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Ensenar Historia en La Era Digital PDF
Ensenar Historia en La Era Digital PDF
LA DIDÁCTICA
DE LA
HISTORIA
Y LA
FORMACIÓN DE CIUDADANOS
EN EL MUNDO ACTUAL
CENTRO
DE INVESTIGACIONES
DIEGO BARROS ARANA
ISBN 978-956-244-270-1
Editor
Sr. Marcelo Rojas Vásquez
1. Historia y TIC
¿Cómo hay que enseñar historia, hoy? En el primer capítulo de este libro se
puso de manifiesto las dificultades que confrontaban los profesores, en cualquier
nivel, como resultado de los cambios internos vividos por la disciplina en las
últimas décadas. La Historia Tradicional, se adujo, era un producto cultural
relativamente simple, que se prestaba para prácticas pedagógicas efectivas y
que servía, además, para cumplir con funciones que eran claras e importantes.
Antes, la cosa era sencilla. Había un discurso unitario, organizado en
torno del eje político, útil para los propósitos del estado, en una fase dada de
su evolución, que todos los ciudadanos debían aprenderse de memoria. Ese
discurso debía ser construido por un gremio de iluminados, únicos con voz
y voto en la generación de verdades históricas, coludidos con los profesores,
que debían actuar como socializadores del mensaje. ¿Un ejercicio docente de
inteligencia interpretativa? Más bien, un catecismo que había que repetir, con
el propósito de traspasar a los nuevos ciudadanos la información necesaria para
despertar en ellos sentimientos de apego a la nación, respeto por las institucio-
nes, devoción, en suma, por el estado, la clase de estado definido como ideal
por quienes tenían capacidad de manejar el discurso oficial sobre la Historia.
Estos horizontes seguros se nublaron como resultado de la crisis que sufrió
el paradigma tradicional de la Historia, primero en Europa y, hace muy pocos
años atrás, en países de la periferia, como Chile. La Historia dejó de lado sus
presupuestos historicistas, su interés por la política, su perfil elitista y se definió
como una ciencia social, de horizontes muy amplios, que mantenía puentes
activos de comunicación con la Sociología, la Economía, la Demografía y, más
recientemente, con la Antropología. Se amplió el abanico de temas que era
posible estudiar, se inició una exploración crítica de temáticas que eran impor-
tantes para delinear los contornos de una época regida por una dinámica activa
de cambios; se pudo poner al frente, junto con las funciones más tradicionales
de la Historia, otras nuevas; se afirmó, junto con ello, la posibilidad de que la
historia retomara las funciones que cumplía en su etapa pre-profesional, cuando
era usada como instrumento ideológico para formar conciencias, para forjar
voluntades y para alimentar inteligencias que fueran capaces de enfrentar de
maneras socialmente productivas las urgencias del presente.
Sin embargo, a medida que fue acentuándose este proceso de apertura,
que permitió oxigenar a la Historia con la inclusión de nuevas perspectivas,
enfoques y temas, comenzaron a quedar de manifiesto algunas externalidades
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1
León J. Goldstein asentó las bases del ‘construccionismo’ en historia hace algunas décadas
atrás, estableciendo de la diferencia que existe entre la esfera de la investigación (que ha sufrido
cambios importantes a lo largo del tiempo) y la de la escritura (que permanece tal cual). La
elaboración más completa de estos planteamientos se encuentra en Historical knowing, Austin,
Austin Press, 1976.
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un control total sobre nada. Cada uno de los componentes del sistema podía
participar, con plena autonomía, en los flujos de comunicación, en la forma
que quisiera, “hacia la dirección que quisiera”, tejiendo redes de vínculos que
podían ampliarse sin limitación: esta red no tenía un principio, ni un punto
final, ni una forma específica; era un organismo vivo que podía adoptar fiso-
nomías nuevas en cada momento, siempre con beneficio para la posibilidad
del conocimiento.
El potencial enorme este concepto motivó el inicio de una etapa de ex-
perimentación que logró cristalizar, en 1969, en la creación de ARPANET.
Se trataba de una pequeña red que enlazaba los computadores la UCLA y la
Universidad de Stanford por medio de una simple línea telefónica. Durante
la década de 1970 esta red académica fue creciendo, al mismo tiempo que se
iniciaba un proceso de innovación tecnológica más general, con distintos hitos,
entre los cuales sobresale la creación del lenguaje HTML, hacia fines de la
década de 1980, obra del británico Tim Berners-Lee. La gracia de este lenguaje
es que aportaba un protocolo estándar para la programación de páginas web,
simple, elegante y extraordinariamente eficiente, que cualquier persona, con un
mínimo de formación, podía usar con máximo provecho. A partir de entonces
las TICs salieron del reducto controlado de sus orígenes. Internet comenzó a
ser incorporado como un recurso corriente en las actividades desarrolladas por
las empresas, instituciones y muy luego también por las personas, tomando
allí una fuerza incontrolable. Hacia 1993 el número de servidores disponibles
en el mundo era de 130. Dos años después la cifra se había elevado a veinti-
dós mil2. Hacia fines de esa década una porción significativa del planeta ya
se había integrado a la red, al mismo tiempo que se registraba un acelerado
cambio en las reglas y posibilidades de la comunicación, cuando la banda
ancha y la comunicación inalámbrica reemplazaron a la tradicional línea te-
lefónica, lo que permitió enriquecer las posibilidades de comunicación con la
incorporación de imágenes fijas, en movimiento y de sonido. Antes del 2000,
efectivamente, las páginas era medios de comunicación plana y elemental,
que se desplegaban con gran lentitud. Entre el año 2000 y el año 2005 todo
cambió, al socializarse el flash, el CCS y al producirse una serie encadenada de
sorprendentes cambios tecnológicos. Los recursos multimedia se propagaron,
permitieron superar las interfaces planas de los primeros sitios informativos,
transformando a la red en el recurso de comunicación más poderoso que
haya existido jamás. Cuando estaban operando estos cambios en relación a
las posibilidades del lenguaje, irrumpieron en forma casi simultánea los blogs,
wikis, fotolog, sitios de “media sharing” y redes sociales que permitieron al
usuario integrarse a comunidades de conocimiento o entretención, dando
vida al fenómeno actualmente en curso de una “web social”. Estos cambios,
que hicieron explosión entre el año 2005 y 2006 permitieron que el usuario
2
Daniel J. Cohen & Roy Rosenzweig, Digital History: a guide to gathering, preserving, and pe
senting the post on the Web, p. 19.
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Los distintivo de “historia digital”, señala Orville Vernon Burton, es la utilización de los
computadores y la red, para hacer Historia, de una manera que no sería posible sin esos recur-
sos. Se trata, pues, de algo distinto a aprovechar las posibilidades de comunicación que ofrece
el mundo digital, para poner a circular de manera más eficiente productos culturales nacidos
análogamente. La verdadera historia digital conlleva un cambio en la manera como la Historia
se hace, en cualquier nivel, tanto dentro como fuera de la academia; también en la manera como
se socializa ese conocimiento y se lo usa para fines educativos. Orville Vernon Burton “American
Digital History”, p. 207.
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sus empeños se ven mermados por sus limitaciones, como seres híbridos, para
los cuales la lógica binaria del bit y el byte puede ser, en el mejor de los casos,
una segunda o una tercera lengua, nunca la primera.
El panorama se presenta terrorífico para el profesor de Historia, tomando
en cuenta dificultades que son tan evidentes. En este capítulo final, sin embargo,
propondré que hay una manera distinta de mirar las cosas.
Nos tocó la suerte de desarrollar nuestra vida profesional cuando el
mundo vivía una etapa de transformación revolucionaria con relación a las
tecnologías de la información. Estos cambios van a dar origen, a la larga, a
una transformación profunda en la manera como se genera el conocimiento
histórico, como se lo representa y como se lo socializa. En este momento co-
yuntural, la transformación es un principio demasiado tibio, que no permite
percibir todas las cosas buenas que es justificado esperar. Hoy, lo único que
puede constatarse, a simple vista, son los problemas prácticos a que da ori-
gen toda situación inacabada, la manera todavía pobre en que se utiliza una
tecnología nueva, con posibilidades enormes, para realizar las tareas propias
del horizonte tecnológico anterior. Pero estas dificultades van a ser superadas,
los historiadores van a descubrir formas distintas de investigar y distribuir su
conocimiento, la Historia tomará otro color y será posible, como resultado
de todo eso, volver a encantar a los estudiantes con una pedagogía que esté a
tono con sus expectativas y con la demandas de nuestro tiempo.
Las TICs, son una bendición tanto para el historiador como para el profesor,
si es que se las sabe aprovechar con criterio y con inteligencia crítica. Hay que
evitar el facilismo, poniendo en uso todo lo que esté de moda, lo que se vea
bien en el momento, lo que garantice la espectacularidad. Internet es un pozo
sin fondo, en el que se puede encontrar cualquier cosa. No todo eso se presta
para fines educativos. Para lograr resultados que sean socialmente constructivos,
con respeto a la disciplina misma, es fundamental abandonar la actitud pres-
cindente que ha dominado en el mundo de los historiadores y los educadores.
Hay que entender bien el fenómeno de las TICs. La teoría de la historia
debe abandonar algunos de sus temas tradicionales y aportarnos las claridades
necesarias para dar una dirección inteligente a los cambios que van a sobre-
venir de todas maneras. Es fundamental, ante todo, emprender un trabajo
colaborativo con los expertos en educación, que permita despejar un conjunto
de interrogantes que es vital aclarar para hacer de la tecnología el insumo de
una propuesta bien urdida. ¿Qué funciones debe cumplir la Historia de cara
al siglo xxi? ¿qué tipo de pedagogía sería necesaria para hacerse cargo de esas
funciones? ¿cómo se produce, de manera general, el aprendizaje significativo de
conocimiento y competencias históricas? ¿de qué manera se podría aprovechar
las posibilidades que ofrecen los nuevos medios tecnológicos para potenciar
logros de aprendizaje que sean compatibles con las necesidades que plantea
el siglo xxi a los ciudadanos?
Las tareas que demanda la pedagogía de la Historia, que es necesaria en
el mundo en el que estamos y en el que se nos viene encima, se facilitarían
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Las TICs tienen un potencial increíble tanto para el trabajo del historiador,
como para el del educador.
En la red los profesores y los estudiantes pueden encontrar una cantidad
enorme de recursos que les permiten, como nunca, hacer historia y enseñar
historia. Privilegio exclusivo nuestro. A diferencia de lo que sucedía con las
generaciones anteriores, los jóvenes de hoy no necesitan tener una biblioteca
personal en su casa o visitar bibliotecas públicas para profundizar en el cono-
cimiento de algún hecho. Les basta disponer de un computador con acceso
a la banda ancha para que la biblioteca y el archivo los vengan a ver a su casa
rápido, simple y barato: un simple clic en el botón “buscar” es suficiente para
que tengan acceso inmediato a cientos de páginas de contenido de los tipos
más diversos.
Ningún adolescente pudo tener a mano, en tiempos anteriores, tanta
información, de tantas materias, en formas tan atractivas.
El acceso a la información no es el único beneficio que aporta la red,
tanto al historiador, como al profesor de Historia. La generación y difusión
del conocimiento se ha simplificado y se ha masificado. Cifras del 2004 lo
demuestran. Cerca del 50% de los usuarios de la red, en Estados Unidos,
generaron durante ese año algún contenido en línea, a través de páginas web,
blogs y otros medios similares4. El conocimiento se vuelve una opción para
todos. Además adquiere nuevos alcances. El tiempo que deben invertir los
investigadores formales o informales en la fase preliminar de los estudios,
destinada a recopilar la información esencial, se ha reducido gracias a los
catálogos electrónicos y los motores de búsqueda, como Google o Yahoo,
que permiten elaborar en pocos minutos reportes muy completos de todo
4
Cohen & Rosenzweig, op. cit., p. 6.
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portantes de nuestro país, que no superan las quinientas piezas. Los lectores
potenciales de proyectos web de tipo académicos, pueden recibir miles de
visitantes nuevos cada mes. Esta audiencia, además de ser más numerosa y
compleja, es una audiencia mucho más activa.
Una de las ventajas más evidentes de los medios electrónicos es que esti-
mulan la interacción. Se distinguen de los todos los anteriores en que funcio-
nan por una doble pista. En lugar de dejar en un lado a los productores de la
información y en el otro a los consumidores, como pasa con la comunicación
basada en la lógica del papel, estos medios permiten un tráfico de ida y vuelta.
La posibilidad de que exista una retroalimentación constante supone un cambio
importante en la forma cómo se genera y administra el conocimiento. En el
mundo del papel los creadores basan sus logros en emprendimientos indivi-
duales, cimentados en esfuerzos de introspección. En la red esto es distinto.
Una vez que un autor ha generado un contenido se producen intercambios de
pareceres, por distintas pistas, que van configurando flujos de comunicación
que acaban en redes de trabajo intelectual. Surgen complicidades de diversos
tipos. Entre historiadores de distintos países y especialidades, entre profesores
y estudiantes, entre amateurs e investigadores, etc. La gestión del conocimiento
se vuelve, de esa manera, una empresa comunitaria, que se alimenta de la
sinergia aportada por cada componente, con gran beneficio para el conjunto.
Las cualidades expresivas de este lenguaje, construido a partir del protocolo
básico del HTML, tienen mucho que ver con ello. En la cultura tecnológica
basada en el papel las posibilidades de la comunicación se veían limitadas
por las restricciones del formato. El texto tradicional es lineal. Comunica
de una manera simple, en una sola dimensión, permitiendo que los lectores,
transformados en consumidores de la información, puedan seguir trayecto-
rias de uso bastante predecibles. El formato electrónico, en cambio, integra
el texto, con el sonido, el movimiento, la imagen. La combinación de estas
distintas capas de información permite brindar al usuario una experiencia de
conocimiento mucho más amplia. Los textos centrales se pueden apoyar en
páginas de profundización, que aportan información complementaria, tam-
bién en bibliografías, en versiones electrónicas de los documentos principales.
Hay, al lado de esto, una gama amplia de elementos visuales y de sonidos,
que no tienen cabida dentro del soporte papel, que se pueden combinar con
los elementos anteriores, ofreciendo impresiones sensoriales más ricas de
los procesos7. El resultado son representaciones visuales más acordes con el
lenguaje que emplean los nativos del mundo digital, que logran mostrar en
forma más natural, compleja y rica el pasado. No sólo porque se dispone de
un lenguaje que aporta más información. También debido a la lógica molé-
cular de su ensamblaje. El lenguaje electrónico, hemos visto, transforma el
conocimiento en una experiencia hipertextual. Cada espacio de información
7
La importancia que tiene el lenguaje visual es bien destacada por David J. Staley en Computers,
visualization, and history: how new technology will transform our understanding of the past.
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Edward Ayers ya advertía hace algunos años, cuando la revolución de Internet estaba
comenzando, que la compleja no-linealidad era una de las armas principales del medio, porque
permitía aprehender y elaborar secuencias, voces y variables múltiples, de una manera más
compleja que la que está al alcance de las narrativas tradicionales. Edward L. Ayers, “History
in hypertext”.
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Edward L. Ayers constataba, hacia fines de la década de 1990, que los historiadores hacían
un uso muy limitado de las enormes posibilidades que les ofrecían las nuevas tecnologías. En
lugar de dar vida a una historia hipertextual y multidimensional, que expusiera otra forma de
racionalidad, optaban por usos mucho más conservadores: los objetos digitales que ellos generaban
eran simples adaptaciones de productos nacidos en formato análogo, véase Edward L. Ayers,
“The pasts and futures of digital history”. Algunos años después, constataba Alan B. Howard, las
cosas habían cambiado bastante poco: las nuevas tecnologías eran empleadas activamente por
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Es cierto que contamos con unos cuantos ejemplos que se plantean como
verdaderos anticipos de lo que va a ser la Historia en el futuro. Rome Reborn,
por ejemplo, es una iniciativa liderada por el IATH de la Universidad de Vir-
ginia, apoyada en la colaboración de otros centros académicos del mundo,
que se propuso crear, con éxito, modelos digitales en 3D que muestran el
desarrollo urbano de la antigua Roma, desde sus tiempos iniciales, hacia el
1000 a.C., hasta las fases finales en la evolución de la ciudad, alrededor del
550 d.C. Este trabajo de reconstrucción, que sumó las competencias de histo-
riadores, animadores, ingenieros, diseñadores y educadores, nos demuestra
cuán expresiva puede volverse la Historia cuando logra aprovechar, como
debe ser, el lenguaje visual. La gracia de este modelo, que logra espacializar
la información, es que puede ser puesto al día, aumentado o corregido, cada
vez que aparezca nueva información10. Otro proyecto interesante, en una línea
relativamente similar al anterior, entre los muchos que existen, es el desarro-
llado por el Center for History & New Media, de la George Mason University,
con apoyo del Departamento de Historia de la Universidad de California, en
el año 2005. Jack Censer y Lynn Hunt, sus creadores, lo llamaron Imaging
the French Revolution: depictions of the french revolutionary crowd. Se trata
de una experiencia de trabajo académico, organizada en tres secciones. En
la primera, el usuario se encuentra con una selección de ensayos aportados
por once académicos de primera línea, que analizan el material iconográfico
disponible en el sitio. En la segunda, los mismos historiadores desarrollan un
foro en que discuten las implicancias metodológicas de sus perspectivas, los
distintos modos en que puede ser llevado adelante el trabajo interpretativo.
La tercera, es el archivo electrónico del sitio, en el cual están alojadas las imá-
genes11. Un tercer ejemplo que puede ser ilustrativo de las posibilidades que
ofrece el medio es The Valley of the Shadow: two communities in the Civil
War. El proyecto fue desarrollado por uno de los autores citados un poco más
atrás, Edward Ayers, junto a Anne Rubin y Will Thomas. Se trata de una forma
experimental de abordar el tema de la esclavitud, en los años de la Guerra
Civil, a través del seguimiento del tema en dos pequeñas comunidades, una
en Pennsylvania y la otra en Virginia. Los creadores del proyecto presentan su
visión historiográfica del tema en un artículo bien desarrollado, que modifica
los alcances de las publicaciones académicas, al ofrecer acceso a un material
mucho más rico que el que es posible encontrar en las notas al pie de página.
Ese material está disponible en la sección Evidence, en la que el usuario se
encuentra con un archivo documental completo, que incluye datos de censos,
impuestos, documentación de propietarios de esclavos, registros parroquiales,
los historiadores, pero sin que ello involucrara una reorganización fundamental en la manera
de desarrollar y socializar el conocimiento. Alan B. Howard, “American studies and the wew
technologies: new paradigms for teaching and learning”.
10
Rome Reborn, accesible en www.romereborn.virginia.edu/. Visitado el 7 de agosto de 2012.
11
“Imaging the French Revolution: depictions of the french revolutionary crowd”, accessible
en http://chnm.gmu.edu/revolution/imaging/home.html. Visitado el 7 de agosto de 2012.
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12
The Valley of the Shadow: two communities in the Civil War, accesible en www.vcdh.
virginia.edu/AHR/. Visitada el 7 de agosto de 2012.
13
“El género en historia”, accessible en http://americas.sas.ac.uk/publications/genero/genero.
htm. Visitada el 7 de agosto de 2012.
14
Carl Smith, “Can you do serious history on the web?”.
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deran, con razones, que su medio no está plenamente adaptado para aportar
las condiciones institucionales y materiales que demanda el cambio, porque
sienten que no han recibido la capacitación para asumir nuevas tareas, por-
que advierten, con sensatez, que son usuarios muy insuficientes de las nuevas
tecnologías. Efectivamente, el profesor promedio es un consumidor tecnoló-
gico muy limitado. Maneja, casi siempre, tres programas. Un procesador de
texto, un programa para correo electrónico y un navegador. Usa la red muy
intensivamente, pero muy poco para lo que necesita su trabajo15. Además,
el profesor estándar trae encima una sospecha, no siempre declarada, que
lo lleva a poner en entredicho las expectativas más optimistas acerca de los
beneficios aparejados al uso de las TICs. ¿Qué tan lejos conviene ir con lo de
Internet en la enseñanza de la Historia?, ¿tiene sentido renunciar a los medios
tradicionales de enseñanza que llevan tanto tiempo en el mundo y que han
demostrado con creces su fertilidad cognitiva y social?, ¿puede enseñarse a
los jóvenes a entender procesos sociales tan complejos echando manos de
páginas de contenidos livianas o juegos interactivos?, ¿sirve Internet realmente
para algo? Entiéndase, para algo pedagógicamente importante, que tenga que
ver con el asunto de la Historia, con lo que es esta disciplina, con lo que ella
pueda aportar.
La respuesta a estas preguntas son difíciles de dar, por una razón conocida,
relacionada con las limitaciones que tiene, hoy, el estudio de la enseñanza-
aprendizaje de la historia.
Los profesores, nos hace ver T. Mills Kelly, no suelen ser tener mucha
claridad acerca de cómo se produce, realmente, el aprendizaje que a veces
logran inducir en los estudiantes, ni con los medios antiguos, ni menos, todavía
con los medios nuevos. ¿Qué tan efectivas son las técnicas que utilizan? Pre-
cisemos. Cada profesor tiene un repertorio de lecturas favoritas que le gusta
dar a sus estudiantes, domina una batería de temas, ejercicios, actividades e
instrumentos, entre los que se cuentan algunos recursos tecnológicos, que están
probados en el uso. Sabe, intuitivamente, qué funciona y qué no. Lo que falta,
sin embargo, es tener un conocimiento técnico más preciso y sistemático acerca
del fenómeno del aprendizaje en Historia, en forma general, que permita saber
15
Memoria Chilena está desarrollando desde el 2004 programas de alfabetización digital
con profesores del subsector de Historia y Ciencias Sociales. A fines del 2006 Christian Sánchez
y Laura Valledor, autora de uno de los capítulos de este libro, aplicaron una encuesta a los do-
centes que habían participado en las actividades de capacitación, que luego fue prolongada por
una actividad de seguimiento. Pudo establecerse que los profesores de la Región Metropolitana
tenían un alto nivel de consumo de bienes de tipo tecnológico (un 95% de ellos contaba con
computadores, un 95% con celulares, un 65% con pendrive, un 45% con reproductores de MP3
o equivalente, un 35% de ellos disponía de notebooks) y que eran usuarios regulares de Internet.
Pero al mismo tiempo, pudo demostrarse que eran unos consumidores limitados de estos bienes.
La mayor parte de ellos usaba las nuevas tecnologías para bajar información, para comunicarse
o entretenerse. Pocos de ellos la aprovechaban para fines educativos: descargar documentos de
la red para motivar trabajos de investigación, usar los computadores para programar rutinas de
trabajo con sus alumnos, etcétera.
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cómo es que los estudiantes logran adquirir una comprensión profunda de los
contenidos, que sea una comprensión específicamente histórica16.
Sabemos que los procesos que conducen al logro de este tipo de com-
prensión son complejos. Los historiadores desarrollan, como resultado de su
trabajo, una forma de pensamiento heterodoxo, propio de ellos, que está muy
distanciado del modo de pensamiento con que la gente corriente aborda los
temas sociales. Como se trata de un enfoque que va a contrapelo del sentido
común, se entiende muy bien que resulte tan difícil poder traspasarlo a ado-
lescentes. ¿Cómo hacer, por ejemplo, que un joven pueda explicar situaciones
sociales pasadas desde la empatía, evitando incurrir en el anacronismo del
presentismo, que es el recurso al cual echa mano, cuando se confronta con
cosas que le resultan extrañas (explicar lo pasado por referencia a característi-
cas o elementos son propios del presente, de lo que es más inmediato a él, en
general)? El profesor puede mostrar mucha fineza cuando aborda sus temas,
pero es muy difícil que sus estudiantes puedan, por tendencias espontáneas,
borrar lo que tienen en la cabeza e intentar explicar los hechos pasados en
sus propios términos.
La conclusión hay que extraer de aquí es que no es nada de fácil enseñar
algo más que datos. ¿Un objetivo asequible? Los buenos profesores de Histo-
ria a veces consiguen, de manera intuitiva, resultados sorprendentes con las
mentes de los adolescentes, presentándose como ‘ejemplos’, con peroratas
expositivas bien hilvanadas, dando a leer buenos libros. Eso les funciona bien
con los recursos de siempre, ¿pero les servirán, también, las magias de Internet?
Si no saben qué hay que hacer para enseñar Historia profunda apelando a
las tecnologías antiguas, ¿cómo podrían formarse claridades acerca de lo que
puede suceder con las nuevas?
Falta plantearse la pregunta obvia. ¿Cómo sabemos que va a ser bueno
para lograr aprendizaje significativo comprar completo este “rollo” de In-
ternet, creando páginas webs, interactuando a través de foros especializados
con nuestros alumnos, dándoles acceso en línea a contenidos, a documentos,
esquemas, animaciones, motivándolos a buscar información en la red, a crear
blogs o facebooks? ¿servirán las TIC, puntualmente, para lograr desarrollar en
los estudiantes la capacidad de ‘pensar históricamente’, en los términos que
eso puede entenderse dentro del perímetro de la Nueva Historia?
Hay razones para dudarlo.
El World Wide Web es un lenguaje de programación que logra que los
computadores puedan comportarse como si se tratara de las piezas de un gran
cerebro, similar al cerebro humano, dueño de una capacidad para vincular, de
una manera intuitiva y azarosa, cientos de fragmentos separados, en forma si-
multánea, dando origen a nódulos de información, que pueden ser expandidos
hacia direcciones inimaginables. Es ese concepto revolucionario en el manejo
de la información, que da al medio toda su fuerza, el que ha hecho ruido a
16
T. Mills Kelly, “For better or worse? The marriage of the Web and the Classroom”.
404
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17
Hay que evitar los juicios ligeros con relación al aporte de los historiadores amateurs, que
pueblan la red. Es cierto que la información que ellos ofrecen tiene poca profundidad y numerosas
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pues involucra una cuestión más profunda. La red no sólo nos proporciona
acceso a información mediocre. En ella también nos encontramos con abun-
dante información de la máxima calidad. El problema es que no es fácil, para
los usuarios, saber cuándo se está frente a una u otra, porque este medio no
tiene todavía resuelto el tema de las autoridades.
Las comunidades del conocimiento que se formaron en la era del papel
han logrado construir, luego de siglos de trabajo, mecanismos bastante efectivos
que permiten certificar la calidad del conocimiento. Hay filtros que limitan el
número de personas que pueden publicar, hay tribunales editoriales que deci-
den qué trabajos son serios, hay normas de citación, hay modos de trabajar las
pruebas, hay jerarquías en los medios, hay fórmulas variadas que permiten, en
suma, definir la autoridad de las fuentes invocadas, de los investigadores y el
conocimiento mismo que es presentado. No solo eso. La academia tradicional
cuenta con centros dedicados a la preservación del patrimonio o al cultivo
del saber histórico en los cuales hay especialistas con competencias probadas
que deciden por el resto qué información debe ser preservada, cómo debe
ser clasificada y cómo debe ser entregada al público. Desgraciadamente estos
mecanismos de autoridad, propios de la cultura del papel, no sirven para poder
separar lo bueno de lo malo, que está disponible en la red, para usar términos
de Nelly Schrum18. ¿Cómo tomarle la medida al conocimiento que ofrece la
red? Todavía no contamos con criterios técnicos similares a los que existen en el
mundo académico tradicional, que permitan identificar el conocimiento serio.
Esa carencia obliga a que sean los usuarios, incluidos los estudiantes, a hacer
su propio camino en la red, para zanjar estas cuestiones. Entre otros motivos,
porque los profesores no suelen darles la ayuda que necesitan, dejándolos que
se las arreglen solos al enfrentar temas de consumo tecnológico.
Esta situación de vacío es consecuencia de la velocidad con que se ha dado
revolución tecnológica, que he terminado rompiendo las estructuras de legiti-
midad y autoridad de la academia. ¿Hay solución para esto? En la actualidad
no disponemos de filtros aceptados por todos que nos permitan diferenciar la
historia formal de la informal, la seria de la permisiva. Pero podemos confiar
en que esta debilidad podrá ser superada, en un plazo relativamente breve.
Así sucedió, tiempo atrás, con las convenciones que necesitó la erudición
histórica, que fueron surgiendo solas, a medida que se afirmaba la ciencia:
reglas de citación, notas a pie de página, distintos aspectos formales de trabajo
histórico19. La parte más problemática de este asunto tiene que ver con otro
inexactitudes. Pero ese dato, tan obvio, resulta menos llamativo que el opuesto: lo más sorprendente
de todo es la calidad extraordinaria que alcanzan algunos portales o páginas web que han sido
desarrolladas por comunidades libres de personas comunes y corrientes, que actúan al margen
de los circuitos académicos de supervisión. La Wikipedia es el mejor ejemplo, tal como pueden
constatar casi todos nuestros estudiantes, lo mismo que sus profesores.
18
Kelly Schrum, “Surfing for the past: how to separate the good from the bad”.
19
Los especialistas están tratando de ponerse al día en esta materia. Los manuales iniciales
para el trabajo histórico ya incluyen algunas páginas dedicadas a esta materia. Un buen ejemplo
407
plano de dificultad, que no parece ofrecer soluciones tan sencillas, que sean
satisfactorias para los estándares que necesita la disciplina.
La lógica que gobierna a los medios no estimula para nada la vocación
por la verdad, que es parte esencial del ser de la disciplina.
Hay algo, en el modo salpicado o fragmentario de elaborar y consumir la
información, propio de la historia digital, que tiende a dar asidero las peores
previsiones asentadas por los críticos posmodernos que hablan de la inminencia
de la muerte de la Historia, como disciplina independiente.
La revolución en formato electrónico, efectivamente no hace otra cosa
que prolongar la lógica del posmodernismo, tal cual ha asentado Gertrude
Himmelfarb. Es algo así como su cara tecnológica20. Esa podría ser una de sus
principales debilidades. El problema con el posmodernismo es que deniega
los criterios de verdad, que son fundamentales para el hombre de cualquier
época, lo mismo que para la Historia: todas las experiencias del hombre y la
mujer son vistas por los posmodernos como si se dieran en un mismo nivel;
falta la brújula de la ética y todas las categorías esenciales que permiten fijar
las fronteras de lo debido y lo indebido; los contenidos se hacen indiferencia-
bles de las formas, las verdades de las falsedades, lo perdurable de lo efímero.
Estas tendencias posmodernas se acentúan como resultado de la revolución
tecnológica que está teniendo curso. La televisión y los medios electrónicos,
han dejado a los jóvenes en una situación cultural inédita. Shirley Wilton la
describe como un “contexto de no contexto”21. Se refiere a la ausencia de es-
cenarios societales que permitan a los individuos estructurar subjetivamente
su relación con el mundo, de una manera más o menos articulada. El reinado
de la televisión y de Internet, efectivamente, impide que exista un contexto
socio-cultural dominante, que sirva como eje vertebrador. Cada joven, por lo
mismo, debe estructurar su identidad, sin guías externas, como resultado de
la navegación libre en un mundo de imágenes bastante insustanciales, espar-
cidas sin lógica, que no reflejan nada determinado, que no conducen a nada
definido. Los resultados son devastadores. Los jóvenes de nuestro tiempo han
perdido la capacidad para reconocer lo esencial. Para ellos todo tiene, tal como
acusa Gertrude Himmelfarb, el mismo peso y credibilidad: en la pantalla del
computador y de la televisión por cable la realidad y la irealidad se emparejan;
en el texto de Michael J. Galgano, J. Chris Arndt and Raymond M. Hyser, Doing history. Research
and writing in the digital age. Hoy es posible encontrar en la red consejos prácticos de mucha utili-
dad que pueden ayudar a los profesores y a los estudiantes establecer la autoridad de una página
Web. El proyecto www.memoriaeduca.cl, por ejemplo, incluye una sección muy útil de este tipo,
llamada “Claves para investigar en la red”. Lo que falta, todavía, es que se logre un consenso
general, que sea lo suficientemente conocido, que permita a los especialistas y no especialistas
saber a qué atenerse. Las bases para ese consenso ya están asentadas. Es cosa de avanzar con el
proceso de convergencia actualmente en curso, para garantizar a la historia digital una base de
autoridad suficiente.
20
Gertrude Himmelfarb, “A Neo-Luddite Reflects on the Internet”.
21
Shirley Wilton, “Class struggles: teaching history in the postmodern age”, p. 26.
408
desaparecen las jerarquías con sentido; tiene el mismo valor una frase clave
extraída de la Biblia, un pasaje de prosa poética de William Shakespeare, que
un slogan publicitario cualquiera, especialmente si promueve el uso de una
marca de gran circulación.
¿Aprende algo importante un joven luego de leer los breves textos in-
formativos o referenciales que aporta la red sobre un tema, un autor o un
concepto? ¿puede transformar esa información en un conocimiento personal,
relativamente bien acoplado?
Es difícil para los estudiantes construir interpretaciones profundas y
personales sobre cualquier tema, usando la información bien procesada que
contienen los libros o la que ofrece el profesor en sus clases. ¿Cómo no va a
serlo todavía más cuando se les exige reorganizar una base de información tan
amplia y tan inconsistente como la que está disponible en la red? Todos los
datos necesarios para dar vida a cualquier estudio están disponibles ahí, pero
no se encuentran ensamblados en conjuntos que tengan una coherencia interna
visible. El alumno tiene que hacer, por lo mismo, un esfuerzo adicional para
poder significar cada dato, transformándolo en la premisa de un argumento. El
esfuerzo es tan superlativo, que termina superando las capacidades del alumno
promedio, lo que se refleja bien en la calidad de los trabajos desarrollados
por los estudiantes de cualquier nivel educativo. ¿Cómo son estos trabajos?
La mayor parte de ellos evidencian falta de prolijidad y poca inteligencia.
Parecen siempre cocinados a la carrera, sin involucrar, por norma general, un
compromiso muy activo de parte del creador. El tratamiento que se da a las
pruebas suele ser liviano. Algo similar sucede con el manejo de la informa-
ción, que es lo suficientemente laxo para que, muchas veces, los datos reales
acaben combinándose con inexactitudes bastante groseras. Estas debilidades
se complementan con otras concernientes a la arquitectura misma de estas
obras escolares o universitarias. Los párrafos de los trabajos que deben leer
los profesores suelen tener nexos con poca consistencia lógica. Esto se debe,
muchas veces, a la falta de una tesis o principio articulador que gobierne el
argumento. Pero también, en más de una ocasión, a que el escritor juvenil no
escribió nada propio. Se limitó, simplemente, a cortar y pegar líneas y hasta
párrafos desde Icarito, Wikipedia, Memoria Chilena o cualquier página de
contenido, sin tomarse la molestia de cambiar las palabras necesarias para
que la copia no resultara tan evidente.
Hay una paradoja con todo esto. Los jóvenes de la generación X sienten
una compulsión que no tenían sus antecesores que los obliga a estar siempre
conectados a los sistemas de comunicación e información, consumiendo lo
que les salga al camino. Se han vuelto, producto de ello, usuarios avezados
de los canales de información. Pero la dinámica que impone este consumo
continuo, que no permite reposo, genera actitudes, en los adolescentes y en
los jóvenes, un poco saltonas, un impedimento para concentrarse en nada, una
relación con el conocimiento mismo que termina siendo bastante leve. David
Trask, siguiendo a los teóricos en el estudio de los medios, ha llamado a este
409
22
David Trask, “Did the sans-coulottes wear Nikes? The impact of electronic media on the
understanding and teaching of History”, p. 475.
23
Douglas Rushkoff, Playing the future: how kid’s culture can teach us to thrive in a age of
caos, pp. 49-50.
410
24
La crítica literaria Janet Murray, que tiene formación como programadora de computación,
escribió hace algunos años un interesante libro dedicado a estudiar las posibilidades de la narrativa
en el mundo del hipertexto. La autora constata que la lógica del hipertexto, tal cual está planteada
hoy, empalma mal con la del relato. Pero plantea un interesante ejercicio de imaginación, que la
lleva a vislumbrar el enorme potencial que tendría Internet, para la creación literaria, en caso de
que se produjeran nuevos avances que permitieran integrar medios tecnológicos de expresión y
comunicación que ya existen. Cuando eso suceda, conjetura la autora, se podrá crear entornos
virtuales que permitirán que los usuarios vivan experiencias narrativas mucho más potentes. Es
posible que sus ideas sean ciertas para con el futuro y que efectivamente sea posible construir
realidades virtuales como las descritas, combinando elementos de juego, interacción, aprovechando
toda la potencia que tienen las tecnologías para movilizar las emociones y para brindar al usuario
experiencias estéticas profundas, similares a las que hoy proporcionan las novelas. Pero sus ideas
no son ciertas para con el presente en que vive el profesor y el estudiante. El hipertexto, tal cual
existe, desarma la lógica del relato, lo que supone un gran problema tanto para la Historia como
para su enseñanza. Véase Janet Murray, Hamlet on the Holodeck: the future of narrative in cyberspace.
En una entrevista ofrecida cuatro años después de esta publicación el optimismo de la autora
sigue en incremento. Internet, según ella, se transformará en un medio fundamental para estimular
la creatividad literaria en el futuro. Véase “When stories come alive: Janet H. Murray sees an
exciting future for electronic creativity”, pp. 11-12.
411
25
Trask, op. cit., p. 478.
412
26
Frank R. Ankersmit hace un muy buen tratamiento de este punto de vista de Jean Baudri-
llard en “Historismo...”, op. cit., pp. 364-67.
413
414
27
En el cyberspacio, nos hace ver David Trask, toma nueva vida la estética del cowboy, un
ser marginal por su individualismo, que lleva vida plena, entregado a fidelidades minúsculas,
actuando como si el resto de la sociedad no existiera, Trask, op. cit., p. 482.
415
416
3. Oportunidades
28
Howard, op. cit., pp. 277-279.
417
29
Los críticos que vieron cómo se producía la irrupción violenta de las TIC predijeron un
futuro que nunca llegó a plantearse, con relación al libro. La novedad tecnológica se impuso,
418
419
relacional de los conceptos que sirven para designar esos hechos y con la
gravitancia que tienen los factores contextuales que los rodean.
Para entender los alcances de cualquier hecho histórico es necesario do-
minar, en forma previa, conceptos muy densos, que solo están a la altura de
especialistas que ya llevan un buen tiempo en el estudio del pasado como, por
ejemplo, “Ilustración”, “capitalismo” o “régimen de encomienda”. Junto con
eso, es necesario tener la capacidad para discernir la conexión que tiene ese
hecho con un conjunto más amplio de eventos relacionados (con un contexto).
El caso es que no se puede comprender históricamente ningún hecho relevante
a menos que se tenga una formación conceptual mínima y se controle toda la
red de conocimientos y experiencias, con la cual ese acontecimiento se halla
situacionalmente relacionado. Nada con lo que puedan contar los estudiantes.
Como les faltan los fundamentos mínimos para dar a los datos el tratamiento de
hechos históricos y como les faltan también todos los recursos de pensamiento
que dominan los expertos, que van tan a contrapelo de la manera como las
personas corrientes miran los hechos sociales, echan mano, para significar la
información que reciben, al único recurso serio con el que cuentan: transfieren
a las situaciones del pasado rasgos, elementos y propiedades que pertenecen
al mundo social dentro del cual viven. El pasado se entiende, completamente,
por el presente. Es decir, no se entiende nada.
Para lograr que los estudiantes adquieran algunos conocimientos o con-
ceptos claves de la Historia, pues, es necesario recorrer un camino previo, que
permita transferirles algunas de las capacidades y herramientas que dominan
los expertos. ¿Cómo hacerlo?
Los conocimientos que tenemos sobre la materia, resumidos en distintas
partes de este libro (especialmente en el primero), proponen la simulación
como pieza clave para un trabajo más activo con el pensamiento histórico.
La base de ese planteamiento es la siguiente. El enfoque histórico, contra lo
que se piensa, es una actividad intelectual de gran complejidad, que no está
al alcance de cualquiera. ¿Cómo se adquiere esta capacidad singular, que es
tan esquiva? Sólo, tal como pasa con la Filosofía o con el Arte, en la acción: se
aprende historia haciéndola; esto es, ejecutando en forma sistemática los mismos
pasos que siguen los historiadores, cuando realizan su trabajo, como debe ser.
¿Puede un investigador juvenil acercarse en forma experiencial a la dis-
ciplina, desarrollando sus conocimientos a partir del trabajo directo con las
fuentes? Sin duda que puede. Pero conviene que lo haga de manera limitada.
Las investigaciones de los profesionales plantean exigencias que no están a
la altura de niños o adolescentes normales: es requisito contar con un capital
cultural mínimo que es bastante máximo, se necesita haber atravesado cierto
umbral en el desarrollo cognitivo y emocional, además de mucho tiempo para
madurar el tema, trabajar la literatura existente y revisar los fondos documen-
tales. También se necesita cabeza para poder seguir y sincronizar montones de
variables que se entrecruzan y despliegan siguiendo trayectorias misceláneas.
Nada con lo que pueda contar un investigador escolar, que dispone de unos
420
pocos días para desarrollar todos estos procesos, y que tiene, a la vez, que
cumplir con muchas otras tareas, dentro y fuera del ramo. ¿Serviría pedir
tanto o esperar tanto de su trabajo con las fuentes? Nadie quiere transformar
a los adolescentes en profesionales de la investigación histórica. ¿Qué se ga-
naría con eso? Lo que se busca, más bien, es someterlos a experiencias que se
aproximen a la situación en que tiene que operar el historiador, lo suficiente
para que pueda producirse la transferencia de algunas competencias: simula-
ciones a pequeña escala, que tensen las cuerdas necesarias para obtener los
logros educativos que se buscan.
Pues bien, antes de la aparición de los primeros archivos virtuales, las
experiencias genuinas de investigación, sustentadas en el aprovechamiento de
fuentes primarias, eran del todo imposibles. No sólo porque los estudiantes no
contaban con las condiciones personales que se necesita para llevar adelante
este trabajo. La verdad es que por una razón muchísimo más sencilla. Los ar-
chivos, los museos y las bibliotecas nunca han estado adaptados para atender
las necesidades de los profesores o del público juvenil. Sus dones patrimoniales,
en realidad, han estado siempre restringidos a una minúscula elite compuesta
por investigadores profesionales, académicos y alumnos universitarios de los
cursos superiores. Esta lógica de exclusión se refleja muy bien en las señas más
visibles. Para ingresar a estos espacios siempre austeros y poco amistosos, se
necesita contar con una credencial especial, se necesita, además, disponer de
mucho tiempo, porque los archivos funcionan en horarios restringidos, que
no son compatibles con los tiempos escolares.
Internet ha hecho posible, por primera vez, que las fuentes primarias sean
accesibles a los estudiantes de cualquier nivel, de cualquier condición, de
cualquier lugar31. En la red, efectivamente, hoy es posible encontrar los tesoros
documentales necesarios para poder exigir a los alumnos que construyan ellos
mismos su conocimiento, liberando al docente de su papel de trasmisor de
verdades culturales, transformándolo, ahora, en un mediador que acompaña
procesos de aprendizaje, explicando conceptos, dando las orientaciones necesa-
rias para que los adolescentes puedan realizar trabajos como investigadores de
verdad y para que puedan transformar todo eso, al final, en una interpretación
propia, ya en un texto, en un data show o en un clip audiovisual32.
31
Millones de documentos han sido puestos a circular a través de la red desde que hicie-
ron su aparición los primeros sitios web con intereses patrimoniales, a principios de la década
de 1990. Esto ha permitido, comenta John K. Lee, “Digital history in the history/social studies
classroom”, p. 504.
32
Los docentes ya han comenzado a percibir las ventajas que tiene una pedagogía centrada
en el documento. Una evaluación realizada por John K. Lee, Peter E. Doolittle & David Hicks,
“Social studies and history teachers’s uses of non-digital and digital historical resources”, pp. 465-
489, en ciento cuatro unidades educativas, nos muestra que los profesores de Historia y Ciencias
Sociales están utilizando las fuentes como un recurso importante de su docencia en la sala de
clase. Estas prácticas, sin embargo, todavía se realizan de una manera intuitiva. Falta dar el paso
siguiente, iniciando un trabajo pedagógico más sistemático, a partir de modelos de trabajo como
el propuesto por Frederick & Drake, op. cit., pp. 465-489.
421
33
Historical Thinking Matters (http://historicalthinkingmatters.org/) es un proyecto co-
dirigido por Sam Wineburg de la Stanford University y Roy Rosenzweig de la George Mason
University. Su propósito es entregar herramientas a los profesores de secundaria que les permitan
enseñar a sus estudiantes cómo leer documentos en la forma que lo hacen los historiadores. Una
buena evaluación de este proyecto está disponible en Michael O’Malley, “Historical Thinking
and the scopes trial”, pp. 31-34.
34
History Matters (http://historymatters.gmu.edu/) es un proyecto desarrollado, a partir de
1998, por el American Social History Project/Center for Media & Learning, City University of New
York, y el Center for History and New Media, de la George Mason University. Fue concebido con
el propósito de apoyar el trabajo de profesores de enseñanza media y primeros años de educación
universitaria. Incluye una guía que documenta el aporte de cientos de sitios web, con valor para de
la historia, artículos que enseñan las técnicas utilizadas por los investigadores cuando desarrollan
su trabajo, una amplia selección de fuentes primarias sobre la historia de Estados Unidos, entre
otros recursos. Véase análisis detallado de este proyecto en artículo de Kelly Schrum, “Making
history on the Web Matter in your classroom”, pp. 327-338.
35
The Digital History Reader (www.dhr.history.vt.edu/) fue desarrollado por un equipo mu-
tidisciplinario del Virginia Tech. Plantea a los estudiantes dilemas de la historia estadounidense y
europea, que deben ser aclarados por éstos siguiendo una secuencia de pasos. Véase E. Thomas
Ewing y Robert P. Stephens, “The Digital History Reader, Teaching resources for United States
and European History”, pp. 16-10.
36
The History Engine (http://historyengine.richmond.edu/) es un sitio educacional, desarro-
llado por The University of Richmond, que contiene un conjunto de herramientas que ayudan al
estudiante a aprender Historia, a través de la realización del trabajo del historiador.
37
Memoria Educa es un proyecto de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (www.
memoriaeduca.cl). Al igual que The Digital History Reader, plantea a los estudiantes dilemas
históricos y los invita encontrarles una solución, siguiendo una secuencia de pasos que simula los
procedimientos seguidos por los historiadores profesionales. Incorpora una opción que permite
a los profesores que forman parte de esta red de trabajo en Historia Digital, crear sus propios
laboratorios virtuales, aprovechando los recursos que aporta la plataforma Moodle.
422
documentales que vengan articulados desde el origen, por una línea temática
clara, para evitar que los alumnos se pierdan en la fase de la búsqueda. El
trabajo del estudiante debe ser organizado por secuencias didácticas claras,
debe brindársele consejos que les permitan entender el contexto que rodea
el caso, saber cómo tratar las fuentes y cómo transformarlas, finalmente, en
un texto o un producto audiovisual. Toda esta asistencia debe llegarles en
forma indirecta, pasando siempre por la mediación del docente, que es la
pieza clara en este proceso. Es importante que este acompañamiento se dé
con una dosis de flexibilidad, evitando las recetas de uso muy deterministas,
para que no se pierda ese sentido de incertidumbre que debe acompañar
a todo ejercicio de creación intelectual: hay que permitir que sean los pro-
pios estudiantes quienes vayan descubriendo los documentos que necesita
su argumento, que sean ellos quienes logran dar vida y forma a las inter-
pretaciones planteadas por el texto final, luego de haber experimentado la
aventura fascinante de mirar la realidad desde la perspectiva que permite
ese material exquisito.
El catálogo de ventajas es largo. Estos archivos, a diferencia de los reales,
no plantean ninguna barrera de entrada. Cualquier persona puede aprovechar-
los, tenga o no patente de “experto”. No hay límites en la cobertura. Puede
haber miles de personas revisando las mismas fuentes, al mismo tiempo, en
cualquier parte, en horario ininterrumpido. Es más sencillo y rápido encontrar
la información, gracias a los motores de búsqueda y a la manera en que es
seleccionada la información esencial, lo que permite que el trabajo no se con-
centre en la tarea básica de recolección, sino en el trabajo más sofisticado de
interpretar los documentos. Es más fácil manipular el material. El hipertexto
permite los vínculos, es posible extractar pasajes para realizar citas, con un
simple copy y paste. Hay, junto con todo esto, una ganancia neta para las mis-
mas instituciones que patrocinan estas iniciativas, que consiguen, gracias a las
magias de Internet, ampliar su cobertura de manera extraordinaria, poniendo
en uso recursos patrimoniales que de otra manera permanecerían encerrados
en las bibliotecas, archivos y museos38.
El trabajo con archivos virtuales es ideal para que los profesores de Historia
den sus primeros pasos en el frente digital. No sólo porque su uso demanda
pocas competencias tecnológicas. El principal valor de estos recursos es que
sirven para potenciar el rubro más tradicional e importante en el trabajo his-
tórico, de una manera que no es posible con las publicaciones en papel. En
las páginas de los libros y los artículos, efectivamente, los documentos sólo
pueden ser presentados al lector de manera muy parcial, en las citas a pie de
páginas o bajo la forma de pequeños fragmentos, incrustados en el cuerpo del
texto. Los medios electrónicos permiten llegar mucho más lejos en el trabajo
38
Para una visión más detallada de las potencialidades y limitaciones de los archivos virtuales.
Véase Alberto Angulo Morales, “Algunas reflexiones sobre los recursos de archivos históricos en
internet y la enseñanza de la historia”, pp. 31-58.
423
con la evidencia. Gracias a ellos es posible poner a disposición del público, por
ejemplo, la totalidad de los documentos que han aportado la base de sentido
a los argumentos que se plantean, en lugar de simples muestras, que nadie
sabe si fueron bien extraídas o si representan, con fidelidad, el espíritu de la
pieza completa. Eso permite que los usuarios puedan formarse un juicio más
completo sobre la interpretación planteada por el autor.
A partir de esta línea inicial de trabajo en el terreno de formato electrónico
pueden abrirse otros frentes. El propósito final es claro: los avances progresivos
en este territorio tendrán que estimular el nacimiento de una Historia distinta
de la que existe hoy en día. Eso será bueno para la enseñanza de la Historia,
por las razones apuntadas a lo largo de este capítulo, pero también por una
cuestión de responsabilidad social.
En el mundo que está eclosionando, las pautas culturales y sociales comien-
zan a ser condicionadas, como nunca había sucedido, por el hecho tecnológico.
Surgen, como resultado de ello, nuevos patrones de comportamiento, nuevos
métodos de trabajo, nuevas formas de interacción social. Y todo eso sucede de
una manera espontánea. ¿En qué sentido? Todas las generaciones anteriores
se lanzaron a lo socialmente novedoso conducidos de alguna manera por sus
predecesores. Había quiebres, pero siempre con continuidades, gracias a la
colaboración de personajes claves, que actuaban como puente entre los dos
mundos. Los profesores de Historia representaban un papel central en esto,
cuidando siempre que las dinámicas de transformación se dieran con garantía
de la preservación de los componentes esenciales que necesitan los cuerpos
sociales para salir bien parados de las etapas de transformación.
Para esta primera generación de nativos del mundo digital, sin embargo,
las cosas han sido distintas. La velocidad con que se han dado los cambios
y la actitud que han adoptado los especialistas, frente a lo tecnológico, han
dado como resultado una curiosa paradoja social: el nacimiento de un par de
generaciones ultratecnológicas, que se han tenido que educar solas, asumiendo
todo el peso de tener que inventar el mundo social del futuro.
Esta libertad creadora, que transforma a los adolescentes en soberanos con
relación a lo tecnológico, conlleva cosas positivas, pero también muy nega-
tivas. El mundo virtual se ve fascinante cuando se lo mira de fuera. Pero por
dentro puede ser un mundo chato y bastante vulgar. Hoy en día hay mucha
basura en la red. Esto se debe, en parte, a que esta información es generada
por gente común y corriente, en los términos ya discutidos. Pero también se
debe al papel que desempeñan, en este sistema un poco libertino, una gama
amplia de personas naturales e instituciones que se mueven orientadas por
propósitos bastante alejados de lo que conviene a jóvenes en formación, entre
las que se cuentan desde las grandes corporaciones que tratan de ampliar sus
horizontes comerciales, hasta los sicópatas del grooming.
Los profesores tienen que actuar con decisión en la colonización medio,
dando vitalidad a espacios apropiados para usos más responsables y posi-
tivos. Es esencial que ayuden a los jóvenes a comprender mejor el mundo
424
39
Joaquim J. Prats, Miquel Albert, “Enseñar utilizando Internet como recurso”, pp. 8-18.
425
4. Experiencias
426
427
a) El sitio www.memoriaeduca.cl
41
Los historiadores profesionales enfrentan los trabajos de investigación apoyándose en
una red amplia de conocimientos previos. Los investigadores novatos no cuentan con esa base
inicial que es tan necesaria, por las limitaciones de su capital cultural y por las restricciones
características del medio escolar: los currículos apretados no permiten a los profesores utilizar
las horas necesarias para preparar el escenario, trabajando bien el contexto, elaborando todos
los conceptos relevantes, etc. Las secciones iniciales de cada módulo han sido concebidas para
aportar a los jóvenes lo que les falta.
428
429
430
Para tener acceso a ese recurso los profesores tienen que haber participado
en los programas de capacitación, presenciales o remotos, que ofrece Memoria
Educa. En estos programas los profesores aprenden a crear cursos o laboratorios
virtuales, a gestionarlos y a administrarlos. En estos espacios, pueden crear
chats, foros, glosarios en línea, bitácoras interactivas; pueden aprovechar un
completo módulo de gestión de tareas; pueden compartir imágenes, videos
o documentos con sus estudiantes o los otros profesores; pueden publicar las
contribuciones de los estudiantes; pueden evaluar.
En esta fase inicial del programa, los profesores construyeron sus laborato-
rios personales o institucionales y pudieron realizar pruebas pilotos de valida-
ción con alumnos reales, con resultados sumamente alentadores: alrededor de
mil quinientos estudiantes estuvieron cerca de seis meses realizando un trabajo
activo con la Historia, que no suponía contestar pruebas o escribir informes
tradicionales, sino participar en foros, desarrollar tareas en forma colectiva,
chatear con sus profesores, sobre temas históricos, en horarios distintos a los de
clase. No se pretendía sustituir las formas más convencionales de interacción o
enseñanza. El trabajo dentro de los laboratorios fue planteado, más bien, como
un complemento del trabajo en aula. Sin embargo, algunos docentes fueron
más allá de este propósito inicial. Sus laboratorios virtuales se transformaron,
en estos casos, en un espacio de interacción pedagógica tan importante como
la sala real. Este esfuerzo fue premiado por el alumnado, que permanecía lar-
gas horas dentro de estos espacios virtuales, tal como sucede con los sitios de
entretención o de interacción entretenida (facebook, twitter y un largo etcétera).
Quedó demostrada la tesis central que se plantea este programa: la Historia
se vuelve una actividad intelectual muy entretenida cuando se la desarrolla
aprovechando los lenguajes que los jóvenes entienden.
431