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Rosario, 2017
Carlos María Birocco
La vara frente al bastón
Cabildo y cabildantes en Buenos Aires (1690-1726)
1a ed. - Rosario: Prohistoria Ediciones, 2017.
246 p.; 23x16 cm. - (Historia Argentina / Darío G. Barriera; 33)
ISBN 978-987-3864-72-8
Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por reconocidos
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ISBN 978-987-3864-72-8
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS ................................................................................. 11
CAPÍTULO I
La dirigencia concejil. Algunas precisiones sobre su composición
y origen .......................................................................................................... 13
CAPÍTULO II
La vara frente al bastón. Un relato de la historia política ............................ 29
CAPÍTULO III
La composición de la planta del cabildo ....................................................... 71
CAPÍTULO IV
La actividad del cabildo de Buenos Aires ...................................................... 91
CAPÍTULO V
La agenda de los asuntos tratados................................................................. 109
CAPÍTULO VI
La explotación del ganado cimarrón y la política de beneficencia
del cabildo...................................................................................................... 151
CAPÍTULO VII
Los cabildantes frente al parentesco y el matrimonio: un enfoque
prosopográfico ............................................................................................... 175
CAPÍTULO VIII
El perfil ocupacional: ¿una corporación de comerciantes? .......................... 199
CAPÍTULO IX
El perfil ocupacional: la participación en la actividad agroganadera ......... 221
SIGLAS MÁS UTILIZADAS
L
os libros tienen también su historia. La de este podría remontarse a me-
diados de la década de los años noventa del siglo pasado, cuando dediqué
mi tesis de licenciatura a estudiar la sociedad y la política en Buenos Aires
durante la Guerra de Sucesión Española. Esa tesis nunca fue publicada: sería más
preciso decir que fue desguazado. Sus capítulos se dispersaron, convirtiéndose
en artículos de revistas o de libros. Aunque en los años que siguieron me dediqué
a investigar la problemática de la propiedad de la tierra, ocasionalmente retomé
mis indagaciones sobre el período borbónico temprano, y entre 1999 y 2001 pude
resolver algunos aspectos que habían quedado pendientes en aquella tesis gracias a
una beca de investigación que gané en la Universidad Nacional de Luján. Después
me alejé del tema durante casi una década. No fue hasta el 2010, al presentar mi
proyecto de doctorado en la Universidad Nacional de La Plata, en que me propuse
repensar la transición entre la administración de los Habsburgo y la de los Borbo-
nes en el Río de la Plata. De ello resultó una tesis que fue defendida en agosto de
2015, y de cuya adecuación nació el este libro.
Tengo una deuda que podrá parecer remota, pero que nunca olvido, con
Eduardo Azcuy Ameghino y su grupo de investigación, con el cual me formé
cuando tenía poco más de veinte años. De ellos adquirí una manera de pensar las
sociedades coloniales rioplatenses que todavía marca hondamente mi percepción
de las oligarquías urbanas y de sus sistemas de dominación. A Juan Carlos Gara-
vaglia le debo esos imprevisibles encuentros en la sala de referencias del Archivo
General de la Nación, donde alguna vez me regañó por haber estirado tanto la pre-
sentación de mi tesis y de los que siempre salía con el impulso de querer acelerar
una investigación que parecía no terminar nunca. A fines de la década del 2000 me
vinculé con Darío Barriera y Griselda Tarragó: gracias a ellos conocí el enfoque
jurisdiccionalista, que no cabe duda que hizo mella en la escritura de este libro.
A mi director de tesis, Emir Reitano, le debo un especial reconocimiento por
la solvencia académica y la paciencia con que supo guiarme, y por haber hecho
todo lo posible para facilitarme una tarea que no contó con tiempos rentados. Tam-
bién quiero expresar mi gratitud a mis colegas de la Universidad de la Plata, que
dieron abrigo a mis investigaciones posteriores al doctorado en el Centro de His-
toria Argentina y Americana de la Facultad de Humanidades de la UNLP. Siempre
agradeceré la mano amiga que he recibido de Julián Carrera, Guillermo Banzato y
Fernanda Barcos, entre otros muchos.
12 La vara frente al bastón
La dirigencia concejil
Algunas precisiones sobre su composición y origen
E
l desierto de un lado y del otro las aguas. Este verso de Mujica Láinez pare-
ciera ser la más prolija síntesis del lugar que ocupaba la ciudad de Buenos
Aires en el imaginario de los porteños a comienzos del siglo XVIII. Las
aguas eran las del río de la Plata, que tras haber estado durante un siglo bajo el
dominio indisputado de la corona de Castilla se veían ahora obligados a compartir
con los portugueses de la Colonia do Sacramento, ese diminuto enclave que el
monarca español estaba dispuesto a tolerar a cambio de mantener a raya a Portugal
en otros ámbitos. Desde su posición en el estuario, el puerto de Buenos Aires ya
ejercía por entonces su indiscutido señorío sobre el área litoraleña, pues el flujo
de mercancías llegadas desde el otro lado del Atlántico y saldadas con los metales
preciosos del Alto Perú le había permitido encaramarse –en el plano económico
y en el simbólico también– por sobre las demás ciudades que se erguían en torno
al Paraná-Plata.
Y del otro lado, el desierto. Prescindimos aquí de las connotaciones que más
tarde habría de tener esta palabra: en este caso adquiere un significado distinto. La
campaña, que se extendía desde los bordes de la ciudad hasta la frontera con la
jurisdicción santafecina al norte y los límites imprecisos del pago de la Magdalena
al sur, era aún una entidad difusa, que para la cultura política de aquel entonces
carecía de personalidad propia. Estaba casi despoblada, ya que las modalidades
productivas imperantes –por un lado, las puramente extractivas, como las vaque-
rías; por otro, las que requerían de inversión y mano de obra relativamente cali-
ficada, como lo era la cría de mulas– habían dado escasos incentivos al despegue
demográfico. El concepto de vecindad, por su parte, aún era netamente urbano,
más allá de que muchos de quienes la componían eran propietarios de vastos pre-
dios rurales. Pero nos hallamos en los umbrales del cambio. No pasarían más de
un par de décadas para que esos enormes espacios semivacíos estuvieran poblados
de una multitud de familias de labradores y pequeños pastores y se irguieran en
14 La vara frente al bastón
1 El lugar central ocupado por la ciudad se verá sometido a un lento proceso de deterioro, cuyas
consecuencias ya serían visibles hacia finales de aquel siglo, entre 1720 y 1780. Darío Barriera,
“Instantánea de una pausa. Estudiando a los agentes que producen fronteras en el largo siglo XVIII
rioplatense”, en Darío Barriera y Raúl Fradkin –coordinadores– Gobierno, justicias y milicias. La
frontera entre Buenos Aires y Santa Fe 1720-1830, Universidad Nacional de La Plata, 2014, p. 11.
2 Francisco José Aranda Pérez, “Repúblicas ciudadanas. Un entramado político oligárquico para las
ciudades castellanas en los siglos XVI y XVII”, en Estudis: Revista de historia moderna, Univer-
sidad de Valencia, Nº 32, 2006, pp. 7-48.
3 Jean-Pierre Dedieu y Christian Windler, “La familia: ¿una clave para entender la historia política?:
El ejemplo de la España moderna”, en Studia histórica, Universidad de Salamanca, Nº 18, 1998,
pp. 201-236.
4 Antonio Hespanha, La gracia del derecho. Economía de la cultura en la Edad Moderna, Centro
de Estudios Constitucionales, Madrid, 1993, pp. 43-44.
Carlos María Birocco 15
5 Jerónimo Castillo de Bovadilla, Política para corregidores y señores de vasallos en tiempo de paz
y de guerra, Madrid, Imprenta Real de la Gazeta, 1775 [original de 1597] Libro I, p. 522. Para el
simbolismo encarnado por la vara en las ciudades, véase: Darío Barriera, Abrir puertas a la tierra.
Microanálisis de la construcción de un espacio político. Santa Fe, 1573-1640, Museo Histórico
Provincial de Santa Fe, 2013, pp. 139-141.
6 Al referirse a los oficiales del cabildo, el “Diccionario de Autoridades” explica que “en la Repu-
blica son los que tienen cargo del gobierno de ella, como Alcaldes, Regidores, &c.”. Diccionario
de la Lengua Castellana... dedicado al Rey Nuestro Señor Don Phelipe V, Madrid, Imprenta de la
Real Academia Española, 1737, Tomo IV.
16 La vara frente al bastón
vestidura, pues ésta los autorizaba a ejercerlo desde el momento mismo de la jura
del cargo y los identificaba material y simbólicamente como “servidores del rey”.
Por tal razón decidimos adherir a ese criterio de inclusión, en función al cual pu-
dieron ser agregados al conjunto funcionarios menores como los mayordomos del
cabildo y los alcaldes de la Santa Hermandad.7
El grupo a estudiar constituyó lo que hemos dado en llamar dirigencia conce-
jil, compuesta por quienes ejercían diversas funciones vinculadas al gobierno de
la ciudad en todo el territorio que se hallaba bajo la jurisdicción de ésta. Teniendo
en cuenta que los requisitos básicos de admisión impuestos a sus miembros eran
su pertenencia a la vecindad y el disfrute de una cierta holgura económica, puede
aceptarse que todos ellos formaban parte de la oligarquía local, aunque ello no su-
pusiese una homogeneidad de rangos ni la misma disponibilidad de recursos mate-
riales y relacionales. No cabe duda de que esa dirigencia concejil era un segmento
–pero sólo un segmento– de una élite de poder que, por tratarse de una ciudad que
era cabecera de una gobernación, abarcaba también a la cúpula eclesiástica y a
otros funcionarios de la monarquía, como lo eran los oficiales de la Real Hacienda
y los cuadros superiores de la oficialidad de la guarnición local. Asimismo tuvie-
ron cabida en ella los miembros de las camarillas de los gobernadores, un sector
de configuración más informal que carecía de un encuadre institucional pero no
de influencia.
El período de nuestro análisis quedó acotado entre los años de 1690 y 1726,
esto es, entre el ascenso del último gobernador designado por los Habsburgo para
el Río de la Plata y la fundación de la ciudad de Montevideo. Estuvo signado, a
escala de la Monarquía, por el recambio dinástico que se produjo a causa de la
extinción de la rama peninsular de los Habsburgo y llevó a la entronización de
los Borbones. A escala local se caracterizó por los avances de los portugueses en
la Banda Oriental, que dispusieron allí de un asentamiento permanente desde la
fundación de la Colonia do Sacramento en 1680. Esto motivaría el frecuente envío
de remesas de soldados a Buenos Aires, donde se llegó a contar a finales del siglo
XVII con un destacamento de unos 800 efectivos. Por las mismas razones se des-
tinó a esta plaza a gobernadores con demostrada experiencia militar, casi siempre
adquirida en los campos de batalla de Flandes, y se les confirió una amplia libertad
en la toma de decisiones, algo explicable por la imposibilidad de someterlas con
agilidad a la consulta de sus superiores inmediatos –los virreyes del Perú– de los
que los separaban enormes distancias. El escaso empeño que pondría la corona en
moderar ese poder discrecional serviría a esos gobernadores para avanzar sobre
7 No hay duda de que los alcaldes de la Hermandad y los mayordomos del cabildo, que eran objeto
de elección por parte del cuerpo y de una ceremonia solemne de recepción, ejercían un officium,
es decir, un servicio al monarca. No sucedió lo mismo con los administradores del Hospital de San
Martín o los porteros del cabildo, que eran meros empleados del ayuntamiento, cuyo nombramien-
to carecía de requerimientos ceremoniales.
Luciano Literas 17
las facultades del cabildo y despojarlo del control de uno de los pocos recursos
con que contaba: el monopolio de la venta de cueros en el puerto. Así comenzó un
prolongado enfrentamiento en que el monarca no mediaría sino tardíamente: con-
frontación que vista desde el plano simbólico tuvo de un lado al Bastón, empuñado
por los gobernadores como emblema de su poderío militar, y del otro a la Vara,
detentada por los magistrados del cabildo.
poblados.10 A medida que éstas eran reducidas, el proceso de ocupación del suelo
se intensificó. En las décadas de 1630 y 1640 se entregaron a los vecinos mercedes
de tierras en los pagos de Luján, Areco, Arrecifes y Magdalena, que no habían sido
hasta entonces lo suficientemente seguros para que pudieran establecer en ellos
nuevas fincas ganaderas.
Los “vecinos conquistadores” se convirtieron así en modestos propietarios de
rodeos de ganados vacuno y equino. Un puñado de ellos recibió, además, grupos
muy reducidos de indios en encomienda, pero por pertenecer a etnias cazadoras o
recientemente neolitizadas estos no eran aptos para brindar excedentes. La inci-
piente vecindad se resignó a subsistir en el marco de una economía rudimentaria
usufructuando los escasos recursos que se les habían repartido: tierras en propie-
dad y unos pocos aborígenes que estaban mal preparados para el trabajo que quería
imponérseles. En las chacras que bordeaban la ciudad se desarrolló una agricultura
que arrojaba algunos sobrantes y que les permitió un modestísimo intercambio con
las ciudades vecinas. Pero en sus primeras dos décadas de existencia, en aquella
pequeña aldea escasearon los productos locales comercializables. Eso habría re-
ducido a los vecinos conquistadores y a sus familias a una verdadera economía
natural.11
En los años inmediatos a la fundación, la composición del cabildo reflejó la
paridad de rangos propia de la empresa conquistadora. Hasta la primera década del
siglo XVII, la totalidad de los cargos concejiles fueron electivos, ya que la corona
no había ordenado aún la venta de oficios. Se trató de una solución provisoria
que se adecuaba a la precariedad del poblado recién fundado, en el que todavía
ninguno de los pobladores sobresalía por su fortuna ni por su preeminencia. En
Buenos Aires, el testimonio más antiguo de una elección en el cabildo es del 24 de
junio de 1589, ocasión en la que se respetaron las normas impuestas por Juan de
Garay, quien había dispuesto que todos los años se nombraran alcaldes ordinarios
y regidores, que por esa razón fueron llamados “cadañeros”, y ordenado que no
pudieran ser reelegidos en los empleos. Los vecinos opusieron cierta resistencia
frente a esta prohibición, pero quizás fue a causa de ella que no se conocieron aquí,
a diferencia de Santa Fe, ni sublevaciones ni violentos reclamos originados en el
acceso desigual a cargos y mercedes.
En la segunda década del siglo XVII, la situación de esta humilde aldea ri-
bereña estaba destinada a cambiar. Se estableció en Buenos Aires un poderoso
grupo de mercaderes contrabandistas que serían conocidos como “confederados”
10 Carlos M. Birocco, “Los indígenas de Buenos Aires a comienzos del siglo XVIII: los Reales Pue-
blos de Indios y la declinación de la encomienda”, en Revista de Indias, Universidad Complutense
de Madrid, 2009, Vol. LXIX, N° 247, pp. 83-104.
11 Jorge Gelman, “Economía natural-Economía monetaria. Los grupos dirigentes de Buenos Aires a
principios del siglo XVII”, en Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, 1987, N° XLIV, pp. 89-
107.
Carlos María Birocco 19
12 Jorge Gelman, “Economía natural y economía monetaria: los grupos dirigentes de Buenos Aires a
principios del siglo XVIII”, en Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, 1987, Tomo XLIV, Nº 1.
13 Jorge Gelman, “Cabildo y élite local. El caso de Buenos Aires en el siglo XVII”, en HISLA Revista
Latinoamericana de Historia económica y social, Nº 6, 1985, pp. 3-20. Esta periodización ha sido
objetada por: Macarena Perusset Veras, “Élite y comercio en el temprano siglo XVII rioplatense”,
en Fronteras de la Historia, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, N° 10, 2005, pp.
285-304. Otra visión del problema en: Eduardo Saguier, “Political impact of immigration and
commercial penetration on intracolonial struggles: Buenos Aires in the early seventeenth century”,
en Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, Köln, Böhlau Verlag, 1985, N°22, pp. 43-166.
Carlos María Birocco 21
orden del Consejo de Indias.14 Juan de Vergara sería perseguido por quien sucedió
a Góngora, Francisco de Céspedes, debido a que compitió con éste en introducir
esclavos de contrabando. En 1627 fue encarcelado, pero el obispo de Buenos Ai-
res, Pedro de Carranza, reclamó que se le devolviera su libertad, alegando que Ver-
gara era tesorero de la Santa Cruzada y gozaba de fuero eclesiástico. Una multitud
compuesta por cabildantes, frailes, vecinos y esclavos y encabezada por el mismo
obispo derribó la puerta de la cárcel y lo liberó, para luego conducirlo al palacio
episcopal, donde recibió asilo.15
A lo largo de una década, la camarilla que rodeaba a Juan de Vergara había
conseguido monopolizar la mayor parte de los empleos venales y electivos en el
cabildo, llegando a sumar 73 escaños anuales.16 Pero esa impresionante acumu-
lación de cargos tuvo corta duración, ya que una sucesión de adversidades los
desestabilizó como facción y les impidió legar sus empleos a sus descendientes.
En 1629, el gobernador Céspedes sometió al ayuntamiento a una purga: expulsó
del cabildo a Juan Bautista Ángel, pretextando que una real provisión prohibía que
fuesen admitidos en los oficios las personas que tuviesen deudas con la Real Ha-
cienda, e hizo encarcelar a Juan de Vergara y a otros cuatro oficiales venales, po-
niéndolos a disposición de la Real Audiencia de Chuquisaca.17 Tan sólo dos de los
seis regidores investidos en 1619 continuaron en sus cargos: Gutiérrez Barragán y
Vergara. Pero este último se vio sometido a las vejaciones de tres gobernadores y
se lo obligó a abandonar la ciudad en varias oportunidades, la última de las cuales
acaeció en 1648, cuando fue desterrado a Mendoza por Jacinto de Laris.
Pese a las persecuciones políticas, la facción confederada ejerció un decidido
influjo sobre el conjunto de la vecindad. Las antiguas familias fundadoras y los
mercaderes recientemente afincados se habían entreverado gracias a los frecuentes
matrimonios. Entre estos se hallaba un cierto número de portugueses, casados casi
todos ellos con nietas de los “vecinos conquistadores”. Cuando en 1643, a raíz de
la sublevación del Duque de Braganza en Lisboa, el gobernador Jerónimo Luis de
Cabrera se dispuso a cumplir con la orden de Felipe IV de expulsar a los portugue-
ses de Buenos Aires, los magistrados y vecinos principales se le opusieron, argu-
mentando que no debían ser deportados a causa de su laboriosidad y su probada
lealtad a la corona. Los vínculos de parentesco que unían a los portugueses con los
linajes locales y la integración entre ambos grupos a través de los negocios habían
permitido a la vecindad porteña actuar como un único bloque.18
Esa cohesión entre las principales parentelas de vecinos también se compro-
bó cuando se redactaron las ordenanzas del cabildo, un corpus de normas que regía
el funcionamiento del gobierno municipal y delimitaba sus incumbencias.19 Hasta
entonces, la corporación había regulado su actividad adoptando las ordenanzas
que había dictado el virrey Francisco de Toledo en 1572 para la ciudad de Cuzco.
Pero en febrero de 1642, a raíz de un incidente –el extravío del único ejemplar
que poseía de ellas, que se guardaba en el arcón de la sala capitular– dedicó dos
sesiones a redactar diecinueve artículos y presentarlo al gobernador para que los
aceptara como nueva carta estatutaria.20
Una revisión de los mismos permite apreciar la escasa importancia que le
otorgó a las reglas de carácter protocolar. Sólo uno de ellos intentaba regular la
etiqueta concejil: el que disponía que el cabildo se reuniera todos los lunes y se
multara a los alcaldes y regidores que faltasen sin justificación. El resto apuntaba
a estrechar la vigilancia sobre los sectores subalternos y la actividad mercantil.
Cinco de los artículos procuraban precaver los desórdenes y los escándalos en la
ciudad: se perseguirían el juego y las borracheras en la población negra e india,
se prohibiría a los soldados circular armados de noche para evitar pendencias, se
castigarían los “pecados públicos” y se desterraría a las mujeres de mala vida a los
arrabales. Otros dos recogían disposiciones de justicia rural contra los cuatreros,
los vagabundos y los peones que no estuviesen bajo concierto. También se otorga-
ba al ayuntamiento el poder de fiscalizar la actividad de los regatones (pequeños
comerciantes independientes) y de los herreros, zapateros y pequeños artesanos,
recurriendo a la imposición de aranceles, la inspección de pesas y medida y el
control sobre las ventas. A los grandes negociantes sólo se les prohibió que en-
viaran fuera de la ciudad cargamentos de hierro, acero o municiones, bienes que
por entonces eran escasos debido a la desarticulación de los circuitos mercantiles
originada en la independencia de Portugal, acaecida en 1640.
Esa desarticulación significó para Buenos Aires un desmoronamiento mo-
mentáneo del comercio atlántico, a la vez que el tráfico con el Brasil quedaba
18 Rodolfo González Lebrero, La pequeña aldea. Sociedad y economía en Buenos Aires (1580-1640),
Biblos, Buenos Aires, 2002, pp. 88-90; Oscar Trujillo, “Facciones, parentesco y poder: la élite de
Buenos Aires y la rebelión de Portugal de 1640”, en Bartolomé Yun Casalilla –compilador– Las
redes del imperio. Élites sociales en la articulación de la monarquía hispánica, 1492-1714, Uni-
versidad Pablo de Olavide-Marcial Pons, Madrid, 2009, pp. 341-358.
19 Sobre la ordenanzas en la América española: Francisco Domínguez Compañy, Ordenanzas mu-
nicipales hispanoamericanas, Asociación Venezolana de Cooperación Intermunicipal, Madrid-
Caracas, 1982; M. Barrero García “Las relaciones textuales de las ordenanzas de los cabildos
americanos”, en XIII Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano. Actas
y Estudios, Asamblea Legislativa de Puerto Rico, 2000, Tomo I, pp. 157-197.
20 AECBA, Serie I, Tomo IX, pp. 255-262.
Carlos María Birocco 23
21 Martín Wasserman, Más allá de las redes: deudas y contratos en Buenos Aires durante el tempra-
no siglo XVII, Tesis de Maestría en Investigación Histórica, Universidad de San Andrés, 2012, pp.
50 y ss.
22 Zacarías Moutoukias, Contrabando y control colonial en el siglo XVII, Centro Editor de América
Latina, Buenos Aires, 1988, pp. 98 y ss.
23 Rafael Valladares Ramírez, “El Brasil y las Indias españolas durante la sublevación de Portugal
(1640-1668)”, en Cuadernos de Historia Moderna, Universidad Complutense de Madrid, 1993,
N° 14, pp. 162-164.
24 Zacarías Moutoukias, “Comercio y producción”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, Aca-
demia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1999, Tomo III, pp. 79-80.
24 La vara frente al bastón
que la corona redoblaba su vigilancia sobre las actividades del cabildo. Ya no era
prioritario, como en 1642, asegurar el orden exterior, quizá porque se contaba con
otras herramientas para hacerlo. Ahora se trataba de que sus integrantes respetaran
una rigurosa etiqueta, dándole así exclusividad al ordenamiento interno. Con el
objeto de reconocer los privilegios y prerrogativas de sus miembros, el cabildo se
aseguró de que cada uno de ellos ocupara el lugar que le correspondía en la sala
capitular y en las ceremonias públicas, evitando conflictos de protocolo, a fin de
poder concentrar sus energías en enfrentar la intromisión de otros agentes de la
corona en asuntos de su competencia.
En la década de 1670, ya bajo el reinado de Carlos II, la política de la Monar-
quía en relación con el Río de la Plata cambió. La experiencia de la Real Audiencia
local resultó efímera: en 1672 ésta fue disuelta y el territorio meridional del Virrei-
nato del Perú se reintegró a la jurisdicción de la Real Audiencia de Chuquisaca.
Ya no se trató de realzar la categoría de Buenos Aires convirtiéndola en sede de un
alto tribunal de justicia, sino de reforzar su carácter de bastión militar. Cuatro años
antes, España había firmado la paz con Portugal y reconocido su independencia,
lo que facilitó un nuevo acercamiento entre los comerciantes porteños y sus pares
del Brasil. Los intercambios se acrecentaron a partir de 1680, cuando una escuadra
proveniente de Río de Janeiro ocupó la orilla oriental del estuario y fundó Colonia
do Sacramento. La aparición de esta avanzadilla portuguesa conduciría a la corona
española a reforzar la guarnición de Buenos Aires y a reorganizarla. Entre 1669
y 1699, cinco navíos de registro arribaron desde Andalucía trasportando soldados
y armamento. El Presidio de Buenos Aires llegó a concentrar la mayor cantidad
de efectivos conocida hasta entonces, que alcanzó en 1680 las 900 plazas, aun-
que la misma descendería levemente en la década siguiente. El mantenimiento
de la guarnición acantonada en el fuerte dependía del sistema del Real Situado,
que consistía en la transferencia del pagamento de las tropas desde el centro más
inmediato de acuñación de moneda –en este caso Potosí– a la plaza militar.27 De
ese modo, la presencia de un número relativamente abultado de efectivos fue sus-
tentada gracias a la plata potosina, lo que contribuyó a monetarizar la economía
porteña, aunque la paga de las tropas distó de efectuarse con puntualidad.
Una real cédula de Carlos II puso al mando de la guarnición a un comisario
militar, el “Cabo y Gobernador de la Caballería del Presidio”, que asumiría la
defensa de la ciudad en caso de que el gobernador se ausentase o muriese. El nú-
mero de oficiales que le estaban subordinados era una parte sustancial de la tropa:
27 Carlos Marichal y Matilde Souto Mantecón, “Silver and Situados: New Spain and the financing of
the Spanish Empire in the Caribbean in the eighteenth century”, en Hispanic American Historical
Review, Duke University, 1994, N° 74:4, pp. 587-613; Rafael Reichert, “El situado novohispano
para la manutención de los presidios españoles en la región del Golfo de México y el Caribe du-
rante el siglo XVII”, en Estudios de historia novohispana, Instituto de Investigaciones Históricas
de la UNAM, 2012, N° 46, pp. 556-631.
Carlos María Birocco 27
alrededor del 25% de las plazas existentes. Estos sargentos mayores y capitanes
procuraron mantener un estilo de vida acorde a su rango, pero como sus sueldos
llegaban con retraso se vieron obligados a incursionar en el comercio al menu-
deo, abriendo pulperías y tiendas. Unos pocos llegaron a tener participación en
el tráfico de largo alcance y despacharon tropas de carretas cargadas de esclavos
y textiles europeos a las provincias arribeñas.28 Estos militares de graduación in-
corporarían sangre nueva a la élite urbana. Su posición al mando de la guarnición
los colocaba en la cima de la jerarquía social, permitiéndoles gozar de poder, de
prestigio y de la lealtad de quienes les estaban subordinados, y eso fue valorado
por las principales parentelas locales, que les ofrecieron sus hijas en matrimonio y
los integraron a sus redes relacionales.29
A lo largo del siglo XVII, en suma, la élite porteña evidenció una alta recep-
tividad selectiva al efectuar sus alianzas. Si se revisan detalladamente las genealo-
gías de las familias prominentes de las primeras décadas del siglo XVIII, se hallará
que buena parte de ellas descendía por línea paterna de los comerciantes portugue-
ses afincados durante la primera mitad de la centuria anterior o de los militares de
la guarnición arribados más recientemente, pero entroncaba por línea femenina
con los linajes más antiguos de la ciudad. Por medio de una política matrimonial
que ya llevaba varias décadas, los peninsulares que se fueron afincando en Buenos
Aires a lo largo del siglo XVII habían logrado que los escasos beneficios que ori-
ginariamente estaban reservados a los descendientes de los fundadores (como las
encomiendas de indios, la propiedad sobre el ganado cimarrón y las mercedes de
tierras de chacra y estancia) circularan en un espacio social más amplio.
¿Qué motivos inclinaron a la élite local a aceptar la incorporación de penin-
sulares en sus filas? Las familias que fundaron la ciudad, tempranamente empo-
brecidas por la falta de recursos, se habían visto forzadas a compartir su lugar en
el cabildo con los grandes comerciantes, parte de ellos portugueses, por ser estos
los únicos que estuvieron en condiciones de subastar los cargos venales. Pero ha
de reconocerse que faltaban motivaciones para que dichas familias mantuvieran
su cohesión por medio de una rigurosa endogamia: no eran propietarias de mayo-
razgos ni de dignidades nobiliarias que les aseguraran renta y honra, ni tampoco
monopolizaban los títulos de propiedad sobre el ganado cimarrón (o “acciones
para vaquear”) que a través de compras o de dotes habían escapado de sus manos
y se habían dispersado entre un gran número de vecinos. Privadas de un sólido
basamento económico que defender y transmitir a las nuevas generaciones, era
esperable que aceptaran desposar a sus hijas con aquellos negociantes opulentos o
28 Carlos M. Birocco, “El Presidio de Buenos Aires entre los Habsburgo y los Borbones: el ejército
regular en la frontera sur del imperio español (1690-1726)”, en Emir Reitano y Paulo Possamai
–coordinadores– Hombres, poder y conflicto. Estudios sobre la frontera colonial sudamericana y
su crisis FaHCE-Universidad Nacional de La Plata, 2015.
29 Carlos M. Birocco, “El Presidio de Buenos Aires…”, pp. 195-197.
28 La vara frente al bastón
30 Para los procesos migratorios tempranos, véase: Isabelo Macías Domínguez, La llamada del Nue-
vo Mundo. La emigración española a América (1701-1750), Universidad de Sevilla, 1999. Para
una etapa más tardía: Nadia De Cristoforis, Proa al Plata: las migraciones de gallegos y astu-
rianos a Buenos Aires (fines del siglo XVIII y comienzos del XIX), Madrid, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, 2009.