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El 30/08/08/La Guerra del Pacífico: la campaña de Lima y la

resistencia en la sierra

Los chilenos entendieron que la única forma de seguir presionando al Perú para que firmara la paz era invadiendo Lima. De
esta forma, el enemigo emprendió lo que se llamaría la “Campaña de Lima”. El dictador Piérola tuvo que organizar, o mejor
dicho improvisar, la defensa de la capital apelando a las milicias urbanas. Es decir, la defensa estuvo a cargo no solo de lo
que quedaba del ejército sino de la población civil, gente de todas las edades y ocupaciones. Decenas de hacendados de la
sierra con sus campesinos llegaron a apoyar la campaña. Se logró reunir unos 20 mil hombres.

Los chilenos desembarcaron al sur de Lima (Lurín) con 26 mil efectivos debidamente armados. Piérola entonces decidió
organizar dos líneas de defensa. Una, la llamada línea de San Juan, partía del Morro Solar Chorrillos y se proyectaba hasta
lo que hoy es Monterrico; la otra, se instaló desde las afueras de Miraflores hasta la altura de Surquillo.

Con las derrotas en las líneas de San Juan y Miraflores, incluidos el incendio de Chorrillos y la ocupación de Lima por el
ejército chileno (enero de 1881) culmina, formalmente, la guerra. Porque perder la capital, ver ocupados y saqueados los
principales edificios públicos (Palacio de Gobierno, ministerios, oficinas de administración o Biblioteca Nacional, por
ejemplo) y tener un ejército diezmado es suficiente como para decir que la derrota era un hecho concreto y verificable.
Además, no había gobierno. Piérola se había trasladado a Ayacucho formando un gobierno con casi nulo alcance o
aceptación nacional.

Pero a pesar de lo esperado por el invasor el conflicto se prolonga, principalmente por la tenaz resistencia de Andrés A.
Cáceres en la sierra con la llamada “Campaña de la Breña”. Antes, un cabildo abierto en Lima había elegido al abogado y
político Francisco García Calderón como presidente ante el fracaso militar y retiro de Piérola. Su gobierno, cuya sede fue el
pueblo de Magdalena (hoy Pueblo Libre), tuvo como objetivo seguir intentando conseguir un préstamo en Francia para
evitar la cesión de Tarapacá. Los chilenos se cansaron de negociar con él un tratado pues el “Presidente de la Magdalena” no
aceptaba firmar la paz con entrega de territorios. Finalmente, García Calderón, junto a su familia, fue llevado prisionero a
Valparaíso.

Francisco García Calderón, el “Presidente de la Magdalena”

A la resistencia de Cáceres también se sumaron el general Miguel Iglesias, en la sierra norte, y el contralmirante Lizardo
Montero, en la costa norte. Este último, como vice-presidente de García Calderón, intentaba continuar con el “Gobierno de
la Magdalena”. El escenario era demasiado confuso: los chilenos no sabían con quién podían firmar la paz.

En la sierra central, territorio no conocido ni dominado por el enemigo, Cáceres llevó a los chilenos con la intención de
cansarlos y prolongar la guerra hasta derrotarlos. Sus primeros triunfos, con la ayuda no tanto de los hacendados sino de los
campesinos de la región, parecieron darle la razón: Pucará (5 de febrero de 1882), Marcavelle, Pucará II y Concepción (9
de julio).
Pronto, sin embargo, la situación le fue cambiando a Cáceres. Muchos terratenientes del valle del Mantaro empezaron a
aceptar cupos de guerra a los chilenos y pedirles la protección de sus haciendas ante el peligro de un eventual levantamiento
del campesinado indígena. Este colaboracionismo con el invasor, aparte de censurable, exacerbó aún más el ánimo de los
campesinos que apoyaban a Cáceres.

Finalmente, con la derrota de Huamachuco (10 de julio), donde algunos terratenientes ayudaron en el “repase” de los indios,
significó el fin de los planes de Cáceres, no tanto por querer abdicar en la lucha como por la actitud que tomó Iglesias en el
norte. Pero Cáceres no se dejó vencer. Con lo que quedaba de su ejército viajó hacia Ayacucho para reorganizar la
resistencia. La empresa, sin embargo, no llegó a realizarse.
En efecto, luego de la derrota de Cáceres, en Cajamarca, Miguel Iglesias lograba un importante triunfo en la batalla de San
Pablo (13 de julio). Autoproclamado presidente en su “Manifiesto de Montan” llamó al país a firmar la paz bajo cualquier
condición. De esta manera, Iglesias formaba un nuevo gobierno y, en calidad de vencedor en San Pablo, empezaba a ganar
numerosas adhesiones.

Grabado que muestra el “repase” luego de la batalla de Huamachuco

Fotografía que muestra el lugar donde fue fusilado Leoncio Prado luego de la batalla de Huamachuco

Andrés Abelino Cáceres Y La Campaña de la Breña (1881 – 1883)


Brillante campaña dirigida por el gran Andrés Avelino Cáceres, el “titán de la Breña”, apodado por sus
travesías en la sierra como “el Brujo de los Andes”. Fue una verdadera guerra de guerrillas, una guerra
irregular, una guerra de desgaste para los chilenos. Cáceres con un ejército irregular compuesto por las
indomables y valerosas guerrillas de Montoneros indios le infligieron a los chilenos severas derrotas a lo
largo de tres años de infatigable resistencia que dejó en alto el honor nacional y que de no haber sido
traicionado por altos oficiales peruanos como Miguel Iglesias y Lizardo Montero, la lucha hubiera sido
coronado con el éxito final. Tributo para aquellos héroes anónimos que sin la adecuada preparación
militar y en inferioridad bélica supieron hacer frente a un enemigo en teoría invencible. Tributo para
aquellas hermosas mujeres que serena y estoicamente sufrieron al lado de sus compañeros los rigores de
esta infausta guerra, mujeres a las cuales, la infame oligarquía traidora las endilgó el epíteto despectivo de
“rabonas”.
Las Principales Batallas son:

Las principales correrías de Cáceres se produjeron en el Valle del Mantaro. Entre las principales batallas
libradas durante esta campaña podemos señalar a las siguientes:

(1) Batalla de Sangrar 26 de junio de 1881. Victoria peruana


(2) Batalla de Pucará: 5 de febrero de 1882. Batalla que fue ganada por los montoneros en minutos.
Los chilenos huyeron dejando sus municiones y pertrechos de Guerra.
(3) Batalla de Marca valle: 09 de julio de 1882
(4) Batalla de Concepción: 09 de julio de 1882. Los chilenos fueron derrotados pereciendo al final toda su
guarnición.
(5) Batalla de San Pablo: 13 de julio de 1882. Victoria de Miguel Iglesias en Cajamarca sobre los
chilenos.

Expediciones chilenas en la sierra peruana

Expedición de ladrón chileno Ambrosio Letelier saquea sierra central


del Perú.- Historiador chileno Gonzalo Bulnes reconoce: "Más que
campaña militar la Expedición Letelier se transformó en una gran
requisición de dinero a mano armada".- Chile: País ladrón y carente de
vergüenza
Escribe: César Vásquez Bazán
Ladrón Ambrosio Letelier, de profesión teniente coronel del ejército de Chile, émulo de Pedro Lagos
Marchant, otro criminal de guerra y saqueador de la misma nacionalidad. Dirigió la tristemente
célebre “Expedición Letelier”.

el ministerio italiano en lima formulo una reclamación ante el cuartel general por este atentado
que los defensores Letelier excusaban diciendo que chiessa había perdido su carácter neutral
por aquellos actos, como si por perder la neutralidad se quedase fuera de las garantías de la
humanidad y de la civilización. Iguales procedimientos observaban los jefes destacamento en
las poblaciones que ocupaban. Más que campaña militar la expedición se trasformó en una gran
requisición de dinero a mano armada con el concurso de los peores elementos sociales. Los
peruanos degradados se ofrecían a delatar a sus compatriotas, y daban datos para formar las
listas de los cupos, denunciar los escondites de dinero y calificar los bienes de los ausentes.

El historiador chileno Gonzalo Bulnes escribió sobre la “Expedición Letelier” que “más que


campaña militar se transformó en una gran requisición de dinero a mano armada”. De manera
similar, la afirmación de Bulnes podría aplicarse a los actos de Patricio Lynch, Pedro Lagos y otros
criminales de guerra chilenos que saquearon el Perú entre 1879 y 1884 (Bulnes 1919, 33).

El 15 de abril de 1881, el teniente coronel chileno Ambrosio Letelier, gran amigo del criminal de
guerra y saqueador Pedro Lagos Marchant, obtuvo de dicho jefe permiso para llevar adelante una
expedición a Junín y Huánuco con la supuesta finalidad de aniquilar la resistencia de Cáceres y los
montoneros. A este objetivo oficial, añadió Letelier el interés por robar y extorsionar a los habitantes
de la zona, imponiéndoles cupos en dinero y especie, penando a quienes incumplieran sus órdenes
con sanciones sobre sus propiedades y escarmientos que podían incluir desde flagelaciones hasta la
pena de muerte.
Con estos fines claramente definidos, a lo largo de tres meses Ambrosio Letelier y sus cómplices  –
como el teniente coronel del ejército chileno Anacleto Lagos, hermano de Pedro Lagos– cometieron
masivos crímenes de guerra en la sierra central y masacraron a centenares de humildes pobladores de
la zona que intentaron defenderse de su avance. Impusieron cupos de guerra por doquier, que el
mismo Letelier confesó que ascendieron a 1, 394,000 pesos (aproximadamente US$31, 600,000 del
día de hoy). 

De ellos, Letelier afirma que sólo pudo cobrar en efectivo 336,049 pesos, es decir menos del 25%.
Buena parte de ese dinero se repartió entre los jefes, oficiales y soldadesca chilena que participó en
la “Expedición”, quienes recibieron “gratificaciones por servicios especiales durante la campaña y
por acciones distinguidas de valor”.

Letelier, como buen soldado chileno, robó todo lo que estuvo a su paso. Así lo hizo constar en su
parte oficial fechado en Lima el 14 de julio de 1881, en el que especificó que entregó a la Comisaría
chilena valores que incluyeron candelabros, chafalonía, plata sellada, vales y documentos por cobrar,
entre los que debe mencionarse el cupo de 7,500 pesos al que fue sometido y debió pagar el Obispo
de Jauja. Hizo constar también el ladrón Ambrosio Letelier que previamente ya había entregado al
Fisco chileno plata en distintas presentaciones, ganado vacuno, ovejas, azogue, etc.

Sin duda, como escribió el historiador chileno Gonzalo Bulnes, “más que campaña militar
la  “Expedición Letelier”  se transformó en una gran requisición de dinero a mano armada”, al mejor
estilo de Chile, país ladrón y carente de vergüenza.

La campaña del norte

Época: Guerra civil
Inicio: Año 1937
Fin: Año 1937

Antecedente:
La guerra civil
A pesar de su inicial resistencia, finalmente Franco decidió trasladar el eje de la guerra a
la zona Norte a fines de marzo de 1937. Fue ésta una decisión acertada que implicaba
un rodeo hasta el logro de sus objetivos, pero que en el punto crítico de la guerra
permitió una victoria que habría de tener un efecto decisivo sobre el final del conflicto.
Sin duda la guerra se resolvió en la campaña del Norte y ésta es una de las pocas
afirmaciones en que parecen estar de acuerdo quienes durante ella militaron en bandos
contrapuestos. Desde comienzos de abril hasta octubre, de forma sucesiva, el Ejército
sublevado conquistó Vizcaya, Santander y Asturias modificando completamente el
balance inicial de fuerzas establecido en julio de 1936. 
Para explicar lo sucedido en la primera parte de la campaña, la que afectó a la última de
las provincias vascas fieles al Gobierno del Frente Popular, es preciso establecer el
punto de partida de ambos contendientes. Hasta su muerte, el general Mola fue el
responsable de la dirección de las operaciones por parte de los sublevados. Disponía de
unidades fogueadas como eran las brigadas navarras que se habían convertido en una
especie de sustitutos de las tropas de Marruecos. Es posible que inicialmente sus
medios humanos fueran inferiores a los del adversario, pero tenía una evidente
superioridad artillera y, sobre todo, de aviación al haber podido concentrar en esta
parte del frente el núcleo principal de las reservas y las unidades de élite, entre las que
desempeñaban un papel especialmente importante la aviación alemana e italiana. Mola
tuvo a un adversario que en ocasiones demostró ser aguerrido, pero cuyas condiciones
de combate fueron lamentables en parte por razones de las que él mismo era culpable. 
La zona Norte estaba al menos a 200 kilómetros del resto del territorio controlado por el
Frente Popular y se extendía a lo largo de un frente de 300 kilómetros teniendo tras de
sí a 1.500.000 de habitantes, con una profundidad de tan sólo 30 ó 40 kilómetros. A
esta incierta situación estratégica hay que sumar problemas graves nacidos del
cantonalismo en la dirección y de la insuficiencia de recursos militares. Ramón González
Peña, el diputado del PSOE que ahora desempeñaba funciones de comisario en Asturias,
aseguró que "es mejor un solo mando malo que dos buenos", pero esta sabia
advertencia parece que no fue tomada muy en cuenta o por lo menos no se puso en
práctica. Como sabemos, en el momento inicial de la guerra hubo hasta tres juntas
diferentes en Guipúzcoa (en San Sebastián, Azpeitia y Eibar), pero lo más significativo
no es tanto que esto sucediera como lo tardía e incompletamente que fue solucionado. 
Hasta diciembre no se produjo una unificación que redujo a tres unidades políticas y de
mando las existentes en el Norte (los Consejos de Santander, Burgos y Palencia, el de
Asturias y el Gobierno vasco), pero aun así el grado de unificación fue muy relativo
porque en materias como relaciones comerciales con el exterior e incluso moneda estas
tres unidades políticas actuaron un tanto por su cuenta, hasta el extremo de que
cuando sus fuerzas militares combatían en territorio que no era el suyo actuaban como
si lo hicieran en un país extranjero. Así sucedió en la ofensiva sobre Villarreal de Álava
en la que los vascos quisieron emplear exclusivamente destacamentos propios. En
noviembre fue nombrado para dirigir el Ejército del Norte el general Llano de la
Encomienda pero su autoridad fue nominal. 
La prueba es que el Gobierno autónomo vasco rechazó la presencia de comisarios en las
unidades militares e incluso Aguirre, su presidente, asumió el mando militar en mayo
(en enero había separado su Ejército del resto de los del Norte) a pesar de que
legalmente no tenía derecho a hacerlo; además los vascos insistieron en tener su propia
legislación militar específica para su caso. En el resto de la zona Norte los problemas
fueron semejantes. Hasta abril de 1937 no se empezó a organizar el Ejército según los
criterios generales en toda la zona del Frente Popular y al mes siguiente desaparecieron
los consejeros de Defensa de los Consejos de Santander y Asturias. Para acabar de
complicar la situación sobre las autoridades locales y las de carácter militar enviadas
desde el Centro (aparte de Llano, Gamir y Ciutat) se superponían los
asesores soviéticos. Largo Caballero, en un momento de indignación, llegó a afirmar
que "no hay Ejército del Norte; no hay más que milicias organizadas, mejor o peor, en
Euzkadi, Asturias o Santander". 
A estas deficiencias de dirección de la guerra hay que sumar además los problemas de
dotación y aprovisionamiento. Para los defensores fue siempre obsesiva la superioridad
del adversario en aviación, que cifraron en diez a uno, como puede haber sucedido en
algún momento en que apenas tenían una quincena de aviones en uso. Debe tenerse en
cuenta también que la utilización masiva de la aviación y su coordinación con la
infantería se produjo por vez primera en esta operación y que no podía menos que
afectar a la moral de las tropas un período prolongado de bombardeo sin respuesta.
Desde la zona central se trató de enviar refuerzos al Norte pero la voluntad de utilizar la
aviación en masa, el criterio contrario de los asesores rusos, las dificultades puestas por
los franceses para autorizar el paso por su territorio y las dificultades para mantener a
salvo los aeropuertos propios en una faja tan estrecha de terreno explican que ese
auxilio resultara insuficiente o inexistente. 
La superioridad artillera de los atacantes, aumentada por la mejor utilización de los
recursos, también jugó un papel importante en la campaña donde el Ejército Popular,
según Ciutat, con armamentos menos modernos llegó a disponer de 14 tipos diferentes
de piezas artilleras. Más injustificable es el hecho de que la superioridad naval de la
República no se tradujera en el auxilio a la zona Norte. Aunque no pudieron llevarlo a
cabo por insuficiencia de medios, el Ejército atacante pretendió realizar un bloqueo
naval, imposible de haber sido empleada toda la flota republicana. Paradójicamente
fueron unidades improvisadas como eran los pesqueros armados vascos los que
demostraron una mayor moral de combate, coincidente también con las de las fuerzas
de tierra. 
Éstas, sin embargo, partían de unas concepciones estratégicas defensivas y, lo que es
peor, exclusivamente pasivas que fueron juzgadas "un error" por Franco y que también
criticaron los dirigentes republicanos. El llamado "cinturón de Bilbao",
según Zugazagoitia, "tácticamente desconsolaba", y para Azaña se hablaba de él
"suponiendo que existe lo que debiera existir", porque era mucho más vulnerable de lo
que se suponía. Sin embargo, todavía son más duros los juicios de un militar
republicano como Ciutat, que además era el jefe de Estado Mayor del Ejército
republicano en el Norte. Según él era "descabellado" puesto que no se apoyaba en
obstáculos naturales sólidos, las trincheras no estaban protegidas contra los ataques
aéreos y estaba más protegido en la zona occidental que en la oriental, cuando lo lógico
debiera haber sido lo contrario. Si a todo ello sumamos que los atacantes disponían de
los planos, no puede extrañar que la validez de esta barrera defensiva fue muy
limitada. 
Las operaciones se iniciaron el último día de marzo de 1937 y desde un principio se
caracterizaron por el empleo sistemático de la aviación y la artillería con una tremenda
potencia de fuego. La aviación no escatimó bombardear objetivos civiles y en Durango
causó muchos muertos en la población civil, incluso sacerdotes y monjas. Las
operaciones se llevaron a cabo con parsimonia y lentitud, en parte por el exceso de
precaución de Mola, pero también por su carencia de efectivos suficientes en infantería:
cuando los italianos tomaron Bermeo, adelantándose imprudentemente, fueron objeto
de un temible contraataque lateral. 
A finales de mayo el general Gámir fue nombrado responsable militar en Vizcaya del
Ejército republicano, pocos días antes de que muriera Mola en accidente de aviación y
de que se iniciara la ruptura del "cinturón de hierro" en torno a Bilbao. Esta operación
se llevó a cabo con una concentración de fuego como no había existido entonces en la
guerra española: casi 150 piezas a las que sumar la labor de la aviación. El
presidente Aguirre, cada vez más angustiado por la situación, llegó a contabilizar 1.500
disparos artilleros por hora además de 100 toneladas de bombas. En estas condiciones
el cinturón fue una resistencia que no se puede considerar como muy dura: tan sólo le
costó al adversario tres días, merced a su buena colaboración entre aire y tierra. Antes,
en cambio, las tropas vascas habían ofrecido una resistencia encarnizada que en
setenta y dos días impidió al enemigo un avance superior a los 35 kilómetros, es decir,
menos de 500 metros por día. Hubo algún proyecto de convertir a Bilbao en un segundo
Madrid, pero los vascos se negaron a la práctica destrucción de la ciudad que, además,
no hubiera garantizado su defensa dadas sus condiciones estratégicas. El propio
presidente Aguirre vetó la destrucción de Altos Hornos de Vizcaya. 
En el transcurso de la campaña de Vizcaya, que terminó en junio de 1937, tuvo lugar la
que puede considerarse como operación militar más discutida de la guerra española: el
bombardeo de Guernica. Acerca de este episodio, acontecido el 26 de abril de 1937,
casi todo ha sido controvertido hasta el punto de que lo único que nunca se ha puesto
en duda ha sido la práctica destrucción de la ciudad. La investigación histórica reciente
ha ido aclarando, sin embargo, muchos puntos. A pesar de que se ha venido afirmando
lo contrario, Guernica no fue objeto de un experimento y menos aún fue inducido desde
Berlín. 
No está probado que con la destrucción de la ciudad se pretendiera hacer desaparecer
el símbolo de las libertades vascas, sino que parece que el bombardeo fue solicitado por
las propias tropas atacantes respecto de una posición que estaba en la retaguardia
inmediata. Las tesis acerca de si Guernica resultaba o no un objetivo militar se siguen
contradiciendo, pero la cuestión verdaderamente decisiva no es tanto esa como si con
anterioridad el mando aéreo sublevado había considerado este tipo de objetivos como
dignos de un bombardeo. La respuesta es positiva y vale no sólo para
los sublevados sino también para el Frente Popular; sin embargo, había sido en la
campaña contra Vizcaya cuando más habitualmente se emplearon estos procedimientos
(por ejemplo, en Durango), que serían luego habituales (e infinitamente más mortíferos
y brutales) durante la Segunda Guerra Mundial. Por eso la aviación atacante pudo
considerar un completo éxito la operación. 
En realidad, con independencia de que hubiera en Guernica fábricas de interés militar,
el objetivo más obvio y evidente era el puente, que no fue afectado por el bombardeo.
La mezcla de bombas rompedoras e incendiarias resultó especialmente destructiva en
una población de casas altas y calles estrechas, pero no hay pruebas de que la carga
utilizada pretendiera un efecto especial. Aquellas circunstancias hicieron que
desapareciera el 75 por 100 de las viviendas mientras que el número de muertos sigue
siendo muy discutido (desde un centenar a 1.600). La reacción del bando franquista
consistió en acusar al Frente Popular de haber destruido la población mediante
voladuras voluntarias y hay indicios de que esta opinión pudo ser sinceramente sentida,
aunque carezca por completo de justificación histórica y documental. En cualquier caso
la responsabilidad del mando nacionalista parece evidente. El bombardeo fue realizado
por aviones italianos y alemanes pero a lo largo de esta campaña las operaciones tierra-
aire estuvieron perfectamente coordinadas. No existe ninguna prueba de
que Franco protestara por lo sucedido ante alemanes o italianos sino que procuró echar
la culpa al adversario. 
Cuestión polémica, aunque menor en virulencia, ha sido la de los contactos entre los
nacionalistas vascos y los atacantes con vistas a una eventual rendición. Entre unos y
otros existía un punto de contacto nacido del común catolicismo y este hecho explica
que durante la misma guerra hubiera una polémica doctrinal entre Gomá y Aguirre en el
mismo momento en que, además, se combatía. Por eso no es extraño que, en el punto
álgido de la campaña de Vizcaya, desde el Vaticano se transmitiera una propuesta de
rendición cuyos inspiradores eran Mola y Franco, en la que se prometía juzgar tan sólo a
los autores de delitos comunes y llevar a cabo una política social de acuerdo con las
Encíclicas. Esta propuesta, sin embargo, fue interceptada por Largo Caballero y no les
llegó a los nacionalistas vascos. Éstos parecen haber estado indignados en contra del
Gobierno central por la poca ayuda concedida, lo que explica que uno de sus dirigentes,
Ajuriaguerra, hablara incluso de "traición manifiesta". Esto hizo que durante el mes de
agosto emisarios nacionalistas se entrevistaran con dirigentes fascistas en Roma,
contactos luego repetidos en Francia. Aunque en última instancia no hubo rendición
formal a los italianos y además las unidades franquistas se interpusieron para impedirlo,
el hecho es que a fines de agosto los batallones vascos se negaron a retirarse hacia
Asturias para allí seguir el combate. Aguirre, sin embargo, parece haber mantenido una
postura diferente: quería que el Ejército vasco fuera trasladado a Aragón en su
totalidad. 
En definitiva, la campaña de Vizcaya fue "la mayoría de edad" de la guerra civil
(Martínez Bande) tanto por los medios empleados como por la impresión de que las
unidades empleadas, en especial las atacantes, tenían una elevada calidad militar. En
cambio, las del Ejército Popular siguieron ofreciendo una apreciable semejanza con las
de la época de la guerra de columnas: hubo una carencia preocupante de mandos
subalternos mientras que los batallones vascos seguían eligiendo a sus comisarios de
guerra por sufragio. 
Si Vizcaya fue la mayoría de edad bélica para el Ejército sublevado, en Santander pudo
parecer que además este Ejército había aprendido la gran maniobra y era capaz de
ejecutarla. Esta provincia tenía una significación marcadamente derechista y cuando
fracasó la sublevación hubo un elevado número de ejecuciones de derechistas (unas
1.200). Durante las operaciones militares fueron abundantes las deserciones de las filas
del Frente Popular y ya hemos visto cómo también los nacionalistas vascos dieron
pruebas de ausencia de moral. Sin embargo, el factor verdaderamente decisivo fue esa
capacidad de maniobra antes mencionada. Lo ha escrito Ciutat, uno de los mandos
militares más importantes del Ejército Popular en el Norte: "Si en la ofensiva de Bilbao
resultó decisiva la aviación alemana de la Legión Cóndor, podemos decir que en la de
Santander influyó de modo decisivo la maniobra de las unidades de montaña, las
brigadas de Navarra, por las alturas de las divisorias, combinada con la incesante
presión aérea". Para este militar hubiera resultado mejor para los republicanos
defenderse en las zonas montañosas, prescindir del peligroso saliente que la línea
mantenía en Reinosa y mantener los mismos mandos en vez de cambiarlos, tal como se
hizo poco antes de iniciarse las operaciones. 
Los sublevados ya eran superiores en calidad y cantidad e iniciaron su ataque con una
estrangulación de la citada bolsa de Reinosa en sólo tres días. Capturaron un elevado
número de prisioneros y en la última quincena de agosto cortaron el frente de Norte a
Sur rompiendo las comunicaciones con Asturias, para finalmente ocuparse de la gran
bolsa que había quedado al Este. Por tanto, la constitución de una junta Delegada del
Gobierno en la que la responsabilidad militar le correspondía a Gámir de poco sirvió, por
tardía. Santander fue "la mayor victoria" que los sublevados habían obtenido hasta el
momento y la primera ocasión en que habían dado la sensación de que comprendían
que en una guerra lo decisivo no es tanto la ocupación del terreno como la destrucción
del adversario. Por supuesto consiguieron esto último como demuestra el hecho de que
hicieron unos 45.000 prisioneros. Ciutat ha llegado a decir que de no ser por este
desastre santanderino Franco hubiera sido incapaz de concluir la campaña del Norte
antes de la primavera de 1938 y por ello hubiera dado tiempo a que el adversario
hubiera organizado un Ejército popular eficiente. 
Lo sucedido en Asturias durante los meses de septiembre y octubre de 1937 demuestra
hasta qué punto puede ser decisiva en una guerra civil la moral para la
resistencia. Zugazagoitia escribe que Santander "no tenía nada que esperar del
Gobierno" porque su "destino era conocido". Esto es mucho más cierto en el caso de
Asturias donde la desigualdad de efectivos era absoluta en todos los terrenos, pero
donde la resistencia fue mucho mayor, sobre todo en la segunda parte de la campaña.
Durante la primera quincena de septiembre el avance franquista fue decidido, bastando
en ocasiones el fuego de la artillería o la acción de la aviación para que se produjera el
colapso del adversario. Luego el tiempo y la orografía tendieron a facilitar una
resistencia encarnizada: hubo un período en que fueron necesarios trece días para
cubrir un avance de sólo 8 kilómetros. Sin embargo, de nuevo, factores relativos a la
carencia de unidad de mando militar y política contribuyeron a facilitar las cosas al
atacante. 
A fines de agosto el Consejo asturiano se declaró "soberano", concentrando en sus
manos toda la autoridad como si se desentendiera de las autoridades centrales y
comunicando esta decisión a la Sociedad de Naciones, lo que para Prietono tenía otra
disculpa que los "dirigentes asturianos hubieran perdido la razón". La desorganización y
el "taifismo", que tuvieron como consecuencia que la industria funcionara a un tercio de
su capacidad, motivaron el áspero juicio de Azaña de acuerdo con el cual "la verdad es
que no se ha visto causa más justa servida más torpemente, ni buena voluntad peor
aprovechada". 
Cuando acabó la lucha todavía un elevado número de guerrilleros mantuvieron la
resistencia distrayendo algunas tropas de Franco y testimoniando el carácter
izquierdista de la provincia. La mayor parte de los dirigentes consiguieron huir a la otra
zona por barco. La superioridad naval de los republicanos de poco había servido a lo
largo de esta campaña. A los oficiales navales se les denominaba "rábanos" (porque
eran rojos por fuera y blancos por dentro) y su actuación en el Norte fue calificada de
"vergonzosa" por Aguirre, hasta el punto de que resultó necesario que los submarinos
fueran dirigidos por un asesor soviético. 
Con ello quedaba concluida la resistencia en la zona Norte que, como veremos, modificó
de forma sustancial el equilibrio de fuerzas existentes. Antes de referirnos a esta
realidad es preciso, sin embargo, hacer mención de lo que sucedía en los restantes
frentes. Si Franco consiguió la superioridad en el Norte fue porque concentró allí sus
efectivos. Lo lógico para su adversario era atacar en otras zonas, aprovechando su
ventaja, atrayendo al adversario u obteniendo una ventaja resolutiva en otro frente. De
hecho los ataques se produjeron y este mismo hecho demuestra hasta qué punto había
cambiado le mentalidad del Gobierno de Valencia, que ya concebía la posibilidad de una
táctica ofensiva. De todos modos, aunque hubo un total de ocho acciones sólo dos
(Brunete y Belchite) pueden ser calificadas verdaderamente de ofensivas, siendo las
otras mucho más modestas hasta el punto de que no solieron durar más allá de tres
días. 
Es muy probable que se deba achacar a los planificadores de la acción militar
republicana el haber dispersado sus esfuerzos en una pluralidad de operaciones que
además fueron tardías, pues se produjeron en un momento en que era ya muy difícil
pensar que las posiciones del Ejército Popular se mantendrían a partir del mes de julio.
Claro está que el Gobierno, Largo Caballero y en concreto el general Rojo, principal
planificador de la guerra, habían imaginado una única operación que podría haber
tenido un efecto estratégico decisivo. Se trataba de una ofensiva en Extremadura que
hubiera producido el corte en dos de la zona controlada por Franco y hubiera obligado,
al menos, a pactar un final negociado de la contienda. La avaricia de Miaja con sus
efectivos militares y la oposición del mando ruso hizo que esta operación fuera
desechada. 
Tenía, sin embargo, especial sentido porque era en la zona Centro donde el Ejército
Popular había recibido la mayor parte de sus aprovisionamientos materiales y donde
había tenido una consistente voluntad de militarizar sus efectivos. Así se explica que las
primeras iniciativas se tomaran allí. El primero de los ataques, a fines de mayo, fue el
peor preparado por la carencia de medios y del factor sorpresa. Eran unos días en los
que parecía haberse detenido la ofensiva de Mola ante el "cinturón de hierro" y en
que Prieto acababa de ser nombrado ministro de Defensa (y "ataque", dijo a los
periodistas) en el nuevo Gobierno Negrín. El intento consistió en tratar de llegar a La
Granja y Segovia, pero no hubo apenas concentración de recursos y las tropas
maniobraron deficientemente en terreno montañoso, viéndose obligadas a volver a sus
puntos de partida. La victoria de las tropas de Franco motivó que a la patrona de
Segovia, Nuestra Señora de la Fuencisla, le fuera impuesto el fajín de capitán general,
ante la indignación de Hitler, que anunció que no visitaría España jamás, ya que era un
país de tan desmesurado clericalismo. 
La ofensiva de Brunete, a lo largo del mes de julio, fue algo muy diferente. Ahora el
Ejército Popular disponía, según Martínez Bande, de la más "considerable maquinaria
militar" que existía en España, principalmente en lo que respecta a concentración de
artillería y de carros. El ataque, efectuado sin sorpresa, tenía como objetivo el pueblo
de Brunete, pero de haberse conseguido plenamente los objetivos propuestos hubiera
servido para desembarazar por completo el frente de Madrid. En medio de un calor
sofocante que convirtió las operaciones en una auténtica "batalla de la sed", las
unidades del nuevo Ejército Popular penetraron en un principio profundamente, aunque
se encontraron con la encarnizada resistencia de unidades sitiadas en pequeñas
posiciones difíciles de defender. Franco consideró que la ofensiva adversaria merecía
"inmediata respuesta" y envió parte de sus tropas del Norte hacia Brunete a pesar de
que con ello provocó la irritación de algunos mandos del Ejército del Norte (el general
Vigón dijo estar "apesadumbrado" porque se caminaba hacia "la cuarta batalla de
Madrid"). 
Con esas unidades, en la segunda quincena del mes se produjo la contraofensiva que se
prolongó durante algo más de una semana en durísimos combates de desgaste. La
batalla acabó, como en el Jarama, por agotamiento de los dos contendientes que
sufrieron un durísimo desgaste, hasta el extremo de que uno de cada dos hombres en el
Ejército atacante causó baja e incluso entre algunas unidades se produjeron conatos de
indisciplina. La ofensiva había tenido momentos brillantes y había demostrado que el
Ejército Popular era muy superior a las milicias de antaño, pero había mostrado también
algunos de sus defectos: la falta de mandos subalternos, la mala utilización de los
carros y, sobre todo, la incapacidad de conseguir la explotación de un éxito inicial
conseguido por sorpresa. 
En suma, como dice el general Rojo, la batalla constituyó "un éxito táctico de resultados
muy limitados y un éxito estratégico también de carácter restringido". Si los atacantes
cometieron errores algo parecido cabe achacar a Franco, que se empeñó en tomar una
población tan carente de interés objetivo como era Brunete, cuando hubiera podido
sacar mejor rendimiento a sus unidades en otros frentes. Brunete tiene una curiosa
semejanza con la batalla de Guadalajaraen cuanto que las líneas atacantes avanzaron,
pero el pueblo que definió el resultado de la contienda (en el segundo caso, Brunete)
permaneció en poder de quienes se defendían. 
A partir de este momento la zona Centro no fue ya protagonista esencial de la guerra
civil, ni menos aún pudo aliviar las penosas circunstancias que se vivían en el Norte por
parte del Frente Popular. Es necesario, pues, referirse a aquella otra zona donde se
podía llevar a cabo una ofensiva merced a la superioridad existente: el frente de
Aragón. A lo largo del verano y el otoño de 1937 el Ejército Popular insistió
repetidamente en sus ataques en esta zona. En la segunda quincena de junio lo hizo en
Huesca, donde el frente parecía muy semejante al de Oviedo, pues consistía en un
estrecho corredor de 8 kilómetros que apenas tenía dos de ancho en algunas de sus
partes. En julio y agosto el ataque se trasladó al sur donde las tropas del Ejército
Popular tomaron Albarracín, que volvieron a perder al poco tiempo. 
La ofensiva sobre Zaragoza, a partir de finales de agosto, fue, sin embargo, la
operación más brillante e incluso se ha dicho de ella (Martínez Bande) que constituyó "el
más ambicioso plan que conoció el Ejército Popular a lo largo de su Historia". Se trataba
de ocupar la capital aragonesa de manera rápida mediante un ataque convergente
desde los flancos. Los atacantes erraban respecto del estado de ánimo de sus
adversarios, a los que creían enfrentados en violentas disputas internas, pero acertaban
en otros aspectos como juzgar que sus reservas y medios eran escasos. Lo más grave
fue que el Ejército Popular de nuevo mostró sus deficiencias: en un día fueron capaces
de avanzar 30 kilómetros en un frente desguarnecido, pero a continuación mostraron lo
que Rojo denominó como su "temor al vacío". En vez de seguir su progresión perdieron
el tiempo sometiendo a reductos enemigos aislados. Éstos (Quinto, Codo, Belchite...)
hicieron por completo innecesario, con su resistencia, que Franco debiera recurrir a
enviar refuerzos desde el Norte. El empleo avaricioso de las reservas en el combate por
parte de los sublevados convirtió al frente aragonés en secundario y seguiría siéndolo
hasta el momento de la liquidación de la zona Norte. La ofensiva sobre Zaragoza sólo
hubiera podido tener un verdadero efecto sobre las operaciones allí en el caso de que la
ofensiva de Brunete y la de Belchite hubieran coincidido. 
Durante toda esta campaña no fueron escasos los errores de los franquistas, demasiado
morosos y optimistas al principio y siempre atraídos en exceso por Madrid, como se
demostró en el caso de Brunete. Sin embargo, mayores responsabilidades cabe
atribuirles en lo sucedido a sus adversarios. A finales de octubre de 193 7, Indalecio
Prietoescribió un artículo en El Socialista en el que resumió las razones de lo sucedido,
que Rojo ratifica en sus libros: antagonismos políticos, intromisiones de la política en el
mando militar, insuficiente solidaridad entre las diversas regiones, recelos ante los
mandos, etc. Todas estas causas se resumían, según Prieto, en "la falta de mando único
cuya conveniencia reclaman todos, pero que casi nadie respeta". En cambio, la
situación, a este respecto, había sido muy diferente entre sus adversarios pues
concentraron sistemáticamente sus medios, principalmente los aéreos y artilleros, en el
punto de ofensiva aun a riesgo de desguarnecer el resto del frente. 
Las consecuencias del final del frente Norte fueron decisivas para el desarrollo de la
guerra. Los historiadores militares aseguran que fue "la clave de la victoria" y citan a
menudo las palabras de un republicano, Francisco Galán, para probarlo: según él, la
guerra se habría perdido en el Estrecho, ganado en Madrid y la "volvimos a perder,
ahora definitivamente, en el Norte". Así era, en efecto. El Ejército Popular había perdido
una cuarta parte de sus efectivos y con su derrota había propiciado que la mitad de la
antigua potencia industrial del Frente Popular cambiara de mano. Casi 200.000
refugiados de esa zona huyeron al extranjero. 
A partir de este momento Franco no sólo dispuso de la superioridad cualitativa de sus
tropas sino también la cuantitativa, debido al aporte demográfico de las zonas
recientemente conquistadas y también la industrial. Si antes las situación estaba
equilibrada, en adelante cambió radicalmente. Franco siempre tuvo una ventaja que se
ha podido cifrar entre el 25 y el 30 por 100 al margen de que la ayuda externa que
recibió fuera mayor, y aunque la batalla de Teruel, por corresponder a una iniciativa del
Ejército Popular, pareciera enmascarar esta realidad. El famoso balance inicial de
fuerzas establecido por Prieto había cambiado de signo y la guerra parecía destinada a
concluir en los primeros meses de 1938.

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