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presidente, el caso de la señora Piedra, por favor" y respondió: "Hay que hablar con el

procurador." "Pero si acabamos de hablar con él y dice que usted . . ." "Hay que hablar con él,
señores ..." y se fue. En la noche, acudí a Bellas Artes y como ultima cosa, le di a Echeverría una
fotografía de mi hijo con todos los datos por detrás. Acababa yo de hablar con mi esposo por
teléfono y me contó que se sentía un poco mal y que por lo menos le sacara yo a Echeverría la
verdad, si estaba vivo o muerto nuestro hijo. Y así se lo pregunté yo a él: "Dígame, por favor, ,
¡ está muerto", y me respondió: "Eso yo no lo sé. Vamos a investigar, hay que hablar con el
procurador". Esperé a Ojeda Paullada, pero éste me dijo no saber nada, y a su vez me remitió con
un funcionario menor, y así me fueron remite y remite con funcionarios menores para que me
acompañaran. Eso sísiempre me trataron con cortesía, se comisionaban unos a otros licenciados
para que me atendieran, les explicara mi caso, relatara lo mismo una y otra vez, una y otra vez,
una y otra vez, y ellos escuchaban, fruncían el ceño, todos los funcionarios ponían la misma cara, y
nada, nada, nunca una respuesta. "Después del departamento en el Paseo de la Reforma, alquilé
uno en Tlatelolco porque me pareció más céntrico y de allí fui, ya conociendo el camino, a la
Secretaría de la Presidencia, al Campo Militar número Uno en un recorrido tan frecuente que
hasta los colocadores de coches de Los Pinos todavía hoy me conocen, así como los porteros de
todas las antesalas gubernamentales, quienes me aconsejan: 'Usted espérese', 'Usted métase',
'Usted dígale, ahorita está adentro, no vaya a creer que no está, que no la engañen'. 'Ahorita sale
su secretario particular, usted agárrelo del brazo a la pasada'. 'No se vaya, dentro de media hora
puede pescarlo, yo se lo aseguro'. "Yo sigo yendo y viniendo, hago lo imposible, lo haré hasta que
muera. Un hijo de Echeverría me dijo: 'chanceándome': 'Señora, es usted más terca que una mula
coja'. Moriré terca, no puedo ser más que terca, aunque mi hijo esté muerto, tercamente seguiré,
para que vuelvan los demás, aparezcan los otros jóvenes, que también son Jesús, mi hijo, mis
hijos." Yo me pregunto —al oír a Rosario— cómo un joven acosado, que no puede llegar a su casa
sitiada por la policía, que lee en los periódicos que su padre de 62 años ha sido bárbaramente
torturado, CÓMO NO VA A VOLVERSE GUERRILLERO. Si a un profesionista distinguido, un maestro
universitario —con 27 años de antigüedad—, un hombre respetado dentro de su comunidad se le
puede, como al doctor Piedra Rosales, torturar impunemente, ¿qué será de todas aquellas
personas que no tienen siquiera conocimiento de lo que son las leyes, que no pueden plantear sus
problemas, que se expresan mal, que han sido eternamente pateadas y relegadas? El propio José
López Portillo dijo que la impotencia genera violencia; ¿qué la impotencia de todo mexicano a la
larga no actúa como un detonador que desata la violencia? ¿No sucedió lo mismo con Lucio
Cabañas, Genaro Vásquez Rojas y Florencio Medrano Medares, que agotaron todos los cauces
legales? ¿No es así con los miles de campesinos que vienen al Departamento Agrario, no les
resuelven nada, y regresan a invadir tierras escopeta en mano?

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