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Seminario Orígenes del filosofar

Jorge Martínez Posada


23/ 11 / 2012
Alex Fernando Camacho S.
Filosofía

Pensando en Colombia

En esta esquina del continente suramericano llamada Colombia, donde


confluyen los encuentros del Norte y del Sur, de Oriente y Occidente, y donde
las múltiples expresiones culturales que surcan el territorio llenan de
posibilidades el pensamiento y la acción, se genera una constante
contraposición de ideas, modos de vida, anhelos y frustraciones. Somos un
crisol irresuelto de realidades que intentan reivindicar sus identidades, pero que
no logran, al momento de racionalizar la realidad, encontrar los fundamentos
precisos que provean coherencia. Recurrimos a mil argucias argumentativas,
pasionales y filosóficas que nos den la confianza para seguir construyendo sobre
los vacíos abismales de nuestra historia; nos invade un obligado subjetivismo
que se ciñe a lo tradicional en aras de la estabilidad mental.

Los procesos históricos en Colombia, si bien comparten similitud con los de


naciones con desarrollos análogos, no tienen el desenvolvimiento que un
observador externo podría vaticinar. Es nuestra singularidad: hacer todo a
nuestra manera sin saber porqué. En política, arte, economía, o cualquier
aspecto de nuestra conformación cultural, adoptamos, ávidos, las novedades,
para dotarlas luego de un pintoresco y genético influjo, del que, luego, las
consecuencias inesperadas son objeto de veneración o ataque.

Es este el realismo mágico del que hablan nuestros críticos literarios.


Manifestación de una exaltada experimentación llena de afectación que nos lleva
de la dicha a la aflicción sin la causalidad lógica que normalmente define los
modelos. Es el resultado de que de un baldío inmotivado surjan los magníficos
oasis que sin previo aviso, pero regularmente, llenan nuestras almas de pasión y
contraste.

Las preguntas saltan y caen, aparecen y desaparecen al son de los


acontecimientos. Sin embargo, una actitud rigurosa, filosófica, siempre quiere
una razón íntima, que sosiegue la inquietud del ser. ¿Cómo pensamos en
Colombia? ¿Hemos, tal vez, renunciado a la pretensión por definirnos, ante la
fatiga crónica de nuestros desencuentros? No podríamos asegurar la renuncia,
pero puede haberse enquistado una actitud pragmática y de confrontación que
actúa como alternativa a la impaciencia que nace de no vernos concisamente
determinados y que es la razón por la cual estamos constantemente fuera de
nosotros, proyectados en una fantasía edénica que esperamos algún día se
haga realidad.

Pero aquellos individuos que se cuestionan e indagan sin parar, aunque


permanezcan relegados y despreciados, siempre están presentes intentando
formulaciones que aprehendan lo que somos. El insaciable amor por la verdad,
fundamento y legado de la democracia griega, está inscrito en la herencia
occidental de nuestro pensamiento; fruto de lo que Edgar Morin enuncia como el
“torbellino cultural europeo” que se convierte en civilización a partir de su
expansión por el mundo, y que define la autorregularización desde el conflicto y
la pesquisa constante. Se convierte, de esta manera, el método en fin; que
produce sus frutos espontáneamente descubriendo las intuiciones que fortalecen
la idea de sí.

En Colombia también pensamos. Podemos contraponer, por ejemplo, las ideas


de pensadores excepcionales de comienzos del siglo XX confluidos por la
accidentada historia de nuestro siglo XIX y que intentaban la síntesis entre
tradición y modernidad. Fernando González y Nicolás Gómez Dávila pueden ser
expresiones divergentes en muchos de los postulados que invocaban en sus
distintas facetas filosóficas, pero que hacen patente el rigor, el amor por el saber
y el deseo intrínseco por ofrecer al país el beneficio del filosofar.
Nicolás Gómez Dávila fue un crítico radical de la modernidad. Hijo de las clases
privilegiadas de la sociedad, extraordinariamente erudito e intelectual de tiempo
completo; expresó sus ideas desde el estudio y la vivencia del pensamiento. Su
ferviente creencia en Dios y en la religiosidad son el fundamento de un
efervescencia de la razón moral, que expresó en ideas de aparente radicalidad.
Algunas de sus sentencias aforísticas podrían dar una idea de su pensamiento,
pero ha de verse en contexto para no subestimar la compleja raíz de su juicio.
Podemos escucharle decir, en concordancia con su reputada conversación, que
la “Burguesía es todo conjunto de individuos inconformes con lo que tienen y
satisfechos de lo que son”. De un primer acercamiento, y ante la impaciencia
que nace de la fatiga de nuestra irresolución -ya enunciada como elemento de la
psicología colectiva de nuestra sociedad-, podemos asestar juicios de valor,
resultado de nuestras creencias; pero, si algo debe implantarse como pilar en la
dinámica del pensamiento, debe ser esa condición que Deleuze deduce de la
personalidad filosófica y que consiste en la aversión a la discusión por parte de
los filósofos. Porque discutir enjaula la razón, la conmina a mantener una
posición que defender y las opiniones son infructuosas en lo que a la búsqueda
de verdades indiscutibles concierne. Cada filósofo construye su propio plano de
generación conceptual, y una crítica en este ámbito debe constatar la
desaparición de lo pensado en otro plano antes que establecer luchas retóricas
o consuetudinarias.

Continuando con nuestro pensamiento nacional, Gómez Dávila también nos


puede decir que “ Los marxistas definen económicamente a la burguesía para
ocultarnos que pertenecen a ella”, o “El amor al pueblo es vocación del
aristócrata. El demócrata no lo ama sino en período electoral”. Nos acerca,
pensamos, a una intuición de lo que debe ser la filosofía cuando nos dice “El
filósofo no es vocero de su época, sino ángel cautivo en el tiempo”.

Expresa, de esta manera, las posibilidades que un plano personal, adquirido


bajo la solidez que la elucubración constante puede concebir, sin la vulgar
transposición ideológica de la que usualmente somos víctimas por la descrita
impaciencia de no saber quién somos. Son muchas las vertientes a observar en
un pensamiento, pero todas ellas son resultado del pensamiento mismo, no
tienen porque representar un fenómeno de la realidad. El filósofo debe ejercer
una tarea subterránea que establezca cimientos, pero que no lo obligue o
condicione a edificar el asiento material de la manifestación cotidiana y pública.
Por eso nos dice Gómez Dávila que “Ni pensar prepara a vivir, ni vivir prepara a
pensar”.

Otro pensador nacional, contrastante en su versión conceptual devenida del


establecimiento de su propio plano esencial es Fernando González. Las
características de su personalidad lo pudieron llevar a no relacionarse
armónicamente con las ideas religiosas o políticas que él creía apresaban el
alma y la libertad de pensamiento y acción. No es función del análisis filosófico,
como ya lo dijimos, prejuzgar por lo accidental de la configuración específica de
un individuo; lo que sí podemos valorar en justo término es la idea de rigor y
profundidad que el pensador estableció para dar origen a sus ideas, no como
fruto de posturas temporales, tradicionales o de grupo, sino como un amor real
al conocimiento y a la búsqueda de la verdad. Por esto, no podemos descalificar
lo que se explicita como concepto, pues, es de reconocer el legado y la
importancia que personajes como los recordados ejercieron y ejercen en la
historia del pensamiento nacional.

Fernando González ejerció por medio de su literatura la comunicación de su


pensamiento. De cierta manera, también ejerce una crítica a la modernidad que
aliena el sujeto y lo desconecta de su relación con la naturaleza y el hombre. El
espíritu poético que inunda sus obras es una invaluable muestra de personalidad
y estilo que deben crear conciencia acerca de la multiplicidad de las
posibilidades humanas para, por medio de intuiciones diversas, atisbar sobre lo
esencial de la existencia.

Enunciamos acá un fragmento de lo escrito por González acerca de las reglas


que dice encontró al separarse de los dogmas religiosos que le impedían el
desarrollo de su ser, y que expone a los jóvenes como faro de autorrealización:
“Primera. El objeto de la vida es que el individuo se auto-exprese. La tierra es
teatro para la expresión humana; el hombre es cómico; la vida es
representación”. En la tercera afirma: “El ladrón y el honrado, el santo y el diablo,
son igualmente buenos para el metafísico, pues ambos se auto-expresan”. Aquí
observamos que los conceptos no tienen que estar condicionados por un tipo de
moral. La ética es un ejercicio de vida que concebimos a partir de lo que
íntimamente es fundamental para la relación y el respeto entre seres, pero no
obliga a imponer de manera uniforme una idea trascendente a una convicción.
En otro apartado de las normas, el correspondiente a la sexta, nos habla del
valor pedagógico: “La pedagogía consiste en la práctica de los modos para
ayudar a otros a encontrarse; el pedagogo es partero. No lo es el que enseña,
función vulgar, sino el que conduce a los otros por sus respectivos caminos
hacia sus originales fuentes. Nadie puede enseñar; el hombre llega a la
sabiduría por el sendero de su propio dolor, o sea, consumiéndose.”

Hemos oteado a la distancia el amplio espacio que se puede intuir en los


pensamientos de un filósofo. Acercarse a sus reconocimientos más profundos es
una tarea que requiere de esfuerzo y pasión. Quizá la recomendación más
preponderante, si podemos hacer alguna, es la de liberarnos de los obstáculos
sociales y existenciales que nos obligan a superponer lo artificioso por encima
de lo que nos constituye como seres humanos. Veamos que aun con las
condiciones innegables que pudieron tener los autores anteriormente expuestos,
nuestro país mostró graves deficiencias para deslindar lo que corresponde a lo
ideológico y al pensamiento puro. Las ideas de estos filósofos tuvieron más
relevancia fuera de nuestras fronteras, pues, la sociedad colombiana, al igual
que lo hizo y hace con artistas, pensadores, etc., no reconoce más allá de su
propia y parcial proyección acerca de lo que, en el momento, cree verdadero. La
ausencia de conciencia profunda sobre el valor, no le permite retirar los velos
históricos de un subdesarrollo educativo. Sin embargo, queramos o no, nuestra
esencia diversa y otras razones, continúan proveyendo a esta tierra de los
acicates que, aceptémoslo o no, nos hacen crecer como país.
Bibliografía

GONZÁLEZ, Fernando (1995) Los Negroides: Ensayo sobre la Gran Colombia.


Medellín: Editorial Universidad Pontificia Bolivariana.

GÓMEZ, Nicolás (2001) Escolios a un texto implícito. Bogotá: Villegas Editores.

MORIN, Edgar (1998) Pensar Europa: Las metamorfosis de Europa. Madrid:


Gedisa.

DELEUZE, Gilles, y GUATTARI, Pierre (1997) ¿Qué es la filosofía? Barcelona:


Anagrama.

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