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TESIS Evaluación Psicológico-Forense de La Imputabilidad PDF
TESIS Evaluación Psicológico-Forense de La Imputabilidad PDF
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Master De PTOJFIS
University of Santiago de Compostela
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Ismael Pena
Autor
ÍNDICE
MARCO TEÓRICO.............................................................................................................................. 6
2. PERSPECTIVA PSICOLÓGICA............................................................................................ 20
4
1. INTRODUCCIÓN ..................................................................................................................... 50
2. METODOLOGÍA...................................................................................................................... 50
3. RESULTADOS .......................................................................................................................... 60
4. CONCLUSIONES ..................................................................................................................... 65
ANEXOS .............................................................................................................................................. 76
5
MARCO TEÓRICO
6
1. PERSPECTIVA LEGAL
1.1.Introducción
Los seres humanos podemos definirnos como seres sociales, que cuentan con un conjunto de
motivaciones, las cuales estimulan y guían nuestra conducta. De este modo, a la hora de actuar, nos
regimos por una serie de normas morales, sociales, culturales e interpersonales que están reguladas
por el Derecho. Por ende, el Derecho, en su totalidad, puede entenderse como el conjunto de normas
a través de las cuales la sociedad exige de los ciudadanos comportamientos adecuados a los
intereses de la misma (Mir-Puig, 2003). Es decir, el Derecho es el mecanismo que tiene un Estado
democrático para regular el comportamiento en sociedad; proteger los denominados bienes jurídicos
(tanto materiales como inmateriales) frente a la comisión de delitos y en definitiva, posibilitar la
convivencia social.
En este punto, debemos explicar qué se entiende por “delito” en el marco del Derecho
Penal. Para ello, acudimos al Código Penal español (1995) donde, dentro del Libro I, por el
que se describen las Disposiciones generales sobre los delitos, las personas responsables, las
penas, medidas de seguridad, y demás consecuencias de la infracción penal, se define en el
artículo 10 como aquella “acción y omisión dolosa o imprudente penada por la ley”. En esta
línea, y según se establece en el artículo 11, “los delitos que consistan en la producción de un
resultado, sólo se entenderán cometidos por omisión cuando la no evitación del mismo, al
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infringir un especial deber jurídico del autor, equivalga, según el sentido del texto de la ley, a
su causación”. Dichas acciones u omisiones serán penadas cuando así lo establece la Ley
(Código Penal, 1995, art. 12). Sin embargo, desde la Teoría Jurídica del Delito, de la que
hablaremos minuciosamente en el siguiente apartado, para considerar que una persona que ha
cometido un hecho delictivo pueda ser condenada y cumpla condena, no es suficiente con que
la infracción revele un hecho antijurídico, sino que hay que entender el hecho del que se le
acusa como una conducta típica, antijurídica, imputable, culpable y punible (Fonseca, 2007,
2009). Actualmente en España, los hechos tipificados como delitos se encuentran recogidos
en la Ley Orgánica 1/2015, de 30 de marzo, por la que se modifica la Ley Orgánica 10/1995,
de 23 de noviembre, del Código Penal.
Ahora bien, dicho esto, desde la Teoría del delito, el concepto de delito gira en torno a
tres elementos: a) la antijuricidad, esto es, la transgresión de la norma jurídica; b) la
culpabilidad, es decir, atribuir la conducta antijurídica a su autor; y c) la tipicidad, que se
refiere a que para que una acción sea entendida como delito, previamente debe estar descrita
como tal en el Código Penal (Bustos, 2015). Sólo se podrán sancionar las conductas
tipificadas como delito según la ley penal vigente, ya que de otra forma se estaría vulnerando
el principio de legalidad. En suma, la realización de un hecho injusto (antijurídico) y típico
(figura delictiva), es una condición necesaria para la existencia de un delito y la consecuente
pena, pero no suficiente. Para la imposición de la pena es requisito indispensable que el hecho
injusto le pueda ser imputado personalmente a su autor, es decir, que se le pueda hacer
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responsable o culpable de él. Por tanto, el delito se puede definir como una acción u omisión
típica, antijurídica y culpable (Echano-Basaldúa, 2003).
El Derecho Penal exige que para que una conducta delictiva pueda ser castigada con
una pena, debe poder ser atribuida a su autor y éste debe haber actuado conscientemente y con
plena voluntad de hacerlo. Por eso se proclama como principio esencial la máxima nullum
crimen sine culpa, o lo que es lo mismo, la imposibilidad de que exista delito alguno si no se
comprueba la culpabilidad del autor. A su vez, según explica Echano-Basaldúa (2003), el
concepto de culpabilidad se desglosa, a su vez, en tres elementos: a) la imputabilidad, b) el
conocimiento o conciencia de la antijuricidad (error de prohibición) y, c) la exigibilidad de
una conducta conforme a la norma jurídica. Como conclusión, para poder establecer la
culpabilidad de un individuo ante un hecho concreto e imponer una sanción de tipo penal, el
juicio de culpabilidad ha de estar en relación a las circunstancias especiales de la persona o
del entorno en el momento del delito (Hernández, 2015).
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1.2.2. Concepto de responsabilidad criminal.
Este concepto viene recogido en los Títulos I y II de nuestro Código Penal, donde se
hace una aproximación a la responsabilidad criminal desde una óptica gradual: responsable
(imputable), responsabilidad atenuada (semiimputable) e irresponsable (inimputable). En base
a esta clasificación, la legislación establece una serie de criterios que, si se cumplen,
convierten al autor del delito en inimputable o falto de responsabilidad criminal. Estos
criterios son los conocidos como circunstancias o causas modificativas de la responsabilidad
criminal (eximentes, atenuantes y agravantes), las cuales serán abordadas en el apartado 1.3.
Cuando en una persona que comete un delito se dan las condiciones mentales mínimas
(y hay ausencia de causas que exculpen su culpabilidad), se considera responsable del mismo.
Por tanto, la responsabilidad criminal se fundamenta en la imputabilidad y supone el “deber
de todo individuo imputable de dar cuenta de los hechos que realiza y de sufrir sus
consecuencias jurídicas” (Orós, 2002, p. 227). De estas palabras se desprende que el
individuo imputable debe hacerse responsable de su conducta ante la sociedad a través de la
imposición de la pena asociada a los hechos delictivos acaecidos.
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imputabilidad de un modo más sencillo, como: a) la capacidad de comprender lo injusto del
hecho (que equivale a la plena conciencia); y b) la capacidad de dirigir la conducta conforme
a dicho entendimiento al momento de los hechos.
En segundo lugar, para poder declarar culpable al autor de un delito se requiere que el
individuo conociese o, al menos, hubiera podido conocer el significado antijurídico de sus
actos, es decir, que estaba obrando mal. Si el individuo, aún poseyendo las capacidades
mentales suficientes para comprender el sentido de la norma penal, no la conoce cuando
comete los hechos, no tiene sentido reprobar y no haber actuado de otro modo (Echano-
Basaldúa, 2003).
Por tanto, establecer la imputabilidad del acusado constituye el primer requisito para
que el Juez o el Tribunal de Justicia puedan dictar sentencia por la comisión de un delito,
previamente a la culpabilidad, tanto que se ha venido definiendo como la capacidad de
culpabilidad (Cuesta, 2014). En el juicio sobre la imputabilidad del individuo, la
Jurisprudencia utiliza tres grados de la misma:
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completamente sus capacidades cognitivas o volitivas, sí interfiere en sus funciones
psíquicas superiores.
- Inimputable: sus capacidades cognitivas o volitivas se encuentran totalmente anuladas.
En conclusión, para que una persona sea considerada imputable, se tienen que reunir
una serie de condiciones psicológicas: la capacidad de comprender lo injusto de un hecho, al
mismo tiempo que la capacidad de dirigir libremente una conducta y controlar el
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comportamiento. Se trata de la capacidad de entender y querer, lo que se traduce en
capacidades cognitiva y volitiva, respectivamente (Cabrera y Fuertes, 1997; Cano, 2006a;
Fonseca, 2007; Vilariño, Alves y Amado, 2016). En el apartado 2. se analizarán
minuciosamente las implicaciones psicológicas de la imputabilidad.
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Según el artículo 61, acerca de las reglas generales para la aplicación de penas del
Código Penal (1995), cuando la Ley establece una pena, se entiende que la impone a los
autores de la infracción consumada. Mientras, a los autores de tentativa del mismo se les
aplicará una reducción a la pena que establece la Ley para el delito consumado (Código Penal,
1995, art. 62). Por otro lado, los cómplices del delito, ya sea consumado o intentado, se
impondrá la pena inferior a la que fija la Ley para los autores del mismo (Código Penal, 1995,
art. 63). Dicho esto, estas reglas no son aplicables a aquellos casos en los que la Ley
contemple penas específicas en determinados supuestos de tentativa y complicidad (Código
Penal, 1995, art. 64). De este modo, el artículo 65 dicta lo siguiente:
Artículo 65
2.º Las que consistan en la ejecución material del hecho o en los medios
empleados para realizarla, servirán únicamente para agravar o atenuar la
responsabilidad de los que hayan tenido conocimiento de ellas en el momento de
la acción o de su cooperación para el delito.
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De esta forma, con la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de Noviembre, del Código Penal y
su modificación con la Ley Orgánica 1/2015, de 30 de marzo, centra la atención en la
carencia de responsabilidad criminal y no sobre el concepto de imputabilidad (Fernández,
2015). Así, sobre los motivos eximentes de responsabilidad, en este sentido, el Código Penal
establece en su artículo 19 que “los menores de dieciocho años no serán responsables
criminalmente con arreglo a este Código. Cuando un menor de dicha edad cometa un hecho
delictivo podrá ser responsable con arreglo a lo dispuesto en la Ley Orgánica 5/2000, de 12
de enero, reguladora de la responsabilidad penal de los menores, y la Ley Orgánica 8/2006,
por la que se modifica la Ley de Responsabilidad del Menor.
Artículo 20
15
4.º El que obre en defensa de la persona o derechos propios o ajenos,
siempre que concurran los requisitos siguientes:
Primero. Que el mal causado no sea mayor que el que se trate de evitar.
Para cada uno de los eximentes expuestos en el artículo anterior se establecen unas
medidas de seguridad concretas. Pero, además de las circunstancias descritas que mitigan y
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anulan la responsabilidad criminal de un individuo, el Código Penal, en su artículo 21,
reconoce una serie de condiciones que atenúan tal responsabilidad.
Artículo 21
3.ª La de obrar por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido
arrebato, obcecación u otro estado pasional de entidad semejante.
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junio de 1990). En otra sentencia dictada por este órgano se determina que el fundamento de
dicha atenuante radica “en la disminución de la imputabilidad que se pretende por la
ofuscación de la mente y de las vivencias personales, determinadas por una afección
emocional fugaz (arrebato) o por lo más persistente incitación personal (obcecación), pero
siempre produciéndose por una causa o estimulo poderoso” (Sentencia del TS de 11 de Marzo
de 1997, RA 301).
Las circunstancias modificativas descritas en este punto tienen especial interés para el
psicólogo forense, puesto que si las capacidades de los individuos están anuladas, no hay
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capacidad volitiva alguna, y si están mermadas, existe algún tipo de alteración en las mismas.
De este modo, toda anomalía o alteración que afecte a la inteligencia o a la voluntad, así como
cualquier estado temporal de anulación o perturbación de la conciencia, afectarán a la
imputabilidad (Ferruz, 2016). Si bien hay otras alteraciones psíquicas que quedan fuera, como
aquellas que afectan a la percepción, memoria, afectividad, pensamiento, conciencia, y que
influyen negativamente sobre el comportamiento, sin que por ello se alteren ni la inteligencia
ni la voluntad (Núñez y López, 2009). Por su parte, los agravantes aparecen reflejados en el
artículo 22.
Artículo 22
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7.ª Prevalerse del carácter público que tenga el culpable.
2. PERSPECTIVA PSICOLÓGICA
Según Mir-Puig (1991, 2003), la capacidad para comprender lo injusto del hecho o, lo
que es lo mismo, la ilicitud de la conducta, hace referencia conjuntamente a la inteligencia y
la conciencia. Respecto a la inteligencia, su grave deterioro podría ser el causante de que un
individuo desconozca o sea incapaz de discernir moralmente entre lo bueno y lo malo, entre lo
que la sociedad permite y lo que prohibe. Supone bien una defectuosa internalización de las
normas sociales, o bien la incapacidad para elaborar un plan de acción lógico y percatarse de
que determinadas acciones pueden repercutir negativamente en otros y en sí mismo. Por su
parte, un estado alterado de la conciencia (v. gr. obnubilación, confusión) puede mermar la
capacidad para conocer la realidad (Molina, Trabazo, López, y Fernández, 2009).
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comprensión de la información procedente del entorno (Molina et al., 2009). Nos habla de la
capacidad de recibir, asimilar, estructurar, relacionar y modificar la información del entorno
con diferentes procesos que utiliza la mente (López, 2016). En último término, lo realmente
importante es que el individuo posea las capacidades mínimas para valorar si una conducta es
perjudicial para él mismo o para los demás (Arribas, 2005, citado en Molina et al., 2009).
Por ello, desde la Sala de Justicia se solicita a los psicólogos y psiquiatras que
determinen, mediante evaluación, la enfermedad mental del encausado y, en su caso, cómo
afecta a las capacidades cognitivas o volitivas (Arce, Novo, y Amado, 2014).
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esquizofrenia, oligofrenia, demencia) y a estados biológicos (minoría de edad o senectud). En
un sector intermedio entre lo individual y lo situacional, se podría ubicar el llamado trastorno
mental transitorio, del que hablaremos más adelante. Dentro de los factores situacionales
interesa mencionar aquellos problemas de tipo cultural, que pudieran estar mediando en el
proceso de internalización de la norma, o aspectos circunstanciales del momento de la
comisión del hecho. En el primer caso, la inimputabilidad comienza con la determinación de
la existencia de alteraciones psíquicas en el individuo (criterio psicopatológico), pero ha de
determinarse también la relación entre las funciones psíquicas afectadas y el delito (criterio
médico-legal). Es decir, para que una persona pueda ser considerada inimputable, lo
importante no es que padezca algún trastorno mental, sino que sus capacidades cognitivas o
volitivas se encuentren comprometidas en el momento de la comisión del delito y que
además, sean la causa del mismo (v. gr., un psicótico que agrede a otra persona a raíz de sus
ideas delirantes) (Rojas, 2013). No obstante, se debe matizar que si el sujeto, en el momento
de cometer el delito, fue incapaz de comprender o de autodeterminarse, pero buscó esa
situación con el propósito de llegar a cometerlo, se hablaría de imputabilidad referida a la
conducta previa al hecho injusto (teoría de las actiones liberae in causa) (Echano-Basaldúa,
2003).
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de otros síntomas patológicos tal como la psicosis; aunque sí lo es para la atenuación de
responsabilidad (Arce et al., 2014; Vilariño et al., 2016). De este modo, la no imputabilidad se
establece en función de la medida psicológica de enajenación mental, es decir, de la paranoia,
la esquizofrenia y el trastorno mental transitorio, al que subyazga alguna de estas dos
enfermedades. (Arce et al., 2014).
El Código Penal (1995) establece como eximente tanto la intoxicación plena como el
síndrome de abstinencia, consecuencia de necesidad de droga, de acuerdo a los criterios que
recoge el Artículo 20.2. En ambos casos se produce una situación de trastorno de las
capacidades del sujeto. Sin embargo, cuando el delito es grave se juzga y, por el contrario,
cuando es leve se cambia dicha la sentencia por la asistencia terapéutica a un programa.
Además para el síndrome de abstinencia, deberán valorarse la intensidad del síndrome, el tipo
de droga, la duración de la adicción, la presencia conjunta de otro tipo de sustancia, el tipo de
conducta que persigue el sujeto para determinarlo como causa de inimputabilidad (Cabrera y
Fuertes, 1997; Obregón, 2007). En cualquier caso, según lo previsto en el artículo 102.1º, a
estos sujetos se les aplicara una medida de internamiento en un centro de deshabituación.
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La mayoría de los adictos son responsables penalmente de las conductas delictivas
relacionadas con la adicción, pero en determinadas ocasiones, la adicción puede minar la
libertad de la persona, llegando a controlar su conducta (Esbec y Echeburúa, 2016b). Para que
se contemple la intoxicación plena como eximente de la responsabilidad penal, ésta deberá ser
fortuita o voluntaria, es decir, no existe premeditación ni se busca cometer el acto delictivo.
Serán eximente completa e incompleta, respectivamente (Fernández, 2015; Obregón, 2007).
Podemos decir que las intoxicaciones plenas no se hallan preordenadas al delito sino que se
hallan presentes en el momento de la comisión del hecho delictivo. Para gran parte de la
doctrina, el toxicómano es considerado como un enfermo mental y, en consecuencia, una
persona necesitada de tratamiento (Cuesta, 2014).
Esta causa de inimputabilidad está recogida en el Artículo 20.3 del Código Penal
(1995), ya mencionado anteriormente. Así, conviene tener en cuenta dos componentes: el
biológico-temporal, por el que la alteración tiene que darse desde el nacimiento o infancia, y
el normativo-valorativo de la conciencia de la realidad (Carmona, 2007). En referencia a las
alteraciones perceptivas de tipo congénito, además de por una enfermedad mental, las
alteraciones de la percepción pueden tener su origen en defectos sensoriales, como la ceguera,
la sordomudez o el autismo, o bien en una anomalía cerebral. Además, la jurisprudencia
contempla que estas alteraciones tengan como efecto la no adquisición de una conciencia
crítica sobre la ilicitud de un acto (SAP de Madrid de 7 de febrero de 2006).
24
2.3.4. Minoría de edad.
b) Existe una edad límite de dieciocho años establecida por el Código Penal, que precisa
de otro límite mínimo, a partir del cual comienza la posibilidad de exigir esa
responsabilidad del menor y que se ha concretado en los catorce años. Existe la
convicción de que las infracciones cometidas por los niños menores de esta edad, son
en general irrelevantes. También se defiende que en los raros supuestos en que
aquellas pueden producir alarma social, son suficientes, para darles una respuesta
igualmente adecuada, los ámbitos familiar y asistencial civil, sin necesidad de la
intervención del “aparato coercitivo” del Estado.
d) Son reconocidas explícitamente todas las garantías que se derivan del respeto de los
derechos contenidos en la Constitución y de las específicas exigencias de los intereses
del menor.
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g) El superior interés del menor sirve de orientación tanto para el procedimiento, como
para las medidas que se adopten. Éste ha de ser valorado preferentemente con criterios
técnicos y no de tipo formalista por equipos profesionales especializados en el ámbito
de las ciencias no jurídicas.
h) La protección del interés del perjudicado o víctima del acto cometido por el menor
prevalece. En este sentido, el procedimiento para el resarcimiento, en su caso de daños
y perjuicios, ha de ser rápido y poco formalista.
i) El enjuiciamiento para procedimientos por delitos graves cometidos por mayores de
dieciséis años requerirá el establecimiento de un régimen de intervención del
perjudicado, en orden a salvaguardar el interés de la víctima en el esclarecimiento de
los hechos.
El artículo 20.6 del Código Penal, así como diferentes sentencias del Tribunal
Supremo (STS de 13 de diciembre de 2002; STS de 4 de octubre de 2011) establecen una
exención de responsabilidad para aquel que obre impulsado por miedo insuperable. Es
necesario que exista una situación potencialmente dañosa grave, inminente y real que
produzca una perturbación del ánimo invencible. No cabe invocar miedo insuperable cuando
el mal que atenaza la voluntad sea una actividad lícita (como por ejemplo, el miedo a ser
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detenido por la policía) y no es necesario que el mal que provoca la situación de pánico o
miedo sea más grave que el que se causa con la acción.
En un estudio realizado por Vilariño, Alves y Amado (2016), sobre el perfil clínico y
delictivo de reclusos inimputables portugueses, se encontró que la esquizofrenia constituía el
principal diagnóstico sobre el que se fundamentaba la declaración de inimputabilidad (70% de
los casos), siempre y cuando el delito esté relacionado con la enfermedad (Hernández, 2015).
La siguiente causa de inimputabilidad tiene base en los trastornos del estado de ánimo
(depresión y bipolar), pero raramente aparecen recogidas por la jurisprudencia como fuente
completa de no imputabilidad (Arce et al., 2014). Seguidamente aparece el trastorno
relacionado con el abuso de sustancias, los cuales no anulan las capacidades cognitivas y
volitivas completamente a no ser que vayan acompañados de otros síntomas (Arce et al.,
2014). Finalmente, se contemplan los trastornos de la personalidad. Sin embargo cabe
mencionar que quien las padece posee capacidad suficiente como para discernir sobre lo justo
e injusto de un hecho y actuar conforme a esa comprensión (Vilariño, Alves y Amado, 2016).
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2.4.1. Oligofrenias.
Para el retraso mental de tipo congénito, los criterios diagnósticos son los siguientes:
El DSM-5 (APA, 2013) lo define como trastorno caracterizado por limitaciones del
funcionamiento intelectual (tales como el razonamiento, la resolución de problemas, el
aprendizaje o el pensamiento abstracto) y deficiencias en el comportamiento adaptativo, de
forma que el individuo no alcanza los estándares de independencia personal y de
responsabilidad social en lo que refiere a aspectos de la vida cotidiana del individuo. Así, el
DSM-5 realiza una clasificación en base al grado o nivel de retraso mental (American,
Psichyatric Association, 2013):
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incapacitante, ya que el individuo es capaz de ir evolucionando hasta un límite. Pero,
puesto que pueden necesitar de supervisión, tutela, orientación o asistencia, si hay una
condena se permuta por la asistencia a un centro asistencial. Este grupo incluye
alrededor del 85% de las personas afectadas por el trastorno. Contando con los apoyos
adecuados, los sujetos con retraso mental leve acostumbran a vivir satisfactoriamente
en la comunidad, sea independientemente, sea en establecimientos supervisados.
- Moderado (CI entre 35-40 y 50-55). Más allá de los 5 o 6 años de edad todo lo que son
capaces de aprender estos individuos son únicamente rutinas a través de técnicas de
condicionamiento, por lo que van a necesitar siempre supervisión de manera más o
menos controlada. Este grupo constituye alrededor del 10% de toda la población con
retraso mental. Se adaptan bien a la vida en comunidad, usualmente en instituciones
con supervisión.
- Grave (CI entre 20-25 y 35-40). En este caso, los individuos de esta categorización
necesitan supervisión continuada a tiempo completo y durante todo el ciclo vital. Este
grupo supone el 3-4% de los individuos con retraso mental. Durante los primeros años
de la niñez adquieren un lenguaje comunicativo escaso o nulo. En su mayoría se
adaptan bien a la vida en comunidad, sea en hogares colectivos o con sus familias, a
no ser que sufran alguna discapacidad asociada que requiera cuidados especializados o
cualquier otro tipo de asistencia.
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cuanto menor es la edad, tanto más difícil es evaluar la presencia de retraso mental
excepto en los sujetos con afectación profunda. Por tanto, existe un déficit intelectual
pero no es posible establecer un grado de discapacidad por no poder realizarse una
evaluación.
2.4.2. Psicosis.
La psicosis se define como una enfermedad mental que produce una pérdida de
contacto con la realidad, la objetividad y la lógica caracterizada por alucinaciones, sospechas
infundadas, delirios, etc. como pueden ser la esquizofrenia o la paranoia. Se trata de un
trastorno mental mayor, ya sea de origen emocional u orgánico, que produce deterioro en la
capacidad de pensar, responder emocionalmente, recordar, comunicar, interpretar la realidad y
comportarse. Aquellos que padecen ese trastorno suelen experimentar creencias falsas o
delirios, percepciones inexistentes o alucinaciones, cambios de la personalidad y
pensamientos desorganizados. Pueden ir o no acompañados de un comportamiento inusual o
extraño, así como, dificultades para interactuar socialmente o llevar a cabo actividades de la
vida diaria (American Psichyatric Association, 2013; Bazán, 2016; López, 2016). Presentar
este trastorno, a nivel penal, supone una limitación tanto para la capacidad cognitiva como
volitiva, en aquellos periodos de crisis en los que el trastorno llega a su desarrollo máximo
(Fonseca, 2007).
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A la hora de valorar la incapacitación (total o parcial), debemos fijar de qué patología
estamos hablando, así como el gradiente de la misma (Fonseca, 2007). Si atendemos a esta
premisa, se aplicará la eximente completa cuando el individuo no sea capaz de comprender la
ilicitud de los hechos. En estos supuestos, se opta por un internamiento psiquiátrico o la
asistencia a un programa educativo. Por su parte, la eximente incompleta se establecerá
cuando el sujeto tuviera cierta capacidad de comprensión, se reducirá la pena impuesta pero
ingresará igualmente en un centro penitenciario (Rufilanchas y Arch, 2016). Una condición
sine qua non, que ha de ser tenida en cuenta, es la de establecer una relación de causa-efecto
con el hecho ilícito, es decir, si se dio un episodio psicótico en el momento en el que se
cometió el acto delictivo (Fernández, 2015; Puerta, 2007; Rufilanchas y Arch, 2016).
2.4.2.1. Esquizofrenia.
A. Dos (o más) de los síntomas siguientes, cada uno de ellos presente durante una
parte significativa de un período de un mes (o menos si ha sido tratado con
éxito). Al menos uno de ellos ha de ser (1), (2) o (3):
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1. Delirios.
2. Alucinaciones.
3. Discurso desorganizado (p. ej., disgregación o incoherencia
frecuente).
4. Comportamiento muy desorganizado o catatónico.
5. Síntomas negativos (es decir, expresión disminuida o abulia).
B. Durante una parte significativa del tiempo desde el inicio del trastorno, el nivel
de funcionamiento en uno o más ámbitos principales, como el trabajo, las
relaciones interpersonales o el cuidado personal, está muy por debajo del nivel
alcanzado antes del inicio (o cuando comienza en la infancia o la adolescencia,
fracasa la consecución del nivel esperado de funcionamiento interpersonal,
académico o laboral).
C. Los signos continuos del trastorno persisten durante un mínimo de seis meses.
Este período de seis meses debe incluir al menos un mes de síntomas (o menos
si se trató con éxito) que cumplan el Criterio A (es decir, síntomas de fase
activa) y puede incluir períodos de síntomas prodrómicos y residuales.
Durante estos períodos prodrómicos o residuales, los signos del trastorno se
pueden manifestar únicamente por síntomas negativos o por dos o más
síntomas enumerados en el Criterio A presentes de forma atenuada (p. ej.,
creencias raras, experiencias perceptivas inhabituales).
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F. Si existen antecedentes de un trastorno del espectro autista o de un trastorno de
la comunicación de inicio en la infancia, el diagnóstico adicional de
esquizofrenia sólo se hace si los delirios o alucinaciones notables, además de
los otros síntomas requeridos para la esquizofrenia, también están presentes
durante un mínimo de un mes (o menos si se trató con éxito). (p. 99)
Cabe destacar que los individuos con esquizofrenia no suelen cometer delitos, pero
cuando los cometen, generalmente se caracterizan por la falta de motivación e incomprensión
desde la lógica habitual (Esbec y Echeburúa, 2016b). Además, estos suelen desarrollarse con
gran impulsividad y mostrar un carácter impredecible, habitualmente derivado de
pensamientos delirantes o alucinaciones. Por ello, los delitos cometidos por estas personas
provocan un gran impacto mediático, lo que contribuye a mantener el estigma de que las
personas que padecen esquizofrenia son peligrosas (Núñez y López, 2009). Por otro lado, la
violencia ejercida por pacientes esquizofrénicos suele ser endonuclear, es decir, sobre
personas próximas, como familiares o cuidadores (Bazán, 2016).
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embargo, presentan comportamientos y sentimientos adecuados en todo aquello que no está
directamente relacionado con el dicho delirio (Fonseca, 2007).
Según el DSM-5 (APA, 2013) para diagnóstico del trastorno delirante se deben
cumplir los criterios siguientes:
- Criterio A: presencia de delirios por lo menos durante un mes (p. ej.: ser seguido,
envenenado, infectado, amado a distancia o engañado por el cónyuge o amante, o
tener una enfermedad).
- Criterio B: no haberse cumplido nunca los requisitos para el Criterio A de
esquizofrenia.
- Criterio C: excepto por el impacto de las ideas delirantes, no hay alteración del
comportamiento ni déficits de funcionamiento.
- Criterio D: de haberse producido episodios afectivos (manía o depresión), han sido de
corta duración en comparación de los períodos delirantes.
- Criterio E: el trastorno no es debido a los efectos fisiológicos directos de alguna
sustancia (v. gr., droga o medicamento) o a enfermedad médica, y no es explicable por
otro trastorno mental.
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2.4.3. Trastornos neurocognitivos.
Los trastornos de mayor relevancia a nivel forense dentro de esta categoría son el
delirium y la demencia. Este tipo de trastornos pueden presentarse a cualquier edad, siendo
más frecuentes en la infancia y la vejez.
Delirium.
Los criterios para el diagnóstico de delirium según el DSM-5 (APA, 2013) son:
- Criterio A: presencia de una alteración de la atención y la conciencia.
- Criterio B: el cambio respecto a la atención y conciencia basales se produce en
poco tiempo, padeciendo fluctuaciones a lo largo del día.
- Criterio C: presencia de un déficit cognitivo adicional (v. gr., memoria,
orientación, lenguaje, enlentecimiento del curso del pensamiento).
- Criterio D: dichas alteraciones no se explican mejor por otra alteración
neurocognitiva (TNC), ni en un estado de estimulación extremadamente reducido
como puede ser el coma.
- Criterio E: la alteración aparece como consecuencia directa de otra afección
médica, intoxicación o síndrome de abstinencia por una sustancia, una exposición
a una toxina o debida a causas mixtas. (p.596)
En cuanto a la imputabilidad de estos sujetos, hay que mencionar que las funciones
cognitivas se encuentran alteradas, especialmente si hablamos de la conciencia y la atención.
Por ello, el psicólogo debe analizar en qué medida están afectadas sus facultades cognitivas y
volitivas. Cuando el hecho delictivo se comete como consecuencia de este trastorno, suele
aplicarse la eximente completa del artículo 20.1, y es una de las pocas veces en las que se
atiende al trastorno mental transitorio debido a su transitoriedad (Bazán, 2016; López, 2016).
35
Demencia.
Los criterios diagnósticos comunes que establece el DSM-5 (APA, 2013) son los
siguientes:
36
C. Los déficits cognitivos no ocurren exclusivamente en el contexto de un
delirium.
D. Los déficits cognitivos no se explican mejor por otro trastorno mental (p. ej.,
trastorno depresivo mayor, esquizofrenia). (p.602)
A pesar de que los delitos cometidos pos las personas que están bajo la influencia de
algún tipo de TNC no dejan de ser casos aislados, es relevante mencionarlos ya que el calado
de estos déficits cognoscitivos, en especial de la memoria, afectan claramente a la
imputabilidad de los sujetos en cuestión (Bazán, 2016). Los trastornos neurocognitivos siguen
un curso progresivo de deterioro cognitivo y funcional, que dependerá de la etiología
subyacente. Normalmente, en las fases iniciales la sintomatología todavía no es demasiado
evidente y es tendente a fluctuar entre períodos de aparente normalidad, por lo que es
entonces cuando existe una mayor probabilidad de que estos individuos lleguen a cometer
delitos (Montañés, 2003). A medida que progresa la demencia, aumenta la gravedad de la
misma, pero también disminuye no solo la probabilidad sino la capacidad para cometerlos
(Torres-Ailhaud, 2002).
Sin embargo, en los períodos iniciales se considera que las capacidades cognitivas y
volitivas no están anuladas, en todo caso atenuadas, lo que suele conllevar la aplicación de la
eximente incompleta del artículo 21.1 o la atenuante analógica dependiendo de la gravedad
del trastorno. No obstante, existe cierta polémica en torno a si se debe considerar
semiimputable a estos individuos en las fases iniciales, ya que al ser una enfermedad
neurodegenerativa, el individuo acabará perdiendo las capacidades cognoscitivas que le
permiten comprender el motivo de la pena (Cano, 2006b; Carrasco y Maza, 2005). En las
fases avanzadas se aplicará indudablemente la eximente completa del artículo 20.1.
2.4.4. Psicopatía.
37
lo que el elemento patológico clave para considerar algún efecto sobre la imputabilidad del
penado no es suficiente con la mera presencia de la psicopatía. De este modo, se halla
necesario la presencia de una afectación relevante de las facultades psíquicas (cognitivas y
volitivas). Sin embargo, existe un gran sesgo de este tipo de personalidad.
38
2.4.5. Trastornos del estado del ánimo.
39
que no puede dejar secuelas, sin embargo, posteriormente, se le pide una evaluación al
psicólogo forense que consta, entre otras cosas, de la evaluación de secuelas psicológicas.
El proceso penal se divide en dos fases. La primera de ellas es una fase preparatoria o
de diligencias previas, cuya finalidad es preparar el juicio oral para ver si hay indicios
suficientes de que se cometieron los hechos y quiénes fueron sus autores. Seguidamente se da
comienzo a la fase de enjuiciamiento o fase de juicio oral, la cual en otro proceso que no fuera
penal se iniciaría ya con la demanda (Código Penal, 1995). En este punto, el art. 24.2 de la
Constitución Española le otorga a las partes el derecho a disponer de los medios de prueba
que considere pertinentes. Sin embargo, este derecho no es absoluto, puesto que está limitado
por la necesidad de que las pruebas solicitadas sean pertinentes y necesarias (principio de
coherencia), valoración que corresponde al órgano judicial. En base a este mismo principio, le
corresponde en exclusiva la labor de interpretación y valoración de las pruebas practicadas,
según su conciencia, su sano juicio o su sana crítica.
Según refleja el Artículo 26 de nuestro Código Penal (1995), “se considera documento
todo soporte material que exprese o incorpore datos, hechos o narraciones con eficacia
probatoria o cualquier otro tipo de relevancia jurídica”. Por tanto, para que un Juez o Tribunal
pueda pronunciarse sobre determinadas cuestiones aparece la necesidad de la prueba pericial
40
como elemento imprescindible, aunque la valoración de las mismas a su vez comporta una
gran dificultad (Díez, 2007). Concretamente, la emergencia de la Psicología, como estudio de
la conducta y comportamiento humanos, nutre al Derecho Penal de abundante material que
debe ser muy tenido en cuenta (Sánchez, 2012).
Dentro de este proceso, las tareas del psicólogo forense son las de evaluación
psicopatológica y cognitiva, interpretación de la evaluación psicopatológica de cara a la
imputabilidad en el momento de los hechos (actus rea) y, por tratarse de un contexto de
evaluación médico legal, plantear la hipótesis de simulación. En el DSM-IV-TR se define la
simulación como la producción intencionada de síntomas físicos o psicológicos
desproporcionados o falsos, motivados por incentivos externos como escapar de una condena
(American Psychiatric Association, 2002). Por este motivo, en todo caso, el peritaje será
adaptado al sujeto y atendiendo al control de la simulación.
41
condicionante corresponde a los expertos en salud mental, de modo que su objeto de estudio
es la estimación del grado de afectación en las capacidades cognitivas y volitivas (Arce et al.,
2014).
Para que la hipótesis de la simulación tenga relevancia es necesario que los potenciales
simuladores dispongan de capacidad para la misma. En un estudio de campo con legos en
Psicología, a los que pidieron que simularan una enfermedad mental no imputable en el
MMPI y en una entrevista clínico-forense, encontraron que el 78,8% de los participantes eran
capaces de simular en el MMPI una enfermedad mental no imputable, mientras que se
encontraron que el 41,2% lo eran en la entrevista clínico-forense (Arce et al., 2002; Fariña,
Arce y Novo, 2004). Los resultados de diversos estudios de campo muestran que las escalas
de control de validez del MMPI son indicadores robustos de la simulación, pero no totalmente
efectivos. Lo mismo ocurre con la detección de las estrategias de simulación en la entrevista
clínico-forense: evitación de respuestas, combinación de síntomas, síntomas raros, síntomas
obvios, síntomas sutiles, síntomas improbables, severidad de síntomas, inconsistencia de
síntomas observados y manifestados, estereotipos erróneos y negación de sintomatología
habitual.
42
que controlen la simulación (Arce et al., 2014; Arce et al., 2002). Por tanto, es preciso
combinar estos indicadores para detectar a todos los simuladores (Arce et al., 2002).
43
(aconsejamos el SCL-90-R que incluye el índice de severidad global, índice de
malestar referido a síntomas positivos y el total de síntomas positivos que permiten
una estimación de una potencial simulación o disimulación). Con esta segunda
medida, no sólo se somete a prueba la validez del protocolo (un único indicador de
invalidez no es prueba suficiente), sino también la consistencia inter-medidas. Es
recomendable que se haga en este orden porque en la tarea de reconocimiento el sujeto
aprende. Debe tenerse presente que la tasa de consistencia no va a ser total. Hay que
considerar que incluso las medidas test-retest distan mucho de la perfección. La
entrevista, que ha de ser llevada a cabo por un entrevistador entrenado y con
conocimientos de psicopatología, se estructura en torno a los siguientes pasos:
1. Presentación de la entrevista, del objeto y procedimiento.
2. Pedir a los sujetos que relaten en formato de discurso libre los síntomas,
conductas y pensamientos en comparación con el estado anterior al
accidente.
3. Reinstauración de contextos si los sujetos no responden motu proprio sobre
sus relaciones familiares (EEGAR), relaciones sociales (EEASL) y
relaciones laborales (EEASL).
4. Construcción de una rejilla de síntomas según el DSM-IV-TR y recuento de
los mismos según su expresión directa y sus observaciones; ajustar los
síntomas a trastornos.
5. Controlar la fiabilidad a través del estudio de las estrategias de simulación.
44
social. Aquellos sujetos que sean evaluados por las escalas de control del MMPI en el sentido
de que se abstienen significativamente de dar respuesta (Escala ?) y que tienden a dar
respuestas de deseabilidad social, no siguen las estrategias típicas de simulación, lo que debe
interpretarse más como indicio de veracidad del protocolo que un intento de simulación. Es
necesario tener en cuenta que este criterio se ha interpretado en términos forenses como un
indicador fiable de simulación. No obstante, esta relación no se puede generalizar a otros
contextos legales tales como la evaluación de daños. Así, a menor tiempo transcurrido entre el
daño y la evaluación, mayor probabilidad de que se produzca un perfil inválido (debido a un
exceso de omisiones). O sea, la evaluación requiere, en este contexto de evaluación de daños,
que éste esté consolidado. Segundo, personas implicadas en litigios por daño personal,
dejaban más preguntas sin contestar que otras personas. Además, si se usa el MMPI-2 es
preciso tener en mente que el número de preguntas que los individuos dejan sin contestar es
menor, debido a que, en esta nueva versión, se eliminaron cinco de los diez ítems del MMPI
que eran omitidos con más frecuencia. La clasificación como disimulación de las escalas de
manipulación consciente de la imagen del MMPI-2; la configuración psicótica en V; la
configuración psicosomática en V; los criterios del Modelo de Decisión Clínica de Cunnien,
los cuales permiten recuperar la gran mayoría de los casos graves; y los síntomas no
accesibles. Las escalas del MMPI-2 K y F-K son insensibles en los casos reales. En los casos
psiquiátricos aparecen indicadores de simulación, como patologías que deberían estar, y, sin
embargo, no aparecen, por ello se debe dar más importancia a unos síntomas que a otros
(alucinaciones vs problemas del sueño). En la mayoría de los casos aparece la tríada neurótica
histeria, depresión e hipocondriasis, donde la depresión tiende a normalizarse ya que se
cronifica en forma de somatización y da lugar a que se detecten también indicadores de
disimulación (Arce et al., 2014; Arce, Novo y Alfaro, 2000; Arce y Fariña, 2006a, 2006b).
Existen otros criterios, los criterios negativos, que sí son accesibles a simulación, es
decir, existen una serie de criterios que anulan o mitigan la validez del protocolo. Estos son
los sistemas de medición donde las escalas correspondientes del MMPI, las estrategias de
control del engaño de la entrevista u otros no detectan enfermedad mental, o lo que es lo
mismo si los instrumentos de medida no detectan enfermedad incapacitantes alguna no se
puede sostener la misma. Este primer criterio es eliminatorio. Otro criterio son las escalas e
índices de control de validez del MMPI y sus combinaciones que miden (sobre) simulación y
clasifican el protocolo como simulación; la falta de consistencia interna según el seguimiento
de estrategias de simulación en la entrevista sin deterioro mental que la avale; así como la
45
ausencia de concordancia inter-medidas de la entrevista y la instrumentación psicométrica.
Estos restantes no son determinantes, con lo que requieren cuanto menos la complementación
de dos criterios y el estudio de las hipótesis alternativas para concluir en relación a la no
imputabilidad. Así, los criterios negativos son aquellos que anulan el protocolo en caso de
simulación, por esto mismo se aplican antes que los positivos. Si se cumple el primer criterio,
criterio estricto si la enfermedad mental no es medible, no se puede sostener no imputabilidad
por causa de enajenación mental y se habla de simulación. Ante este resultado existen dos
opciones: se da por anulado el caso (por simulación) o se trata de un caso grave. Si no hay
daño y/o no hay concordancia finaliza el caso, si la hay se inicia el diagnóstico diferencia de
simulación. Si se trata de un caso grave se aplican posteriormente los criterios positivos. Los
restantes criterios negativos en sí mismos no son determinantes, con lo que se requerirá,
cuando menos, la complementación de dos criterios y el estudio de las hipótesis alternativas
para concluir simulación en relación a la no imputabilidad. Para estos últimos indicios, existe
además un criterio de invalidez del protocolo, se trata del concepto de “invalidez
convergente”. Aparece en aquellas evaluaciones con resultado de causa de inimputabilidad y
consistentes inter-medidas y requiere de, al menos, dos indicios de invalidez para desestimar
un protocolo como válido (Arce et al., 2014).
46
prueba la validez del mismo y la consistencia inter-medidas, aunque debe tenerse en
cuenta que la tasa de consistencia no va a ser total. Esto se debe a que incluso las
medidas test-retest distan mucho de la perfección. Por otra, se lleva a cabo el estudio
de la fiabilidad según la consistencia interna de la narración de las declaraciones,
consistencias inter-medidas, consistencia inter-contexto (antecedentes, pruebas
documentales, etc.) y consistencia inter-evaluadores.
5. Tras esto es necesario realizar un control de falsos positivos, esto es, enfermos reales,
a través de un estudio de los antecedentes e historia general del sujeto, de las hipótesis
alternativas en cada indicador de no validez, y del cumplimento de los criterios del
Modelo de Decisión Clínica de Cunnien para el establecimiento de la simulación.
6. Además, el psicólogo forense cuenta con más información acerca del sujeto que la que
facilita la evaluación. Así, a través de la anamnesis o estudio de los antecedentes
podemos reforzar nuestra evaluación con los antecedentes del sujeto, datos del
entorno, un estudio de su comportamiento, recabar pruebas documentales, otros
testimonios, etc.
47
está sujeto a error. Además, debe tenerse en mente la máxima “in dubio pro reo” y, en
caso de duda razonable, decantarse a favor del acusado, siendo recomendable en estos
casos recurrir a una tercera categoría “indefinido”, ya que posicionarse por
“probablemente no simulador” supone la asunción de un riesgo más allá del margen
de error científico.
48
ESTUDIO DE CASO
49
3. RESULTADOS
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