Domingo de Ramos (A)
Con el Domingo de Ramos inicia la celebración anual de son ellos los culpables de su muerte. Pero tal vez este modo de
la Pascua del Señor, es decir del evento de la pasión-muerte-
resurrección de Jesús. La primera parte de la celebración
conmemora la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén acompañado
de los cantos y algarabía de los peregrinos. La segunda parte de
la liturgia no tiene ese carácter alegre y festivo. Se centra en la
lectura de la Pasión según Mateo.
En la primera lectura un profeta anónimo, al que los
cristianos identificamos con Jesús, cuenta parte de su
experiencia. Ha recibido la misión de «transmitir al abatido una
palabra de aliento». En el momento que vivimos todos
necesitamos esa palabra que nos anime en medio de tanta
muerte, enfermedad y sufrimiento. Pero la experiencia de este
profeta es que, para poder animar al que sufre, él mismo tiene
que sufrir. Y acepta ese destino de inmediato: «Ofrecí la espalda
a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos».
Escuchando la narración de la pasión es muy fácil echarle
la culpa a Judas, a los sumos sacerdotes, a los judíos y a Pilato la
responsabilidad de la condena y muerte de Jesús. A primera vista
ver las cosas es muy simplista para ser justo. La muerte de Jesús
en la cruz no es atribuible solo a aquellos que, de un modo u
otro, fueron los protagonistas inmediatos de su arresto, proceso y
de su condenación.
Y no debemos pensar que los jefes de los judíos hayan
obrado por pura maldad al condenar a Jesús. Los sumos
sacerdotes, los escribas y los “ancianos del pueblo” no eran una
banda de criminales. No eran más “malvados” que tantos otros…
o que nosotros. Un teólogo decía que “sería reconfortante que
Cristo hubiera muerto solo a manos de grandes criminales,
porque con ellos nosotros no tendríamos nada que ver. Pero no
fue así, y ninguno de nosotros está exento de haber empujado
fuera de nuestra historia al testigo de la justicia y de la bondad de
Dios” (Duquoc)