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Jazmín

Llevo una cubeta de plástico en las manos y me dirijo hacia el exterior de una
habitación de paredes blancas y puerta metálica –quizás pintada de azul claro. Al
cruzar la puerta, que al mismo tiempo estaba abierta y cerrada, me encuentro con
un paisaje marino. Frente a mí se despliega una ensenada. El camino de rocas se
extiende hacia la izquierda del paisaje. Es de tarde; la noche no se encuentra muy
lejos. El agua del río luce gris, y el cielo, ligeramente nublado. Sé que a mis
espaldas –al otro lado de la ensenada- se encuentra el mar.
Jazmín –que fue mi compañera en la universidad y estuvo enamorada de mí- se
encuentra en la habitación, esperándome. Yo he salido a recoger agua del río o a
enjuagar la cubeta.
Y suelo y la orilla del río pertenecen ahora a un paisaje pantanoso. Veo lirios y
nenúfares. Las rocas están cubiertas de limo en su parte inferior. Me inclino con
miedo de resbalar dentro del agua como me ocurrió la primera vez que me
acerqué al río Coatzacoalcos. Poco a poco, y pese al miedo que me inspira aquel
sitio, avanzo sobre la ensenada hasta llegar a su extremo. Desde ahí observo la otra
ensenada, el otro lado del río, el punto donde éste desemboca en el mar. También
desde ahí puedo ver la habitación de la que he salido: se trata de un departamento
rectangular que también se extiende algunos metros sobre la ensenada. A través
de una ventana cubierta por un mosquitero verde, puedo ver a Jazmín trabajando
en la cocina. Es ella quien me ha mandado a coger o echar agua en el río. Ahora el
agua parece más lejos de la orilla y tengo que hacer un esfuerzo para alcanzarla.
Me atemoriza la idea de algún animal marino peligroso. Me retiro de la orilla y
tomo una manguera verde que se encuentra a mis pies. Termino de llenar la
cubeta con ella. Después, me acerco a la ventana y, mientras Jazmín coloca algo
sobre la estufa, le apunto con la manguera y descargo sobre ella un chorro a
presión. El agua sale con tanta fuerza que se convierte en espuma. El chorro no es
constante, sino que sale en descargas breves pero poderosas. Disparo sobre su
cara y sobre su pecho; ella parece no prestar atención a lo que hago, pues continúa
con su tarea como si nada.

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