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Cárcel Gorgona

La Gorgona es una isla situada en el océano Pacífico, a 35 kilómetros de la costa


colombiana. Desde fines de la década de 1950 y hasta 1983 funcionó allí una
extraña penitenciaria que aceptaba solamente a reclusos con al menos 12 años de
condena por homicidio. El director de 16 memorias decide explorar esa isla que
alguna vez reunió a hombres peligrosos y que en la actualidad alberga solamente la
fauna y la flora propias del ecosistema.

De la vieja institución carcelaria a la institución de un parque nacional hay un hiato


que es la historia de los prisioneros y de sus carceleros, una historia paradójica por
la cual un grupo de excluidos sociales habitaba un presunto paraíso natural sin
conjurar la inevitable experiencia de encierro. Uno de ellos asegura que la
experiencia más terrible en una vida es la de ser un preso.

La inteligencia de Botero para recuperar la historia y observar el presente consiste


en desunir la voz de la imagen y el sonido. Quienes fueron parte de esa comunidad
maldita y asimétrica, los que pueden enunciar y reconstruir el pasado, nunca se ven;
permanecen en fuera de campo, excepto por sus voces, las cuales contrastan
radicalmente con la silenciosa vida animal, notablemente diversa, que predomina en
la isla. Esa paradoja articula la puesta en escena: el documental observacional puro
con el que se revisan las viejas ruinas edilicias de la cárcel y los indicios de que allí
hubo una experiencia social misteriosamente temible se enrarece a través de los
testimonios de los presos (que no tienen nombre en el relato, porque son solamente
números, aunque sí se los identifica más tarde en los créditos). Los animales
pueden estar en cautiverio y enjaulados, pero, reducidos al mero instinto, el
concepto de libertad está fuera de su radar. Esa condición es aprovechada por
Botero para ahondar en la naturaleza del encierro. La predilección por los planos
fijos también induce a sentir la inmovilidad como la primordial percepción de todo
preso.
Los otros dos procedimientos poéticos también desestabilizan la lógica de
representación más imponente y prominente. Algunas historias o episodios se
ilustran con una discreta pero eficiente animación en blanco y negro. Frente a ese
recurso visual, en varios pasajes se ven asimismo diversos materiales de archivo
que sirven como un segundo sistema de oposición entre el semblante de la isla vista
como parque natural y las memorias de registro de cuando el lugar fue una cárcel.
En este sentido, hay una preocupación de hacer visible la arquitectura total y el
espacio en el que se ha erigido un emplazamiento de encierro, aunque lo más
conmovedor radica en mirar la vida de los internos, como se les solía llamar. En un
plano fugaz, un preso lee un libro en su celda. Dura un segundo, pero en esa
fantasmal imagen se sintetiza la filosofía humanista que destila La Gorgona, historia
fugadas.

El famoso navegante Francisco Pizarro rebautizó la isla con un nombre que remitía a
la mitología griega tras cotejar la inmensa cantidad de serpientes que residían en
ese perímetro de selva acotado de 9 kilómetros de largo y 2 y medio de ancho.
Botero demuestra que su presencia no ha cambiado en absoluto desde entonces; en
la tierra son ellas las que encarnan el temor de los hombres; en el agua están los
tiburones, comisarios involuntarios del mar y disuasión ecológica de cualquier
fantasía de escape.

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