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Baquico: Poemas Héctor Escobar
Baquico: Poemas Héctor Escobar
Baquico
Ruinas
Visión de amor
Marqués de Sade
Wagner
Beethoven
Fratricida
Insania
Sublimación
Opulencia de amar
..Apasionado al besar,
era el duque de bezzara...
Amor musitado
Doliente
Amar siempre
Me dices
Fatalidad
SONETO TENEBÚLEO
YOLATRÍA
Yo nunca ni rimando me achicharro,
ante la inculta gray o la balumba;
ya que su voz en mi tediosa zumba
con el más descarnado despilfarro.
OFRENDA(Testimonios malditos)
Eras tú
Era tu vuelo soñado en el espejo,
era tu voz narrada por el viento,
era tu imagen -alado movimiento-
eras tú en mí, recóndito reflejo.
Me he unificado en el Ser
y ahora, soy yo, en mí mismo;
soy la cumbre y el abismo,
siempre torno a renacer.
En un rapto sobrehumano
-pleno, fuerte y soberano-
¡yo, a mí mismo, me hice Dios!
Intersonet
¿Soneto en internet? Argot digito.
¿Disquett de rima en clave? Performance.
Programándome en extásis o en trace
Por la autopista de mi ser transito.
Amor (Del libro: Antología Inicial. Sección: Amor en el más alto vuelo)-Héctor Escobar.
Amor es llama que en ventisca arde,
es combusta lengueta serpentina,
es angustia de ausencia femenina-
del falso amor, que Eros nos guarde.
Abandonado me encuentro en la linde de esa zona oscura de la mente, en donde se confunden las
ficciones de la realidad, con las realidades de la imaginación. En ese punto tenebroso, en ese
centro de convergencia, al cual hacían velada alusión algunos de los libros misteriosos que con tan
obsecada persistencia releí en mi juventud y que hoy, tardiamente, me recrimino por haberlos
escoliado.
Ah, pero lo recuerdo, fue Focio, llamado el filósofo, quien dijo: "los delirios de la juventud
acendran los terrores de la vejez" . Y en mi caso, confirmo la veracidad inobjetable de este
aforismo; pues, precisamente, fueron mi osadía y mi terquedad las que me impidieron recapacitar
acerca de los peligros e insospechados riesgos, ocultos tras los crípticos caracteres y simbologías.
Manifestados en los vetustos códices, en los arcanos grimorios y en los ímpios palimpsestos, que
afiebraron mi intelecto y que constituyeron mis lecturas asiduas en aquellos ya lejanos días de mi
juventud.
Pero de nada me sirven las reflexiones tardías e inútiles, porque hoy sólo me resta esperar el
temido momento, el instante en el cual la maligna criatura que me enloquece y arrastra hacia su
abismo, levante, por fin, el místico sello para que yo pueda comtemplar, develada, cara a cara, la
horrísona faz de mi señor el Diablo.
Lapix
La historia del pensamiento encubre un proceso que ha tenido lugar con cierta lentitud en las
capas más profundas de la conciencia; se eleva encubriendo también, como toda superficie, las
creencias y todavía algo más hondo que las creencias mismas, las formas íntimas de la vida
humana; las situaciones que definen al ser humano no ya frente a lo humano, sino a toda la
realidad que le rodea. Pues realidad es no sólo lo que el pensamiento ha podido captar y definir
sino esa otra que queda indefinible e imperceptible, esa que rodea a la conciencia, destacándola
como isla de luz en medio de las tinieblas (191).
Desde antaño la preocupación del hombre ha girado en torno a la creación de un mundo seguro,
un cosmos al que pueda acceder pasado el estado de asombro, y al que pueda conjurar en la
medida de sus capacidades y de su lenguaje; de allí que las cosmogonías antropomorfas sean
comunes en la mayoría de culturas y busquen confluir hacia un equilibrio humanamente
admisible; sin duda una fijeza peligrosa soportada en la lucha de contrarios y en el deseo de
exorcizar aquello que no se sujete al plano de lo lógico, racional y bueno. Esto ha acarreado en el
ser humano un desconocimiento del mundo circundante y, por supuesto, de sí mismo, obligándole
a moverse en categóricos de dualidad y a dejar a un lado o menguar aquello que no se acomode a
su imaginario de lo correcto. Se considera oportuno un breve paréntesis para destacar la
definición del mal de Moreno Saavedra y que apunta a la causa de la exclusión: “el mal es todo
aquello que pone en entredicho al hombre como sujeto […] desafiando de manera absoluta la
pretendida capacidad de dominación y resolución que caracteriza al hombre” (121). Este
desmembramiento del cosmos y de sí mismo crea un estado/sentimiento de castración y angustia,
una huella de pérdida y escisión de la armonía y unicidad que se privilegiaba en el mítico estado de
Gracia, Paraíso, Edad de Oro o como convenga llamar.
En vista de lo anterior, se da por hecho que las visiones del bien y del mal crean imaginarios
culturales arraigados en los hombres. En la simbología cristiana o satánica, según sea la creencia,
el elemento imaginario es inminente y coexistente, como apunta Beriain explicando los
imaginarios de Castoriadis: “Lo simbólico y lo imaginario van juntos. Lo imaginario debe utilizar lo
simbólico, no sólo para `expresarse´ lo cual es evidente, sino, para `existir´” (Beriain, 2003: 55). Es
por ello que los imaginarios acerca del mal de Escobar Gutiérrez precisan aclaraciones para darles
un enfoque más amplio y fructífero.
Blake, citado por Bataille en La literatura y el mal, define el bien como lo pasivo subordinado a la
razón, y antepone el mal como lo activo que nace de la energía y que genera en consecuencia la
represión y el castigo: “Dios atormenta al hombre durante toda la eternidad porque está sometido
a su energía” (Bataille, 1971:119). En el mismo orden de ideas, se rastrea en las acotaciones a El
matrimonio del cielo y el infierno de William Blake, la existencia de dos “males”: el mal moral, que
Blake en ningún momento condona, y el “mal” que es el nombre que las religiones otorgan a todo
aquello que no es pasividad y sumisión. (Caracciolo, 2002:258-259). Es este último, el concepto de
mal que se aborda como tesis en el ensayo y el que con mayor ahínco intenta destituir Héctor
Escobar al enfatizar: “el mal debe ser conocido y trasmutado en los valores de un verdadero bien”
(Cit. Ángel, 1983:889).
Esta línea de argumentación esboza un concepto de mal unido a la acción, análogo a la “voluntad”,
verdadera causa del mal según Anselmo de Canterbury[1], quien manifiesta: “ninguna cosa se
llama mala, excepto la mala voluntad o por causa de la mala voluntad-como el hombre malo o la
acción mala-” (Castañeda, 1997:67). Sin embargo, y para mayor precisión, Kierkegaard guía hacia
un estudio del mal en contraste con el bien, pues sólo allí nace la alteridad, o como diría Foucault
la rivalidad entre lo Uno y lo Otro (Cit. Román, 1995:135)
Lo demoníaco sólo resulta claro cuando entra en contacto con el bien, por esta razón es digno de
nota que en el Nuevo Testamento sólo aparezca lo demoníaco cuando Cristo entra en contacto
con él; y ya sean los demonios legión (Mt., 8, 28-34; Marc., 5, 1-20; Luc., 8, 26-39), ya sea el
demonio mudo (Luc., 11, 14), el fenómeno es el mismo; la angustia del bien; pues la angustia
puede expresarse tanto en la mudez como en el grito (118).
Sin desprenderse de lo anterior se tiene, como afirma Bravo citado por Guerrero en Los poderes
de la ficción, que “el mal en la literatura es una de las formas de la libertad” (59). Libertad de
acción y arbitrio con enfoque hacia la apropiación de la autonomía moral. Es la pulsión de vida, la
líbido y la carnalidad lo que arroja al ser humano en pos de la creación y a salvaguardar la
subsistencia. Y esta especie de mal dibujada en el orgullo y la vitalidad es la que ha permitido en
todas las épocas de la humanidad el ocultamiento y desocultamiento del ser a través de un trabajo
artístico con la lengua, en el caso de Escobar Gutiérrez por medio de un soneto que intenta dar
respuesta al enigmático oráculo de la existencia.
“Incertidumbres”
(Escobar, 1985b:61)
Se tiene hasta el momento a un autor que trasgrede lo admisible y se dirige hacia aquello que por
ser desconocido muchos rotulan como “oculto” y en honor a su ignorancia como “malo”. Si bien la
obra de Escobar Gutiérrez está signada por una ontología neosatanista, ésta propende hacia una
exaltación de lo humano en la negación de “Dios” como hacedor del bien y del mal[2]. En
consecuencia, el hombre liberado del yugo divino se ubica del lado de la rebeldía y atrae para sí el
inevitable concepto de pecador y anatema. Camus, apuntando a la rebeldía lo explicaría como “El
hombre situado antes o después de lo sagrado, y dedicado a reivindicar un orden humano en el
que todas las respuestas sean humanas, es decir, razonablemente formuladas” (37) y más que un
rebelde por oposición o sublevación, Héctor Escobar se inicia como “rebelde metafísico” (44)
contra la condición de mansedumbre y sometimiento al dominio espiritual y, es por ello que en
este autor la rebeldía deviene como grito de los condenados al olvido e ignominia, tales como
Judas Prometeo y Caín:
De igual manera, el primer soneto del elemento fuego del libro de Los cuatro elementos, aunque
no se menciona, es una descripción alusiva a Prometeo.
y mi crúor a manantiales
“Fratricida”
Soy la negrura de un océano viscoso,
“Toxicomanía”
(Escobar, 1985b:13)
De este soneto se examina el último verso “¡prosigo mi descenso totalmente drogado!” que
muestra cómo esta ebriedad o alteración se encamina hacia un desorden premeditado de los
sentidos pero no en un grado arbitrario o injustificado. En Escobar Gutiérrez la avidez de oscuridad
va en función del autoconocimiento “Paso a paso bajo hacia mi íntimo infierno” no es un infierno
físico, es el abismo humano, como una fascinante isla de luz (descrita por Zambrano) en medio de
las tinieblas de la razón y conquistar la “alegría de descender” En un acto de lucidez Escobar
Gutiérrez se acerca a lo que Nietzsche denomina la embriaguez dionisíaca. [3]
[1] Se encuentra semejanza entre el pensamiento de Canterbury y Escobar Gutierrez quien afirma:
“el mal como fuerza destructora no existe en la naturaleza […] el demonio en sí no es bueno ni
malo, él es una potencia mediadora que hace que el hombre evolucione o degenere según el uso
que este haga de su libre voluntad. (Entrevista a Héctor Escobar Gutiérrez por César Augusto
López el 3 de marzo de 1976. Cit. Ángel, 1983:890).
[2] Es un concepto erróneo el que el satanista no crea en Dios. El concepto de “Dios”, tal y como es
interpretado por el hombre, ha sido tan variado a través de todas las épocas; el Satanista
simplemente acepta la definición que mejor le parezca, el hombre siempre ha creado sus dioses,
en vez de sus dioses haberlo creado. Dios, para algunos, es benévolo, para otros, terrible. Para el
satanista “Dios” – por cualquier nombre que se le llame, o bien por ningún nombre en absoluto –
es visto como el factor de equilibrio de la naturaleza … (Szandor,1968: 13)
[3] Así como la embriaguez es el juego de la naturaleza con el ser humano, así el acto creador del
artista dionisiaco es el juego con la embriaguez. […] Es algo similar a lo que ocurre cuando se
sueña y a la vez se intuye que el sueño es sueño. De igual modo, el servidor de Dionisos tiene que
estar embriagado y, a la vez, estar al acecho detrás de sí mismo como observador. No en el cambio
de sobriedad y embriaguez, sino en la combinación de ambos, se muestra al artista dionisíaco
(Nietzsche.Cit. Ordoñez, 2002: 148).
Esquizo Gata.
El tiempo es el mal en el sentido que nos mata. El tiempo es la gran angustia, el gran interrogante,
el que nos confronta día a día y segundo a segundo con la existencia; por lo tanto, el
cuestionamiento esencial del tiempo es desesperante porque la conciencia se aterra y además se
siente indefensa ante el incesante movimiento del tiempo como elemento del mal que al fin nos
mata; el tiempo es aterrador. (Entrevista a Héctor Escobar. Pereira, 30 de marzo 2007).
El tiempo ha sido el verdadero protagonista de todas las épocas, desde reflexiones filosóficas en
torno a su existencia hasta el deseo de artistas y escritores por asirlo a su favor, lo han exaltado,
injuriado y eternizado. La ficción lo ha transformado en máquina, en sueño o en simple apariencia.
Al igual que Cronos devora a sus hijos en una pintura de Goya o Dalí intenta suspenderlo en la
pasividad de un lienzo, el tiempo, en su inevitable discurrir, se niega a dar tregua a la existencia del
hombre. Por esto se dice que el tiempo es el mal en el sentido que engaña y desespera:
“Lo temporal”
(Escobar, 2004:11).
En los versos “No caímos del tiempo. En él estamos. Sólo el morir nos libra de sus redes”, el
tiempo se manifiesta como un estado catatónico, inexorable, del cual sólo se escapa en el acto de
muerte, es una “red” que termina tejiendo y destruyendo sueños y esperanzas; sugiere como
Penélope que es necesario coser y descoser un sudario para anticipar o dar tregua a los días, a los
años, y justificar de alguna forma la espera o la estancia en el mundo.
Lo siniestro en la obra de Escobar Gutiérrez
Si bien, el verdadero objeto de la poesía de Escobar Gutiérrez no es el sol, los bosques, el paisaje o
la forma humana en su aspecto material estos atañen en la medida que exteriorizan los intereses
del espíritu según la visión de Hegel; “la esfera de la naturaleza, sólo entra en el dominio de la
poesía cuando el espíritu halla en ella una excitación o los materiales de su actividad; […] el objeto
verdadero de la poesía es el imperio infinito del espíritu. (30).
Cucarrones y avispones
El siguiente soneto destaca una naturaleza que discrepa de lo bello por excelencia:
(Escobar, 1985b:68)
De igual manera, en el libro de Los Cuatro Elementos la variedad de imágenes en torno a la tierra,
el fuego, el agua y el aire desbordan una variación de cuadros surrealistas que por su dimensión de
familiaridad-extrañeza logran golpear la imaginación del lector y vivifican lo siniestro, como se
ejemplifica a continuación:
Tierra
en la herrumbre mineral,
Fuego
fogosas y espirituales,
comunicadme el secreto,
(48)
Agua
de infusorios,
de sanguijuelas, remesa.
De protozoos la represa,
de renacuajos alimento;
do el existir se procesa!
(72)
Aire
En un rapto sobrehumano
(96)
Ahora bien se indica que es justo desde el lenguaje y la forma de percibir mundos internos y
múltiples como se reconocen estos elementos (el mal, el tiempo y lo siniestro) desde una tentativa
“visionaria”, avistando a Rimbaud, o desde lo que Huxley denomina con acierto “la inocencia
perceptiva de la infancia” (25). Por lo tanto, se ratifica en voz de Guerrero que deben ser y serán
los poetas: “quienes recuperarán el perdido espesor de las palabras, volcándolas sobre sí mismas,
arrojando al hombre y al discurso literario a un abismo: el del lenguaje” (58). Ese abismo ineludible
de lo siniestro donde la mezcla de espanto y admiración lo lleven a conocer su propio mal.
Conclusión
En Estetas y Heresiarcas Escobar Gutiérrez recrea el perfil de maestros malditos, sus vicios y
terrores culturales: “Cada texto suyo es la esfinge de las esferas abismales, la geometría cerebral
de la estructura poética, la imagen cabalística y la infernal tortura donde se dibujan los rostros
históricos de la muerte, la soledad o el horror. (Ayala, 1994:222). Igual que Darío rinde homenaje a
sus “Raros”, y elogia a hombres que a la sazón era prohibido mencionar pero que a buen fortunio
fueron sus “dioses tutelares”, Escobar Gutiérrez brinda por los Perfiles de sus maestros, mosaico
de poetas, iluminados, hombres oscuros e inclasificables de los que tan sólo se mencionan a
Aleister Crowley, Eliphas Levi, Rasputín, el conde de Cagliostro y Gurdjieff, y otros más cecanso
como Baudelaire, Rimbaud, Nerval y Edgar Allan Poe, para dar algunos ejemplos, y a los que se
une e identifica con el soneto Autorretrato
“Autorretrato”
(Escobar, 1987:69)
Se evidencia en la poesía de este autor, que es el mal que habita en el hombre, entendido como
“acción”, el potenciador del arte, el viejo Dionisos (símbolo de fuerza vital básica e incontrolada
frente al mundo de la razón) que justificó el nacimiento de la tragedia y al que se precisa
reconocer y no excluir en la medida en que el hombre se concientiza como ser (creador y hacedor
de su destino).
En definitiva, es de esta forma como se manifiesta en Escobar Gutiérrez la inventiva artística: una
eterna lucha y discordia entre el bien y el mal, una confluencia de supuestos antagónicos, que
agobia y confunde pero que, a la vez, excita y elucubra, y por medio de los cuales el ser humano
sobrepasa la sumisión y ratifica su energía creativa a través de la acción del pensamiento. Por otra
parte, se espera que no sea el desconocimiento o la ignorancia lo que mantenga a Escobar
Gutiérrez y a tantos otros poetas que han encontrado esa particular forma de “ser clásico” en los
anaqueles del olvido y el rechazo.
[1] Sin embargo, no desvirtua en “la exageración, el hiperbolismo, la profusión, el exceso los signos
[…] caracteristicos más marcados del estilo grotesco” (Bajtín,1974:273). O en imágenes
desproporcionadas del cuerpo y los exagerados banquetes del universo Rabelesiano.
[2] En una posible y problemática definición del Barroco “se conceptúa como movimiento de
rebeldía ante el renacimiento, se le comparó siempre desventajosamente respecto a él. Así,
dentro de la crítica tradicional, la oposición Renacimiento-Barroco llegó a resumirse en la
perfección y el equilibrio contra la imperfección y el recargamiento (Bustillo,1990:30).” Se aclara
que no se intenta problematizar en la introducción de elementos del Barroco literario o
Neobarroco latinoamericano en la obra de Escobar Gutierréz.
[3] La voz alemana “unheimlich”es, sin duda el antónimo de “heimlich” y de “heimisch” (íntimo,
secreto, y familiar, hogareño, doméstico), se impone en consecuencia la deducción de que lo
siniestro causa espanto precisamente porque no es conocido, familiar. Pero, naturalmente, no
todo lo que es nuevo e insólito es por ello espantoso, de modo que aquella relación no es
reversible. […] es menester que a lo nuevo y desacostumbrado se agregue algo para convertirlo en
siniestro (Freud, 1945: 2848)
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