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De lectura y redacción

(o del secreto que no


contaron las burbujas)
De Tony Ortiz

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www.facebook.com/epitafioproducciones13

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Para Fernando, con cariño.

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En tiempos de engaño universal,
decir la verdad se convierte en
un acto revolucionario».

George Orwell

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DRAMATIS PERSONAE

Jorge
Pepe
Celia
Leticia

PRÓLOGO

“Había la verdad y lo que no era verdad y si uno se aferraba a la verdad incluso


contra el mundo entero, no estaba uno loco.” Esa frase la había escuchado en
sueños y algo me decía muy dentro de mí que, sin duda alguna, sería una gran idea
para escribir la novela que me llevaría a la cima. Era uno de esos sueños típicos,
ya saben, los que tienen los escritores todo el tiempo y de los que salen sus mejores
historias… ¿o no?

“Había la verdad y lo que no era verdad y si uno se aferraba a la verdad incluso


contra el mundo entero, no estaba uno loco.” Mi cita favorita de Orwell, y la que
no paré de pensar y escribir una y otra vez después de que él… sin duda alguna
esta sencilla frase se convertiría en mi precepto de vida. Y había que cumplirla al
pie de la letra.

“Había la verdad y lo que no era verdad y si uno se aferraba a la verdad incluso


contra el mundo entero, no estaba uno loco.” No dejaba de repetirme una y otra
vez hasta el cansancio y yo la verdad no soy tan tonto, había entendido la pinche
frasecita desde la primera vez pero él quería casi casi aplicar el método científico
en ella. Los aferrados quizás no estaban locos pero lo que era él estaba totalmente
chiflado.

“Había la verdad y lo que no era verdad y si uno se aferraba a la verdad incluso


contra el mundo entero, no estaba uno loco.” Se decía una y otra vez mirando
por la ventana como queriendo justificarse. Pero en el fondo yo sabía que deseaba
con todas sus fuerzas que lo que había pasado fuese mentira y por fin, después de
todo, ser completamente feliz.
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ACTO 1

Sala de la casa de Jorge. Lo vemos a él sentado en el sillón, con las piernas


cruzadas y una computadora portátil en ellas. En una pequeña mesa de centro
frente a él, vemos una multitud de libros de todos los tipos, tamaños y formas.
También una pila de folders. Él escribe en la computadora, lo borra, hace
anotaciones en una libreta que está sobre la mesa. Se queda pensando largo rato
y borra su anotación. Toma uno de los libros y lee la contraportada. Se escucha el
timbre de la puerta en repetidas ocasiones.

JORGE: (Dejando el libro sobre la mesa) Carajo. ─Siempre era lo mismo. No


entendía por qué cada que que se me ocurría algo bueno algo me tenía que distraer.
─ ¡Cuánto ruido!… (Sigue sonando el timbre. Él mira hacia la puerta) Que esperen.
Si es importante tendrán que esperar (Continúa escribiendo mientras el timbre
suena.)

PEPE: (Off) ¡Jorge! ¡Jorge! ¡Abre la puerta! (Entra Pepe.) Ya voy, ya voy. Por favor
dejen de tocar así que no estoy sordo. ─Y como siempre que se ponía a escribir
podría pasar la tercera guerra mundial en sus narices y él como si nada. Si de
perdida escribiera algo bueno.

Pepe se dirige a la puerta de la calle y se escucha que la abre.

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PEPE: (Off) ¿Y ustedes que quieren?

CHICO: (Off) ¿Está el maestro Jorge?

PEPE: (Off) Está muy ocupado. ¿Para qué lo buscan?

Jorge voltea hacia la puerta pero no le toma importancia. Sigue sus anotaciones,
escribe y vuelve a borrar.

CHICO: (Off) veníamos a traerle los trabajos finales porque no los entregamos
hoy en la escuela y…
PEPE: (Off) Dámelo. Yo se lo doy.

Escuchamos la puerta azotarse. Pepe regresa a escena revisando unos folders.

JORGE: (Sin quitar la mirada de la computadora.) ¿Quién era?


PEPE: Tus mocosos de la prepa, que disque te traen los trabajos finales.

JORGE: ¡Ah!

PEPE: (Revisando con detenimiento un folder) No mames, mi George, ¿De verdad


les revisas estas madres a los pobres chamacos?, de seguro eres de esos profes
que encargan un chingo de tareas y las arrumban para siempre en alguna bolsa.
(Pone los folders sobre los demás.) ─Parecía que hablaba con el mueble. La verdad
yo no entendía como alguien podía ausentarse del mundo por tanto tiempo. Y no es
porque fuera su mejor amigo… bueno, el único, pero este wey por más que
intentaba meterse en su mundo de letritas y cuentitos, nomás no se le daba. Pero
cómo hacerlo entender.─ La tierra llamando a Jorge, la tierra llamando a Jorge.

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Jorge lo ignora. Pepe se desespera y le cierra la computadora apretándole los
dedos con ella.

JORGE: ¿Qué madres haces?

PEPE: Regresándote al mundo. Recuerda que te estoy dejando a mi chamaco.


Cuídalo bien, cabrón

JORGE: Sí, sí, aquí no le pasa nada. (Y vuelve a escribir.)

PEPE: Pues eso espero, eh. ─Obviamente sabía que no le pasaría nada. Jorge
peca de responsable, aparte de eso es muy bueno con los niños. Creo que son sus
ganas de tener su propia familia lo que lo hace ser buen niñero y eso es bueno,
sobre todo para mí. (Se dispone a irse.)

JORGE: Pepe, antes de irte checa esto.

Jorge le pasa la computadora y Pepe comienza a leer en voz baja. Jorge espera
nervioso.

PEPE: No mames wey, ¿es una novela?

JORGE: Sí, ¿por qué?, ¿te gusta?

PEPE: Es maravilloso…

JORGE: Sí, ¿verdad?, además de que trata de un universo paralelo al nuestro en


el que todas las personas son vigiladas y…

PEPE: ¡Por supuesto! Es 1984 de George Orwell.

JORGE: ¿Qué? ─Lo había hecho de nuevo.

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PEPE: ─Su sueño siempre fue ser escritor, pero tras cuatro meses de graduado en
la carrera de literatura, y además sin trabajo, encontró un anuncio en internet en el
que solicitaban maestro de lectura y redacción en una prepa de gobierno y no le
quedó de otra más que aceptar el empleo.

JORGE: ─Y eso que yo sólo buscaba leer argumentos de libros en Wikipedia.

PEPE: ─Cómo hacerle entender que lo suyo, lo suyo no era escribir. Era buen
maestro pero hasta ahí.

JORGE: ─Sí, sí. Lo sabía. Siempre escribiría cosas que a otro pendejo ya se le
habían ocurrido antes. Todos lo sabían, hasta el hijo de Pepe.

PEPE: ─Y es que mi chamaco no es ningún tonto. Una noche se fue ofendido a


dormir porque el “tío” George no pudo contarle un cuento nuevo.

JORGE: ─“Y cuando la niña del suéter rojo cruzó el bosque para ver a su tía
enferma, se encontró con un malvado zorro que la seguía desde hacía mucho para
comérsela con pan tostado en el desayuno.”

PEPE: ─Él le había pedido un cuento nuevo. A su “tío”, el escritor, simplemente le


había pedido un pinche cuento nuevo y éste le sale con un refrito mal hecho de la
caperucita roja.

JORGE: ¿Sabes qué, Pepe? Ve sin cuidado a celebrar con tu chava que yo te cuido
al niño. Puedo hacer las dos cosas: escribir y cuidar. El niño duerme y yo escribo.
O trato, y todo tranquilo.

PEPE: O tratas, o tratas. ¿Tratas de escribir o tratas de cuidarlo? Mira carnal, en el


diario que está ahí el suelo hoy vi un anuncio de un curso para escritores… no es
que yo insinúe que lo necesites, verdad, pero puedes ir para experimentar. Igual y
sacas algo bueno de ahí. ─O al menos le daba ánimos encontrarse a alguien más
jodido que él.─ Nos vemos.

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Pepe sale y Jorge vacila un momento. Finalmente toma el diario, lo hojea, encuentra
el anuncio y lo lee

II

Habitación de Leticia. Sentada a la ventana se encuentra ella admirando el vaivén


del mar. Celia entra estruendosamente, azota la puerta tras de sí y se dirige al
espejo. Leticia no repara en ella.

CELIA: ¿Ya viste el vestido que me acabo de comprar hermanita? ¿No es precioso?
Me queda muy bien, ¿verdad?

LETICIA: Claro, Celia, el vestido fue hecho especialmente para ti.

CELIA: Pues pareciera. Mira cómo se acopla a mi figura.

LETICIA: Sí, Celia. Se acopla muy bien a tu figura, el vestido.

CELIA: …Y mira el color que… Lety ni me estás escuchando. ─Y es que así tenía
que ser siempre esta mujer. Desde que tengo memoria no deja de soñar despierta.
Siempre se le veía así: al pie de la ventana de su habitación imaginando y
recordando. Aunque en realidad eso no era tan malo, creo que por eso sus libros
están llenos de buenas ideas.

LETICIA: Disculpa, Celia, estaba pensando.

CELIA: ¿En qué?

LETICIA. En el mar, la playa, las burbujas.

CELIA: “Las burbujas” ─Mucha gente se encapricha con cosas absurdas y Lety no
era la excepción. Desde que era pequeña le encantaba observar las burbujas que
nuestro hermano mayor hacía para que las reventáramos a brincos, pero ella sólo
las miraba, las veía nacer, volar y explotar. Desde entonces su vida se llenó de esas

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pequeñas esferas de jabón, tanto así que su primer libro se llamó La pequeña en la
burbuja.─ Tu vida es la que parece una burbuja, Leticia, ¡ya!, anda tienes que salir
de aquí. Es más te tengo una sorpresa.

LETICIA: ¿Qué clase de sorpresa Celia? ─Forzosamente tenía que hacer esa
pregunta. La última sorpresa que mi hermana me dio fue el concertarme citas a
ciegas con tres hombres la misma noche. Ella no entiende que ese tema ya no lo
quiero tocar.

CELIA: Te va a gustar, Lety.

LETICIA: No tiene que ver con hombres, ¿verdad?

CELIA: Tú siempre pensando en eso hermana… nada de eso. Mira, te comprometí


a impartir unos talleres en esta ciudad a partir del próximo mes.

LETICIA: Pero Celia, yo no estoy de…

CELIA: …”humor para nada”, lo sé, pero ya es hora de que lo superes. Tienes que
salir de nuevo y escribir más libros antes de que la popularidad que tienes por el
último se agote. Además, tú siempre quisiste enseñar, ¿no, Lety?, pues aquí te
estoy dando la oportunidad. ─Y la obligación. Como su representante había ya
firmado los contratos para los talleres así que no podía echarse para atrás.─ No lo
pienses más, Lety. ¿O me vas a quedar mal a mí?

Pausa.

LETICIA: Está bien, Celia, pero si algo sale mal, lo que sea, tú serás la única
responsable. ─Era hora de salir de la burbuja en la que estaba y sólo esperaba
que ninguna otra me explotara de lleno en la cara.

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III

Exterior del edificio del curso para escritores. Vemos a Pepe esperando impaciente.
Mira su reloj varias veces hasta que aparece Jorge.

PEPE: ¿Qué onda, papá?, ¿Cómo le fue a mi escritor estrella en su primer día de
curso?

JORGE: ¿Qué haces aquí?

PEPE: A poco creíste que te iba a dejar solo en esto carnal. Tus broncas son mis
broncas y tus éxitos los míos, ¿no?

JORGE: ─Esa frase se la había inventado Pepe una tarde, cuando éramos chavitos,
que su mamá le cachó unas revistas porno debajo de la almohada y el muy idiota le
dijo que me las había guardado para que en mi casa no me las vieran. Le creyeron
y desde entonces él no me ha dejado solo en nada. Pepe es un patán de primera
pero en el fondo tiene buen corazón.─ Pues mal no me fue, Pepe, pero tampoco
muy bien que digamos.

PEPE: Ya saca la información, ¿qué aprendiste de nuevo? ¿Ya eres escritor?

JORGE: ¿Cómo crees, Pepe, que ya voy a ser escritor? Bueno… sí lo soy… en
potencia, pero lo soy ¿No, Pepe?... El caso es que, pues, no pude poner mucha
atención a lo que explicaban, Pepe, porque...

PEPE: Cómo que no pudiste poner atención, Jorge, si para eso viniste. Estamos
pagando mucho dinero como para que no pongas atención a las clases y...

Jorge no escucha a Pepe porque ve salir del edificio a Leticia con su hermana Celia.
Ellas se detienen en la entrada, la primera habla por teléfono mientras Celia trata
de detener un taxi.

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PEPE: Oye como que ya se te hizo costumbre no hacerme caso cuando te hablo.
Jorge, ¿a quién ves tanto?… ¡Oh! ¿Y esa nena quién es?

JORGE: La maestra. ─Y no sólo era la maestra que impartía el curso, era Leticia
Ramos una de las mejores escritoras del país y además con una belleza con la que
a cualquier hombre sobre la tierra podría dejar idiota, en este caso: yo.

PEPE: No, pues ya vi porque no pusiste atención, mi George. ¿Quién va a querer


ver letras cuando está ese monumento enfrente?

JORGE: Ya deja de verla, Pepe.

PEPE: ¿Qué? ¿Estás celoso?

JORGE: Ya basta, Pepe, y deja de mirarla que se va a dar cuenta que hablamos de
ella.

PEPE: Mi Jorge, a tu edad y enamorándote de la maestra…

JORGE: Mejor ya vámonos, Pepe, que ahora tengo una bronca más grande aún.

Pepe y Jorge Salen.

LETICIA: Sí, Adame, pero sabes que no me gusta escribir de la noche a la


mañana… Sí, sé que lo he leído muchas veces y que lo haría fácilmente pero... está
bien, Adame, pero me vas a deber una… Sí, yo te mando el prólogo en la noche.
Sí. Adiós.

CELIA: Ahora sí, Lety, dime cómo te fue.

LETICIA: Pues normal, Celia, es gente que quiere aprender y, bueno, ya les
encargué que me entreguen un argumento en la próxima sesión así que ya veremos
cómo andan de creativos. ─En realidad no tenía muchas expectativas de este curso,

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pero era una buena excusa para dejar de pensar por al menos un par de horas al
día. A fin de cuentas no podía quedarle mal a Celia.

CELIA: Ya ves, te dije que te haría bien esto de enseñar a escribir a la gente y,
quién sabe, tal vez descubras algún talento por ahí. ─En verdad lo dudaba pero si
no le daba ánimos a mi propia hermana quién se los iba a dar. Desde que descubrió
que su último novio sólo estaba con ella por sus aspiraciones literarias dejó de hacer
tantas cosas y se encerró en su pequeña burbuja personal. Y es que el muy pendejo
trataba de que ella le corrigiera sus textos para después él ofrecerlos a las
editoriales. Pero con mi hermana no se juega.─ ¿Lista para irnos?

LETICIA. Sí, ahí viene un taxi.

IV

Casa de Jorge. Vemos a Pepe acostado en el sillón leyendo algunos de los trabajos
finales de los alumnos de Jorge. Éste último entra y se tira en el sillón.

PEPE: ¿Qué te pasa, wey? Me caes encima.

JORGE: ¡Bah! ─Con tantos problemas y encima aguantar las cosas de Pepe. Lo
quiero un chingo y es mi amigo desde hace tiempo, pero hay momentos en los que
uno quiere, o mejor dicho, necesita estar solo.

PEPE: Deberías leer estas madres, Jorge, de verdad que está entretenido.

JORGE: Para qué, Pepe, de qué me sirve ser maestro de lectura y redacción si no
logro escribir nada bueno para el pinche curso de escritores. Todo lo que escribo
resulta o una mierda o un triste refrito.

PEPE: Y por qué no te basas en algo escrito para…

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JORGE: ¡No!, tengo que hacer algo mío, para gustarle yo.

PEPE: Espérate, espérate George, ¿para gustarle a quién? ¿A la maestra? ¿De


veras te gustó tanto? ─Era sorprendente, Jorge no se había entusiasmado con
ninguna vieja en años y resultaba que ahora de verdad le había encantado la
maestrita de los cuentos de hadas.

JORGE: Pues sí, quiero impresionarla, ya lo hice de alguna manera en el curso


cuando le expliqué con detalle los primeros cinco capítulos de El Quijote.

Pausa.

PEPE: ¡A huevo!... Nunca falla.

JORGE: El caso es que necesito escribir, Pepe. En la escuela lo estaba intentando


cuando de pronto dos escuincles empezaron a pelearse justo afuera del aula, y tú
sabes cómo me emputa que la gente se pelee mientras escribo, Pepe, tú sabes
cómo me molesta que hagan ruido cuando escribo.

PEPE: ¿Y luego qué paso? ¿Los regañaste?

JORGE: No pude. Me ganó el prefecto y los expulsó por su constante mal


comportamiento.

PEPE: Menos mal.

JORGE: Cómo que menos mal, Pepe. Si algo me emputa aún más que el que hagan
ruido cuando escribo es que expulsen a los pinches chamacos y les quiten
oportunidades. Tú sabes lo difíciles que están las cosas y luego expulsados
¡agárrense! Tú qué sabes si alguno de ellos iba a ser el próximo Albert Einstein o,
yo qué sé, alguien importante. Me puse a pensar en eso y menos pude escribir.

PEPE: ¿No pudiste escribir por pensar en que habíamos perdido a otro Albert
Einstein?

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JORGE: No, Pepe, no pude escribir porque sencillamente no se me da. ─No quería
aceptarlo pero ante mi realidad qué más iba a poder hacer. La maestra Leticia era
la primera mujer que me interesaba en tantos años y no podía hacer que se fijara
en mí porque no podía juntar un montón de letras y escribirle un triste argumento.

PEPE: Tranquilo, Jorge, ya se nos ocurrirá algo.

JORGE: Eso espero, Pepe, eso espero.

Habitación de Leticia. La encontramos frente a una computadora escribiendo. Deja


de escribir.

LETICIA: Qué más podía hacer la pequeña sino observar cómo las burbujas
flotaban en el aire y volaban más allá de donde ella alcanzaba. Solía observarlas
sentada en el pasto mientras su hermano mayor hacía crecerlas una y otra vez de
manera diestra, como si hubiese pasado toda su vida estudiando el arte de hacer
burbujas. Ella se refugiaba en esas frágiles esferas de jabón para no percatarse de
que mamá ya no estaba, que se había ido y que quizás jamás volvería a verla.
Pasaba horas, incluso, después de que su hermano se terminara el agua con
detergente para trastes, dibujando en su cuaderno todas y cada una de las burbujas
que había visto esa tarde. Un día se descubrió mayor y los dibujos que ahora hacía
tenían formas diferentes; ahora dibujaba con letras que le permitían crear mundos
sorprendentes. Mundos, quizás, en los que mamá no hubiera mentido a papá.
Mundos en que mamá se quedara junto a ella contemplando las burbujas. Mundos
en donde nadie fingiera ser alguien que no es para destrozar la imagen creada más
tarde. Un mundo en el que la gente fuera como las burbujas. A fin de cuentas ellas
son los seres más sinceros del universo. Porque todo el mundo sabe que las

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burbujas no mienten: su olor, su forma y su repentino ‘splash’ son siempre
auténticos.

VI

Afuera del edificio del curso de escritores. Leticia y Jorge.

LETICIA: Me alegra mucho que se esperara, Jorge, y no se fuera enseguida.

JORGE: Puede hablarme de tú, maestra.

LETICIA: No me llames maestra. Soy Leticia, para todos Leticia.

JORGE: Sí. ─No lo podía creer, estaba teniendo mi primera conversación con ella
y estaba más nervioso que un niño de secundaria al que le acababan de dar su
primer beso─ para algo en especial quería, perdón querías que me quedara.

LETICIA: Claro que sí, Jorge, es por tu argumento.

JORGE: ─Seguramente quería decirme que era una mierda y que mejor me
dedicara a otra cosa. No debí hacerle caso a Pepe.─ Sí, Leticia, dime.

LETICIA: Es muy bueno. Me sorprende mucho tanta sinceridad en tus palabras,


Jorge.

Jorge: ¿Ah, sí?

LETICIA: Por supuesto. No había leído nada tan bueno en tanto tiempo. De veras
te felicito. ─Hasta ese momento el curso me había resultado un compromiso más,
pero el texto que Jorge me había mostrado me dejó totalmente boquiabierta. Nunca
pensé leer en un taller algo tan verdadero cómo lo que él había escrito.─ Sabes
qué, voy a proponerte algo.

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JORGE: Dime.

LETICIA: Qué te parece si a partir de la próxima sesión te quedas un rato más y


trabajamos sobre tu texto.

JORGE: ─ ¿Que si me parecía?, si era lo que estaba esperando.─ Me parece muy


bien.

LETICIA: Bueno, Jorge, entonces me despido y te veo en la próxima sesión.

JORGE: Hasta entonces.

Leticia le da un abrazo a Jorge en el instante en que Pepe aparece por uno de los
costados. Leticia se va y Pepe se acerca.

PEPE: ¡Uy! Pero qué estoy viendo amigo, ya te ligaste a la profe.

JORGE: No empieces, Pepe, fue un gesto de despedida.

PEPE: ¿Qué?, ya te corrió por no haber traído el argumento que les pidió ¿verdad?

JORGE: Este… no. Por qué habría de correrme si… sí lo traje

PEPE: No mames, Jorge, entonces te corrió por la mierda que trajiste, ¿verdad?, lo
sabía no era buena idea meterte en este cursito…

JORGE: No, Pepe, de hecho me felicitó.

PEPE: ¿Por tu argumen…?

JORGE: Sí, Pepe, por mi argumento.

PEPE: ¿Y cómo le hiciste, cabrón? Si hasta ayer en la noche no tenías nada escrito.

JORGE: …

PEPE: Jorge, ¿qué hiciste?

JORGE:…

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PEPE: Jorge… habla que me estas asustando, wey, ¿a quién mataste o qué?

JORGE: ─Si no le decía la verdad a Pepe entonces a quién.─ ¿Recuerdas el otro


día que me dijiste que los trabajos de mis alumnos de la prepa estaban
entretenidos?

PEPE: Sí, sobre todo uno de unos tipos tontos que veían llover y… (Pausa) Jorge
no me digas que…

JORGE: Sí, Pepe, es que estaba desesperado y yo…

PEPE: ¿Le pagaste a un alumno para que te hiciera la tarea?

JORGE: No, Pepe, no seas bruto cómo le voy a pagar a uno de mis alumnos para
que me escriba un argumento.

PEPE: Menos mal.

JORGE: Pues no, sólo…tomé prestada una historia de los trabajos finales de uno
de ellos.

PEPE: ¿Que hiciste qué?

JORGE: Tomé prestada una historia de los trabajos finales de uno de ellos.

PEPE: ¡Ya te oí! Y dónde quedó eso de los valores y la ética del escritor de lo que
tanto alardeabas. Porque lo alardeas en serio cada que puedes. Te recuerdo aquella
vez que te sugerí tomar un pedazo de varias historias para juntarlas y hacer una
nueva: me diste un sermón de cuatro horas, con un intermedio, explicándome todo
un código de ética que te lo impedía y que en este momento, mira, se fue por la
taza del baño de un solo palancazo.

JORGE: ¿Y qué querías que hiciera, Pepe? Anoche no tenía nada escrito y me
acorde que en una esquina estaba la bolsa con los trabajos y…

PEPE: En una esquina…

JORGE: No me veas así, Pepe… sí los iba a leer… algún día… con tiempo... ¿los
leí o no, Pepe?… El caso es que me acordé que dijiste que estaban entretenidos y

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pues, Pepe, me entretuve un rato, y me encontré una historia que la verdad estaba
muy buena.

PEPE: Y decidiste pirateártelo.

JORGE: Esa palabra es muy fea. Digamos que lo tomé prestado, Pepe. Nadie se
va a enterar. Además es de uno de los chavos que te conté que expulsaron el otro
día, ¿recuerdas? Sus papás lo mandaron a los Estados Unidos con una tía…

PEPE: …

JORGE: Pobre, ¿no? (Pausa) Me refiero a que no hay quien lo reclame. Además
de este curso no pasa, simplemente me va a ayudar un poquito con Leticia y
terminando me olvido del cuento y si quieres hasta unos chocolatitos le mando a
Estados Unidos al chamaco, de agradecimiento.

PEPE. ¿Y por lo menos destruiste el original? Digo para que nadie lo encuentre
nunca. Si no se te cae el cuentito.

JORGE: … Mmm… por supuesto Pepe… lo quemé anoche…mmm…sólo tú y yo


sabemos que existió y no creo que tú me eches de cabeza, ¿o sí? Todo va a estar
bien.

PEPE: ─Así de fácil, así de sencillo. Nada podría salir mal según Jorge, y al menos
en consideración suya, yo esperaba eso.

OSCURO

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ACTO 2

VII

Habitación de Leticia. Leticia y Celia.

CELIA: Yo no sé cómo se te ocurrió hacer eso, Leticia.

LETICIA: Pues qué querías que hiciera, hermana, ¿que ignorara tanto talento? Tú
fuiste la primera en que me insistió que debía ayudar a esos que quieren empezar
una carrera en las letras. ¿O no, Celia?

CELIA: Es que desde que te hiciste novia de ese tal Jorge estás muy cambiada
Lety. Ya sé, es bueno, te saliste de tu burbuja y ahora vives la vida de nuevo pero
haces cosas sin mi consentimiento. Recuerda que soy tu representante. ─Me
alegraba que mi hermana encontrara de nuevo a un hombre a quien querer, pero
me molestaba que desde hace un mes que terminara el tallercito no parara de hablar
de él. Aunque no le decía nada ya que me alegraba sobremanera que se hubiera
olvidado ya del patán de su ex novio.─ Y… no quiero recordártelo de nuevo pero…
¿te fijaste que no tuviera las intenciones de...aquél?

LETICIA: Claro que no tiene las intenciones de “aquél”, Celia. Hubieras visto la cara
de Jorge cuando le dije que la editorial había permitido publicar su historia al
principio de mi nuevo libro. Se sorprendió tanto que se quedó sin palabras. Sabes,
Celia, hasta me pidió que lo pensara, supongo que porque aún no se la cree. De
verdad que se sorprendió. Tardó casi media hora en firmar el contrato para autorizar
la publicación. No dudes de él, Celia. Nunca pensé que en ese taller fuera a
encontrar al hombre de mi vida, y sobre todo a un gran artista.

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CELIA: Aún no entiendo cómo fue que te enamoraste de él tan pronto, tan de
repente. Como si tuvieras 15 años, Leticia.

LETICIA: Así fue Celia. Como si tuviera 15 años. El trabajar con él a solas lo facilitó
todo, me acerqué mucho más a él como artista y no pude evitar fijarme en el hombre;
además es todo un caballero. No sé por qué me emocionaba tenerlo tan cerca de
mí. Cuando menos lo pensé me besó y no pude dejar de corresponderle. Es como
poder volver a soñar. Tú me entiendes, ¿verdad Celia?

CELIA: ─Claro que la entendía. Aunque Lety nunca lo decía sabía que su sueño
era tener por fin una familia unida.─ Sí, hermanita, te entiendo y espero que esta
vez te salga todo bien.

LETICIA: Y saldrá bien, Celia, ya lo verás. Uno sabe cómo son las personas por lo
sincero de sus palabras y Jorge escribe con mucha sinceridad. Sabes, hasta me
contó cómo surgió la inspiración de su historia. Es una anécdota muy bonita.
¿Quieres escucharla?

CELIA: Está bien, Lety. La escucharé.

VIII

Casa de Jorge. Éste acostado en el sillón y Pepe recargado en una de las paredes.

PEPE: Tienes una suerte, hermano, que es de envidiarse.

JORGE: No te burles, Pepe. No sé cómo puede estar pasando esto, te juro que
quisiera ir a la estación a esperar el primer tren y…

PEPE: ¿…Huir del problema?

JORGE: No, para aventarme cuando pase…

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PEPE: ¿De qué te quejas, Jorge? Te ligaste a la maestrita y al parecer te quiere,
eso es bueno, van a publicar algo tuyo era tu sueño, ¿no?, ¿Qué más puedes pedir?

JORGE: Ese es el problema, Pepe, que no es mío. Y desde que firmé ese maldito
contrato la carita del chamaco que lo escribió no se me sale de la cabeza y escucho
su voz reclamándome el que se la haya robado.

PEPE: Eso se llama locura, George

JORGE: Eso se llama conciencia, idiota. Sabes, en mi vida he podido hacer daño a
nadie porque a fin de cuentas yo soy el que termina sintiéndose mal, y es que tengo
una conciencia que no me deja actuar de manera incorrecta y cuando lo hago pago
las consecuencias, como ahora.

PEPE: Te repito: tienes una suerte... Quién iba a pensar que a la Lety un editor le
debía un favor y que así pudo colar tu historia en su libro.

JORGE: Ya no me lo recuerdes. Cuando ella me trajo el maldito contrato yo decidí


decirle la verdad.

PEPE: Y por qué madres no lo hiciste cabrón.

JORGE: Pues porque ella estaba muy contenta y no quería desilusionarla. Además
su hermana Celia…

PEPE: ¿La morenita bonita?

JORGE: Si, Pepe, la morenita bonita. Me amenazó. Me dijo que si le hacía daño a
su hermana me las vería con ella y me lo dijo de una manera en que hasta el más
valiente de los hombres se le caerían los pantalones del miedo. Ya no sé qué hacer.

PEPE: Por qué no le dices la verdad, Jorge, que te pirateaste esa historia del trabajo
final de un puberto de prepa.

JORGE: ¿Y de lo demás qué le digo?

PEPE: ¿De lo demás? ¿Pues qué otra cosa hiciste?

JORGE: Es que…

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PEPE: Ay, Jorge, metiste la pata hasta el fondo, ¿verdad? pendejo.

JORGE: Lo que pasó fue que me preguntó que en qué me había inspirado y pues,
le dije que en pequeñas cosas de mi vida que me fueron guiando para ser mejor y,
bueno Pepe, tú sabes todas esas mamadas sensibles que dices cuando te
preguntan algo de lo que no tienes idea porque simplemente lo escribiste en
automático.

PEPE: O porque no lo escribiste.

JORGE: O porque no lo escribí.

PEPE: Pero ya no te puedes echar para atrás Jorge, ya firmaste. A menos que le
digas la verdad a Leticia.

JORGE: No, Pepe, si lo hago me va a mandar a la chingada. No sabes lo


emocionada que está con ese puto cuento.

PEPE: No, hermano, está emocionada con el wey que ella cree que escribió ese
puto cuento, o sea tú. Ella está enamorada, wey, los veo como derraman miel por
donde van. ─Y Jorge también lo estaba. Leticia le había caído del cielo y lo había
transformado, lo que no sé es si para bien o para mal.

JORGE: Y luego la bronca en la prepa.

PEPE: Sí, cabrón, todo mundo está esperando el pinche libro. Aunque déjame
decirte que tu foto de la gaceta escolar salió muy bien.

JORGE: …

PEPE: ¿Qué?

JORGE: ─No sé cómo podía seguir jugando con eso, cuando fue su culpa de que
toda la prepa se enterara que se iba a publicar algo con un texto mío. Cuando le
conté lo del contrato estábamos en un salón de la escuela y la directora entró justo
cuando Pepe me decía sarcásticamente “felicidades escritor por la publicación de
su libro” y desde entonces fue una revolución, salí en la gaceta escolar y hasta una
nota mandaron al periódico, es que no puedo tener peor suerte. Quería irme, ir a

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esconderme a la casa que me dejaron mis papás antes de morir, resguardarme de
todo. Ahí nadie me podría encontrar.

PEPE: Mira, Jorge, hagamos algo. Invita a la Leticia a cenar. Qué te parece el
próximo viernes, aquí, armamos toda una velada romántica en donde le cuentes
todo y San se acabó: le dices la verdad, le repites una y mil veces cuánto la amas,
eso funciona con las mujeres, y terminan haciendo el amor.

JORGE: ─Pepe era un idiota, pero hay que reconocer que a veces tenía razón,
debía decir la verdad.

IX

Casa de Jorge. Luz de las velas y una mesa adornada para la ocasión. Vemos a
Jorge y Leticia sentados cenando.

LETICIA: Cuando me dijiste que me tenías una sorpresa no pensé que se tratara
de esto, Jorge.

JORGE: ¿En qué pensaste entonces?

LETICIA: No lo sé. En realidad soy muy poco imaginativa en estos casos.

JORGE: Los lectores de tus libros no pensarían lo mismo.

LETICIA: Es diferente. Para que a la gente le guste lo que uno hace basta con ser
sinceros a la hora de escribir, eso fue lo que me gustó de ti. Además de que eres
todo un caballero, Jorge, nunca nadie se había esmerado por realizar toda esta
producción de cena romántica.

JORGE: Te amo, Leticia.

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LETICIA: Y yo a ti, Jorge ─Celia diría que parezco niña de prepa pero lo que yo
sentía por Jorge se estaba convirtiendo en amor.─ Quisiera contarte algo.

JORGE: Yo también quiero contarte algo, Leticia, algo importante.

LETICIA: Dime.

JORGE: No, tú primero, insisto.

LETICIA: Sé que siempre me has preguntado y no te lo había querido contar, pero


creo que llegó el momento de sincerarme yo también contigo. Quizás no es el
momento más adecuado pero quiero ser un libro abierto para ti.

JORGE: Si es incómodo para ti contármelo… podemos no contarnos nada y


disfrutar la cena.

LETICIA: No, Jorge, voy a decírtelo. Mira… lo de mi anterior novio…nunca quiero


hablar de eso porque... (Pausa) Resulta que conocí a Marcos en una firma de libros,
no era un niño, pero era algo menor que yo. Me esperó afuera de la librería y me
obsequió una rosa en la que venía una tarjeta con su teléfono escrito. Yo
tontamente, deseosa de tener por fin una familia, como ninguna otra me emocioné.
La verdad siempre había soñado con encontrar un hombre que me quisiera, que
estuviera conmigo para siempre. Celia me dijo que anduviera con cuidado pero no
hice caso. Ella siempre ha tenido un sexto sentido para estas y otras cosas. Jorge...
Me enamoré de Marcos. Él quería ser escritor, así como yo y pues, ya te imaginarás,
eso me emocionó más. Comencé a ayudarle con sus escritos, corregirlo y darle
ideas. Una tarde me pidió matrimonio y pues, bueno, le dije que sí. Ay, ya voy a
empezar a llorar, discúlpame. No pensaba yo en nada más que en él. Comenzamos
a escribir juntos un libro que pensábamos publicar en vísperas de nuestra boda. Él
decía que sería nuestro primer hijo. Celia me regañaba y me decía que el libro sólo
lo estaba escribiendo yo y que Marcos se estaba colgando de mi nombre y no le
hice caso. Era una tonta. Pero no tardé en percatarme yo misma de ello: poco
tiempo antes de casarnos Marcos desapareció sin decir nada. Me pasaba horas
frente a la ventana esperando verlo aparecer con una buena explicación del porqué
se había ido pero eso nunca pasó. Dejé de escribir y un buen día Celia llegó a casa

25
con el libro que Marcos y yo habíamos escrito juntos, pero en la portada solamente
aparecía un nombre: el suyo. Fue ahí donde comprendí todo, que todo lo había
hecho para sobresalir a mi costa. Me mintió, Jorge.

JORGE: ─A cada palabra de Leticia yo me sentía estúpidamente más miserable


que en la anterior. Parecía estarme diciendo a gritos que le dijera la verdad pero en
ese momento el miedo me paralizó. Quería decir algo pero nada salía de mi boca,
estaba realmente jodido.

LETICIA: Estuve mucho tiempo encerrada hasta que mi hermana me comprometió


a dar el taller donde te conocí y se lo agradezco mucho porque tú me has ayudado
infinitamente a superarlo. Realmente tienes el don de hacerme reír. ─Llego a
imaginar que aunque no lo hubiera conocido de la manera en qué pasó y aunque
nunca hubiera conocido al artista que lleva dentro, de todas formas lo hubiera
llegado a amar como ahora, ¿de qué manera? no lo sé, pero hubiera llegado a
hacerlo.

JORGE: Gracias por ser sincera, Lety.

LETICIA: Es mi precepto de vida. Y gracias a ti por estar conmigo. Y ya, no voy a


llorar, debo estar contenta por todo esto, por estar juntos. (Sonríe.) Ahora sí, dime,
qué era eso importante que tú también querías contarme.

JORGE: nada en especial, Leticia, nada en especial. (La besa.)

Casa de Jorge. Jorge y Pepe.

PEPE: Ya cálmate, George, con ponerte así no vas a solucionar nada.

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JORGE: Y cómo quieres que me ponga, Pepe, cómo quieres que me ponga. Perdí
credibilidad ante todo el mundo, me quedé sin trabajo y lo peor de todo es que ahora
sí la perdí para siempre.

PEPE: Jorge, sólo a ti se te ocurre dejar el puto trabajo final bajo la almohada. Tenía
semanas ahí, Jorge, no puedo creer que no lo hayas cambiado de lugar. Además
me dijiste que lo habías quemado, me mentiste, para qué madres lo guardaste, para
qué lo querías ya.

JORGE: Y qué querías que hiciera, Pepe, no lo pude siquiera tirar, los
remordimientos no me dejaron y pues, quién madres iba a ver bajo mi almohada si
siempre había dormido solo. ─Hasta esa noche en que después de cenar le hice el
amor a Leticia como siempre soñé hacerlo. Tenía años que una mujer no entraba a
mi habitación y no pensé que esa noche fuera a pasar algo con ella. Olvidé sacar el
texto original de mi alumno de debajo de la almohada y ella despertó antes que yo.
Lo leyó, leyó el jodido texto mientras yo dormía y lo descubrió todo.

PEPE: Bueno, al menos estás seguro de que sí se dio cuenta de que no era tuyo.

JORGE: Pepe, Leticia no es tonta.

PEPE: Pero no te dijo nada.

JORGE: Se fue Pepe, ¿crees que necesitaba decirme algo más? Dejó el texto sobre
la mesita de noche en la página que tenía el nombre de mi alumno y encima dejó
mi copia de La pequeña en la burbuja, la que me había regalado hace unas
semanas.

PEPE: ¿Y para qué dejó encima una copia de su libro?

JORGE: Pepe, ¿no entiendes o te haces pendejo? Su libro no habla sino de la


verdad y la sinceridad, de una niña que sólo confía en las burbujas.

PEPE: ¿Quién en su sano juicio sólo confía en las burbujas?

JORGE: Pepe, entiende, era su forma de decir que ya no confía en mí.

PEPE: Y luego lo de la escuela…

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JORGE: Ya no me recuerdes eso. ─Apenas esa mañana la directora me había
llamado para que firmara mi renuncia voluntaria. Me dijo que en esa escuela no
necesitaban a maestros como yo, que se aprovechaban de la inocencia de los
alumnos para robarles; me echó un cuento de que su institución no perdería su
reputación por los actos de un maestro de cuarta.

PEPE: Yo no sé cómo se enteraron tan rápido.

JORGE: Fue su hermana, Pepe: Celia. Me dijo que me arrepentiría. Estoy seguro
de que fue ella, ¿quién más? Recuerda que me amenazó. Ya no sé qué voy a
hacer... (Pausa) Y todo esto es culpa tuya, Pepe, eres un pendejo.

PEPE: No me digas pendejo, Jorge.

JORGE: Sí, es culpa tuya. Tú fuiste el que me convenció a entrar al maldito curso
de escritores, tú fuiste el que me aconsejó echar un vistazo a los trabajos de mis
alumnos, por tu puta culpa se enteraron en la escuela de lo del libro, tú me dijiste
que le hiciera una cena a Leticia y que le hiciera el amor. ¿Quieres que te siga
diciendo de qué más tienes culpa?

PEPE. Pero yo solo te quería ayudar…

JORGE: (Lo empuja) Pues gracias, Pepe, me has arruinado la vida para siempre.
“Tus broncas, mis broncas, mis éxitos, tus éxitos”; pues sabes qué: ya no más. Te
he aguantado, Pepe, porque has sido el único que se ha considerado mi amigo pero
ya no soporto tus pendejadas, ya no las soporto.

Pausa larga.

PEPE: ─Las palabras de Jorge me dolieron un chingo, quería decirle algo pero mi
orgullo me lo impedía. Ninguno de los dos se movió. Hice lo único que podía hacer
en ese momento antes de que el coraje me ganara y estampara mi puño en su cara.

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Pepe sale de la casa. Jorge se queda de pie en el centro de la sala, completamente
solo. Silencio largo.

JORGE: ─Había sido muy injusto con Pepe y había cometido una pendejada que
había hecho mierda más de 20 años de amistad. ¿De verdad yo era menos
confiable que una puta burbuja de jabón?

XI

Habitación de Leticia. Encontramos a Leticia en el ventanal observando fijamente


hacia el exterior. Entra Celia con un libro en las manos.

CELIA: Lety, te traje algo, mira.

LETICIA: Te queda muy bien el vestido, Celia, parece que fue hecho especialmente
para ti.

CELIA: Lety, voltea, no es un vestido.

LETICIA: ¿Qué es eso?

CELIA: Tu libro nuevo.

LETICIA: ¿Quién es Martín Quiroz?

CELIA: ¿Recuerdas la historia que se iba a publicar al principio de este libro?

LETICIA: …

CELIA: Sí, Lety, así se llama el verdadero autor. Sé que no quieres que te hable de
él pero Jorge…

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LETICIA: Jorge ya no existe, Celia.

CELIA: Jorge dijo la verdad en la editorial y cedió los derechos de la historia al joven
que en verdad la escribió. Adame me preguntó si estábamos de acuerdo en que se
publicara la historia a pesar de lo sucedido y le dije que sí.

LETICIA: De alguna forma tenía que repararse el daño al niño.

CELIA: Adame me dijo que te estuvo llamando y que jamás contestaste

LETICIA: El celular se cayó por la ventana. Recuérdame comprar otro

Pausa.

CELIA: Lety, hablé con Jorge.

LETICIA: Creí que lo odiabas.

CELIA: Sí, lo odié. Por algo hice que lo corrieran. Pero sabes algo, hablé con él y
me contó exactamente cómo pasaron las cosas. Él no es como Marcos, Lety.

LETICIA: ¿Hoy te propusiste nombrarme a todos los mentirosos que me topé en la


vida? Te faltó nombrarme a mamá.

CELIA: Mamá. ─Desde ahí venía la obsesión de Leticia por la verdad. De pequeña
jamás le gustó que le mintiéramos. Le gustaba llamar a las cosas por su nombre, a
todo. Pero el momento exacto en el que detestó a todo aquello que representaba
una mentira fue cuando mamá se fue y supimos que siempre le había mentido a
papá y que en realidad ella quería a otro señor. Lloramos por semanas el que ella
se hubiera ido dejándonos solas con él y que no volviera a llamar desde entonces,
ni siquiera para saber si estábamos bien. Creo que de los tres a Leticia le afectó
mucho más, y aunque nunca quisiera hablar de ello con nadie en el fondo a mí me
dolía tanto como aquel día. ─Lety, tienes que superar lo de mamá. Es difícil, a mí
me costó mucho hacerlo… aún me cuesta, pero si no lo haces jamás vas a poder
ser feliz, hermanita.

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LETICIA. ¿Qué parte de que odio las mentiras no entienden? Jorge me mintió de la
manera más ruin y todavía se atreve a pedirme que lo perdone.

CELIA: Pero tú lo amas, a él sí lo amas, Leticia…

LETICIA: …

Pausa.

CELIA: Jorge se va de la ciudad hoy. No ha podido encontrar trabajo aquí y decidió


marcharse. Me dijo que te lo dijera por si querías verlo antes de irse. Me pidió darte
su número de celular. El anterior lo perdió en una de sus entrevistas de trabajo.

LETICIA: …

CELIA: Su tren sale a las 4. Tengo que irme. Prométeme que irás.

LETICIA: (Vuelve a mirar al exterior.) Cierra la puerta con llave al salir.

Celia mira a Leticia y sale de la habitación. Leticia se queda viendo hacia afuera
como es su costumbre. Observa el papel que le entregara su hermana y tras dudarlo
un poco lo avienta por la ventana.

XII

Estación del tren. Jorge en una banca.

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JORGE: ─No podía creer que me estuviera yendo de la ciudad de esa manera.
Cuando empecé a estudiar lengua y literatura siempre me imaginé viajando de un
lado a otro para presentar mis libros en otras ciudades y países. Y ahora, casi
exiliado por culpa de una estupidez. Qué digo una estupidez, una gran pendejada
de mi parte. Hacía ya un mes que no hablaba con Pepe y no me atrevía a llamarlo.
Me avergonzaba mucho el haberle echado la culpa de mis idioteces. Tomé el celular
y le mandé un mensaje de texto: “Soy un pendejo, discúlpame. Me voy a vivir a la
casa de mis papás. El tren sale en una hora. Espero verte de nuevo algún día”. No
contestó. Quién querría contestarme después de todo lo que le había dicho.
Tampoco Leticia llamó, al parecer Celia no había podido convencerla de que me
perdonara. Y ahora tenía que irme y tal vez nunca volverla a ver. En ese momento,
sólo quería escuchar a alguien que me dijera que las cosas iban a estar bien.

XIII

Vagón del tren. Vemos a Jorge en uno de los asientos Lo vemos a él en un asiento
con las piernas cruzadas y una computadora portátil en ellas. Él escribe en la
computadora, lo borra, hace anotaciones en una libreta que está a su costado. Se
queda pensando largo rato y borra su anotación. Sigue escribiendo. Pepe entra al
vagón.

PEPE: Disculpe.

JORGE: …

PEPE: Disculpe.

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Jorge no lo escucha. Pepe se desespera y le cierra la computadora apretándole los
dedos con ella

JORGE: ¿Qué madres…? ¿Pepe?

PEPE: Qué te parece esto mi George: la historia de un pobre maestro pendejo con
aires de escritor que le roba a un alumno su trabajo final para conquistar a una vieja
que sueña con burbujas de jabón.

JORGE: No, pero, ¿qué haces aquí?

PEPE: Ay no, Jorge, no vayas a chillar. Pues pensé: “este pendejo no va a poder
vivir sin mi perdón así que me dije por qué no ir unos días a recordar viejos tiempos
a la casa de sus papás. Total él me cubrió aquella vez con lo de las revistas porno
yo porque no voy a cubrir sus idioteces.”

JORGE: De verdad lo siento.

PEPE: Ya deja esas cursilerías y cuéntame qué pasó con la Lety.

JORGE: Se terminó, Pepe, ahora sólo me queda tratar de rehacer mi vida en otro
lado. Aunque la extrañe.

PEPE: Deberías ser maestro eso te sale muy bien. Pero aguas con robar trabajos
finales, eh.

JORGE: ¡Qué gracioso! ─Jamás pensé regresar a la casa de mis papás con Pepe
después de lo que pasó. Me hubiera gustado también que Leticia fuera en el vagón
con nosotros pero esos eran sólo sueños. Cuando Pepe se fue siguiendo a un
muchacho que vendía dulces entre los vagones escuchó a una pareja decir que
vieron por la ventana a una mujer que había llegado corriendo a la estación y que
ese tren la había dejado esperando en el andén. Deseaba tanto que esa mujer
hubiera sido Leticia pero de ser así me hubiera llamado al celular y yo con gusto me
habría aventado del tren para regresar hasta donde ella estuviera.

PEPE: ¿Y qué onda, mi George? ¿Escribimos la historia del maestro pendejo?

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JORGE: ─La historia de un maestro de lectura y redacción que robaba a un alumno
un trabajo final para conquistar a una linda mujer que soñaba que algún día la gente
fuera tan sincera como lo eran las burbujas.

FINAL

De lectura y redacción (o del secreto que no contaron las burbujas) se estrenó el


21 de noviembre de 2011 en el foro de la Rueca de Gandhi de la ciudad de
Xalapa, Ver. Con Luis Yamá como JORGE, Jorge Tejeda como PEPE, Beatriz
Toss como LETICIA y Aurika Pelayo como CELIA. Con el diseño de producción de
Ale Ojeda y la dirección de su autor.

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