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Configuración de la identidad sorda en la poesía signada de Stella Maris

Farfán

La poesía en lengua de señas ha sido marginada debido a los prejuicios


lingüísticos en torno a la misma. De esta manera, resulta necesario analizar la
reflexión que desarrolla Stella Maris Farfán en su obra respecto a la sordera y la
función social de la poesía. La hipótesis que se intentará demostrar es que Stella
Maris Farfán configura en su poesía la identidad sorda como miembro de una
comunidad lingüística, por lo que dicha identidad va más allá del uso de la lengua
de señas, ya que desarrolla su experiencia en el mundo. El objetivo, por lo tanto,
será demostrar que la función de su poesía es configurar la identidad sorda como
miembro de una comunidad lingüística y no como una discapacidad. Por lo
anterior, se analizarán 3 poemas de Stella Maris Farfán en lengua de señas
argentina (LSA), traducidos al español: “Si no hubiera sordos”, “Rotundamente no”
y “Meditando”, a través del concepto de comunidad lingüística. Asimismo, se
analizará el lenguaje metafórico que se presenta en el corpus para describir cómo
se lleva a cabo la configuración de la identidad.

Marco teórico:

A lo largo de la historia, se ha visualizado la sordera a través de dos


conceptualizaciones mutuamente excluyentes; en la primera, el sordo posee una
deficiencia auditiva; en la segunda, el sordo es parte de una minoría lingüística. En
consecuencia, como señala Pérez (2014) en relación a la sordera como una
discapacidad, se ha intentado normalizar al sordo a través de un “modelo médico
rehabilitador”, cuyas características son las siguientes:

a) Las causas que justifican la discapacidad son científicas en términos de


salud o enfermedad; b) el objetivo es rehabilitar o normalizar a las personas con
discapacidad; c) este modelo se basa, entre otros, en los procesos de
institucionalización, medicación y educación especial; d) se establece una
actitud paternalista, centrada en los déficits de las personas que —se considera
— tienen menos valor que el resto —las válidas o capaces—. (Palacios, págs. 64-67,
2008, citado en Pérez, 2014, pág. 269)

En este modelo, el sordo es definido como un enfermo o un discapacitado, que


debe ser rehabilitado a través del oralismo, es decir, la enseñanza del habla.
Esta perspectiva, además, es desahuciante, puesto que la sordera se convierte
en un limitante para el desarrollo en diversos ámbitos. Al respecto, Rey (2008,
citado en Agurto, 2014, pág. 3) señala que:

Los profesionales de la salud y los educadores oralistas, sostienen que la


falta de habla implica falta de lenguaje y, como consecuencia, un desarrollo
cognitivo deficiente. Plantean una dependencia lineal entre eficiencia oral y
acceso al pensamiento. Todo retraso está “naturalmente” originado por la
deficiencia auditiva; se atribuye a factores etiológicos del déficit auditivo,
consecuencias de orden social.

Este discurso normalizador afecta la identidad de las personas sordas, puesto que
si se adopta esta concepción médica no se reconocen los aspectos culturales y
lingüísticos de la sordera (Pérez, 2014). Además, al construir la imagen social del
sordo como una persona anormal, se restringe su desarrollo educativo y, por lo
tanto, social. En este sentido, se abandona la lengua de señas puesto que no se
considera un sistema lingüístico, al limitar los procesos de abstracción y
generalización e impedir el aprendizaje de la lengua oral. (Pérez, 2014)

En contraposición, surge, “el modelo social de la discapacidad”, el cual señala que


el sujeto sordo, en realidad, es parte de una comunidad lingüística minoritaria.
Como menciona Pérez (2014, pág. 270): “forman un colectivo, con una identidad
específica, que requiere una protección adecuada como unas reivindicaciones
propias de las políticas de identidad” De esta manera, posee su propia lengua, la
lengua de señas, que permite una concepción particular del mundo.

No obstante, como mencionan Massone, Curiel y Vera (2014, pág. 53):

Los científicos sociales han definido a los grupos sordos como “subcultura”,
“grupo étnico”, grupo de experiencia, comunidad, y siempre han enfatizado
como fuerza cohesiva del grupo el uso de la lengua de señas, es decir,
como característica intragrupal. Pero el hecho de haberse constituido en un
grupo social con fines comunes es mucho más complejo que el simple uso
de una lengua en común.

En este sentido, la comunidad sorda simboliza y estructura su mundo a través de


las significaciones que se derivan de la experiencia, en relación a la visión y el
espacio en que se desarrollan (Massone, 2003, citado en Augurto, 2014). Su
identidad, por lo tanto, no se construye únicamente por poseer una lengua en
común, sino que depende del contexto particular en que se desarrolla el sujeto
sordo. Como mencionan Santana y Bergamo (2005, citado en Augurto, pág. 6):

No existe una identidad exclusiva y única, como la identidad sorda, ya que


la lengua de señas más bien permite a las personas sordas constituirse el
mundo de allá afuera a partir de su propia subjetividad a través de su
lengua y de las implicaciones de esta constitución en sus relaciones
sociales.

De esta manera, las formas en que se conceptualiza socialmente al sordo afectan


también la construcción de su identidad, es decir, “influyen directamente en la
situación y la autopercepción de las personas con dificultades auditivas” (Pérez,
2014, pág. 268). Un ejemplo de lo anterior, es la negación o aprendizaje de la
lengua de señas por parte del sujeto sordo, al identificar su sordera como una
discapacidad o como parte de una comunidad lingüística minoritaria, como se
mencionó anteriormente.

En particular, el concepto de “comunidad” puede resultar problemático puesto que


la comunidad sorda presenta diferencias en sí misma al no existir un contexto
histórico común, transmitido por sus miembros, y presentar, relaciones jerárquicas
en torno a las condiciones sociales y grado de sordera, así como también por la
diversidad de los miembros que componen dicha comunidad (sujetos oyentes,
investigadores, intérpretes, amigos); entre otros factores. No obstante, es posible
configurar un concepto de comunidad sorda y, por ende, de identidad sorda, a
través de la cultura, “lo cual implica formar parte de una red de intercambios
sociales” (Massone et al., 2015, pág. 53).

La cultura, por lo tanto, es, según Thompson (1998, citado en Augurto, 2014, pág.
7):

La acción y el efecto de cultivar simbólicamente la naturaleza interior y


exterior de la especie humana, haciéndola fructificar en complejos sistemas
de signos que organizan, modelan y confieren sentido a la totalidad de las
prácticas sociales. Pero estos procesos simbólicos deben referirse siempre
a contextos históricamente específicos y socialmente estructurados.

En este sentido, una de las formas en que es posible plasmar dichos procesos
simbólicos es la poesía, debido a que, como menciona Robert Langbaum “el
propósito último del poema, su modo de significación, es precisamente el de
transmitir esta aprehensión de vida y transformar conocimiento en experiencia”.
(Citado en Scarano, 2008, pág. 3). El lenguaje poético, por lo tanto, “libera lo
mudo de la experiencia, la redime de su inmediatez o de su olvido y la convierte
en lo comunicable, es decir, lo común” (Sarlo, 2005, Citado en Scarano, 2008,
pág. 5) En consecuencia, es posible una identificación del lector-espectador con el
yo poético puesto que es un reconocimiento de la propia experiencia: lo íntimo se
vuelve público en la poesía del otro. Dicha intimidad, por lo tanto, “presupone
paradójicamente a los otros y conlleva una idea de comunidad implícita”.
(Scarano, 2008, pág. 5)

La poesía, por consiguiente, configura la identidad del sujeto sordo al plasmar en


ella su experiencia del mundo, y, por ende, construir una comunidad, al permitir el
reconocimiento, identificación y apropiación de la misma por otros sujetos sordos:

Existe entonces una dimensión social y colectiva que hace aprehensible


para los demás la proyección discursiva de mi intimidad privada. La
experiencia que escribe la literatura en un registro de mímesis
vivencial no responde pues a una inverificable transposición al
lenguaje de hechos empíricos de un sujeto, que revelarían sus sentimientos
privados e íntimos. (Scarano, 2008, pág. 6)

De este modo, la identificación del sujeto sordo con el yo poético de Stella Maris
Farfán permite construir su identidad, precisamente, como miembro de una
comunidad que comparte una “cultura de la experiencia”, en relación a la sordera.

La argentina Stella Maris Farfán es profesora de artes visuales y artista plástica.


Es, además, autora del poemario El clamor silencioso y fundadora del taller
“Mostrarte”, impartido a sordos y oyentes que conozcan la LSA. En este sentido,
su obra resulta importante para la investigación debido a que sus poemas son de
libre acceso y realiza una reflexión sobre la sordera y la función poética. Como
señala Rojas (2015, s.p.) en relación a la poesía de Stella Maris Farfán:

Por un lado, a la experiencia del poema la embellece la pluralidad de los


sentidos. Por otro, el lector de poesía se compromete con el género,
consciente de que convertirá en propia una experiencia de otro. Y, por
último, la palabra del poeta hace nacer el sentido oculto cuando el lector se
involucra en el proceso de significación.

Asimismo, analizar los significados que desarrolla Stella Maris Farfán en su obra
resulta importante, puesto que en la actualidad existen escasos estudios sobre la
la poesía de lengua de señas mexicana. Es decir, como señalan Massone et al
(2015), a pesar de que existen numerosos poetas en Lengua de Señas, los
académicos se han concentrado en analizar la poesía que se deriva de las
lenguas orales, al enfatizar que dicho género es propio de las lenguas habladas
que poseen escritura. Los prejuicios lingüísticos, por lo tanto, han obstaculizado el
estudio de la poesía signada, por lo que es necesario una revaloración de la
misma en futuros análisis.

A continuación, se presenta el análisis formal de los poemas de Stella Maris


Farfán de acuerdo con los conceptos antes mencionados:
Análisis

Como señala Massone et. al (2014), las figuras y los tropos no solo existen en las
lenguas orales o escritas, sino que están presentes también en lenguas
visoespacioales, como la lengua de señas. De este modo, en el poema, “Si no
hubiera sordos”, Stella Maris Farfán señala, a través de la anáfora, la importancia
de la existencia del sordo en el mundo de los oyentes. Esta figura retórica no solo
se utiliza para embellecer el poema, sino que permite que el yo poético enfatice su
posición respecto al otro. Es decir, la autora describe la relación del sordo
respecto al oyente, a través del concepto de monotonía: “si no hubiera sordos
sería todo monótono”. Por lo tanto, también se emplea la anáfora como ironía en
el poema, al realizar una crítica a la monotonía del oyente, pero utilizar
precisamente una figura retórica de repetición en el mismo. De esta manera, se
puede constatar la reflexión que realiza Stella Maris Farfán entre forma y fondo del
poema, propias del género. Asimismo, la monotonía se convierte en una alegoría
de la oralidad, o dicho de otra manera, de los oyentes.

En consecuencia, la monotonía que la autora presenta en el poema se opone a la


experiencia del mundo que permite la sordera. Es decir, la sordera posibilita otra
forma de “ser en el mundo” y otra forma de comunicación, que no es posible a
través de la oralidad. En este sentido, Massone (2003, citado en Augurto, pág. 5)
señala que:

La comunidad sorda posee convenciones que derivan de la significación


que tienen la visión y el espacio para los sordos (…) queremos dejar en
claro que la cultura sorda no se deriva sólo de una lista de
comportamientos, sino que significa una actitud, una experiencia de vida
diferente que los lleva a estructurar y simbolizar todo su mundo de modo
distinto.
Asimismo, la sordera es un complemento o necesidad en el mundo oyente debido
a que es indispensable para combatir dicha monotonía comunicativa: “que esencia
supliría sus motivos sino hubiera sordos”. La identidad del sordo, por lo tanto, no
es conceptualizada como una discapacidad, debido a que no lo visualiza como un
ser incompleto o “a la mitad” (Augurto, 2014, pág. 2), sino que el sordo es la
heterogeneidad necesaria en el mundo, que posibilita nuevos significados. Esta
conceptualización permite reivindicar el uso de la Lengua de Señas, debido a que
la autora señala que los sordos se comunican “en diálogos concentrados aunque
sus voces sean sin tonos” y mediante “certeros gestos”. Por lo tanto, como señala
Sanhueza (2018, pág. 186): “La comunidad Sorda levanta una plataforma de lucha
que contiene: aprender su propia lengua”.

El poema, por consiguiente, permite la identificación del interlocutor con ese yo


poético que utiliza la lengua de señas en el mundo dominado por “los diálogos con
voces de varios tonos” para transmitir una forma distinta de significación, que
rompe con la monotonía del “curioso”, el oyente. Y, es en este sentido que forma
una comunidad, al ir “de la ficción a la experiencia, del cuerpo de la letra [seña] al
cuerpo del lector”. (Scarano, 2008, pág. 4)

Por otro lado, en el poema “Rotundamente no”, Stella Maris Farfán realiza una
crítica hacia el implante coclear, o como ella lo describe: “el extraño material”,
debido a que puntualiza que dicho proceso es “un egoísmo enmascarado que
complace solamente a unos cuantos”. A partir de esta problemática, la autora
describe también su visión del mundo, lo que sostiene que la identidad del sordo,
como ya se mencionó, no se construye por el uso de una lengua en común, sino
por la experiencia, en relación a la sordera:

Difícilmente se puede hablar de una identidad sorda “pura”. La identidad del


sujeto está relacionada con las prácticas sociales y no con una lengua, y a
la vez se encuentra relacionada con las interacciones discursivas
diferenciadas en el transcurso de su vida: la familia, la escuela, el trabajo,
los amigos, etc. (Augurto, 2014, pág. 6)
De esta manera, la sordera es descrita como “paz” y, particularmente, como el
medio que permite “estados celestiales inalcanzables en otra condición”. Además,
la sordera da sentido a su poesía: “que mueran mis poemas y no tengan razón de
ser”, debido a que en ella Stella Maris Farfán plasma dicha experiencia del mundo.

Asimismo, según Scarano (2008, pág. 6), en relación a la experiencia plasmada


en el poema: “Experiencia, intimidad y cuerpo encarnan pues horizontes de la
identidad que encuentran su bisagra en el carácter social e histórico vivido por los
sujetos”. En este sentido, la identificación por parte del sujeto sordo-espectador
con la experiencia del yo-poético sucede cuando existe un reconocimiento en el
otro, tanto de las condiciones que posibilita la sordera, como del dolor que siente
el yo-poético ante la posibilidad de que “el bisturí traspase la fina piel” y su
organismo deba adaptarse al sonido. Es, por lo tanto, en este proceso de
descubrimiento de la experiencia ajena como propia, que es posible formar una
comunidad, como señala Scarano (2008, pág. 6):

Existe entonces una dimensión social y colectiva que hace aprehensible


para los demás la proyección discursiva de mi intimidad privada. La
experiencia que escribe la literatura en un registro de mímesis vivencial
no responde pues a una inverificable transposición al lenguaje de
hechos empíricos de un sujeto, que revelarían sus sentimientos privados e
íntimos. (…) se trata de la formulación de un relato de la intimidad que
responde a modelos figurativos de vida.

El último poema a analizar se llama “Meditando”, en él Stella Maris Farfán realiza


una transición en torno a su propia conceptualización de la sordera, puesto que al
principio el yo-poético describe la sordera como una injusticia: “medito sobre la
injusta vida”. Del mismo modo, narra ese estado de negación como un “túnel
oscuro”, por lo que, existe, entonces, una pérdida asociada al rechazo de la
sordera: la de la luz, es decir, la paz.

No obstante, en el trascurso de los versos se da una aceptación y el yo-poético


“se somete a su destino”, por lo que se utiliza la retórica de la guerra y del silencio
para describir su experiencia en el mundo: “Mi lugar en el mundo es mi cuartel
silencioso”, “Libro una guerra muda con la discriminación”. En este sentido, la
identidad del yo poético se construye como una colectividad, debido a que “se
apropia del dolor ajeno” y lo “difunde en versos”, es decir, el poema se convierte
en el medio por el cual es posible denunciar la posición en que se encuentra el
sordo en relación al oyente. Con respecto a la identidad del sordo como una
colectividad, Rodríguez (2005, citado en Pérez, pág. 270) señala que:

Según la voz de los propios sordos, la identidad como colectivo se basa en


la toma de conciencia de todo aquello que se comparte con otros miembros
de la comunidad (lengua, experiencia del mundo, necesidad de eliminar
barreras de la comunicación y las que impiden el pleno desarrollo de las
personas sordas.

Por último, el yo-poético apela a la experiencia ajena, al enfatizar la lucha del


sujeto sordo contra la discriminación y, además, hacer partícipe de su lucha al
sujeto oyente, porque menciona que: “Yo pongo la letra, el eco lo produce tu voz”.
De esta manera, el colectivo no solo está compuesto por sujetos sordos, sino
también por oyentes, intérpretes, familiares, entre otros, que puedan reconocerse
en esa guerra. Por lo tanto, la experiencia que la autora plasma en el poema
suscita una emoción en el lector-espectador, debido a que: “Reconstruir la
experiencia significa despersonalizarla. Lo que entonces fue mío pertenece a
todos y a ninguno”. (Juaristi, 1994, citado en Scarano, 2008, pág. 6)

En conclusión, Stella Maris Farfán configura en su poesía la identidad sorda como


la heterogeneidad necesaria que posibilita nuevas formas de significación;
además, dicha identidad también se construye a través de la experiencia del
mundo en relación a la sordera y no únicamente por el uso de la lengua de señas.
Asimismo, puede ser una colectividad, por lo que, tanto sordos como oyentes
pueden formar parte de ella, al contribuir en la lucha contra la discriminación
comunicativa.
La configuración de la identidad del sujeto sordo, por lo tanto, forma una
comunidad debido a que permite la identificación y apropiación del sordo-
espectador con el yo poético del poema. Es decir, existe un reconocimiento de la
propia experiencia en la experiencia del otro, lo que posibilita una “cultura de la
experiencia” en relación a la sordera.

Bibliografía

Massone, M. I., Curiel, M., & Vera, C. (2014). La retórica del poema en la lengua
de señas argentina. En Cruz, M. (Coor.), Manos a la obra: lengua de
señas,comunidad sorda y educación (págs. 49-71). México: Bonilla Artigas.

Augurto, A. (2014). La construcción cultural del sujeto sordo. Ponto Urbe, 1-17,
doi: 10.4000/pontourbe.1671

Pérez, O (2014). Las personas sordas como minoría cultural y lingüística.


Dilemata, 6(15), 267-287.

Sanhueza, R. (2018). Minoría lingüística: presión comunicativa y cultural hacia la


persona sorda. Revista Pelícano, 183-197.

Rojas, M. D. (14 de diciembre de 2015). Stella Maris Farfán: "Quiero dejar huellas
invisibles a los ojos, pero grabadas en el corazón de la gente". El tribuno.
Recuperado de: https://www.eltribuno.com/salta/nota/2015-12-14-21-32-0-
stella-maris-farfan-quiero-dejar-huellas-invisibles-a-los-ojos-pero-grabadas-
en-el-corazon-de-la-gente

Scarano, L. (2008). Provocaciones teóricas para el siglo XXI: La experiencia del


poema. CONICET, 1-9.

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