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ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE UN BUEN CUENTO

Enrique Jaramillo

Un buen cuento propicia un momento intenso, singular, privilegiado, que no se da en otras


circunstancias, y que se expande de manera tal que provoca una apertura, una revelación, una
breve toma de conciencia sobre algo, una misteriosa sabiduría antes inexistente.

Un buen cuento implica, por lo general, una singular mezcla de emotividad condensada, ingenio,
dominio del lenguaje, depurado oficio narrativo y un manejo diestro de determinadas técnicas
que facilitan el logro de los efectos buscados en el lector.

Un buen cuento es mucho más que simplemente la habilidad para contar una historia --mucho
menos una simple anécdota--, por más interesante que puedan ser; a menudo es más importante
el saber contarla que lo que se cuenta, ya que el ordenamiento de las escenas, la selección del
tono, la capacidad de crear una cierta ambientación o atmósfera cuando el contexto en que
ocurren los hechos es importante, contribuyen significativamente a que esa historia sea no sólo
creíble sino, además, más amena y diversificada en sus facetas y composición.

Un buen cuento suele reconocerse en su estilo tanto como en su contenido, porque ambos se
funden para volverse inseparables cuando la historia va siendo contada de una manera óptima. Y
gran parte de su interés estriba en haber sabido escoger a un narrador (o a varios) adecuado, ya
que su muy particular punto de vista, su forma de relatar, su escogencia de determinados hechos
y detalles y no de otros, resulta fundamental para la comprensión del cuento.

 Un buen cuento captura la atención del lector desde la primera línea, se consolida mediante el
logro de un primer párrafo de sólida raigambre y perspectivas de desarrollo anecdótico, y
continúa actuando sobre su curiosidad a lo largo de todo el texto sin digresiones innecesarias,
sin dejar de apuntar su flecha narrativa hacia el blanco que espera, a menudo agazapado, al final
de la historia. El cuentista que pierde a su lector tras ese primer párrafo difícilmente lo recupera
ya. De tal manera que es preciso abrir el cuento con maestría y saberlo conducir diestramente
por el camino trazado por el autor hasta desembocar en el final. Sin embargo, no existe ninguna
fórmula mágica acerca de cómo hacerlo. Sólo la experiencia y el talento natural del escritor
permiten que la lectura de un cuento se convierta, a su vez, en una experiencia gratificante,
independientemente del tema y del estilo empleados.

En términos generales, un buen cuento entraña la narración de acontecimientos –de la índole que
sea— interesantes, en la medida en que el lector pueda identificarse, para bien o para mal, con lo
narrado. Y esto a veces viene por el lado de los hechos mismos, pero otras por el lado del
personaje (uno solo o varios): su forma de ser, de actuar, de reaccionar, de pensar, de estar en el
mundo que le toca vivir. En todo caso, por supuesto, debe haber una cierta densidad, substancia,
singularidad y desafío tanto en los hechos narrados como en la personalidad o conducta de los
personajes. En ese sentido, no importa si se trata del relato de un instante o si la historia, por su
complejidad y continuidad de contenidos, tiende a ser extensa; lo que realmente importa es que
el cuento sea capaz de crear en el lector una suerte de empatía con respecto a lo narrado. Y esto
sólo puede ocurrir cuando un cuentista diestro le hinca el diente a una historia o a un personaje
cuya materia prima destile las alegrías, temores, éxitos y fracasos propios de la vida misma, pero
haciéndolo de manera original –y por tanto inesperada–, y sin embargo convincente.

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