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MIGUEL DE UNAMUNO

BIOGRAFÍA: una perspectiva de Rafael Narbona  (2015 ) Miguel de Unamuno: “Equivocarse con alma”  

En los años sesenta, Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936) aún disfrutaba del reconocimiento reservado a los
escritores que representan una época y, en cierta medida, encarnan un destino. Se le consideraba el perfecto ejemplo de escritor
finisecular, condenado a debatirse entre la fe y la razón, la espiritualidad y el progreso material, la ensoñación utópica y la
nostalgia por el mundo preindustrial. En las postrimerías del franquismo, Unamuno perdió su primado. Se le acusó de egocéntrico
y reaccionario. Se dijo que su poesía era de otra época y sus ensayos una colección de dislates. Su beligerante españolismo y su
cristianismo agónico propiciaron los juicios sumarísimos. En 1975, Joan Fuster publica Contra Unamuno y contra los demás,
afirmando: «Don Miguel no era un existencialista: era la Niña de los Peines y Conchita Piquer en una sola pieza, un fenómeno
marginal y aberrante». En El cuaderno gris, Josep Pla no se muestra menos implacable: «¡Qué delirante galimatías es este
hombre y este país!».

Socialista, republicano, desencantado, «español español», Unamuno nunca se abstuvo de opinar. Jamás le preocupó
ser incómodo e intempestivo. De abolengo vizcaíno, halló su patria espiritual en Salamanca, donde se estableció con su mujer
Concha Lizárraga, que le daría nueve hijos. Tras conseguir plaza de catedrático de griego, se convirtió en rector de la
Universidad, con sólo treinta y seis años. Su oposición a la monarquía de Alfonso XIII y a la dictadura de Primo de Rivera le costó
el cargo y el destierro en Fuerteventura. Aunque es indultado a los pocos meses, rechaza volver a España y se instala en
Hendaya, tras una pequeña temporada en París. Cuando cae Primo de Rivera, Unamuno regresa. Celebra la llegada de la
República, que le devuelve su puesto de rector, y se presenta a las elecciones parlamentarias, obteniendo un escaño como
candidato independiente de la coalición republicano-socialista. No tarda en desencantarse, renunciando a presentarse en los
comicios de 1933. Se jubila, pero es nombrado rector vitalicio a título honorífico y se crea una cátedra con su nombre. En 1935 se
le concede la distinción de ciudadano de honor de la República, pero eso no impide que manifieste su disconformidad con
las reformas emprendidas en el terreno político y religioso, convirtiendo a Manuel Azaña en blanco de su ira, con un encono
difícilmente excusable.
Cuando se produce la rebelión militar, cree que los espadones son regeneracionistas que plasmarán el viejo lema de «despensa y
escuela», pero la brutalidad de la represión en la retaguardia franquista –que acaba con la vida de algunos de sus mejores
amigos, como el alcalde republicano de Salamanca Pietro Castro, el periodista socialista José Sánchez Gómez y el pastor
anglicano Atilano Coco- le revela que ha cometido un trágico error. El 12 de octubre de 1936 se celebra el Día de la Raza en el
paraninfo de la Universidad de Salamanca. Unamuno ha sido destituido por Azaña y Franco le ha repuesto en el cargo, pero ese
gesto no ha logrado ofuscar su juicio. Después de escuchar a varios oradores vilipendiando a Cataluña y el País Vasco, Unamuno
libera su indignación y exclama: «La nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer […] y no puede convencer el odio
que no deja lugar para la compasión». Millán-Astray responde con un histérico: «¡Viva la muerte!», pero no amedranta a
Unamuno, que le acusa de elaborar una paradoja «repelente». Franco le destituye como rector y pasa el resto de sus días en un
discreto arresto domiciliario. Se le permite entrevistarse con el periodista Kazantzakis, al que declara: «No soy fascista ni
bolchevique; soy un solitario». Poco después, escribe a Lorenzo Giusso: «La barbarie es unánime. […] Ha brotado la
lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los hunos y los hotros». Muere el 31 de diciembre de 1936, mientras hablaba en
su domicilio de la calle Bordadores con el falangista, profesor de Derecho y antiguo alumno Bartolomé Aragón. A pesar de su
enfrentamiento con los sublevados, los falangistas convierten su entierro en un acto de exaltación nacional.
Crisis personal de 1897 La experiencia que se produjo en 1897 supuso un cambio de dirección en su pensamiento.
Unamuno había caído en un cierto agnosticismo en su etapa de universitario en Madrid y esta crisis la interpretó como una
especie de conversión, un principio para recuperar la fe que había perdido hacía ya años. El episodio fue el siguiente:
Aquella noche de marzo sufría insomnio. Daba vueltas en la cama con desasosiego. De pronto sintió que su corazón le
fallaba y se vio en las garras del "ángel de la nada". Fue una terrible conmoción. Le sobrevino un llanto inconsolable.
Entonces la pobre esposa le abraza y, acariciándole, le dice: "¿Qué tienes, hijo mío?" Al día siguiente desaparece de casa
y se refugia en el convento de los dominicos, donde pasa tres días rezando.

UNAMUNO EN LA GENERACIÓN DE FIN DE SIGLO Manuel María Pérez López (texto adaptado) SALAMANCA, Revista de
Estudios, 41, 1998, Págs. 227-253 http://www.lasalina.es/revistadeestudios/Revista/0211-9730-349.pdf
En la teoría de las generaciones se advierte una intensa desproporción entre el componente externo, biológico, cronológico, y el
elemento interno verdaderamente caracterizador, ligado a la compleja red de factores histórico- culturales que identifican la
sensibilidad peculiar de un período histórico.
Respecto al insatisfactorio concepto generación del 98, elaborado a lo largo de la primera mitad del siglo y hoy tópicamente
enquistado en los manuales literarios, cabe acusarlo principalmente de su múltiple efecto reductor, y de un uso excluyente y
empobrecedor. [Por ejemplo] remitió la entera entidad generacional al famoso “tema de España”, convertido en clave interpretativa
dominadora y omnipresente, como si toda la creación literaria española que inaugura el siglo XX fuera el resultado de la pérdida
de las últimas colonias tras la humillante derrota ante Estados Unidos, de la emanación de una conciencia de decadencia y una
preocupación nacional ciertamente existentes, pero totalmente insuficientes para explicar lo más identificador y valioso de la obra
de Unamuno y sus más destacados coetáneos. Y, sobre todo, cabe lamentar el efecto devastador de una perspectiva crítica
exclusivamente nacional, localista, que mutilaba la dimensión universal de una producción literaria que entroncaba con lo más
valioso e innovador que la literatura y el pensamiento occidentales alumbraban por entonces.
Fin de siglo y mentalidad modernista
Para comprender a Unamuno y sus compañeros de generación resulta indispensable la perspectiva histórica del modernismo en
su sentido pleno: es decir, de la nueva mentalidad (o “sensibilidad vital”, en términos de Ortega y Gasset: el complejo conjunto de
creencias, ideas y actitudes que identifican a un período histórico) alumbrada por la profunda crisis que en el fin de siglo afectó a
toda la cultura de Occidente.
Coincidiendo con otros intelectuales y escritores occidentales de su tiempo, y aun anticipándose en muchos casos, Unamuno y
sus más destacados coetáneos inauguraban el nuevo siglo con testimonios hondos y creativos de las más graves inquietudes de
la humanidad contemporánea. Lo que se ha llamado la Modernidad (aunque, paradójicamente, su naturaleza profunda resulte ya
esencialmente posmoderna) emergió de la profunda crisis de la civilización burguesa. Además, de los nuevos planteamientos
filosóficos, políticos, científicos y artísticos que de ella surgieron se ha nutrido el siglo XX.
Las formas de organización originarias de la sociedad burguesa se habían visto desbordadas por los resultados de su propia
dinámica: la revolución industrial puso de manifiesto la insuficiencia de las estructuras decimonónicas. La reacción contra las
estructuras de esa sociedad y su sistema de valores encontró formas variadas de expresión: hubo tanto planteamientos
revolucionarios (marxismo, anarquismo) como reformistas.
* El rechazo de las bases filosóficas de dicha sociedad determina el abandono de un racionalismo alicorto por un vitalismo
pre-existencialista, marcado por la angustia del vacío metafísico y la conciencia trágica de la razón, que admite diversas
soluciones personales, del sentimiento trágico al nihilismo.
* El rechazo del realismo y naturalismo no conduce a opciones estéticas limitadas y excluyentes, sino que abre múltiples
caminos a la expresión literaria y artística de la nueva sensibilidad: parnasianismo, simbolismo, impresionismo,
expresionismo...
*La elección del esteticismo como bandera de lucha contra el prosaísmo utilitario, la proclamación del ideal de la belleza
absoluta frente a la “vulgaridad aniquiladora del espíritu”, constituyó tal vez la aspiración más radical, pero no la única
legitimada para caracterizar al modernismo.
Fueron muy pocos los que hicieron una opción definitiva; muchos, los que recorrieron sucesiva o alternativamente los caminos
que el espíritu de su época iba abriendo.
Así pues, lo que los intelectuales y creadores finiseculares viven en todo Occidente no es la feliz consolidación de la civilización
burguesa, tras un siglo de arraigo y de progreso, sino una hondísima crisis de todo su sistema de valores y la frustración de las
esperanzas e ideales originarios.
La decepción es atribuible a un doble desengaño. Es perceptible por un lado la acción de un “desengaño histórico”, en cuanto que
el resultado real de las ilusiones racionalistas –la sociedad industrial que ellos viven–, lejos de haber traído la felicidad, resultaba a
sus ojos deshumanizadora y cruel, multiplicadora de la desigualdad y la injusticia, y culpable además de desarraigar a los seres
de sus formas naturales de vida para alienarlos en una nueva y más terrible esclavitud.
Mas, junto a lo anterior, pronto afloraría con fuerza un hondo desengaño filosófico, de raíz ontológica: es la “tragedia de la razón”,
que inaugura el existencialismo contemporáneo; pues el desengaño fue más allá de la simple desconfianza en la razón y su
relativización como instrumento de conocimiento, hasta desembocar en la conciencia trágica de que la infelicidad radical del
hombre es inseparable de su propia racionalidad. [...]
Es indiscutible el rango central y eminente de Unamuno en la actividad intelectual y literaria de su generación. A ello contribuyeron
en un principio circunstancias externas al valor intrínseco de su obra: la diferencia de edad, su más temprano acceso a una
posición profesional y pública de cierta preeminencia (la cátedra de Salamanca ganada en 1891, y luego el rectorado), su
ambición personal y un cierto poso de vocación mesiánica, facilitaron la posición pionera y a veces incitadora de Unamuno en el
proceso de maduración generacional. Pero lo fundamental es que terminó encarnando la nueva sensibilidad de una forma tan
plena, que resulta arquetípica, cualquiera que sea la vertiente que se considere. En especial, no parece discutible que fue
Unamuno el que con más pasión y constancia construyó su ser desde la nueva conciencia trágica, y el que con mayor ambición
intelectual indagó sus luces y sus sombras y formuló literariamente, en todos los géneros y registros a su alcance, la angustia y la
esperanza que la habitan.

El concepto de responsabilidad social del escritor en Miguel de Unamuno Guillermo Carnero

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/n-1-1982/html/dcd8db14-2dc6-11e2-b417-000475f5bda5_57.html

Unamuno es un escritor de lectura difícil y de asentimiento más difícil todavía, y ello por dos razones fundamentales, al margen
del contenido doctrinal mismo de su pensamiento. En primer lugar, y no por tópico es menos cierto, su carácter movedizo y
contradictorio puede ser desorientador para quienes se sientan incómodos oscilando a su compás. El propio Unamuno se sabía y
se admitía contradictorio, y consideraba además que el serio era un síntoma de vitalidad y juventud mental, de sinceridad y de
autenticidad. [...]
En segundo lugar, el pensamiento de Unamuno es un pensamiento en marcha, que se va haciendo a lo largo del tiempo y
que en sus sucesivos estados ha quedado impreso, en lugar de ofrecernos unos resultados finales con ocultación de su proceso
genético. Con lo cual, además de ser en ocasiones contradictorio, como ya he dicho, es también a menudo fragmentario: quiero
decir que podemos encontrarnos en la necesidad de reconstruir un supuesto proceso lógico por el procedimiento de ir
ensamblando textos separados por un notable lapso de tiempo, con todos los riesgos que ello supone. Pero es inevitable actuar
así cuando la materia del tema que nos ocupa se halla dispersa en gran cantidad de artículos, discursos y obra en volumen, y no
sistematizada en un tratado único.
Unamuno tuvo una primera etapa de socialismo marxista sui generis, que abandonó a fin de siglo a causa de una crisis
espiritualista. Su actividad política sostenida lo llevó, tras diversos avatares, a ser desterrado por Primo de Rivera, y se vengó
escribiendo poemas injuriosos contra él y Alfonso XIII. Criticó abiertamente la realidad republicana, y en los últimos años de su
vida logró, por voluntad y por destino, indisponerse con las dos Españas; algunas de sus obras fueron incluidas en el Indice de
Libros Prohibidos. [...] Pero el desencanto político de Unamuno no debe hacernos olvidar dos cosas. Primera, que fue siempre un
hombre dispuesto a dar la cara, hasta muy extremas consecuencias, frente a la maquinaria del poder constituido, y lo prueban las
represalias que hubo que sufrir. Así lo consideró y admiró la España de su tiempo: no hay más que hojear el número homenaje
que le dedicó La Gaceta Literaria en 1930. Segunda, que el concepto unamuniano de compromiso tuvo una influencia
avasalladora: sus ideas al respecto son generalmente admitidas en los ambientes literarios españoles hasta que el estado de
cosas que hubo de conducir a la Guerra Civil exija planteamientos de mayor radicalidad y de estricta militancia.
Por lo que se sabe, la generación del 98 fue la introductora en el vocabulario usual del concepto de «intelectual», que vino a
sustituir, con matizaciones esenciales de significado político, al más impreciso de «escritor». Un escritor es el miembro de una
categoría profesional que se dedica a la creación literaria. Un intelectual, además de un escritor, puede ser un científico en
cualquier materia, por supuesto no necesariamente filológica, o un miembro de las profesiones liberales; pero, además, en el
concepto mismo de «intelectual» está implícita una relación entre individuo pensante o creador y sociedad, que presupone en el
primero interés y actividad frente a las cuestiones públicas. [...]
Veamos ahora cómo en la obra de Unamuno se plantean las anteriores cuestiones, deducidas en abstracto del concepto de
«intelectual».
EL VICIO POR DEFECTO DEL INTELECTUAL . Consiste en que éste se olvide de lo que es y se convierta en un escritor
«artificioso». Lo artificioso, para Unamuno, se da en el escritor que se niega a cumplir la función social que le es propia en tanto
que intelectual, y adopta una actitud elitista, de absurda superioridad, sin darse cuenta de que el escritor popular tiene su propia
superioridad, correcta y útil, en cuanto posee mayor conciencia y capacidad expresiva que el resto de sus semejantes. El
artificioso pretende basar su superioridad en la exhibición de una supuesta naturaleza (ideas, emociones) refinada e inusual; se
caracteriza por el cerebralismo y el desarraigo, la incapacidad para asumir los problemas trascendentes, que para Unamuno son
los propios de la condición humana (tanto individuales e íntimos como colectivos) y por la consiguiente exaltación de las
preocupaciones de técnica expresiva como valor y meta máximos. Recomienda en cambio Unamuno desconfiar del esteticismo,
del perfeccionismo y de toda forma de arte que ponga su empeño en logros técnicos o formales. A primera vista se observa la
coincidencia de estas ideas unamunianas con las que acuñará Ortega con el nombre de «deshumanización del arte».
En «Literatismo» (La Revista Blanca, julio 1898)365, opina que «la fórmula del Arte por el Arte suele ocultar la concepción
más antisocial del Arte», es «una profunda inmoralidad» y «la gangrena del intelectualismo». El antídoto estará en popularizar la
expresión artística y buscar inspiración en la realidad, no en la literatura.
En el artículo «Turrieburnismo»(El Correo de Valencia, 1900) vuelve a atacar el virtuosismo literario y a definir el esteticismo
como resultado del desinterés por lo «hondamente humano».
Las grandes corrientes literarias de su tiempo le parecieron a Unamuno viciadas de artificiosidad y dirigió sus burlas y
censuras contra el Modernismo, Vanguardismo y Gongorismo. En «La Balada de la prisión de Reading» (Las Noticias, Barcelona,
octubre 1897)369 dice:
Aquí también, en España [...] hay sus Oscar Wilde, muy rebajados en verdad, con menos audacia. Afectan vivir
en la torre ebúrnea de sus exquisiteces y refinamientos [...]. No parece interesarles nada hondamente humano.
El arte se convierte en sus manos en un bibelote indigno, en un juego estéril [...] El esteticismo empieza a
corroer nuestras letras; difúndese por ellas un soplo de erotismo blandengue y baboso, de mozos impúberes o
de viejos decrépitos.
En resumen, que Unamuno propugna una suerte de compromiso del escritor que consiste en una atención auténtica, sincera y
desprovista de artificio a las grandes cuestiones existenciales propias del vivir humano.

La palabra y el ser en la teoría literaria de Unamuno Luis Álvarez Castro (2005)


https://books.google.ro/books?id=-Qp-
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La concepción moral sobre el arte
 „¡Belleza, sí, belleza! Pero la belleza no es eso, no es la del arte por el arte, no es la de los esteticistas. Belleza cuya
contemplación no nos hace mejores, no es tal belleza!”
 „Repelo toda la concepción esteticista del mundo.”
Para entender cabalmente el sentido de esta concepción moral sobre el arte es necesario advertir el momento en el que Unamuno
escribe los fragmentos anteriores: los últimos años del siglo xix, una época de aguda crisis personal suscitada por el
desmoronamiento de su confianza en el racionalismo y el consiguiente intento de conversión religiosa, coincidente con su etapa
de máximo compromiso con el socialismo. [...]
Según Unamuno, la profesionalización del escritor, el hecho de que este obtenga beneficios económicos de su trabajo le obliga a
adoptar una determinada actitud ante su propia obra, ante el lector y ante los demás escritores, todas ellas potencialmente
perjudiciales para el arte: „El arte y la literatura como profesiones lucrativas, llevan a sentir para cantar, a mirar para pintar, y no se
sabe cómo envenena esto la fuente verdadera del arte.” (La regeneración del teatro español)

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