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La fuerza de tu abrazo
La frase final, la pronunció Juan con una sonrisa en los labios. Patricia sintió como el
estomago le daba un vuelco. A ella no le sonreía así.
- Supones mal, no se porque piensas eso, Patricia. Y dentro de unas horas será nuestra
casa. Es persona de mi confianza y vivirá aquí.
- ¡Esto es demasiado! ¡Primero casarnos de esta manera, después alguien intenta matarme
y traes a tu amante a mi casa! ¡Es mi casa y no quiero que venga aquí, nunca!
- El amor no existe, corazón. El amor existe en los libros, es locura de poetas y sueño de
mujeres, Patricia. Escucha, en la carta que me dejó mi padre me dice que en cinco años
podemos separarnos. Lo haremos, pasado ese tiempo cada uno seguirá su camino. Hasta
entonces seamos civilizados, seamos amigos al menos.
- Las tierras, Patricia. Las tierras, estoy empezando a comprender el motivo de esta boda.
Los dos nos protegemos mutuamente. Alguien habla de bolsas de gas enormes en estas
tierras, alguien está comprando toda la tierra que puede. Si tienes una cantidad inferior a
cierta cifra puede que el gobierno nos obligase a vender. Uniendo los fundos somos fuertes,
eso puede ser el motivo de todo. Escúchame, Patricia. Hemos comenzado mal todo esto. Te
prometo que no te obligaré a nada. Tan sólo te pido que me ayudes con el trabajo durante
un tiempo, después vete a Santiago o a donde quieras. Sólo un tiempo juntos, Patricia y
saldremos del embrollo.
"En el más verde de nuestros valles, habitado por los ángeles buenos, antaño
un bello y majestuoso palacio -un radiante palacio-alzaba su frente. En los
dominios del rey Pensamiento, allí se elevaba. Jamás un serafín desplegó el
ala sobre un edificio la mitad de bello. Banderas amarillas, gloriosas doradas
sobre su remate flotaban y ondeaban (esto, todo esto, sucedía hace mucho,
muchísimo tiempo); y a cada suave brisa que retozaba en aquellos gratos días,
a lo largo de los muros pálidos y empenachados se elevaba un aroma alado.
Los que vagaban por ese alegre valle, a través de dos ventanas iluminadas,
veían espíritus moviéndose musicalmente a los sones de un laúd bien
templado, en torno a un trono donde, sentado (porfirogénito) con un fausto
digno de su gloria, aparecía el señor del reino. Y refulgente de perlas y rubíes
era la puerta del bello palacio por la que salía a oleadas, a oleadas, a oleadas
y centelleaba sin cesar, una turba de Ecos cuya grata misión era sólo cantar,
con voces de magnífica belleza, el talento y el saber de su rey.”