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TEREZA SUÁREZ: “Domesticidad y espacio público. Argentina, Paraguay y Uruguay.

El Estado Nacional Moderno nos ha sido revelado usualmente como metáfora del progreso. Una historia
crítica incorporó las resistencias a dicho modelo: la “cuestión social” y otro discurso se ha expandido, el que
recupera las voces y prácticas femeninas y es a éste que trataremos de aportar. Nuestro objeto es exhibir el
lugar que ocupan las mujeres de esos países frente al llamado “orden social moderno” e indagar la
conformación de proyectos propios en los que pudieron sustraerse a los mandatos sociales asignados al
“bello sexo”.

Como ganadoras de la Guerra de la Triple Alianza (1865-1869) Argentina y Uruguay estaban en mejores
condiciones económicas y demográficas que Paraguay.

Economía, producción y trabajo de las mujeres

Nos ocupamos de un período de contrastes: pese a las situaciones misérrimas, Argentina tuvo capacidad de
acumulación. Aunque el capitalismo fue el modo de producción dominante y se acompañó de reformas
modernizadoras, permitió que subsistieran modalidades serviles, tribales y la esclavitud disfrazada.

En 1904, Joaquín V Gonzáles, ministro del interior de Roca, envió a Bialet Massé al interior del país para
inspeccionar la situación laboral y legislar en consecuencia. Su informe de 1905 evidencia una gran
heterogeneidad pero dio cuenta de las pésimas condiciones de trabajo. Por otro lado, había, en potencia,
mano de obra masculina y femenina que subsistía de los recursos naturales de ríos y bosques.

Los censos nacionales argentinos de 1869, 1895 y 1914 dan para la ocupación femenina 39,29 y 21 por 100,
respectivamente, marcando un descenso que merece una atenta lectura. Se entendía la reproducción por
“natural” y, en consecuencia, se le daba igual carácter a la labor doméstica. Las categorías “no trabaja”,
“sus labores” o “actividades propias de su sexo” fueron los enunciados censales más comunes. Tampoco
tuvieron las mujeres reconocimiento ni remuneración en actividades productivas hechas en la casa, por las
que había un ingreso monetario, como la fabricación de calzado y ropa. Asimismo, levantar la cosecha,
cuidar los animales, ocuparse de la huerta, fueron ocultados como ocupaciones femeninas hasta tiempos
recientes.

En estos Estados Modernos, las mujeres participaron de nuevas ocupaciones que implicaron aprender
oficios en talleres de elaboración de objetos para uso doméstico, algo que no fue registrado en los censos.
Tampoco lo fue su labor como trabajadoras golondrinas. La enumeración de actividades permite concluir
acerca de cuáles estaban destinadas a las mujeres (cuidar animales, cultivar, preparar alimentos) y cuales a
los varones (cortar leña, cargar y manejar los carros, oficiar de peones).

El Estado apoyó otros tipos de compulsión. Al ejército se sumaron normas coactivas, tal la Ley de
Patronato. En el informe de Bialet Massé hay apreciaciones sobre el trabajo doméstico en las que se
advierte un sesgo diferencial al referirse a las empleadas y a los empleadores. El Estado reguló el mercado
de trabajo controlando la vagancia, y el reclutamiento de menores a disposición de familias de élite para el
servicio doméstico fue moneda corriente.

Con el reclutamiento militar de los varones, las mujeres podían autonomizarse, como ocurrió después de la
Guerra de la Triple Alianza en Paraguay o la Conquista del Desierto en Argentina. Preferían tener sus lotes
de tierra agrícola para subsistencia en vez de trabajar como sirvientas en casas de familia. La
autonomización era evitada por el Estado, a cuyo efecto se dictaron leyes de conchabo que ponían a un jefe
de familia a cargo de mujeres entregadas para el trabajo doméstico. Con frecuencia, el resultado de la
opresión era la fuga. A menudo, las mujeres eran abusadas en las casas en las que servían.

El Estado moderno intervino en áreas de la vida donde el control había estado a cargo de la familia o de la
Iglesia católica y delegó su función en la autoridad paterna. Por el Código Civil Argentino (1871) la mujer
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estaba bajo tutela del padre hasta los 22 años o de su esposo si se casaba. Para desarrollar actividades
económicas debía tener expreso consentimiento de alguno de aquéllos, quiénes percibían el salario si se
empleaba. Los jefes de familia se ocupaban de custodiar, al igual que con sus esposas e hijas, la seualidad
de las criadas.

Las mujeres carentes de recursos utilizaban cualquier estrategia a su alcance para subsistir, como por
ejemplo, el conocido fenómeno de que vendían su leche como nodrizas aun poniendo en riesgo la vida de
sus hijos.

En el URUGUAY decimonónico, la situación de las mujeres no se diferenciaba demasiado de la de Argentina.


El universo femenino tenía un varón que organizaba y controlaba sus actividades. Sin derechos políticos,
careciendo de gran parte de los civiles y accediendo apenas al aprendizaje de la lectura hasta la difusión
obligatoria de la escuela, el conjunto era absolutamente inferior. Las pobres se incorporaban como obreras
en fábricas o talleres, o eran costureras lavanderas o se desempeñaban en el servicio doméstico. La
artesanía, el laboreo del campo y el cuidado de su propia casa eran sus tareas corrientes.

En las ciudades, los sectores industriales solicitaban la participación femenina porque se suponía que era
una alternativa a la prostitución. Los grupos conservadores, y no sólo estos, pensaban que las mujeres
debían permanecer en su casa, aunque admitían que solteras o viudas podían trabajar fuera de ella. La
promulgación de la Constitución de 1917, precedida de importantes leyes en los campos laboral, educativo
y familiar, fue acompañada de una diversificación productiva, lo que puso a Uruguay más adelante que
otros países.

En PARAGUAY, la relación de las mujeres con el trabajo a fines de S XIX estuvo connotada fuertemente por
dos factores: la cultura prehispánica guaraní y la dedicación de la población masculina a la formación
militar. Desde su separación de las provincias del Río de la Plata en 1810, comenzó a construirse en
Paraguay una idea de nación vinculada a la función imprescindible del ejército como actor político y a los
militares como sujetos participantes. Esta idea determinó que la producción quedara esencialmente a
cargo de las mujeres.

Proveedores de los ejércitos, antes y durante los años bélicos, las mujeres reanudaron el trabajo
campesino. En pocos años, la situación comenzó a mejorar y las mujeres proveyeron al mercado con
productos para consumo diario de cuya venta obtenían circulante. Las paraguayas se dedicaron también a
la exportación de cueros. La alfarería y el hilado estuvieron entre sus ocupaciones.

El primer censo, en 1886, computa un 83 por 100 de la población dedicada a la agricultura, total del que el
62 por 100 eran mujeres.

Trabajo y disciplina moderna

La aplicación de pautas de coacción revela, hacia 1900, rasgos diferentes a la época “premoderna”. Los
nuevos Estados requieren ahora disciplina de trabajo, cumplimiento de horarios y una vida privada que
garantice lo anterior. La ausencia de las mujeres en el espacio público no se entendería sin explicar la
importancia del cuerpo, la sexualidad y los mandatos que les están ligados: para los hombres, proveer a la
subsistencia del grupo familiar; para las mujeres, reproducir la especie en el hogar. El hogar es visto como
lugar de protección pero, fundamentalmente, como espacio tutelado. Junto al Estado moderno laico
burgués, Dios y la ciencia constituyen una poderosa coalición. La sexualidad y la ociosidad sin incompatibles
con la disciplina y el trabajo.

El ideario respecto del trabajo se hizo sentir también en Paraguay. El gobierno que asumió después de la
guerra se manifestó liberal-ilustrado y fueron frecuentes los avisos laborales exigiendo que las mujeres
supieran hablar lengua castellana. La cultura guaraní no era compatible con el modelo civilizador impuesto,

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y su lengua y costumbres fueron prohibidas. La imposición a las mujeres de la élite de vivir en retiro se hizo
extensiva a las mujeres populares, pero colisionaba con la economía, puesto que las últimas realizaban sus
tareas fuera de los límites del hogar, antes de la guerra como agregadas o criadas, después como
empleadas domésticas. La diferencia de la labor consistía en la percepción de un salario.

Los saberes intelectuales, profesionales y políticos no estuvieron disponibles para las mujeres paraguayas
de raíz hispanocriolla, quienes utilizaron su lengua en cancioneros, acertijos, recetarios, cuentos, fábulas, y
mantuvieron su cultura con trabajos manuales, haciendo bordados y encajes. Los varones dispusieron de la
escuela como elemento transmisor de cultura. Los Estados capitalistas liberales construyeron conceptos de
trabajo para designar las tareas de varones y de mujeres de modo desigual.

Modernización y cambio cultural

La organización de los Estados modernos asignó a la sociedad funciones, obligaciones y espacios según
condición socioeconómica, identificación político-ideológica, capacidades y seo, entre otros factores. Nos
interesa mostrar cómo las mujeres se apropiaron de espacios en las esferas de las que habían estado
excluidas.

Las mujeres utilizaron el acceso a la alfabetización y los nuevos bienes culturales para encontrar mejores
posiciones sociales y económicas. Otro tanto ocurrió en Uruguay, las niñas pudieron ser alfabetizadas y la
conformación de la docencia fue predominantemente femenina. El normalismo prestigió el rol de las
mujeres en la escuela, les permitió el desempeño de cargos de gestión educativa y la obtención de sus
propios ingresos. Los sectores medios ocuparon no sólo este espacio, sino que el título de maestra permitió
el acceso a la universidad. Muchas mujeres se graduaron como universitarias.

La alfabetización tuvo otros impactos al permitir la expresión del mundo interior de las mujeres, construir
un colectivo de lectoras, abrir campos profesionales en el periodismo y en la literatura. Las mujeres
encontraron formas de informarse y participar de otras realidades.

El descubrimiento de la intimidad tanto en las sensibilidades del cuerpo como en las manifestaciones de la
sexualidad, encontró formas sutiles y directas de expresión. Desafiando a la sociedad patriarcal de su
tiempo, leyeron lo femenino desde otro lugar y propusieron redefiniciones de lo masculino. Todos estos
aportes convergieron en el novecientos en un mismo fin: fundar nuevas sendas para las mujeres, ofrecer
proyectos, ilustración, derechos, autonomía económica e intelectual, sobrepasar su único destino, el
matrimonio.

La escritura femenina se caracterizó por su decidida posición antibélica. Como la literatura, otros lenguajes
permitieron la expresión femenina: el teatro, la plástica y la música. Así, desde el Estado moderno público
privado y público, masculino y femenino continuaron construyéndose.

Idearios políticos

Las primeras décadas del S XX muestran un crecimiento en el espacio de las mujeres, pero el ideario
femenino dejó representaciones muy diferentes. Las mujeres no dejaron de manifestarse. Las expresiones
colectivas más contundentes fueron las referidas a reivindicaciones político-laborales. Los varones
escasamente vieron la necesidad de reivindicar el trabajo de las mujeres, por ende ellas mismas o a través
de sus dirigencias lo hicieron. Con una tirada de 1500 a 2000 ejemplares, la publicación anarquista La Voz
de la Mujer se dirigió pioneramente a las mujeres con la misión de labrar la inteligencia.

El feminismo socialista como parte de un partido que confiaba en la democracia republicana fue más
explícito respecto a la defensa de los derechos de las mujeres. Tampoco se opusieron a la familia y al
matrimonio. Entre las principales reivindicaciones socialistas, junto al sufragio, están las referidas al trabajo.

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De las organizaciones sociales creadas para luchar por la cuestión laboral, las sociedades gremiales por
oficio fueron las más importantes. El activismo de las mujeres creció a comienzos del S XX.

La institucionalización del sistema democrático republicano. La distribución de los espacios.

El desplazamiento de las mujeres del sistema político, y su subvaloración en la sociedad civil, hizo visible la
falacia de la universalización de los derechos del hombre y el ciudadano. La familia patriarcal fue señalada
como la primera unidad política y social, pero al naturalizarla, la mujer quedó subordinada y su rol se limitó
al de reproductora real y simbólica en el espacio de los vínculos domésticos.

Tenemos registro de que las mujeres, aunque no participaron de las elecciones de gobernantes, ni
formalmente de la política partidaria, si lo hicieron en otras asociaciones. En la primera década del XX, el
sufragismo comenzó a ocupar un espacio en el periodismo y ganó la conciencia de las mujeres más
politizadas.

En Buenos Aires, el primer congreso Femenino Internacional tuvo lugar en 1910, organizado por la
Asociación de Universitarias Argentinas, fundada en 1901. El Congreso introdujo innovadoras temáticas:
cambios en el código civil como compartir la patria potestad, administrar libremente los bienes y gozar de
los mismos derechos individuales que los hombres. A raíz de este Congreso se fundó la Asociación
Femenina Panamericana.

A modo de cierre

En síntesis, la modernidad organizó una sociedad compatible con el modelo liberal capitalista ilustrado. Las
mujeres respondieron con diversos grados de conciencia, dando lugar a diferentes modelos de feminidad
en los que reconocemos sucesivas violencias reales y simbólicas.

El trabajo como actividad social fue un elemento fundamental para la formación de la identidad. La
educación fue posibilitadora de crecimiento intelectual y político. La escritura posibilitó la simbolización de
la experiencia femenina.

La feminidad resultante es heterogénea. Reconocemos, por un lado, un grupo numéricamente minoritario


de feministas que teorizaron sobre la sociedad. Lo conformaban las arengadoras políticas y obreras
gremialistas, las profesionales, médicas, abogadas. Otro espacio fue ocupado por las que, extendiendo el
servicio al espacio público, posibilitaron a grupos sociales amplios conquistar un patrimonio cultural del que
no disponían, como las normalistas y educadoras. Finalmente, casi todas produjeron creativa y
silenciosamente en el espacio doméstico. En Argentina, Uruguay y Paraguay “modernos”, las mujeres
obligaron a que se reconociera una humanidad sexuada, abandonando una mentirosa universalidad neutra.

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