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Revista Uruguaya de Psicoanálisis 2004 ; 99 : 153 - 168 - 153

Algunas peculiaridades en el tratamiento


psicoanalítico de pacientes adolescentes *

1
Alvaro Nin

Introducción

Comenzaremos por plantear a modo de introducción, que este


trabajo intenta desplegar algunos cuestionamientos y dificultades
relativas a las modificaciones técnicas que efectuamos en la prác-
tica analítica habitual cuando nos encontramos y confrontamos a
la tarea del análisis con pacientes adolescentes.
Encuentro y confrontación (Winnicott, 1972), dos aspectos
aparentemente antitéticos pero que a la manera de un péndulo,
conforman un par necesario e imprescindible que implica un
movimiento de acercamiento y separación que constituye un esti-
lo que es propio de la especificidad de las angustias en juego en la
crisis adolescente.
Se ha hablado mucho sobre si existe o no una especificidad
del análisis del adolescente (y por lo tanto una formación especí-
fica); sin pretender profundizar aquí ese tema, podemos decir que
ciertamente, existen peculiaridades en este vínculo. Por un lado
las capacidades y disposición por parte del analista, en cuanto al
trabajo con las posibilidades simbólicas que todavía están en de-
sarrollo. Por otra parte, el adolescente se encuentra en pleno pro-
* Trabajo presentado en el 43º. Congreso de IPA “Psicoanálisis: trabajando en las
fronteras”, N. Orleans, 2004.
1. Miembro Titular de APU. J. M. Pérez 2885 Ap. 202 - Tel. 0598 2 711 9679.
E-mail: adnin@montevideo.com.uy - Montevideo, Uruguay.
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ceso identificatorio y de construcción de sus mecanismos defen-


sivos, lo cual hace al trabajo analítico especialmente difícil.
Se ha dicho con razón, que la estrategia del analista es justa-
mente prescindir de ella, y en esa renuncia, jugarse a la asocia-
ción libre (paciente) y a la atención flotante (analista). Como plan-
teábamos anteriormente, las insuficiencias en la simbolización del
adolescente, promueven un cortocircuito pulsional que deriva hacia
el acto y al soma. Por este motivo, los diversos tipos de actos
(compulsivos, repetitivos, sintomáticos o fallidos, juegos, etc.)
generan una ambiente muy especial en estos análisis y que
contratransferencialmente, el analista desliza su atención al cómo
y cuándo interviene, en detrimento de sus posibilidades regresi-
vas de la atención flotante. Si todos hemos “mordido el polvo” de
la contradicción inmanente a la atención flotante, coincidiremos
que nuestro lugar como analistas de adolescentes, está jaqueado
por estas preocupaciones de orden técnico.

Crisis adolescente

Momento crítico en el que se anuda el narcisismo con sus


vergüenzas y fragilidades de la autoestima con el resurgimiento
de la conflictiva sexual que a partir de la pubertad, relanza toda
una nueva dimensión corporal con nuevos puntos de urgencia con
frecuentes estallidos en los vínculos familiares y sociales.
Encuentro y confrontación decíamos, por que en ese doble
movimiento, habrá de tener lugar no sólo la crisis adolescente,
sino también el propio tratamiento analítico.
El encuentro pone en juego las transferencias positivas con
la empatía y la construcción de un espacio analítico donde el
analista desde un lugar adulto pero diferente al de los padres,
convoca las angustias, el sufrimiento y el deseo de conocerse así
como abre la esperanza a un cambio psíquico y al crecimiento
personal.
Por otro lado y concomitantemente se abre ese mismo espa-
cio para las diferencias, con sus inevitables consecuencias de con-
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frontaciones necesarias para un nuevo crisol de identificaciones.

Duelo por la infancia versus el peligroso mundo adulto

Como lo han señalado Héctor y Mercedes Garbarino (1961-


62), la tarea esencial del adolescente es crecer y desarrollarse y
esto significa ingresar en un mundo desconocido peligroso e in-
quietante como es el mundo de los adultos. Adultos, padres que
también son movilizados por el crecimiento de sus hijos y que
implicará entonces una reactualización de la conflictiva edípica
para los propios padres. Con la eclosión pulsional de la pubertad
(Freud, 1905), los impulsos libidinales se dirigen en primer lugar
hacia los padres con los consiguientes sentimientos de culpa que
generan una reactualización de la represión de estos deseos
incestuosos. Esta dinámica de la represión de lo incestuoso hará
que se vaya en busca de otros objetos significativos a quienes
dirigir el amor y el odio. Sin embargo no sólo la represión partici-
pa, sino que también podrán hacerse lugar por ejemplo intensas
idealizaciones de sí y de otros, ya sean éstas personas u objetos de
la cultura, de la política, de la religión que operan como metáfo-
ras o derivados metonímicos de los objetos primarios significati-
vos. Esto implicará una movilización de las defensas frente al
aumento de la marea pulsional, donde habrá de ponerse en juego
una gama muy diversa que podrá ir desde las proyecciones, la
omnipotencia, la negación, la escisión así como también la des-
mentida.
Desde la etimología, la palabra crisis (Mannoni, 1984) signi-
fica “juicio” y sería en la medicina clásica un momento decisivo
donde habrá de juzgarse y jugarse la evolución de la enfermedad
hacia la curación o la muerte. En ese sentido, al hablar de crisis de
la adolescencia, se apunta al momento decisivo en que se define
el futuro del sujeto.
Como dice Kestemberg (1982): todo se prepara en la infan-
cia y todo se juega en la adolescencia, por eso es que postulamos
a la adolescencia, como un período de la vida al cabo del cual
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emergerá un psiquismo reformulado con nuevas inscripciones


psíquicas que están en los fundamentos de las nuevas identifica-
ciones.

Momentos de la adolescencia

La pubertad alude a un cambio individual, o sea las transfor-


maciones corporales en un sujeto dado, en su dimensión psíquica
y física, en tanto que adolescencia; como nos enseñara Octave
Mannoni (1984) implica una dimensión diferente de tipo socio-
histórica que amenaza con un conflicto de generaciones.
La adolescencia es entonces un período relativamente indefi-
nido de la vida en el cual podríamos señalar tres momentos dis-
tintos, la pubertad o adolescencia temprana, adolescencia media-
na y adolescencia tardía. Esta es una categoría útil a los efectos
descriptivos, pero tenemos que tener en cuenta que hay una
interrelación dinámica permanente entre los fenómenos que des-
cribiremos de estos tres momentos.
En todos los procesos de duelo la libido (Freud, 1915) está
sometida a movimientos y se pueden describir tres momentos. Un
primer momento sería cuando el yo pierde su objeto libidinal, en
el cual la libido tiende a volverse narcisísticamente hacia el yo.
Esto es luego de que la negación de la pérdida objetal deja paso a
la dimensión subjetiva del dolor. Un segundo momento en que
hay una tendencia del yo a ofrecerse al ello como sustituto del
objeto perdido que funciona a la manera de una desmentida de la
pérdida. Un tercer momento en que la angustia y el dolor conlle-
van en el mejor de los casos a un reconocimiento de lo perdido y
al desplazamiento de esa libido a la búsqueda de nuevos objetos
externos.
Siguiendo las ideas de Fernández Moujan, haremos una co-
rrelación entre esos momentos del duelo y el tránsito que va reali-
zando el adolescente.
En la pubertad, con las modificaciones corporales, lo que
prima es la pérdida del objeto (cuerpo infantil, padres infantiles) y
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lo que ocurre es que el propio cuerpo se convierte en extraño y


cambiante, con todo el desajuste del esquema corporal que esto
conlleva.
En la adolescencia mediana, el duelo evoluciona hacia as-
pectos psicológicos, o sea las identificaciones, la función imagi-
nativa, el pensamiento, donde se construyen verdaderas identida-
des grupales, apareciendo un verdadero culto a la amistad. Estas
identidades grupales, lo ponen a salvo en parte de las vivencias de
vacío que ya son muy intensas desde la pubertad.
La adolescencia tardía se caracteriza por un retorno al objeto
y su contrapartida, la capacidad de estar a solas. Comienza a dar-
se una mejor definición en cuanto a la elección sexual, se busca
en forma más comprometida un compañero o compañera, se eli-
gen orientaciones en cuanto al estudio y al trabajo y se comienza
a definir también una identidad básica.

Demanda y construcción del espacio analítico

Seguramente, la mayor parte de los adolescentes que vemos


en nuestros consultorios o instituciones, han sufrido y sufren
traumatismos importantes, ya sea externos o internos que pertur-
ban y retrasan estos procesos de duelo, derivando en duelos pato-
lógicos que siempre están en la base de las patologías graves.
Lo primero a plantear es el tipo de demanda que está en jue-
go, porque hay que tener claro qué pide el adolescente y qué pide
el medio familiar y social. Quizás la mayor parte de las veces
habrá que trabajar este punto de partida porque se constituye en el
cimiento del espacio analítico que habremos de construir.
Por supuesto que el malestar que genera en el entorno, pro-
duce a su vez una presión interna en el adolescente con sus pro-
blemas y sus síntomas. Este malestar personal, será el motor del
análisis futuro y lo que habrá de trabajarse en los comienzos del
tratamiento.
Malestar en el entorno, malestar personal que si se articula
en esa presión interna es porque hay una posibilidad de tránsito y
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cierta elaboración del sentimiento de culpa característico de una


problemática edípica. Lamentablemente en general las condicio-
nes de inicio de análisis son menos halagüeñas, asistiendo a un
paciente que está “intoxicado” por un lenguaje de acción (Gómez
y Tebaldi, 2001), lenguaje que habrá de ser deconstruído, abrien-
do a otro lenguaje que abra a nuevas significaciones de la historia
personal, que pueda incluir los aspectos traumáticos reprimidos o
escindidos hasta ese momento.
Pienso que esto tal vez sea el problema más espinoso y el
objetivo general del tratamiento analítico y que constituye un lo-
gro esencial del aparato psíquico ya que se trata de poder incluir
vivencialmente los aspectos penosos.
Volviendo al lenguaje de acción, es muy importante poder
entenderlo como instrumento de la repetición y su compulsión
(Freud, 1914). Repetición que implica un re- pedir acceso a la
conciencia y a la acción de tal manera de poder re – escenificar
aspectos traumáticos infantiles que en la evolución han tenido
que ser dejados de lado pero que insisten (por suerte y por desgra-
cia) en su re-actualización para ser tenidos en cuenta. Nuestra
posibilidad será la de incluirlos en la dinámica de la transferencia
– contratransferencia, porque de lo contrario caerán en el vacío
de las intelectualizaciones o de historias que son aceptadas como
interesantes pero sin ningún efecto sobre el adolescente.
El lenguaje de acción o actuación, puede constituirse en un
síntoma, pero más allá de eso –como lo señalan L. Goijman (1998)
y otros autores– es en sí mismo el modo específico de expresión
de este momento vital, una característica del funcionamiento psí-
quico.
De la misma manera que el juego es el principal vehículo de
expresión de la fantasía en la infancia, la acción es una forma de
expresión de la fantasía en la adolescencia, en la medida en que la
maduración psicomotriz permite un protagonismo diferente; exis-
tiendo a la vez una necesidad de confrontar lo estatuido por la ley
parental experimentando nuevas alternativas.
El inicio de la intimidad entre paciente y analista, puede en-
tonces instalarse. Esta forma peculiar de transferencia, es posible
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cuando el analista logra desinvestirse de la actitud parental mora-


lizante y evita también la complicidad con el adolescente.
Sostenido por una imagen representacional diferente de aque-
llas que ya posee, el adolescente puede ampliar el juego de iden-
tificaciones en forma más rica, especialmente cuando el analista
es percibido como capaz de una comprensión de lo inconsciente
que implica entender sus dificultades y conflictos en su trama fa-
miliar y de su entorno.
Como decíamos anteriormente, nuestro objetivo es incidir
en la vida emocional del adolescente, posibilitando una reestruc-
turación psíquica. Como siempre, nos enfrentamos a una roca de
base (Freud, 1937) que es el narcisismo –de ambos, paciente y
analista. Constitución narcisista que se expresa en el lazo libidinal
hacia lo propio y los aspectos agresivos hacia lo considerado aje-
no y extraño.
Es un momento de construcción de la identidad, de búsque-
da de referentes identificatorios, de aumento de las exigencias de
los ideales, por lo que las interpretaciones analíticas fragilizan
aún más el yo y por lo tanto estarán alertas todas las defensas
paranoides del adolescente que en una parte de sí no desea ser
cuestionado.
Esto nos conduce a jerarquizar toda la labor preparatoria
(Aryan, 1985) (Salas, 1973) de nuestras interpretaciones y si en-
tendemos que nuestras utopías son importantes, no por sí mismas
sino por lo que producen en nosotros, en su intento de conseguir-
las, diremos que nuestra utopía parafraseando a Winnicott, es que
el adolescente pueda construir sus interpretaciones por sí mismo.
Para que esta labor preparatoria se inicie, es imprescindible
que haya un cuidado de las asociaciones libres que el analista
debe estimular con sus preguntas y que a su vez haya también un
trabajo con ellas.
Como plantea Rómulo Lander (2002), es importante poder
superar una desconfianza inicial que es muy frecuente así como
también ir dando pruebas de la confidencialidad del tratamiento
que se juega muchas veces en las entrevistas que por diferentes
motivos se generan con los padres. El adolescente necesita mu-
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chas veces de comprobaciones prácticas de dicha confidencialidad


para que se pueda ir dando un ambiente continente donde traba-
jar con las asociaciones libres. Un índice inequívoco de buena
marcha y de proceso analítico es sin duda como en los pacientes
adultos el surgimiento y trabajo conjunto con las asociaciones li-
bres.
Es necesario entender las asociaciones libres con un criterio
amplio porque a veces se trata simplemente de un gesto, un tono
de voz, un silencio y otras veces se trata de palabras. Por otro lado
es importante estar abiertos a las cartas, diarios personales, poe-
mas, dibujos, fotos, juegos y a los actos tanto fuera como dentro
de la sesión, en los que nos prestamos a jugar ciertos roles que
son asignados, donde nuestro carácter de superyo auxiliar permi-
te toda esta gama de expresiones en la seguridad de no ser censu-
rado (Strachey 1934). Por eso hay un consenso entre los diversos
autores acerca de la actitud del analista, ya que se requiere una
especial disponibilidad afectiva para trabajar con adolescentes.
Sus juegos, actuaciones, angustias masivas, sus fuertes
ambivalencias y su constante vaivén narcisista y objetal, nos so-
meten a fuertísimas excitaciones psíquicas que nos conmueven y
nos llevan a sentir todo tipo de afectos relacionados a ese movi-
miento pulsional y transferencial del adolescente.
Es importante señalar la experiencia de los analistas france-
ses y otros que trabajan con el psicodrama psicoanalítico con bue-
nos resultados. Nosotros por nuestra parte, no hemos incursionado
en ese tipo de estrategias terapéuticas pero es claro que el análisis
de pacientes adolescentes se aparta de lo que puede ser una cura
clásica -si es que ello existe- ya que el analista es, generalmente,
más activo y participativo, haciendo un mayor uso de su propia
persona.
En este sentido, hay diferencias importantes en cuanto al uso
del silencio por parte del analista. Aquí como en todo lo que hace
a la construcción del lugar del analista, no existe ninguna receta a
seguir que constituiría simplemente una ilusión de un camino se-
guro.
Podemos señalar sí que muchas veces el silencio en pacien-
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tes neuróticos adultos, incide de tal modo, que permite abrir el


campo analítico a nuevas asociaciones. En tanto que muchas ve-
ces el silencio del analista, en el tratamiento con adolescentes
puede relanzar las angustias por el vacío, la soledad y las dificul-
tades identificatorias que se viven como un abandono por parte
del analista.
Cuando hay indicadores de proceso analítico (Kancyper, 2002)
tales como apertura a nuevas fantasías, asociaciones, recuerdos o
momentos de elaboración psíquica frente a dificultades o sínto-
mas del paciente, es imprescindible que nuestro silencio otorgue
un espacio y un tiempo para que ese proceso tenga lugar, siendo
esto un correlato del concepto winnicottiano sobre la importancia
del estar-jugar a solas en presencia de la madre (1958).
Como lo plantea Salas (1973) en relación al púber, si se in-
terpreta demasiado rápido, y aunque esto le resulte muy claro al
analista, su intervención puede ser vivida como la de una persona
que como el púber mismo, no tiene capacidad de continencia ade-
cuada y no puede aguardar. Así el valorar especialmente el mo-
mento de la intervención, se vincula con un modelo donde la
memoria, la capacidad de espera y la continencia ocupan un rol
importante.

Juan, una viñeta clínica

Juan es un adolescente tardío que consultó por angustia, so-


ledad y porque había perdido en reiteradas oportunidades exáme-
nes importantes que lo bloqueaban para continuar adelante. Per-
der exámenes tenía el significado de una condena a permanecer
atrapado en el seno familiar y esto obturaba la dinámica de inde-
pendencia – dependencia, lo cual a su vez, se tradujo en movi-
mientos específicos en el vínculo conmigo de acercamiento y se-
paración.
Los exámenes se constituyen en hitos en el crecimiento del
adolescente, ya que quedan como marcas o mojones en su
psiquismo. El no haberlos salvado, genera culpa, remordimiento
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y angustia, dificultando el proceso identificatorio.


La pregunta que fuimos construyendo en los primeros tiem-
pos del análisis, era acerca de por qué no había podido integrar
esos conocimientos, y más allá de eso, qué era lo que no podía
integrar.
Su hostilidad hacia el padre, un distinguido profesional que
se había marchado de su casa cuando Juan era un niño de 9 años,
retornaba como una secuela, volviéndose contra sí mismo e impi-
diéndole finalizar el ciclo de la secundaria y acceder a una nueva
etapa como universitario. Aquí se constituye otra secuela más, ya
que “elige” una universidad en la que no se requieren estos exá-
menes perdidos.
Una de las dificultades más importantes de Juan estaba en la
esfera de su agresividad, ya que no podía hacer lugar a su odio (y
por lo tanto tampoco a su amor) lo que le producía una intensa
inhibición afectiva.
En ese contexto, nos encontrábamos trabajando las dificul-
tades en nuestro vínculo, ya que se había hecho persistente un
síntoma transferencial y resistencial, que eran sus reiteradas lle-
gadas tarde a las sesiones. Se había ido instalando esta costumbre
de llegar tarde quince minutos, como si él hubiera determinado
que ésa era la distancia en la que quería mantenerme a mí. Allí se
condensaban una serie de elementos a saber; una parte de sí (y de
mí) que no participaba en el análisis, un lugar de supuesta no
dependencia de mí como de su padre porque siempre aparecían
distintas actividades de las que no se podía desprender para llegar
a la hora de su sesión.
La interpretación que fuimos construyendo (Saimovici, 1989)
giraba en torno a las distancias que compulsivamente necesitaba
ponerme a mí como “padre” (edípico), quedando por otra parte,
pegado y sin poder salir de su propia madre interna con la que
establecía un vínculo dual y narcisista, tal como había sido su
ubicación en su historia familiar.
Esto nos ponía en la pista de sus propios sabotajes en cuanto
a las posibilidades de crecimiento-exogamia y su relación impo-
sible con chicas. Hablando de estos sabotajes, me dice, que él
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había estado en las torres gemelas con su padre, poco tiempo an-
tes del atentado y su destrucción. Que estaba muy impresionado
por haber subido allí, que sintió mareos que no pudo soportar y
que por lo tanto, luego de observar el panorama, se sintió pésima-
mente, por lo que tuvo que bajar de inmediato y que le costó un
buen rato recuperarse del malestar.
Había allí una mezcla de cosas, porque por un lado, lo conta-
ba con orgullo, (“yo estuve en un lugar histórico”), por otro lado,
haber estado allí en esas alturas con su padre, le removía el deseo
de compartir lo mejor con el padre, algo entre ellos dos solos,
algo siempre postergado e imposible, que hacía emerger una y
otra vez su rechazo y hostilidad. Se agregaba además, la presen-
cia terrible y odiosa para él de la nueva mujer del padre, que aun-
que ya era un vínculo de muchos años, seguía siendo intolerable
para él.
Quedó en el ambiente de esta sesión, todo este tema de su
llegada tarde, sus distancias, (dependencia – independencia), su
hostilidad hacia mí, hacia su padre con su segunda esposa, y los
sabotajes en relación a sí mismo, al análisis, como también el
atentado a las torres gemelas.
A la sesión siguiente, viene tarde, pero solo cinco minutos,
con un cúmulo de fotos de viaje, que no se le había ocurrido traer
hasta ese momento. Nos dispusimos entonces a mirar aquel mun-
do de fotos que él mismo había tomado, y que me traía muy
prolijamente cuidadas y ordenadas, una tras otra, exactamente
como habían sido sacadas día tras día.
No voy a entrar en los detalles de la sesión, pero sí decir que
él estaba muy interesado en que yo pudiera mirar y admirar su
viaje, su familia, “su proeza” de haber estado en esos lugares y
además presentarme fotográficamente a toda su familia.
Resultó que a pesar del malestar y angustia en las alturas,
había registrado muy bien ese momento, que lo vivía ambivalen-
temente, como un trofeo. La excitación que le producía mirar
esas fotos, era muy intensa y el hecho de que esos monumentos ar-
quitectónicos se hubieran desplomado por la acción terrorista y de
sabotaje, le producía una vivencia extraña, siniestra, de muerte.
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Luego de mirar las fotos con sus correspondientes explica-


ciones, yo sentía que él se había acercado más a mí, que me pre-
sentaba a toda su familia y entre ellos ni más ni menos a su herma-
no, con quien tiene una enorme conflictiva fratricida de la que
nunca habla, pero había algo más allí que me inquietaba, vincula-
do a las muertes, asesinatos y sabotajes.
Luego hay un giro en la sesión y él comienza a hablar muy
seguro sobre una idea de él que también había leído en internet,
acerca de que dichos atentados eran producto de un autosabotaje
y que todo lo que contaban los medios de comunicación, era un
cuento chino (o sea, falsedades). Aquí su discurso se hizo más
ideológico, con ideas definidas, con certezas, y me transmitió,
aunque no verbalmente, que esto lo reaseguraba en algo de sí
mismo.
Empecé a concebir una interpretación que sólo después la
enuncié, acerca de la necesidad que tenía en aras de calmar sus
angustias de separación y de castración, de sostener esta idea del
autosabotaje. Proyectivamente podía así depositar una corriente
que compulsivamente se había desarrollado dentro de sí mismo.
El odio hacia sus padres internos, abandónicos, que lo habían su-
mergido en un desamparo radical, y sus sentimientos fratricidas,
no eran suficientes y recurría a una actitud repetitiva masoquista,
como expresaban sus pérdidas y fracasos. La ideas del
autosabotaje, que se encargó de seleccionar en el afuera, y traerla
a sesión, se articulaba bien con este masoquismo que a su vez y
como siempre ocurre, relanza y multiplica la hostilidad y el sadis-
mo.
Las muertes, asesinatos y sabotajes a los que el paciente ha-
cía referencia, comezaban a quedar enmarcados dentro de la se-
sión y podían ser interpretados como los deseos destructivos con-
tra el padre, el analista y él mismo.
Lo gemelar que evocan las torres y su destrucción hacen re-
ferencia a la hostilidad oscilante edípica y preedípica (Saimovici,
1989), con una característica claramente explosiva, letal, que lo
afecta a él mismo y a su vez deja en evidencia los deseos de
destrucción hacia el otro.
Algunas peculiaridades en el tratamiento psicoanalítico de pacientes ... - 165

Para finalizar, me parece importante el cuidado del analista


en la construcción del encuadre y el cuidado por el proceso de
análisis, donde si bien el timing y la capacidad de contener las
angustias son muy importantes, también está el modo en que el
analista despierta el interés por el inconciente de su paciente y
atrae su atención sobre los aspectos escindidos y reprimidos. Pienso
que allí se juega la parte esencial del vínculo analítico, en una
mezcla artesanal entre la posibilidad de contener pero además, de
incidir en sus problemáticas inconcientes. Como decíamos al co-
mienzo, encuentro y confrontación, como una constante en los
tratamientos analíticos, ya que el contacto con el inconciente siem-
pre es vivido como una confrontación (Winnicott, 1972) con otro,
extranjero, que como analistas habremos de encarnar.

Resumen
Algunas peculiaridades en el tratamiento psicoanalítico de
pacientes adolescentes.
Alvaro Nin

El autor intenta desplegar algunos cuestionamientos y difi-


cultades de la práctica analítica con pacientes adolescentes. To-
mando en cuenta la existencia de un cortocircuito pulsional, así
como las insuficiencias de simbolización, se plantea trabajar con
los diversos tipos de actos que se van produciendo, ya sea
compulsivos, sintomáticos, juegos, etc. Contratransferencialmente,
el analista desliza su atención al cómo y cuando interviene, en
detrimento de sus posibilidades regresivas, en la atención flotan-
te.
Se postula a la adolescencia como un período de vida al cabo
del cual emergerá un psiquismo reformulado con nuevas inscrip-
ciones psíquicas.
Se describen tres momentos distintos en el curso de la ado-
lescencia y se señalan los movimientos libidinales en relación a
los duelos que ha de transitar así como las dificultades de integra-
ción al mundo de los adultos.
166 - Alvaro Nin

Finalizando se señalan las características de la construcción


del espacio analítico, ilustrándolo con una viñeta clínica.

Summary
Some peculiarities in the psychoanalytical treatment of
adolescent patients.
Alvaro Nin

The author brings forth some of the questions and difficulties


of the analytical practice with adolescent patients. Taking into
account the existence of a pulsational short circuit, as well as the
insufficiencies of symbolization, he proposes working with the
different types of acts produced along the way; be they compulsive,
symptomatic, games etc. Counter- transferentially, the analyst slides
his attention to the how and when of his intervention, in detriment
to his regressive possibilities with floating attention.
Adolescence is treated as a period of life after which a
reformulated psyche will emerge, with new psychic inscriptions.
Three distinctive moments in adolescence are described, and
the libidinal movements are pointed out and linked to the lutes
that must necessarily be transitioned, as well as the difficulties in
integrating the adult world.
To conclude, the characteristics of the construction of the
analytical space are pointed out; illustrated with a clinical diagram.

Descriptores: ADOLESCENCIA / CRISIS VITAL /


ACTUACIÓN / MATERIAL CLÍNICO/

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