Está en la página 1de 80

PRIMERA PARTE

Subjetivación: entre saberes y


poderes
La patetización del mundo
Ensayo de antropología política del sufrimiento

Didier Fassin

El incremento de las desigualdades sociales en muchos países del mundo con la


aparición de nuevas formas de pobreza en las sociedades ricas y las consecuen-
cias que eso tiene sobre el estado de la salud de las poblaciones —especialmente
en términos de disparidades frente a la enfermedad y a la muerte— han dado lu-
gar, en la última década, a una renovación de la retórica que sirve para describir
y transformar el mundo social. En efecto, las nociones y palabras que se utilizan
para expresar las desigualdades son las mismas que las que se utilizan para hacer
las políticas que pretenden luchar contra ellas.
Basándome en el ejemplo francés, pero intentando darle un significado más
universal, quisiera interrogarme sobre el sentido de esta evolución. No voy, en-
tonces, a describir las desigualdades y su traducción en los cuerpos, sino a anali-
zar cómo han sido construidas y tratadas socialmente a través de las representa-
ciones y practicas políticas dirigidas hacia los sectores de la sociedad que sufren
dichas desigualdades.

EL GOBIERNO DE LA VIDA Y LA POLÍTICA DEL SUFRIMIENTO

La cuestión del "biopoder" ocupa, en la obra de Michel Foucault, un sitio cen-


tral. El autor lo define (1976) como la conjunción de una "anatomopolítica", que
representa lo que llama el control del "cuerpo-máquina" por tecnologías que in-
tervienen sobre sus actitudes, tales como la escuela, la cátcel y la medicina, y por
otro lado, de una "biopolítica", que se impone a lo que designa como "cuerpo-
especie", a través de dispositivos que regulan su natalidad, su fecundidad, su
morbilidad, hasta su muerte y su mortalidad, haciéndolo en términos de cono-
cimiento, gracias a la demografía o a la epidemiología, como en términos de ac-
ción, por la planificación familiar o la salud pública. Este proceso en su conjun-

31
to es considerado por Michel Foucault como un proceso de normalización que
define un orden moral y político, y su Historia de la sexualidad, por lo menos La
voluntad de saber, se inscribe en esta línea, siendo el discutso sobre el sexo la
ilustración ideal de la articulación entre anatomopolitica y biopolítica. Entre este
ptimet volumen y el segundo, El uso de los placeres, y el tercero, La inquietud de
sí, que fueron los últimos libros publicados en vida del autor, transcurren ocho
años. Durante este periodo de relativo silencio, su teoría evolucionó, de una
concepción bastante objetiva del biopoder, hacia un interrogante sobre los pro-
cesos de "subjetivación". En sus propias palabras, de una "genealogía del po-
der", hacia una "hermenéutica del sujeto". Esto marca lo que se puede conside-
rar como el paso de la segunda a la tercera fase de su obra.
En el periodo actual, la mayoría de las investigaciones que se han realizado
en ciencias sociales desde una perspectiva foucaultíana sobre medicina y enfér-
medad, se han referido a la cuestión del "nacimiento de la clínica" -lo que co-
rresponde a la primera fase o fase "arqueológica"— para mostrar cómo se consti-
tuyó la mirada moderna sobre el cuerpo (1963 y 1972). Durante el mismo lapso,
la mayoría de los estudios históricos, sociológicos y antropológicos que se han
hecho sobre la salud pública y las políticas sanitarias, inspirados por esta obra,
han utilizado la problemática del "poder sobre la vida" —lo que corresponde a la
segunda fase o fase "genealógica"— con el objeto de denunciar el control crecien-
te de la sociedad y especialmente del Estado sobre los cuerpos (1975 y 1976). La
ruptura entre las dos fases ha sido justamente enfatizada por Hubert Dreyfus y
Paul Rabinow (1982). Mi tesis es, sin embargo, que para entender lo que ocurre
hoy en el campo de la salud y más allá de lo que he propuesto designar como el
gobierno de la vida —es decir la aplicación de lo político en lo biológico— es nece-
sario abordar la cuestión a partir de los procesos de subjetivación, tercera fase o
fase "hermenéutica" a través de los cuales se representa el mundo social, y se
muestran, de manera caricaturesca, las desigualdades sociales (1994). En efecto,
los últimos textos de Michel Foucault sobre el "sujeto" abren un espacio concep-
tual que ha sido muy poco explorado, pero que podría ser extraordinariamente
fecundo para la comprensión de lo político.
Estos procesos alrededor de las desigualdades sociales se pueden describir de
manera más precisa como una inflexión de la "política de la piedad", según la
expresión de Hannah Arendt (1963) en su ensayo Sobre la revolución, hacia lo
que propongo llamar la política del sufrimiento; cambio de dirección que corres-
ponde a una de las transformaciones culturales más significativas de nuestro
tiempo y particularmente en el mundo occidental.
Para la filósofa alemana, el énfasis que la Revolución Francesa y sus herede-
ros ponen sobre la "cuestión social", es decir sobre las desigualdades profundas
y violentas que caracterizan al mundo moderno, industrializado y utbanizado,

32
define una forma especifica de conciencia política que diferencia la sociedad en-
tre unos ricos que pueden alcanzar hasta la felicidad y unos pobres que sobrevi-
ven en la miseria. Todo el esfuerzo de los higienistas del siglo XIX, analizado
por George Rosen (1957), desde Villermé en Francia, hasta Chadwick en Ingla-
tetra, o Virchow en Alemania, puede ser considerado como una forma de políti-
ca de la piedad aplicada a la salud pública. Los estudios sobre mortalidad, las
denuncias de las injusticias frente a la enfermedad y las recomendaciones a los
gobernantes para mejorar la salud del pueblo, se refieren a la representación so-
cial de las masas pobres que padecen en sus cuerpos la dominación y la explota-
ción del capitalismo. De estos trabajos data el hallazgo de las desigualdades so-
ciales en relación con la salud, y particularmente, con la muerte, y la revelación
de que, en ese período, el proletariado tenía, en promedio, una duración de vida
hasta diez veces inferior a la de la burguesía.
Dos características de esta concepción —tal como se realiza en ía política de la
piedad— no mencionadas explícitamente por Hannah Arendt, me parecen signi-
ficativas. La primera se refiere al cuerpo, es decir, al deterioro físico relacionado
con la pobreza, la dominación y la explotación. La tuberculosis, desde este punto
de vista, puede ser considerada —por lo menos en la segunda mitad del siglo
XIX— como la enfermedad emblemática, pero en una forma más general se trata,
como he sugerido analizar (1996a), de la incorporación de la desigualdad. La se-
gunda concierne a grupos indi/erenciados, los pobres, los proletarios, las masas, es
decir, una colectividad sin cara. Sobre esta pesa la injusticia de la sociedad con
toda la ambigüedad analizada por Pietre Bourdieu (1987) en torno a "los usos
del pueblo".
Los dos cambios de dirección que distingo en el paso actual hacia una políti-
ca del sufrimiento son los siguientes: por un lado, un padecimiento síquico, un
dolor moral, no tanto concerniente al cuerpo, como a la mente; y por otro lado,
una visión del individuo como ser sufriente. Lo primero no es algo definido que
se objetive claramente y por lo tanto no se puede medir, lo que implica que no
se represente en términos de desigualdad social, sino de experiencia subjetiva; lo
segundo no es una realidad colectiva indistinta, sino más bien de una entidad
incorpotada en una persona de carne y hueso que sufre en su intimidad síquica
y su identidad moral. Este doble movimiento de psicologizadón y de individua-
ción corresponde a lo que se puede calificar como una patetización del mundo, es
decir una representación patética de las desigualdades sociales y la introducción
del pathos en lo político.
Para demostrar mi argumento, voy a utiliza! dos tipos de materiales empíri-
cos. Por una parte, documentos recientemente producidos en Francia. Me interesé
particularmente en documentos de la alta administración francesa en los cuales
se definen las políticas sociales y sanitarias, pero también acudí a informes ofi-

33
ciales, artículos de prensa, libros de ciencias sociales, actas de seminarios y sim-
posios de la última década. Por otra parte, los resultados de la observación parti-
cipante realizada en la región parisina, especialmente en tres ciudades de la peri-
feria desfavorecida, o para usar el eufemismo común, en "barrios en dificultad".
Estudié en particular las políticas locales de salud pública (1-998), que incluyen
los programas de los municipios dentro del contexto de la descentralización de
los años ochenta, las intervenciones estatales que se concretizan a nivel local, los
proyectos de las asociaciones humanitarias, las acciones de los profesionales de
salud e incluso, las iniciativas de algunos habitantes.
Este trabajo se inscribe de manera evidente, dentro de un contexto a la vez
nacional (Francia) y local (hamos pobres), lo que limita la amplitud de sus con-
clusiones. Sin embargo, daré ejemplos y haré paralelos con ortos contextos que
permitan sugerir una prudente generalización de mi tesis.

UNA NUEVA TOPOGRAFÍA SIMBÓLICA DE LA SOCIEDAD

En la última década, en Francia, la palabra desigualdades desapareció práctica-


mente del léxico político y científico; fue reemplazada por el término exclusión.
Simultáneamente, los pobres se convirtieron en excluidos. Este cambio de voca-
bulario no es anecdótico. Por el contrario, es revelador de una nueva representa-
ción del espacio social, de una nueva topografía simbólica de la sociedad, que no
concierne únicamente al contexto francés, como he intentado mostrarlo en otro
artículo (1996b), en donde comparo el caso de los Estados Unidos con el de
América Latina. El sociólogo francés Alain Touraine (1992) afirma, por ejemplo,
que hemos pasado de una sociedad organizada vertícalraente, basada en una je-
rarquía que daba lugar a desigualdades, a una sociedad estructurada horizontal-
mente, con un interior compuesto por los integrados y un extetior que reúne a
los excluidos.
Esta representación, de amplia difusión en las ciencias sociales francesas, no
se circunscribe a las esferas intelectuales. En realidad, se puede afirmar incluso
que nació y se desarrolló al inicio de la década del noventa en los círculos polití-
co-administratívos nacionales, en particular en el Commissariat general au Plan,
una agencia estatal de asesoría para el gobierno francés que desarrolló para el
Undécimo Plan un análisis conceptual del fenómeno y una estrategia política
para combatirlo. Además, jugó un papel importante en la campaña presidencial
de 1995, en la cual el candidato derechista, Jacques Chirac, aconsejado por un
antropólogo, tomó como leitmotiv la lucha contra la "fractura social". Triunfador
en las elecciones, el nuevo Presidente nombró a no menos de cuatro ministros
para atender dicha fractura. Si se juzga por el resultado de la votación legislativa
de 1997, en la cual la derecha perdió de manera sorprendente, se puede suponer

34
que una mayoría consideró que el tratamiento fue insuficientemente ortopédico
o demasiado quirúrgico. El tema de la exclusión social, que nació en Francia ha-
ce menos de diez años como sustituto del antiguo vocabulario de la pobreza, al-
canza actualmente un cierto renombre en otros lugares del mundo, como lo re-
vela la recopilación de Stewart Macpherson (1997), a propósito de estudios-rea-
lizados por la Organización Internacional del Trabajo en seis países.
¿Cómo definir la exclusión? ¿Quiénes son los excluidos? La lectura de espe-
cialistas en la cuestión, como Serge Paugam (1996), parece indicar que esta cate-
goría no es más homogénea que la de underclass que se impuso durante la últi-
ma década en América del Norte y en Gran Bretaña. Aunque el núcleo es repre-
sentado por los "nuevos pobres", especialmente por los "desempleados de larga
duración", incluye también a todos los que por una razón u otra se encuentran
en ruptura con el "lazo social", pata utilizar la expresión milagrosa bajo la cual
se integran ahora todas las demás categorías de personas con dificultades socia-
les: inmigrantes, minusválidos, personas viejas, enfermos del SIDA, etc. A pesar
de la heterogeneidad de la noción de exclusión, que Michel Messu (1997) des-
cribe como una "categoría sin objeto", dos rasgos la caracterizan: un abordaje
psicológico, a menudo mezclado con una dimensión cultural, y una individuación
de los excluidos. El abordaje psicológico no ha sido tan entatizado en Francia
como en los Estados Unidos, donde se desarrolla una verdadera campaña de re-
probación a las victimas (biaming the victím), especialmente a las mujeres negras
solteras con niños y a los padres negros designados como irresponsables. Sin
embargo, se podría mostrar que la actitud francesa de victimizadón no está tan
lejos de la visión estadounidense. Los comentarios de algunos ministros o los
discursos cotidianos de ciertos trabajadores sociales indican que la frontera entre
victimizadón y reprobación no es tan impenetrable. Con respecto a la individua-
ción, la retórica social insiste en el hecho de que cada historia es singular, única.
Puede ser la de la mujer proletaria sin calificación profesional que se divorcia y
se encuentra sin recursos y sin techo, pero también la del ejecutivo que pierde su
trabajo y cae en la miseria extrema. Los numerosos programas de televisión so-
bre el tema muestran cada vez la diversidad, es decir la singularidad de los itine-
rarios que conducen a la exclusión.
Este doble rasgo, victimi^ación y singulari^ación de los excluidos, define una
nueva forma de subjetivación de las desigualdades sociales y caracteriza lo que
ciertos autores como Robert Castel (1995) y Pietre Rosanvallon (1995) han lla-
mado la "nueva cuestión social". Sin entrar en la discusión sobre este concepto,
se entiende que si existe una nueva cuestión social, existe también la necesidad
de una nueva política social: no sólo en el sentido de un programa especifico de
tratamiento de la exclusión (policy), sino de un proyecto más genérico (politics).
De la misma forma en que el surgimiento de la cuestión social a finales del siglo

35
XVIII implicó una política de la piedad, la aparición de una nueva cuestión so-
cial al final del siglo XX supondría una política del sufrimiento. La exclusión,
como representación del espacio social, y el sufrimiento, como representación de ía
condición numana, se corresponden hoy, como se correspondían anteriormente
la pobreza y la piedad. Este cambio debe entenderse, por supuesto, más como
una transformación progresiva que radical. El discurso sobre los pobres y la
ideología humanitaria clásica no desaparecen totalmente. Al revés, la lógica de la
exclusión y del sufrimiento no se imponen completamente. Hay sectores de re-
sistencia a estas representaciones del mundo social. Sin embatgo, el cambio es
marcado, rápido y decisivo.
¿Cómo se traduce dicha inflexión? Primero, y eso tiene mucho que ver con el
proceso de globalización, la política del sufrimiento se define dentro del para-
digma del Estado democrático-capitalista del cual Giorgio Agamben efectuó el es-
tudio antropológico (1995). No hay discusión del paradigma, sino adaptación
para que los efectos sobre los más vulnerables sean un poco menos duros. Se
puede hablar de arreglos internos que implican mínimas correcciones, lo cual
significa que actualmente se considera prácticamente imposible luchat contra las
desigualdades; sólo se lucha contra sus consecuencias más visibles. Los procesos
de flexibilización, es decir, de precarización y reducción del empleo tienen cada
vez mayor aceptación. Se pretende luchar contra las desigualdades de ingresos a
través del impuesto, pero la redistribución casi no las afecta.
Segundo, dentro de este paradigma, el margen de acción de los agentes loca-
les es muy restringido, lo que causa una fuerte frustración, como lo muestra Pie-
rre Bourdieu (1993). La trabajadora social se encuentra desarmada frente a una
familia con padres desempleados y amenazas de expulsión de su casa por no pa-
gar el arriendo. El educador callejero no dispone de soluciones eficaces para un
joven que sale de la escuela sin diploma, sin perspectiva de empleo y que además
toma alcohol o drogas. Enfrentado al problema de unos niños intoxicados por el
plomo de la pintura de las viejas viviendas, el salubrista sólo puede aconsejar a la
madre cortarles las uñas para evitat que raspen las paredes. En cuanto al médi-
co, se limita habitualmente a formular medicinas ansioliticas para aliviar sínto-
mas provocados por estas situaciones. Para los políticos, ya sean alcaldes o mi-
nistros, la situación es insoportable; encarando problemas socioeconómicos cre-
cientes que tienen consecuencias deletéreas sobre la vida cotidiana de los ciuda-
danos, no pueden permanecer inactivos.

ESCUCHAR COMO MÉTODO DE PACIFICACIÓN

En el contexto en el cual el biopoder se caracteriza mejor por su impotencia que


por su exceso, se ha inventado el lieu d'écoute (extraña expresión que significa li-

36
teralmente lugar de escucha), una institución que es a la política del sufrimiento
lo que el dispensario gratuito era a la política de la piedad. Estos sitios fueron
creados por las circulares simultáneas de dos ministros a cargo del problema de
la exclusión. Una de las circulares se refiere a los "jóvenes errantes" y la otra, a
"los consumidores de drogas". Esta- creación fue el resultado de una reflexión
nacional sobre ias cuestiones ligadas a la pauperización creciente de algunos sec-
tores de la población, al desarrollo de las violencias urbanas y a los comporta-
mientos desviados. El informe del grupo interministerial nombrado para esta re-
flexión y presidido por Antoine Lazaras (1995) se titulaba Un sufrimiento que no
se puede esconder más y presentaba muchos ejemplos de situaciones individuales,
mejoradas por haber tomado en consideración el padecimiento moral de la per-
sona. Los lugares de escucha eran entonces la solución a los problemas de los
"barrios en dificultad", espedalmente para una juventud desorientada. Más que
considerar a los pobres como víctimas de situaciones de dominación, dc explota-
ción y discriminación (cuando eran de origen extranjero), se les percibe como
seres sufrientes a los cuales se debe escuchar y reconocer como humanos para
restaurar su dignidad, no pudiendo proponerles un mejoramiento de sus condi-
ciones objetivas de existencia.
¿Qué son estos sitios, designados también como "lugares de identificación"?
Son espacios manejados por asociaciones privadas con fondos públicos a donde
los adolescentes y los jóvenes pueden ir, permanecer un rato y discutir entre
ellos. Allí también pueden encontrar un sicólogo o un trabajador social. La en-
cuesta revela, sin embargo, que permanecen relativamente desiertos, que pocos
adolescentes y jóvenes se "identifican" y quieren ser "escuchados", y que aún
cuando la experimentación social funciona bien y les atrae, los que vienen per-
tenecen en su mayoría más a sectores populares que a sectores excluidos, como se
pretende. Asi, se descubre la función política de estos sitios: permitir tanto al
poder local como al estatal mostrar a la población que hacen algo contra el dete-
rioro de la vida, la violencia urbana y los descarríos juveniles. Este proceso, más
que una pacificación del pueblo, es una demostración de pacificación. En este sen-
tido, la política del sufrimiento es también una política de la impotencia y una
política del espectáculo.
Pero los lugares de escucha solamente representan la forma ejemplar de un
conjunto de dispositivos que operan como productores de subjetivación. Puesto
que se piensa que los pobres o los excluidos no acuden fácilmente a las institu-
ciones, se ha imaginado una manera de ir a su encuentro a través de buses, ori-
ginalmente destinados originalmente al cambio de las jeringas para los consu-
midores de heroína dentro de los programas de reducción de riesgos, que sirven
ahora como lugares móviles de escucha. Más allá de estas tecnologías específicas,
se puede hablar de una orientación general de todas las instituciones, pot lo

37
menos en el ámbito de las normas definidas, para que sus agentes tengan una
actitud de escucha y una propensión a compadecer, es decir a sufrir con, sobre
lo cual he realizado un análisis crítico en otro articulo (1998). Esto se puede ilus-
trar con el criterio establecido para acceder a un puesto que habia sido abierto
en un servicio de salud pública. El candidato tenía- que ser capaz de sentir
"compasión por las poblaciones desfavorecidas". Así, en pocos años, se ha desa-
rrollado y asumido una política, de carácter nacional y coherente, de escucha a
los seres sufrientes, específicamente en los sectores pobres. A diferencia de lo
que Luc Boltanski (1993) llama "el sufrimiento a distancia", refiriéndose a la ac-
titud distante hacia los seres sufrientes, tal como se ha desarrollado a través de la
moral humanitaria, la política de escucha corresponde a un sufrimiento a proximi-
dad, a una presencia física /rente a los seres sufrientes.
Conjuntamente con esta política ha fructificado un verdadero mercado del
sufrimiento del cual se han vuelto promotores eficaces ciertos sociólogos y an-
tropólogos. Obviamente, los investigadores en ciencias sociales han escuchado
siempre a quienes han estudiado: escuchar hace parte del oficio. La historia de
vida es, desde este punto de vista, la forma paradigmática de la postura de escu-
cha a través de la cual se recogen las narraciones de sufrimientos. Todos los que
hacen biografías saben que el relato puede ser a veces patético y volver empática
la relación con el narrador. La novedad actual es que ciertos sociólogos y antro-
pólogos se han convertido, más o menos conscientemente, en instrumentos de
legitimación de esta política del sufrimiento. Multiplican estudios, artículos, li-
bros, seminarios y congresos, y participan en programas de televisión donde se
exponen públicamente los problemas personales de los desfavorecidos. A la
"cultura de la pobreza" que pretendía, en la obra de Osear Lewis, dar cuenta de
la expetienda de los sectores populares, ha sucedido una clínica del sufrimiento
que implica una sicologización de las relaciones sociales, como se encuentra por
ejemplo en los trabajos sobre la vergüenza realizados por Vincent de Gaulejac
(1996). Es una orientación con un fuerte reconocimiento institucional.
Esta evolución invita a plantearse interrogantes sobre el papel de la sociología
y de la antropología, cuyas consecuencias éticas son evidentes. Frente a la socie-
dad y al poder, tal y como se revelan a través de la política del sufrimiento, man-
tener una posición critica supone evaluar paralelamente la realidad contemporá-
nea que recubre el sufrimiento, especialmente en los sectores dominados y explo-
tados, y la realidad contemporánea de una política del sufrimiento como respuesta
a las desigualdades sociales. El ecléctico número que la revista de la Academia
Americana de Artes y Ciencias, Daedalus, bajo la coordinación de Arthur
Kleinman, Veena Das y Margaret Lock (1996) consagró al "Sufrimiento social",
se inscribe más claramente en la primera orientación (descripción critica de las
formas actuales del sufrimiento) que en la segunda (análisis critico de la interpre-

38
tación de la violencia social en tétminos de sufrimiento). La riqueza del material
reunido y la diversidad de ias sociedades estudiadas revelan, sin embargo, la
universalidad de este modo patético de subjetivación de las relaciones humanas
alrededor del cuerpo, de la vida y de la muerte.

GLOBALIZACIÓN
Y DIFERENCIACIÓN DE LO PATÉTICO

El fenómeno descrito como de patetización del mundo es, en efecto, una reali-
dad mundial. De la misma manera en que se habla de globalización de la eco-
nomía, se podría hablar de globalización de ia subjetividad. Obviamente, la singu-
laridad histórica y cultural de cada contexto le confiere un contenido cada vez
distinto, como se ve en el juego entre lo "local " y lo "transnacional", analizado
por Carlos Pinzón y Gloria Caray (1997). No obstante, se reconocen signos
múltiples y síntomas diversos del fenómeno, siendo el más visible el papel que
juega el humanitarismo médico en la política internacional, especialmente en el
manejo de conflictos, en el caso estudiado por Renée Fox (1995). Las guerras re-
cientes de Yugoslavia, de Somalia y de Rwanda muestran claramente cómo las
acciones humanitarias pueden reemplazar a la política. La legitimidad del ser su-
friente se convierte en última instancia en el criterio político, o mejor dicho, en
el criterio político confesable, porque simultáneamente, algunos intereses eco-
nómicos y estratégicos, mucho menos confesables, permanecen incólumes.
Pero, si la legitimidad del ser sufriente y la política del sufrimiento que se de-
riva de ésta corresponden a realidades globales, hay que añadir también que en
el mundo contemporáneo son realidades muy diferenciadas. La subjetivación de
las desigualdades sociales es, en sí misma, extraordinariamente desigual. Para
dar una sola ilustración, durante la Guerra del Golfo, el padecimiento del piloto
norteamericano públicamente humillado por el ejército enemigo fue mucho más
valorado en el mundo occidental o, en otras palabras, tuvo más presencia en el
espacio público global que el padecimiento de las decenas de miles de militares
iraquíes que morían bajo el bombardeo de su país. La traducción de esta dife-
rencia de sensibilidad es cínicamente estadística. Si se hace referencia al nivel de
precisión de la contabilidad de los muertos, se constata que la vida de un hom-
bre de las fuerzas aliadas tenía mayor existencia que la vida de cualquier otra
persona sobre el territorio iraquí. Y si se juzga por el tratamiento diferencial de
las dos vidas, parecería que éstas no se inscribieran en la misma escala de valo-
res, ni pertenecieran a la misma humanidad.
Al enunciar que asistimos al cambio de una política de la piedad por una po-
lítica del sufrimiento y que nos encontramos en un proceso de patetización del
mundo global y desigual a la vez, he tratado de discernir una realidad antropoló-

39
gica de las sociedades contemporáneas. Esta perspectiva no implica, de ninguna
manera, una visión teleológica o determinista. No pretendo demostrar una ley
de evolución social; describo un cambio profundo y significativo en la manera
de considerar el mundo y sus desigualdades, especialmente frente a la vida y a la
muerte.
Este análisis, si demuestra ser correcto y verdadero, obviamente tiene impor-
tantes consecuencias para la antropología, y especialmente para la antropología
médica. De la misma manera en que se ha establecido que las categotías de me-
dicina y enfermedad no son totalmente pertinentes en las sociedades tradiciona-
les porque no corresponden a las representaciones y prácticas locales, se puede
sugerir que en las sociedades contemporáneas, frente a los fenómenos de pateti-
zación descritos aquí, los investigadores tienen que inventar nuevos instrumen-
tos conceptuales y no limitarse al estudio de la medicina o de la enfermedad.
Una antropología de la salud debe basarse en una teoria de la política del sufri-
miento y, de manera más general, tomar en cuenta los procesos de subjetivación
que sostienen y dan sentido a las acciones.

REFERENCIAS CITADAS

AGAMBEN, G. Moyens sans fins. Notes sur la politique. Paris: Bibliorhéque Rivages, 1995.
ARENDT, H, On Révolution (primera edición 1963). Traducción francesa: Essai sur la révolution,
Paris; Gailimard, 1967.
BOLTANSK3, L. La souffrance á distance. Morale humanitaire, medias et politique. Paris: Mérailié, 1993.
BOURDIEU, P. "Les usages du peuple". Chases dites, p.l 78-184. Paris: Editions de Minuit, 1987.
-. La misére du monde. París: Editions du Seuil, 1993.
CASTEL, R. Les métamorphoses de la question sociale. Une chwnique du salarial. Paris: Fayard, 1995.
DREYFUS, R. y RABINOW P. Michel Foucault. Bejond Structuraíism and Hermeneutics. Chicago; Uni-
versity of Chicago Press, 1982.
FARMER, P. "On Suffering and Structural Violence; A View from Below". Daedalus, 125 (1), 261-
283, 1996.
FASSIN, D. L'espace politique de la samé. Essai de généalogie. Paris: Presses Universiíaires de France,
1996.
-. "Exclusión, underclass, marginalidad. Figures contemporaines de la pauvreté urbaine en France,
aux Etats-Unis et en Amérique latine". Revue francaise de Sociologie. 37 (l), 37-75, 1996.
-. Les figures urbaines de la samé publique. Enquéte sur des experiences locales, Paris: La Découverte,
1998.
-. Les usages sociaux de la souffrance psychique, in La souffrance psychíque: une souffrance ordinaire.
IRIS, Paris, 1998.
FOUCAULT, M. Naissance de la ciinique. Une arckéologíe du regard medical París: Presses
Universitaires de France, 1963.
-. Htstoire de la folie a l'&ge classique. Paris; Gallimard. 1972.
-. Surveiíler et punir. Naissance de la prison. Paris: Gallimard. 1975.
-. Htstoire de la sexualité. 1. La volante de savoir. Paris: Gallimard, 1976.

40
-. Dits et écrits (1980-1988). París: Gallimard, 1994.
FOX, R. "Medical Humanitarism and Human Rights: Reflections on Doctors without Borders and
Doctors ofthe World". Social Science and Medicine. 41(12), 1607-1616, 1995.
GAULEJAC, V. de. Aux sources de la honte. Paris: Sociologie clínique, Desclée de Brouwer, 1996.
KLEINMAN, A., Das, V. y Lock, M. "Social sufiéring. ¡ntroducrion". Daedalus, 125 (1), XI-XX,
1996.
LAZARUS, A. Une souffrance qu'on ne peut plus cacher. Paris: Informe del grupo inrenninisterial Viíle,
santé mentale, précarité et exclusión sociale, 1995.
MACPHERSON, S. "Social exclusión. A review arricie". Journal of Social Policy, 26 (4), 533-541, 1997.
MESSU, M. "L'exclusion: une catégorisatíon sans objet". Ge'néscs, 27, 147-161, 1997.
PAUGAM, S. Letat de l'exclusion. París: La Découverte, 1996.
PINZÓN, C . E. y GARAY, G . Las nuevas constnicciones simbólicas en América Latina. Entre lo local y lo
global. Bogotá: Equipo de Cultura y Salud, 1997.
ROSANVALLON, P. La nouvelle question sociale. Repcnser VEtat-Providence. Paris: Editions du Seuil,
1995.
ROSEN, G. A History aj Public Health. New York: MD Publications, 1958.
TOURAINE, A. "Inégalités de la société industrielle, exclusión du marché, justice sociale et
inégalités", p. 163-174. París:]. Affichard yJ.B. de Foucault editores, Esprit, 1992.

41
Las hiperestesias: principio del
cuerpo moderno y fundamento de
diferenciación social
Zandra Pedraza Gómez

7"he cñtique'of the models of representation of reality begins with the aeslKcttc
critique, the díscovery of the dímínishtng and aiienaling character of the aes-
thelicfsm of the masses from a gnoseologíc and ethicaí poíní of view (Jiménez
1995).

Uno de los aspectos que permite reconocer la condición moderna es el peso que
adquiere el cuerpo en su constitución y la evolución de sus representaciones y
discursos hasta ocupar un lugar preponderante y definitorio de la modernidad.
Los aspectos a los que con mayor frecuencia se alude son el carácter mecánico y
fabril que tornea el cuerpo moderno, los discursos biológicos y medicalizantes de
las ciencias naturales y de la salud que le restan espontaneidad y expresividad, la
inserción del cuerpo en los engranajes económicos de la lógica productiva me-
diante dispositivos políticos, su sumisión a ttavés de discursos que instautan re-
laciones de poder siempre caracterizadas por su índole represiva, bien sea en la
escuela, la cárcel o el hospital, la definición y construcción de géneros a partir de
visiones esencialistas, el deslinde de espacios y ámbitos públicos y privados a
través de códigos de comportamiento social e introspección, o la fetichización
que resulta de la inmersión del cuerpo en el consumismo.
Estos aspectos, en conjunto o de forma aislada, aparecen paulatinamente en
Latinoamérica desde mediados del siglo XIX. El rápido y por épocas agolpado
tránsito por diferentes condiciones históricas hace que discursos y formas de re-
presentación del cuetpo, tanto de la Ilustración como del Romanticismo y el
Modernismo, convivan en lo que ya a finales del siglo XIX puede calificarse co-

42
mo una condición propia de la modernidad y que es precisamente el tema de es-
ta ponencia: las hiperestesias.
Se trata aqui de reflexionar sobre lo que puede hallarse en una dimensión
inmaterial del cuerpo, intención que encierra aparentemente una aporia, a saber,
aquello que emana de las capacidades sensoriales del'cuerpo, pero se traduce en
efectos inmateriales: en emociones, sentimientos, elaboraciones sensoriales y, fi-
nalmente, juicios estéticos. Lo que permite salvar esta dificultad son las estesias
—elaboraciones sensibles de las percepciones sensoriales— y su estado hiperbóli-
co en la modernidad: las hiperestesias. Consideraré aquellas que forman la sen-
sibilidad moderna y que cabe calificar de hiperestésicas: en primer lugar, las que
provienen del uso de los sentidos externos y califican el espíritu ilustrado en su
esfuerzo por alcanzar el conocimiento objetivo, la claridad y distinción del pen-
samiento, y la verdad; en segundo lugar, las que crea la conciencia sensible co-
mo producto uC ios cuidados corporales y que se traducen en un incremento ue
la sensorialidad y, por último, aquellas que producen el refinamiento y la excita-
ción de las percepciones sensoriales y se expresan en la sensitividad.
Dado que desde los inicios de la Ilustración hasta el surgimiento del moder-
nismo latinoamericano transcurre un siglo escaso, es propio de los países lati-
noamericanos haber incorporado estrategias de tepresentación y ordenamiento
social y simbólico, de pensamiento y práctica característicos del pensamiento
ilustrado y del etbos moderno, de manera a menudo casi simultánea y, en cual-
quier caso, haber fomentado su coexistencia a través de complejos recursos dis-
cursivos.
La ilustración latinoamericana apunta a la creación del ciudadano y a conso-
lidar la razón y el conocimiento objetivo, mientras que del breve periodo román-
tico y del modernismo cabe destacar el propósito de privilegiar a la persona, al
individuo, la conciencia y la experiencia. No se trata de posibilidades excluyen-
tes, especialmente en América Latina, pero conviene favorecer esta distinción
analítica en aras de dilucidar el asunto. Por otra parte, el pensamiento ilustrado
que se asocia con la gestación de una burguesía no cumple exactamente este pa-
pel en el subcontinente. Las formaciones sociales del siglo XIX sólo pueden in-
terpretarse parcialmente como burguesas, pues acusan a la vez disposiciones y
valores propios de las organizaciones señoriales. No obstante, tanto en la ilustra-
ción como en el modernismo es posible señalar rasgos de modernidad, aunque
desde luego es el modernismo el fenómeno que puede considerarse catalizador
definitivo del tránsito. Si bien es cierto que la discusión sobre la degeneración de
la raza en 1920 contiene ya todos los elementos de la experiencia y la imagina-
ción modernas latinoamericanas (Pedraza 1997), con todos ¡os matices que es
dado identificar en cada pais, también lo es que las reformas pedagógicas y los
intereses médicos de finales del siglo XIX ya acusan sus principales elementos.

43
El sujeto moderno se entiende a sí mismo con proyecciones emancipatorias
morales y liberado del poder coercitivo de la razón instrumental que distingue al
ciudadano ilustrado. Sin embargo, esta liberación —y en ello es paradigmático el
modernista— se ejercita desde la estética de lo bello (en contraposición a una es-
tética de lo sublime) que vemos relumbrar en la década de los años veinte y se-
ñala la victoria clara de la modernidad.
Los cambios que tienen lugar desde las últimas décadas del siglo XIX combi-
nan la confianza en la perfectibilidad humana, propia del pensamiento ilustrado,
y en el futuro como un horizonte de sentido, con la critica de la religión y de las
prácticas tradicionales de socialización, formación y educación. La libertad indi-
vidual, entendida en lo fundamental como experiencia subjetiva, supone una crí-
tica de esa particular composición que es la burguesía señorial latinoamericana
desde otra perspectiva igualmente sui generis: los modernistas ilustrados hacen
sus proclamas desde la estética de lo bello.
Es pertinente formular al menos dos interrogantes, que aunque no voy a
considerar aqui, deben incorporarse en una reflexión juiciosa de este tema:
¿Cómo han de entenderse lo burgués latinoamericano y sus valores? y ¿Cómo se
expresa entonces el repudio moderno a esa burguesía señorial? Se puede men-
cionar someramente que el modernismo latinoamericano conjuga el ideal del es-
píritu latino, cuyo representante clásico es el Ariel, con una tradición sensualista
ilustrada y una recepción particular y por entonces ya centenaria de los motivos
románticos: soñar, amar y vivir intensamente, una sensibilidad caracterizada por
la forma de sentir típica del genio romántico. Esta interpretación del modernis-
mo latinoamericano se traduce en ideales aristrocratízantes poco aptos para
transformar el orden señorial que rechaza. Su sentido de democracia consiste en
un proceso de selección espiritual que se basa en una cultuta selecta, adquirida
justamente por obra del hiperestesiamiento, y que persigue una unificación capaz
de reconciliar en el arte el color, las proporciones y la tonalidad de una unidad
latinoamericana. En tanto la Ilustración se concentró en acentuar la naturaleza
racional, la propuesta romántica de Schiller de reconciliar razón y sensibilidad
en el goce de la contemplación artística que posibilita una educación estética, es
lo que el modernismo instaura con el arielismo en una intolerante estética de lo
bello que desdibuja discontinuidades, diferencias y heterogeneidades, como ilus-
tra de modo ejemplar el ya mencionado debate eugenésico.
El modernismo perfecciona el sistema de desigualdades y diferencias legado
por el orden burgués ilustrado, el cual tetmina por definir nuestra modernidad
al cimentar las diferencias en las capacidades estésicas como fundamento de una
estética de lo bello, y pot armonizar la verdad con lo bueno y lo bello mediante
una educación del ciudadano que queda de nuevo en manos de los letrados mo-
dernos personificados por los pedagogos.

44
Esta amplia digresión introductoria conduce de vuelta al asunto esbozado en
el titulo: la interpretación de los sentidos, de sus percepciones y usos; el estado
exacerbado de estimulación sensorial; la participación de estos aspectos en la an-
tropología moderna y la formulación, a partir suyo, de principios de diferencia-
ción y des-igualdad social peculiares de la sensibilidad y la estética modernas.
Abordaré estos aspectos con brevedad al revisar las siguientes afirmaciones:
el universo de la sensibilidad moderna está formado por estesias e hiperestesias;
la subjetividad moderna se funda en el hiperestesiamiento; la estetización de las
estesias ordena las diferencias y desigualdades sociales mediante la estilización de
la vida y los estilos de vida.

ESTESIAS E HIPERESTESIAS: EL UNIVERSO DE LAS SENSACIONES MODERNAS

¿Cómo se construyen diferencias sociales desde el cuerpo cuando se pretende


consolidar un horizonte democrático moderno? Un principio definitivo de este
fenómeno es el surgimiento y proliferación de sensibilidades hiperestésicas desde
el siglo XIX. Las sensibilidades hiperesrésicas se gestan en un ejercicio de auto-
sensibilidad reflexiva: a la experiencia sensorial primaria lograda a través de los
sentidos le sigue una segunda percepción sensible que ordena sensitivamente
esas primeras impresiones sensoriales. En el primer caso hablamos de texturas,
olores, aromas, colores, brillos, luces, opacidades, sombras, sabores, gustos,
temperaturas, contrastes, sonidos. De la segunda elaboración sensible resultan
armonías, atmósferas, ambientes, sugerimientos, proporciones, equilibrios, ca-
dencias, euritmias, simetrías, ambigüedades, desatinos, disonancias, emplastos,
pegotes, chabacanerías, simplezas, vicios, tosquedades, vulgaridad, expresiones
todas que no ocultan su juicio estético. Así pues, si con el término estesias
(aisthesis) se denomina aqui la elaboración sensible de las percepciones sensoria-
les, con el de hiperestesias se evoca el ansia acrecentada de exacerbar tales elabo-
raciones sensibles.
Qué duda cabe de que sin el hiperestesiamiento de la modernidad tampoco
sería pensable su condición hiperconsciente, que no hiperracional, de donde
proviene justamente el carácter reflexivo de la sensibilidad hiperestésica. No por
ello es lícito ignorar que al hiperestesiamiento le son consubstanciales el indivi-
dualismo extremo, la estilización radical, la mengua de la interacción en la esfera
pública y el refinamiento estético como principio por antonomasia de la distin-
ción social. Este último, más que estar cimentado en el consumo de uno u otro
tipo, se alimenta en su esencia de la comprensión intuitiva surgida de la reflexi-
vidad que se aplica a la experiencia sensorial y se erige en el código de reconoci-
miento y comunicación fundamental para producir diferencias y distinciones so-

45
dales1 y fraccionar procesos democráticos a partir de principios que se desvian
del simple consumo material pata referirse más bien a las formas, no sólo de lle-
varlo a cabo, sino de interpreratlo sensitivamente y ordenarlo estéticamente.
¿En qué consiste el mundo de la hiperestesias? Se lo puede pensar desde los
escritores modernistas, pasando por las pedagogías reformadoras de los siglos
XIX y XX y algunos conceptos de belleza, hasta la apología de las experiencias
corporales y vitales más contemporáneas. Por ahora, conviene señalar que en to-
dos los casos se persigue el ordenamiento sensitivo de las percepciones sensoria-
les y la adjudicación a tales órdenes de juicios estéticos que por su fundamento
somático se hacen prácticamente inapelables.
El origen de este fenómeno puede reconocerse en la identificación de la ce-
nestesia, el sentido general del estado del cuerpo, pero también, medio siglo an-
tes, en la obra de Condillac (1754) que promulga la necesidad de sentir para
producir ideas. Lo que importa resaltar es su naturaleza de patámetro para iden-
tificar las sensaciones características de la modernidad: por un lado, hastío, tae-
dium tntae y decadencia y, por otro, el ascenso del hiperestesiamiento como
anhelo de vida y propósito de la subjetividad moderna. En su calidad de ingre-
dientes básicos, los fenómenos de estesiamiento e hiperestesiamiento le sirven al
individuo para perfeccionar el proceso por medio del cual se diferencia a sí
mismo del mundo y edifica su subjetividad. Pero esta subjetividad no proviene
uei ejercicio ue autorrenexiviuau racional que distingue a la antropología ilustra-
da y se encamina al conocimiento, sino precisamente de la autorreflexividad sen-
sorial y de la imaginación que se vierten en la expresión. El hiperestesiamiento
es un ejercicio de autorreflexividad consciente que permite al individuo conver-
tirse en un observador de si mismo, de su propia sensibilidad, en alguien que re-
flexiona sensiblemente sobre sus percepciones sensoriales e incrementa así su
propia subjetividad, su conciencia de ser producto del ejercicio de sentir sus sen-
saciones. En este caso, tal reflexividad consciente convoca no a la razón sino a la
conciencia sensible.
La verdad subjetiva de la experiencia se inicia en el rompimiento con las tra-
diciones fundacionales del yo para desplazarlas hacia la experiencia de sí mismo
como principio absoluto. Esta experiencia supone las sensaciones corporales y
su hiperestesiamiento. La subjetividad moderna se caracteriza potque los princi-
pales puntos de referencia que le otorgan sentido y estabilidad se encuentran en
el yo. No es otra cosa que la nulificación de la personalidad mediante el
"¡conócete a ti mismo!" la que lleva a indagar la subjetividad ajena a todo mun-

Las diferencias denotan las particularidades que se les adjudican a los géneros o a los gru-
pos de edad, por ejemplo; la distinción, por su parte, apunta a formas de estilización como la
de los yuppies.

46
do externo. De la mano y como vehículo de expresión de esa individualidad au-
torreflexiva se produce la fetíchización de las apariencias.

LA SUBJETIVIDAD MODERNA SE F U N D A EN EL HIPERESTESIAMIENTO

¿Qué es la subjetividad? ¿Qué es la subjetividad moderna? La subjetividad com-


prende aquello que le permite al sujeto distinguirse del m u n d o . Al sujeto lo inte-
gran y perfilan las maneras de pensar y sentít con respecto a sí mismo y al
mundo exterior, objetivo, que él aprehende justamente por medio de los rasgos
del pensar y el sentir que denominamos subjetividad: se trata de las vivencias y
experiencias simbólicas que son m u n d o y sustrato para la elaboración subjetiva y
para su propia interpretación; es decir, la subjetividad como autorreflexividad de
la imaginación (Gumbrecht 1991). ¿Cómo intervienen el pensar y el sentir en
este acto de reconocerse a si mismo? La dificultad ya se hace ostensible al querer
deslindar estas dos acciones: más que tomarse difusos, los límites se diluyen el
uno en el otro, abarcan desde el oler, oír y percibir hasta el juicio y la razón.
En aras de hacer claridad y avanzar es forzoso reconocer que la subjetividad
es de suyo una categoría histórica. Ni qué decir de la subjetividad moderna, que
emana del pensar surgido del sentir. En el epicentro de la subjetividad moderna
está el individuo, pero n o aquél producto de la razón y la secularización, sino
aquél que nace con la sensación; no el sujeto que aspira a conocer, sino aquél
cuyo derrotero es la expresión. La fuente de esa expresión es la experiencia per-
sonal del yo interior, o sea, la sensación de si mismo en cuanto certeza de la
propia existencia. La subjetividad se caracteriza porque los principales puntos de
referencia, aquellos que dan sentido y estabilidad, se encuentran en el yo. Men-
ciónate tres ejemplos:
1.

Ahora sé que sólo soy un cuerpo para el amor y la soledad y únicamente


desde él logro articular una manera de pensar y de sentir el mundo. Tal vez sea
esto lo que me ha llevado a sentit el cuetpo como la piel del alma, porque es so-
bre esa piel sensible, que de tarde en tarde reclama un gesto amable, una expre-
sión de ternura o un abrazo, donde se experimenta más hondamente el amor, la
solidaridad, la posibilidad de que el abismo interior sea contenido en otro cuer-
po o la soledad terrible de un alma que se desgarra sin hallar un sentido que
justifique su existencia. (Cajiao 1996:11)

...Un mundo en el cual sea posible el afecto cálido, la tolerancia, la risa y las
lágrimas que surgen de la contemplación estética necesitatá pieles sensibles, ojos
móviles, oídos agudos que se entretengan distraídamente en las líneas de un pai-

47
saje o en el regusto de un poema que rebota sobre las paredes del alma. (Cajiao
1996:35)

2.
Ante todo, parece poco claro dónde principia y dónde termina el dominio
del cuerpo, el de la razón y el de las emociones. Su imbricación es tal que se di-
ría que en este vasto sentir reposa la esencia ontológica contempotánea y que a
su perfeccionamiento se han dado los discursos sensoriales fundados en u n
"trabajo corporal" diseñado para "asumir u n compromiso con nuestro cuerpo.
Si n o somos sujeto del movimiento, el riesgo nos acechará todo el camino. No el
tiesgo de ser objeto, sino el de n o ser sujeto de nuestras acciones" (Kesselman
1989:148). La intención de poner a la persona en contacto consigo misma, con
su sensibilidad, e introducirla en el autoconocimiento a través del cuerpo, pre-
supone u n delicado refinamiento sensorial: "Suelten las células alrededor del is-
quión, sientan los espacios entre el isquión, la extremidad distal del cóccix, la
cabeza del fémur y trocánter" (Kesselman 1989:159). Mediante esta microgim-
nasia intima se realiza "un aprendizaje de las sensaciones y de las emociones" y

un viaje por el cuerpo, por los huesos, atravesando tejidos, por las tempera-
turas corporales, por posturas que nos [ponen] en contacto con las rigideces, con
las incomodidades y [dan] tiempo al trabajo corporal para que la memoria del
cuerpo actúe, para que dé lugar a la imagen, a la escena que duerme en las for-
mas, en las concavidades y convexidades (Kesselman 1989:164).

...como me fascina y me atrae la poesía, asi me atrae y me fascina todo, irre-


sistiblemente: todas las artes, todas las ciencias, la política, la especulación, el lu-
jo, los placeres, el misticismo, el amor, la guerra, todas las formas de la actividad
humana, todas las formas de la Vida, la misma vida material, las mismas sensa-
ciones que por una exigencia de mis sentidos, necesito de día en día más inten-
sas y más delicadas... (Silva 1896:233).

¡Ah! vivir la vida... eso es lo que quiero, sentir todo lo que se puede sentir,
saber todo lo que se puede saber, poder todo lo que se puede... ¡Ah! ¡vivir la vi-
da! emborracharme de ella, mezclar todas sus palpitaciones con las palpitaciones
de nuestro corazón antes de que él se convierta en ceniza helada; sentirla en to-
das sus formas, en la gritería del meetmg donde el alma confusa del populacho se
agita y se desborda en el perfume acre de la flor extraña que se abre, fantástica-
mente abigarrada, entre la atmósfera tibia del invernáculo; en el sonido gutural
de las palabras que hechas canción acompañan hace siglos la música de las
guzlas árabes; en la convulsión divina que enfría las bocas de las mujeres al ago-

48
nizar de voluptuosidad; en la fiebre que emana del suelo de la selva donde se
ocultan los últimos restos de la tribu salvaje... (Silva 1896:234).
La muerte del sujeto que ocurre al convertirse éste en observador de segundo
orden, es decir, al plantearse la pregunta por las condiciones de la conciencia
humana gracias a las cuales son posibles los modos de constitución del mundo,
es el origen también del incremento de la subjetividad2 (Gumbtecht 1991) que
se traduce en hiperestesiamiento. El desarrollo de la modernidad es sobre todo
un proceso que supone intensificar la formalización de la experiencia; esto signi-
fica también un experiencia de contingencia acelerada, la agudización del senti-
miento de que la vida es efímera y el tiempo fugaz (Jiménez 1995:181). El temor
a lo moderno, el de Caro por ejemplo, se expresa en su rechazo a la frivolidad y
la ficción, entre otras cosas (Jiménez 1994). En este caso, la ficción también po-
dría entenderse como fantasía e imaginación. Las nuevas mentalidades que quie-
re ver surgir el ansia de modernidad implican asimismo el surgimiento de una
nueva sensibilidad que incluye la secularización del sentimiento y el ejercicio li-
bre de la inteligencia y las pasiones (Jiménez 1994).
"El moderno emancipado pretende romper todos esos nexos (los modelos de
la tradición y las normas de la naturalidad y del buen gusto) y convertirse en un
comienzo absoluto, un comienzo a partir de sí mismo y nada más" (Jiménez
1994:16). Es allí donde se origina la subjetividad moderna construida sobre la
base de las sensaciones corporales y su hiperestesiamiento, de la verdad subjetiva
de la experiencia. En la actualidad, las personas se identifican a ttavés de la acti-
vación de la sensibilidad. En la esfera privada, la existencia se eleva a una conti-
nua experiencia ética y estética donde la existencia es emocionalidad indiferente
y egocéntrica (Béjar 1988).

LA ESTETIZACIÓN DE LA AISTHESIS: ESTILIZACIÓN Y ESTILOS DE VIDA

La pregunta que se plantea a continuación es por qué esta subjetividad incre-


mentada en fotma hiperestésica habría de transformarse en elemento de diferen-
ciación social. Vale la pena volver sobre el fenómeno del modernismo y la estra-
tegia aristrocrarizante representada pot la estética de lo bello. Además de otros
peligros, el modernismo latinoamericano se siente asediado por el impulso de-
mocratizante y la amenaza que ello compotta para el gusto, manifiesta en peli-
gros muy concretos que se convierten también en temas recurrentes del siglo:

1
La subjetividad es la constitución (Verfassung) del estar-en-el-mundo y se funda en una
construcción antropológica que afecta a la era moderna (Schütze 1991). El sujeto es sujeto
porquetieneuna potencia, representa poder y es lugar para el ejercicio del poder. A la vez,
es parte de la condición subjetiva una identidad obtenida de la ilusión de tener una concien-
cia transparente de sí mismo que se consigue mediante la exclusión del otro heterónomo.

49
1. La nacionalidad, más conocida hoy como democracia, debe encarar al
pueblo y a la clase media. Al pueblo que enfrenta el albor del siglo se lo juzga
embrutecido y físicamente atrofiado, alcoholizado y desnutrido, ocioso, perezoso,
indisciplinado, incapaz y criminal. La clase media, a su turno, encama la inercia
y la'mediocridad que en sus intentos de ascenso social cae en el esnobismo y el
rastacuerismo, en la ridiculez y la falta de buen tono. En las postrimerías de este
siglo la democracia se siente igualmente amenazada por un pueblo violento,
agresivo, intransigente, intolerante e indisciplinado. Con desee/rabies, ñeros, y
ataques a la estética tepresentados por las pretensiones de lobos, corroncfios y
montañeros3 se perpetúa la condena a las faltas a una estética de lo bello. A pesar
de la distancia, en ambos casos se ofrece como solución una pedagogía apoyada
en los postulados de la educación sensorial, que instituye no sólo la confianza en
que el refinamiento de los sentidos conducirá al progreso y a la consolidación de
la nacionalidad y la democracia pacífica, sino que lo hace sosteniendo las dife-
rencias entre habitantes del campo y la ciudad, entre hombres y mujeres, entre
pobres y ricos. Basta remitirse a las divergencias entre las concepciones de la es-
cuela activa y los modelos pedagógicos de los años veinte y treinta, o entre las de
la actual escuela nueva —pensada para la educación rural— y los más recientes
programas para el desarrollo integral y de la personalidad que preconizan la edu-
cación para la libertad, la creatividad y la comunicación. En este último modelo,
el niño pide "que lo acojamos corporalmente, (...) nos exige una seguridad en
presente, sin racionalizaciones ni explicaciones sustitutas, sin excesos verbales ni
discursos pedagógicos, lo cual sólo es posible si estamos dispuestos a reconocer
la apertura gestual y el diálogo tónico como lenguaje universal de la infancia"
(Restrepo 1989:151).
Es con este tipo de elaboración hiperestésica que se configuran estilos de vi-
da. De semejante apogeo de los sentidos se derivan consecuencias importantes
para el proceso de estetización y diferenciación social. La sinonimia clásica entre
sentido común y tacto abre una posibilidad para comprender este fenómeno,
habida cuenta de que el tacto redundó también en una forma del gusto, del
buen gusto, que pasa a set aquí juicio de la sensibilidad. Este hecho de tener tac-
to o sensibilidad frente a algo, a alguien o a una situación es la base del princi-
pio de distinción estatuido por el modernismo y extendido hasta abarcar el saber
(Summers 1987).
2. Un segundo peligro que arrostra la modernidad es el que supone el deseo,
personificado con rasgos específicos por mujeres y jóvenes. El peligro de las mu-
jeres radica en su belleza y en el deleite que ella procura. El potencial proviene de

Términos empleados para designar a quienes, sea por su condición social o por su distan^
ciamiento de la estética culta de la burguesía capitalina, no se acogen a los parámetros de
vestido, apariencia, comportamiento y expresión verbal que la caracterizan.

50
las conmociones estésicas que ocasiona la belleza, su sensorialidad y la posibili-
dad de recrearla. La belleza de origen espiritual, localizada a comienzos de siglo
en el alma, resultaba de una conjunción de matices:

Para conservar ta belleza hace falta ante todo la paz del alma, la serenidad del
corazón, una vida exenta de cuidados, que producen el insomnio, arrugan la
frente, contraen la boca y adelantan por tanto la edad de las temidas arrugas...
La verdadera encantadora, la que quiere serlo en cada instante de su vida en sus
mil detalles, es la mujer que al mismo tiempo cuida su belleza y su reputación de
alta elegancia ocupando en el mundo la posición que le da su fortuna y su clase,
y que sabe dirigir y llevar su casa con sabia economía (C-90:268,l 917).

La belleza romántica se ve desplazada por un género democrático que hace


tambalear el sistema de distinciones, de manera que se enfatiza el juicio del buen
gusto y de las formas. La línea moderna es sinónimo de u n mundo hiperestesia-
do: fuetza, claridad, vigor, consistencia muscular y salud forjados por los depor-
tes y'la vitalidad. Las sensaciones de la actividad caligénica son ligereza, tonifica-
ción, estimulación, descanso. El placer del reposo, el vigor de la energía, la lim-
pieza y la ligereza de una alimentación sana y la estabilidad que proveen los ner-
vios controlados, son el soporte estésico de la sensorialidad caligénica. Su exa-
cerbación conduce a la perturbación que sólo provocan las bellezas descomedi-
das. La mirada tiene la capacidad de captar el aura del cuerpo que esculpe la ca-
ligenia y proviene de la experiencia estésica suscitada por el habilus embellece-
dor. Pero de la misma manera que la belleza ha modificado su lugar de origen y
su forma de conservarse o aumentarse, también ha variado el potencial estésico
que se le atribuye a la mujer: su esencia ha vagado a lo largo del siglo por el al-
ma, la inteligencia, el carácter, la sensibilidad y las intimidades hotmonales para
confirmar su naturaleza impredecible e inestable y poner coto al poder del deseo
que inspira.
3. El peligro que encarnan los jóvenes es de otra índole: han caído en des-
gracia porque hacen ostentación de la vida y su potencial estésico se tiene por
inagotable. Despliegan pasión, vitalidad, alegría, agilidad, descomplicación, y por
esa razón han sido condenados: resultan frivolos, indiferentes, escépticos, in-
constantes, consumistas, acríticos, inconformes, desadaptados. La necesidad que
tienen de vivir experiencias intensas, junto con la descompensación de su sensi-
bilidad, permite apropiarse de los componentes de aquella vitalidad por la que
combate el mundo adulto, ansioso de superar la muerte y reconstruir un entor-
no hiperestésico puesto en evidencia por la proliferación de prácticas corporales,
deportes de alto riesgo o sexualidades exuberantes; en una palabra, por la estili-
zación basada en la sensitividad procedente del estimulo a las percepciones sen-
soriales y en especial de su refinamiento, y que petmite subrayar distinciones de

51
gusto, clase y edad. Los jóvenes personifican los atributos que la modernidad
persigue y, al lado de las mujeres y los niños, hacen parte del principio de alteri-
dad que sirve de contrapartida a la racionalidad moderna. Si bien todos juntos
la desafían, su propensión a degradarlos en virtud de sus capacidades estésicas
encuentra su contrapeso en la consagración de las mismas en el mundo ascético,
racional, masculino, unidimensional y material característico de la modernidad.
El cuerpo es espacio y vehículo por excelencia de la realización humana mo-
derna, y la elaboración estésica una forma de vida por la que se esfuerzan los
modelos estesiógenos más recientes, en procura de una manera de aprehender el
propio ser y el mundo, para estilizat la vida a partir de una experiencia diferente
de la misma. Oít la voz del cuerpo, conocerlo, sentirlo y actuar haciéndole justi-
cia a sus necesidades se logra despertando la sensitividad amodorrada por un ex-
ceso de estímulos mal orientados e invocando hiperestesias que incitan a sentir
en el funcionamiento del cuerpo las experiencias emocionales y cotidianas. De
los temores a la juventud, las mujeres y el pueblo se ha pasado al temor a la in-
sensibilidad, al vacío que denuncia Lipovetsky. De ahí el flotecimiento de las
prácticas que enriquecen el capital estésico: es de espetar que oír, sentit y vivir el
cuerpo, y construir eventualmente sobre esta base una remozada certeza de la
propia existencia y una estética de lo sublime, nos permitirá a la postre renun-
ciar a jerarquizar las diferencias y optar por mitigar las desigualdades.

BIBLIOGRAFÍA

BARCK et al. Aisthesis. V/ahmehmung heute. 5 Aufl. Leipzig: Reckm, 1993.


BECK, Ulrich et al. Reflexive Modernijotion. Oxford: Polity Press, 1994.
BÉJAR, Helena. El ámbito íntimo; Privacidad, individualismo y modernidad. Madrid: Alianza, 1988.
BELL, Daniel. Las contradicciones culturales del capitalismo, Madrid: Alianza, 1976.
BÓHME, Gernot Atmosphare: Essays zur neuen Asthetilc. Frankíurr/M: Suhrkamp, 1995
BOURDIEU, Pierre. La distinction. Critique sociale du jugement. París: Minuit, 1979.
BUCl-GLUCKSMANN, Christinc (1984). Baroque Reason: The Aesthetics of ModerniQ. London; Thou-
sand Oaks, New Delhi: Sage, 1994.
CAJIAO RESTREPO, Francisco. La piel del alma: Cuerpo, educación y cultura. Bogotá: Magisterio,
1996.
CASTRO GÓMEZ, Santiago. Crítica de la razón latinoamericanü. Barcelona: Puvill, 1996.
CONDILLAC, Etíenne Bonnot de. Abhandlung über die Empfindungen. Hamburg; Meiner, 1983.
(Publicación original: 1754).
EHRENSPECK, Yvonne. "Aisthesis und Ásdietík", in MOLLENHAUER; WULF, pág. 201-229, 1996.
GEBAUER, Gunter und, WULF, Christoph (Hg). Praxis und Ásthetik: Neue Perspelttiven im Denken
Pierre Bourdíeus. Frankfurt/M: Suhrkamp, 1993.
GIDDENS, Anthony. The Conseauences of Modernity. Oxford: Polity Press; Basil Blackwell, 1990.
GUMBRECHT, Hans Ulrich. "Tod des Subjekts ais Ekstase der Subjektívitát", in WEINMANN;
GUMBRECHT, pág. 307-312, 1991.

52
GUTIÉRREZ GIRARDOT, Rafael. Modernismo; Supuestos históricos y culturales. 2 3 Ed. Bogotá: Univer-
sidad Extemado de Colombia; Fondo de Cultura Económica, 1987.
JARAMILLO URIBE, Jaime. El pensamiento colombiano en el siglo !X/X. Bogotá: Planeta, 1996. (Primen
edición: 1956).
JIMÉNEZ, José. "Modemity as Aesthetics" en Paragrana (Berlin). 4 (0:173-183. 1995
JIMÉNEZ PANESSO, David. Fin de siglo decadencia y modernidad: Ensayos sobre el modernismo en Co-
lombia. Bogotá; Colcultura; Universidad Nacional de Colombia, 1994.
KAMPER, Dietmar und WULF, Christoph. Der Schein des Schdnen. Gottingen: Seidl, 1989.
LIPOVETSKY, Gilíes. La era del vacío: Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Ana-
grama, 1994. (Primera edición: 1983).
MARQUÍNEZ ARCÓTE, Germán et al. La filosofía en Colombia: Historia de las ideas. V Ed. Bogotá;
El Buho, 1992.
MOLLENHAUER, Klaus und WULF, Christoph. Aísthesis/Ásthetilc Zwischen Wahmehmung und
Beumsstseín. Weinhelm: Deutschet Studien Vetlag, 1996.
MÓRTH, Ingo und FROHUCH, Gerhard (Hg). Das s^mbolische (Capital dcr Lebcnsstile; Zur (Cultura
7Íoíogic der Moderne nach pierre Bourdieu. Frankfurt/M; New York: Campus, Í994.
OCAMPO LÓPEZ, Javier. Historia de la cultura hispanoamericana. Bogotá: Plaza &, Janes, 1987.
PEDRAZA GÓMEZ. Zandra. "FJ debate eugenésico»una visión de la modernidad en Colombia" en Resista
de Antropología y Arqueología. Bogotá. 9 (1-2):11 SI 59, 1997
RESTREPO R., Luis Carlos. La trampa de la razón. Bogotá; Arango Editores, 1989.
SCHRADER, Ludwig. "Las impresiones sensoriales y ios elementos sinestésicos en la obra de José
Asunción Silva" en Romanístisches iahrbuch. Hamburg. 19:275-285, 1968.
SCHÚTZE, Jodien C. "Überlegungen zum Status des Subjekrs nach det Modeme", in WE1NMANN;
GUMBRECHT. pág. 319-324, 1991.
STAROBINSKI, Jean. Klcine Geschichte des Korperge/ühls. Frankfurt/M: Fischer, 1991. (Primera edi-
ción: 1983).
STING, Stephan. Der Mjthos des Fortschreítens; Zur Geschichte der Subicktbíldung. Berlin; Reimer,
1991.
SUMMERS, David. El juicio de la sensibilidad: Renacimiento, naturalismo y emergencia de la estética.
Madrid: Tecnos, 1993. (Primera edición: 1987).
VIV1ESCAS, Fernando y GlRALDO. Fabio (comps.). Colombia: el despertar de la modernidad. Bogotá;
Foro Nacional por Colombia, 1991.
WEINMANN, Robert und GUMBRECHT, Hans Ulrich. Postmoderne - globale Differenz. Frankfurt/M:
Suhrkamp, 1991.

53
Salud y subjetividad urbana
Gloria Caray Ariza, Carlos Ernesto Pinzón Castaño

¿A través de cuáles juegos de verdad se da el hombre a pensar su ser propio


cuando se percibe como loco, cuando se contempla como enfermo, cuando se re-
flexiona como ser vivo, como ser hablante y como ser de trabajo, cuando se juz-
ga y se castiga en calidad de criminal?
Michel Foucault
Historia de la sexualidad. 2.'El uso de los placeres. 1986:10

INTRODUCCIÓN

El interés pot estudiat la construcción de la subjetividad atraviesa varias discipli-


nas. En el campo de la salud se vuelve relevante cuando queremos comprender -
retomando a Foucault- cómo una persona se reconoce como enferma o sana y
dentro de cuáles juegos de falso y verdadero le es posible hacerlo. Esto no es per-
tinente solamente cuando se trata de cualificar las relaciones entre pacientes y
médicos. Lo es también, y sobre todo, cuando las distintas entidades político
administrativas y los servicios de salud afrontan la tarea de actuar en términos
de contribuir a producir salud y no sólo de enfrentar la enfermedad.
Este nuevo escenario aparece como consecuencia de los cambios derivados de
la reconfíguración hacia un Estado neoliberal. A la vez que se reorganiza la aten-
ción de la enfermedad bajo la lógica del mercado, la cual tiende a vet la salud
como el resultado de la adquisición de bienes y servicios, privados o estatales, se
abte un espacio de participación social en la gestión de! Estado que obliga a los
trabajadores de la salud a desplazar su espacio de acción y de interlocución por
fuera de las instituciones. Para algunos, este proceso va acorde con el retiro o de-
legación de responsabilidades del Estado que deberían ser, entonces, asumidas
por la sociedad misma y con sus propios recursos. Para otros, corresponde a los
procesos de apertura hacia una democracia participativa.
Cualquiera que sea el caso, este nuevo otden plantea obligaciones estatales
que no pueden ser delegadas. Entre otras cosas, obliga a los trabajadores de la

54
salud a tomar en cuenta, además de la lógica que organiza su m u n d o institucio-
nal y sectorial, la lógica de construcción de la realidad de aquellas poblaciones
con las cuales debe entrar en relación en cumplimiento de sus funciones. Así se
desprende de las responsabilidades legales vigentes y de los recursos financieros
existentes para que los municipios desarrollen sus respectivos PAB (Plan de
Atención Básico), orientados hacia la ptevención de las enfermedades y la pro-
moción de la salud. Tal es el caso de la unidad territorial constituida por Santafé
de Bogotá, distrito capital de Colombia.
En este artículo se plantean algunos elementos que sugerimos sean tenidos
en cuenta en el momento de comprender la producción de los sentidos o signifi-
cados alrededor de los cuales los habitantes de este núcleo urbano organizan su
vida. Es decir, para abordar la construcción de la subjetividad urbana en una
ciudad, uno de los principales polos de desarrollo de u n pais multiétnico y plu-
ricultural y con amplias diferencias e inequidades en las condiciones socioeco-
nómicas. Estos elementos se han venido elaborando en el transcurso de distintas
investigaciones adelantadas por equipos interdisciplinarios en varias regiones del
país y en la capital misma.

U N ESPACIO URBANO DE RECREACIÓN DE LOS SIGNIFICADOS DEL CUERPO

Lina Maria(LM), 1 JuanitaíJ), Lucía(L), Betsy y Victoria forman parte de un


grupo de mujeres que se reúne semanalmente alrededor de una obra caritativa
que promueve el desarrollo de la persona (esta obra fue institucionalizada desde
hace varios lustros). Aunque la inquietud por la obra es nuclear, ya que se desa-
rrolla toda una gama de actividades relacionadas con su planeación y sustenta-
ción, cada encuentro es también una oportunidad de esparcimiento. Y, en rela-
ción con el tema que nos interesa, es la ocasión para compartir experiencias so-
bre el cuerpo, centradas alrededor de las enfermedades. El siguiente fragmento
de una conversación sostenida en una de las reuniones ilustra algunos de los
conceptos sobre el cuerpo que las participantes ponen en juego.

LM: [El cuidado de la personal yo creo que si tiene que empezar por lo espi-
ritual, algo muy importante que es... Tú haces relajación, cuando una persona
hace relajación, claro estando ya mi dios ahí con uno, tienen que programar los

Los nombres han sido cambiados. El material fue recogido por la antropóloga Beatriz Sán-
chez en el curso de la investigación "Prácticas curativas alternativas en Santafé de Bogotá",
coordinada por los autores de este articulo. Esta investigación fue financiada por el PNUD
en un acuerdo con el Observatorio de Cultura Urbana de Santafé de Bogotá, y llevada a ca-
bo por la Asociación Colombiana de la Salud en 1997 en la localidad de Suba. Cubrió los
seis estratos socioeconómicos en los cuales se agrupa la población según criterios oficiales de
clasificación de la oficina de Planeación Distrital.

55
órganos inmunológicos, los que se alteran cuando da cáncer, ustedes saben cuá-
les son, ¿cierto? Mita, el timo [señala hacia abajo de la clavícula y al lado izquier-
do del esternón], en seguida del huequito al ladito izquierdo, cuando estás así
como débil, lo golpeas tres veces; el bazo, que está ubicado al lado izquierdo
también, el hígado y la médula ósea, más los ganglios linfáticos [mientras habla
va indicando sobre su cuerpo]. Cuando tú estás completamente relajado de ca-
beza a pies, pon la mano izquierda con la derecha hacia arriba y la palma iz-
quierda con la derecha hacia abajo... Visualizas la alta inteligencia de uno, en-
tonces derrama esa energía en tu mano izquierda, haces el recorrido de todos tus
órganos, de todo tu cuerpo, que te está sanando, que te está curando, sale por la
mano derecha -yo a las 4 y media (de la mañana) estoy en esas-, entonces me
sale por la mano derecha y cojo la mano de Ramiro [el esposo] y le paso energía.
Cuando quieran hacemos una rueda de energía, eso es muy interesante y tú
sientes la enetgia que dios...

Betsy; Igual que los chaktas: acá, acá, acá... [Betsy señala 3 centros en su ca-
beza y pecho].
V: ¡Sólo tres? ¡Son siete chakras! [afirma sorprendida).
LM: Bueno, lo hago todos los días, y verá: yo cierro los ojos, visualizo esa
energía que me viene acá y siento, tú la sientes [alza las manos con las palmas
hacia arriba y comienza a descender] la bajas acá, y después la subes.
J: Yo hago así, así, y hago asi, asi. [Juana se centra en la cabeza y el rostro]
LM: Es para que le abras la entrada al prana, Juanita, que lo vas a coger aquí
en el aire; esta señora hindú que dijo que ella las veía, que eran como unas cu-
lebriras chirriquicicas blancas, entonces tú las imaginas potque las manos tienen
energía de por sí, entonces tú las juntas acá y siempre hacia el frente y luego las
subes hacia la cara. En televisión mostraron esto y que cuando tú salgas de tu
casita, dices así, y cubres la casa [al tiempo que demuestra los movimientos con
el cuerpo].

Sin mucho esfuerzo, se evidencia la apropiación de conceptos provenientes


del paradigma médico moderno. Desde el punto de vista de la anatomía, se iden-
tifica y señala con propiedad la posición del hígado, el timo y el bazo, y desde la
petspectiva funcional, se les relaciona como "órganos inmunológicos", haciendo
alusión incluso a procesos patológicos (estos órganos son afectados cuando se
produce una entidad nosológica particular, el cáncer).
Pero también, con mucha claridad, emerge u n concepto energético del cuer-
po que n o es propio de la medicina occidental moderna. Según el primero, el
cuerpo dispone de ttayectos especiales para el recorrido de esa energía, energía
que fluye desde y hacia él por sitios especiales -v.g. de acuerdo a una posición
específica de las manos en relación con otras partes del cuetpo y con el cosmos.

56
Este proceso requiere, además, la sanción moral de la religión católica, de modo
que no es posible sin "visualizar la alta inteligencia" y "tener a dios 2 ahí con
uno". La energía se puede pasar de una persona a otra; incluso, una de las muje-
res protege de este modo a su marido, su casa y su familia, constituyendo una
base necesaria para el bienestar. Pero eso no es todo: se acepta para la energía en
cuestión, la imagen de "culebriras blancas" propuesta por una mujer hindú en la
televisión. Además, sin una afirmación contundente, se relacionan los anteriores
conceptos con los chalcras y el prana, entidades propias del ayurveda.
Para los que han transitado por la antropología médica este telato es familiar.
Es también uno de los muchos encontrados que se caracterizan por la coexisten-
cia de varios saberes sobre el cuerpo en las narraciones de una misma persona.
¿Cómo interpretar, en Bogotá, Colombia, estas presencias?

C U A N D O LO TRADICIONAL DEVIENE TRANSNACIONAL

Varios conceptos han sido utilizados en las últimas tres décadas para abordar la
anterior situación, desde el sincretismo o mestizaje de los sistemas médicos hasta
la hibridación de las culturas, pasando por la coexistencia conflictíva de los sis-
temas de salud o de las culturas médicas.
Hace casi 20 años, en su
libro Patients and healers in Figura I.
the context of culture. An ex- Campo local de salud
ploration of the borderland
between Anthropology, Medi- Circuito popular

cine, and Psychiatry, Klein- 'Sector popular

man propuso comprender


la situación local de los sis-
temas de cuidado de la sa-
lud a partir del examen del circuito C i r c u i t o del
1 tradicional Estado-Nación
entrecruzamiento de tres i
Sector Sector profesional
modelos explicativos: el po-
. , r • i tradicional

pular, el profesional y el
C i r c u i t o transnacional
tradicional (Ver figura 2).
Para este autor, los sis- Sector transnacional

temas de salud son formas


de la realidad social caracte-
rizadas, en los casos que es-
tudió, por una "extraña
1
Aquí se trata del dios católico

57
Figura 2

Sistema local de cuidados en salud: estructura interna


tTomado de Kleinman 1380l

ector popular
a. Basado en los individuos
b. Basado en la familia
c. Basada en los nexos sociales
d. Basado en la comunidad

Sector tradicional

Sistema de cuidados en salud

amalgama de creencias modernas y tradicionales, agrupadas bajo diversos patro-


nes de asimilación, complementariedad, conflicto y contradicción" (1980:39;
traducción libre).
Aunque sea válida la crítica que cuestiona el uso de un enfoque sistémico pa-
ra captar procesos cultutales (especialmente los no telacionados con la realidad
de los Estados nación3) (OPS 1985, Lozoya 1991), este modelo ha sido utilizado
en América Latina, donde se ha visro su fecundidad para el análisis de ios siste-
mas de salud (Pedersen 1991), en la medida en que son países cuyos procesos
de modernización enfrentan dificultades de distinto orden, resultando en espa-
cios sociales donde lo tradicional, lo popular y lo moderno negocian su capaci-
dad de producir lo real (Pinzón y Suárez 1991, Garay 1990). Reconociendo en-
tonces el status de las culturas médicas tradicionales y populares, queda aún por
elaborar una propuesta de intetpretación sobre aquella "extraña amalgama", po-
sible sincretismo o mestizaje, ya que estas últimas categorías han devenido ambi-
guas y vagas.
Aun aceptando la presencia local de tres grupos de culturas médicas (tradi-
cional, popular y profesional), al desbrozar los conceptos subyacentes en la con-
versación de las mujeres reunidas encontramos una dificultad para ubicar en al-
guna de ellas esa concepción energética del cuetpo y de sus procesos de bienestar
de la cual habla Lina Maria. Si estuviésemos en Taiwán o en China, o in-
cluso en un barrio chino de una ciudad estadounidense, sería fácil entender
la construcción de un sector de lo tradicional —o quizá de lo populat— en el

"El concepto de sistema médico o sistema de salud es, en realidad, creación de los Estados
y de las naciones como producto de la división del trabajo en una época histórica reciente":
OPS, 1985:374. Puede afirmarse que el sistema médico es la construcción de una cultura
médica moderna o profesional.

58
cual fuesen usuales las categorías utilizadas por Una Maria. Es evidente que allí
se encuentra una población que tradicionalmente ha construido parte de su rea-
lidad con u n modelo energético del tipo que aparece descrito por Kleinman.
Existe una red social que reproduce esta realidad, bien sea a nivel familiar, bien
a nivel de redes más extensas y más o menos formales; aun con •dificultad, se
tiene acceso a sus productos y agentes terapéuticos.
Ahora bien, en dichos contextos, esta concepción del cuerpo participa de una
experiencia cosmológica vivida n o solamente cuando el cuerpo se enferma sino
también en diversas situaciones de la vida cotidiana y en aquellos momentos es-
peciales que renuevan identidades colectivas, los lazos con la tierra y los antepa-
sados, la solicitud de un nuevo ciclo próspero, etc. 4 A pesar de la capacidad de
penetración de la modernización y la modernidad de la mano con la incorpora-
ción de esas regiones en la economía de mercado global, lo tradicional y lo po-
pular coexisten con lo profesional.
Pero el fragmento de conversación nos remite a una ciudad latinoamericana,
capital de Colombia, donde no hay migraciones masivas de comunidades asiáti-
cas. Las mujeres citadas habitan en los estratos cinco y seis; es decir, pertenecen
a los grupos sociales mejor ubicados social y económicamente en la ciudad, son
originarias de la ciudad misma o provienen de otras regiones de Colombia y,
como las mujeres en cuestión, cuentan con formación universitaria, han vivido o
viajado al exterior y mantienen, algunas más que otras, lazos con sus culturas re-
gionales, donde estos modelos energéticos tampoco tienen arraigo.
En la investigación se apreció que en esos estratos -y en menor proporción
en los restantes- hay consumo de una amplia y gran gama dc productos rela-
cionados con la Nueva Era (desde música, velas de colores, Tarot, esencias y
otros), asi como de distintas prácticas terape'uticas alternativas.' Tanto en estos
productos como en las prácticas se reconocen elementos de la ayurveda, filtrados
a través de Deepak Chopra y su propuestas sobre la curación cuántica, de la
acupuntura, del feng shui, por nombrar algunos. Una observación relevante es
que son incorporadas dentro de prácticas corporales de orden más individual
que colectivo, diferenciándose de lo que acontece en grupos sociales para los

Correspondiendo a la definición de culturas médicas tradicionales, las cuales "forman parte


de las culturas originales y comprenden el conjunto de conceptos, valores y comportamientos
socialmente definidos que son adoptados deliberadamente para modificar o restituir la salud
y que, por lo general, buscan restablecer las relaciones de equilibrio entre el hombre y su
ambiente natural y social" (OPS, 1985:374).
Asi se reconoce usualmente a la acupuntura, la moxibustión, la homeopatía, el uso de las
esencias florales, la terapia neural, el yoga, el raichi, etc. Estas se diferencian de las estrategias
terapéuticas de los curanderos y chamanes locales y regionales, en los cuales se reconoce el
uso a plantas, bebedizos, tabaco, rezos, etc. Cuando estos agentes hacen uso de los primeros
recursos, los incorporan dentro de sus lógicas locales.

59
cuales la acupuntura o el ayurveda forma parte de uri saber tradicional: esto es,
de un saber producido históricamente poí esos grupos, como parte integral de
su visión del mundo y que comprende una práctica colectiva que puede involu-
crar parentelas extensas y amigos, o incluso disponer de templos o espacios
apropiados para solucionar los problemas de salud y los desórdenes energéticos
colectivos que se han manifestado mediante el malestar de alguna persona.
En cambio, en las bogotanas de nuestro caso se aprecia una vinculación in-
dividual producida ya sea a través de los medios masivos de comunicación o de
algún familiar o conocido. Es una introducción que puede ser tan ocasional en
sus vidas como el uso de zapatos puntiagudos durante una tempotada o tan in-
tensa como para llevar a una persona a organizar su vida alrededor de los signi-
ficados provenientes de filosofías del ying y yang, tarot, dietas, yoga, cristiandad,
música, esencias y otros saberes esotéricos. En estos últimos casos, tanto el espa-
cio de habitación como el cuerpo mismo son objeto de prácticas cotidianas don-
de se construyen y reelaboran esos significados durante años.
Para el caso que estudiamos, difícilmente se podrían ubicar estos elementos
dentro de la cultura médica profesional o dentro de las tradicionales colombia-
nas. Tampoco en las culturas médicas populares, entre otras cosas, por la forma
como estas mujeres acceden a los saberes y prácticas de la Nueva Era. No es a
través de un mercado popular o de las redes sociales informales populares como
ias n ue han construido los curanderos urbanos y los rurales que ejercen en la
ciudad (compadrazgos rituales y líneas de parentesco, siembra de poder, redes de
pacientes... Ver Pinzón y Suárez 1988 y 1991, Pinzón y Caray 1997b, Pinzón
1988, Marino y Hernández 1994, Hernández 1987). El acceso a estos saberes y
prácticas se realiza mediante formas institucionalizadas de aprendizaje -pero no
profesionales- como cursos y talleres, a través de los medios masivos de comu-
nicación o de un amplio mercado surtido mediante boutiques o tiendas especiali-
zadas y, últimamente, cadenas de almacenes y ventas de servicios por televisión e
Internet. El elemento común es que se trata de saberes y prácticas tradicionales,
pero en otros territorios, que son desarraigados y procesados por formatos que los
hacen fluir como bienes por los circuitos del mercado transnacional. Este espa-
cio, cada vez más patente e impetrante, se comprende mejor como perteneciente
a una cultura transnacional (Pinzón y Caray 1997a y b).
Si bien la acupuntura, el feng shui, el yoga y otros forman parte de saberes y
prácticas de sectores tradicionales en China, Taiwan e India, ingresan a una rea-
lidad social diferente cuando son desligadas del campo social donde fueron pro-
ducidos para ser convertidos en técnicas destinadas a operar sobre el cuerpo,
vendidas en un comercio global a individuos que las compran para rehacer una
identidad individualizada, sentidos de vida que se deshacen velozmente. En estas
sociedades tienen la misma dinámica de los signos de clase, aquellos que petmi-

60
ten a quienes los compran y consumen construir una identidad que debe reno-
varse tan pronto entran en desuso o se erosionan esos signos.
Ahora bien, esta transformación de un uso tradicional a u n bien ocurre en
una forma tan fragmentada y global como actualmente se tienden a distribuir los
procesos productivos en general, desligados de los espacios nacionales. De modo
que por la forma como se producen, se distribuyen y consumen estos bienes
simbólicos se pueden ubicar dentro de lo que podemos llamar la lógica del mer-
cado transnacional.
Por supuesto, estos saberes y prácticas se imbrican localmente con aquellos
que provienen de las otras cultutas médicas, originando ese extraño espacio de
coexistencia y conflicto, desde donde las personas toman sus opciones para de-
finir partes de sus procesos vitales como enfermedades, para seleccionar sus
agentes y estrategias terapéuticas, para crear sus sistemas de seguimiento y eva-
luación a este fenómeno de enfermar. L-n otras paiauras para construir sus tra-
yectos o itinerarios terapéuticos. Pero, igualmente, para planteatse la generación de
condiciones apropiadas para el bienestar.

C U L T U R A S MÉDICAS Y CIRCUITOS SOCIOCULTURALES

Estado-nación y medicina moderna

Reconocer la coexistencia de culturas médicas en nuestra realidad contemporá-


nea conduce a reflexionar sobre las condiciones de producción y reproducción
de las mismas. En este sentido, en los estudios que hemos realizado en el país 6
resulta difícil separar el modelo profesional, en sus distintas versiones, 7 de la
implementación específica de un tipo particular de Estado-nación a nivel local o
regional. Desde el Estado centralista (que se confotma en 1886 y se consolida
con la Guerra de los Mil Días) al neoliberal, pasando por el proteccionista y de-
sarrollista, son distintos las versiones del modelo profesional que lo acompañan,
así como lo es la presencia del Estado-nación en las diferentes localidades. De es-
te modo es posible encontrar hoy en día en una región o localidad específica,
distintas lógicas estatales en acción; esto vale también para el sector de la salud

Entre indígenas inga y kamsa (o caméntsa) y colonos en el Valle de Sibundoy


(Departamento del Putumayo), en barrios marginados de la ciudad de Pasto (Departamento
de Nariflo), en poblaciones urbanas de la Costa Caribe y en Santafé de Bogotá.
Ver los libros de Medicina (Tomos Vil y VIII) de la Historia social de la ciencia en Colom-
bia. Colciencias, Santafé de Bogotá, 1993, de Miranda y otros, para la relación entre las dis-
tintas versiones del modelo profesional y los tipos de Estados que se han constituido desde
finales del siglo XIX, partiendo de la llegada del modelo anatomoclínico francés hasta las
tendencias estadounidenses y la salud pública de la década del setenta, pasando por los mo-
delos higienistas.

61
en relación con las distintas vetsiones del modelo moderno que han intervenido
en su delimitación y desarrollo.
Los servicios asistenciales de salud profesionales ofrecidos desde el Estado
constituyen puntas de lanza de su llegada a regiones que si bien están ubicadas
dentro de los límites políticos no cuentan con su presencia institucional -tal ha
sido el caso de los antiguamente llamados territorios nacionales, de Chocó, Gua-
jira o los Llanos Orientales-. En el mismo sentido, en la ciudad, los habitantes
de los barrios de invasión consideran que disponer de los puestos de salud y de
los servicios oficiales del Distrito son triunfos de su capacidad de lucha organi-
zada para que el Estado los reconozca. Estos servicios pueden llegar incluso antes
que otros servicios básicos, como la energía eléctrica, el alcantarillado o el teléfo-
no. En ocasiones es un lazo que se negocia: el Estado implanta los servicios en el
puesto de salud o en el hospital construido por la comunidad. Para una región
olvidada o un barrio de invasión, el inicio de la prestación de los servicios de sa-
lud profesionales oficiales, junto con otros servicios básicos, representa un avan-
ce en la transición hacia la modernidad y la modernización, con la presencia de
un Estado laico, sectorizado e institucionalizado, junto con un nuevo espacio po-
lítico y una posibilidad para ser y ejercer una nueva identidad, la de ciudadano.
Sin embargo, la relación entre Estado moderno y modelo profesional no es
excluyeme en Colombia, en la medida en que el Estado republicano delegó gran
parte ue sus funciones en ia igiesia Católica en aquellos espacios nacionales
marginales y de frontera, denominados precisamente territorios de misiones, hasta
entrada la mitad de este siglo. Ello, aunado a la importancia de la iglesia católica
en el ordenamiento de la vida colonial, contribuyó a que dimensiones sobre el
cuerpo, la salud y la enfermedad fueran asumidas y lo sean hoy en día, bajo el
mundo significativo religioso: causalidades como el pecado de los padres para
explicar las enfermedades de los hijos, categorías como el castigo de dios, la po-
sesión demoniaca y los rituales de exorcismo, la importancia de arreglar los
asuntos con dios como condición para una vida sana, mantienen vigencia en
amplios sectotes de la población colombiana. Otra huella aún visible permanece
en las instituciones asistenciales tales como hospitales o puestos de salud, cuya
fundación y administración fue llevada a cabo por órdenes religiosas católicas.
Pot supuesto, en el transcurso del presente siglo fue instaurándose la hege-
monía del paradigma médico moderno. Con todo, la definición de un sectot de
la salud en Colombia tomó varias décadas después de iniciada la fotmación de
profesionales médicos dentro de las versiones anatomoclínicas en centros educa-
tivos, a finales del siglo pasado, y después de que el Estado comenzata a adoptar
medidas públicas fundamentadas en este patadigma moderno, a través de su
Ministerio de Higiene.

62
En la actualidad, en la ciudad de Santafé de Bogotá el sector de la salud se ha
reordenado de acuerdo con las transformaciones asentadas dentro del nuevo sis-
tema general de seguridad social en Colombia (Ley 100 de 1993) el cual adecúa
el sector a las condiciones de un Estado neoliberal. Tal como se dijo antes, pre-
domina la concepción de la salud como un bien al cual se accede por la vincula-
ción a un régimen contributivo o a un régimen subsidiado.
La captación de este sistema/cultuta profesional por parte de la población de
Suba está ligada a la experiencia concreta que este sistema ha construido con es-
ta población. Así, aunque en abstracto se disponga el acceso a segundos y terce-
ros niveles de atención (de mayor complejidad tecnológica y disposición de espe-
cialidades y subespecialidades), al no estar incorporados en las relaciones concre-
tas estos niveles no aparecen referenciados o, si lo hacen, es de una forma muy
ambigua.

Comunidades y culturas médicas tradicionales

Estas culturas médicas son producidas por comunidades que las integran a di-
mensiones económicas, sociales, políticas y cosmológicas al punto de presentarse
como una totalidad que es inscrita simbólicamente en el territorio y en el cuer-
po. En Colombia, estas comunidades se reconocen como diferentes al Estado y
usualmente el Estado reconoce su autonomía, propiedad o uso de tierras e iden-
tificación cultural, a través de la figura colonial del resguardo y republicana de la
reserva. Los saberes y prácticas curativas provenientes de estas culturas son le-
galmente respetados mientras se efectúen en el espacio cultural reconocido. Sin
embargo, cuentan con la aceptación de diferentes grupos sociales, distintos a los
de las comunidades de origen. Aqui están consideradas las culturas médicas tra-
dicionales indígenas y de grupos afroamericanos territotializados.
En una población tradicional específica es imperativo reconstruir sus proce-
sos históricos para entender la conformación de sus categorías sobre salud y en-
fermedad y las transformaciones derivadas de las negociaciones, amputaciones o
restricciones con los proyectos de Estado colonial o republicano con los cuales
se han confrontado. Es usual, entonces, el surgimiento de enfermedades de
"afuera" o "enfermedades de los blancos", sobre las cuales se tiene una limitada
capacidad de acción. Pero estas poblaciones también pueden crear elementos de
mediación como narrativas y procesos rituales utilizados para abordar los con-
flictos interculturales o aquellos que se presentan entre los afuéranos. Así por
ejemplo, entre los indígenas del Valle de Sibundoy, los jardines chamánicos dis-
ponen de plantas como blanco cuyanguillo, centavo vinán y dólar vinán para ese
propósito.

63
En Santafé de Bogotá existen grupos de población, caso de las localidades de
Bosa y Suba, que se reconocen a si mismos como "raizales" o descendientes de
indígenas. En el segundo caso, por ejemplo, cuentan incluso con un cabildo que
se relaciona estrechamente con el resguardo indígena de Cota, municipio limí-
trofe con la localidad de Suba. Se trata de descendientes de grupos muiscas-y
aunque la presencia de la lengua se mantiene sólo por toponímicos y apellidos,
es posible detectar estructuras cognitívas sobre la salud y la enfermedad relacio-
nadas con matrices tradicionales. Igualmente, existen migraciones de indígenas
inga y kamsa del Putumayo, los cuales han logrado constituir su propio cabildo
en Bogotá. Gran parte de estas familias se ubican en el centro de la ciudad, al-
gunas de ellas en la localidad de Suba, y mantienen, además del lenguaje, una
estructura cognitiva tradicional en relación con la salud y la enfermedad, conser-
vando un activo intercambio de saberes y plantas medicinales con la zona de
procedencia. Otro grupo indígena que ha mostrado una intensa actividad en sus
procesos organizativos urbanos es el de los yanaconas, provenientes del macizo
colombiano. Con relación a los "raizales", se ha encontrado igualmente una es-
tructura cognitiva sobte la salud y la enfermedad que podría ubicarlos en la fron-
tera de este modelo con el popular. Existe un vacío legal con relación a estos
grupos en la ciudad a los cuales no se extienden las garantías de respeto cultural
en la prestación de los servicios de salud que les otorga la ley cuando esta pobla-
ción esta uoicacia en reservas o resguaruos indígenas o en zonas ue aita densidad
de población indígena.

Culturas médicas populares y comunidades locales

Estos saberes son producidos por las culturas populares -urbanas y rurales-.
Sin existir una construcción holística, se presentan inscripciones simbólicas del
cuerpo diferentes a la profesional y a la del Estado nación, pero que guardan re-
lación con los códigos simbólicos de las culturas tradicionales. Los saberes y las
prácticas de estas culturas son producto de la conformación histórica de lo popu-
lar bogotano, donde juegan papel central las migraciones a la ciudad de grupos
de muy diversa procedencia regional, pero con predominancia del altiplano cun-
diboyacense en un 70%. En cuanto a su relación con el estado mantienen una
posición ambigua, no se autorreconocen ni se les reconoce una autonomía como
la de los grupos tradicionales pero sí diferencian su mundo significativo del que
es propio de las élites. Mediante los medios masivos de comunicación cuentan
con fuertes lazos de interacción con el mundo transnacional.
Las culturas médicas populares incorporan saberes y estrategias de las otras,
resignificándolos y reordenándolos dentro de lógicas de conocimiento locales.
Por sus modalidades de reproducción social -en donde predomina la ttansmi-

64
sión oral- las culturas populares se reconocen también como informales. Inclu-
yen dimensiones terapéuticas que no son idénticas a lo que se entiende por tera-
péutico en el sistema profesional, en la medida en que incorporan como ejes
causales de la enfermedad dimensiones sociales y culturales. Esto se puede apte-
ciar en la categoría de la envidia como agente causante de problemas de salud. O
en el tipo de redes sociales de apoyo informales que se disparan para resolver un
problema de salud. Los saberes y prácticas curativas provenientes de estas cultu-
ras no tienen reconocimiento legal aunque cuentan con amplia aceptación por
parte de las poblaciones que las consideran como propias, y se originan en una
muy variada gama de espacios populares:
Ligados a la dinámica de religiones formales (catolicismo, protestantismo):
culto a Jesús, vírgenes, santos y santuarios aceptados por la iglesia (El señor caí-
do de Monserrate, el Niño jesús del barrio Veinte de Julio, etc), ritos de sana-
ción, cambios de estilo de vida con las iglesias cristianas, cultos relacionados con
el final del milenio y de la centuria (desde carismáticos hasta el satanismo).
Ligados a religiones populares: culto a las almas del purgatorio, a los muertos
en los cementerios, a muertos que se convierten en santos populares que otorgan
dones para la salud y el trabajo -rales como José Raquel Mercado (líder sindical
asesinado), Leo Kopp (identificado con la élite patronal industrial de inicios del
siglo), Carlos Pizarro Leongómez (exguerrillero del M-19 y líder político asesina-
do)-, movimiento Regina 11, culto a José Gregorio Hernández, esplritualismos
relacionados con Alan Kardec, culto a las Tres Potencias (Negro Felipe, Indio
Guaicaipuro y Maria Lionza), incluso candomblé y umbanda.
Ligados a culturas médicas tradicionales o populares de las regiones de ori-
gen de los grupos poblacionales que han migrado a Bogotá. (Incluye a sus prac-
ticantes como parteras, sobanderos, yerbateros, curanderos). Se encuentran, en-
tonces, curanderos del altiplano cundiboyacense, curanderos negros del litoral,
curanderos de los llanos, del Huila y Tolima, o de la Costa Atlántica.
Aunque los agentes de esta culturas pueden apropiarse de los saberes que lle-
gan por los flujos transnacionales, lo que los hace pertenecer al campo popular
es la lógica con la cual integran esos saberes y prácticas (Una muestra de lo cual
puede apreciarse en el video E¡ sacrificio del corazón del Espíritu Santo sobre cu-
randerismo urbano en Bogotá, de Pinzón y Suárez 1983, Pinzón y Suátez 1984
y 1988).

Culturas médicas e identidades en construcción dentro de circuitos socioculturales

Al igual que Kleinman relacionó los modelos explicativos con la construcción de


identidades en el contexto de proyectos sociales particulares, López Austín hizo
otro tanto en su excelente libro Cuerpo humano e ideología y en un proceso inde-

65
pendiente que apuntaba en el mismo sentido, en Colombia, Pinzón y Suárez
(1985, 1992) propusieron el concepto de cuerpo cultural. Es claro que en una
cultura médica, los significados sobre la salud y la enfermedad informan sobre la
estructura y funcionamiento del cuerpo, sobre las relaciones de los órganos con
las colectividades y el cosmos, sobre sus fortalezas y vulnerabilidades, sobre sus
cualidades y posibilidades, entrando en el terreno de las identidades. Al indagar
sobre las fuentes actuales de estos significados debemos considerar, igual que
con las culturas médicas, además de las identidades territoriales aquellas que
García Canclini llama identidades sociocomunicacionales a las cuales nosottos
hemos denominado transnadonaies. Para ello, este autor propone tener en cuen-
ta cuatro circuitos socioculturales:

El fiistórico-territoria!, o sea el conjunto de saberes, hábitos y experiencias or-


ganizado a lo largo de varias épocas en relación con territorios étnicos, regionales
y nacionales, y que se manifiesta sobre todo en el patrimonio histórico y la cul-
tura popular tradicional; e[ de la cultura de élites, constituido por la producción
simbólica escrita y visual (literatura, artes plásticas). Históricamente, este sector
forma parte del patrimonio en el que se define y elabora lo propio de cada na-
ción, pero conviene diferenciarlo del circuito anterior porque abarca las obras
representativas de las clases altas y medias con mayor nivel educativo, porque no
es conocido ni apropiado por el conjunto de cada sociedad y en los últimos de-
cenios se ha integrado a los mercados y procedimientos de valoración interna-
cionales; el de la comunicación masiva, dedicado a los grandes espectáculos de en-
tretenimiento (radio, cine, televisión, video) y el de los sistemas restringidos de in-
formación y comunicación destinados a quienes toman decisiones (satélite, fax, te-
léfonos celulares y computadoras). (García C. 1995:32-33)

Estamos entonces frente a circuitos sociales, a órdenes sociales y poderes que


generan micropolíticas diferentes y que se cotresponden con las colectividades
enunciadas cuando examinamos las condiciones de producción de las culturas
médicas. Cortesponden a lo que Deleuze y Guattari (1979, Guattari 1994) lla-
man agenciamientos territoriales y desterritorializados. Aqui los tratamos como
circuitos porque vemos tanto las identidades como los modelos explicativos en
tanto que producciones sociales, con agentes involucrados en la producción, es-
trategias de reproducción y memoria.
Pierre Nora (citado en Auge 1995) plantea unos lugares de la memoria, aque-
llos destinados a condensar la información sobre lo que se es y otros destinados
a condensar la información de las imágenes de sí, para otros, y de los otros, so-
bre sí. Hablar de la memoria de estos circuitos de producción de lo social, es
hablar del cuerpo y sus significados en la medida en que el primero es espacio
privilegiado donde ella se construye (López Austín 1994, Pinzón y Suárez 1992,

66
Pinzón, Suárez y Garay 1993a, Pinzón y Caray 1997a y b). Es hablar de los pro-
cesos sociales que operan, de la acción de los poderes sobre el cuerpo, incluyen-
do las prácticas que las personas realizan sobre ellas mismas en la construcción
de sus identidades, en su relación con campos de saber y poder específicos. Con
ello entramos al campo de la subjetividad, en términos de como la plantea Fou-
cault (1987 Volúmenes 2 y 3).

CIRCUITOS, CUERPOS Y SUBJETIVIDAD

Una diferencia clave con el análisis de Foucault es que debemos abordar la cons-
trucción de la subjetividad en espacios sociales que son productos de diversos
circuitos, teniendo cada uno como objetivo inscribirse en los cuerpos. El cuerpo
es, entonces, un campo de batalla, un espacio político donde se dirime la ins-
cripción de los circuitos sociales que se disputan ia primacía. Y ello conlleva, ex-
trapolando a Kleinman (1980:36 y capítulos 4 y 5), para quienes trabajan en los
campos de la salud -medicina, psiquiatría- ó de disciplinas como la psicología o
la antropología, explorar la construcción de la experiencia de la enfermedad y el
bienestar, en el campo de fuerzas, de saberes y poderes resultante.
A través del primer fragmento de convetsación vimos cómo los circuitos
transnacionales operaban en la construcción de las subjetividades de las mujeres
que participaban en la reunión. Pero ellas también presentan inscripciones de
otros circuitos. Del circuito nacional, por ejemplo, han tomado conceptos profe-
sionales. Todas tienen acceso a servicios de medicina prepagada y utilizan con
gran propiedad conceptos explicativos sobre la enfermedad propios de los mode-
los profesionales. Pero también se trata, como lo afirma Zandra Pedraza,8 de una
subjetividad que se elabora y promueve la diferenciación social a través del deli-
neamiento de la sensibilidad, la sensorialidad y la sensitividad. Ello se aprecia en
el siguiente fragmento que recoge un momento posterior de la conversación. Pa-
ra caracterizar a Ana, la hija de Juanita, se dice "Ana no es vulgar, ni un ajo" -
ajo aludiendo a que ni siquiera utiliza exclamaciones consideradas groseras; "ella
ha sido siempre muy, muy puesta, muy señorita, muy dama. No, ella siempre ha
tenido esa rectitud [Bendito mi dios! Eso nació con ella, ahí si es cierto...".
Además, se reitera su formación y activa practica como mujer católica. Pero tam-
bién se aprecia que Ana y estas mujeres bogotanas acogen como una posibilidad
real la intervención de procesos locales en la construcción de su subjetividad,
donde se entremezclan lo religioso y lo popular.

Ver su articulo en este mismo volumen

67
La envidia, el limón y el diablo

J: ¡Fíjate tú! Dice Rocío que cuando es la magia, eso es el Señor directamente
el que cura, Lina María (baja el tono de voz y la mira). Por eso es que Ana está
bien, porque fíjate en todos esos testimonios, lo que dice Germán Castro Caice-
do 9 : ella se sanó con el exorcista, el sacerdote, varias veces, porque a ella le da-
ban los arrebatos más terribles y botaba espuma por la boca y salen sapos y to-
do, mi reina [su hija Ana] botó un sapo!.... Ana no es vulgar, ni un ajo, (todas
las mujeres al tiempo estuvieron de acuerdo: |Nooo!j fíjate tú cómo decía de vul-
garidades y le decía a dios ;A dios! le decía bestialidades a dios, al Señor, y eso
era mientras le estaban haciendo la sanación.
LM: ¿Quién le hizo sanación a Ana?
J: A ella le hizo Alicia Ríos, qué te iba a decir yo... Ella tiene un poder mara-
villoso y otra señora que fueron varias veces a la casa, llevaron a la pieza... Estu-
vieron orando y todo eso, ellas dicen que sentían un rechazo, una cosa pero
bárbara y Ana pues tenia que., qué te iba a decir yo... y Ana no podía dormir
porque dice que veía diablos horribles, esto ... arañas pollas.
LM: ¿Tarántulas?
J: ¡Sí! Tarántulas, se angustiaba terriblemente y todo el tiempo. A mi reina,
dios mío, Señor!, pero a ella, yo le decía: "Alicia, a ella la violó Satanás, ella sin-
tió eso, eso fue terrible!". ¡Huyyy! ¡Terrible, eso fue terrible! Le duró seis años,
todavía es la fecha, fíjate tú., y, desafortunadamente, no sé Lina María, yo le digo
al Señor: Tú eres el que sabes todo, tú eres, ilumíname si yo hice mal, ¡fíjate tú!
Viéndola en esas, en realidad, lo que le decían en la iglesia que íbamos no le
servia; entonces fue cuando fuimos...y entonces ella fue quien le dio la paz.,.¡la
parasicóloga! ¡Son boberías...!
L Pero tiene que haber una persona que lo detesta a uno mucho para que le
haga a uno eso, ¿no?
J: La parasicóloga dice que, uhm, Joaquín [novio de Ana]...ellos se enamora-
ron desde que se vieron, di tú, y Ana qué te iba decir yo... Ella tuvo mucho pre-
tendiente y todo, pero ella es una persona que ella no se entrega sino a un
hombre, di tú, de pocos amores, di tú, no... U n amor y dos amores, de Joaquín
y el marido, di tú. Resulta que Joaquín tenía relaciones hacía cuatro años con
una fulana, que era, qué te iba a decir yo... una pingana10 Y lógicamente ella lo
estaba presionando mucho porque ella queria, ella ya convivía, ella lo estaba pre-
sionando mucho para que se casaran. Di tú, mayor que él, profesional, porque
lógicamente, como él. Bueno, Ana se enamoró pero ¡por dios santo! ¡No!

Autor de un libro de amplia circulación denominado La bruja, el cual recoge narrativas


acerca de una mujer de la zona cafetera reconocida como tal en la región.
Mujer despreciable, barata, vulgar.

68
¡Roleta! ¡Roleta! ¡Roleta! Y él también porque yo veía el amor de ese hombre y
todo, qué te iba a decir yo, cómo la miraba, la ternura que tenía, cómo la respe-
tó, porque él había podido hacer lo que hubiera querido con Ana; en primer lu-
gar, ella una china, bien enamorada, sin experiencia ninguna, de ninguna espe-
cie, qué te iba a decir yo, y que menos mal ella ha sido siempre muy, muy pues-
ta, muy señorita, muy dama. No, ella siempre ha tenido esa rectitud, bendito mi
dios! Eso nació con ella, ahí si es cierto, y entonces esta señota, que te ¡ba a de-
cir yo... Cuando ella vio que él se le alejaba, pues lógicamente porque ya tenia
otra novia, entonces vio pues que la muchacha pues joven y...
LM: ¿Pero qué le haría?
J; Yo no sé qué hizo, pero ella [la parasicóloga] dice que fue que ella [la otra
mujer] había ido donde un gurú de magia negra...
L ¿Y lo del sapo?
J: Mira, ella trasbocó vainas feas, ella tenía... Y la vez de la habitación fue te-
rrible, lo de la violación, lo que ella sintió.
N: ¿Ella contó todo eso?
J: A mí. Porque lógicamente, éramos... Viendo que yo estaba en la iglesia, di
tú, íbamos, pero mira, no... Ella estaba porque ella decía que no tenía vida, no
dormía...
LM: Pero también debió ser el poder de la otra vieja, ¡imagínate!
J: Fue una, una, ella (Ana) muy china ....
LM: Y la otra de mucha experiencia, porque frente a una cosa de esas... Mu-
cha maldad.
J: Pero, ¿sabes qué? Yo no puedo decir eso, yo no puedo decir porque yo no
sé, eso lo dijo la parasicóloga y eso tenía que ver algo, di tú. Porque, ¿por qué?
N: ¿Y con la sanación qué pasó?
J: No le sirvió.
LM: Es que la sanación es del cuerpo y en una cosa de esas, de maldad...
J: No, Lina Maria; a ella le faltó que le hicieran. Le faltó a Ana creer un po-
co. Di tú, se desesperó. Di tú, una muchacha que trabajaba todo el tiempo y no
dormía. Ella no dormía, ella tenia las pesadillas más machas, ella salía de la pieza
de ella porque decía que sentía unas cosas horribles, se pasaba al sofá-cama,
cuando la veíamos en la cama, en la pieza de nosotros, entonces Alvaro se pasa-
ba a éste a ver si podía dormir. Hoy dia hubiese sido distinto porque estoy más
cerca de dios, conozco más. Antes no, estaba...todavía estoy en leche.
L Es que esas cosas se le salen a uno de las manos...
LM: ¡A mí se me hace tenaz!
J: Si, sí, claro, y Ana no quería ir a la parasicóloga. Ana es muy religiosa y no
quería oír, qué te iba a decir yo, fue la humillación más grande. Ella dice que allá
ella la desnudó. Di tú, nosotros íbamos con flores. Yo le digo al Señor si yo hice

69
mal y todo, no sé si lo volveré hacer en esas circunstancias. Entonces uno tiene
que ser honesta con dios que es el único que sabe. Di tú, en esa situación, vién-
dola a ella como estaba, di tú, pues era la tabla de salvación, qué te iba a decir
yo, y en realidad ella le dio mucha paz, ella le daba... Sí, ella iba cada ocho días
donde... [la parasicóloga], le dio las primeras veces, la bañó y la azotaba con yer-
bas, en una ocasión compramos unas yerbas y unas flores rosadas y otras blan-
cas.
N: ¿Para qué eran las flores?
J: Para baños, eso le hacen cantidad de cosas con un montón de yerbas, en-
tonces, yo lo vi, yo lo sufrí. Ella le dio la primera semana un limón," lo envol-
vió...
LM: ¿En cruz?
J: No, Lina María: enterito. Lo envolvió en una seda blanca, y ella le dijo:
"Ana qué cosa tan dura". Como estaba ella creía que si se hubiera demorado
más, se había muerto....
LM: ¡Ay brutas!
J: Si...ella no se explicaba cómo había aguantado, mijita. Mi dios, la ora-
ción...
LM: ¡Sabes que al oir hablar de eso me parece imposible!
J: Mira, el limón tenía que mantenérselo cerca, ay mi reina que yo la amo
tanto y ella me ama tanto a mi, somos tan unidas, qué te iba a decir yo, tenia
que estar cerca al limón...
B: ¿En alguna parte?
J: No, no importaba, en todo caso que hiciera contacto. Di tú, como al tercer
día se pudrió y un clavo así de grande (muestra el largo de su dedo índice) ¿De
donde salió el clavo? Pero yo lo vi, di tú, y luego volvió otra vez; cada ocho días
le daba un limón, di tú, envuelto casi siempre en una sedita blanca...
LM: Es que dicwen que el limón atrae la mala energía y cuando se pudre es
que la está sacando, la maldad...
J: Lo que te digo ¿Ese clavo ? Ese clavo que Mariana, pues, se lo llevó...
L: Hay que botarlo a un río, a un agua que corra...
J: Y le daba cada vez, hasta que el limón le quedó limpio, di tú, a veces olía
hediondo, como pestilente, ríete tu, y los baños permanentemente, y Mariana
que es una persona... yo me desnudo tranquilamente, di tú, pero mi reina no, ni
delante mío, ella decía: -Ay mamá, dejarme ver desnuda...- y ella muy querida y
ella decía que orara por él y por ella.

11
Para algunos usos culturales del limón en el altiplano cundiboyacense, región donde se
encuentra Bogotá, ver Pinzón y Suátez 1992, cuarta parte

70
Analizar los entrecruzamientos entre concepciones religiosas cristianas orto-
doxas y populates, concepciones médicas, concepciones populates que recurren
al limón o a la parasicóloga, nos llevó a llevar a cabo una reflexión sobre las he-
rramientas conceptuales de las cuales disponíamos para tal tarea, las cuales ex-
pondremos en la siguiente parte. Ante todo tuvimos que abandonar toda inten-
ción de encontrar una sola lógica. Incluso es posible encontrar contraposición o
yuxtaposición de lógicas en un trayecto terapéutico, es decir, desde el momento
en que un fenómeno se define como enfermedad, se seleccionan agentes y estra-
tegias terapéuticas, se ponen en juego sistemas de evaluación sobre el proceso.
Juanita, por ejemplo, acepta la malquerencia de la mujer del novio de su hija
como origen de la enfermedad de ésta, pero a la vez su hija ha explorado la me-
dicina alopática -acudiendo donde un psiquiatra-, ha hecho uso de sanaciones
populares junto con oraciones colectivas y otros. La madre, en su relato, vacila
sobre las causalidades atribuidas al mal de su hija.

Elementos para reflexionar en torno a la subjetividad urbana

C. Geertz (1994) ha caracterizado a la construcción de persona como un ¡ocus


privilegiado para poder ofrecer un análisis de cualquier cultura ya que la cons-
trucción de la persona es despliegue del conocimiento local y determina las for-
mas de interacción social en esa cultura. A su turno, J. Bruner (1991) relativiza
la concepción de la sicología transformándola en sicologías populares, teniendo
cada cultura el régimen de construcción de las personas posibles dentro de su
mundo posible. Para Bruner, la sicología popular es la carta de navegación que
permite a los sujetos construirse a si mismos y construir sus relaciones con los
demás, a través del significado de los actos o de los actos de significado.
Marc Auge (1995) coloca el acento del objeto de la antropología en la com-
prensión del individuo. Pero este individuo debe ser mapeado siguiendo las re-
des que tejen la organicidad de su vida social y que lo obligan a construir estra-
tegias de desempeño. Todo individuo está colocado en una red. Sin embargo, pa-
ra acceder a los lugares clasificados por la hegemonía, debe conocer los disposi-
tivos de poder que están inmetsos en este ordenamiento. A estos dispositivos,
siguiendo a Foucault (1990 y 1975), se les llama tecnologías disciplinarias. El co-
metido de ellas es segmentarizar los regímenes de disciplinamiento del cuetpo.
Retomando a la construcción de persona, ella se constituye del mismo modo
como Auge plantea que se construye el individuo. Es decir, dentro de redes so-
ciales. Isaac Joseph ha caracterizado varios tipos de redes, una de sociabilidad
(parentesco, vecindario, amistad), una de comunicación (circulación fluctuante de
informaciones según las lineas del chisme o del rumor) y una red de transacción
(movilización de los recursos, utilización de intermediarios, tramitaciones y bi-

71
Aireaciones de carreteras). (Para la caracterización que hace de estas redes ver Jo-
seph, 1993:132-36).
Ahora bien, las estrategias de la persona funcionan en dos sentidos. Uno,
destinado a manejar los dispositivos disciplinarios de la hegemonía. El otro, des-
tinado a construir estrategias contradiscursivas o prepositivas dentro de los cir-
cuitos de su comunidad local o fundacional. El sujeto debe aprender entonces, a
lo largo de su vida, a distinguir la intencionalidad de las distintas petsonas que
pueblan sus redes, su mundo, para caracterizarlas e interactuar con ellas. Esto se
logra, según Bruner, mediante la construcción de narrativas que dan cuenta de
las formas de organización de los significados de los actos. Asi, desde su niñez,
los sujetos leen significados en los actos y aprenden a negociar su posiciona-
miento con respecto a los distintos tipos de generaciones, géneros, grupos étni-
cos, etc.
Hay que recordar que Taussig (1993b) habla de un inconsciente óptico que
tegistra, a grandes velocidades, las interacciones y los significados de ellas de
modo que el individuo no hace consciente permanentemente la cultura. Este in-
consciente óptico tecoge gestos, movimientos corporales, tonos, usos del espacio,
ritmos, velocidades que le permiten cartografiar cada instante. Bruner considera
que existe una especie de disposición cerebral para construir las narrativas, que
no son textos literarios, en un sentido estricto, sino textualídades activas, accio-
nes, que permiten desnudar las intencionalidades. Las diferentes redes proveen
distintos tipos de narrativas que el individuo lee para posicionarse en los lugares
hegemónicos y no hegemónicos de la cultura. Entonces, las estrategias de las
identidades de frontera reposan tanto en el inconsciente óptico como en los lu-
gares memoria de los que habla Pierre Nora. A este continuo desplazamiento en-
tre redes de significados que generan escenarios, dramas y actores, Marc Auge lo
denomina trayectorias vitales, Pearce (1994) formas de serpenteo, Bruner auto-
biografías del yo.
La investigación implica considerar entonces cuáles son los circuitos socio-
culturales que aportan ejes de construcción de los significados del cuerpo y la
identidad. Es decir, tener en cuenta cómo confluyen en Bogotá y para sus habi-
tantes, el circuito nacional, los circuitos locales tradicionales y populares y cómo
nos ubicamos dentro de la configuración del orden transnacional en constitu-
ción (Ver el cuadro donde se esboza la caracterización de estos circuitos para Co-
lombia, en general). Sin olvidar la hibridación cultural que surge de la dilución
de las fronteras entre lo moderno y lo tradicional, lo subalterno y lo hegemóni-
co, lo nacional y lo étnico, llevando a la emergencia de la producción social y
cultural desde los márgenes de estos circuitos o sus intersecciones.
Además de las narrativas constructoras de identidad, Rosaldo (1994) intro-
duce, en su propuesta de análisis social, las emociones como fuerzas que inscri-

72
ben la cultura y son explicativas del modelo social que las crea. Las emociones
modelan la identidad, sirven para resolver contradicciones de la culaira, y entre
culturas, generan instituciones y tienen la fuerza para construir una sensibilidad
compartida del mundo. Así las cosas, las narrativas construyen y dan cuenta de
las identidades en un m u n d o de transformaciones pero son guiadas yentrama-
das por los hilos de las emociones. Es merced a la construcción cultural de la
emoción que es posible el funcionamiento de esta máquina discriminadora de
los sentidos en un contexto intercultural. Por lo tanto se entiende a la persona
como una identidad de frontera que se guia mediante un inconsciente emocional
para construir la cartografía de las relaciones dentro y fuera de su cultura. Cultu-
ras en el contexto de un m u n d o desterritorializado, híbrido, segraentarizado y
fragmentado, la identidad es entonces estratégica, de fronteras y transposicional
en términos de Rosaldo (1991, "Cruce de fronteras").
M o n s (1994:183-200) construye el concepto de cuerpo trashumante para ex-
plicar aquellos momentos de tecomposición de la identidad en escenarios urba-
nos. Según sea el contexto del fragmento o del segmento :

Nuestro cuerpo debe adaptarse a las plenitudes, a las delgadeces, y a los vacíos
de ia morfología urbana en su aspecto discontinuo no sólo en relación con la
espacialidad sino, sobre todo, al movimiento de la ciudad, ese movimiento conti-
nuo y discontinuo de la multitud, de la circulación, de las interacciones, de la co-
tidianeidad (Mons, 1994:185).

En términos de este autor, somos cuerpo esponja cuando somos embebidos


por los lugares conquistados. Aparece y desaparece el cuerpo en su trasegar por
la ciudad a medida que se refleja en los espejos de los barrios, calles o plazas.
Somos cuerpo-imagen cuando son asidos a nuestros movimientos y gestos, dis-
tinciones de clase y de gusto. También cuerpos consumibles tan pronto como el
poder entra en escena: amos-esclavos, blancos-negros, patrones-obreros. En la
multitud, el cuerpo se vuelve ebullescente. Allí aparecen, como en las ferias, los
dramas de la riqueza como aquellos de lo irredimible. Los mendigos, los locos,
los vagabundos, los delincuentes calientan el ya encendido circuito de intercam-
bios del espacio público. Somos cuerpo-emociones, cuerpo-rabia, cuerpo-envidia,
cuerpo-mutilado, cuerpo-desvalorado cuando entramos en las puestas en escena
de los espacios hegemónicos.
El éxito o el fracaso de u n individuo, para afrontar las diferentes tedes y con-
textos, depende de las estrategias que sus circuitos locales o comunidad funda-
cional le haya proporcionado y de la capacidad de aprender, de hacerse sensible,
a la interpretación y aprehensión de las estrategias que fluyen en las interaccio-
nes cotidianas. La reflexividad es el mecanismo mediante el cual los sujetos
fragmentados rearman, en el tiempo, su identidad. Estos espacios tiempo de la

73
memoria, Bruner los recoge como estrategias autobiogtáficas. A ellas recurre pa-
ra estudiar las sicologías populares de cada cultura. Las autobiografías contienen
la sicología evolutiva del grupo. Es decir, las fases de aprendizaje de las estrate-
gias y de los sentidos de la sicología popular de ese grupo. En la vida cotidiana,
estas fases se van conviniendo en lo que Geertz llama sentido común. La tarea
del investigador se torna, por lo tanto, bien compleja. Debe primero reconocer
los lugares de la memoria, distinguir aquellos que están construidos hacia afuera
de los que están construidos hacia adentro y los puntos de intetsección, mapeat
las tedes para descubrir y discernir los circuitos locales, diferenciándolos de los
circuitos de los medios de comunicación masivos y de los circuitos de élite. A
partir de esto debe entrar en las redes locales de las comunidades fundacionales
para descubrir los escenarios, los actores y los dramas que están proveyendo las
estrategias de la vida cotidiana. Debe realizar un estudio transversal de las fases
de aprendizaje de la sicología popular, a través de autobiografías del yo que le
proveerán los significados y mundos posibles de personas que la cultura local
construye para actuar en su mundo endógeno y fuera de él.
Este es pues el programa de investigación hacia el cual nos encauzamos, al
tiempo que identificamos los ejes que los distintos circuitos socioculturales apor-
tan para que una persona lleve a cabo su constitución como tal y, en patticulat,
su experiencia como sano o enfermo.

74
'¿J-

OJ c
"O
3
o
o . re
.5*
=- E "St J c
— CJ c
rt
C
"c
r
C
OJ
Go
-o
0 o p_ -Q.
u u b_ a
1 a. £ c
OJ

in tfl ™ "ai re S
o
•3
0)
i.
si
L.
S
X
"o
r-

S
5
«i:
,c
.3 JS
*3
a
3
O.
E-o
rt
ij
re
^
u

«
u
§
u
.
1
_u_
0 u tw E 0

Territo

AmbigL
Contra
recodif

Estraté
a •2 E

Estado
Q.

re -O tfí
-O 3
U U

ó re
o « oii
u
0 S
CJ
-"5 S
' c 32 - .y
OJ L. L. rt -o l?
o

;versid;
:s ecol
la dive
c

:ambic
c
ad mo
«i ro
ai
0 ü 4)
i) rt
c ai
c al
0 re re E 0 ^ 01 "0 TJ ^ t

'ü -o "re c o 'D


c E oo
« TO O"
í
o o a -o
-o 'ga .c «
'S •o ^rt
H u
o -o TC3 re i_ rt
, OJ
C frtj
rt .2
c
&0
£! uru üo
L
H E V> T7 re
O
Q.
}-
g S -o0 y « ~ ^ o.
D
M QJ u-.
O CJ L, vi
S y . 9 " a i t Í E ? í a j
u X Q L U u LU ,E _o c t u j re E n !

>* ^ 0
, -0 «i =
' "re u ¡S o
c JS o E h
extendida ahot-a al espacio glo

vacíos de num:mes hasta desai


ti y pluricultural

Comienza a ser incorporada n


Tensión entre anterior relació

de ecosistema -desde ecosiste

>- "Ó"
n neoliberal,

- «N c
ion político

conciencia de i Imites para


irticipativa

crecimiento in'finito de la

(fl D .y T I V)
C
w c t_i OJ
41
rt
c
S IS- rt
c
0 OJ
<u ' C
" a OJ
.2
c *u
-a m "O
rt
y
rt Jí c O •o "5 o . Já o
b0 c
c c -o ni -O
QJ y E i« .t! £ V)
producción

O "u
s
c _: _\ n> «

i O •"
i
Jr
O
rt
i-
l_
«->
i_
u
Deseen
regulad

adminis
Democ

r-
Estado

5 fc re
u
1L-. 'E

L. uí
Ú
li DJ

<
u 0

1- U N
e transfor mación
i materias primas

uu OJ
, donde predo-

0
zón, domi nio y

(/)
sntíficas a nivel

u - JJ

i
Ieza mediante

produc-to s y

re

£
icnifteació'n

3
H e
tu rt
'_0 ! < —
Ni
_\
ííí
OJ

0. _ O -rt o re o
>- rt
C
c 2
c
u
o 'fc
-i 0 UI o
re
< T3
O te
u z rt c 1 g.
o c E 0 c -O o; E
control de ia n;

de la naturaleza

sustitución de i
mina prodúcele

Procesos infinit
del espacio nac
estrategias tec

inicia y fortalec

l/l 0 0
Supremacía de

y bajos niveles

y :9 9 i y O
0
•0
u z X
'0
c

t g a 1.0 •0 c
nización

i 0
tu
>" if CJ

0 Ü •gl e s 3 Ü
c
OJ
ce LU ín
re c VC
0.
LU U

75
~ *A
3 CL OJ
O- "SÍ, "
0 o; bo u. -Q
CL O ,rt 0
J5
t/1 i/i io OJ
0 OJ
"0 "«
rt c
OJ
C
OJ
s 1 u
•a
OJ re o'
o - C **-
ll c
o
O OJ
E 1
ai
rt
c
re
3
>*
E 2 bo T í

É °

É C

= É u « Q. UJ TJ Ü ' u

c TJ
Ü •o e .3
<
re
>s u
>
M
U JS rt >*
Ü
ui rt OJ rt c E O n
C
3
E VI 0 OJ rt - ^ O u
DC V c CJ J 'O u o -t! OJ
UJ (4 OJ Tí ,N _0 ¡=
LL C Q . rt ! SJÜ
z 0 J2 c
LU
e : u re

3 1
OJ
- a
OJ
TJ
n
<jU
i = E
' o i "lis
V.
TJ
s o = ".o
il
•O
>-
a h- 'u '> re
K S § -S fl
O
M -o Ü -2 O ^
D
_"* u
15
1 -o o o s - 5 n i
Ti o .?
p ¿ireoj E re ~ P- 9
ID u S LL! a . U E P a m L
o


0 Sí 3
5- _ oj
.2
O TJ U.S o , o.
>
TJ
O QJ "6
F -° £
o tí cu
OJ
e E TJ o
" - S, XJ
o TJ re .2
"O T i O .5? •OJ u
c c O u E y
E -0 •o
O "D H TJ
u S?- d
OJ '5ó
E-ó 6*8 0
u
"a! 3
o 5 o — u u T í OJ
O TJ
>0 0 £ É
ÍS:
c c
TJ 3

V, o o « ^ 9 .S
TJ w, "re
£
o.
u°J
aj
•Cu u O i/l 0 3
-i o e .e OJ
U 3
Ss | | E re TJ c
rt u rt -o . •g T3 3 M TgJ > i-5"
1 £ .£ j¡o —
TJ
rt
ü o a.E -ÍJ
_C
U ü Q J Í -—
I £c n sr: SS
OO - rt

r i Oí
U 3
« .y
O TJ
' O m —
2 3
i o. c o
i -2 S "B
OJ
y, E f í - í - o
E c1 ^ .1 SO __
u "O rt

9 S.«
É tSÜ
o . OJ 5 o; -a í i

76
;-4 _ c

2 "=
i S:
a.
o
IL 3 JSJTÜS C "£j vi u

5 r -b-E ¿L¿

LJ T J
>s
_re re
OJ 15 •
00
n rt
ta- re
Tí re OJ cr
OJ u O TJ O
«1 TJ
E i P 0) X! IA
n S
c rt 3
3
c OJ
OJ
TJ LJ
u •a 5 « S o M S 0 3 rt
cr CJ OJ J
C Tí
cr
TJ O 15 ~q
fl rt
>^ rt u
E Tí
O u
C
C3n OJ OJ
t- CJ u 0 •o u u
re re
É o 3 u
O -¿i irtJ cO uO o c 03
6 TJ
UÚ!Z¡¿ S S
O
TJ O l/J
t_
Q . U_ OJ u OJ c rt
0
u 3

§ E
E *S
_c u TJ 3
c E S
.y OJ
c
3

TJ — 0 C re n E ? i
r rt F l) 0 O rt -O O.
u \J
c O q Trt) OJ
TJ TI ¡X

L. U
u t_ >-
>v -5-^.rj
*« c DO
o
u

0
£ OJ
TJ
U _o
tu
CJ 01
OJ OJ TJ
3 tí 0
S^ ü

E OJ c OJ X. OJ "

D OJ

Tü ü
3 3
U
O il U ^—V

u
o
8° CJ _0J

In C E "re
U J2
S i l .3
vi ai c o «J - 3 oi « re JC)! u
" u C 'a TJ 3 Q_
z DO
•re 3
LJ
Tí 3 O O»
«-2 £ >- ¡2 rt *-• c
•o g Ü g * c 3 o c o
ü 0 in'
re
OJ
E 9 :S « h O T J
u OJ
T7 F O
3 o . O - ~ .¡2 ™ re U. M
3 rt S •« re > '
O F 13 c
O fc
c OJ
~ój
re . ü OJ S re 2 J3

o
a
TJ r lu i §?
.2 n rt
>'ü
rt
v *•" ._
O -
.2 « J3 S
— y su « o
M « E y TJ .9
3 U E o 8o e ii
QJ OJ re i/i a u rt
-= H L ^ QJ T J 11. I I I w u c o u

77
OJ

. J i
E 2 c
3£ a =
re ° 1 c >-.:2
13 a a ¡í sa
J O CL ,

i i-l
K OJ
u -o
« i ¡3
' 8 * S
1 X T J
í a re i
«3

•s O
*-" ort E
= í3
1 01 —
S S J P £ c
cu "J . n 1 .E 00 -o
5 . Rt *¡J
P " •g g_a.
9'OS 5 sao
rt _0J
L. . •
OJ "ñ

.2 o
a c
C -2 C EO
OJ fc a re O
"5 o ^ a "
Cl uf
cr oo cr
c R
0 £ S .1
M re £ -1
1 1 ; a.; MI C
o, e
ai .E
Cl Z S O

S O o Cl re

'!5 ¿i
! o 2 „ n
E -6 : ü .0 í -S TJ .£2 O
E ^=
- J e-
-ZJ 41 ; i 3 ¡5 2
- J5 3 | « c | [
So S 0 re U
re O ' s i §s
5 " S »SJ
n .51 o TJ
•o ¡ r i* ^ I" E 01 O
O.
c u
ai TJ c - 2- C 'u ai £
u 1 o» JJ 9 O
OJ TJ
-9
3 •oT. « t. 3 I TJ TJ TJ U
; •— So _rt 3 B H o "ré ¡3
) *A c T J u C
E y ,y o -c ; rt •—
C -— cu O ,
C SJ E _ QJ
P °J
•o"S
o C TJ _-. ¡5.2 01 TJ E
Z oí b 3 .s =s
j 1. "5 J a
<3

O
TJ

-§-§.§> C o
5-^ s "- OJ *¡¡ fl,

,. J ? S .2.
£ , » o " .3
s s~ i "
J - SP 1- 8 ' £ JS -i? TJ
reC OJ TJ TJ „•
O JJ
Q,

E.EI f -o
fc.ETJ
floo-8s«-otí.oc
„ f c
E1
rt « ' v T ^ ao m
5 : 5 •§ o 1
re Q_ o . pw, -E
• - "Ü
E TJ
l- r= XI ' P ¡>¿ E
3 8 5 JÍ Q, D
£ rt
-g " fl «• 0 -2 J2 ><
OJ u
o 5
« -o a» U O ÚJ

78
o. 2
TJ C

o S a S.
TJ .E - o.
re — ci
TJ re i- -OJ
3 ^ £
»" " a
.E .9 o o
-S = o ,
13 = o
a .^
5
_s
i 3"
OJ 'u u n = p oi •
'u TJ
TJ c
s EQJ
3
uV" s
j m a «
fcJ -TJ
O TJ

OJ
w
,„- 5
o ^ o o :9 TJ
D
> TJ n 3 fe o fc - u re ;
JS CL ,
E -~t 3
S" tí ° tí
<
CQ c UJ TJ U rt
_1 O l i U 2u,
**

ón
s c
TIU
V) re 0 0u
| b
ra •^ o 0
o DO 5 3

OJ « Tí
T3 o
rt Ef
M TJ « s
2 ü sí, o-
re cr-o £. t E .a
» , ; • ; ^
Q co JS JS i f í

C Si
Si E .

1
w rt •«
i QJ t3 2
I TS t i-

F
rt JJ O T>
c
OJ

E 0
y £i 3 ¡u "3 .
OJ ~
U t-i t / l OO
s o TJ X

o
h
V ó
UJ
>- -o iS
O
tí .y 0 g.
S
t 8.
_w 9
OJ - ü QJ
CJ 3 r
OJ o
>*.
E|I tí 5
pj g _OJ
rí rt
E
i i
OJ

re TJ >*_ E t»0 r^
0) u O b OJ
TJ
<= g
ci E - o OJ ^ F 0
! "2 °
-O
rt O
QJ
E "° <£ ' ti
,» re
1_
n
LU
l.
fl
-n
re
re U r -I
. u--£ tu r r
1J
S E n
3
Q E Ü-E-aZ EiSmr2 t - o. «

79
80
0
ü

Z
F

m
at
D

t/i

to
u.

Q
O
z

UI
t/i


Q.
UJ

55
UJ

<
<
<
3
<

X
0
'u

if
0
U

+J
0

c
.c
3

ü
c
.c

•O
rt
rt

Wl
ui
VI
ai

"3
u
u

co
o
a

«i

L.
H
VI

_w
T3
VI

a.

0)

«1
wi

rt
*C
rt

3
o

TJ
fíl

L-

*"

m
IA

0)
E

QJ
Organiza i;ión se de la s

QJ
anizacíón de mercado

OJ
Colee

•§

11
'u

rt T J
M

0)
C
in
centraliza da, jer:

QJ
U
.2 o


da

ci
OC <
Ü OJ

TJ O
ima general de segurid; Cotid

"re O -

DO

re

a?,
D0£¡ -
w
c
U

,rt

E
M
Servicios de salu

<
re
alud Redes

OJ

"o.

c
rt
-S o

3
_5*
í3 .2 *" «
Sistemas de salu

¡f¡
ta de cosmolog,ías y rit espec

S SSI
.!S TJ

E
Financiad ón del con o mercancía

L i b T J T J M . .
ó -S S £ 8
impuestos sobre ol, ciga

1
>-
juegos de azar

C:
Saneamie nto de ras de

2° I I
v.
civilizado n (enfe des
tropicaleí


8-s e l £
i
Sistema general jridad :

"
en salud.
BIBLIOGRAFÍA

AUGE, Marc. Para una antropología de ios mundos contemporáneos. Barcelona: Gedisa, 1995.
-. Los "no lugares". Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. Barcelona: Gedi-
sa, 1992.
BALANDIER, Georges. El poder en escenas. De 1? representación del poder al poder de la represen-
tación. Barcelona: Paidós, 1994
BARNET PEARCE. "Nuevos modelos y metáforas comunicacionales: el pasaje de la teoria a la praxis,
del objetivismo al construccionismo social y de la representación a la reflexividad" en NUEVOS para-
digmas, cultura y subjetividad. Dora Frad Schnitman, editora. Buenos Aires: Paidós, 1994.
BERGER, Peter y LUCKMANN, Thomas. La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorror-
tu. 1968.
BRUNER, Jerome. Actos de significados. Barcelona: Gedisa, 1991.
DELEUZE, Gilíes y GUATTARI. Félix- El anti-edipo. Capitalismo y esquizofrenia. Barcelona; Barral,
1979. Se utilizó también el Volumen I de la edición de Paidós, España, 1985.
FOUCAULT, Michel. Tecnologías del yo. Barcelona: Paidós/ICE-UAB, 1990.
-. Historia de la sexualidad. Vol. I, II y III. México: Siglo XXI Editores, 1987.
-. Vigilar y castigar. México: Fondo de Cultura Económica, 1989. Se usó también la edición de
1975, 16* Edición.
-.La microfísica del poder: diálogos sobre el poder. Medellín: Editorial La Oveja Negra, 1982.
GARAY, Gloria."Doble historia del poder colono y salvaje en eí valle de Sibundoy". Ponencia pre-
sentada a la III Reunión Latinoamericana Religión Popular y Etnicidad. México. Junio 5 al 9 de
1990.
-. "La cultura médica del colonato". Bogotá: Documento inédito, 1989.
GARCÍA CANCLINI, Néstor. Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la gíobaíilación.
México DF: Grijalbo, 1995.
-.Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Colección "Los Noventa", México,
DF: Grijalbo, 1990.
GEERTZ, Clifford. Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas. Buenos Aires:
Paidós Básica, 1994. (1983a en inglés, New York: Basic Books).
GEROEN, Kenneth J. Ei yo saturado. Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo. Barcelona: Edi-
ciones Paidós, 1991.
GUATTARI, Félix. "El nuevo paradigma estético" en Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad. Dora
Frad Schnitman, editora. Barcelona; Paidós, 1994.
HERNÁNDEZ, Mario. "La medicina popular actual en las comunidades marginales". (Jnít'ersttas Hu-
manística 18 (30). Bogotá, 1989.
JOSEPH, Isaac. El transeúnte y el espacio público. Barcelona: Gedisa, 1993.
KLEINMAN, Arthur. Patients and healers in the context of culture. An exploration of the borderlaníl
between Anthropology, Medicine and Fsychiatry. Berkeley: University of California Press. 1989
LÓPEZ AUSTIN, Alfredo. Cuerpo humano e ideología. Dos Tomos. México: Universidad Nacional Au-
tónoma de México, 1994.
LOZOYA, Xavier. "La medicina tradidonal en México a final de siglo". Cultura y salud en la construc-
ción de las Américas. Reflexiones sobre ¿í sujeto social. Bogotá: Colcuitura-CISP. Pinzón y otros ed.,
1993.
-."La medicina tradicional y la atención a la salud en ia América Latina". Otra América en Construc-
ción. Medicinas tradicionales, Religiones Populares. Memorias 46 ICA. Bogotá: Universidad de Atris-
te rd a m-ICAN-Co leu Itur a. Carlos E Pinzón, y otros editores, 1991.

81
MARINO, Consuelo y HERNÁNDEZ, Mario. "Antropología e historia local: aportes para el trabajo
epidemiológico", en Cultura y salud en la construcción de las Américas. Políticas y experiencias. Bogo-
tá: ICAN-CISP. Editado por Pinzón y otros, 1994.
MIRANDA, Néstor, QUEVEDO, Emilio y HERNÁNDEZ, Mario. "Medicina" (1) y (2) en Historia social
de la ciencia en Colombia. Bogotá: Colciencias, 1993.
MONS, Alain. La metáfora social, imagen, territorio, comunicación. Buenos Aires: Ed. Nueva Visión,
1994 .
OPS, Taller culturas médicas tradicionales en América Latina y el Caribe. Documento de Trabajo,
1985.
PEDERSEN, Duncan. "Curanderos, divinidades, santos y doctores: elementos para el análisis de los
sistemas médicos" en Otra América en Construcción. Medicinas trad icio na íes, Religiones Populares.
Memorias 46 ICA. Carlos E. Pinzón y otros editores. Bogotá: Univetsidad de Amster-
dam-ICAN-Colcultura, 1991.
PINZÓN, Carlos. "Violencia y brujería en Bogotá" en Boletín Bibliográfico del Banco de la República
N 2 16. Bogotá, 1988.
PINZÓN, Carlos y CARAY, Gloria. Circuitos socioculturales y culturas médicas. Manuscrito, 1999.
-. Las nuevas construcciones simbólicas en Ame'ríca Latina. Entre lo local y lo global. Bogotá; Ecsa.
1997a.
-. Violencia, cuerpo y persona. Capitalismo, mult(subjetividad y cultura popular. Bogotá: Ecsa. 1997b.
-."Por los senderos de la construcción de la verdad y la memoria" en Otra América en Construcción.
Medicinas Tradicionales, Religiones Populares. Memorias 46 ICA. Carlos E. Pinzón y otros editores.
Bogotá: Universidad de Amsterdam-ICAN-Colcultura, 1991.
-, "El jardín de la ciencia" en Curanderismo. Memorias del Simposio Medicina Tradicional, Curan-
derismo y Cultura Popular en Colombia de Hoy. Carlos E. Pinzón (Editor). Bogotá: ICAN-Icfes,
1990.
PINZÓN, Carlos y SUÁREZ, Rosa. Las mujeres lechuza: cuerpo y brujería en Boyacá. Bogotá:
ICAN/Colcuítura-Cerec. 1992.
-."Los cuerpos y los poderes de las historias" en Otra América cn construcción. Medicinas tradiciona-
les, religiones populares. Memorias 46 ICA. Carlos E. Pinzón y otros editores. Bogotá: Universidad
de Amsterdam-ICAN-Colculrura. 1991.
-, Bl sacrificio del corazón del Espíritu Santo. Bogotá: Video. 1983.
PINZÓN, Carlos, SUÁREZ, Rosa y GARAY, Gloria. "A la búsqueda de nuevas dimensiones de los
ptocesos de salud y enfermedad" en Revista Colombiana de Antropología. Vol XXX: 183-236. Insti-
tuto Colombiano de Antropología. Bogotá, 1993a.
-."Modernidad, cultura popular y salud" en Cultura y salud en la construcción de las Américas. Refle-
xiones sobre el sujeto social. Editado por Pinzón y otros. Bogotá: ICAN-CISP, 1993b.
ROSALDO, Renato. Cultura y verdad. Nueva propuesta de análisis social. México DF: Grijalbo, 1991.
ROWE, William y SCHELLING, Vivian. Memoria 51 modernidad. Cultura popular en América Latina
México DF: Grijalbo. 1993.
SEGATO, Rita Laura. "Ciudadanía. ¿Por qué no?" en Contribución africana a la cultura de las Améri-
cas. A. Ulloa edición-compilación. Bogotá: Proyecto Biopacifíco-ICAN, 1993.
TAUSSIG, Michael. Un gigante en convulsiones. Barcelona: Gedisa, 1995.
-. "La magia del Estado" en Cultura y salud en la construcción de las Américas. Reflexiones sobre el su-
jeto social. Carlos E. Pinzón y otros editores, Bogotá: Colcuttura-Cisp, 1993a.
-.Mimesis and alterity. A history of senses. New York: New York University, 1993b.

82
El cuerpo como objeto político en
las sociedades centralizadas:
U n a comparación de la medicina quechua con la medicina
china antigua y la medicina preventiva moderna

Michel Tousignant
Noémi Tousignant

En la mayoría de las culturas y los tiempos históricos, asi como en todas ¡as cla-
ses sociales, el cuerpo ha sido una superficie sobre la cual se imprimen los acon-
tecimientos de nuestra vida. Cuando la experiencia es fluida, hay impresiones
que se desarrollan en emociones. Respondemos con nuestro cuerpo, que es co-
mo la película que registra los dramas y las alegrías de nuestra vida. Cada idioma
es rico en metáforas corporales para describir la gama de reacciones posibles: las
expresiones no varían mucho de una cultura a otra, de tal manera que es posible
entender traducciones literales de estados emocionales. En francés se dice que
uno «tiene el corazón en la garganta» para comunicar su angustia, o que uno «no
se siente bien en su piel» para decir que hay un malestar psicológico; si se está
enojado, con angustia, «el cabello de uno se levanta sobre su cabeza», etc.
Es cierto que esas relaciones no son totalmente arbitrarias, ya que el sistema
límbico, que es el centro de las emociones en el cerebro, es el encargado de or-
ganizar las grandes funciones fisiológicas como el hambre, la temperatura y el
apetito sexual. Y, tal como lo sostiene Eugene Gendlin —quien ha escrito sobre
la teoría de Cari Rogers— sin una sensibilidad muy aguda hacia nuestras sensa-
ciones interiores, no seria posible hacer una terapia.
La mayoría de las psicologías indígenas, asi como la psicología científica, re-
conocen que el sistema de relación entre los seres humanos puede producir una
pérdida de la regulación del cuerpo que se manifiesta en enfermedades serias.
Esos son hechos empíricos que se repiren a través del mundo, pero la compren-
sión de esos elementos somáticos ha dado lugar a teorías que casi siempre, aún
en el medio científico, incorporan elementos que trascienden el mero nivel fisio-
lógico o fenomenológico. Cada acontecimiento de la vida social contiene un as-
pecto político, un elemento de poder implícito ya sea al nivel de las relaciones de

83
producción, de la familia o de la amistad. Unos van a decir que el nivel político
se mueve en el ámbito del organismo mismo, ya que el organismo es foco de
choques entre deseos contradictorios, en peligro de anarquía. Por eso el poder
político central quiere que exista en cada uno de nosotros una especie de comité
central del partido comunista, un yo integrador con temperamento de dictador.
Como vemos, la red compleja de nuestras venas y nervios, la cavidad de
nuestro estómago, la caja respiratoria, etc. pueden transformarse en un campo
militar o en una cacofonía parlamentaria. Ese terreno del cuerpo ha sido un es-
pacio importante para el discurso médico-político y cada sociedad humana sabe
que es muy difícil, si no imposible, subyugar un grupo únicamente a través de
las fuerzas armadas. Se necesita una infraestructura ideológica complementaria
que legitime las desigualdades sociales. La historia humana está llena de ejem-
plos en ese sentido: la religión, la filosofía, los discursos de estereotipos étnicos
han servido para racionalizar la superioridad de un grupo sobre otro. Pero esos
discursos tienen una parte vulnerable en la medida en que las personas inferiores
tienen que estar convencidas, igual y tal vez más que los autores de los discursos
de dominación. La internalización del discurso concerniente a la víctima forma
parte esencial de la relación de poder.
Si las razones de la desigualdad social son totalmente externas, si parecen
originarse demasiado en el pensamiento arbitrario de la clase dominante, enton-
ces va a ser difícil legitimar el discurso ideológico. No se sabe cuándo, quienes
son objeto de la ideología de inferioridad pueden ser, de repente, convencidos de
lo contrario. Entonces, la estrategia de la clase dirigente consiste, no solamente
en reclamar que el estatuto social superior es producto del mérito, del trabajo o
de cualquier otra característica valorizada, sino en convencer también a los de-
más de que la mayoría de la raza humana es débil como consecuencia de una
especie de pecado original. A lo mejor, se puede inducir a pensar que el cuerpo
mismo de los que sufren de malestar psicológico, después de ser maltratado o de
vivir en condiciones insoportables, es el último culpable.
Esa es la base del argumento teórico. Ahora vamos a tratar de ilustrarlo a tra-
vés de diferentes sistemas de medicina tradicional y moderna, usando observa-
ciones que hice en Ecuador; pero antes de introducir trabajos latinoamericanos,
voy a presentar a partir de trabajos recientes una teoría política de la medicina
tradicional en China, y de la neurastenia en Estados Unidos.

CUERPO Y POLÍTICA EN CHINA

El imperio del Shang, en la China Antigua, fue el primero en dejar textos escri-
tos sobre actividades terapéuticas. Según las creencias de la época, el estado de
salud o enfermedad estaba relacionado con los ancestros. La enfermedad, como

84
todo tipo de mala suerte, era atribuida al maleficio de los ancestros y habia que
expulsarla con rituales de encantación. Después de una época de feudalismo, ca-
racterizada por la anarquía social, los demonios sin rasgos antropomórficos re-
emplazaron a los espíritus de los ancestros y el exorcismo ocupó el principal pa-
pel de la terapia. Finalmente llegó la unificación del territorio y con ello, la de-
terminante escuela del ying y del yang. Según Paul Unschuld, al mismo tiempo
apareció un pensamiento holistico de unificación de interrelaciones entre nive-
les, que a primera vista parecen no estar relacionados. En el tercer siglo, Hsun-
Tsll, discípulo de Confiado, propuso que la armonía entre los seres humanos y
el mundo celeste aseguraba la prosperidad del Estado. El jefe del Estado recibió
entonces la misión no sólo de buscar soluciones para problemas corrientes de
administración pública, sino de reforzar el orden moral. Su misión era preventi-
va y la medicina empezó a preocuparse tanto de conservar la salud como de cu-
rar a los enfermos.
En este pensamiento, el gobernante celeste, en acuerdo y con la ayuda de los
ministros del gobierno, creó un estado de armonía. Conforme a la descripción
de Brian Massumi, el cuerpo del emperador se reflejaba en la estructura del Es-
tado. El Estado era como un organismo que necesitaba buenas vías de comuni-
cación para el transporte de los productos de la agricultura entre los diferentes
puntos del país, así como vemos que el cuerpo humano está regulado por la
mente, la racionalidad. Según Paul Unschuld, el gran historiador alemán de la
medicina China antigua, se desarrolló una visión del cuerpo humano como un
«organismo que depende del flujo de las influencias apropiadas a través de cana-
les de transporte específicos». Modelos económicos y militares se aplicaron al
buen funcionamiento del cuerpo humano y los sistemas hidráulicos, tan impor-
tantes para la navegación marítima y otros elementos militares, sirvieron de me-
táforas para el cuerpo humano. Se decía, por ejemplo, que el cuerpo, al igual que
el ejército, tiene sus guardias y sus campos militares.
En este sistema holistico, la gran angustia del Estado es la dislocación o des-
membramiento de la unidad política. La disciplina es la virtud central de tal sis-
tema. Asimismo, la casi utopia de la salud es ubicada en el disciplinamiento de
las funciones del cuerpo bajo una autoridad central, la mente o la racionalidad.
Podemos continuar la lógica de este sistema y concluir que, en el campo psicoló-
gico, los impulsos contradictorios deben obedecer a un deseo central para evitar
el peligro de la enfermedad mental. Estamos, entonces, en el campo del absolu-
tismo político, casi fascista, de un lado, y bajo la regla totalitaria de la racionali-
dad para la prevención de la salud física y mental, de otro.
En conclusión, en la posición holistica que unifica la buena salud del cuerpo
con una burocratizadón de los sistemas biológicos y de los deseos hay un peli-
gro: en esta ideología, el ser humano tiene la responsabilidad personal por la paz

85
política, regulando sus impulsos más íntimos, ya sea de la sexualidad, de la agre-
sividad o de los lazos afectivos. Todo comportamiento íntimo es considerado po-
tencialmente como egoísmo o como una desviación social. Toda expresión de
contenido emocional, como lo ilustra Ardiur Kleinman en sus observaciones en
China, representa una alienación del individuo en conflicto con el bienestar de
su familia.
Podemos ver que el psicoanálisis, al otorgar un estatuto al inconsciente, a los
deseos multiformes y contradictorios del ser humano; hace un trabajo revolucio-
nario, restablece un cierto derecho a la anarquía, considera la razón como una
función entre otras y no necesariamente como el centro de la regulación mental.
No es casualidad que los Estados totalitarios hayan tenido tanto miedo al psi-
coanálisis que pusieron sus libros en el índice. La jerarquía militar de Argentina
atacó a los psicoanalistas aunque muchos de ellos apoyaban al régimen o al me-
nos mantenían un silencio aprobatorio.

NEURASTENIA

La neurastenia ofrece otro modelo muy diferente de la relación del cuerpo, el


dominio emocional y la estructura social. Esta enfermedad apareció en la socie-
dad de la burguesía del siglo XIX, época en la cual apareció un modelo del sis-
tema nervioso y, al mismo tiempo, después de una nueva distribución del traba-
jo, una clase media amplia se dedicó a profesiones que usaban exclusivamente el
cerebro. El modelo de la salud mental postulaba que el equilibrio psiquiátrico se
relacionaba con la sensibilidad del alma y que los seres humanos más evolucio-
nados eran, por esta razón, más vulnerables al desequilibrio mental.
La neurastenia apareció en aquel tiempo como una enfermedad noble que
atacaba principalmente a los que trabajaban con su cerebro, al contrario de lo
que ocurría con la clase obrera, la cual solamente necesitaba un cuerpo para su
trabajo. Al menos en teoría, la clase obrera no podía sufrir de neurastenia. En
una investigación sobre la depresión y la tristeza en el año 81, en el Ecuador, oí
un comentario similar: un señor de la clase media de Quito, escuchando un re-
sumen de mi trabajo en la población quichua, se asombró de que los indígenas
pudiesen sufrir de tristeza ya que vivían como animales y no podían tener cual-
quier sentimiento. No le pregunté al señor si tenía en casa algún perro o gato
para ilustrar mi argumento, o si él mismo tenía cerebro.
La neurastenia es literalmente la enfermedad de los nervios, enfermedad que
claramente se democratizó en este siglo en América Latina. Las causas son diver-
sas, al igual que los síntomas. George Beard, quien propuso el término, escribió
dos páginas haciendo la descripción de los síntomas principales. La neurastenia
era considerada como el precio del progreso y permitía a las victimas no ser con-

86
sideradas como locas. Se abrió este nuevo territorio entre lo normal y la locura
que más tarde se convirtió en el territorio de las neurosis.
La neurastenia ha sido bautizada con expresiones muy coloridas tales como:
irritación espinal, debilidad nerviosa, etc.. El neo-danvinismo médico de la época
construyó una teoria delirante para expresar que el-cerebro, que era el órgano
más recientemente aparecido en la evolución animal, era también el más vulne-
rable a la degeneración.
Las mujeres, especialmente las esposas de los médicos, eran las que más su-
frían de neurastenia. La explicación era que todas las energías femeninas son so-
licitadas por el trabajo de la reproducción y que además la mujer ya era más evo-
lucionada que el hombre y por lo tanto, más vulnerable a la degeneración. En-
tonces, los médicos recomendaron a la mujer no dejar su hogar para no gastar
demasiada energía. La hipótesis había sido confirmada por un reporte autobio-
gráfico de una mujer médica, la doctora Margaret Cleves; los médicos habían ol-
vidado que el hogar era el centro de vida de la mujer, en la histotia de la civiliza-
ción occidental, desde hacía solamente dos siglos.
La metáfora de la época para ilustrar el funcionamiento del cuerpo eran la
economía y los sistemas hidráulico y eléctrico. En este modelo del cuer-
po/máquina, heredado por Freud en su primera versión del psicoanálisis, nada
se gana y nada se pierde. La energía nerviosa es limitada y no habia que gastarla.
Mientras que la clase obrera debía preocuparse más por la energía física; su
cuerpo era pura máquina alimentada por fuerzas físicas.
Un siglo después de este discurso de la neurastenia que consagra desigualda-
des sociales, apareció en Estados Unidos, al final de los años sesenta y, más re-
cientemente, con la aparición del libro de Hernstein, una teoria sobre la distri-
bución de los rasgos intelectuales entre las razas y las clases sociales. El argu-
mento dice que si los pobres son pobres, es tal vez por sus genes, y que ningún
programa social va a mejorar ese estado de degeneración. Según ésto, es el cuer-
po mismo de los pobres el que es culpable de las desigualdades sociales, no la
mala distribución de los bienes materiales en la sociedad moderna. Habría que
ver si la teoría se puede aplicar a las relaciones Norte-Sur...

LA PENA

Hasta ahora hemos visto cómo un sistema de representación del funcionamiento


del cuerpo humano puede estar al servicio de una ideología política totalitaria,
estableciendo un paralelismo entre el poder de la mente y de la razón sobre las
pasiones sin reglas de un lado, y la necesidad de una dominación central despó-
tica para el bienestar del Estado y de sus ciudadanos, por otro. Hemos visto des-
pués que la representación del cuerpo-emoción en los Estados Unidos subraya la

87
superioridad del cerebro de la clase media sobre el de la clase obrera. En esta
teoria está implícita la herencia de esos rasgos y la creencia de que las clases su-
periores tienen su estatuto por su nacimiento. N o estamos tan lejos de la ideolo-
gía aristocrática anterior, pero se tuvo que trasladar el fundamento físico de las
desigualdades sociales hacia u n contenido legítimo para la ciencia médica.
Aquí podemos volver a la medicina tradicional de América Latina, más pre-
cisamente a la teoria de la pena o llaqui en el mundo quichua de los Andes. Mis
observaciones han sido recogidas en la parte norteña del Ecuador, principalmen-
te en las regiones del Otavalo y la provincia de Bolívar. N o sabemos con certeza
el origen de la medicina moderna quichua. El hecho es que ha cambiado mucho
desde el principio de la colonia española y que hubo una mezcla de elementos
indígenas con características de las medicinas española y árabe, esta última con
influencia de los griegos y de la India.
El estado que se llama llaqui en quichua quiere decir la emoción de la triste-
za. Puede ser una disposición de vulnerabilidad como en la expresión «estoy
apenado» o se puede volver una enfermedad después de mucho sufrimiento.
La pena tiene muchos síntomas que se asemejan a la depresión de la psiquia-
tría occidental. En casos severos, hay falta de aseo personal, dificultad para dis-
frutar la vida, falta de apetito y h u m o r de tristeza. En casos graves el paciente
puede tener ataques, como en el siguiente ejemplo:

Una mujer casada de 40 años, con 6 hijos, fue examinada por ataques. Las
convulsiones aparecían al menos una vez a la semana. La crisis comenzaba sin
advertencia, duraba de 2 a 3 minutos, acompañada de salivaciones abundantes,
sudoración, lagrimeo, vómito y mordeduras de la lengua. Después, la mujer se
sentía cansada, dormía mucho y se quejaba de dolor de cabeza. La paciente atri-
buía su estado a la tristeza causada por su hijo y su marido. La mujer había esta-
do triste y lloraba fácilmente en los años anteriores a la crisis. Estaba callada, pe-
simista y tenía poca capacidad para la concentración en las ideas.

El síntoma central de la pena es el «dolor de corazón», que viene de sensa-


ciones en la parte superior del pecho. En este sentido, se reduce a una teoría
más física, somática, que verdaderamente psicológica. Podemos decir que la ex-
presión es tanto psicológica como somática; las causas se atribuyen a la vida so-
cial, pero la explicación se funda en una teoría metafísica, podemos decir, del
funcionamiento del cuerpo humano.
En la mayoría de la población, la pena puede ocurrir en cualquier momento.
No faltan los infortunios para producir el estado. La vida misma es como una
gran pena. Así se dice que el campesino sufre día y noche. No hay cuándo des-
cansar para él. En una teoría moderna, los estudiantes indígenas de la universi-
dad atribuyen la pena a la colonización española.
No es como la depresión occidental, que aparece en personas más vulnera-
bles. La pena parte de la familia o de la victima. No faltan oportunidades para
caer enfermo de pena: las cosechas malas, un largo viaje lejos de la familia, tam-
bién las separaciones asociadas a la muerte de personas cercanas. Uno de los ca-
sos más -severos encontrados había sido ocasionado por la pérdida de un novio.
La novia presentaba un estado de estupor que la paralizaba y la familia organizó
un rmial para que se diera cuenta de que el hombre ya habia muerto y que no
volvería.
Como en los estudios de Brown y Harris sobre la depresión en Inglaterra, se
encuentran también casos en donde el paciente es víctima de humillación. La
mayor parte del tiempo, son mujeres que han sido violentadas por el esposo. Pe-
ro, al contrario de lo que pasa en países occidentales, los miembros de su entor-
no no atribuyen el mal a una deficiencia de la paciente, sino que buscan quién
lastimó a la mujer. A veces un grupo de sabios del pueblo llega a la casa y trata
de reconciliar a la pareja con palabras moderadas. Si la situación sigue, vienen
de nuevo y, esta vez, pueden castigar al hombre, en casos extremos, con flagela-
ción.
Esta explicación de la pena parece conforme a una teoría psicosocial basada
en los acontecimientos de la vida, pero los elementos fundamentales de la expli-
cación se ubican en una teoría sobre el funcionamiento del cuerpo humano.
La fisiología quechua considera el corazón, shungu en quechua, como el cen-
tro de todos los órganos del cuerpo humano y al mismo tiempo de todas las
emociones. Es de verdad un concepto simultáneamente somático y psicológico.
La sangre es el mayor representante de la vida y por eso se da un lugar tan im-
portante al corazón. Como en la teoria de los nervios y de la neurastenia, el co-
razón se considera débil y vulnerable al estrés de la vida. Del cuy, un animal
doméstico muy apreciado, se dice que tiene un corazón de este tipo porque brin-
ca mucho.
Cuando empieza la pena, el corazón bate y la respiración se hace difícil. La
sangre llega a todas las partes del cuerpo y lo pone triste y lo hace llorar. Esos
indicios físicos, más que la emoción, van a contribuir a un diagnóstico de pena.
Hay que atender luego a la pena, porque si la sangre llega hasta la cabeza, uno
puede enojarse mucho y a veces enloquecer. Esta enfermedad se llama colerín.
Cuando uno tiene emociones fuertes, el corazón se vuelve blando y la enfer-
medad se apodera fácilmente de la victima. Pero la cultura no es tan machista
como para reírse de las personas que no pueden aguantar las pruebas de la vida;
al contrario, un ser humano maduro debe tener un corazón que no sea dema-
siado duro para tener empatia con su prójimo.
Entonces, la pena muestra su valor más que su falta de debilidad. De los que
no tienen pena se dice que no sufren por los problemas que suceden, que tienen

89
corazón de piedra, que son personas casi sin alma. En ia provincia de Bolívar, se
dice que las mujeres que son demasiado dominantes en la pareja, que ordenan a
su esposo, que hablan todo el tiempo y que critican sin cesar, nunca sufren de la
pena. Sin embargo, esos rasgos de personalidad son mal vistos.
Si los síntomas centrales del diagnóstico son de naturaleza física, no faltan
los componentes psicológicos de la pena. Además de la tristeza, que es casi uni-
versal, se puede observar también el miedo y el remordimiento. Un caso provie-
ne de una mujer joven que está embarazada sin casarse. Su madre y sus herma-
nos y hermanas le reprochan eso y la mujer sufrió mucho y lloraba todo el tiem-
po por haber sido la desgracia de la familia. No tenía apetito y no alcanzaba el
sueño. Toda su vida había sufrido de un remordimiento.
La terapéutica de la pena en el medio quechua hace poca referencia a los ri-
tuales mágicos de la medicina tradicional, pero a veces se trata de eliminar la
causa de la aflicción mediante una modalidad social, como por ejemplo, pidien-
do al esposo que cambie su comportamiento. La mayoría de los remedios son
caseros y usan métodos concretos con un simbolismo muy transparente. Por
ejemplo, si una persona es vulnerable por la pena, se le da una bebida en la cual
se mezcla un polvo fino que proviene de una piedra dura que ha sido molida. El
remedio supremo es la sangre del cóndor cuando está todavía fresca y caliente.
La terapia de la pena es muy variada en el Ecuador y también observamos teorías
derivadas asociadas con características específicas del corazón.
Es difícil destacar un cuadro teórico de la desigualdad social a partir de esta
teoria de la pena. Si hay diferenciales socioeconómicos, son menos subrayados
que en el mundo capitalista. De los ricos del pueblo, se dice que si la pena les
ataca, los va a dejar con más angustia, poco descanso y apetito. La creencia, tal
como en el caso de la brujería, es un mecanismo de nivelación social y produce
miedo a los que se vuelven demasiado ricos.
El rasgo central de la pena es la ideología de la resignación. La pena se iden-
tifica, la mayoría de las veces y en bastantes ocaciones, como una circunstancia
fatal para las victimas. Sería interesante analizar la génesis histórica de la teoría
indígena de la pena, pero faltan los datos para hacerlo. No se sabe con seguridad
si fue importada por los conquistadores a través de los misioneros, sí simple-
mente contribuyeron a cambiar algunos aspectos de una teoría indígena o si los
indígenas mismos han desarrollado esta teoría para racionalizar su impotencia.
Recordemos que en su mayoría los pueblos quichuas han sido durante siglos
perseguidos y desplazados de los valles fértiles y más bajos de los Andes hacia
zonas ubicadas entre los tres y cuatro mil metros de altura. El clima de esta zona
es más frío, menos protegido de los vientos fuertes, con mayor erosión dado el
grado más acentuado de las montañas y con una tierra más pobre. Sólo en las
partes más bajas se pueden cultivar productos para la exportación. La economía,

90
en su mayoría, es de supervivencia. La gente poco puede hacer para cambiar su
medio de vida ya que no tiene poder político. Además, vive bajo una influencia
católica muy tradicional o está colonizada por las sectas protestantes americanas.
La ideología corre peligro, si se reduce solamente a mitos de la cosmología o
a creencias abstractas. Para ser más poderosa, ésta debe ser inscrita en el cuerpo
mismo. Así, los miembros de la cultura pueden comprobar, cada uno en su
cuerpo, la realidad de su debilidad ontológica. De este modo, si caen enfermos
de la pena, se debe a que el corazón es, por naturaleza, demasiado blando y sen-
sible. Eso puede manifestar la nobleza del grupo, pero también explicar por qué
nunca consigue superar su estado de servidumbre. Así es el órgano humano y
así debe ser. El hombre humilde es el más humano. Los que son diferentes tie-
nen corazón de piedra, como los que dominan.
Si, a veces, la teoría etiológica de la pena indica el origen social de la enfer-
medad, casi nunca es para subrayar las desigualdades sociales. La pena proviene
de la vida dura de los cerros o de los conflictos dentro de la familia, especial-
mente dentro de la pareja. Y, si por casualidad, la pena se desarrolla en un cora-
je, un colerín, se ve como desequilibrio del juicio muy peligroso que debe aten-
derse de inmediato.
Tal vez seria posible hacer un paralelo entre la visión del funcionamiento del
cuerpo en el pueblo quichua y en la China Imperialista. Según las dos teorías,
los órganos están bajo un principio de organización central que es responsable
de lo que pasa en la periferia y ambas insisten en que la desreglamentación de
este poder central puede conducir a la enfermedad y a la locura. Entonces, el
cuerpo debe estar bajo un poder despótico, donde la regla de base es el control
sobre si mismo, y la prohibición de expresar agresividad. De esta manera, el
buen comportamiento de cada individuo participa en la armonía social que
constituye la utopia de este tipo de imperialismo político. Dentro de ese contex-
to, la expresión de las emociones individuales es visto como una manifestación
de egocentrismo, que representa el anarquismo de los deseos. Desde esta pers-
pectiva, el poder imperialista necesita como mecanismo de control una medicina
preventiva, donde cada uno sea responsable del control de su cuerpo dentro del
cual se esconden los deseos individuales, que ponen en peligro tanto la armonía
social como el poder despótico.

CONTEXTO MODERNO

Tal vez las teorías de la medicina china y quechua no son tan disimiles de ciertas
corrientes de la medicina preventiva contemporánea. No queda mucha duda,
dentro del conocimiento científico, de que algunas enfermedades del mundo in-
dustrial están relacionadas con factores identificados; con tipos de alimentación

91
en el caso de la mortalidad cardiovascular; con el tabaco en el cáncer de pulmón,
etc.. El problema del tabaco puede solucionarse sin necesidad de mucho control
individual si la sociedad limita su acceso y hace que los fumadores tengan ver-
güenza de fumar en público, como sucede en el caso de la marihuana. En rela-
ción con el consumo de la carne roja, también el Estado podría ayudar con re-
glamentos que vayan en contra del lobby agrícola.
Pero la ideología preventiva hace mucho caso de la necesidad de un control
de su cuerpo a través del ejercicio físico. Desde un punto de vista científico, no
se necesita hacer mucho en un día para mantener una buena salud. No obstan-
te, una buena parte de la población pasa muchas horas por semana sufriendo
por su bienestar. La industria de los centros de ejercicio es mundialmente im-
portante. Aún en ciudades como Bangalore, en India, he visto algunos centros
de este tipo. Los individuos tienen la certeza de que sus esfuerzos van a ayudar a
mejorar su salud y de que quienes no participan, tienen culpabilidad. Considero
que hay otras opciones, más agradables para conseguir una buena salud, que
esos centros monásticos. El deporte, ir caminando al trabajo, tal vez aumentar la
frecuencia de las actividades sexuales o pelear con sus vecinos, son algunos
ejemplos.
Sin embargo, estas actividades no alcanzarían a imponer al individuo un sen-
timiento de control compulsivo de su cuerpo. No le daría el placer de sentir que
el gran responsable de su salud es la fuerza de su carácter y que, a! mismo tiem-
po, la fuerza de su carácter es la que sostiene al edificio sociopolítico. Uno po-
dría preguntarse si en las prácticas monásticas de los gimnasios modernos, la sa-
lud política no es más servida que la salud individual.
Desde hace un cuarto de siglo reapareció, no sin fundamento, la teoría de un
cuerpo sano en una mente sana; los estudios epidemiológicos de salud mental
revelan una alta correlación de.70 entre los dos tipos de variables (mente sana y
cuerpo sano). Pero al tiempo, la sociedad propone una imagen del cuerpo perfec-
to que es delgado y que no necesariamente corresponde a una buena salud. En
realidad, es preferible estar un poco más gordo que más flaco para gozar de bue-
na salud física. El peligro es considerar que la gente gorda no tiene las caracterís-
ticas físicas de equilibrio y que su sistema es resultado de falta de control, de vo-
luntad y de regulación; seguramente no es casualidad que la gente con obesidad
se encuentre en mayor proporción en la clase pobre de la sociedad moderna.
Hoy, para estar en estado de gracia, hay que evacuar kilos de más. Hay una nue-
va religión: controlar peso y malos olores. Estar delgado es un símbolo de con-
trol personal que corresponde a un valor central de nuestra sociedad. Los pobres
siempre serán gordos, irresponsables, enfermos, y estarán llenos de vergüenza
por la falta de control sobre su cuerpo.

92
CONCLUSIÓN

Hemos visto muchos ejemplos, en la medicina tradicional y en los mitos mo-


dernos, de cómo la teoria de la salud del cuerpo no es un campo aislado de la
ideología de una sociedad. Se ha hecho un paralelo entre el funcionamiento del
cuerpo fisiológico y el de la sociedad imperialista centralizada mostrando que el
individuo debe controlar su cuerpo y sus emociones, así como el jefe de Estado
despótico controla sus territorios.
En tal sistema, la expresión anarquista de las emociones es vista como una des-
viación. El universo del deseo es considerado como un peligro de rebelión. Creo
que, mientras no se limite a ser un método más de control social, el psicoanáli-
sis puede llenar un papel importante de liberación.
No obstante, aunque mi ensayo se enfocó hacia la exposición de las teorías so-
bre el control, es importante anotar que no touas ias rneuicinas tradicionales —y
tampoco todos los movimientos de medicina preventiva modernos— sirven indi-
rectamente para el soporte de una ideología dominante. El easo de un análisis
etnológico sobre el rito de Zébola en el Congo-Zaire hecho por la profesora Ellen
Corin en los años setenta muestra cómo en el África negra se observan ritos te-
rapéuticos que favorecen la expresión de los demonios de la locura, que los es-
cuchan y que a veces obedecen a sus deseos. Seria muy interesante analizar,
además, la teoría del funcionamiento del cuerpo en esas culturas, especialmente
en relación con la presencia o ausencia de un poder central integrador para am-
pliar y comparar lo que he expuesto.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BROWN, G. y HARRIS, T. The Social Orijin! of Depresión. London: Tavistock, 1978.


CORiN, E. Xebola: Une psychothérapie communautaire en milieu urbain. PsycKopathologie Africaine,
12, 349-379.
DEAN, K. y MASSUMI, B. First and last emperors: The absolute state and the body of the despot. New
York: Autonomedia, 1992.
GENDLIN, E. Focusing. New York: Bantam Books, 1981.
GOSLING, F. Befare Freud. Urbana and Chicago; University of Illinois Press, 1987.
-. American Nervousness: A Study in Medicine and Social Valúes in the Guilded Age, 1870-1900. Ann
Arbor, Microfilms Internacional, Michigan University, 1976.
HERKSTEIN, R.J. The beü curve: race, intelligence and the future of America. S. Fraser (ed.), New York:
Basic Books, 1995.
KLEINMAN. A. Social Origins of Dístress and Desease. Depression, Neurasthenía and Pain in Modern
CKína. New Haven: Yale University Press, 1986.
TOUSIGNANT, M. Pena in the Ecuadorian siena: "A Psychoanrhropological Analysis of Sadness".
Culture, Medicine and Psychiatry, 8, 381-398.
TOUSIGNANT, M. y HABIMANA, E. "Emotion et culture", en L'Encyclopédie Médko-Chimrgicale: Psy
cdiairie. F.a. 37-715, A-20, 5. Paris: Editions Techniques, 1993.

93
TOUSIGNANT, M. y MALDONADO, M.G. "Pena, depresión y reciprocidad social en la sierra ecuaro-
riana" en Hombre y ambiente, 13, 67-87, 1990.
-. "Sadness, Depresión and Social Reprodty in Highland Ecuador" en Social Science and Medicine,
29(9), 899-904, 1989.
TOUSIGNANT, N. Chínese Medicine and rhe Abjoiute State. Manuscriro sin publicar. Montréal:
McGill University,-1997.
-. NeurastKenia. Manuscrito sin publicar. Montréal: McGill University. 1997.
UNSCHULD, P. Medical Ethics in Imperial China. Berkeley: University of California Press, 1979.

94
La boca como representación
Rafael Malagón Oviedo

LA CONSTRUCCIÓN DEL CAMPO MÉDICO: LA EXPERIENCIA DEL si MISMO

Sabemos que la experiencia de la corporeidad humana constituye una realidad


que va mucho más allá de lo físico o biológico. El orden de esta experiencia
cambia a través del tiempo y varia según la cultura. Varios autores —entre ellos
Taussig— afirman que contemporáneamente en Occidente, por ejemplo, «el
cuerpo adquiere una fenomenología dualista, tanto de cosa, como de mi ser; una
experiencia dicotómica de cuerpo y aima».1 Mi ser y mi cuerpo son, por consi-
guiente —y atendiendo a la afirmación de Taussig—, experiencias cultural e histó-
ricamente contingentes y no las entidades atemporales y estáticas capaces de so-
breponerse a los cambios. En este sentido, un abordaje a la problemática cultu-
ral del cuerpo requiere de un referente de tiempo y de espacio.
Esta afirmación riñe, desde luego, con la idea que generalmente tenemos de
nosotros mismos, cargada de una pretensión universal, esendalista, estática y
ahistórica. Distanciándonos de esta imagen, por el contrario, podemos señalar
que lo contingente aquí no son sólo las ideas que tenemos respecto de nosotros,
ni los comportamientos con los que nos relacionamos con los demás y con no-
sotros, sino, de manera general, la experiencia del sí mismo. «Los hombres —dice
Foucault— han desarrollado un saber acerca de sí mismos: economía, biología,
psiquiatría, medicina etc., (..) y el punto principal no consiste en aceptar este
saber como un valor dado, sino en analizarlo como juegos de verdad específicos,
relacionados con técnicas especificas que los hombres utilizan para entenderse a
si mismos»;2 asumiendo que ese entenderse implica un construirse históricamente.
En el sentido señalado por Foucault, la experiencia de sí mismo apunta, por su ca-
rácter contingente, contra cualquier realismo o esendalismo. La experiencia del sí

' Michael TAUSSIG. Un gigante en convulsiones. 1995: Editorial Gedisa, Barcelona. Pág. 112.
2
Michel FOUCAULT. Tecnologías del jo. Barcelona: Editorial Paidós, ICE-UAB, reimpresión,
1995. p. 4748.

95
mismo se estructura históricamente a partir de la correlación existente entre los
dominios de saber, los tipos de normatividad de la cultura y las formas de subje-
tividad existentes.
En consecuencia, cuando hablamos de la experiencia corporal en el contexto
terapéutico, no estamos haciendo cosa distinta -a identificar las características
normativas del sujeto sano o enfermo, el saber positivo elaborado en tomo a él
y, en general, su participación en el mundo como parte de un discurso social-
mente construido. De esta manera, por ejemplo, podemos señalar que las prácti-
cas terapéuticas tienen un lugar: deben tratar de "mantener", o incluso
"mejorar", las condiciones del cuerpo de acuerdo con una organización física ya
prescrita y un orden moral ya instituido.
En el campo de la salud, las perspectivas existentes en vinculo con la natura-
leza humana nos definen implícita o explícitamente, descriptiva y normativa-
mente, al sujeto sano; pero al mismo tiempo nos señalan las formas patológicas
instituidas en el cuerpo o en el comportamiento, que deben ser combatidas a
partir de las prácticas y los procedimientos médicos. La experiencia construida
de la naturaleza humana sirve aquí de criterio, para definir lo que debe ser la sa-
lud y el hombre saludable y, aún más, lo que debe modificarse en él.
De otro lado, en el común de las experiencias terapéuticas, la naturaleza
normativa y constructiva de sus discursos, de sus prácticas y procedimientos, ge-
neralmente sufren un "ocultamiento", manifestándose como simples espacios
facilitadores, ambientes propicios o entornos organizados y dispuestos para la
curación o la promoción del buen vivir, pero nunca como productores de la expe-
riencia singular del individuo enfermo o del sujeto saludable.
Los dispositivos de ocultamiento implícitos en los contextos terapéuticos
permiten establecer vínculos entre los dominios técnico-instrumentales, orienta-
dos a la intervención sobre el cuerpo y ciertas modalidades de problemas (la en-
fermedad) y de soluciones (la terapéutica), definiendo para mí como enfermo lo
que es real y el modo como me debo situar con referencia a mi mismo y al tera-
peuta, en la clínica. En otras palabras, lo real para mí, en relación con la enfer-
medad y su causa y modo de tratamiento, se encuentra organizado, jerarquizado
y enmarcado por la acción de los juegos de verdad propios del campo médico.

LAS RELACIONES MÉDICO-PACIENTES UNA TRANSACCIÓN CULTURAL

Las demandas de salud en términos de nuestras expectativas terapéuticas, asi


como los comportamientos o las acciones que establecemos sobre nuestros pro-
pios cuerpos, de alguna manera se encuentran preinscritos en las prácticas clíni-
cas y los procedimientos institucionalizados por el discurso médico. En ese sen-
tido, los mecanismos de control y -regulación sobre el comportamiento humano

96
y el cuerpo aparecen como dispositivos que median las estructuras de legitimidad
(verdad y moral), relacionando a los sujetos con la institución médica. La organi-
zación de la relación médico-paciente, o de forma más general, de la institución
médica con la sociedad, está determinada por los mecanismos de captura que la
institución médica establece sobre el sujeto en relación con su cuerpo y su com-
portamiento, pero de manera más concreta, por los mecanismos que permiten la
estructuración de la singular experiencia de enfermarnos en una sociedad determi-
nada.
Pero estas dinámicas de regulación existentes en el campo médico no sólo
operan en la mirada del paciente; también tienen efectos sobre la forma como el
experto observa y determina sus objetos, definiendo lo real para él y su posicio-
namiento en la relación con el enfermo. La experiencia construida en el campo
médico, inspirada en una tradición empirista, tiene lo sensible como fundamen-
tación. Allí, la observación rigurosa determina limites y contrastes de la enfer-
medad, recolecta síntomas y observa signos, configurando un orden de verdad y
de poder que permite discriminar entre lo sano, lo enfermo, lo bueno y lo malo.
Desde esta perspectiva, los sistemas de signos establecidos e institucionaliza-
dos van a permitir la utilización de otros signos, sentidos, simbolizaciones etc.,
que operan desde el campo médico, excluyendo cualquier otro sistema de signi-
ficaciones y generando dispositivos de inclusión-exclusión que permiten situar y
organizar la acción de los individuos. El campo del saber científico intentará,
amparado en sus juegos de verdad, destituir cualquier otro sentido, significado o
símbolo que no participe o que contraríe su orden de verdad.3
La integración del paciente al universo simbólico propio de la institución
médica siempre tiene un carácter de subordinación-inclusión y exclusión. El in-
terrogatorio semiológico en la clínica es una manifestación concluyente de lo di-
cho. Las preguntas directas, claras y concisas, dirigidas como un certero bisturí
que intenta debridar, de manera sutil, los síntomas y los signos de la enferme-
dad, regulan la comunicación entre tetapeufa y enfermo.
De esta manera se puede afirmar, en el mismo sentido, que los mecanismos
que condicionan el acceso a los servicios de salud suponen un entrecruzamiento
y, desde luego, una tensión entre la oferta sanitaria y las características de los
distintos grupos demandantes. La utilización de estos servicios depende funda-
mentalmente de la capacidad de capacitación que tiene el sistema de salud sobre
los individuos; es decir, de su capacidad de normalización establecida, bien sea
directamente por la institución, o por las características de los entornos cultura-
les. Señalemos que este proceso de capacitación se encuentra, no sólo constreñí-

Al respecto, Foucault afirma la existencia de una «economía de la verdad, centrada en el


discurso científico y sobre las instituciones que lo producen». (1994:143).

97
do a la acción institucional, sino que se trasmite y se aprende en ei ampiio ámbi-
to de la cultura.
Cuando una persona requiere de la asistencia en salud, debe participar del
mundo simbólico de la institución. Debe saber reconocer los ambientes, la or-
ganización, la estructura de poder, los comportamientos que deben adoptarse,
debe saber dirigirse al médico, etc.. Debe intentar hacerse entender de manera
tal que el médico tenga una imagen aproximada de lo que lo aqueja, etc.. El
mundo amplio de sus significaciones debe restringirse y, en cierto sentido, a
riesgo de ser excluido y aislado del mundo y de su cultura, debe adecuarse al re-
tículo de señales y signos de la institución en procura de lograr una comunica-
ción eficaz y útil. Eco, en el proemio de su libro Signo, ilustra la historia de un
viajero, Sigma, que estando de paso por París, sin conocimiento del idioma, ante
la presencia de un súbito dolor de vientre debe iniciar un complejo proceso de
lectura de signos para consultar a un médico y de esta manera, trasmitirle su ma-
lestar. «Sigma —dice Eco— ha de conocer muchas reglas que hacen que a una
Forma determinada corresponda determinada función, o a ciertos signos gráfi-
cos, ciertas entidades, para poder al fin acercarse al médico» (Eco: 1978: p. 7-8).
Sin embargo, no se trata sólo de presentar a la manera de un juego infinito
de traducciones, como hace Eco, los diferentes sistemas de significaciones que se
convocan en el contexto terapéutico. Tampoco se trata sólo de enunciar, en la
línea de su reflexión, lo que resulta contingente y determinado, en relación con
ias ideas o ias representaciones que tenemos de la enfermedad y la salud, sino de
señalar que este juego de significaciones constituyen la experiencia particular de
sí mismos como enfermos. En consecuencia, lo que pueda disputarse o negociarse
en relación con los distintos sistemas culturales terapéuticos está en función de
esta experiencia de si mismos; las tensiones interculturales presentes en el campo
médico indican la presencia de las diferenes "experiencias de sí" que entran en
conflicto.
La experiencia de sí mismos en el campo terapéutico se presenta como espacio
de disputa. En este espacio es posible reconocer las resistencias y las dinámicas
de creación particular en las que los diferentes sujetos sociales se encuentran
inscritos. Recordemos que Michel de Certeau4 habla, por ejemplo, de la existen-
cia de las astucias de las artes de hacer, es decir, que a pesar de la existencia de
procesos hegemónicos es posible inscribir cambios y modificaciones que permi-
ten a los individuos sometidos a coacciones globales desviarlas, recrearlas o utili-
zarlas en un sentido diferente. El discurso médico hegemónico, en consecuencia,
no será cosa distinta que la expresión recreada y resignificada por los distintos
sujetos sociales. Por tanto, nuestra experiencia con el campo sanitario no está ne-

4
La referencia inicial a Michel de Certeau ha sido tomada de Marc Auge (1996:44).

98
tamente determinada, como en efecto ocurre, por la preinscripción allí estableci-
da en relación con las estructuras y normas que marcan su funcionamiento, sino
que está condicionada también por los proyectos de acción y de interacción que
establecemos con las instituciones o con otros referentes en el mundo de la vida.
En expresión de lo anterior e inspirados en las nociones de Carlos Guerra
Rodríguez (1996) respecto de la subjetividad, nos parece sugestivo pensar nues-
tra relación con el campo sanitario, no como autoconciencia pura del individuo
enfermo, ni como enmarcación estricta producto de la institución, sino como un
proceso que se construye en varios niveles de la práctica social, en ritmos tempo-
rales y escalas espaciales diferentes (físicas, simbólicas, culturales, sociales etc.),
donde convergen diferentes lógicas, siendo fundamental la representación que el
sujeto tiene de esta interacción, (las ideas y representaciones cjue tenemos de la
salud, la enfermedad, de la institución médica, del experto, de sus prácticas, de
nuestro propio cuerpo, etc.).
En este sentido, la experiencia construida en el contexto terapéutico en rela-
ción con la enfermedad y con el enfermo, no sólo está determinada por la ins-
cripción a las normas y las reglas propias del campo médico, sino que se confi-
gura, en gran medida, por las acciones y recursos que el individuo y el gmpo
emplea, de acuerdo a las posibilidades existentes, en un sentido heurístico y
creativo, sin que con ello dejemos de afirmar que el individuo enfermo es una
persona dependiente, y hasta cierto punto maleable en las manos del médico y
del sistema de salud.

LA SALUD COMO ESPACIO DE DISPUTA POLÍTICO-CULTURAL

A pesar de la importancia que tiene en la experiencia con el campo terapéutico


la capacidad cognitiva de los gmpos sociales, en términos de la utilización de sus
propios recursos y la adecuación de los mal llamados recursos terapéuticos exter-
nos, es necesario no sobredimensionar siempre estas estrategias. Como afirma
Eduardo Menéndez en sus estudios sobre prácticas médicas tradicionales y cien-
tíficas (1981), las transacciones que los sectores populares hacen al combinar
ambos recursos suponen en parte la aceptación y la solución de los problemas
dentro de los límites establecidos por las clases dominantes. En este caso, por
los proyectos institucionales hegemónicos. No obstante, la presencia de estas
prácticas, articuladas a sus cosmovisiones, denotan en el espacio cotidiano, dis-
tintas formas de disputar y negociar el sentido respecto al orden instituido.
El reconocimiento de los diversos recursos terapéuticos, de las representacio-
nes acerca del cuerpo y de la salud y la enfermedad, generados desde distintos
espacios y tiempos de la vida social, no deben enunciarse simplemente como la
gama multívariada de las diferentes interpretaciones existentes; como si se tratase

99
de una especie de antropología de lo exótico. Incorporar los sistemas simbólicos
que acompañan la realidad del paciente al acto terapéutico clínico, en aras de la
humanización de las prácticas, deja de tener sentido si este reconocimiento criti-
co no se traslada al campo de construcción de la experiencia de si en el ámbito
médico y en consecuencia a la reconstrucción de la práctica misma. Un recono-
cimiento de estas diferencias y de estos conflictos, que no se acompañe de un
ejercicio pleno de redistribución de los poderes en los órdenes económico, poli-
tico y cultural, termina por disociar el problema de las diferencias entre lo eco-
nómico y lo político. El modelo político vigente adopta la pluralidad y la multi-
culturalidad como formas consustanciales a la organización, sin que con ello se
renegocie el modelo de desarrollo y de acumulación desigual. El contenido cultu-
ral de la nueva ciudadanía debe necesariamente articular la cuestión de la clase y
aún de las diversas formas de exclusión caracterizadas en el modelo neoliberal
por la pobreza y el despojo crecientes (desempleados, empleados ocasionales,
etc.). A este respecto, Nancy Fraser afirma: «Las injusticias de reconocimiento es-
tán profundamente imbricadas con las injusticias de distribución, por lo que re-
sulta imposible enfrentar las primeras si se las aisla de las segundas (1997:231)».
Bajo esta óptica, el esfuerzo por replantear las relaciones de discriminación y
exclusión inherentes a los ejercicios del poder institucional médico, basados en
el reconocimiento de las experiencias particulares de los sistemas simbólicos, no
puede tener impacto sin comprometer ia esfera política y económica, entre otras
razones, porque la estructuración de ese orden simbólico no es independiente
del orden económico y político. En el campo sanitario esta disputa se expresa en
la conjunción tensionante y conflictiva que articula el acceso, la calidad y la
orientación y sentido del acto terapéutico. Esta acción tiene lugar, no sólo por-
que las decisiones en el campo médico no dependan estrictamente de los exper-
tos, sino porque los sujetos sociales se apoderen de la posibilidad de discutir el
tipo de decisiones y el sentido en el que ellas se desarrollan, de acuerdo con las
cosmovisiones y sistemas de interpretación comprometidas.

Los ODONTÓLOGOS Y LA PRÁCTICA MÉDICA "CIENTÍFICA": UN JUEGO DE


OCULTAMIENTO, EXCLUSIÓN Y OLVIDO PROPIO DEL CAMPO TERAPÉUTICO

Para quienes nos hemos construido cumpliendo el papel de legos o expertos, en-
tendiendo de manera casi natura! la enfermedad y el enfermo, no aparece clara
la idea de que la institución médica es histórica y culturalmente contingente; así,
es necesario desplegar una serie de esfuerzos que permitan desentrañar los me-
canismos de este ocultamiento. El ocultamiento de esta construcción opera igual
a como lo hace la pedagogía, en donde los modelos inscritos se naturalizan a tal

100
punto, que las prácticas educativas adquieren un sentido intemporal y acontex-
tual, como la manera de ser y de presentarse el proceso educativo.
Por consiguiente, para la experiencia médica, el orden normativo en el que se
inscribe la noción de cuerpo, excluyendo de paso cualquier otra, aparecerá como
un campo de verdad definido, en este caso, por la organización de órganos y
funciones. La boca, por ejemplo, aparece para el odontólogo bajo la forma de ca-
vidad oral en su representación positiva, empírica, mensurable, biológica y cobi-
jada siempre por el significado del cadáver.
Con la metáfora del hombre-máquina que acompaña la estructura del pen-
samiento médico, el hombre y la mujer desaparecen detrás de su anatomía, su fi-
siología y su organización biológica, abstraídos de su universo simbólico, espacio
donde simbolizan, son símbolos y son simbolizados (Páramo, 1993). La cavidad
oral es la amalgama, ya analizada y diferenciada de tendones, músculos, epite-
lios, etc., cargados de referencias geográficas expuestas en la necesidad de inter-
venir quirúrgicamente. En esta lectura se desconoce que la boca y el cuerpo, en
general, se articulan a la vida a partir de un mundo simbólico, un mundo repre-
sentado y construido conforme al lenguaje. En nuestra realidad profesional se
excluye el símbolo como si este fuera un simple artificio, algo que pertenece al
mundo de lo imaginario y la fantasía, ocultando que nuestra lectura es tan sólo
una de las maneras de la simbolización.
La labor odontológica está ligada a la representación de la recuperación del
equilibrio energético-materiaí que acompaña a la práctica médica, en general. Sin
embargo, a diferencia del médico, el odontólogo se relaciona frecuentemente con
tipos de enfermedades (caries y enfermedad periodontal), empíricamente demos-
trables y verificables, sobre las que actúa su obra como profesional. Quizá no
exista en el campo de la salud una experiencia tan singular como la del odontó-
logo. Su saber-hacer debe verse sometido, de manera continua, a la contingencia,
a la posibilidad concreta de poder demostrar un cambio o un reverso de una si-
tuación; desde luego dentro de ciertos limites, que permiten legitimar su arte
mediante la realización de artefactos, de artificios que permiten disimular daños
y deformidades.
En ese sentido, el dentista contemporáneo es un artífice, una especie renova-
da de artesano del siglo XIX, capaz de imponet un orden de belleza como consi-
deración de la salud. La odontología profesional en nuestro país se impuso tarde
y de modo muy desigual, sobre una variada profusión de remedios populares,
profundamente arraigados desde el siglo pasado y durante el presente. Así lo
demuestra el sinnúmero de prácticas terapéuticas populares utilizadas y el desa-
rrollo de los llamados empíricos como fuerza social y gremial en nuestro país.
Finalmente, la organización de la intervención en salud, a partir del diseño
de protocolos de atención a pacientes y la estructura tecnológica del diagnóstico,

101
inscribe el pensamiento técnico y biologista del odontólogo bajo una nueva ex-
periencia del saber orientada por la acción racionalmente definida. El proceso de
automatización de la práctica restringe al máximo la acción del juicio y se acom-
paña, en mayor o menor grado, de una organización altamente especializada que
tiende a perder la orientación particular respecto del todo. En la actualidad, la
práctica odontológica se desarrolla como subespecialidad dentro del espectro
médico, perdiendo frecuentemente su relación con los marcos de referencia más
generales.

DE LA BOCA Y SUS INTERPRETACIONES

En consecuencia y respecto a lo dicho hasta aquí, lo que interesa en el trabajo


que presento no es la determinación de las diferentes formas de interpretación
que existen en relación con la boca, sino señalar que lo que hacemos, el modo
de comportarnos y en definitiva, el cómo somos en relación con el cuerpo, está
definido por la experiencia de interpretarnos a nosotros mismos. Es decir, está
descrito por las contingentes experiencias construidas deí sí mismo en el plano
institucional, pero también en el inconmensurable plano de la vida. En este caso
no se trata sólo —señalando allí lo contingente— de reconocer simplemente, a
modo de muestrario, la diversidad de representaciones comprometidas en el
campo semántico de un interprete singular (lego o experto). Lo importante es la
determinación del campo de disputa sobre la experiencia de sí mismos.
En consecuencia, cuando se habla de rezar un dolor de muela, en el Llano co-
lombiano, o de buscar otro tipo de asistencia, por ejemplo en el campo técnico
sanitario, estamos no sólo ante dos tipos de representaciones diferentes relacio-
nadas con la enfermedad oral, sino ante dos maneras diferentes de experimentar
nuestros cuerpos, de experimentar la enfermedad, de experimentamos a noso-
tros mismos y, en consecuencia, ante dos maneras diferentes, si se nos permite,
de andar por el mundo, que de acuerdo con circunstancia y tiempo, entran a dis-
putar las hegemonías.

Sobre las metáforas del arte de sacar las muelas

En un ensayo de David Kunzle titulado E¡ arte de sacar las muelas en los siglos
XVH y XIX: ¿de martirio público a pesadilla privada y lucha política? (1992), el au-
tor señala al arte de sacar muelas como un tormento expiatorio. La privación de
poder y placer terrenos, ocasionada por la pérdida de la dentadura, fomenta la
personalidad solitaria, interior, ascética ideal. La falta de dientes, observa Petrar-
ca, según este autor tiene la ventaja de no fomentar la conducta licenciosa mani-

102
fiesta en comer, reír, cometer adulterio y destruir a dentelladas la reputación de
los demás.
La dentadura ha denotado poder y su pérdida, falta de él. Cada diente que se
pierde viene a ser una pequeña muerte simbólica. Es posible que la mutilación
de la dentadura, por motivos estéticos o totémicos, tenga origen en la simboliza-
ción del poder. La idea rural de colocar metales preciosos en los dientes sanos —
y aún en los artificiales— parece tener esta misma dirección.
La emblematización de la extracción de muelas, hoy día, se sigue mostrando
como algo a lo que se someten exclusivamente los pobres, como una privación
del poder y como una humillación de quienes son ya impotentes y humildes. En
la ausencia de dientes se elabora toda una estrategia de exdusión y deprivación
en el orden social, un señalamiento y al mismo tiempo una sospecha y una aso-
ciación con la ignorancia. U n a estudiante de nuestra Facultad dice: «Existen
muchas formas, maneras de prevenir, cuidar lo que tengo y es mi deber llevar es-
to a otras personas que nunca han recibido el conocimiento que hasta el mo-
mento yo he tenido el privilegio de recibir».
Mientras tanto, un poblador de Ciudad Bolívar afirma: «A través de la boca
puede uno muchas cosas tan importantes para poder integrarse más a la socie-
dad». La relación de la pérdida de dientes y el poder se manifiesta no sólo como
una minusvalia de orden físico, sino también de orden social: «A mi, perder los
dientes pues sí, se ve uno como mal; pero qué hace uno de pobre... Pues morder
con el deseo», comenta una de las personas con quienes hemos venido trabajan-
do en la localidad de Ciudad Bolívar, uno de los más vastos sectores populares
de Santafé de Bogotá (1993-1996).
De acuerdo con los estudios realizados por Kunzle sobre iconografías del si-
glo XVII y caricaturas del siglo XIX —y justificado aún más por fuentes litera-
rias— existe una equiparación entre el deterioro de la dentadura y la corrupción
moral y física. En u n texto aparecido a finales del siglo X V I I en Alemania, una
sociología ilustrada de oficios y profesiones, debajo del dentista se lee el epígrafe:
«El pecado n o quedará sin pena ni sufrimiento».
Existe una relación entre el dolor de muelas y el deterioro de la dentadura y
la imagen de quien la padece. El deterioro físico se relaciona inmediatemente
con el deterioro moral. Al respecto, vale la pena mencionar u n fragmento de la
obra de Dostoievki (1821-1881), Apuntes del subsuelo (1983:29):

Les ruego señores que presten alguna vez oído a los gemidos de un hombre
culto del siglo XIX, que padece de mal de muelas. Al segundo o tercer día el in-
dividuo instruido y apegado a la civilización europea, convierte sus gemidos en
algo maligno, agresivo y cáustico... Sabe en vano que se destroza a sí mismo y a
los demás, que incluso su familia se encuentra harta de él... Pues bien, en estos
conocimientos y bochornos radica la voluptuosidad. Sé que os tengo atormenta-

103
dos, que os hago sufrir, que no dejo que nadie duerma en la casa. Pues bien, no
dormid, daos cuenta a cada instante de que me duelen las muelas. Ya no soy pa-
ra vosotros un héroe como trataba de parecer antes, sino un ser vil y bribón.
¡Nada me importa! ¡Me alegro mucho de que sepáis cómo soy! ¿Os repugna oír
mis viles gemidos? ¡Pues fastidiaros!

La calidad de héroe, inicialmente magnificada, se trastoca en villano ante un


padecimiento como éste. El dolor de muelas, motivo de las representaciones gro-
tescas o mordaces del siglo XIX, señala el carácter vil de la enfermedad. La caries
es una enfermedad que se encuentra íntimamente ligada a la corrupción corpo-
ral, al deterioro físico, a la postración. La imagen de la indigencia, necesariamen-
te resalta estos rasgos. Ésta se asocia a la putrefacción, a la descomposición y a la
pérdida, significando fealdad física y moral. Dentro de este marco se inscriben
las explicaciones dadas a la caries, asociadas, de la manera en que era descrita en
los siglos XVII y XVIII, a la acción de gusanos o a la del diente picado como
producto de la putrefacción de restos de comida. «Dicen que es la misma comida
que se queda en los dientes, que se descompone y que los pica», o «la comida
que se queda en los dientes y da mal olor». C o m o lo señalan los pobladores de
Ciudad Bolívar, la caries emblematiza el descuido, la pobreza y la ruina moral;
producto de la descomposición de los alimentos. «¡Tiene la boca podrida!» es una
expresión muy usual allí para indicar la presencia de la enfermedad oral.
Dentro de esa misma lógica y ante ía inexistencia de otro recurso, extraer un
diente picado se convierte en un método preventivo: «Es necesario sacarlo, para
evitar que los otros dientes se pudran».

Otras pistas, otros aportes

En el sicoanálisis se encuentran también algunos registros desde donde se pue-


den establecer simbolizaciones relacionadas con la pérdida de dientes. Pese a la
orientación u n tanto especulativa de los textos que presentamos y a las criticas
hechas al sicoanálisis freudiano por su intento de establecer una relación causal
casi uni-originaria con la libido, la exploración es interesante en tanto que per-
mite vislumbrar campos de reflexión hasta el presente ausentes en nuestra tradi-
ción. «El sueño de caída de un diente representaría la castración, al igual que un
diente que es arrancado por otra persona», afirma Freud. La relación entre la
pérdida de un diente y la castración, simboliza para el autor la separación entre
una parte del cuerpo y el resto del mismo. Para él, la primera dentición marca la
inevitable separación entre placer y la función alimentaria de autoconservación,
mientras que la segunda se asociaría a procesos del desarrollo sexual. Más ade-
lante, afirma:

104
Pero que la masturbación, o mejor el castigo por este acto —la castración-
fuera representado por la caida de un diente o la extracdón, es especialmente
notable, por cuanto tiene su contraparte en la antropología, que puede ser cono-
cida por muy pocos soñantes.

Para mi, no hay dudas de que la circuncisión practicada por tantos pueblos,
es un equivalente o sustituto de la castración y nos enteramos ahora de que al-
gunas tribus primitivas, en Australia, llevan a cabo la circuncisión como un ri-
tual de la pubertad, mientras que otras tribus, sus vecinos inmediatos, reempla-
zan este acto por la extracción de un diente. 5

En consecuencia, uno puede preguntarse cuál puede ser el significado del


dentista extrayendo un diente.
La relación castración-pérdida-odontólogo puede explicar el temor excesivo
que socialmente se tiene respecto de la práctica profesional. ¿Qué significado se
intenta transmitir con la amenaza: «¡Si n o te comes esto, te llevo al dentista!»?

Semántica de la boca en sectores populares urbanos

A continuación presentamos, en forma más sistemática, algunos de los aspectos


trabajados durante nuestra experiencia comunitaria que forman parte del espacio
semántico (espacio de prefiguración del intérprete), de los sectores populares en
relación con la boca. Esta elaboración es producto del proceso de búsqueda con-
tinua, en algunas oportunidades a través de talleres, conversaciones o encuestas
que posibilitaron la recolección de los elementos que las mismas personas iban
definiendo como importantes en la indagación. Por ejemplo, la reflexión en rela-
ción con el beso surgió precisamente de las preguntas que se realizaron respecto
de la importancia de la boca. De la misma manera, fuimos encontrando puntos
de interés, que se incluyeron paulatinamente en el proceso de los talleres de boca.

E¡ beso

El beso expresa todo un dominio semiótico que permite ubicar una función cla-
ra emparentada con las prácticas y relaciones más cotidianas. El beso desaparece
en la rutina, pero simboliza la reconciliación. Su sentido simbólico expresa todo
un abanico que va desde el amor hasta la traición y la hipocresía en una clara
alusión judeo-crisriana.

' Ibid, p. 169. Tomado de: "Introducción a las Lecturas del psicoanálisis" p. 164.

105
Adicionalmente, el beso en la boca no es una práctica ni generalizada, ni pú-
blica; es frecuente encontrar en los ancianos de Ciudad Bolívar, de origen rural,
una negación de estas prácticas o la idea de que "en público es pecaminoso".
Existe una relación entre el beso público y los procesos de secularización y
urbanización de la sociedad. Las experiencias de este tipo empiezan mucho más
temprano hoy día y pierden la connotación de curiosidad y de obscenidad que
tenían en el pasado.

Beso y saliva

A diferencia de lo que sucede en muchas comunidades indígenas, en donde la


saliva cumple funciones terapéuticas, en Occidente ésta simboliza sepsis, infec-
ción, ofensa o desprecio. La saliva sólo puede ser penetrada por el personal de
salud en la medida en que pueda ser racionalizada como fluido bioquímico.
Contrariamente, la saliva pese a esto, denota afección e intimidad; y en con-
secuencia el beso en la boca, desafiando todas las reglas de la higiene pública in-
dicaría la singularización en la relación de pares.

Los alimentos y los sabores:


entre placer y envenenamiento

Lo dulce significa y causa aceptación, placer; se relaciona con cariño, agrado, re-
conciliación, complacencia. En el plano de la vida, significa vínculo afectivo.
Mientras tanto, lo amargo se relaciona con desprecio, rechazo, molestia, ira,
mal humor; significa y causa repulsión y desagrado.
Los alimentos que se ofrecen significan una extensión del abrazo y del estre-
chamiento. Son expresión de bienvenida y de confianza. Recibir un alimento en
el barrio, es dar a entender que existe confianza, de un lado en la limpieza y de
otro, la seguridad de que están sanos; que no hay ningún maleficio, ni suciedad en
ellos, se explicaba en los talleres.
La vulnerabilidad que existe hacia las infecciones y los elementos contami-
nantes que puedan penetrar por la boca pueden obedecer a que la boca se con-
sidera como principio y final del cuerpo, sitio franquable que simboliza el ingre-
so a unas entrañas vulnerables.
Existen otros elementos simbólicos encontrados en la construcción semánti-
ca del espacio oral relacionados con la palabra; en nuestro trabajo hemos podido
establecer la relación beso-limpieza-menta-pureza-cuerpo sublimado, etc.. En ese
sentido, es importante señalar que este pliegue semántico se encuentra distante
del discurso de la enfermedad oral, pero sin embargo, está bastante cercano a la
idea de higiene, la cual se halla atravesada por el paradigma de la limpieza. Belle-

106
za, salud y limpieza constituyen un eje integrador para las prácticas de autocui-
dado. Este es u n punto a explorar en los programas educativos; de hecho, nues-
tras prácticas educativas se centran en este eje.

'¿Qué es la caries?

La primera parte de las respuestas encontradas en nuestra experiencia constru-


yen u n modelo de producción de la enfermedad, en el que la comida descom-
puesta juega un papel central. Son los alimentos descompuestos los que pican el
diente, de la misma manera como empíricamente podemos constatar que una
manzana descompuesta pica la vecina.
En la segunda parte, las respuestas trataron de construir una causa de la en-
fermedad, restringiendo su significado a debilidades estructurales del mismo
diente, ocasionadas por una alimentación precaria y la falta de calcio. Alimento
es fuerza en el sector popular, luego, si n o nos alimentamos adecuadamente, los
dientes se nos debilitan. Existen, por tanto, causas extemas e internas en la pro-
ducción de la caries. La caries se produce por putrefacción o porque los dientes se
nos debilitan.

¿Y qué es la boca?

«Recuerdo que pensé en lo que era mi boca cuando la profesora de la escuela me


obligaba a cepillarme los dientes; más adelante fui entendiendo que la boca me
servía para hablar, luego que me servia para besar».
«Lo que más recuerdo es que se me dañaron las muelas y me las mandé sa-
car».
«Me sacaron los dientes, me colocaron caja y me pesa muchísimo porque ya
no puedo comer igual y n o siento el sabor de las cosas».
La boca puede ser u n espacio de deterioro, una metáfora de las ruinas físicas,
sociales o afectivas, en el sujeto. La invalidez que su deterioro produce puede ser
naturalizado a tal punto que la amputación, separación-castración, permanente
puede constituir u n devenir, un tránsito inmodificable que acontece, al igual que
el ciclo vital, como algo a lo que estamos condenados. Pero las respuestas tam-
bién integran otros aspectos al campo semántico, de manera que con la boca
también se ríe, se habla y se tiene una mejor presentación.
La boca, como si pudiésemos experimentarla a u n mismo tiempo de diversas
formas, constituye u n espacio de significaciones multivariadas y a veces contra-
dictorias. Son las maneras como los contextos regulan nuestros campos de signi-
ficación, superponiendo imágenes y representadones que se estructutan en la

107
experiencia de sí mismos que vamos construyendo por el mundo en un campo
que es objeto de disputa y negociación.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

AUGE, Marc. Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodemidad. Barce-
lona: Ged¡sa,1996.
ECO, Umberto. Signo. Barcelona: Editorial Labor, 1988.
FOUCAULT, Michel. LM diálogo sobre el poder. Madrid; Editorial Alianza, 1994-
-. Tecnologías del yo. ICE-UAB. Barcelona: Paidós, reimpresión, 1995.
FRASER, Nancy. lustitia ínterrupta, reflexiones críticas desde la posición postsodalísta. Bogotá: Siglo del
Hombre Editores, Universidad de los Andes, 1997.
GUERRA RODRÍGUEZ, Carlos. "Sujetos sociales, subjetividad y democracia en América Latina". En
revista Foro N° 28, Bogotá: Ediciones Foro Nacional por Colombia, enero de 1996.
KUNZLE, David. Ei arte de sacar las muelas en los siglos XV7 y X/X. Madrid: Editorial Taurus,
1992.
MEKÉNDEZ, Eduardo. Poder, estratificación y salud. Ediciones de ia Casa Chata. 1981. ,
PÁRAMO ROCHA, Guillermo. "La dimensión humana como factor esencial de la atención en salud".
En Ética, universidad y salud. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia-Minsalud, 1993.
TAUSSIG, Michael. L/n gigante en convulsiones. Barcelona: Gedisa, 1995.

108

También podría gustarte