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Sinopsis
Nell tiene veintiséis años y nunca ha estado en París. Nunca ha estado un fin de
semana en... ningún lugar, y desde luego no con su novio. Todo el mundo sabe que viajar
al extranjero no es realmente lo suyo. Pero cuando el novio de Nell no se presenta para
su romántica mini-vacaciones, tiene la oportunidad de probar a todos, incluida a sí misma,
que se equivocan. Sola y en París, Nell descubre una versión de sí misma que no sabía
que existía: independiente e intrépida.
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Índice
Sinopsis .................................................................................. 3
Índice ......................................................................................4
Uno ........................................................................................5
Dos ........................................................................................ 9
Tres ...................................................................................... 14
Cuatro .................................................................................. 15
Cinco .................................................................................... 22
Seis ...................................................................................... 24
Siete ..................................................................................... 28
Ocho ..................................................................................... 32
Nueve ................................................................................... 38
Diez ..................................................................................... 43
Once .....................................................................................47
Doce .................................................................................... 49
Trece ....................................................................................54
Catorce ................................................................................. 58
Sobre la Autora ................................................................... 61
Créditos ................................................................................ 62
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Uno
Traducido por Luisa.20

N
ell cambia su bolso de plástico sobre los asientos en la estación y revisa
el reloj en la pared por octogésima novena vez. Su mirada se desplaza
una vez más de vuelta cuando la puerta de seguridad se abre. Otra familia,
de esas que ves en Disney, camina a través de la sala de espera con molestos niños gritones
y padres que han estado despiertos desde muy temprano.
Por la última media hora su corazón ha estado latiendo con fuerza, la ansiedad
aumentando en su pecho.
—Va a venir. Todavía vendrá. Aún puede lograrlo —dice en un susurro.
—El tren 9051 con destino a París estará dejando la plataforma 2 en diez minutos.
Por favor, diríjanse a la plataforma. Recuerden llevar todo su equipaje consigo.
Se muerde el labio, y entonces le envía un mensaje otra vez… por quinta vez.
¿Dónde estás? ¡El tren está a punto de partir!
Le envió mensajes en dos oportunidades cuando estaba de camino, asegurándose
que aún se encontrarían en la estación. Cuando no respondió, se dijo a sí misma que era
porque se encontraba en el metro. O lo estaría. Le envía un tercer mensaje, y luego un
cuarto. Y después, mientras se queda allí de pie, su teléfono vibra en su mano.
Perdón, nena. Estoy ocupado en el trabajo. No voy a poder
lograrlo.
Como si hubieran planeado ponerse al día con una rápida bebida después del
trabajo. Se queda mirando su teléfono con incredulidad.
¿No vas a llegar al tren? ¿Debo esperarte?
Y, segundos más tarde, responde:
No, vete. Trataré de conseguir un tren más tarde.
Está demasiado sorprendida para estar enojada. Se queda sin moverse de donde
está, mientras las personas siguen su camino alrededor de ella, colocándose su abrigo, y
tecleando una respuesta.
Pero, ¿dónde nos encontraríamos?
No responde. Ocupado en el trabajo. Es una tienda de surf y equipo de
submarinismo. En noviembre. ¿Qué tan ocupado puede estar?
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Mira a su alrededor, como si esto podría ser una broma. Como si él, incluso ahora,
fuera a irrumpir a través de las puertas con su amplia sonrisa, diciendo que le había estado
jugando una broma (es un poco aficionado a hacerle bromas). Y tomaría su brazo, besaría
su cachete con labios fríos, y diría algo como: “No creíste que me perdería esto, ¿verdad?
¿Tu primer viaje a París?”
Pero las puertas de vidrio siguen firmemente cerradas.
—¿Señorita? Debe ir a la plataforma. —El guardia del Eurostar se estira por su
boleto. Y por un segundo vacila, ¿va a venir?, luego está entre la multitud, su pequeña
maleta arrastrándose detrás de ella. Se detiene y escribe:
Encuéntrame en el hotel luego.
Se dirige a la escalera mecánica a medida que el enorme tren brama dentro de la
estación.

—¿A qué te refieres con que no vas a venir? Hemos planeado esto por años. —Es
el Viaje Anual de Chicas a Brighton. Siempre van allí el primer fin de semana de
noviembre, cada año durante seis meses, Nell, Magda, Trish y Sue, apilándose dentro del
viejo automóvil de Sue o en el auto de la compañía de Magda. Escaparían de sus vidas
diarias durante dos noches de bebidas, enrollándose con algunos chicos solteros el fin de
semana y pasando sus resacas con algún desayuno en el raído hotel llamado Brightsea
Lodge.
El viaje anual ha sobrevivido dos bebés, un divorcio, y un caso de herpes (pasaron
la primera noche de fiesta en el cuarto de hotel de Magda en su lugar). Nadie nunca se ha
perdido un año.
—Bueno, Pete me invitó a París.
—¿Pete va a llevarte a París? —Magda la había mirado fijamente, como si hubiera
anunciado que había aprendido a hablar ruso—. ¿Pete Pete?
—Dice que no puede creer que nunca he ido.
—Fui a París una vez, en un viaje escolar. Me perdí en el Louvre y alguien puso
mis zapatillas en la taza del baño en el hostal —dijo Trish.
—Me besuqueé con un chico francés porque se parecía a ese tipo que estaba
saliendo con Hallé Berry.
—¿Pete-del-cabello Pete? ¿Tú Pete? No quiero que suene mal. Es solo que pensé
que era un poco un…
—Perdedor —dijo Sue, ayudándola.
—Cara dura.
—Imbécil.
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—Obviamente estamos equivocadas. Resulta ser el tipo de hombre que lleva a
Nell a un travieso fin de semana en París. Cosa que es… ya sabes. Genial. Es sólo que
desearía que no fuera el mismo fin de semana de nuestro fin de semana.
—Bueno, una vez que conseguimos los boletos… fue difícil… —murmuró Nell,
con un ademán de mano, esperando que nadie preguntara quién había comprado los
boletos. (Había sido el último fin de semana antes de navidad en que había aplicado el
descuento).
Había planeado el viaje tan cuidadosamente como organizaba sus papeles de
oficina. Había buscado en internet los mejores lugares a los que ir, revisando el
TripAdvisor por presupuestos en hoteles, comprobando cada uno en Google, e ingresando
los resultados en una hoja de cálculo.
Había visto un lugar en la Rue de Rivoli (“limpio, amistoso, muy romántico”) y
lo había reservado para dos noches. Se imaginó con Pete, enredados en una cama de un
hotel francés con vista a la torre Eiffel desde la ventana, sosteniendo en sus manos
croissants y café en alguna calle de cafés. En realidad solo podía imaginar: no tenía mucha
idea de lo que hacías en un fin de semana en París aparte de lo obvio.
A la edad de veintiséis, Nell Simmons nunca había estado lejos durante un fin de
semana con un novio a menos que contaras esa vez que había ido a escalar con Andrew
Dinsmore. Los había hecho dormir en su Mini y se despertó tan fría que no pudo mover
su cuello por seis horas.
La madre de Nell había sido aficionada a contar a quien escuchara que Nell “no
era del tipo aventurera”. Además de “no ser del tipo que viaja”, “ni del tipo que podía
confiar en su aspecto”, y ahora, finalmente “ninguna jovencita”.
Esa era la cosa sobre crecer en una ciudad pequeña: todo el mundo creía saber
quién eras. Nell era la sensible. La tranquila. La que cuidadosamente estudiaría cualquier
plan y en quien confiarías para regar tus plantas, cuidar tus hijos y no escaparse con el
marido de alguien más.
No, madre. Lo que realmente soy, pensó Nell, mientras imprimía los boletos,
viéndolos, y luego guardándolos dentro de un folder con toda la información importante,
es la chica que se va a París durante el fin de semana.
Cuanto más cerca estuvo el gran día, comenzó a disfrutar de dejarlo salir en las
conversaciones:
—Tengo que asegurarme que mi pasaporte esté al día —dijo, cuando dejaba a su
madre después del almuerzo del domingo. Compró nueva ropa, depiló sus piernas, pintó
las uñas de sus pies de un vívido tono rojo (usualmente iba por lo claro).
—No olviden que voy a irme temprano el viernes —dijo en el trabajo—. A París.
—Oh, tienes tanta suerte —dijeron a coro las chicas en Cuentas.
—Estoy de acuerdo —dijo Trish, a quien le disgustaba Pete ligeramente menos
que a las demás.
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Nell subió al tren y acomodó su bolsa, preguntándose qué tan “de acuerdo” estaría
Trish si pudiera verla ahora: una chica junto a un asiento vacío yendo a París sin idea si
su novio aparecería.
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Dos
Traducido por Lyla

L
a estación de tren en París está concurrida. Nell emerge a través de las
puertas de la plataforma y se congela en el lugar, quedándose en medio de
la multitud de gente, todos dando empujones. Se siente perdida entre los
quioscos de cristal y escaleras que parecen conducir a ninguna parte.
Una campanilla de tres notas suena en el altavoz y el anunciador de la estación
dice algo en francés que Nell no puede entender. Todo el mundo está caminando
enérgicamente, como si supieran adónde van. Está oscuro afuera, así que lucha contra el
pánico. Estoy en una ciudad extraña y ni siquiera hablo el idioma. Y entonces ve el
letrero: Taxis.
La cola es de cincuenta personas de largo, pero no le importa. Escarba en su bolso
por el impreso del hotel, y cuando por fin llega a la parte delantera de la cola, ella lo
tiende.
—Hôtel Bonne Ville —dice—. Um… s'il vous plaît.
El conductor se vuelve a mirarla, como si no pudiera entender lo que dice.
—Hôtel Bonne Ville —dice ella, tratando de sonar francés—. Bonne Ville.
Él le da una mirada en blanco y agarra el pedazo de papel de su mano. Se queda
mirándolo por un momento.
—¡Ah! ¡Hôtel Bonne Ville! —dice él, levantando los ojos al cielo. Le devuelve el
trozo de papel, y sale al tráfico denso.
Nell se recuesta en el asiento y deja escapar un largo suspiro.
Y bienvenida a París.

El trayecto dura veinte minutos largos y costosos. El tráfico es terrible. Mira por
la ventana las calles concurridas, las peluquerías y salones de belleza, repitiendo las
señales de tráfico francesas en voz baja. Los elegantes edificios grises se elevan hacia el
cielo de la ciudad, y las cafeterías brillan en la noche invernal. París, piensa ella, y de
repente siente que va a estar bien. Pete vendrá más tarde. Estará esperándolo en el hotel,
y mañana van a reírse de lo preocupada que estaba por viajar sola. Él siempre decía que
se preocupaba demasiado.
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Relájate, nena, dirá él. Pete nunca se estresaba por nada. Había recorrido el
mundo. Cuando estuvo mantenido a punta de pistola en Laos, dijo que sólo se había
relajado.
—No tenía sentido estresarse. Me iban a disparar o no. No había nada que pudiera
hacer al respecto. —Luego asintió—. Terminamos yendo a tomar una cerveza con
aquellos soldados.
O hubo una vez cuando estuvo en un pequeño ferry en Kenia, que se volcó.
—Solo cortamos los neumáticos de los lados del barco y aguardamos hasta que
llegó la ayuda. También estuve bastante relajado sobre eso… hasta que me dijeron que
había cocodrilos en el agua.
A veces se preguntaba por qué Pete, con sus rasgos curtidos y sus experiencias de
vida sin fin, la había elegido. Ella no era llamativa o salvaje. En una ocasión le dijo que
le gustaba porque ella no le daba problemas.
—Otras novias están así en mi oído. —Él hizo un gesto de parloteo con sus
manos—. Es… relajante estar contigo.
A veces Nell se preguntaba si eso la hacía sonar un poco como un cómodo y
confiable sofá, pero probablemente era mejor no cuestionar estas cosas con demasiado
ahínco.
París.
Baja la ventana, asimilando los sonidos de las calles concurridas, el olor a
perfumes, café y humo. Es igual a como lo había imaginado. Los edificios son altos, con
ventanas largas y pequeños balcones, no hay edificios de oficinas. Cada esquina parece
tener una cafetería, con mesas redondas y sillas afuera. Y a medida que el taxi se dirige
más al centro de la ciudad, las mujeres se ven más elegantes, y las personas se saludan
con besos mientras se detienen en la acera.
Realmente estoy en París, piensa. Y de repente se siente agradecida de tener un
par de horas para refrescarse antes que Pete llegue. Por una vez no quiere ser la ingenua
inocente.
Voy a ser parisiense, piensa, y se hunde de nuevo en su asiento.

El hotel está en una calle estrecha en una avenida principal. Ella cuenta los euros
de acuerdo con la suma en el medidor del taxi, pero en vez de tomarlo, el conductor actúa
como si ella lo ha insultado, agitando su mano hacia su maleta en el maletero.
—Lo siento. No entiendo —dice. Entonces, después de una pausa, con ansiedad
le da otros diez euros. Él toma el dinero, sacude la cabeza, y luego pone su maleta en la
acera. Ella se queda allí mientras él se va y se pregunta si acaba de ser estafada.
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Sin embargo, el hotel es bonito. No va a dejar que nada la moleste. Entra, y se
encuentra en un estrecho vestíbulo. Ya se está preguntando lo que Pete va a pensar del
mismo.
—No está mal —dirá él, moviendo la cabeza.
No está mal, nena.
—Hola —dice, nerviosa, y luego, porque no tiene ni idea de cómo se dice en
francés—, he reservado una habitación.
Otra mujer ha llegado detrás de ella, resoplando mientras escarba en su bolso por
su propia documentación.
—Sí. También tengo una habitación reservad. —Golpea su propia documentación
sobre la mesa al lado de la de Nell. Ella se desplaza hacia un lado, y trata de no sentirse
acosada.
—Uf. He pasado por toda una pesadilla para venir hasta aquí. Una pesadilla. —
La mujer es americana—. El tráfico es de lo peor.
La recepcionista es de unos cuarenta años, con el cabello corto y negro impecable.
Levanta la vista a las dos mujeres con el ceño fruncido.
—¿Las dos tienen reservas?
Se inclina hacia delante y examina los trozos de papel. Luego empuja cada uno
hacia su dueña.
—Pero solo tengo una habitación libre. Estamos llenos.
—Eso es imposible. Usted confirmó la reservación. —La mujer estadounidense
empuja el papel hacia ella otra vez—. La reservé la semana pasada.
—Yo también —dice Nell—. Reservé la mía hace dos semanas. Mire, puede verlo
en mi trozo de papel.
Las dos mujeres se miran la una a la otra, de repente conscientes de que son
rivales.
—Lo siento. No sé cómo tienen esta reserva. Solo tenemos una habitación. —La
francesa lo hace sonar como si fuera culpa de ellas.
—Bueno, tendrás que encontrar otra habitación. Debes cumplir con las
reservaciones. Mira, ahí están en blanco y negro. Conozco mis derechos.
La francesa levanta una ceja perfectamente depilada.
—Señora. No puedo darle lo que no tengo. Hay una habitación, con camas
gemelas o una cama doble, dependiendo de cómo deseen que las coloquemos. Puedo
ofrecerle a una de ustedes un reembolso, pero no tengo dos habitaciones.
—Pero no puedo ir a ningún otro lado. Tengo que encontrarme con alguien —dice
Nell—. De lo contrario no sabrá en dónde estoy.
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—No me conmueves —dice la americana, cruzándose de brazos—. Acabo de
volar casi diez mil kilómetros y tengo que ir a una cena. No tengo tiempo de encontrar
otro lugar.
—Entonces pueden compartir la habitación. Puedo ofrecerle a cada una un
descuento del cincuenta por ciento y le pediré a la criada que convierta la cama en dos
camas individuales.
—¿Compartir una habitación con una extraña? Tienes que estar bromeando —
dice la americana.
—Entonces le sugiero que encuentre otro hotel —dice la recepcionista con
frialdad, y se gira a contestar un teléfono.
Nell y la mujer americana se miran fijamente la una a la otra.
—Acabo de bajarme de un vuelo desde Chicago —dice la mujer estadounidense.
—Nunca antes he estado en París. No sé dónde encontraría otro hotel —responde
Nell.
Ninguna de los dos se mueve.
—Mira… mi novio tiene que encontrarme aquí. Ambas podríamos llevar nuestras
maletas arriba por ahora, y cuando él llegue veré si puede encontrar otro hotel. Él conoce
París mejor que yo —dice Nell finalmente.
La mujer estadounidense la mira de arriba abajo lentamente, como si calculara
confiar en ella.
—No voy a compartirla con ustedes dos.
Nell sostiene su mirada.
—Créeme, esa tampoco es mi idea de un fin de semana divertido afuera.
—Supongo que no tenemos un montón de opciones —dice la mujer—. No puedo
creer que esto esté sucediendo.
Informan a la recepcionista de su plan.
—Y cuando esta señora se marche todavía quiero mi descuento del cincuenta por
ciento. Todo esto es una vergüenza. Nunca saldrían con un servicio así de donde vengo
—dice la mujer estadounidense.
Nell se pregunta si alguna vez ha estado más incómoda, atrapada entre la falta de
interés de la francesa y el resentimiento de la americana. Trata de imaginar lo que haría
Pete. Él se reiría, tomándolo todo con calma. Su capacidad de reírse de la vida es una de
las cosas que encuentra atractiva en él.
Está bien, se dice a sí misma. Bromearán de esto más tarde.
Ambas mujeres toman la llave y comparten un pequeño ascensor hasta el tercer
piso. Nell camina detrás. La puerta se abre a una buhardilla con dos camas.
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—Oh —dice la americana—. No hay bañera. Odio que no haya bañera. Y es tan
pequeña.
Nell deja caer su bolso y le escribe a Pete para informarle, y pedirle si puede
encontrar otro hotel.
Esperaré aquí por ti. ¿Puedes hacerme saber si vas a llegar
a tiempo para la cena? Estoy bastante hambrienta.
Ya son las ocho.
Él no responde. Se pregunta si está en el Eurotúnel: si lo está, debe estar por lo
menos a una hora y media de distancia. Se sienta en silencio mientras la mujer americana
resopla y abre su maleta sobre la cama, tomando todas las perchas a medida que cuelga
su ropa.
—¿Estás aquí por negocios? —dice Nell, cuando el silencio se vuelve demasiado
pesado.
—Dos reuniones. Una esta noche, y después un día de descanso. No he tenido un
día de descanso este mes. —La americana dice esto como si la culpa es de Nell—. Y
mañana tengo que estar al otro lado de París. Bien. Tengo que salir ahora. Voy a confiar
en que no tocarás mis cosas.
Nell la mira fijamente.
—No voy a tocar tus cosas.
—No quiero ser grosera. Es sólo que no estoy habituada a compartir habitaciones
con extraños. Cuando llegue tu novio, me alegraría si pudieras entregar tu llave en la
planta baja.
Nell trata de no demostrar su ira.
—Lo haré —dice, y recoge su libro, fingiendo leer mientras, con una mirada hacia
atrás, la americana sale de la habitación. Y es precisamente en ese momento que su
teléfono emite un sonido. Nell lo agarra.
Lo siento, nena. No voy a ir. Ten un buen viaje.
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Página
Tres
Traducido por smile.8

F
abien se sienta en el tejado, empuja su sombrero de lana más abajo sobre
sus ojos y enciende otro cigarrillo. Es el sitio donde siempre fumaba cuando
había probabilidades de que Sandrine volvería. No le había gustado el olor,
y si fumaba dentro solía arrugar su nariz y decir que el apartamento tipo estudio olía mal.
Es una cornisa estrecha, pero lo suficientemente grande para un hombre alto, una
taza de café y 332 páginas de un manuscrito escrito a mano. En verano a veces tomaba
siestas aquí, y saludaba a los gemelos adolescentes del lado contrario de la plaza. Se
sentaban en el techo de su propio edificio a escuchar música y fumar, lejos de la mirada
de sus padres.
El centro de París está lleno de esos espacios. Si no tienes un jardín o un balcón
pequeño, encuentras tu lugar afuera donde puedes.
Fabien recoge su lápiz y comienza a tachar palabras. Ha estado editando este
manuscrito durante seis meses y ahora las líneas escritas están llenas de las marcas de
lápiz. Cada vez que lee su novela ve más fallas.
Los personajes son planos, sus voces falsas. Philippe, su amigo, dice que tiene que
moverse, que lo impriman y se lo dé a un agente que esté interesado. Pero cada vez que
lo mira, ve más razones por las que no le puede enseñar a nadie su libro.
No está preparado.
Sandrine dijo que no quería darlo porque, hasta que lo hiciera, todavía podía
decirse a sí mismo que tenía esperanzas. Era una de las cosas menos crueles que había
dicho.
Mira su reloj, sabiendo que solo tiene una hora antes de comenzar su turno. Y
entonces escucha su teléfono móvil sonar. ¡Mierda! Está dentro. Maldice para sus
adentros por olvidarse de meterlo en su bolsillo antes de salir al tejado. Balancea su taza
en la pila de páginas, para evitar que salgan volando, y se vuelve a pasar por la ventana.
Después, no está muy seguro de lo que pasó. Su pie derecho resbala en la mesa
que utiliza para escalar de vuelta y su pie izquierdo sale disparado hacia atrás mientras
trata de evitar caerse. Y su pie —su gran pie patoso, como Sandrine diría— patea la taza
y las páginas salen volando de la cornisa. Se vuelve a tiempo para oír la taza romperse
contra los adoquines de abajo, y ver las 332 páginas blancas surcando los cielos oscuros.
Ve sus páginas atrapando el viento, y como cisnes blancos, flotar en las calles de
París.
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Página
Cuatro
Traducido por Karliie_j y Cat J. B

N
ell ha pasado una hora acostada en la cama y aún no puede decidir qué
hacer. Pete no vendrá a París. En serio no vendrá. Mientras ella ha
recorrido todo el camino hasta la capital de Francia, con ropa interior
nueva y las uñas de los pies pintadas de rojo, Pete la ha dejado plantada.
Durante los primeros diez minutos había mirado el mensaje, su alegre “Ten un
buen viaje”, y esperó por más. Pero, no, él en realidad no iba a venir.
Se recuesta en la cama, su teléfono aún en mano, mirando la pared. Se da cuenta
que una parte de ella siempre había sabido que esto pasaría. Mira su teléfono, enciende y
apaga la pantalla, solo para asegurarse que no estaba soñando.
Pero lo sabe. Probablemente lo supo desde anoche, cuando él no respondió a
ninguna de sus llamadas. Incluso podría haberlo sabido desde la última semana cuando
todas sus ideas para lo que podrían hacer en París fueron respondidas con un simple: “Sí,
como sea”, o “No lo sé”.
No era solo que Pete era un novio poco confiable, de hecho, usualmente
desaparecía sin decirle a dónde iba. Y si era honesta consigo misma, en realidad ni
siquiera la invitaba.
Habían estado hablando de los lugares que no habían visitado y ella había
admitido que nunca había estado en París, así que él dijo, vagamente:
—¿De verdad? Oh, es asombroso. Te encantaría.
Era la única cosa realmente impulsiva que había hecho en su vida. Dos noches
después, había buscado en el sitio de internet y había visto la oferta especial de Eurostar.
Sus dedos habían merodeado sobre el botón de reservar en su computadora y, antes de
saber lo que estaba haciendo, había comprado dos boletos de ida y vuelta. Se había
presentado ante él con ellos, brillando de vergüenza y placer, la noche siguiente cuando
habían regresado a su casa.
—¿Hiciste qué? —Él había estado borracho, lo recordaba ahora, y había
parpadeado lentamente, como si no lo creyera—. ¿Me compraste un boleto a París?
—A ambos —había dicho ella, mientras él jugaba con los botones de su vestido—
. Un fin de semana en París. Pensé que sería… divertido.
—¡Me compraste un boleto a París! —Él había sacudido la cabeza, su cabello
cayéndole sobre un ojo. Y había dicho—: Seguro, nena. ¿Por qué no? Bien hecho. —Ella
no recordaba qué más había dicho, mientras colapsaban sobre su cama.
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Página
Ahora tendría que regresar a la estación, y de nuevo a Inglaterra y decirle a Magda,
Trish y Sue que ellas tenían razón. Que Pete era exactamente como ellas creían que era.
Que Nell había sido una tonta y había gastado su dinero. Había rechazado el viaje de las
Chicas a Brighton para nada.
Cierra los ojos hasta que está segura que no va a llorar, después se obliga a ponerse
de pie. Echa un vistazo a su maleta. Se pregunta en dónde encontrar un taxi, y si puede
cambiar su boleto. ¿Y si llega a la estación y no la dejan subir al tren? Se pregunta si
debería pedirle a la recepcionista de abajo que llame a Eurostar por ella, pero le asusta la
fría mirada de la mujer.
No tiene idea de qué hacer.
Su teléfono suena de nuevo. Lo toma, su corazón acelerándose de repente.
¡Vendrá después de todo! ¡Todo estará bien! Pero es Magda.
¿Ya divirtiéndote, pequeña pervertida?
Ella parpadea ante eso, y de repente se siente nostálgica. Desearía estar ahí, en la
habitación de hotel de Magda, con un vaso de plástico lleno de champán apretujadas en
el baño mientras pelean por espacio ante el espejo para ponerse maquillaje. Inglaterra está
a una hora atrasada. Deben estar aún arreglándose, sus maletas con nuevos atuendos
derramados en la alfombra, la música demasiado alta para provocar quejas.
Piensa, brevemente, que nunca antes se ha sentido tan sola en la vida.
Todo bien, gracias. ¡Diviértanse!
Escribe despacio y luego presiona ENVIAR, esperando por el silbante sonido que
indica que ha salido volando por el Canal Inglés. Y después apaga su teléfono para no
tener que mentir más.

Nell examina los horarios de Eurostar, saca una libreta de su bolso y escribe una
lista, trabajando en sus opciones. Es un cuarto para las nueve. Incluso si logra llegar a la
estación, probablemente no llegará a tiempo para el tren que la llevará de regreso a
Inglaterra. Tendrá que quedarse aquí toda la noche.
Bajo la dura luz del espejo del baño, se ve cansada e irritada. Se ve justo como la
chica que acaba de viajar hasta París para ser plantada por su novio. Apoya sus manos en
el lavabo, toma un largo y titubeante respiro, e intenta pensar con claridad.
Encontrará algo para comer, dormirá un poco, y después se sentirá mejor. Mañana
tomará el primer tren a casa. No era lo que había esperado pero era un plan, y Nell siempre
se sentía mejor con un plan.
Cierra la puerta, la asegura y baja. Trata de lucir relajada y confiada, como una
mujer que siempre se encuentra sola en ciudades extrañas.
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—¿Conoce algún lugar lindo donde pueda ir a comer? —le pregunta a la
recepcionista.
La mujer la observa.
—¿Quiere un restaurante?
—O un café, lo que sea. Algún lugar al que pueda llegar caminando. Oh, y, um,
si la otra mujer regresa, ¿podría decirle que me quedaré esta noche?
La francesa levanta una ceja, y Nell la imagina pensando: ¿Entonces tu novio
nunca apareció, tímida chica inglesa? No me sorprende.
—Está el Café des Bastides —dice ella, entregándole un pequeño mapa para
turistas—. Salga y doble a la derecha, está a dos calles del lado izquierdo. Es muy lindo.
Está bien para… —Hace una pausa—… comer solo.
—Gracias. —Nell, con las mejillas ardiendo, toma el mapa, lo desliza dentro de
su bolso, y sale bruscamente del hotel.

El café está lleno, pero Nell encuentra una pequeña mesa con una silla en la
esquina junto a la ventana y toma asiento. Dentro, hay un aire viciado y la gente a su
alrededor habla en francés. Se siente cohibida, como si usara un letrero que dice: POBRE
DE MÍ. NO TENGO NADIE CON QUIEN COMER. Mira el pizarrón, diciendo las
palabras en su mente varias veces antes de decirlas en voz alta.
—Bonsoir. —El mesero, quien tiene la cabeza rapada y un largo mandil, pone una
jarra de agua frente a ella—. Qu’est-ce…
—Je voudrais le steak frites s’il vous plait —dice ella deprisa. Su comida, filete y
papas, es costosa, pero es lo único que es capaz de pronunciar sin sonar tonta.
El mesero da un pequeño asentimiento y mira detrás de él, como distraído.
—¿El filete? ¿Y de tomar, señorita? —dice en perfecto inglés—. ¿Un poco de
vino?
Iba a ordenar Coca-cola. Pero susurra:
—Sí, por favor.
—Bon —dice él. En minutos está de vuelta con una canasta de pan y una jarra de
vino. Los coloca sobre la mesa como si fuera normal que una mujer esté sentada allí sola
un viernes en la noche, y después se va.
Nell nunca ha visto a una mujer sentada sola en un restaurante, aparte de la vez
que fue a un viaje de compras a Corby y esa mujer se sentó sola con un libro junto al baño
de damas y comió dos postres en vez de un platillo principal. En donde vive, las chicas
salen a comer en grupos, principalmente curry, después de una larga noche bebiendo. Las
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mujeres mayores van solas al bingo, o a algún evento familiar. Pero las mujeres no salen
a comer solas.
Pero ahora, a medida que observa a su alrededor y mastica un pedazo de pan
tostado francés, se da cuenta que no es la única cenando sola. Hay una mujer al otro lado
de la ventana, con una jarra de vino tinto en la mesa, fumando un cigarrillo mientras mira
a la ajetreada gente de París pasar. Hay un hombre en la esquina leyendo el periódico,
llevándose bocados de algo a la boca. Otra mujer, de cabello largo, con los dientes
ligeramente separados y un pesado collar al cuello, charla con un camarero. Nadie les
presta atención.
Nell se relaja un poco y se quita la bufanda.
El vino es bueno. Toma un sorbo y siente cómo la tensión del día comienza a
desvanecerse. Toma otro sorbo. Le traen el filete, quemado y humeante por fuera, pero al
cortarlo está crudo por dentro. Piensa en pedirle que le traigan otro, pero no quiere hacer
un escándalo, menos en Francia.
Además, tiene buen sabor. Las papas fritas están crujientes, doradas y calientes, y
la ensalada verde es deliciosa. Se lo come todo, sorprendiéndose por su apetito. Cuando
vuelve el camarero, éste le sonríe evidentemente complacido.
—Está bueno, ¿eh?
—Delicioso —dice ella—. Gracia… eh, merci. —Él asiente y le rellena la copa.
Mientras ella se estira para tomarla, se las arregla para tirar la mitad del vino rojo sobre
el delantal y los zapatos del camarero, dejando manchas color rojo oscuro—. ¡Lo siento
mucho!
Se cubre la boca con las manos.
Él suspira débilmente mientras se limpia.
—De verdad, no es gran cosa.
—Lo siento. Oh, yo…
—De verdad, no importa.
El camarero le da una sonrisa vaga y desaparece.
Ella siente enrojecer sus mejillas y saca su cuaderno de la mochila, para tener algo
que hacer. Hojea rápidamente su lista de lugares para visitar en París, y se queda mirando
fijamente una página vacía hasta que se asegura que nadie la está observando.
Vive el momento, escribe en la página en blanco, y lo subraya dos veces. Es algo
que vio una vez en una revista. Y quizás no derrames cosas.
Levanta la mirada hacia el reloj. Son las nueve y cuarenta y cinco. Solo unos
39.600 minutos más, y luego podrá subirse de nuevo al tren y fingir que este viaje nunca
sucedió.
18
Página
La mujer francesa todavía está tras el escritorio de recepción cuando Nell vuelve
al hotel. Por supuesto que está ahí. Desliza la llave por el mostrador hasta Nell.
—La otra señorita no ha vuelto aún —dice la mujer. Pronunciando pesadamente
las palabras—. Si regresa antes de que mi turno termine le haré saber que usted está en la
habitación.
Nell susurra un “gracias” y sube las escaleras.
Abre la canilla de la ducha y se mete bajo el agua, tratando de limpiar toda la
desilusión del día. Finalmente, a las diez y media, se sube a la cama y lee una de las
revistas francesas de la mesita de al lado. No entiende la mayoría de las palabras, pero no
se trajo un libro. No había esperado pasar el tiempo leyendo.
Finalmente, a las once, apaga la luz y se acuesta en la oscuridad, escuchando el
sonido de las motocicletas que pasan zumbando por las calles angostas, y el parloteo de
la alegre gente francesa volviendo a casa.
Se siente como si hubiera quedado fuera de una fiesta gigante.
Se le llenan los ojos de lágrimas, y se debate entre llamar o no a las chicas y
contarles lo que pasó. Pero no está lista para su compasión. No se permite pensar en Pete,
y en que la dejó. Trata de no imaginar el rostro de su madre cuando tenga que contarle la
verdad acerca de su fin de semana romántico en París.
Y la puerta se abre. Se enciende la luz.
—No me lo creo. —La mujer americana se queda parada ahí, su rostro sonrojado
por el alcohol, con una larga bufanda púrpura alrededor de los hombros—. Pensé que ya
te habrías ido.
—Yo también. —Nell mete la cabeza debajo de las colchas—. ¿Podrías apagar la
luz, por favor?
—Nunca me dijeron que todavía estabas aquí.
—Bueno, aquí estoy.
Escucha el ruido sordo de una cartera al ser dejada caer sobre la mesa, el
repiquetear de las perchas del ropero.
—No me siento cómoda teniendo que pasar la noche en una habitación con alguien
que no conozco.
—Créeme, tú tampoco eras mi primera opción como compañera de cuarto esta
noche.
Nell se queda debajo de las colchas mientras la mujer se queja y entra y sale del
baño. Escucha que se cepilla los dientes, hace gárgaras, y tira la cadena del baño. Nell
19
Página
trata de imaginar que está en otro lado. En Brighton, quizás, con una de las chicas,
tambaleándose hasta la cama ebria.
—Te digo que no estoy feliz de tenerte aquí —dice la mujer.
—Bueno, duerme en otro lado —suelta Nell—. Porque tengo tanto derecho como
tú a esta habitación. Más que tú, si nos fijamos en las fechas de reservación.
—No hay necesidad de ponerse tan irritable —dice la mujer.
—Bueno, no hay necesidad de hacerme sentir peor de lo que ya me siento.
—Cariño, no es mi culpa que tu novio no se apareciera.
—Y no es mi culpa que el hotel nos haya reservado la misma habitación.
Hay un largo silencio. Nell se pregunta, por un segundo, si la mujer está por decir
algo agradable. Es estúpido, después de todo, son dos mujeres peleándose por un pequeño
espacio. Estamos en el mismo bote, piensa. Trata de pensar en algo agradable que decir.
Y luego suena la voz de la mujer en la oscuridad:
—Bueno, solo para que sepas, pondré mis objetos de valor a salvo. Y estoy
entrenada en defensa personal.
—Y yo soy la reina Elizabeth II —murmura Nell. Alza los ojos al cielo en la
oscuridad, y espera que suene el chasquido que le dice que la luz está apagada.

Aunque está exhausta y un poco triste, Nell no puede dormir. Trata de relajarse,
de calmar sus pensamientos, pero alrededor de medianoche, una voz en su cabeza le dice:
Nop. No dormirás nada, señorita.
En cambio, su cerebro comienza a girar y revolverse como un lavarropas,
lanzando a la superficie pensamientos oscuros como si fueran ropa sucia. ¿Había actuado
demasiado entusiasta? ¿No era lo suficientemente buena? ¿Era por su lista de galerías de
arte francesas, con sus pros y contras (tiempo de viaje en comparación a posibles colas)?
¿Era simplemente demasiado aburrida para que un hombre la ame?
La noche se alarga y cae. Se queda acostada en la oscuridad, tratando de bloquear
el sonido de los ronquidos extraños de la cama de al lado. Intenta estirarse, bostezar,
cambiar de posición. Trata de respirar profundamente, relajando partes de su cuerpo, e
imagina que sus pensamientos oscuros están en una caja y que lanza lejos la llave.
A eso de las tres de la mañana, acepta que probablemente estará despierta hasta el
amanecer. Se levanta y se dirige hacia la ventana, corriendo un poquito la cortina.
Los tejados brillan bajo la luz de las farolas. Una silenciosa llovizna cae sobre el
pavimento. Una pareja camina lentamente a casa, tomados de la mano, murmurando.
Esto debería haber sido tan maravilloso, piensa.
20
Página
Los ronquidos de la mujer americana son fuertes. Resopla, sonando como si
alguien la asfixiara. Nell busca dentro de su maleta tapones para los oídos (se trajo dos
pares, por las dudas) y vuelve a la cama. Estaré en casa en poco más de ocho horas,
piensa, y con ese pensamiento reconfortante, finalmente se queda dormida.
21
Página
Cinco
Traducido por SoleMary

E
n el café, Fabien se sienta al lado del mesón de la cocina, observando como
Emil friega los enormes sartenes de acero. Está bebiendo a sorbos un café
grande, y sus hombros caen. El reloj dice que faltan quince minutos para
la una.
—Escribirás otro. Será mejor —dice Emil.
—Puse todo lo que tenía en ese libro. Y ahora todo se ha ido.
—Vamos. Dices que eres un escritor. Debes tener más de un libro en tu cabeza.
Si no, serás un escritor muerto de hambre. Y quizás la próxima vez, lo haces en una
computadora, ¿sí? Así podrías solo imprimir otra copia.
Fabien había encontrado 183 páginas de más de 300 que habían salido a volar.
Algunas de ella se habían borrado con suciedad y agua de lluvia, pisoteadas con huellas
de pies. Otras habían desaparecido al interior de la noche de París. Mientras él recorría
las calles alrededor de su casa había visto la extraña página, volando por los aires, o
empapada en una alcantarilla, ignorada por los transeúntes. Al ver sus palabras por ahí,
sus más recónditos pensamientos, le hicieron sentir como si estuviera de pie en la calle
completamente desnudo.
—Soy tan tonto, Emil. Sandrine me dijo tantas veces que no llevara mi trabajo al
techo…
—Oh, no. No una historia de Sandrine. ¡Por favor! —Emil vacía el fregadero de
agua grasienta y lo rellena—. Necesito algo de brandy si vamos a tener una historia de
Sandrine.
—¿Qué voy a hacer?
—Lo que tu gran héroe, el escritor Samuel Beckett, te dijo que hagas: “Inténtalo
de nuevo. Falla de nuevo. Falla mejor”. —Emil levanta la vista, su piel marrón brillando
por el sudor y el vapor—. Y no solo hablo del libro. Tienes que salir de nuevo. Conocer
algunas mujeres. Beber un poco, bailar un poco… ¡encontrar algo de material para otro
libro!
—No lo sé. No estoy realmente de buen humor.
—¡Entonces ponte de humor! —Emil era como un radiador, siempre haciéndote
sentir cálido—. Al menos ahora tienes una razón para salir de tu apartamento, ¿eh? Ve y
vive un poco. Piensa en algo más.
Él termina el último sartén. Lo coloca con los otros, luego arroja el paño de secar
sobre su hombro.
22
Página
—Está bien. Oliver estará trabajando en su turno mañana en la noche, ¿sí? Así que
tú y yo. Saldremos por algunas cervezas. ¿Qué dices?
—No lo sé…
—Bueno, ¿qué más vas a hacer? Pasar la noche en tu diminuto apartamento.
Monsieur Hollande, nuestro presidente, en la televisión te dirá que no hay dinero. Tu casa
vacía te dirá que no hay una mujer.
—No estás haciendo que las cosas suenen mejor, Emil.
—¡Lo estoy haciendo! ¡Soy tu amigo! Te estoy dando un millón de razones para
que salgas conmigo. Vamos, nos reiremos un poco. Escoge a alguna mala mujer.
Consigue que te arresten.
Fabien termina su café y le pasa su taza a Emil, que la pone en el fregadero.
—Vamos. Tienes que vivir de modo que tengas algo sobre qué escribir.
—Quizás —dijo—. Lo pensaré.
23
Página
Seis
Traducido por VckyFer

E
s el golpeteo lo que la despierta. Viene hacia ella primero como desde la
distancia, haciéndose más fuerte, luego escucha una voz:
—Limpieza.
Limpieza.
Nell se levanta de golpe, parpadeando, con un leve sonido en sus oídos y por un
momento no tiene idea de en dónde está. Contempla la extraña cama y luego el papel
tapiz de las paredes. Hay un sonido amortiguado. Alcanza sus oídos y saca los tapones.
De repente el sonido es ensordecedor.
Avanza hacia la puerta y la abre, restregando sus ojos.
—¿Hola?
La mujer, en uniforme de criada, se disculpa, da un paso atrás y dice algo que debe
de ser francés.
Pero Nell no tiene idea qué es. Así que asiente y deja que la puerta se cierre. Siente
que ha sido atropellada. Mira hacia la mujer americana, pero solo hay una cama vacía, la
cubierta revuelta y la puerta del ropero abierta. Echa un vistazo alrededor, entrando en
pánico, a su maleta, pero aún está allí.
No se había dado cuenta que la mujer se iba a marchar tan temprano, pero Nell se
da cuenta que no tiene que enfrentar ese rostro enfurecido de nuevo. Ahora puede
ducharse en paz y…
Mira hacia abajo en su teléfono. Es un cuarto pasado de las once.
No puede ser.
Enciende la televisión, pasando por los canales hasta que se topa con el canal de
las noticias.
Es realmente un cuarto pasado de las once.
De repente despierta, comienza a reunir sus cosas, arrojándolas en la maleta y
poniéndose la ropa. Luego, tomando la llave y sus boletos, corre escaleras abajo. La mujer
francesa está detrás del escritorio, tan perfecta como había estado la noche anterior. Nell
desea de pronto que se hubiera detenido a cepillar su cabello.
—Buenos días, señorita.
24
Página
—Buenos días. Me preguntaba si podía… si… bueno, necesito cambiar mi boleto
Eurostar.
—¿Quiere que llame a Eurostar?
—Por favor. Necesito llegar a casa hoy. Es… una emergencia familiar.
El rostro de la mujer no cambia.
—Por supuesto.
Toma el boleto y marca, y luego habla en un rápido francés. Nell se pasa sus dedos
por el cabello, luego restriega sus ojos para apartar el sueño.
—No tienen nada hasta las cinco. ¿Esto estaría bien para usted?
—¿Nada de nada?
—Habían algunos espacios temprano esta mañana, pero nada hasta las cinco.
Nell se maldice a sí misma por dormir hasta tarde.
—Está bien.
—Y va a tener que comprar un nuevo boleto.
Nell mira al boleto, que la mujer le está entregando. Y está allí en blanco y negro.
INTRANSFERIBLE.
—¿Un nuevo boleto? ¿Cuánto sería?
La mujer dice algo, luego pone su mano para cubrir el receptor.
—Ciento setenta y ocho euros. ¿Quiere agendarlo?
Ciento setenta y ocho euros. Como ciento cincuenta libras.
—Eh… um… ¿sabes qué? Tengo… tengo que arreglar algo.
No se atreve a ver el rostro de la mujer mientras toma el boleto de regreso. Se
siente como una tonta. Por supuesto que un boleto barato sería intransferible.
—Muchas gracias. —Se dirige hacia la seguridad de su habitación, ignorando a la
mujer, que la está llamando.

Nell se sienta en la orilla de la cama y maldice suavemente para sí misma. Así


que, puede pagar la mitad de su sueldo mensual para llegar a casa, o seguir adelante con
El Peor Fin De Semana Romántico del Mundo por una noche más. Puede esconderse en
esa habitación aislada con su televisión francesa que no logra entender. Puede sentarse
sola en los cafés, tratando de no ver a las parejas felices.
Decide prepararse un café, pero no hay cafetera en la habitación.
—Oh, por Dios santo —dice en voz alta. Decide que odia París.
25
Página
Y es allí cuando ve un sobre a medio abrir en el suelo, casi bajo la cama, con algo
sobresaliendo de este. Se inclina y lo levanta. Son dos boletos a un show de un artista que
vagamente ha escuchado por ahí. Lo gira. Deben haber pertenecido a la americana. Los
pone abajo. Decidirá qué hacer con ellos luego. Por ahora necesita ponerse maquillaje,
cepillar su cabello y entonces en serio necesita café.

Afuera en la luz del día se siente más feliz en cuanto a París. Camina hasta que ve
una cafetería con gran aspecto y ordena un café y un croissant. Se sienta en la calle,
acurrucada contra el frío, junto a varias personas que están haciendo lo mismo.
El café es bueno y el croissant delicioso. Anota el nombre del café en su libro, en
caso de que quiera regresar. Deja una propina y regresa al hotel, pensando: “Bueno, he
tenido desayunos peores”. Un francés de edad mayor inclina su sombrero hacia ella y un
pequeño perro se detiene para saludar. Al otro lado de la calle hay una tienda de bolsos,
así que mira a través de la ventana a algunos de los bolsos más hermosos que alguna vez
ha visto. La tienda se ve como el set de una película.
No puede descifrar qué hacer. Camina lentamente, debatiéndose consigo misma,
escribiendo en su pequeña libreta sus razones en pro y contra en cuanto a tomar el tren de
las cinco de la tarde. Si toma ese tren, podría tomar el último tren a Brighton y sorprender
a las chicas. Podría salvar este fin de semana. Incluso podría embriagarse por completo y
ellas cuidarían de Nell. Para eso estaban las amigas.
Pero la idea de gastar otras ciento cincuenta libras en un fin de semana que ya de
por sí es desastroso hace que su corazón se hunda. Y no quiere que su primer viaje a París
termine con ella huyendo, con la cola entre las piernas. No quiere recordar la primera vez
que fue a París como en el momento en que la abandonaron y corrió a casa sin ver la torre
Eiffel.
Aún está pensando cuando llega al hotel, por lo que casi lo olvida hasta que mete
la mano en su bolsillo por la llave. Y saca los boletos de la mujer americana.
—¿Perdone? —dice ella a la recepcionista—. ¿Sabes qué le sucedió a la mujer
que estaba compartiendo habitación conmigo? ¿Habitación cuarenta y dos?
La mujer revisa un grupo de papeles.
—Salió a primera hora esta mañana. A… una emergencia familia, creo. —Su
rostro no revela nada—. Hay tantas emergencias este fin de semana.
—Ella dejó unos boletos en mi habitación. Para el show de un artista. Me estaba
preguntando qué hacer con ellos.
Ella los levanta y la recepcionista los estudia.
—Se fue directo al aeropuerto… Oh. Este es un show muy popular, creo. Estaba
en las noticias la semana pasada. Las personas hacen grandes filas por horas para verlo.
Nell mira los boletos una vez más.
26
Página
—Yo que usted iría a esta exhibición, señorita. —La mujer le sonríe—. Si puede…
si su emergencia familiar puede esperar.
Nell mira los boletos.
—Quizás lo haga.
—¿Señorita?
Nell se gira de regreso a ella.
—No vamos a cobrarle por la habitación, si decide quedarse esta noche. Para
recompensar el inconveniente. —Ella sonríe en disculpa.
—Oh. Gracias —dice Nell, sorprendida.
Y decide. Solo es una noche más. Se quedará.
27
Página
Siete
Traducido por âmenoire

S
andrine, la ex novia de Fabien, siempre dijo que se levantaba demasiado
tarde. Ahora, de pie cerca del final de una fila que está marcado con carteles
diciendo “Una hora desde este punto”, “Dos horas desde este punto”,
Fabien se patea a sí mismo por no levantarse a las ocho como lo había planeado.
Se suponía que visitaría a su padre, le ayudaría a poner algunas repisas. Pero de
alguna manera, mientras montaba su motocicleta junto al río, había visto las señales y se
detuvo. Se había quedado alegremente de pie al final unos cuarenta y cinco minutos,
pensando que la fila se movería rápidamente. Pero ha avanzado sólo unos tres metros. Es
una fría tarde clara y está empezando a sentir el frío. Se pone su gorro de lana sobre su
cabeza y patea el suelo con la punta de sus botas.
Podría simplemente salirse de la fila, desviarse y encontrarse con su padre, como
había dicho que haría. Podría ir a casa y arreglar el apartamento. Podría ponerle más aceite
a su ciclomotor y comprobar los neumáticos. Podría hacer el papeleo que había estado
posponiendo durante meses. Pero nadie más se había salido de la fila y él tampoco.
De alguna manera, piensa, podría sentirse mejor si se queda. Habrá logrado algo
hoy. No habrá renunciado, como Sandrine dice que siempre hace.
Esto, por supuesto, no tiene nada que ver con el hecho de que Frida Kahlo es la
artista favorita de Sandrine. Levanta su cuello, imaginándose a sí mismo topándose con
ella en el bar.
—Oh, sí —diría casualmente—. Acabo de ir a ver la exposición de Diego Rivera
y Frida Kahlo. —Luciría sorprendida, tal vez incluso complacida. Quizás comprará el
catálogo y se lo daría a ella.
Incluso mientras piensa en ello, sabe que es una idea estúpida. Sandrine no va a
estar en ningún lugar cerca del bar donde él trabaja. Lo ha evitado desde que se separaron.
De todos modos, ¿qué está haciendo aquí?
Levanta la mirada para ver una chica caminando lentamente hacia el final de la
larga fila de personas, su sombrero azul marino jalado bajo sobre su frente. Su rostro
muestra la mirada de sorpresa que ve en todos los demás cuando ven cuán larga es la fila.
Se detiene cerca de una mujer a pocas personas por debajo de él. En su mano
sostiene dos pedazos de papel.
—¿Disculpe? ¿Habla usted inglés? ¿Es esta la fila para la exposición Kahlo?
No es la primera en preguntar. La mujer se encoge de hombros y dice algo en
español. Fabien ve lo que está sosteniendo y camina hacia delante.
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Página
—Pero tienes entradas —dice él—. No necesitas hacer fila aquí. —Señala hacia
el frente de la fila—. Mira, si tienes entradas la fila está ahí.
—Oh. —Ella sonríe—. Gracias. ¡Eso es un alivio!
Y luego la reconoce.
—¿Estuviste en el Café des Bastides anoche?
Luce un poco sorprendida. Entonces su mano va hacia su boca.
—Oh. El mesero. Te arrojé el vino encima. Lo siento mucho.
—De rien —dice él—. No es nada.
—De todos modos, lo siento. Y… gracias.
Hace como si fuera a alejarse, pero entonces se vuelve y lo mira directamente,
luego hacia la gente a cada lado de él. Ella parece estar pensando.
—¿Estás esperando a alguien? —le pregunta a Fabien.
—No.
—¿Te… te gustaría mi otro boleto? Tengo dos.
—¿No lo necesitas?
—Fueron… un regalo. No tengo ningún uso para el otro.
Mira fijamente a la chica, esperando que se explique, pero no dice nada más. Estira
una mano y toma el billete ofrecido.
—¡Gracias!
—Es lo menos que puedo hacer.
Caminan uno junto al otro hacia la pequeña fila en la parte delantera, donde se
están comprobando las entradas. Él no puede dejar de sonreír ante este inesperado regalo.
La mirada de ella se desliza hacia él y ella sonríe. Él nota que sus orejas se han puesto
rosa.
—Entonces —dice él—. ¿Estás aquí de vacaciones?
—Solo el fin de semana —dice—. Solo… tú sabes… me apetecía un viaje.
Él inclina su cabeza hacia los lados.
—Es bueno. Solo ir. Muy… —busca la palabra—… impulsivo.
Ella sacude su cabeza.
—Tú… ¿trabajas en el restaurante todos los días?
—La mayoría de los días. Quiero ser un escritor. —Baja la mirada y patea un
guijarro—. Pero creo que tal vez siempre seré un mesero.
29
Página
—Oh, no —dice, su voz repentinamente clara y fuerte—. Estoy segura que
llegarás ahí. Tienes todo eso pasando frente a ti. Las vidas de las personas, quiero decir.
En el restaurante. Estoy segura que debes estar lleno de ideas.
Él se encoge de hombros.
—Es… un sueño. No estoy seguro que sea una buena idea.
Y entonces están en el frente y el guardia de seguridad la dirige hacia el mostrador
para la revisión de su bolso. Fabien ve que se siente incómoda y no sabe si debería
esperarla.
Pero mientras él se para ahí, ella levanta una mano como para despedirse.
—Bueno, gracias —dice ella—. Espero que disfrutes la exposición.
Él empuja sus manos aún más profundo en sus bolsillos, y asiente.
—Adiós.
Él ni siquiera sabe su nombre. Pero entonces ella baja por las escaleras, y
desaparece entre la multitud.
Durante meses Fabien ha estado atrapado en una grieta, incapaz de pensar en otra
cosa que Sandrine. Cada bar en el que ha estado le recuerda a algún lugar al que hubieran
ido. Cada canción que escucha le recuerda a ella, la forma de su labio superior, el aroma
de su cabello. Ha sido como vivir con un fantasma.
Pero ahora, dentro de la galería, algo le pasa. Se descubre atrapado por las
pinturas, los enormes lienzos de colores de Diego Rivera, los pequeños y agonizantes
autorretratos de Frida Kahlo, la mujer que Rivera amó. Fabien apenas nota la multitud
que se agrupa frente a los cuadros.
Él se detiene frente a una pequeña pintura perfecta en la que ella ha representado
su columna como una columna agrietada. Hay algo acerca de la tristeza en sus ojos que
no le permite mirar hacia otro lado. Eso es sufrimiento, piensa él. No la pérdida de
Sandrine quien, al final, solo parecía criticarlo siempre, todos modos. Fabien siente como
si un peso se ha levantado.
Se encuentra de pie una y otra vez delante de los mismos cuadros, leyendo sobre
la vida de la pareja, la pasión que comparten por su arte, por los derechos de los
trabajadores, el uno por el otro. Quiere vivir como esta gente. Tiene que ser un escritor.
Tiene que serlo.
Está lleno de ganas de ir a casa y escribir algo que sea fresco y nuevo, y tenga en
ello la honestidad de estas pinturas. Por encima de todo solo quiere escribir. Pero, ¿qué?
Y entonces la ve, parada delante de la chica con la columna rota. Su mirada fija
en la chica de la pintura, con los ojos completamente abiertos y tristes. Su sombrero azul
marino agarrado en su mano derecha. Mientras él observa, una lágrima se desliza por la
mejilla de la chica. Su mano izquierda se levanta y, sin apartar la vista del cuadro, la
limpia con su palma. Mueve su mirada repentinamente, tal vez sintiendo la mirada de él
en ella, y sus ojos se encuentran. Casi antes de que él sepa lo que está haciendo, Fabien
camina hacia delante.
30
Página
—Nunca… nunca tuve oportunidad para preguntarte —dice él—. ¿Te gustaría ir
por un café?
31
Página
Ocho
Traducido por Gigi D y Martinafab

E
l Café Cheval Bleu está lleno a las cuatro de la tarde, pero la mesera le
encuentra una mesa dentro a Fabien. Nell tiene el presentimiento de que
es uno de esos hombres que siempre consigue una buena mesa dentro.
Ordena un diminuto café negro, y ella dice:
—Yo también. —Porque no quiere que él oiga su terrible acento francés.
Hay un breve silencio incómodo.
—Fue una buena exhibición, ¿cierto?
—No suelo llorar con los cuadros —dice ella—. Me siento un poco tonta ahora
que estamos aquí afuera.
—No. No, fue conmovedor. Y las multitudes, la gente, las fotos…
Comienza a hablar de la exhibición. Dice que había oído del talento del artista,
pero no imaginó que estaría tan conmovido por su trabajo.
—Lo sentí aquí, ¿sabes? —dijo, tocándose el pecho—. Tan… poderoso.
—Sí —dice ella.
Nadie que conozca habla de esa forma. Charlan sobre lo que Tessa vistió en el
trabajo, de Coronation Street, o quién se cayó de una escalera cuando se embriagaron el
último fin de semana.
—Creo… que quiero escribir como ellos pintan. ¿Eso tiene sentido? Quiero que
alguien lea y sienta como un, ¡puf!
Ella no puede evitar sonreír.
—¿Te parece divertido? —Se ve dolido.
—Oh, no. Es solo la forma en que dijiste puf.
—¿Puf?
—No es una palabra que tengamos en Inglaterra. Es solo que… yo… —Sacude la
cabeza—. Simplemente es una palabra graciosa. Puf.
Él la mira un minuto, y entonces ríe muy fuerte.
—¡Puf!
Y el hielo se rompe. El café llega, y ella le pone dos sobres de azúcar para no hacer
una mueca al beberlo.
32
Página
Fabien se acaba el suyo en dos tragos.
—¿Y qué te parece París, Nell de Inglaterra?
—Me gusta. Lo que he visto. Pero no he ido a ninguno de los lugares turísticos.
No he visto la Torre Eiffel, ni Notre Dame, ni ese puente donde los amantes atan pequeños
candados. No creo que tenga tiempo para eso ahora.
—Volverás. La gente siempre vuelve. ¿Qué harás esta noche?
—No lo sé. Quizás busque otro lugar para cenar. Quizás me quede en el hotel.
Estoy bastante cansada —dice riendo—. ¿Trabajarás en el restaurante?
—No. Hoy no.
Ella intenta no parecer decepcionada.
Él baja la mirada a su reloj.
—¡Merde! Le prometí a mi padre que le ayudaría con algo. Tengo que irme. —
Alza la mirada—. Pero más tarde me encontraré con unos amigos en un bar. Si quieres,
puedes unirte a nosotros.
—Oh. Eres muy amable, pero…
—No puedes pasar tu noche en París en tu cuarto de hotel.
—De verdad, estaré bien.
Puede oír la voz de su madre: Una no puede simplemente salir con desconocidos.
Podría ser cualquier persona. Tiene la cabeza rapada.
—Nell. Por favor, déjame comprarte un trago. Solo para agradecerte por la
entrada.
—No lo sé…
Tiene la sonrisa más hermosa que haya visto. Se siente ceder.
—¿Es lejos?
—Nada es lejos —dice y ríe—. ¡Estás en París!
—De acuerdo. ¿Dónde nos encontramos?
—Pasaré por ti. ¿Dónde te hospedas?
Ella se lo dice, y luego pregunta:
—Entonces, ¿a dónde iremos?
—Donde la noche nos lleve. ¡Eres la Chica Impulsiva de Inglaterra, después de
todo! —Se despide y luego se va, poniéndose el abrigo y desapareciendo calle abajo.
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Página
Nell vuelve a su habitación, su mente aún zumbando por los eventos de la tarde.
Ve las pinturas en la galería, las grandes manos de Fabien alrededor de la tacita de café,
los ojos tristes de la mujer diminuta en la pintura. Ve los jardines junto al río, amplios y
extensos, y el río Sena fluyendo debajo. Oye el siseo de las puertas abriéndose y
cerrándose en el subterráneo. Siente que todo su cuerpo está echando chispas. Se siente
como un personaje de algún libro.
Se ducha y se lava el cabello. Repasa las pocas prendas que trajo para el viaje y
se pregunta si alguna será lo suficientemente parisina. Todos aquí son tan elegantes. No
se visten parecido. No se visten como las chicas inglesas.
Casi sin pensar, corre escaleras abajo a la pequeña fila de tiendas que había pasado
antes. Se detiene ante una vidriera. Había notado el vestido verde con las piñas esta
mañana. Le había hecho pensar en las estrellas de cine de los años cincuenta. Inspira
hondo y abre la puerta.
Veinte minutos más tarde está de regreso en el hotel, con una bolsa. Saca el vestido
y se lo pone. Se para frente al espejo, viendo cómo cae hermosamente, la forma en que
se le ajusta en la cintura, y nota que lleva toda la tarde sin pensar en Pete. ¡Está en París,
probándose un vestido que compró en una tienda parisina, preparándose para salir con un
desconocido con el que se encontró en una galería! Ata su cabello en un moño suelto, se
pone brillo labial, se sienta en la cama, y ríe.

Veinte minutos más tarde, sigue sentada en la cama, mirando hacia la nada.
Está en París, preparándose para salir con un desconocido que se encontró en
una galería.
Debe estar loca.
Esta es la cosa más estúpida que ha hecho en su vida.
Esto es más estúpido que comprar un vestido caro con piñas en él.
Esto es incluso más estúpido que comprarle un billete a París a un hombre que le
había dicho que no podía decidir si su cara se veía más como la de un caballo o un bollo
de grosella.
Estará en un titular de periódico o, peor aún, en una de esas pequeñas cintillas de
las noticias que no son lo suficientemente importantes como para ser titular.
Chica encontrada muerta en París después de que su novio no se presenta.
“Le dije que no saliera con hombres extraños”, dice la madre.
Se mira a sí misma en el espejo. Esto es una locura. ¿Qué ha hecho?
Nell agarra su llave, se coloca sus zapatos y corre por la estrecha escalera hasta la
recepción. La recepcionista está ahí, y Nell espera a que se desprenda del teléfono antes
de inclinarse, y decir en voz baja:
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Página
—Si un hombre viene por mí, ¿le puede decir que estoy enferma?
La mujer frunce el ceño.
—¿No es una emergencia familiar?
—No. Yo… eh… tengo dolor de estómago.
—Dolor de estómago. Lo siento, señorita. ¿Y cuál es la apariencia de este hombre?
—Cabello muy corto. Conduce un ciclomotor. Obviamente no aquí. Yo… es alto.
Ojos bonitos.
—Ojos bonitos.
—Mira, es el único hombre que probablemente venga aquí preguntando por mí.
La recepcionista asiente, como si se tratara de un buen punto.
—Yo… él quiere que salgamos esta noche y… no es una buena idea.
—Entonces… no te gusta.
—Oh, no, es encantador. Es solo que, bueno… en realidad no lo conozco.
—Pero… ¿cómo va a conocerlo si no sales con él?
—No lo conozco lo suficiente como para salir en una ciudad extraña a un lugar
que no conozco. Posiblemente con otras personas no conozco.
—Esos son un montón de no-conozcos.
—Exactamente.
—Así que te vas a quedar en tu habitación esta noche.
—Sí. No. No lo sé. —Se queda ahí parada, oyendo lo tonta que suena.
La mujer le mira lentamente de arriba hacia abajo.
—Es un vestido muy bonito.
—Oh. Gracias.
—Qué pena. Su dolor de estómago. Aun así. —Ella sonríe, vuelve de nuevo a su
papeleo—. Quizás en otra ocasión.

Nell se encuentra en su habitación, viendo la televisión francesa. Un hombre está


hablando con otro hombre. Uno de ellos niega con la cabeza tan fuerte que su barbilla
tiembla en cámara lenta. Mira el reloj con frecuencia a medida que este gira lentamente
alrededor hasta que dan las ocho. Su estómago retumba. Recuerda a Fabien diciendo algo
acerca de un pequeño puesto de falafel en el barrio judío. Y se pregunta cómo se habría
sentido estar en la parte trasera de ese ciclomotor.
35
Página
Saca su libreta y toma el bolígrafo del hotel de la mesilla de noche. Escribe:
RAZONES POR LAS QUE TENGO RAZÓN PARA QUEDARME
1. Podría ser un asesino en serie.
2. Probablemente querrá sexo.
3. Tal vez tanto la 1 como la 2.
4. Puedo terminar en una parte de París que no conozco.
5. Puedo tener que hablar con los taxistas.
6. Puedo tener problemas para volver al hotel tan tarde por la noche.
7. Mi vestido es tonto.
8. Voy a tener que fingir ser impulsiva.
9. Voy a tener que hablar francés o comer comida francesa frente a
franceses.
10. Si voy a la cama temprano, me levantaré bien y temprano para el tren
a casa.

Se queda allí sentada, mirando su lista ordenada durante algún tiempo. Entonces
en el otro lado de la página escribe:
1. Estoy en París.

La mira un poco más. Y luego, cuando el reloj marca las ocho, mete la libreta de
vuelta en el bolso, agarra su abrigo y baja por la escalera estrecha hacia la recepción.
Él está allí, apoyado en la mesa hablando con la recepcionista, y apenas lo ve
siente un rubor inundando sus mejillas. A medida que camina hacia ellos, con el corazón
latiendo rápidamente, está tratando de encontrar la manera de explicarse. Cualquier cosa
que diga sonará estúpido. Será evidente que tenía miedo de salir con él.
—Ah, señorita. Le estaba diciendo a su amigo aquí que pensé que podría tardar
unos minutos.
—¿Estás lista para irnos? —Fabien está sonriendo. Y Nell no puede recordar la
última vez que alguien se vio tan contento de verla; excepto el perro de su prima, cuando
trató de hacer algo bastante desagradable con su pierna.
—Si regresa después de la medianoche, señorita, tendrá que usar este código en
la puerta principal. —La recepcionista le entrega una tarjeta pequeña—. Me alegra mucho
que su dolor de estómago esté mejor.
—¿Tienes dolor de estómago? —dice Fabien, cuando le entrega un casco
adicional.
La noche de París es tan animada y fría. Nunca antes se ha montado a una moto.
Recuerda haber leído acerca de unas cuantas personas muriendo al conducir una moto.
Pero el casco ya está en su cabeza y él se está moviendo hacia su asiento, haciendo un
gesto para que ella se monte detrás.
—Ahora estoy bien —dice ella.
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Página
Por favor, no me dejes morir, piensa.
—¡Bien! Primero vamos a beber, y entonces tal vez vamos a comer, pero primero
tenemos que mostrarte un poco de París, ¿no? —Y cuando ella envuelve los brazos
alrededor de su cintura el pequeño ciclomotor salta hacia adelante en la noche y, con un
chirrido, se han ido.
37
Página
Nueve
Traducido por Jenn Cassie Grey

F
abien zigzaguea por la Rue de Rivoli, entrando y saliendo del tráfico,
sintiendo las manos de la chica tensándose en su cintura cada que acelera.
En el semáforo se detiene y pregunta:
—¿Estás bien? —Su voz suena apagada a través de su casco.
Ella está sonriendo, la punta de su nariz está roja.
—¡Sí! —dice, y él se da cuenta que está sonriendo también. Sandrine siempre lo
miraba sin expresión desde su puesto en la motocicleta, como si estuviera escondiendo
sus pensamientos sobre la manera en que maneja. La chica inglesa chilla y ríe a veces,
cuando se inclina para evitar un auto que lo hacer irse a la calle lateral, ella grita—: ¡Oh
Dios mío, oh Dios mío, oh Dios mío!
La lleva por las avenidas transitadas, a través de calles traseras, zumbando sobre
un puente, para que así ella pueda ver el río brillando debajo de ellos. Entonces pasan por
otro puente, de modo que pueda ver la catedral de Notre Dame brillando en la oscuridad,
sus gárgolas observándolos con sus caras ensombrecidas.
Después, antes de que ella pueda respirar, están paseando a lo largo de la calle
principal de París, por los Campos Elíseos, entretejiendo a través de los autos, tocando la
bocina a los peatones que están parados en el camino. Ahí, él baja la velocidad y señala
hacia arriba, para que así ella pueda ver… él siente como se echa hacia atrás un poco
mientras pasan de largo. Él alza su pulgar y ella alza el suyo en respuesta.
Acelera sobre un puente, y gira a la derecha a lo largo del río. Esquiva los
autobuses y taxis, e ignora las bocinas de los conductores, hasta que ve el lugar que quiere.
Baja la velocidad y apaga el motor en el camino principal. Los botes de los turistas flotan
a lo largo del río con sus luces brillantes, y hay puestos vendiendo llaveros de la Torre
Eiffel y algodón de azúcar. Y ahí está. La Torre se eleva sobre ellos, un millón de piezas
de hierro señalando hacia el cielo negro.
Ella suelta el agarre de su chaqueta y se baja de la moto cuidadosamente, como si
durante el viaje sus piernas se hubieran entumecido. Se quita el casco. Él nota que ella no
se molesta en arreglar su cabello, como Sandrine habría hecho. Está demasiado ocupada
mirando hacia arriba, su boca abierta en una O de sorpresa.
Él se quita su propio casco, se inclina hacia adelante sobre el manubrio.
—¡Ahí tienes! Ahora puedes decir que has visto todos los lugares más hermosos
de París, y en… eh… veintidós minutos.
Ella se gira y lo mira, sus ojos reluciendo.
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Página
—Esa… —dice ella—, fue la cosa más jodidamente atemorizante y absolutamente
mejor que he hecho en toda mi vida.
Él se ríe.
—¡Es la Torre Eiffel!
—¿Quieres subir? Probablemente tendremos que hacer cola.
Lo piensa un momento.
—Creo que hemos hecho suficiente cola por hoy. Lo que realmente me gustaría
es tomar una bebida fuerte.
—¿Una bebida qué?
—¡Vino! —dice ella, y se sube a la moto—. ¡Dame vino!
Él siente su mano deslizarse alrededor de su cintura y enciente el motor,
manejando hacia la noche.

Una hora más tarde están bebiendo en un bar. Hubo una mención de comida hace
algún tiempo pero parece que ha sido olvidada. Ella está relajada ahí, con Emil, Sasha y
esa amiga de Emil con el cabello rojo cuyo nombre Fabien no puede recordar. Ella se ha
quitado su sombrero y abrigo, y su cabello se balancea alrededor de su cara cuando ríe.
Todo el mundo habla en inglés por ella, pero Emil está tratando de enseñarle a decir
palabrotas en francés.
—¡Merde! —está diciendo—. Pero también tienes que estirar tu cara—. ¡Merde!
—¡Merde! —Ella alza sus manos, como Emil, pero entonces comienza a reír de
nuevo—. No puedo lograr el acento.
—Mierda.
—Mierda —dice ella, copiando su profunda voz—. Puedo hacer ese.
—Pero no dices palabrotas como si quisieras hacerlo. Pensé que todas las chicas
inglesas maldecían como jornaleros, ¿no?
—¡Puf! —dice ella, y gira para mirar a Fabien.
Él se da cuenta que sigue mirándola. No es hermosa, no en la forma en que
Sandrine era hermosa. Pero hay algo en su cara que hace que sigas mirándola: la manera
en que arruga la nariz cuando ríe. La manera en que se ve un poco culpable cuando hace
eso, como si estuviera haciendo algo que no debería. Su sonrisa, amplia, con dientes
pequeños como los de un niño.
Ambos entrelazan sus miradas por un momento y él ve una pregunta, y una
respuesta entre ellos. Emil es divertido, dice la mirada, pero ambos sabemos que esto es
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Página
sobre nosotros. Cuando él aleja la mirada, siente un pequeño nudo en su estómago. Se va
al bar, y pide otra ronda de bebidas.
—Finalmente has seguido adelante, ¿eh? —dice Fred, detrás de la barra.
—Es solo una amiga. Viene de visita de Inglaterra.
—Si tú lo dices —dice Fred y alinea las bebidas. No necesita preguntar lo que
quieren. Es sábado por la noche—. Por cierto, la vi.
—¿Sandrine?
—Sí. Dijo que tiene un nuevo empleo. Algo que ver con un estudio de diseño.
Él siente una pequeña punzada de que algo grande haya pasado en su vida sin que
él lo supiera.
—Es bueno —dice Fred sin encontrarse con sus ojos—, que estés siguiendo
adelante.
En esa única frase, Fabien se da cuenta que Sandrine tiene a alguien más. Es bueno
que estés siguiendo adelante.
Mientras lleva las bebidas hacia la mesa, lo golpea. Es una punzada de
incomodidad, no de dolor. No importa. Es tiempo de dejarla ir.
—Pensé que ibas a traer vino —dice Nell, sus ojos ampliándose cuando él llega
con las bebidas.
—Es hora de tequila —dice—. Solo uno. Solo… porque sí.
—Porque estás en París y es sábado por la noche —dice Emil—. ¿Y quién necesita
una excusa para el tequila?
Él ve un destello de duda en su cara. Pero entonces alza el mentón.
—Vamos a hacerlo —dice. Chupa el limón, entonces toma el contenido del
pequeño vaso, apretando los ojos con un estremecimiento—. Oh, Dios mío.
—Ahora sabemos que es sábado por la noche —dice Emil—. ¡Vamos de fiesta!
¿Vamos a seguir más tarde?
Fabien quiere. Se siente vivo y temerario. Quiere ver a Nell riendo hasta el
amanecer. Quiere ir a un club y bailar con ella, una mano en su espalda sudorosa, sus ojos
entrelazados con los suyos. Quiere estar despierto hasta el amanecer por las razones
correctas, avivado por la bebida, la diversión y las calles de París. Quiere bañarse en el
sentido de la esperanza que viene con alguien nuevo, alguien que ve en ti solo lo mejor
de todo, no lo peor.
—Seguro. Si Nell quiere.
—Nell —dice Emil—. ¿Qué clase de nombre es ese? ¿Es un nombre inglés
común?
—Es el peor nombre del mundo —dice ella—. Mi madre me llamó así por alguien
de un libro de Charles Dickens.
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Página
—Pudo haber sido peor. Pudiste haber sido… ¿cuál es su nombre? Ah, Señorita
Havisham.
—Mercy Pecksniff.
—Fanny Dorrit.
Todos rieron.
Se lleva una mano sobre su boca, riendo.
—¿Cómo es que saben tanto sobre Dickens?
—Leemos mucho. Fabien lee todo el tiempo. Es terrible. Tenemos que pelear para
que salga. —Emil alza un vaso—. Él es como un… un… ¿cómo le dicen ustedes? Un
ermitaño. Es un ermitaño. No tengo idea de cómo hiciste que saliera esta noche, pero
estoy muy feliz. ¡Salut!
—¡Salut! —dice ella, después busca en su bolsillo su celular, y lo mira. Se ve
sorprendida y acerca la mirada, como si estuviera revisando si leyó correctamente.
—¿Todo está bien? —dice Fabien, cuando ella no dice nada.
—Bien —responde, pero está distraída. Juguetea con el borde de su bufanda—.
De hecho… —dice—. No. Creo que tengo que irme. Lo siento mucho.
—¿Irte? —dice Emil—. ¡No puedes irte, Nell! ¡La noche acaba de comenzar!
Ella se ve sorprendida.
—De verdad, lo lamento. Algo ha… —dice buscando su bolso y abrigo. Se pone
de pie, y comienza a caminar hacia Fabien. Él se levanta para dejarla pasar—. Lo siento.
Algo ha… alguien vino a verme. Tengo que…
Él la mira fijamente, y puede verlo en su cara.
—Tienes novio.
—Algo así. Sí —dice y se muerde el labio.
Él está sorprendido por la decepción que siente.
—Está en el hotel.
—¿Quieres que te lleve?
—Oh, no. Creo que puedo caminar desde aquí.
Van juntos a la puerta.
—Está bien. Camina hacia la iglesia ahí, entonces gira a la izquierda y estarás en
la calle de tu hotel.
Ella no puede encontrar su mirada. Pero finalmente alza los ojos.
—Realmente lo siento —dice—. La pasé muy bien. Gracias.
Él se encoge de hombros.
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Página
—De rien.
—No fue nada —traduce ella.
Pero fue algo. Él se da cuenta que no puede pedirle su número. Ahora no. Alza
una mano. Ella lo mira una vez más. Entonces, casi de mala gana, se gira y se va, medio
caminando, medio corriendo por la calle hacia la iglesia, su bolso volando detrás de ella.
—Dijiste que era impulsiva —dice Emil, apareciendo detrás de él—. Pero… ¿qué
pasó? ¿Fue algo que dije?
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Página
Diez
Traducido por LizC

l está esperando en la recepción. Se sienta, con las piernas separadas, los

É brazos a lo largo del respaldo del sofá, y no se levanta cuando la ve.


—¡Nena!
Ella se queda congelada. Echa un vistazo a la recepcionista, que se esfuerza por
mirar atentamente en unos papeles.
—¡Sorpresa!
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Pensé que podíamos dar vuelta a tu fin de semana en París en una noche en
París. Aún cuenta, ¿verdad?
Ella se detiene en medio de la zona de recepción.
—Pero dijiste que no vendrías.
—Ya sabes como soy. Estoy lleno de sorpresas. El hotel es bonito.
Es como si ella mirara a un extraño. Su cabello es demasiado largo, y sus vaqueros
descoloridos y los botines, que había pensado que eran tan fantásticos, tan sólo se ven de
mal gusto y aburridos.
Detente, se dice a sí misma. Ha venido hasta aquí. Ha hecho precisamente lo que
querías que hiciera. Eso debe contar para algo.
—Te ves preciosa. ¿Me das la bienvenida?
Avanza hacia él, lo besa. Tiene un ligero sabor a tabaco.
—Lo siento. Yo… yo soy solo estoy un poco impresionada.
—Me gusta mantenerte atenta, ¿eh? Entonces, ¿vamos a dejar mis cosas y
tomamos una copa? ¿O podríamos pasar la noche arriba con algún servicio a la
habitación? —Él sonríe y levanta una ceja. Nell ve a la recepcionista por el rabillo del
ojo. Ella lo está mirando en la manera en que miraría a algo desagradable que un huésped
hubiera pisado en su pasillo.
No se ha afeitado, piensa. Ni siquiera se ha afeitado.
—No tienen servicio a la habitación. Solo el desayuno.
Él se encoge de hombros y se levanta de su asiento.
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Página
—Por cierto, ¿el vestido sin mangas? Muy… elegante.
—Solo una cosa —dice ella—. Es solo que… solo quiero saber… ¿cómo
terminaste viniendo hasta aquí después de todo? Dijiste que no ibas a poder. Eso es lo que
dice el mensaje.
—Bueno… no me gustó dejar que vengas aquí sola. Sé lo ansiosa que te pones
por estas cosas. Especialmente cuando los planes cambian y todo eso.
—Pero estuviste bien conmigo estando sola anoche.
Se ve incómodo.
—Sí. Bueno.
Hay un largo silencio.
—¿Bueno… qué?
Se rasca la cabeza, sonríe su sonrisa encantadora.
—De acuerdo. Pues bueno, Trish se puso en contacto y dijo que estaba un poco
preocupada por ti.
—¿Trish te llamó?
—Me escribió. Dijo que no lograba contactarte y quería asegurarse que todo
estaba bien.
Nell se queda plantada en el suelo.
—¿Qué dijo?
—¿Importa? Mira, ahora estoy aquí. Vamos a disfrutarlo, ¿de acuerdo? Vamos,
solo tenemos hasta mañana. Y este billete me costó una pequeña fortuna.
Ella lo mira fijamente. Él extiende su mano. Casi a regañadientes, le entrega la
llave y él se vuelve y empieza a subir por las escaleras, con la bolsa colgada de su espalda.
—Señorita.
Nell se gira, aún deslumbrada. Había olvidado que la recepcionista estaba allí.
—Su amigo le dejó un mensaje.
—¿Fabien? —No puede evitar el entusiasmo de su voz.
—No. Una mujer. Mientras estaba fuera.
Le entrega una hoja de papel con el encabezado del hotel.
PETE ESTÁ DE CAMINO. PATEÉ SU CULO. LO SIENTO, NO
TENÍAMOS NI IDEA. ESPERO QUE EL FIN DE SEMANA AÚN SALGA BIEN.
TRISH.
Se queda mirando la nota, echa un vistazo hacia el hueco de la escalera, y luego
se da la vuelta a la recepcionista. Mete el trozo de papel al fondo de su bolsillo.
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Página
—¿Me podría decir el mejor lugar para conseguir un taxi? —dice.
—Con mucho gusto —responde la recepcionista.

Solo tiene cuarenta euros en el bolsillo y arroja veinte al conductor, luego salta de
la cabina, sin preocuparse por el cambio.
El bar es como una masa oscura de cuerpos, botellas y luces bajas. Se abre paso a
empujones, buscando entre los rostro por alguien conocido, sus fosas nasales llenándose
de los olores de sudor y perfume. La mesa en la que habían estado sentados está ocupada
por personas que no reconoce. Él no está por ningún lado.
Sube las escaleras, donde es más tranquilo y la gente se sienta en sofás charlando,
pero tampoco está allí. Lucha en su camino de regreso por las escaleras hasta el bar donde
fue atendida anteriormente.
—¡Perdone! —Tiene que esperar para conseguir la atención del barman—. ¡Hola!
Mi amigo que estaba aquí. ¿Lo has visto?
El barman entrecierra los ojos, y luego asiente como si la recordara.
—¿Fabien?
—Sí. ¡Sí! —Por supuesto que todos lo conocen.
—Se ha ido.
Ella siente que su estómago cae en picada. Lo ha perdido. Eso es. El barman se
inclina sobre la barra para verter una bebida a alguien.
—Merde —dice suavemente. Se siente hueca, decepcionada.
El barman aparece junto a ella, con una copa en la mano.
—Deberías intentar en Wildcat. Ahí es donde Emil y él por lo general terminan.
—¿En Wildcat? ¿Dónde es eso?
—Rue des Gentilhommes des… —Su voz termina ahogada con una gran
carcajada, y se da la vuelta, inclinándose sobre la barra con el fin de escuchar la orden de
otra persona.
Nell sale corriendo a la calle. Detiene un taxi.
—¡Es una emergencia! —dice.
El conductor, un hombre asiático, mira hacia arriba por el espejo, esperando.
—Al Wildcat —dice ella—. Rue des Gentilhommes algo. Por favor, dígame que
lo conoce.
Él se gira en su asiento.
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Página
—¿Que?
—Wildcat. Bar. Club. Wild. Cat.
Su voz se levanta. Él niega con la cabeza. Nell se lleva el rostro entre sus manos,
pensando. Luego baja su ventana y le grita a tres jóvenes en la acera fuera del bar.
—¡Disculpen! ¿Conocen el Wildcat? ¿El bar Wildcat?
Uno asiente, levanta la barbilla.
—¿Quieres llevarnos?
Ella explora sus caras: ebrios, alegres, abiertos… y toma su decisión.
—Claro, si lo conocen. ¿Dónde está?
—¡Nosotros te mostramos!
Los hombres jóvenes saltan dentro del taxi, todo sonrisas ebrias y apretones de
manos. Ella rechaza la oferta a sentarse en el regazo del más bajo, y acepta unas cuantas
monedas de aquel en el medio. Queda aplastada entre ellos, aspirando el olor a alcohol y
humo de cigarrillo.
—Es un buen club. ¿Lo conoces? —El hombre que habló por primera vez con ella
se inclina sobre los demás y estrecha su mano alegremente.
—No —dice ella. Y a medida que él le dice al taxista a dónde ir, ella se reclina en
su asiento en un auto lleno de extraños y espera a ver en dónde terminará a continuación.
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Página
Once
Traducido por Luisa.20

—U
n trago más. Ah, vamos. Se está poniendo mejor. —Emil
pone una mano sobre sus hombros.
—Realmente no tengo ánimo.
—Estabas con ánimo. Vamos. Iremos a Pierre´s. Dice que consiguió que todo un
grupo de personas fuera. ¡Fiesta!
—Gracias, Emil, pero voy a terminar esta cerveza y me voy. Trabajo mañana. Lo
sabes.
Emil se encoge de hombros, elevando su propia botella, y luego regresa con la
chica con la que había estado hablando.
Estaba destinado a suceder. Fabien mira a Emil riendo con la pelirroja. Le ha
gustado por años, pero no está seguro de qué tanto gusta ella de él. Aunque Emil no es
infeliz. Solo salta a la siguiente cosa, como un cachorro. ¡Oye! ¡Vamos a divertirnos!
No lo golpees, se regaña Fabien a sí mismo. Mejor que ser un perdedor como tú.
Siente un leve temor a lo que vendrá después. Las noches largas en su
apartamento. El trabajo en el libro del que ya no está seguro que valga la pena el esfuerzo.
La decepción porque Nell desapareció. La manera en la que se patearía a sí mismo por
pensar que iba a ser algo más. No puede culparla: ni siquiera se le ocurrió preguntarle si
tenía novio. Por supuesto que una chica como ella tendría novio.
Siente que su ánimo se hunde aún más y sabe que es hora de ir a casa. No quiere
deprimir a nadie más. Le da una palmada a Emil en el hombro, asintiendo en despedida a
los otros, y se pone su sombrero sobre sus orejas. Afuera se sube a su ciclomotor,
preguntándose si debería estar manejando después de todo lo que tomó.
Enciende el motor de la pequeña moto y sale a la calle.

Tiene que parar al final de ésta para ajustar su chaqueta y escucha el audible
silbido de Emil. Se voltea.
Emil está parado en la acera cerca de un grupo de personas. Está apuntando a
alguien y agitando su mano para que vuelva.
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Página
Fabien reconoce la inclinación de su cabeza, la manera en la que ella se para, con
un talón levantado. Se sienta por un momento más. Luego, una sonrisa llena su cara,
regresa su motocicleta y va hacia ella.

Son las dos y treinta de la mañana. Fabien ha bebido más de lo que ha bebido en
semanas. Sus costados duelen por la risa. El Wildcat está abarrotado de gente. Una de las
pistas favoritas de Fabien suena, aquella que había tocado en el restaurante durante la
hora de limpieza hasta que el jefe lo había prohibido. Emil, quien está en un loco modo
fiesta, salta a la barra y comienza a bailar, apuntando a su pecho y riendo a las personas
bajo él. Una aclamación llega.
Fabien siente los dedos de Nell descansando en su brazo y toma su mano. Ella está
riendo, su cabello sudoroso, con hebras pegadas a su cara. Se quitó su abrigo un tiempo
atrás y él sospecha que probablemente no lo van a encontrar otra vez. Han estado bailando
por horas.
La chica pelirroja sube a la barra tras Emil, ayudada por un mar de manos, y
comienza a bailar. Oscilan juntos, bebiendo grandes tragos de las botellas de cerveza. El
barman se queda atrás, viendo. No es la primera vez que la barra en Wildcat se ha vuelto
una pista de baile y no será la última.
Nell está tratando de decirle algo.
Él se agacha para escucharla.
—Nunca he bailado en una barra —dice.
—¿No? ¡Hazlo! —dice él.
Ella se ríe, sacudiendo la cabeza, y él sostiene su mirada. Y es como se si ella
recordara algo. Pone una mano en su hombro, y él la ayuda a levantarse, y allí está ella,
detrás de él, bailando. Emil eleva una botella a modo de saludo, y ella se desconecta,
atrapada en el ritmo, sus ojos cerrados, su cabello balanceándose. Se limpia el sudor de
su frente y toma de su botella. Dos, luego tres personas más se unen a ellos.
Fabien no está tentado. Solo quiere quedarse aquí, sintiendo la música vibrar a
través de él, siendo parte de la multitud, viéndola a ella, disfrutando su placer, sabiendo
que es parte de esto.
Después ella abre sus ojos, buscándolo por encima del mar de caras. Lo localiza
y sonríe, y Fabien se da cuenta que está sintiendo algo que pensó que había olvidado cómo
se sentía.
Está feliz.
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Página
Doce
Traducido por Lyla

E
stán caminando del brazo por las calles desiertas, más allá de las galerías
de arte y enormes edificios antiguos. Son las cuatro y cuarto de la mañana.
Sus piernas duelen de todo el baile, y sus oídos todavía están resonando, y
piensa que nunca se ha sentido menos cansada en su vida.
Cuando salieron del Wildcat se habían tambaleado un poco, borrachos de la noche,
cerveza, tequila y la vida, pero de alguna manera en la última media hora ella ha pasado
la borrachera.
—Nell, no tengo idea de adónde vamos.
A ella no le importa. Podría caminar así para siempre.
—Bueno, no puedo volver al hotel. Pete aún podría estar allí.
Él le da un codazo.
—Compartiste con la mujer americana. Tal vez él no es tan malo.
—Preferiría compartir con la americana. Incluso con los ronquidos.
Le ha contado toda la historia. Al principio Fabien había parecido como si quisiera
golpear a Pete. Se dio cuenta, con vergüenza, que le gustó bastante eso.
—Ahora me siento un poco mal por Pete —dice Fabien—. Recorrió todo el
camino a París para encontrarte, y huiste con un francés.
Nell sonríe.
—No me siento mal por ello. ¿No es horrible?
—Claramente eres una mujer muy cruel.
Ella se acurruca más cerca de él.
—Oh. Horrible.
Él pone su brazo alrededor de ella. Perdió su abrigo en el club, y está vistiendo la
chaqueta de él. Le había asegurado que no sentía el frío. Ella tampoco, en realidad, pero
le gustaba vestir su chaqueta.
—Sabes, Nell, puedes quedarte conmigo. Si quieres.
De repente escucha a su madre. ¿Ir a la casa de un hombre desconocido? ¿En
París?
—Eso sería encantador. Pero no voy a dormir contigo.
49
Página
Sus palabras flotan en el aire de la noche.
—Estoy decepcionado, Nell de Inglaterra, pero entiendo. Es el deber de una mujer
cruel acabar con las esperanzas y sueños de un hombre. —Él tira hacia abajo las comisuras
de sus labios, una expresión que parece puramente francesa para ella. Y luego sonríe.
—¿Dónde está tu apartamento?
—Es un estudio. No es estupendo, como tu hotel. Tal vez a diez minutos a pie.
Ella no tiene idea de lo que ocurrirá a continuación. Pero es absolutamente
emocionante.

Fabien vive al final de una cuadra estrecha que da a un patio. Las escaleras están
revestidas con piedra de color crema y huelen a madera vieja y pulidor. Caminan en
silencio. Él le ha advertido que mujeres de edad avanzada viven en los otros apartamentos.
Si hace algún ruido después de las diez de la noche, golpearán a su puerta temprano en la
mañana para quejarse. Sin embargo, no le importa, le dice. Su apartamento es barato
porque el propietario es demasiado perezoso para actualizar las cuotas. Sandrine lo
odiaba, le cuenta.
Cuando llegan a la parte superior de la escalera, se arma de valor. Trish una vez
salió con un hombre y, cuando fue a su apartamento, había encontrado estantes llenos de
libros sobre asesinos.
Él abre la puerta y le cede el paso. Ella se detiene en el umbral y mira fijamente.
El apartamento de Fabien consiste en una habitación grande, con una gran ventana
con vistas a los tejados. Un escritorio está cubierto de montones de papel. Un sofá-cama
se encuentra en la esquina, y un gran espejo en el otro lado. El piso es de madera. Podría
haber sido pintado hace mucho tiempo, pero ahora es claro e incoloro. Hay una cama
grande en un extremo, un pequeño sofá contra una pared, y la tercera pared está cubierta
con recortes de revistas.
—Oh —dice él, cuando la ve mirando—. Hice eso cuando era un estudiante. Soy
demasiado vago para quitarlo.
Todo, la mesa, las sillas, las fotografías, es extraño e interesante. Camina
alrededor, mirando fijamente un cuervo disecado en un estante, la luz de trabajo que
cuelga del techo, hay una colección de piedritas junto a la puerta del baño. La televisión
es una pequeña caja que parece de veinte años. Hay seis vasos en la repisa de la chimenea
y una pila de platos.
Él se pasa la mano por la cabeza.
—Es un desastre. No estaba esperando…
—Es bonito. Es… es mágico.
—¿Mágico?
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—Simplemente… me gusta. Cómo combinas las cosas. Todo parece que tiene una
historia.
Él parpadea hacia ella, como si estuviera viendo su casa a través de otros ojos.
—Discúlpame un momento —dice él—. Sólo necesito… —Hace un gesto al baño.
Probablemente es bueno. Ella se siente imprudente, como alguien que no
reconoce. Se quita su chaqueta, endereza su vestido, y camina lentamente por la
habitación hasta que está mirando por la ventana. Los tejados de París, misteriosos e
iluminados por la luna, son como una promesa.
Mira hacia abajo a la pila de páginas escritas a mano. Algunas están sucias,
marcadas con huellas de zapatos. Toma una y comienza a analizarla en busca de palabras
que conoce.
Cuando él finalmente sale del baño, ella está sosteniendo su cuarta página y
revisando la pila por la quinta.
—Léemelo —dice ella.
—No. No es bueno. No quiero leer esto…
—Solo estas páginas. Por favor. Así puedo decir: “Cuando estuve en París, un
escritor de verdad me leyó su propio trabajo”. Es parte de mi aventura en París.
Él la mira como si no puede decirle “no”. Ella pone su mejor cara de súplica.
—No se lo he mostrado a nadie.
Acaricia el sofá junto a ella.
—Tal vez es hora de que lo hagas.

Algún tiempo después, él deja caer la página doce en el suelo.


—No puedes detenerte.
—Faltan las páginas. De todos modos, como dije, no es bueno.
—Pero no puedes parar. Tienes que recordar lo que escribiste, y enviárselo a un
editor. Es muy bueno. Tienes que ser un escritor. Bueno, eres un escritor. Aunque,
simplemente no uno publicado.
Él niega con la cabeza.
—Lo eres. Es… es precioso. Creo que es… la forma en que escribes sobre la
mujer. Sobre cómo se siente, la forma en que ve las cosas. Me vi en ella. Ella es…
Él la observa, sorprendido. Casi sin saber lo que está haciendo ella se inclina hacia
adelante, toma su rostro entre sus manos y lo besa. Está en París, en el apartamento de un
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Página
hombre que no conoce, y nunca ha hecho nada que se sienta más sensato en su vida. Sus
brazos se cierran a su alrededor y ella se siente siendo arrastrada hacia él.
—Eres… hermosa, Nell.
—Y todo lo que dices suena mejor porque es en francés. Puede que tenga que
hablar con un falso acento francés para el resto de mi vida.
Él les sirve a cada uno una copa de vino, y se sientan, se miran el uno al otro y
sonríen. Hablan del trabajo y sus padres, sus rodillas tocándose, apoyándose uno contra
el otro en el pequeño sofá. Él le dice que esta noche lo ha liberado de Sandrine. Ella habla
de Pete, y se ríe cuando piensa en él llegando a la habitación y volviéndose para atrás para
encontrar que ella no está allí. Imaginan a la mujer americana acudiendo a la habitación
ahora, cuando Pete está ahí, y ríen un poco más.
En algún momento ella va al baño y se mira en el espejo. Se ve cansada. Su cabello
está desordenado, el maquillaje de sus ojos se ha borrado. Y sin embargo, brilla; se ve
llena de picardía y alegría.
Cuando regresa, él está leyendo su libreta.
Ella se detiene.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Qué es esto? —Le tiende la lista.
RAZONES POR LAS QUE TENGO RAZÓN PARA QUEDARME
—¿Soy un asesino en serie? ¿Podría querer tener sexo contigo?
Se está riendo, pero a la vez está un poco sorprendido.
—Oh, Dios. No quería que vieras eso.
Se ha ruborizado hasta las orejas.
—Se cayó de tu bolso. Solo estaba poniéndolo de nuevo adentro. “Voy a tener que
pretender ser impulsiva”. —Él la mira, sorprendido.
Ella está abochornada.
—De acuerdo. No soy la persona que crees que soy. O al menos no lo era. No soy
impulsiva. Casi no vengo esta noche, porque incluso pensar en los taxistas me daba
miedo. Dejé que pensaras que era un tipo diferente de persona. Lo… lo siento.
Él estudia la lista, y luego levanta su mirada de nuevo. Se está medio riendo.
—¿Quién dice que eres un tipo diferente de persona?
Ella espera.
—¿Acaso alguien más estuvo bailando en ese bar? ¿Persiguiéndome por todo
París en un taxi con hombres extraños? ¿Dejando a su novio en una habitación de hotel
sin ni siquiera decirle que se iba?
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Él extiende una mano, y ella la toma. Deja que la empuje hacia él. Se sienta a
horcajadas sobre su regazo y estudia su rostro encantador y amable.
—Creo que eres exactamente esta mujer, Nell de Inglaterra. Eres lo que decidas
ser.
Está amaneciendo afuera. Está aturdida por la bebida y el cansancio. Se besan otra
vez, tal vez para siempre, no está segura de cuánto tiempo. Se da cuenta que todavía está
bastante borracha después de todo. Se endereza un poco, sus labios casi en los suyos, y
traza la forma de su cara con las yemas de sus dedos.
—Esta ha sido la mejor noche de mi vida —dice suavemente—. Me siento…
siento que acabo de despertar.
—Yo también.
Se besan de nuevo.
—Pero creo que deberíamos parar ahora —dice él—. Estoy tratando de ser un
caballero, y recuerda lo que dijiste. Además, no quiero que pienses que soy un asesino
con un hacha o un maníaco sexual. O… cualquier cosa.
Nell enlaza sus dedos a través de los suyos.
—Demasiado tarde —dice, y lo empuja del sofá.
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Página
Trece
Traducido por smile.8

F
abien despierta, e incluso antes de abrir sus ojos del todo sabe que algo es
diferente. Algo ha cambiado, un peso ya no le presiona desde el momento
en que ve la luz. Parpadea, su boca seca, y se impulsa arriba sobre su codo.
Nada en la habitación es diferente, pero tiene resaca. Intenta aclarar la niebla en su cabeza
y después escucha el sonido de una ducha.
Y la noche previa se filtra de nuevo en su mente.
Se recuesta sobre las almohadas por un minuto, dejando que los eventos lleguen
claros a su cabeza. Recuerda una chica bailando en un bar, un largo paseo por París, el
amanecer en sus brazos. Recuerda reírse, y una libreta con listas, y su dulce sonrisa, su
pierna sobre la suya.
Se levanta, se pone sus vaqueros y el jersey más cercano. Camina a la cafetera y
la rellena, después corre por las escaleras a la panadería para conseguir una bolsa de
croissants. Cuando vuelve, abre la puerta frontal justo mientras ella sale del baño,
vistiendo el vestido verde de la otra noche, su cabello húmedo colgando alrededor de sus
hombros. Se quedan parados por un momento.
—Buenos días.
—Buenos días.
Parece estarlo mirando para ver cómo reacciona. Cuando él sonríe, su sonrisa es
igual de amplia.
—Tengo que volver al hotel y pillar mi tren. Es… bastante tarde.
Él mira su reloj.
—Lo es. Y yo tengo que trabajar. ¿Pero tienes tiempo para un café? Tengo
croissants. No puedes dejar París sin café y croissants.
—Tengo tiempo si tú lo tienes.
Ahora actúan un poco extraños alrededor del otro, la facilidad de la noche pasada
desapareciendo. Se suben de nuevo a la cama, encima de las sábanas ahora, ambos
vestidos, lo suficientemente cerca como para ser amistoso pero no lo suficiente para
sugerir nada más. Ella sorbe el café y cierra sus ojos.
—Está muy bueno —dice ella.
—Creo que todo sabe bien esta mañana —dice, e intercambian una mirada. Él
come rápidamente, más hambriento de lo que se ha sentido en años, hasta que ve que ha
comido más que sólo su parte, y baja el ritmo, ofreciéndole un croissant, que ella rechaza.
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Afuera las campanas de la iglesia están sonando y un pequeño perro ladra—. He estado
pensando —dice, todavía masticando—. Tengo una idea para una nueva historia. Es sobre
una chica que hace listas para todo.
—Oh, no escribiría eso —dice ella, dándole una mirada de lado—. ¿Quién lo
creería?
—Es una buena historia. Ella es un personaje impresionante. Pero se preocupa
demasiado. Tiene que sopesar todo. Los…
—Pros y contras. A favor y en contra.
—Pros y contras. Me gusta esa frase.
—¿Y qué le pasa a ella?
—Aún no lo sé. Algo le hace salir de sus hábitos.
—¡Puf! —exclama ella.
Él sonríe, lamiendo las migajas de sus dedos.
—Sí. ¡Puf!
—Tendrás que hacerla muy hermosa.
—No tengo que hacerla hermosa. Es hermosa.
—Y muy sexy.
—Solo tienes que verla bailar en un bar para saberlo.
Se estira y le da un pedazo de croissant y, después de un momento, se besan. Y
luego se besan un poco más. Y de repente los croissants, el trabajo y el tren han sido
olvidados.

Tiempo después Fabien se detiene delante del hotel detrás de la Rue de Rivoli.
Las carreteras están calmadas porque es domingo. Unos pocos turistas pasan al lado,
mirando arriba para sacar fotos de los edificios. Llega tarde a trabajar, pero el restaurante
tendrá sólo unos pocos clientes a esta hora, algunos regulares que vienen a sentarse con
un perro y un periódico, o turistas matando el tiempo hasta que tengan que volver a casa.
Pero se llenará luego, y para las cuatro en punto estará a reventar.
Detrás de él, siente a Nell liberar sus brazos de alrededor de su cintura. Se baja del
asiento y se para al lado de la motocicleta. Se saca el casco y se lo entrega. Se quita la
chaqueta de él y se la devuelve, de modo que termina parada ahí con su vestido verde
arrugado.
Se ve cansada e indecorosa, y él quiere poner sus brazos a su alrededor.
—¿Estarás lo suficientemente caliente, sin tu abrigo? —le dice.
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Ella inclina su cabeza a un lado.
—Es bastante curioso, pero hoy no siento el frío.
—¿Segura que no quieres que te lleve a la estación? ¿Llegarás bien allí?
¿Recuerdas lo que te dije sobre la estación de metro?
—Ya llegas tarde a trabajar. Lo encontraré.
Se miran el uno al otro. Ella pasa su peso de un pie al otro, su bolso moviéndose
delante de ella. Fabien se da cuenta que ya no sabe lo que quiere decir. Se saca su casco
y frota su cabello.
—Bueno —dice ella.
Él espera.
—Mejor que vaya a por mi maleta. Si todavía está allí. —Retuerce sus manos
alrededor de la correa del bolso.
—¿Estarás bien? ¿Con este Pete? ¿No quieres que vaya adentro contigo?
—Oh, no estoy preocupada por él. —Arruga su nariz, como si no tuviera
importancia. Él quiere besarla.
Y no puede evitarlo.
—Así que… Nell de Inglaterra. ¿Te… veré de nuevo?
—No lo sé, Fabien de París. Casi no sabemos nada el uno del otro. Quizás no
tengamos nada en común. Y vivimos en países diferentes.
—Eso es verdad.
—Además tuvimos una noche perfecta en París. Sería una pena estropearla.
—Eso también es verdad.
—Y eres un hombre ocupado. Tienes un trabajo y todo un libro por escribir. Y
tienes que escribirlo, sabes. Bastante rápido. Estoy ansiosa de escuchar que le pasa a esta
chica.
Algo ha pasado en su cara, un cambio sutil. Parece relajada, contenta, confiada.
Él se pregunta qué puede haber cambiado en veinticuatro horas. Desearía saber qué
decirle. Patea el pavimento, preguntándose cómo un hombre que se enorgullece de ser
bueno con las palabras puede encontrarse sin ninguna. Mira detrás de ella al hotel.
—Esta historia tuya —dice de repente—. Nunca lo he preguntado. ¿Cómo
termina?
Sus piernas se extienden en la motocicleta. Se inclina adelante, sus ojos sin dejar
los de ella, así que termina descansando en el manillar.
—No tengo ni idea.
Ella levanta sus cejas.
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—Encuentro que en las historias realmente interesantes son los personajes quienes
deciden por sí mismos —dice él.
—Entonces, veamos lo que decide ella. —Mete la mano en su bolso y saca su
libreta, entregándosela—. Aquí. Para tu investigación. No creo que la necesite más.
Él la mira. Su dirección y teléfono están escritos en la primera página. La guarda
cuidadosamente dentro de su chaqueta. Ella se inclina adelante y le besa de nuevo, con
una mano en su mejilla.
—Entonces… veremos lo que pasa —dice él, mientras ella da un paso atrás.
—Sí. Sí, lo haremos.
Se miran el uno al otro en el vacío pavimento, y después, finalmente, cuando no
pueden quedarse más tiempo así, se pone su casco. Con el rugido del motor y una
despedida con su mano, se aleja conduciendo de la Rue de Rivoli.
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Página
Catorce
Traducido por LizC

N
ell sigue sonriendo cuando entra en el hotel. La recepcionista todavía está
detrás de su escritorio brillante. Se pregunta si la mujer tiene casa o
simplemente duerme allí, de pie, detrás del escritorio, como lo hacen las
jirafas. Se da cuenta que debería estar avergonzada, apareciendo con el vestido de la
noche anterior y sin su abrigo, pero no puede hacer nada más que sonreír.
—Buenos días, señorita.
—Buenos días.
—Espero que haya tenido una buena noche.
—Encantadora —dice ella—. Gracias. París es… mucho más divertida de lo que
jamás podría haber imaginado.
La mujer asiente para sí misma, y le da a Nell una pequeña sonrisa.
—Estoy muy feliz de escuchar eso.
Nell toma una respiración profunda y mira hacia las escaleras. Esta es la parte que
temía. A pesar de sus valientes palabras hacia Fabien, no está muy ansiosa de escuchar
las acusaciones de Pete, o su furia. Se ha preguntado, en privado, si habrá hecho algo
horrible a su maleta. No parece ser el tipo de hombre que hace cosas como esa, pero nunca
se sabía. Se queda allí un momento, preparándose para ir a la habitación cuarenta y dos.
—¿Puedo ayudarle con algo, señorita?
Vuelve la cabeza y sonríe.
—Oh. No. Solo… solo tengo que subir y hablar con mi amigo. Puede que esté…
un poco enojado por no incluirlo en los planes de anoche.
—Lamento tener que decirle que no está aquí.
—¿No?
—Una regla del hotel. Me di cuenta después de que se fue que no podemos tener
a alguien usando la habitación si no es la persona que la reservó. Y la habitación estaba a
su nombre. Así que Louis tuvo que pedirle que se fuera.
—¿Louis?
Ella asiente hacia el portero, un hombre que es del tamaño de dos sofás, espalda
con espalda, en posición vertical. Él está empujando un carrito cargado con maletas.
Cuando oye su nombre, les da un pequeño saludo.
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—¿Entonces mi amigo no se quedó en mi habitación?
—No. Lo enviamos al hostal. Me temo que no estaba muy feliz.
—¡Oh! —Nell se cubre la boca con la mano. Está tratando de no reírse.
—Me disculpo, señorita, si esto le causa algún problema. Pero él no estaba en la
reserva original, y no llegó con usted así que… una vez que salió… fue una cuestión de
seguridad.
Nell se da cuenta que la boca de la recepcionista también está temblando.
—Una regla del hotel.
—Una regla del hotel. Absolutamente. Es muy importante seguir las reglas del
hotel —dice Nell—. Bueno. Um. Muchas gracias.
—Su llave. —La recepcionista se la entrega.
—Gracias.
—Espero que haya disfrutado de su estancia con nosotros.
—Oh, lo hice. —Nell se detiene frente a ella y tiene que luchar contra el impulso
de abrazar a la mujer—. Muchas gracias. Su hotel no podría haber sido… el mejor.
—Eso es muy bueno de escuchar, señorita —dice la recepcionista, y, finalmente,
se vuelve de nuevo a sus papeles.
Nell está subiendo por las escaleras lentamente. Acaba de encender su teléfono y
los mensajes entrantes empiezan a sonar, uno por uno, los últimos con una gran cantidad
de letras mayúsculas y signos de admiración. Apenas lee la mayoría antes de eliminarlos.
No hay punto de echar a perder su buen humor.
Pero el último llegó a las 10 a.m. Esa misma mañana, de Magda.
¿Estás bien? Todos estamos desesperados por saber de ti.
Pete envió a Trish un mensaje muy raro anoche y no logramos
entender lo que está pasando.
Nell se detiene fuera de la habitación cuarenta y dos, con su llave en mano,
escuchando las campanas repicar a través de París y el sonido de algunos franceses
hablando en la zona de recepción abajo. Respira el olor del encerado y el café, y el aroma
de su propia ropa sucia del sábado por la noche. Se detiene por un momento, y recuerda,
y así, una sonrisa se extiende por encima de su cara. Teclea un mensaje: Acabo de
tener el mejor fin de semana DE MI VIDA.

Fin.
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Sobre la Autora

La escritora y periodista británica Jojo Mojes nació en 1969 y se crio en Londres.


Trabajó en diversos oficios tales como redactora en braille para clientes invidentes de un
banco antes de graduarse en la London University. Dedicándose en un principio al
periodismo, es al publicar su primera novela Regreso a Irlanda en 2002 que decide
dedicarse por entero a la literatura.
Además es autora de libros que han sido best sellers internacionales como The
Girl You Left Behind, The Last Letter From You Lover y Yo Antes De Ti.
Sigue escribiendo para un gran número de periódicos y revistas. Vive con su
marido y sus tres hijos en una granja en Essex, Inglaterra.
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Créditos
Moderadora.
LizC

Traductoras.
âmenoire

Cat J. B
Gigi D

Jenn Cassie Grey

Karliie_j

LizC

Luisa.20

Lyla

Smile.8

SoleMary

VckyFer

Corrección, recopilación y revisión.


LizC

Diseño.
PaulaMayfair
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