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Historia

Para adentrarnos en lo que es un común urbano, nos parece importante recurrir a la historia, para
entender como surgió el término y como fue desarrollándose a lo largo de los años hasta la
actualidad.

En las ciudades tradicionales, nos encontramos con comunes que están dados por las murallas,
pozos, captaciones, entre otras. Permaneciendo de esta forma hasta la segunda mitad del siglo
XVIII con la llegada de la revolución industrial, que produjo un cambio rotundo sobre la ciudad y
sus usos, muchos de esos cambios fueron negativos, como el desarrollo de ciudades inhabitables y
de comunidades con nuevos patrones sociales. Ante esto, van a surgir una serie de propuestas que
buscan la resolución de estos problemas, con el objetivo de alcanzar una calidad de vida digna
para la población, como así también, para recuperar el sentido de pertenencia, de comunidad, que
se había perdido.

Una de las propuestas que va a surgir es la de los falansterios, un intento de mudanza al campo en
comunidad con la lógica de los comunes que generó grandes debates y experimentaciones.
O la propuesta de New Harmony realizada por Robert Owen, un planteamiento urbano
experimental para el desarrollo de una nueva forma de organización de la vida humana en común.

Otro ejemplo es el de la Ciudad Jardín, de Ebenezen Howard, un modelo propuesto como reacción
a la falta de vivienda obrera y a la necesidad de establecer un nuevo concepto de ciudad con un
sistema organizativo diferente, una ciudad sociable contenida por un cinturón verde, de propiedad
cooperativa, en la que se repiensan los flujos metabólicos entre campo y ciudad.

Cuando se evidencian las dificultades para el desarrollo de nuevas comunidades con estas
disposiciones, se empieza a trabajar sobre las ciudades ya construidas, tratando de vincular la
arquitectura moderna y el racionalismo con una ciudad alternativa dentro de la nueva ciudad. Un
ejemplo de esto es el complejo de la Karl Marx-Hof desarrollado en Döbling, Viena, un complejo
con espacios de cooperación, viviendas con huertos, estudio de los ciclos de materiales y el agua,
etc.

Tras la segunda Guerra Mundial, con las graves consecuencias económicas y sociales que produjo,
estos modelos de urbanismo cooperativo desaparecen y son sustituidos por propuestas
urbanísticas con planificación total, con atención especial a la zonificación de usos en las ciudades.
Esto trajo nuevos modelos de comunidad, más difusas, abiertas y cambiantes, centradas en los
intereses comunes más que en la subsistencia y con una mayor complejidad para definir límites
entre las comunidades de usuarios, los gestores y quienes se aprovechan de los recursos.

Son comunidades que se generan a menudo en fragmentos urbanos, en los olvidos del
planeamiento, en los espacios en disputa, incorporando a sujetos históricamente más olvidados:
infancia, mujer, etc. Uno de los primeros ejemplos de esto es el de las zonas de juego infantil en
Amsterdam: 600 espacios creados como comunes vecinales. Desde entonces se han venido
sucediendo este tipo de iniciativas en diferentes lugares y con diferente intensidad con la idea
común de aglutinar la comunidad en torno a un proyecto: parques, centros sociales.
Un ejemplo notable es el de los huertos comunitarios que florecen en solares y lugares
abandonados, fundamentalmente en periodos de crisis. En Nueva York llegaron a aparecer 1000
espacios en 4-5 años. Son un tipo de propuestas que enlazan con la idea de acupuntura urbana,
recogida por Jaime Lerner, ex_alcalde de Curitiba, pequeñas intervenciones que hacen más
habitable la ciudad, promoviendo la rehabilitación relacional y la desmercantilización de
fragmentos urbanos. En esta línea se desarrollan proyectos como los del Parque Miraflores en
Sevilla, las Green Guerrillas, City Repair o experiencias muy diferentes en torno a equipamientos
culturales, deportivos, ocupación de solares abandonados, etc., que en España están teniendo un
intenso auge en los últimos años.

¿QUE ES UN COMÚN URBANO?

Los comunes urbanos son prácticas sociales gestionadas colectivamente por una comunidad y que
se encuentran ubicadas y organizadas alrededor de lugares o recursos singulares, con el objetivo
de dar respuesta a situaciones que son comunes del sector. Generando nuevas formas de relación
entre lo público y lo privado, como resultado de esto, se pone crisis el modelo productivo
tradicional y dominante de las ciudades, planteando nuevas formas de relaciones entre las
administraciones, los agentes privados y la ciudadanía en general.

Otra concepción de comunes urbanos está dada por Massimo de Angelis que plantea que estos,
son aquellos posibilitadores de las condiciones necesarias para proporcionar justicia social,
sostenibilidad y felicidad a los habitantes de las ciudades. Considera que deben ser comprendidos
como mucho más que una serie de recursos compartidos y que deben comprender tres aspectos:
un recurso común capaz de satisfacer una necesidad; una comunidad que comparte el recurso
común y a la vez lo mantiene; y un tercer elemento, comunalizar, que refleja el proceso social por
el que el común se crea y se reproduce.

Llamamos comunes a la manera de gestionar en común los recursos colectivos que permite
establecer principios de cooperación, intercambio y explotación al margen del mercado. Un
ámbito en continua construcción del que participan toda una serie de prácticas capaces de
proveer, gestionar y determinar las condiciones de reproducción social a través de la gestión
colectiva de recursos comunes.

Los comunes están formados por el conjunto de tres elementos: el propio recurso (material o
inmaterial), la comunidad de sujetos que generan y sostienen la producción y reproducción del
recurso y el modo de gestión, como marco normativo, sea reglado o no reglado. Ninguno de estos
elementos está dado, sino que se alimentan mutuamente en un proceso de devenir-común.

En la búsqueda de entender lo que es un común urbano, el contexto es fundamental. Su definición


debe de ser situada, es decir, lo que se entiende como común urbano variará necesariamente en
función del contexto geopolítico y temporal. Debido a ellos comprenden una lucha o reivindicación
que responde a una problemática concreta, la cual será distinta en función de donde esté situada.
En países donde el Estado del bienestar no es tan fuerte y sin embargo existe una economía fuerte
que permite la existencia de una clase media o alta relativamente numerosa, pueden existir
comunes urbanos que en otros contextos serían asimilables a servicios públicos o simplemente se
producirían en alguno de los abundantes parques o plazas públicas. Incluso los mal llamados
comunes como las comunidades cerradas se producen en lugares muy concretos donde las
diferencias económicas y sociales son muy acentuadas y crecientes.

Pero no solo la problemática a resolver es distinta en función del contexto, sino que la forma en
que se materializarán los comunes también variará considerablemente en función del mismo.

Comunes urbanos como espacios o lugares

Es la dimensión material la más visible y evidente, consideramos a los comunes urbanos son
espacios o lugares.

Los comunes urbanos buscan generar espacios que movilicen, reúnan y alberguen a una
comunidad, que lo gestiona con el fin de dar respuesta a un objetivo compartido, contribuyendo a
que las ciudades sean más habitables. Funcionando además como lugares de encuentro, de
recreación, fortaleciendo las relaciones sociales, un hecho necesario para que mejore la confianza
entre los miembros y para obtener tener mejores resultados.

En mucho de los casos, estos comunes urbanos se desarrollan en sectores de gran simbolismo e
historia. En estos casos, la reivindicación que les da lugar, es recuperar ese espacio con una
determinada finalidad. Por tanto, la suma de estos dos aspectos demuestra que el papel del lugar
es central y va mucho más allá de albergar a la comunidad o de ser un recurso compartido.

Ejemplos concretos de comunes urbanos

Si bien la concepción de comunes urbanos es muy variada entre los autores, muchos coinciden en
determinar algunas prácticas como parte de ellos. El caso más habitual es el de los huertos
urbanos. Una práctica que en los últimos años se ha vuelto muy habitual, y como prueba de esto
son los numerosos ejemplos que se ven en ciudades de todo el mundo. Un número elevado que
ha llevado al error de considerar que todos los huertos urbanos son comunes urbanos; y que todo
común urbano debe tener un huerto.

Otra categoría asociada a los comunes es la formada por las cooperativas de necesidades básicas.
Autores como Dzokeić y Neelen afirman que las numerosas cooperativas que surgieron post
industrialización podrían considerarse como los primeros comunes urbanos, ya que son el
principio de la construcción del Estado del bienestar a través de prácticas comunitarias que
cubrían las necesidades básicas de los trabajadores.

Para Hojer Bruun, las cooperativas de vivienda danesas que proliferaron especialmente entre 1866
y 1960 son un ejemplo excelente de comunes urbanos. Aunque es consciente de que entender la
vivienda como un común urbano es algo cuestionable, ya que podrían considerarse como un bien
público o mercancía, tal y como se hace a menudo, plantea que la vivienda económica es también
una fuerza de resistencia a los nuevos cercamientos, lo que tendría que ser un derecho se
convierte en un común en el momento en el que grupos sociales se apropian de él para protegerlo
y mejorarlo en beneficio mutuo.

Asimismo, existe un grupo de autores que asimilan parques, plazas, calles y en general, el espacio
público, a los comunes urbanos. Por ejemplo, para Orvar Löfgren una estación de tranvía o una
playa urbana son comunes urbanos, mientras que Baviskear y Gidwani consideran que las escuelas
públicas, parques, calles y espacios públicos, así como transporte y sanidad públicas también lo
son, ya que conforman la cultura pública propia de cada ciudad, lo cual es, para ellos, uno de los
comunes urbanos más característicos y a la vez más desapercibidos de una ciudad.

Para David Harvey y Stavros Stavrides para que los espacios públicos sean comunes urbanos, la
ciudadanía debe apropiárselos y llevar a cabo una acción política que los transforme.

El autor Stavros Stavrides, define a los espacios comunes como aquellos espacios producidos por
las personas en su esfuerzo por establecer un mundo común que albergue, apoye y exprese la
comunidad en la que participan. Debido a esto, es importante diferenciar los espacios comunes de
los espacios públicos y privados. Los espacios públicos son creados principalmente por una
autoridad específica, que los controla y establece las normas para su uso. Los espacios privados
pertenecen y están controlados por individuos específicos o entidades económicas que tienen el
derecho de establecer las condiciones bajo las cuales otros pueden usarlos.

Cada vez existen más iniciativas comunitarias que tratan de reapropiarse de lo público-estatal en
peligro, para transformarlo en público-común. La gestión colectiva y ciudadana de centros sociales
en edificios públicos, plazas, solares y huertos urbanos, hospitales, bibliotecas o sistemas de agua
potable son algunos de ejemplos, fundamentalmente urbanos, que cabría señalar.

- Can Batlló: es un recinto fabril amurallado de más de 8ha. Se encuentra en el barrio de la


Bordeta, Barcelona. Constituía una de las fábricas textiles más importantes del momento
hasta su cierre. En el año 2006, la Comisión de Govern de l’Ajuntament de Barcelona
aprueba la propuesta de reordenación urbanística del conjunto industrial Can Batlló y La
Magòria.

La nueva ordenación prevé equipamientos, zonas verdes y numerosas viviendas, de las cuales la
mitad son de protección oficial. Dado que el consistorio no puede hacer frente a todas las obras,
la operación plantea unas recalificaciones que aumentan considerablemente la edificabilidad para
atraer inversores privados gracias a la posibilidad de obtener unas significativas plusvalías. La
redacción de la propuesta definitiva, a cargo de los arquitectos Batlle i Roig, se termina en 2008,
un año antes de que llegase el crack en el sector inmobiliario del año 2009 que hizo que los
promotores se retirasen y las obras no llegaran a iniciarse.

Tras 35 años con el proyecto totalmente congelado, los vecinos, cansados de esperar, se
movilizaron a través de la «Plataforma Can Batlló és pel barri» e iniciaron una gran
campaña vecinal un ultimátum al Ayuntamiento y a la propiedad de buena parte de los terrenos, la
inmobiliaria Grupo Gaudir: si el 11 de junio de 2011 no habían empezado las obras, serían ellos
mismos quienes ocuparían el lugar e iniciarían el proceso de construcción de los
equipamientos por su cuenta. El Ayuntamiento cedió la parte de titularidad pública a la
plataforma, que incluyen la nave industrial conocida como «Bloc 11», accesos y viales de servicio y
un pequeño espacio libre.

Actualmente, el bloque 11 de Can Batlló es uno de los centros autogestionados de


Barcelona de referencia, a juzgar por los años que lleva en funcionamiento de forma exitosa,
su completa y variada agenda de actividades y el número de personas que congrega a su
alrededor, incluye la construcción de un parque, una zona deportiva y huertos comunitarios,
equipamientos públicos, viviendas y proyectos laborales cooperativos.

Los objetivos de la plataforma se basaban en dos pilares: por un lado, solucionaban la carencia
histórica de dotaciones en el barrio y, por otro, daban un uso a un terreno extensísimo que, sin
embargo, había quedado infrautilizado primero y abandonado después.

La gestión de los espacios y su contenido debía de ser autogestionada. Se produjeron


reivindicaciones y propuestas basadas en la autogestión y la promoción de la economía social,
como son la paulatina recuperación de todo el recinto de Can Batlló para abrirlo al público, la
recuperación de la actividad productiva y dinamizar actividades (sobre todo culturales y lúdicas)
que revitalicen el tejido social del barrio y tejan redes que fortalezcan las relaciones sociales así
como la economía social. En este sentido el papel de la biblioteca popular Josep Pons jugó un
papel crucial.

Se desarrolló además, una biblioteca popular, cargada de simbolismo, tanto por su contenido
(originalmente centrada en bibliografía relacionada con movimientos sociales y con el barrio),
como por su nombre, como por la manera de gestionar los fondos (todos ellos fueron
donaciones).

Objetivos principales:

- Reubicación de los vecinos afectados por el derribo de las viviendas afectadas por la
MPGM

- Los industriales afectados por la reubicación de las actividades productivas

- La construcción de vivienda social protegida

- La urbanización del recinto para hacerlo permeable al tránsito peatonal y convertirlo en un


gran pulmón para el barrio.

- La creación de un gran parque en el interior del recinto, con huertos urbanos


- La preservación del patrimonio industrial mediante la protección y rehabilitación de la
nave central para dotarla de un uso principal como equipamiento de ciudad que tenga
relación y coherencia con el pasado industrial del barrio.

Defienden un modelo de «empoderamiento ciudadano» en el que buscan ser responsables de las


reivindicaciones, así como de su propia solución. Es decir, los vecinos no solo detectan
problemáticas, sino que se movilizan para solucionarlas, plantean soluciones y las gestionan a
partir de criterios comunitarios y mediante fondos propios.

La rehabilitación de la nave conocida como «Bloque 11», de 6.000m², ha dado lugar a un


equipamiento de barrio autogestionado que, tras sucesivas adiciones, obras y reformas hechas a
lo largo de los años, está formado por varios espacios singulares: un lugar de encuentro, bar,
auditorio con 400 butacas y la biblioteca Popular Josep Pons en planta baja, así como Aulas,
talleres de ebanistería, de cerveza y de creación musical, plató de grabación, centro de
documentación e imprenta, servicios y rocódromo, espacio de artes, espacio de creación musical y
laboratorio audiovisual con plató en planta primera. Delante del bloque 11, pero también como
parte fundamental en su funcionamiento, se encuentra un pequeño espacio libre que alberga el
huerto urbano popular.

A pesar del estado de degradación inicial del inmueble, y de que se trata de un centro
autogestionado que, salvo en etapas puntuales, se ha realizado a partir de trabajo voluntario y
fondos propios, el hecho de que los espacios evidencien una gran economía de medios en el
uso de materiales reaprovechados o económicos no está reñido con que presenten unas
cualidades espaciales muy trabajadas y cuidadas hasta el último detalle. Todo ello se traduce en
que los espacios de Can Batlló sean muy agradables y adecuados a sus usos. Esto se debe, en
buena parte, al hecho de la existencia de una comisión de diseño del espacio que define la
estrategia de rehabilitación del edificio y el tipo de intervenciones a seguir que trabaja de forma
coordinada con la comisión de infraestructuras para la rehabilitación.

El hecho de haber participado en la construcción y rehabilitación del edificio, así como los carteles,
hacen que el sentimiento de pertenencia a Can Batlló sea muy elevado y compartido por la
mayoría de sus miembros.

El resultado más visible e inmediato es conseguir rehabilitar y dar uso a un edificio


emblemático e inicialmente degradado para transformarlo en un «equipamiento público»
completamente autogestionado y de libre acceso que ha ido creciendo en cuanto a número
de personas y entidades implicadas, en extensión y, especialmente, en cuanto a repercusión y
aceptación en el barrio. En esto ha jugado un papel importante el haber confeccionado una
agenda de actividades sociales, culturales, auto ocupacionales, reivindicativas o formativas muy
variada y completa, que incluye actividades como talleres de lectura, presentación de libros,
noches temáticas, talleres de carpintería, exposiciones, mercado solidario... y otras más
permanentes como el grupo de circo, vivero de economía social, escuela de formación profesional
con talleres de carpintería, metalistería, reparación de automóviles, imprenta, etc.

Demuestra que un centro basado en los principios de autonomía económica, cooperación y toma
de decisiones democrática, es posible y además perfectamente viable, a la vez que pone en
evidencia las carencias del modelo de ciudad y urbanismo convencionales caracterizado por las
plusvalías y la tábula rasa y plantea nuevas reglas de relación con el sector público, el privado y la
ciudadanía.

Can Batlló supone un buen modelo de alianza entre diferentes segmentos sociales y también un
ejemplo de cómo los nuevos comunes que mejor perseveran son los que se ligan con prácticas
anteriores e historias preexistentes. Además, nos habla con claridad de las bondades de la
gobernanza multinivel, en el que adquieren poder las comunidades que operan más cerca del
problema, y de la necesidad de cesión y redistribución del poder que los comunes requieren. Se
trata no solo de redistribuir cargos, sino de hacerlo con las competencias, los presupuestos, las
rentas. En buena medida implica reinventar el Estado, al menos en su expresión municipal.

La Borda

Surge desde el Can Battló con el objetivo de desarrollar un nuevo modelo de tenencia y gestión
de la vivienda basado en los principios comunitarios que permita que la vivienda sea un derecho
garantizado en lugar de ser un bien de consumo.

Se constituye la cooperativa «Habitatges La Borda SCCL». Entre sus objetivos se encuentran los
siguientes: garantizar el acceso a la vivienda digna y asequible; evitar el uso especulativo de la
vivienda; generar colectivamente un modelo alternativo de producción, gestión y tenencia de la
vivienda; producir nuevas formas de convivencia, de vínculos sociales y de autoorganización
comunitaria que fomente las relaciones igualitarias entre personas de distintas generaciones,
géneros y etnias; convertirse en una alternativa al modelo actual de vivienda pública para
rentas bajas que sea replicable; construir un barrio autogestionado en el recinto de Can Batlló que
sea responsable con el territorio y genere otro tipo de urbanismo; e introducir criterios de
sostenibilidad en las viviendas. Basadas en:

1- Cesión de uso, que consiste en que la titularidad del suelo es necesariamente pública
o colectiva, la propiedad del edificio y de todas las viviendas es colectiva mientras que los
cooperativistas y sus familias tienen derecho de uso de una de las viviendas y los espacios
colectivos.

2- Gestión social y económica cooperativa.

3- Diseño participativo del edificio: a partir de la realización de talleres participativos un


equipo de técnicos redactores confeccionará el proyecto arquitectónico que de respuesta
a las necesidades planteadas.

4- Edificio con espacios y servicios comunes que permitan favorecer la vida comunitaria y
la optimización de recursos.

5- Financiación con fondos propios, al margen de bancos tradicionales y a través de


entidades de la red de economía social y banca ética.

6- Fijar una cuota asequible para acceder a las viviendas de forma que no suponga un
endeudamiento excesivo a sus futuros habitantes.

Esto garantiza que la vivienda no será nunca un bien individual, pues será siempre propiedad de la
cooperativa. Las personas, pues, no son propietarias, sino usufructuarias de una vivienda que es
propiedad, junto al resto del edificio, de la cooperativa hasta que expire el contrato de cesión por
75 años firmado con el Ayuntamiento. A su vez, los cooperativistas serán usufructuarios de
la vivienda siempre que mantengan su condición de socios, abonen las mensualidades
correspondientes y siempre dentro del plazo de duración de la cesión del suelo.

El proyecto de La Borda no termina en las paredes del edificio, pues plantea, además, un modelo
de convivencia en el que sus habitantes compartan espacios, experiencias y valores y en el que las
decisiones que afecten al inmueble se decidan colectivamente. El ejemplo más claro de ello es el
proceso participativo a través del cual los socios decidían simultáneamente como querían vivir y,
consecuentemente, como debían de ser los espacios que debían posibilitar ese modo de vida
basado en compartir tiempo, espacios y vivencias

Uno de los grandes logros de La Borda es poder hacer frente a los elevados costes de la promoción
inmobiliaria a partir de fondos propios exclusivamente. Dado que el solar está cedido, los gastos a
los que deben hacer frente son los relativos a la construcción del bloque de viviendas y gastos
derivados. Para hacer frente al resto, diseñaron conjuntamente con Coop57, un plan económico
basado en varios pilares: aportaciones de los socios (34%), préstamos (29%), subvenciones (7%) y
emisiones de títulos participativos (29%). si Con una reducción del 18% a través de la
autoconstrucción, la contratación directa y la eliminación de intermediarios.

Una de las primeras fases llevadas a cabo por el grupo promotor inicial de La Borda fue estudiar
modelos de vivienda en cesión de uso a nivel internacional para establecer contactos con ellos,
aprender de sus experiencias y adaptar su modelo.

- Modelo Andel de las cooperativas danesas que ha dado alojamiento a 125.000


personas en los 100 años que lleva funcionando y son, actualmente, la mayor
alternativa al régimen de propiedad de viviendas en Dinamarca.

- Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda para Ayuda Mutua (FUCVAM) una


federación de cooperativas para mejorar las condiciones de habitabilidad y los criterios de
las políticas habitacionales que se constituyó en 1970, tras la experiencia de varias
cooperativas iniciadas durante los 60 en Uruguay. Actualmente la federación está
integrada por 500 cooperativas, entre las cuales han dado cobijo a 20.000 unidades de
convivencia.

Con respecto a su distribución, se trata de un proyecto flexible y de mínimos en el que se definen


la posición y tamaño de los elementos básicos e inamovibles (estructura, cerramientos, pasos
de instalaciones y comunicaciones verticales) a partir de los cuales se plantea un sistema de
combinaciones a distintos niveles. El primer nivel de flexibilidad lo encontramos en la distribución
general, que parte de tres tamaños de viviendas (de 40m², 55m² y 70m²) que se van combinando
con una serie de espacios comunitarios como la cocina-comedor, el espacio de trabajo
compartido (coworking), la lavandería, un espacio polivalente, lugar para invitados, almacenes,
patios, entre otros. Estos espacios, que ocupan 300m² de la superficie total del inmueble y se
articulan alrededor del gran atrio central a modo de corrala que actúa como regulador térmico,
son un aspecto clave para potenciar la vida comunitaria, favoreciendo las relaciones sociales,
optimizando recursos y minimizando aspectos de las viviendas como la cocina o despachos.

El segundo nivel de flexibilidad y construcción de mínimos lo encontramos en la distribución de las


propias viviendas, pues lo que define a las tres tipologías de viviendas son la superficie, un módulo
de crujía constante, los pasos de instalaciones y los cerramientos y huecos. La distribución del piso
interior podrá variar en función de los gustos y necesidades de sus habitantes mediante la
realización de obras mínimas o simplemente a partir de la distribución de los muebles.

Se trata de un ejemplo claro en el que la espacialidad no solo responde a unos objetivos de modo
de vida, sino que juega un papel crucial en potenciar los valores de vida en comunidad.

El sistema constructivo utilizado no es el tradicional de estructura de hormigón in situ y


cerramientos de ladrillos, sino que se basa en estructura de paneles de madera prefabricados y
montados en seco. Fruto de esta decisión se consiguen los siguientes efectos beneficiosos: el
primero es que el hecho de que la estructura venga montada de taller reduce
considerablemente los tiempos de ejecución de las obras, minimiza errores de puesta en obra y,
por consiguiente, el coste de la obra disminuye. Otras consecuencias positivas tienen que ver con
la sostenibilidad, ya que al ser un sistema constructivo en seco puede desmontarse totalmente al
acabar su vida útil, reduciendo su huella ecológica a casi cero, y porque, a diferencia del hormigón,
la madera es un material que no es conductor térmico, lo cual a su vez ha influido
considerablemente en que la edificación obtenga la calificación «A» en eficiencia energética,
la más alta posible, lo cual se traduce en un menor coste energético y económico.

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DOSSIERES-EsF-16-El-procomún-y-los-bienes-comunes

Ha sido la desconfianza sobre la deriva que ha tomado ese espacio público formal (abstracto,
burocrático, estatal, sin rendiciones de cuentas suficientes con la ciudadanía de base) y sobre sus
gestores (los políticos y técnicos sometidos más o menos voluntariamente a los mandatos de los
grandes poderes económicos y mercantiles, ya provengan del neoliberalismo o de la
socialdemocracia más degradada) lo que ha hecho aparecer este debate sobre formas comunales.

No olvidemos que gran parte de este avance de lo común, lo colaborativo y cooperativo ha surgido
sobre procesos y experiencias de creación de economías locales, en las que se gesta el procomún
más popular y espontáneo, en pueblos y barrios reales, que han servido como una forma de
supervivencia y de defensa de los estándares de vida para grupos sociales que han sido (o están en
peligro de ser) excluidos de las formas mercantiles más extremas.

Los modelos de gestión de los recursos comunes no se han construido por una cuestión de
eficiencia económica pura o abstracta, sino que son resultado de los conflictos de repartos de
poder social y político determinados históricamente.

Como dice María Mies: “no hay comunes sin comunidad”. Una economía basada en bienes
comunes implica cambios sociales radicales que tienen mucho que ver con la sostenibilidad
ambiental, e implica una economía basada en lo local. Indudablemente, esta es la escala donde
mejor se mueve una gestión colectiva de los bienes.

Para el crecimiento de los bienes comunes hará falta una toma del control de los recursos
(propiedad), sacarlos del mercado capitalista y/o desestatalizarlos. Los tres han sido los
mecanismos históricos de apropiación de los comunes.
La principal baza de la gestión comunitaria de bienes será que sea superior a la privada y la
pública. Tiene que resultar claro que la satisfacción de las necesidades colectivas e individuales se
aborda mejor mediante la cooperación que con la competencia.

La gestión colectiva de los recursos comunes se basa en cuatro premisas fundamentales:

1) Universalidad. El acceso a los recursos comunes debe garantizar el acceso de todos los
integrantes de la comunidad que cuida y se beneficia de dicho recurso.

2) Sostenibilidad. Los recursos comunes deben ser gestionados de forma que se garantice su
sostenibilidad y la supervivencia de dichos recursos, para que puedan ser disfrutados por las
generaciones futuras.

3) Democracia. Para que los recursos sean considerados comunes se deben gestionar de manera
democrática, de forma que las comunidades que crean, cuidan y acceden a dichos recursos
puedan tomar las decisiones que afectan a las anteriores condiciones de accesibilidad y
sostenibilidad.

4) Inalienabilidad. Por su propia naturaleza, los recursos comunes no se pueden vender en el


mercado, especular con ellos ni acumular con vistas a beneficios futuros. Su valor es el valor de
uso y, de esta forma, se escapan a la lógica del mercado financiero.

La importancia de las cooperativas

Podríamos decir que algunos de los principios básicos del cooperativismo, como la propiedad
colectiva, la gestión democrática, el respeto a las normas establecidas colectivamente, la
intercooperación o la autonomía, son el sostén básico de la capacidad de las comunidades para
haber sostenido algunos recursos comunes durante cientos de años.

En este sentido, las cooperativas de consumidores y usuarios materializan la idea de que una
comunidad, territorializada o virtual, puede lograr la satisfacción de una necesidad común a través
de una empresa de propiedad colectiva y gestión democrática, basándose en el valor de uso.

En el caso de la vivienda, por ejemplo, se podría dar salida al inmenso patrimonio común de
viviendas vacías a través de las cooperativas de cesión de uso sin ánimo de lucro, formadas por
usuarios de vivienda. Bajo este modelo, la propiedad de las viviendas siempre recae en la
cooperativa, nunca en el individuo, neutralizándose casi totalmente los fines especulativos.

UGO MATTEI

Los bienes comunes llevan a la necesidad de reconstruir instituciones que permitan su


conservación y promoción, para dejar fuera del centro del sistema político a la propiedad privada y
al Estado. Según el autor, este enfoque permitiría rechazar la mercantilización y la explotación.
Es necesario tomar en cuenta los contextos sociales bajo los cuales los bienes comunes son
relevantes para las comunidades, puesto que no se puede separar al objeto (bien común) del
sujeto (las comunidades).

La utilidad de los bienes comunes se debe entender a partir de su inclusión (accesibles a todos); de
forma tal que dichos bienes valen por su uso y no por su valor de cambio. El bien común tiene una
estructura de consumo relacional que no admite disputas y debe considerar un uso ecológico.

Ostrom propone la siguiente tipología de bienes comunes:

a) de libre acceso (ausencia de derechos de propiedad);

b) de propiedad grupal (los derechos de propiedad pertenecen a un grupo definido de


usuarios, los cuales pueden excluir a otros del acceso a un bien común);

c) de propiedad individual (basada en un individuo o alguna firma empresarial que excluye a


otros del bien común),

d) bienes comunes cuyo derecho de propiedad es gubernamental

Los cuatro entornos del procomún. Antonio Lafuente.

Cuando decimos que pertenece al procomún todo cuanto es de todos y de nadie al mismo tiempo
estamos pensando en un bien sacado del mercado y que, en consecuencia, no se rige por sus
reglas. Los procomunes no son asimilables a la noción de mercancía. Se trata de un objeto
extremadamente diverso, tanto si pensamos en las distintas escalas donde puede emerger
(barrial, local, nacional, regional o global), como si nos detenemos a considerar la pluralidad de
formas de gestionarlo, de actores involucrados, de regímenes jurídicos afectados o de tecnologías
necesarias para sostenerlo. Admitiendo que semejante diversidad no debe ser vista como un
problema sino, por el contrario, como un rasgo característico de la cornucopia que representan los
bienes comunes.

Poseen elementos que lo caracterizan, entre los cuales se encuentran un objetivo en común, que
constituye el origen de la práctica y lo que le da sentido, un segundo elemento, dado por un bien
autogestionado que con frecuencia es foco de conflictos y es, simultáneamente, tanto el
origen de dicha reivindicación como parte de su propia solución; y por último, una comunidad
que se reúne alrededor de dicho bien, lo gestiona y determina las normas y formas de gestión.

Ida Susser y Stéphane Tonnelat conciben a los comunes urbanos como movimientos sociales
basados en experiencias colectivas cotidianas realizadas en espacios públicos y a menudo a través
de artes creativas. Para estos autores la ciudad resultante de los comunes urbanos no es más justa
en el sentido defendido por Susan Fainstein, sino una ciudad en la que las desigualdades y
conflictos sociales puedan ser visibilizados (y problematizados) a través de los comunes urbanos.
Siguiendo su razonamiento, los comunes urbanos cumplen con una segunda función: delinear tres
de los aspectos específicos del derecho a la ciudad: el derecho a la vida diaria urbana, el derecho a
la simultaneidad y a los encuentros; y el derecho a la actividad creativa. Distinguen tres tipos de
comunes urbanos: los relativos a la fuerza de trabajo (labor), al consumo colectivo y a los servicios
públicos; el espacio público (que extienden más allá de calles, plazas y parques hasta llegar a lo
público digital –si es que existe- de Internet), entendido como lugar de visibilizarían,
representación y serendipia; y las expresiones artísticas en los espacios públicos, entendidas como
formas de favorecer nuevos imaginarios y visiones alternativas. Esta visión de los comunes
urbanos resulta un tanto novedosa por lo alejada que está de otros autores, ya que introduce por
primera vez la creación artística y cultural.

Conceptos erróneos

El ejemplo más claro de perversión del concepto y apropiación por parte del lenguaje capitalista es
el de calificar a las comunidades de acceso restringido o condominios cerrados como comunes
urbanos, algo que el mismo Harvey califica de «desfachatez» y que Elisabeth Blackemar considera
la verdadera «tragedia» de los comunes. Si bien es cierto que proporcionan servicios a una
comunidad, entendemos que no se trata de comunes urbanos porque, más allá de servir a una
comunidad formada por una élite económica, no cumplen ningún otro de los hechos diferenciales
de los comunes urbanos que hemos identificado anteriormente a partir de las distintas visiones
teóricas y es claramente un espacio privado.

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