa soltó una estruendosa carcajada.
Él se quedó en silencio, nuevamente, mientras movía el mentón hacia adelante como
animando a preguntar lo necesario.
- Pero si mañana…
Dijo uno de los que desde hacía tiempo nos precedía y estaba en primera fila.
- Entonces…¿vamos a la guerra?
La respuesta fue un clamor que estremeció el aire.
- ¡Sí, jefe!
Nuevamente vitoreó.
- Entonces…¿vamos a la sangre?
La respuesta fue otro clamor que estremeció la tierra.
- ¡Sí, jefe!
Su voz tronó en la claridad de la mañana.
- Entonces…¡Vamos a la muerte!
Cada pecho fue el eco de un trueno transformado en huracán.
- ¡Sí, Jefe!...¡A la muerte!
La tropa y él era ya una sola alma.
Y, entonces, en un segundo, se volvió a dibujar su pícara sonrisa y nos convidó.
- Recuerden: ¡a más cabezas cortadas… más brillo de gloria en las espadas!
Reímos a pleno pulmón como no lo hacíamos desde hacía muchos años.
Inmediatamente, en un movimiento preciso, levantó su caballo en dos patas lo giró
hacia la llanura y enarbolando la tacuara frente a la oscuridad que crecía rugió.
- Por Tortolo…por Kruk…por nuestros padres…
E inició un galope tendido tacuara en ristre…
El zaino brioso, el poncho flameando, el sol en lo alto, la tropa alocada y la sangre
pletórica pulsando en el pecho… ¡Ah!, detrás de él…detrás de él…¡Qué otra cosa más se
podía soñar!
Lo que vino después ya no lo recuerdo. Solo sé que éramos un solo un río. Un río
desatado. Un río de furia, de coraje, de gozo, de gloria…
En medio de estruendo de potros, de lanzas, de boleadoras, de sangre y tierra me subió,
súbitamente, desde la raíz del alma, esta oración: ¡gracias, Señor, gracias por haberme
elegido!