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CAPÍTULO II 

Transformaciones sociales, culturales y educativas en Colombia (1958-1980).


Actores políticos e históricos 

1. Generalidades 

En las postrimerías del siglo XIX, con una guerra civil escalonada y ejércitos irregulares
haciendo presencia en diferentes regiones de su geografía, Colombia busca conformarse
como nación. Las desigualdades sociales y la pugna por el poder central y por los poderes
regionales, están a la orden del día. La derogación de la Constitución de Rionegro de 1863,
la proclamación de la Constitución de 1886, la Guerra de los Mil días, la separación de
Panamá en noviembre de 1903, entre otros acontecimientos importantes, van perfilando lo
que será el país hacia mediados del siglo XX, cuando finalmente emprenderá su arribo
progresivo a la modernidad. 

En el contexto internacional, mientras tanto, se han librado dos guerras globales y,


como producto residual de estas confrontaciones, se han reconfigurado los poderes del
mundo y han emergido dos potencias que señalan los derroteros del planeta, tanto en lo
económico como en lo político e ideológico: Estados Unidos y la Unión Soviética. 

En Colombia, país consagrado oficialmente al Sagrado Corazón de Jesús, netamente rural y


religioso,1 con una economía sustentada en el sector primario, paulatinamente se van dando
cambios y transformaciones a todo nivel que lo sitúan frente a las necesidades de los
tiempos que corren, con reformas institucionales que buscan armonizar el desarrollo
nacional del capitalismo con el modelo internacional que impone Estados Unidos. Se
acelera la urbanización y el desplazamiento de grandes masas de población hacia los
centros urbanos, lo que genera el crecimiento de ciudades como Bogotá, Cali y Medellín,
aparece una clase burocrática al servicio de un aparato estatal cada vez más grande, se
inician incipientes procesos de industrialización en el sector cementero, textil, cervecero y
de las gaseosas, emerge una clase proletaria que busca organizarse, surge el movimiento
sindical del magisterio independiente de los partidos políticos tradicionales, se fortalece el
acceso a la educación, se llevan a cabo campañas masivas de alfabetización, surgen los
movimientos estudiantiles, se implementa la electrificación rural, y se desarrollan las
comunicaciones con la llegada de la radio, el teléfono y la televisión.  

La economía colombiana, si bien depende del sector primario, prácticamente


durante todo el siglo XX, se beneficia de una bonanza cafetera que le provee divisas que
dinamizan su desarrollo hasta la década de los setenta, periodo de inestabilidad económica
y adaptación de la economía nacional en el mercado mundial, principalmente a través del
creciente auge de la industria petrolera. Así, el tránsito de Colombia del siglo XIX al siglo
XX, en lo económico, podría resumirse en un acelerado proceso de crecimiento poblacional
a partir de 1918, expansión de la frontera agrícola, principalmente para el mercado
internacional del café; además, se introducen los principios económicos de la planeación
institucional, que permite la ampliación de las instituciones del Estado. 2 Por otro lado,
surgen las organizaciones sindicales, primero supeditadas a los partidos tradicionales, y
años más tarde totalmente escindidas, incluso presentarán, como se analiza en este capítulo,
opciones de poder y participación en la construcción de las políticas de gobierno. 

Dichas transformaciones traen consigo el auge de las organizaciones sociales y


políticas. Desde la lógica del capitalismo, el crecimiento económico excluye de sus
beneficios a los trabajadores. Si bien estas empresas generan puestos de trabajo, por otro
lado, monopolizan la propiedad sobre los medios de producción y se apropian de las
utilidades que generan; la clase trabajadora queda marginada a un salario que,
generalmente, no cubre sus necesidades básicas. 3 Lo anterior, unido a los agitados tiempos
de confrontación que ha vivido el país, y al punzante enfrentamiento en el campo
ideológico que se da en el contexto internacional, son el caldo de cultivo para el
surgimiento de movimientos sociales de protesta que, en un primer momento, son
capitalizadas por los partidos políticos tradicionales y después, por partidos y movimientos
de izquierda. En estas protestas, como se verá más adelante, cumplen un papel protagónico
los movimientos estudiantiles y las agremiaciones de maestros, con la Federación
Colombiana de Educadores - FECODE, a la cabeza. 

Por lo anterior, se analiza el surgimiento de la nueva izquierda en Colombia, a través de un


balance sobre las principales organizaciones estudiantiles, sindicatos y colectivos culturales
que hacen presencia en el mundo y en el contexto colombiano. Considerados en el presente
análisis, como “actores históricos” que contribuyen a la construcción de mentalidades
respecto a la educación como un servicio y como un derecho. Y que se asumen como
factores dentro de la construcción de las políticas educativas de formación de educadores
en el periodo de estudio.  

2. Contexto internacional 

Los cambios en la economía del país y en la manera de concebir el Estado; así como la
dinámica interna que genera la protesta social no son, ni mucho menos, fenómenos
exclusivos de Colombia. Con el desarrollo de las telecomunicaciones ahora el mundo es
más pequeño. Hacia los años 50, 60 y 70 del siglo XX se vive un periodo de agitación
política y cultural a todo nivel. La posibilidad inminente de la aniquilación planetaria que
dejó al descubierto la Segunda Guerra Mundial, genera que intelectuales de diversas
corrientes retomen preocupaciones esenciales que tienen que ver con la condición humana,
el alcance de la libertad, la responsabilidad individual, y el significado de la vida. Las
guerras mundiales son advertidas como una crisis del proyecto de la modernidad y como
señala el historiador Javier Guerrero, representan un “agotamiento en su capacidad
revolucionaria, caracterizado por el desprestigio de los grandes ideales de la ilustración, del
racionalismo y del concepto de humanidad (…)”.4  

En este contexto, posturas filosóficas como el Existencialismo, que había surgido


hacia finales del siglo XIX con autores como Fiódor Dostoievski, retoman su brío y se
fortalecen con figuras relevantes como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir o Albert
Camus, filósofos y escritores que tienen gran influencia sobre sus lectores y que son
tratados como estrellas de cine, lo cual hubiera sido impensable apenas unas décadas atrás.
Esta influencia se presenta, no solamente en los escenarios académicos en los cuales se
libran las grandes discusiones sobre el proyecto de la modernidad, sino también en los
medios estudiantiles, en colegios y universidades, donde comparten favoritismo con figuras
como las de Fidel Castro o Ernesto el Che Guevara.  

El club Maintenant, creado inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial


organizó el 29 de octubre de 1945 una conferencia en París cuyo orador fue Jean-Paul
Sartre. El tema elegido para la misma, de común acuerdo con el conferenciante fue
precisamente el que dio título a la obra posterior: “El existencialismo es un humanismo”.
La conferencia fue anunciada por los principales periódicos. Aunque los organizadores
tenían algunas dudas sobre el éxito, el acto sobrepasó ampliamente todas las expectativas.
Boris Vian lo describe con trazos ágiles en L'Écume des tours (1947): “gente agolpada,
sillas rotas, señoras desmayadas, Sartre obligado a avanzar hasta el estrado, abriéndose
paso a codazos. El existencialismo ha nacido. Sartre y Simone de Beauvoir se convierten en
el punto de referencia cultural de toda una generación”.5 Paralelamente, doctrinas
ideológicas con una u otra tendencia —Marx, Hegel, Mao, Trotsky—, se leen y se discuten
en las universidades, sirviendo de fundamento teórico del movimiento estudiantil, sindical
y de protesta.  

La literatura, y en especial el boom latinoamericano con figuras relevantes como la


de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa, quienes
en sus libros tratan temas relacionados directamente con los conflictos sociales y las
dictaduras, también ganaron una significativa importancia. Estos escritores, al igual de lo
que sucedía en casos como el ya referido de Jean Paul Sartre, desbordaron su influencia de
lo puramente literario y ganaron importancia en el ámbito político e intelectual, siendo
presencias vivas en las discusiones que se daban en cafetines y pasillos universitarios. Así
mismo, se convirtieron en personajes frecuentes en círculos en donde gobernantes de una u
otra tendencia luchaban por mejorar su imagen internacional e incrementar su influencia.
Así, estos escritores, pasaron a ser actores protagónicos en el devenir político y social de
sus países, y en el destino del continente.6  

En este sentido, cabe mencionar al que se conoce como el “Caso Padilla”, suceso
que significó un punto de quiebre de muchos reconocidos intelectuales de izquierda con la
Revolución cubana, quiebre que, como puede suponerse, en plena Guerra Fría significó
mayor presión internacional para el gobierno de Fidel Castro. El caso se resume en el
arresto, en 1971, del poeta Heberto Padilla después de ofrecer una lectura pública en la
Unión de Escritores donde recitó fragmentos de su libro “Provocaciones”. Padilla fue
acusado de subversivo y arrestado junto con su esposa, la poeta Belkis Cuza Malé. El
arresto generó descontento general. La protesta tomó forma en un documento que se conoce
como la Carta de los sesenta y dos intelectuales en protesta por el “caso Padilla”, firmada
en París, el 20 de mayo de 1971, y dirigida al comandante Fidel Castro, Primer ministro del
gobierno revolucionario de Cuba. 

Dice: 

“Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto de


la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido por medio de
métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias. El contenido y la
forma de dicha confesión, con sus acusaciones absurdas y afirmaciones delirantes, así
como el acto celebrado en la Uneac en el cual el propio Padilla y los compañeros Belkis
Cuza, Díaz Martínez, César López y Pablo Armando Fernández se sometieron a una
penosa mascarada de autocrítica, recuerda los momentos más sórdidos de la época del
estalinismo, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas. Con la misma vehemencia
con que hemos defendido desde el primer día la Revolución cubana, que nos parecía
ejemplar en su respeto al ser humano y en su lucha por su liberación, lo exhortamos a
evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que
impuso el estalinismo en los países socialistas, y del que fueron manifestaciones
flagrantes sucesos similares a los que están ocurriendo en Cuba. El desprecio a la
dignidad humana que supone forzar a un hombre a acusarse ridículamente de las peores
traiciones y vilezas no nos alarma por tratarse de un escritor, sino porque cualquier
compañero cubano –campesino, obrero, técnico o intelectual– pueda ser también víctima
de una violencia y una humillación parecidas. Quisiéramos que la Revolución cubana
volviera a ser lo que en un momento nos hizo considerarla un modelo dentro del
socialismo. 

Atentamente, 

Claribel Alegría, Simone de Beauvoir, Fernando Benítez, Jacques-Laurent Bost, Italo


Calvino, José María Castellet, Fernando Claudín, Tamara Deutscher, Roger Dosse,
Marguerite Duras, Giulio Einaudi, Hans Magnus Enzensberger, Francisco Fernández
Santos, Darwin Flakoll, Jean Michel Fossey, Carlos Franqui, Carlos Fuentes, Ángel
González, Adriano González León, André Gortz, José Agustín Goytisolo, Juan Goytisolo,
Luis Goytisolo, Rodolfo Hinostroza, Mervin Jones, Monti Johnstone, Monique Lange,
Michel Leiris, Lucio Magri, Joyce Mansour, Daci Maraini, Juan Marsé, Dionys Mascolo,
Plinio Mendoza, Istvan Meszaris, Ray Miliban, Carlos Monsivais, Marco Antonio Montes
de Oca, Alberto Moravia, Maurice Nadau, José Emilio Pacheco, Pier Paolo Pasolini,
Ricardo Porro, Jean Pronteau, Paul Rebeyrolles, Alain Resnais, José Revueltas, Rossana
Rossanda, Vicente Rojo, Claude Roy, Juan Rulfo, Nathalie Sarraute, Jean Paul Sartre,
Jorge Semprún, Jean Shuster, Susan Sontag, Lorenzo Tornabuoni, José Miguel Ullán,
José Ángel Valente y Mario Vargas Llosa. 7  
 

Se ha relacionado el documento completo, incluidos los nombres de los firmantes que quizá
tengan más peso que la carta misma, por la importancia que para el presente estudio tiene
esta manifestación y la ruptura que entraña con el régimen cubano.  

Si se mira bien, quienes allí han estampado su firma, son al mismo tiempo
intelectuales y teóricos que se mueven en el mundo académico, en las universidades y
centros de producción de conocimiento, escritores, cineastas, fotógrafos, artistas plásticos,
filósofos e historiadores que con sus obras marcan los derroteros del siglo XX, con una
presencia definitiva y una influencia flagrante en la gestación y fortalecimiento de los
movimientos sociales y políticos de América Latina, en el movimiento estudiantil y, por
extensión, en la conformación de lo que será una visión de la universidad latinoamericana
diferente a la impuesta por las agencias norteamericanas y sus representantes Nelson
Rockefeller y Rudolph P. Atcon, con visos de minusvalía y dependencia, a la que ya se ha
hecho referencia en el capítulo anterior.8 Al romper con Fidel Castro, de alguna manera se
rompe con el ideal que entrañaba la Revolución cubana abriendo la posibilidad a otras
formas de comprender y actuar sobre la realidad política. 

Es de señalar que simultáneamente a las discusiones de tipo filosófico, político e


intelectual, durante mediados del siglo XX, hace presencia en Colombia, y en varios países
del cono sur (Argentina, particularmente) la música rock a través de la cual muchas bandas
levantan su voz de protesta contra la violencia, en especial contra la guerra de Vietnam. Así
mismo hay un auge de la música latinoamericana, de la nueva trova cubana, del son y la
salsa, que invaden no solamente la vida cultural, sino también el ideario y la cotidianidad
de colegios y universidades, en donde resulta frecuente que los jóvenes prediquen el
pensamiento libertario haciendo suyas consignas del momento como “Hagamos el amor y
no la guerra” marcando de esta manera un deslinde real con el país rural, católico,
apostólico y romano de décadas anteriores. La década de los sesenta es la década del
rompimiento de tradiciones y costumbres en el seno de las familias a nivel mundial; es la
década de los grandes impactos de la globalización en el plano de las culturas locales y
nacionales; es la década también de los movimientos sociales.  

1.3 Contexto nacional  

Bajo esta disrupción identitaria surgen en Colombia apuestas y proyectos culturales que
adoptan tendencias artísticas que confrontan las representaciones culturales de la nación
colombiana, andina, hispánica, tradicional y resguardada en la exaltación al pasado y la
valoración del arte costumbrista. Por lo tanto, la emergencia de expresiones artísticas como
el “nadaísmo”9 en el campo literario, a través de la emergencia de las Revistas Mito, ECO,
Nadaísmo 70 y Alternativa,10 y del rock nacional en la música, a partir de la incursión de
bandas como The Flippers, The Speakers, Los Yetis, Ampex, The Young Beats y The Time
Machine, no solo representan una transgresión a los valores de la cultura nacional, sino que
introduce temas contraculturales como la marginalidad, la locura, el suicidio y el
cuestionamiento de una generación, a instituciones sociales como la familia, la iglesia y el
Estado. Si bien, los primeros años del rock en Colombia son protagonizados por un
reducido grupo de jóvenes de áreas urbanas, con alto capital cultural, con condiciones
socioeconómicas favorables,  alcances limitados y en su mayoría indiferentes a los
problemas sociales del país; el rock introduce un espacio de participación y reconocimiento
de la juventud como “actor histórico”, por lo tanto, como señala Cepeda Sánchez: “la
juventud colombiana existió en los sesentas y actuó de una manera similar a como lo
hicieron otros jóvenes en los países centrales, sólo que con imaginarios distintos.”11  

La juventud como actor histórico adquiere un papel protagónico dentro de los


medios de comunicación (radio y televisión), situación que redunda en la confirmación de
su propia existencia y la construcción de una estética, unos discursos y formas de
representación que buscaban generar una distancia con el país rural y premoderno. En estas
condiciones, el rock, como industria musical en Colombia, no solo contribuye a catapultar
la imagen de la juventud como grupo social; permite insertar a la juventud en el debate
sobre la sociedad, desde la perspectiva del “estancamiento cultural” y la necesidad de
buscar los medios para su modernización, como señala Cepeda: “tal vez, no desde la lógica
nacionalista tradicional, pero sí con la firme intención de transformar el tradicionalismo
premodernista colombiano”.12 En esta construcción de formas de representación de la
juventud, la fotografía a color  marca un antes y un después de la publicidad en Colombia.13 
La percepción de los colombianos ya no es la misma, el color entra a formar parte de la
cultura ciudadana; la publicidad y los carteles informativos se transformaron a lo largo de
todos esos años y las formas de comunicar se ampliaron, como lo demostró el movimiento
M-19 y su increíble despliegue mediático y extensión de su populismo a través de los
medios de comunicación.   

Por otra parte, el teatro se convirtió en uno de los principales aliados de los
colectivos y grupos de jóvenes que trabajaron en función de esos cambios de la sociedad
colombiana, el arte en general se traduce en un medio por el cual vehiculan diferentes
perspectivas y orientaciones; se percibe una relación indisociable entre arte y política, tal y
como sucedió con la experiencia del Teatro Libre y Son de Pueblo, dos compañías teatrales
que surgieron en el seno del MOIR. 14 Asimismo, en el campo cinematográfico los trabajos
de Martha Rodríguez y Jorge Silva, van a contribuir a representar la realidad
latinoamericana como parte de un proyecto de transformación social.  

Estas transformaciones en el plano cultural acontecen en medio de un contexto de


violencia focalizada en la regiones y áreas rurales del país. Allí la emergencia de guerrillas
de orientación comunista, surgidas como resultado de varios factores, entre ellos, 1) el
fracaso del proceso de pacificación emprendido por Rojas Pinilla (1953-1957); 2) la
exclusión política que caracterizó al Frente Nacional (1958-1974); 3) la herencia de
conflictos relacionados con La Violencia bipartidista; y 4) la emergencia de líderes
políticos provenientes de las áreas urbanas, en su mayoría vinculados a las universidades.   

En América Latina, la juventud irrumpe en el escenario público en clave a los


imaginarios del proyecto de la Revolución Cubana (1959), desde este momento el mundo
entero asiste al manifiesto de diferentes grupos de jóvenes que se declaran
“revolucionarios”; en esa medida, se presentan como actores sublevados en contra de las
élites en el poder, representadas como una “oligarquía”, promotora de la desigualdad social
y de la injerencia de los Estados Unidos en la política local.  

Desde 1959 en Colombia, se registra el surgimiento del Movimiento Estudiantil


Obrero Campesino MOEC-7 de enero, liderado por Eduardo Aristizabal Palomino, Jorge
Alfonso Bejarano y Antonio Larrota González. 15 Con el MOEC-7 de enero, se inaugura un
nuevo capítulo de la historia política colombiana, ligado al surgimiento de la denominada
“nueva izquierda”. En Colombia y en general en América Latina,  la “nueva izquierda”
completamente escindida de los partidos tradicionales, surge como respuesta frente a la
introducción del capitalismo como modelo de producción en América Latina.16  

En este contexto, surge el Frente Unido (1962-1964) como una plataforma política
de articulación de las organizaciones populares que buscaba la unidad del movimiento
social; la iniciativa fue promovida por Camilo Torres Restrepo (1929-1966), luego de una
activa vida académica como promotor de los estudios sociológicos en Colombia junto a
importantes figuras como Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna. Se sabe que Camilo
Torres, conmovido con los altos índices de miseria que presencia en el campo y la ciudad, y
enfrentado a las élites políticas y eclesiásticas, ingresa al ELN en 1966. 17 A pesar de la
agitada experiencia y transición del Frente Unido como plataforma política que buscaba la
unidad de los movimientos sociales, a estructura de apoyo a la insurgencia, los
planteamientos e ideales de Camilo Torres, calaron profundamente en el ambiente
universitario, dando vida a distintas organizaciones estudiantiles que reivindican, hasta el
presente, los principios intelectuales de su legado.   

Básicamente los ideales políticos del Camilismo, como orientación política


desarrollada posterior a la muerte de Camilo Torres, se consolidó en gran parte, alrededor
del concepto de poder popular y desde este postulado, se despliega toda una propuesta de
formación política de los sectores más vulnerables de la sociedad; de allí su importancia y
relación con los movimientos estudiantiles y sindicales, ya que muchos estudiantes y
docentes se sintieron recogidos en el paradigma del intelectual orgánico, comprometido con
las causas de los sectores más empobrecidos de la sociedad. Camilo Torres plantea la
necesidad de un cambio de la estructura de poder político en el cual la sociedad civil tuviera
las condiciones y garantías para legislar y gobernar; una propuesta que parte de reconocer
la necesidad de garantizar procesos formativos y de construcción de posibilidades desde las
fuerzas de los mismos grupos humanos.  

El compromiso transformador de Camilo Torres como propuesta epistemológica


para las Ciencias Sociales, da paso a importantes contribuciones en el campo de la
investigación, como en el caso del desarrollo de la Investigación Acción Participativa y la
investigación critico-social; asimismo en el campo de la Educación Popular, como fue el
caso de las contribuciones y trabajos de la maestra María Tila Uribe, respecto al desarrollo
de la educación popular en Colombia, 18 a través de las campañas de alfabetización
promovidas por Camilo Torres.  

Por otro lado, la influencia del camilismo se refleja en la organización de los


“Comandos camilistas” (1966) como organizaciones estudiantiles que ejercieron una fuerte
presencia en las protestas estudiantiles de la década de los setenta. Esta organización
estudiantil bajo la consigna “Sólo si cambia el sistema, cambia la educación”, se aparto de
los escenarios de negociación que se alcanzaron con otras organizaciones políticas, su
actividad se centro a las actividades de agitación, movilización y educación popular.19  

La vida de estos grupos, representantes de la “nueva izquierda colombiana”, 20 se


caracterizó por la conformación de partidos políticos que a lo largo de su actividad pública
fueron objetivo de la violencia paraestatal, resultando en desastrosas experiencias para la
paz y la democracia (caso del exterminio de la Unión Patriótica) 21 y la creación o
fortalecimiento de grupos guerrilleros (caso FARC, ELN, EPL y M-19). 

Otros grupos y movimientos sociales y políticos que surgen en Colombia durante


estas décadas, se encuentran: la Alianza Nacional Popular (ANAPO), movimiento político
fundado en 1961 por el general Gustavo Rojas Pinilla; el Frente Unido, confluencia de
movimientos populares organizado por Camilo Torres Restrepo en 1964; tras su muerte en
combate siendo militante del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en 1966, se conforman
principalmente en la universidades los “Comandos Camilistas”, organización política que
tendrá una fuerte influencia en el movimiento universitario y sindical; la Asociación
Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia (ANUC), creada en 1967; el Movimiento
Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR), organización política que se funda en la
ciudad de Medellín en 1969 y donde se reunieron militantes maoístas; la Juventud
Comunista Colombiana (JUCO), organización juvenil de carácter marxista leninista,
vinculada al Partido Comunista Colombiano; por otra parte, encontramos como
movimientos guerrilleros a las Fuerzas Revolucionarios de Colombia -FARC, resultado del
ataque en 1965 perpetrado por el Gobierno de Guillermo León Valencia (1962-1966) sobre
las áreas del país ocupadas por disidencias de las guerrillas liberales de la segunda mitad
del siglo XX, denominadas por Álvaro Gómez Hurtado como “repúblicas
independientes”;22 el Ejército de Liberación Nacional-ELN, que surge como organización
alzada en armas en 1962 como consecuencia de la radicalización de algunos sectores del
movimiento estudiantil orientados por los lineamientos de la Revolución Cubana;
asimismo, cinco años después surge el Ejército de Liberación Popular (EPL) bajo las
consignas de la Revolución Popular China.  

Se presenta a continuación una reseña histórica de lo que fue, o ha sido cada uno de
estos movimientos, resaltando su injerencia en el contexto educativo. Con el fin de analizar
cómo influyeron en la construcción de mentalidades respecto a la educación como un bien,
un servicio y un derecho y su relación con la formulación de las políticas educativas.  

1. Alianza Nacional Popular (ANAPO) 

La Alianza Nacional Popular – ANAPO, creada en 1961, está ligada al nombre del general
Gustavo Rojas Pinilla, su fundador.23 A pesar de que Rojas Pinilla contaba con amplio
apoyo y con múltiples aliados entre los que se contaba la Asociación Nacional de
Industriales (ANDI), el sector bancario y los ganaderos; desde el gobierno, en 1955, se
propuso la creación del Movimiento de Acción Nacional (MAN), un tercer partido que
tendría como objetivo respaldar al general y congregar a sectores procedentes de los
partidos tradicionales, de partidos y movimientos de izquierda, y de los movimientos
obreros y sindicales. Este tercer partido es el antecedente inmediato de la ANAPO. 

Para la conformación del nuevo movimiento, se creó la Comisión de Acción Nacional,


una de sus características fue la procedencia política partidista de sus miembros, quienes
fueron: conservadores (Félix Ángel Vallejo, Carlos Vesga Duarte), políticos liberales
(Abelardo Forero Benavides, José Jaramillo Giraldo), sindicalistas destacándose el
presidente de la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) Hernando Rodríguez,
socialistas (Luís Emiro Valencia y Antonio García). Muchos de los líderes del
movimiento pudieron dirigirse a los colombianos a través de la Radio Nacional. 24 

Los partidos tradicionales se opusieron a la iniciativa de creación del nuevo partido y


dieron al traste con esta iniciativa usando todos los medios que estaban en su poder, entre
ellos la prensa radial y escrita. “La vida del MAN —25 días comprendidos entre el 9 de
enero y el 2 de febrero de 1955—aunque corta fue intensa. Reveló las dificultades con que
se contaba en Colombia para cristalizar, incluso con apoyo oficial, las aspiraciones de
diversos sectores políticos en el logro de un tercer partido. Su itinerario pone de manifiesto,
entre otros, los obstáculos de índole mental que impedían que se abrieran paso y que se
fortalecieran algunos intentos de tolerancia política pensados desde el poder. Rojas Pinilla
vuelve a la carga con la creación de lo que llamó la “Tercera Fuerza”, dejando claro que no
era un tercer partido, sino un movimiento social, de manera que los partidos tradicionales
podían estar tranquilos.  

La Iglesia católica se opuso a esta iniciativa presidencial y con ella la burguesía de


industriales y de grandes comerciantes que habían resultado afectados por la política
económica del gobierno. A estos grupos se unió la Asociación Nacional de Industriales –
ANDI, que inicialmente le había dado su apoyo, y la Federación Nacional de Comerciantes
– FENALCO; entre todos, asfixiaron la naciente Tercera Fuerza. 

Todo lo anterior conduce a la caída de Rojas Pinilla, quien entrega el poder a una
Junta Militar el 10 de mayo de 1957. A este hecho le antecedió un proceso cargado de
protestas estudiantiles y obreras en todo el país, las cuales fueron reprimidas por los SIC
(Servicios de Inteligencia Colombiano) con la desaparición y muerte de estudiantes,
periodistas, líderes sociales y sindicales. 

La reaparición de Rojas Pinilla se da, precisamente, con la creación de la ANAPO, 


el 23 de abril de 1961, en una reunión en la que participan representantes de los militares y
de la sociedad civil de tendencia conservadora, que de inmediato comienza su incursión en
la vida política del país.  

 
La ANAPO, a partir de entonces, tiene una fuerte presencia en el escenario electoral
colombiano, logrando curules en el congreso de la república y presentando candidatos
propios a las elecciones presidenciales. De este periplo, el hecho de mayor significación se
dio el domingo 19 de abril de 1970, día en el que se llevaron a cabo las votaciones para
elegir presidente de la república. Gustavo Rojas Pinilla se presentó como candidato de la
ANAPO y, cuando ya se daba como ganador, sorpresivamente lo supera el candidato
conservador Misael Pastrana Borrero. De estas elecciones se afirma que fueron irregulares
y que se favoreció al ganador, hecho que fue denunciado inicialmente por miembros de la
ANAPO y posteriormente por personas externas a este movimiento político.  

Entre las consecuencias más importantes de esta discordia (fraude, para algunos)
está el nacimiento del Movimiento 19 de abril – M19 (1974-1989), organización guerrillera
fundada por estudiantes universitarios que promulgaban el socialismo democrático teniendo
como objetivo primordial la instauración de la democracia en Colombia. El M19 tuvo gran
injerencia en la vida nacional y tras su desmovilización, el 8 de marzo de 1990, se convirtió
en movimiento político, hoy disuelto. 

Este movimiento desde su aparición representó una nueva vía dentro de la opción
revolucionaria que se venia experimentando en América Latina, como efecto de la
Revolución Cubana y la Guerra fría, en el contexto nacional las guerrillas comunistas
(FARC, ELN, EPL) vigentes desde los años sesenta pasaban por una crisis político militar, 
que iba desde las purgas a su militancia hasta la sorprendente persecución de las Fuerzas de
gobierno. En la conformación inicial del M-19, participaron jóvenes militantes de
organizaciones como las FARC, el ELN y la Juventud Comunista.  

2. Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia (ANUC) 

La distribución de la tierra en Colombia ha sido un tema recurrente en las agendas de los


movimientos sociales, organizaciones gremiales y partidos políticos del país que buscan el
beneficio de las clases más pobres. Si se considera que la economía colombiana
tradicionalmente ha dependido del sector primario, este tema alcanza mayor relevancia. La
necesidad de una reforma agraria que realmente interprete las necesidades de los
campesinos y de los pequeños productores agropecuarios, es un clamor que durante
décadas ha quedado en el vacío. En este contexto nace y se fortalece la Asociación
Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia – ANUC, organización que se legaliza con
la expedición del decreto 755 del 2 de mayo de 1967, promulgado por el presidente Carlos
Lleras Restrepo. 

El 7 de julio de 1970 se convoca el primer Congreso Nacional de Usuarios


Campesinos de Colombia, el cual se cumplió en el salón elíptico del Capitolio Nacional de
Bogotá, reunión en la cual se constituye formalmente la ANUC. Para el 21 de febrero, el
incumplimiento de los acuerdos con el INCORA respecto al retraso en la implementación
de los términos de la reforma agraria de 1968 llevó a la ANUC a liderar “una movilización
nacional que permitió a los campesinos recuperar 1250 haciendas y latifundios
improductivos.” Asimismo, celebró la tercera reunión de Junta Directiva nacional en la
Villa del Rosario de Cúcuta, en la se discutió la denominada “Plataforma Ideológica de la
ANUC”, en la cual se define la orientación política de la asociación.25  

La ANUC se autoproclama como “una organización independiente del gobierno y de los


partidos políticos; que agrupa en su seno a los campesinos colombianos sin distingos
raciales y religiosos y que basa su acción en la siguiente Plataforma Mínima: 

1) Total respeto al derecho de los campesinos a organizarse  

2) Reforma agraria integral y democrática  

3) Expropiación sin indemnización  

4) Establecimiento de un límite racional a la propiedad  

5) Apoyo a la cooperativización de los campesinos  

6) Las grandes fincas y explotaciones agropecuarias que hubieren alcanzado un buen nivel
de fomento industrial, se destinarán al desarrollo planificado 

7) Garantizar los servicios básicos a las familias que se encuentran en áreas de


colonización,  

8) Liquidación de todo tipo de servidumbre precapitalista en el campo 

9) Nacionalización del crédito y seguro de cosecha  

10) Nacionalización de las importaciones de maquinaria e insumos agropecuarios 

11) Abolición del actual sistema importación de excedentes agrícolas norteamericanos 

12) Elevación del salario mínimo en el campo y jornada rural de ocho horas de trabajo  

13) Asegurar a nuestros hermanos indígenas su progreso y realización integral 

14) Garantizar los derechos de la juventud campesina 

15) Total respeto a la ocupación de latifundios,  

16) Precios de sustentación estables y remunerativos para los productos agropecuarios 

17) Reforma tributaria  

18) Participación decisoria de las asociaciones de usuarios campesinos”26. 


 

Con estos puntos en su agenda de trabajo, y con el apoyo del gobierno Carlos Lleras
Restrepo (1966-1970), arranca la ANUC, agremiación en torno a la cual se recogen
anteriores experiencias de organización campesina, todas ellas bajo la consigna de
modernizar el campo y adecuarlo a las exigencias del capitalismo. Si bien, desde el mismo
día de su constitución se dieron distanciamientos con el gobierno y sus representantes, se ha
interpretado como un mecanismo diseñado para evitar un levantamiento popular masivo. 

Sin embargo, como se señaló antes, el tema principal de la ANUC y de los


campesinos que representa, es la lucha por la tierra asunto que durante el último gobierno
del Frente Nacional condujo a la confrontación de las diferentes clases sociales del país y a
que el gobierno estableciera  una posición regresiva en contra de las demandas del
movimiento.27 En 1972 se firmó el acuerdo de Chicoral, que llevó a la proclamación de la
ley 4 de 1973, por la cual se pone fin a las aspiraciones de un redistribución de la tierra.
Este pacto entre representantes de los partidos tradicionales del país, terratenientes,
ganaderos y grandes propietarios de la tierra, demuestra un mecanismo de represión a la
ANUC por su liderazgo en la toma e invasión de tierras que llegó a su máximo en 1971,
con 2000 invasiones a lo largo del país concentradas fundamentalmente en la Costa. “Miles
de hectáreas fueron efectivamente recuperadas por el campesinado pobre después de
forcejeos con el ejército y las fuerzas de policía. Sobre la base del consenso acordado en
Chicoral en 1972, las clases dominantes le dieron entierro a la reforma agraria,
comprometiéndose a garantizar la no expropiación de los terratenientes y un trato represivo
a las aspiraciones de los campesinos pobres”28. 

Desde sus inicios, el principal soporte de la ANUC han sido las bases campesinas,
la clase obrera y los sectores populares vinculados con el campo. Durante su historia la
organización ha sufrido de fracturas internas ya sea por diferencias ideológicas o
administrativas, se ha visto asediada por los gobiernos de turno, por los movimientos de
izquierda, o por sectores anarquistas que han intentado penetrar su dirigencia. Sus
miembros han sido objeto de violencia, persecuciones, asesinatos, desapariciones y, aun así,
la ANUC se mantiene hasta hoy como el gremio que representa a los campesinos y lucha
por sus derechos. 

Sobre el campo educativo que se viene analizando, se establece que la ANUC


(1968-1980) catapultó el problema de la tierra, como la principal causa de la desigualdad y
la violencia en el país, obligando a los centros de formación profesional a atender la
realidad de las regiones de manera directa o indirecta por presión de los movimientos y
organizaciones de la “nueva izquierda” de la época, especialmente sectores de estudiantes
universitarios vinculados al Partido Comunista Colombiano, el Bloque Socialista
(trotskistas) y la la Liga Maoista-Leninista. Quienes no solo develaron a través de sus
luchas los problemas de la educación, si no los problemas estructurales de la nación.  

3. Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR) 


 

El MOIR, desde su fundación a finales de los años setenta, estuvo ligado a la historia de su
líder, Francisco Mosquera Sánchez (1941-1994) quien, a lo largo de la segunda mitad del
siglo XX, fue una figura destacada y un faro ideológico de la izquierda colombiana.  

Francisco Mosquera Sánchez nació el 25 de mayo de 1941 en Piedecuesta,


Santander. Su padre fue educador, visitador escolar y autor de textos pedagógicos, con gran
influencia en la formación del futuro líder de izquierda. Como dato significativo es de
señalar que Mosquera Sánchez, en razón a los continuos traslados de su familia por la labor
de su padre, estudió los cuatro años iniciales del bachillerato en el Colegio Salesiano de
Tunja. Después se trasladó a Bucaramanga a terminar el bachillerato y, hacia 1958, como
estudiante del Colegio Santander de esa ciudad, inicia su actividad política abanderando
una huelga estudiantil de quince días que involucra a otros colegios de la ciudad y a la
Universidad Industrial de Santander29. Milita en el partido liberal, se convierte en un
destacado líder estudiantil y escribe sus primeros artículos de opinión en Vanguardia
Liberal en los cuales rechaza la intolerancia entre liberales y conservadores y defiende al
Frente nacional. 

En 1961 se traslada a Bogotá, a estudiar en la universidad, rompe con el partido


liberal y se vincula al Movimiento Obrero Estudiantil Campesino - MOEC, en donde tiene
un papel destacado y beligerante. Ideológicamente se acerca al marxismo y, especialmente,
al maoísmo. En Bogotá, la realidad del país, y en particular el medio universitario, le
permite conocer otra cara de lo que se está gestando al interior de la sociedad colombiana.30 

De 1965 a 1969, comprometido con el sindicalismo independiente, se vincula a


sectores obreros en Medellín, proceso que lleva a que, en septiembre de 1969, se funde el
MOIR: “Mosquera se esforzó durante dos décadas por demostrar que en Colombia existía
una burguesía nacional que tenía contradicciones con el imperialismo. Realizó valoraciones
y estudios económicos para demostrar su existencia. Esculcó en los pronunciamientos de
los gremios y de diversas figuras políticas representativas para revelar cómo esa burguesía
nacional se manifestaba contra la dependencia imperialista.”31. 

Es importante resaltar que si bien Francisco Mosquera, en sus inicios, apoyaba al


Frente Nacional y se identificaba como militante del partido liberal, muchas de sus posturas
iban por caminos diferentes a los señalados por la dirigencia de dicho partido y, hoy por
hoy, brindan luces sobre el tema que atañe al capítulo que nos ocupa, es decir las
circunstancias sociales mediante las cuales surgieron las protestas sociales y, con ellas,
algunos movimientos y partidos políticos en Colombia.  

Mientras que para los gobiernos del Frente Nacional, el auge de movilizaciones
populares “era fruto de la perversidad del comunismo criollo o de la injerencia de Cuba y la
URSS”, y el tratamiento represivo obedecía en esa medida a la doctrina de seguridad
nacional,32 “Mosquera sostenía una interpretación disidente que daba cuenta de una realidad
social difícil para los sectores populares”33. 
De esta manera, Francisco Mosquera se aleja definitivamente del partido liberal,
entra en franca oposición a los partidos tradicionales, descree abiertamente del sistema
político colombiano y emprende un camino diferente primero con su vinculación al
Movimiento Obrero Estudiantil Campesino – MOEC, con cuya dirigencia tuvo diferencias
dado el desbordado militarismo que promovían; y después con su traslado a Medellín, su
vinculación con los movimientos sindicales y la creación del MOIR.34 

La configuración definitiva de lo que sería el Movimiento Obrero Independiente y


Revolucionario - MOIR, se da en lo que se conoce como el Pleno de Cachipay de 1970. A
partir de entonces, y hasta el presente, el MOIR hace parte del escenario político
colombiano. El MOIR es, después del Partido Comunista, la organización de izquierda más
antigua de Colombia, la más estructurada y la más cohesionada en el momento actual. 

Como queda claro en lo expuesto, al hacer un seguimiento de la vida de Francisco


Mosquera, se hace también del convulsionado momento histórico que vivió y donde,
precisamente, surgen los partidos y movimientos políticos que se consideran en este
apartado, todos con íntima relación con los estamentos universitarios y los sindicatos de
maestros. 

Unas de las características fundamentales del MOIR como organización de


izquierda fue su deslinde frente a la “lucha armada”, en su lugar, concibe la formación
política del “pueblo”, otra categoría social que emerge en doble sentido para resignificar a
las masas empobrecidas del campo y la ciudad, excluidos y sin garantías para ejercer sus
derechos como ciudadanos; y por otro, -desde la versión de las élites en el gobierno- como
una masa inconsciente, peligrosa y destructiva.  

Desde la categoría de “pueblo” como masa poblacional excluida y explotada,


Mosquera establece como principio de acción política, la educación popular, como recurso
para formar políticamente a los sectores vulnerables y excluidos de la sociedad. Las
acciones emprendidas por esta organización política en las universidades, barrios y veredas
del país, promueve la imagen y representación de militantes comprometidos realizando
acciones educativas. De algún modo, se podría decir que en las márgenes de la políticas
educativas de formación de educadores se encuentran las apuestas educativas de los
movimientos sociales y políticos de la década de los setenta.  

Apuestas que se constituyen en prácticas educativas que van legitimando


determinadas formas de comprensión de la realidad; en el caso específico del presente
estudio se advierte cómo las prácticas educativas desarrolladas por el MOIR promueven
una representación de la labor docente, como una praxis política emancipatoria y desde esta
perspectiva, los aportes de la militancia del MOIR en cuanto a la construcción de prácticas
educativas, contribuyó a la transición de la perspectiva de formulación de “políticas
educativas”, como una labor exclusiva del Estado al escenario de formulación de las 
políticas públicas de educación, entendidas como, “dispositivos mediante los cuales las
autoridades públicas actúan, primero reconociendo problemas socialmente construidos en el
seno de una comunidad, y luego, mediante la incorporación, programación y ejecución de
acciones dirigidas a su solución o manejo”.35  
 

4. Juventud Comunista Colombiana (JUCO) 

Se hace referencia en este apartado a la Juventud Comunista Colombiana – JUCO,


organización marxista-leninista vinculada al Partido Comunista Colombiano, dado su
raigambre en colegios y universidades, y a la importancia que ha tenido en la historia de los
movimientos estudiantiles y políticos en Colombia, ya que en sus filas han militado
importantes personalidades de la historia política colombiana como Manuel Cepeda
Vargas, Jaime Pardo Leal, Jaime Bateman y José Antequera, entre muchos otros. 

La historia de este movimiento se remonta a 1932, pero su conformación actual da


como fecha de fundación el 1 de mayo de 1951, efectuando su I Conferencia bajo la
clandestinidad ya que, durante la dictadura de Rojas Pinilla, tanto el PCC como su
Juventud, fueron ilegalizados36. Sus bases históricamente se han nutrido recíprocamente con
la Unión Nacional de Estudiantes Colombianos (UNEC), la Federación Universitaria
Nacional (FUN), y con otros movimientos estudiantiles de izquierda. 

En el capítulo sexto de los Estatutos del Partido Comunista Colombiano, se define a la


JUCO, así: 

Artículo 42º. La Juventud Comunista Colombiana -JUCO- es una organización juvenil


política, democrática, revolucionaria y antiimperialista. Su papel principal es el de ganar a
la joven generación a la causa democrática, la paz y el socialismo. Su ideario se inspira en
las tradiciones emancipadoras de nuestro pueblo, el pensamiento bolivariano y de nuestra
América. La JUCO es una escuela del socialismo para la juventud colombiana. Educa a
sus militantes en los principios del marxismo leninismo, el internacionalismo y la
solidaridad con los pueblos oprimidos por el imperialismo. Promueve el antimilitarismo y
el antifascismo como también la lucha contra toda forma de discriminación y opresión. 37 

En la actualidad la JUCO es una de las organizaciones políticas juveniles más grandes de


Colombia, cuenta con una amplia participación en la Asociación Colombiana de
Estudiantes Universitarios y la Asociación Nacional de Estudiantes de Secundaria. La
mayor parte de su influencia de masas está centrada en el estudiantado de las universidades
públicas y en la juventud campesina de las zonas de histórica influencia del PCC.38 

La participación de la JUCO en el debate sobre la educación no solo ha contribuido


a alimentar la perspectiva de la educación popular y la pedagogía crítica en las
universidades y facultades de educación, también ha contribuido desde su militancia a
fortalecer la democracia en Colombia. Su agitada existencia atravesada por la violencia y la
persecución del Estado le ha significado a esta organización, un lugar preponderante en el
debate público sobre los fines de la educación, las condiciones laborales de los maestros y
la perspectiva política de la pedagogía.   
 

3. Organización sindical de maestros: FECODE  

Como se ha visto, los movimientos políticos surgidos en Colombia durante el periodo


estudiado, en su mayoría, tienen afinidad con ideologías y posturas de la “nueva izquierda”,
desarrolladas principalmente en entornos estudiantiles y de la base obrera. En este contexto
la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación – FECODE, que tiene su origen
en las asociaciones gremiales de maestros de la primera mitad del siglo XX promovidas en
función de los interés electorales de los partidos políticos tradicionales. Promotoras de la
imagen del maestro, como un sujeto subordinado a las disposiciones de las élites políticas y
religiosas que controlaron la educación. Desde esta perspectiva, Laureano Coral Quintero,
se refiere al maestro de 1930 a 1960 como un sujeto “clientelista y pobre, formado en las
normales de los pueblos, especialmente, y dependiente de las decisiones políticas para el
pago de su salario”.39 

La organización de la educación en la primera mitad del siglo XX, dependiente de


las relaciones de poder y al servicio de los partidos políticos tradicionales y la iglesia
católica, aseguró la existencia un tipo de asociacionismo de los maestros colombianos
caracterizado por el clientelismo, en otras palabras, las plataformas organizativas
funcionaron como puente de comunicación entre las élites y las solicitudes salariales, de
traslado y nombramiento de los maestros colombianos. 

En los años de La Violencia, plataformas como la Unión Colombiana de


Trabajadores UTC, apoyada por la Iglesia Católica, legitiman la persecución y
estigmatización de los trabajadores, incluidos los maestros reunidos en la Central de
Trabajadores Colombianos CTC, por su orientación comunista y liberal. Bajo estas
condiciones el sindicato de clase no se desarrolla en estos primero años. Serán los cambios
que trajo consigo la década de los sesenta, los que permiten introducir elementos del
sindicalismo de clase en las asociaciones de maestros.  

Como ya se ha señalado, en 1962, bajo el gobierno de Alberto Lleras Restrepo la


FECODE, fue reconocida legalmente mediante personería jurídica No. 01652, cuatro años
más tarde de su fundación, resultado del congreso de Educadores de Primaria celebrado en
noviembre de 1958 que reunió a representantes de diez sindicatos regionales. 40 Estos
sindicatos regionales surgen como resultado del aumento de las escuelas y los maestros
entre 1944-1958; como mecanismo para demandar mejores condiciones laborales y como
estrategia para elevar la imagen del maestro; una profesión sin prestigio, degradada por la
corrupción y el clientelismo en la contratación. Ser maestro entonces, no representaba
ninguna vocación, se podía ser maestro únicamente teniendo como aliado a un politico
regional o a un alto jerarca de la iglesia.  

El cambio de un sindicalismo de partido a un sindicalismo de clase, se percibe a


partir del auge de las huelgas y paros como mecanismo de participación y acción colectiva
de los maestros; por citar algunos casos, en 1959 la Asociación Distrital de Educadores
ADE, convocó una huelga de 8 días, con la que obtuvieron algunas prebendas salariales y
el mejoramiento material de algunas escuelas de la ciudad. En septiembre de 1964, 3400
maestros en Boyacá se declararon en huelga como mecanismo para exigir el pago de
sueldos atrasados.41 

Ya se referenció aquí, la “Marcha del Hambre” protagonizada por maestros del


Magdalena en 1966, exigiendo mejores condiciones salariales, un estatuto docente y el fin
del clientelismo en el nombramiento. En esta misma vía, los maestros de Santander,
reunidos en la Asociación de Institutores de Primaria, ASANDIP, protagonizaron entre el
25 de junio y el 19 de julio de 1968, la “Huelga de los Caballos”, conocida así por la brutal
represión que recibieron los maestros santandereanos por parte de la fuerza pública
montada a caballo.42 Para el 29 de junio apenas 4 días después de declarada el paro de
maestros en Santander, el gobierno declaró ilegal la huelga: “autorizaba al gobernador del
departamento para efectuar destituciones y suspendió por seis meses la personería jurídica
de la Asociación de Institutores de Primaria, ASANDIP”; para el 16 de julio los maestros
de todo el país anunciaron paros escalonados, para respaldar las demandas de sus colegas
de Santander.   

El sindicalismo del magisterio de los años sesenta, bajo la dirección de FECODE


inaugura en Colombia un mecanismo de participación del profesorado en la construcción de
las políticas educativas, orientado hacia la construcción de espacios de negociación y
concertación con el gobierno nacional a partir de la movilización de los asociados a los
sindicatos regionales. Estas movilizaciones se constituyen en la práctica, en el cese de
actividades escolares, la concentración de maestros en la calles, las marchas y la
socialización de sus demandas ante la sociedad civil.  

 Si bien, la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación - FECODE, fundada el


24 de marzo de 1959 y reconocida por el Ministerio de Protección Social, según Resolución
N.º 01204 del 6 de agosto de 1962, asumió en los primeros años una actitud “conciliadora”,
el incumplimiento a los acuerdos logrados en las mesas de negociación, lleva a que esta
organización que actualmente “agrupa a docentes al servicio de la educación pública en
Colombia, organizados en 33 sindicatos regionales y uno nacional, con los cuales se integra
la estructura federativa.”43 radicalizará en los siguientes años, tanto sus posiciones, como
sus demandas.44 

Este proceso de radicalización de los maestros, inicia con un fuerte cuestionamiento


a la imagen construida del maestro como un “apóstol” de la cultura nacional, un lugar que
ocupa junto a los sacerdotes desde la Colonia, una situación generada por el control de la
educación por parte de la iglesia catolica. La mentalidad sobres los educadores estaba
asociada a la reproducción de la tradición y los valores de la “Nación Catolica” del
proyecto de la Regeneración conservadora. La labor docente no era considerada una
profesión sino un “servicio” de entrega abnegada a la Nación.45   

En esas condiciones el maestro de los años sesenta y setenta se edifica sobre la


dimensión profesional de la labor docente, como “trabajadores explotados” de la educación,
como señala Henry Bocanegra Acosta en su reconstrucción de la Huelga de los maestros de
Bogotá de 1960, los maestros proclamaban en sus arengas: “¡Los maestros no son unos
apóstoles, son unos explotados!”. El cambio de mentalidad y los mecanismos de
negociación en los primeros años fueron paulatinos, durante la dirección de Adalberto
Carvajal Salcedo, la FECODE mantiene una respuesta conciliadora frente al gobierno,
como sucedió tras la “Marcha del Hambre” con el llamado del gobierno de Lleras al primer
Congreso Pedagógico en el que participaron los representantes del sindicato de maestros.  

En 1970, Carvajal Salcedo entregó la presidencia al boyacense Miguel Antonio


Caro, militante del Partido Comunista. Es a partir de esta dirección que se experimenta el
ascenso de los sectores de izquierda al interior del magisterio. Las fuerzas del Partido
Comunista, PC, el Partido Socialista de los Trabajadores, PST, y el Movimiento Obrero
Independiente y Revolucionario, MOIR al interior de las organizaciones sindicales crece
debido al incumplimiento del gobierno a las demandas, incluso acuerdos logrados en mesas
regionales y nacionales de negociación adelantadas como estrategia para conjurar las
movilizaciones. Otro factor que influye en la radicalización de la FECODE, fue el fracaso
de las pretensiones electorales de Adalberto Carvajal, promotor de la participación del
gremio en las elecciones de 1970 a través del “Movimiento de Acción Educativa
(MODAE)”, que logró elegir a un diputado y dos concejales que una vez elegidos se
unieron a otras organizaciones políticas, apartándose y abandonando las demandas de los
maestros colombianos.46  

Esta experiencia confirmaba la necesidad de deslindarse de los partidos y caciques


tradicionales de la política colombiana, dando paso a un nuevo escenario de la FECODE
que se caracteriza por sostener un discurso radical que introduce en el debate la situación
política del país y el papel de los maestros como actores políticos e históricos de cambio.  

Para 1971 con una clara tendencia de izquierda la Federación adelantó una jornada
de protestas que coinciden con la gran movilización de los estudiantes universitarios de ese
mismo año. Un movimiento estudiantil sin precedentes en la historia de Colombia que
logró visibilizar la precaria situación financiera de la educación superior y demandar
mayores niveles de participación de los estudiantes y profesores en las decisiones y futuro
de la Universidad.  

Los hechos que rodean esta movilización universitaria están marcados por el
tratamiento desproporcionado que recibió el estudiantado por parte de la fuerza pública, un
tratamiento enmarcado dentro de la Doctrina de Seguridad Nacional que caracterizo a la
política del Frente Nacional y que explica las limitaciones del gobierno para comprender
las luchas sociales, más allá de catalogarlas como “planes subversivos” agenciados por el
comunismo internacional. El 26 de febrero de 1971, tras los acontecimientos que dejaron
como saldo un número indeterminado de estudiantes y civiles de Cali muertos, heridos y
detenidos, se declaro por medio del Decreto 250 del 26 de febrero, el Estado de Sitio, con el
cual se apela al artículo 121 de la constitución vigente (1886) que daba al presidente
facultades especiales para “reprimir el alzamiento” en los casos de conmoción interior. Este
decreto marca la historia de los movimientos sociales en la década del setenta,
considerando que cada vez que el gobierno o las élites enfrentaban una manifestación o
alzamiento popular se apelaba al decreto 250 y la ley 121 como mecanismo para legitimar
decisiones arbitrarias y represivas.  
En esto año el protagonismo del movimiento estudiantil se logró materializar a
través de la promulgación del “Programa Mínimo de los estudiantes universitarios”, síntesis
de las demandas del estudiantado, que no solo evidenciaba la profunda crisis financiera de
la educación superior, sino el alto grado de politización de los estudiantes universitarios de
la década del setenta, quienes a través de diferentes organizaciones y plataformas se
presentan como actores históricos de cambio. Este manifiesto de los estudiantes
universitarios es una respuesta al plan de reformas educativas presentado durante el
gobierno de Misael Pastrana Borrero y entonces ministro de Educación, Luis Carlos Galán
Sarmiento a través del decreto 817 que sustenta la implementación del Plan Básico de
Educación Superior.  

Este programa de reforma fue duramente criticado por la comunidad universitaria,


debido a que recogía la orientaciones y recomendaciones, hechas por Rudolph Atcon
(1967),47 en las que se propone la despolitización de los estudiantes y docentes
universitarios, la vinculación de los procesos de profesionalización de acuerdo con las
necesidades y exigencias del mercado, por medio de la orientación de los procesos
educativos hacia la enseñanza técnica y ocupacional. En ultimas el rechazo al estudio de
Atcon, radica en su apuesta por implementar el modelo educativo norteamericano en toda la
región, por lo tanto, “El movimiento estudiantil veía en esta reforma la muestra patente del
“imperialismo yanqui” en la cultura nacional. Además, entendieron que cualquier reforma a
la universidad era lesiva a los intereses del pueblo colombiano”, 48 como señala el doctor
Armando Suescun Monroy, rector de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de
Colombia entre 1970 y 1974, recuerda “en todo el país el año 1971 fue muy agitado, muy
tremendo hasta el punto de que el gobierno nacional decidió cerrar todas las universidades
públicas durante un año.” 49 

Asimismo, en este año, específicamente el 25 de junio se impuso el controvertido


decreto 1259, conocido como el decreto de los “rectores policía”, precisamente porque daba
poderes especiales a los rectores de las universidades públicas para destituir, suspender y
sancionar estudiantes y profesores que participaran en las acciones de protesta; además,
“limitaba las funciones de los consejos superiores universitarios a la aprobación del
presupuesto y la creación de unidades académicas decisiones que definitivamente atentaban
contra la poca autonomía universitaria”.50  

Sin embargo, se debe considerar que a pesar del tratamiento represivo de la protesta
social en la década de los setenta, la sociedad civil adquiere un espacio de participación
fundamental que le permite controvertir las decisiones y políticas del gobierno. Así sucedió
con las movilizaciones iniciadas en febrero de 1971;  los maestros lograron la
promulgación del Decreto 274 del 24 de marzo de 1971, que establece 30 horas semanales
de trabajo del docente de primaria.51 Para 1972, bajo el  gobierno de Misael Pastrana
Borrero (1970-1974), Luis Carlos Galán Sarmiento como ministro de educación presentó el
decreto 223 del 21 de febrero, por el cual se establece un estatuto con el cual se buscaba
reglamentar la carrera docente, estableciendo las condiciones de ascenso, nombramiento,
deberes, derechos, estímulos y sanciones.  

El estatuto expuesto por Galán Sarmiento presentó un sistema de ascenso bastante


exigente, si se consideran las condiciones y características de los maestros colombianos de
la época; en esta misma dirección, se establece como requisito de ingreso a la carrera
docente, ser normalista o licenciado, sin excepción; para el caso de los maestros sin título,
debían permanecer en la categoría siete del nuevo escalafón, sin posibilidad de ascender
hasta cuando no certificaran los grados exigidos. Si bien, el estatuto en perspectiva histórica
representa una posibilidad de fundamentar la profesión docente bajo criterios de formación
en el área específica de la pedagogía y reconoce aspectos positivos como la productividad
docente por actividades de investigación, los docentes de la época, entre los cuales el 50%
no acreditaban el nivel académico para desempeñar sus funciones y al menos el 80% de
profesores no tenía título de licenciado,52 estaban concentrados en mejorar las condiciones
laborales y materiales en las que desempeñaban su labor.  

La presión de los maestros llevó a que el 19 de abril de 1972 se expidiera el decreto


641, por el cual se suspendía la vigencia del Decreto 223 del 21 de febrero de 1972 y se
establece por medio del decreto 384 la conformación de un Consejo Asesor, que vinculaba
a tres maestros como representantes del sector. Sin embargo, como han señalado varios
autores sobre este hecho particular, los maestros se retiraron “denunciando que el
Ministerio no respetaba los acuerdos alcanzados imponiendo sistemáticamente su punto de
vista.”53 

Una nueva jornada de protestas en 1973, fue duramente reprimida por el gobierno
de Misael Pastrana Borrero a través del Decreto legislativo 1805, que establecía la
posibilidad de ordenar la suspensión actividades académicas, personería jurídica de las
asociaciones y organismos sindicales, destitución de docentes y cancelación de matrícula de
los estudiantes que apoyaran las acciones de protestas de los educadores, específicamente el
articulo dos, señalaba:  

“Habrá lugar a la suspensión de tareas aquí ordenadas cuando los profesores o maestros de
dichos centros promuevan o realicen, en los recintos de éstos o en lugares públicos, actos
que atenten contra el orden público o dificulten su restablecimiento, tales como paros
temporales o indefinidos o asambleas que Impidan la vida académica normal de colegios o
escuelas; actividades extra-académicas que conduzcan a los mismos resultados; o
incitación o participación en manifestaciones y otros actos lesivos del orden público,
especialmente los prohibidos por la legislación de emergencia.” 54 

Si bien el grado de represión fue en aumento, las acciones de protestas se mantienen, mientras que
en 1971 se registraron 37 huelgas con la participación de 152.000 trabajadores; en 1972 hubo 67
huelgas con 162.000 participantes y en 1973 hubo 54 huelgas con 105 participantes. 55 Situación que
demuestra la afectividad de la protesta social como mecanismo de presión y negociación. Desde
1975, las mesas de negociación entre el magisterio y el gobierno, va a generar una serie de cambios
favorables a la condición laboral de los docentes colombianos. Por citar algunos casos, en mayo de
1975 los maestros de Bogotá lograron un acuerdo con el gobierno distrital sin precedentes, luego de
tres meses de negociación obtuvieron el reconocimiento de pago de prestaciones y auxilios
universitarios, créditos para compra de vivienda, prioridad en el acceso a la educación para los hijos
de los maestros, garantías para desempeñar cargos dentro del sindicato a diez miembros de la junta
directiva de la Asociación Distrital de Educadores (ADE). 56 A nivel nacional, tiene lugar la
expedición de la ley 43 de 1975,57 por la cual se nacionaliza la educación primaria y
secundaria, es decir, la Nación en adelante asume los gastos de la educación oficial de los
“departamentos, intendencias, comisarías, el Distrito Especial de Bogotá y los municipios.” 58
Abriendo la posibilidad de transformar el mecanismo de subvención del sistema educativo
colombiano, que al estar financiado de manera heterogénea por los municipios y
departamentos, sucedía que las regiones con menos recursos de inversión, proveían un
servicio educativo exiguo y en condiciones de precariedad que impedían su desarrollo
misional.59 

Para 1976 se mantiene el escenario de agitación social, ahora bajo el gobierno de


Alfonso López Michelsen (1974-1978), principalmente como consecuencia del aumento de
la inflación, el desempleo que se ubica en el 14.33% de la población económicamente
activa y la inestabilidad económica de algunos sectores. 60 Situación que se refleja en las
acciones de protesta adelantadas por los principales sindicatos obreros del país, 61 las
movilizaciones estudiantiles en contra de los consejos verbales de guerra y las sanciones,
encarcelamientos, amenazas, destituciones y persecución ejercida por el gobierno en contra
de líderes sindicales, incluidos los maestros.62  

Como se ha dicho, una de las principales acciones del gobierno frente a la protesta
social, fue identificar a todos los grupos, colectivos y propuestas de manera homogénea,
como un agente desestabilizador del orden; a esta visión sesgada de la movilización social,
se suma la coordinación de las organizaciones en redes de solidaridad y apoyo como
estrategia de presión y visibilización de las demandas. En el caso particular del magisterio,
se puede señalar que los maestros y maestras de esta época se constituyeron en agentes
culturales y políticos, que actuaban en unos espacios de poder local, como señala la doctora
Diana Elvira Soto Arango en sus investigaciones.63  

En este año, el magisterio, encabezado por la FECODE, adelantó acciones de


protesta en el mes de febrero, frente a la negativa del gobierno de López Michelsen de
establecer una mesa de negociación, solicitada por los maestros, para revisar, entre otras
cosas, lo correspondiente al estatuto docente. Por su parte, el gobierno estableció por medio
del decreto legislativo 528 de 1976, la suspensión, la terminación de contratos para los
funcionarios públicos no escalafonados y la cancelación de matrícula para los estudiantes
de educación media o superior, quienes fueran identificados como participantes de las
acciones de protesta, por parte de los organismos de inteligencia policial y militar (DAS,
F2, B2), como respuesta a las movilizaciones de los maestros. 64 Además, por ordenanza
presidencial, la ministra de trabajo Maria Elena de Crovo, convencida de que las acciones
del sindicalismo colombiano eran parte de una conspiración de la extrema izquierda,
suspendió la personería jurídica de la Federación.65  

Aun así, los maestros y el movimiento estudiantil mantuvieron las acciones de


protestas durante el mes de marzo y las primeras semanas de abril, que tiene como
repercusión, la suspensión de más de 1600 maestros de sus cargos y la detención de 32
estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, a quienes se le aplicó “consejo verbal
de guerra”, denunciados por su participación en las confrontaciones con la fuerza pública
del 2 de marzo de 1976.66  
En 1977 la situación de inestabilidad social alcanzó su máximo, frente el acelerado
crecimiento de las demandas de las agremiaciones y asociaciones sindicales, el gobierno
nacional promulgó el decreto 0128, con el cual establece un estatuto docente que reprime
los derechos de asociación de los maestros, reglamenta el acceso de profesionales de
cualquier área de formación al ejercicio docente, inclusive, autorizaba el ingreso a la
carrera docente de personas sin título profesional. Por otro lado, establecía Juntas
Nacionales y seccionales de Escalafón sin la representación de los docentes y con
legitimidad para suspender del cargo a los maestros por su actividad política.  

Este decreto fue impugnado por los maestros, por considerarlo menos que un
estatuto “una cartilla de obligaciones, normas y sanciones disciplinarias”. 67 En los
siguientes meses a su promulgación los maestros van a mantener la actividad sindical, en
algunos casos, incluso apoyando a otros sectores en conflicto como: “los cementeros (julio-
septiembre), petroleros (agosto – octubre) y trabajadores de palma africana (agosto –
septiembre).”68 Finalmente, como resultado de las movilizaciones del 22 de agosto al 6 de
octubre, la FECODE, el 14 de septiembre alcanzó un acuerdo que garantizaba el reintegro
de los maestros destituidos en 1976, este mismo día, en que se firma el acuerdo,  tiene lugar
el Paro Cívico Nacional convocado por las principales centrales obreras, como mecanismo
de presión para hallar soluciones a los problemas que padecían varios sectores, incluido el
de los educadores.  

La movilización de 1977 representa uno de los estallidos sociales más importantes


de la segunda mitad del siglo XX por su magnitud, prolongación, capacidad de
movilización y negociación; el paro cívico configura un mecanismo de participación
ciudadana que se presenta como una posibilidad de ampliación de la democracia. Sin
embargo, el manejo de la protesta marca la diferencia entre la posibilidad de ampliación de
la participación de la sociedad civil en el escenario de la política; un primer escenario
posible, corresponde a la instalación de mecanismos de dialogo entre los actores
involucrados; y el otro, que supone la represión y la defensa de modelos de producción,
estructuras sociales e ideologías políticas que impiden la negociación como mecanismo de
estabilidad y gobernabilidad.  

La participación del magisterio en la movilización social permite observar las


trasformaciones y cambios sociales, el “maestro apóstol de la patria”, 69 ahora representa un
maestro activista enfrentado al gobierno, que es constantemente sancionado, suspendido de
su cargo, encarcelado y estigmatizado a través de la prensa oficialista; como sucedió a
partir de la década del setenta, donde las páginas del periódico -El Tiempo- de circulación
nacional, registraba junto a las acciones de la insurgencia, los nombres de los docentes
sancionados y apartados de su cargo, promoviendo desde entonces, de manera sistemática,
la criminalización de la protesta social.70  

El papel de la prensa en la legitimación del Estado de conmoción permanente como


respuesta a las demandas de la sociedad civil, se evidencia a través de la representación de
imágenes negativas de las acciones colectivas de los sectores organizados que buscaban
incidir en la opinión pública, contribuyendo a la construcción de un imaginario de “los
maestros”, que se confronta a la idealización de la docencia, tan característica hasta la
primera mitad del siglo XX.71 
Dicho lo anterior, se puede establecer que el educador, principalmente formado en
el sector oficial entre los años cincuenta y sesenta del siglo XX, reproduce en los años
setenta a través de la lucha sindical, los valores y principios adquiridos con el proceso de
politización experimentado como consecuencia de las limitaciones de participación
impuestas por los gobiernos del Frente Nacional. En esta perspectiva de análisis, es
importante señalar que el magisterio se constituye en un representante de las demandas
populares y a la vez un mediador dentro de la izquierda colombiana.  

Esto significa que los maestros al visibilizar las demandas y reivindicaciones de


otros sectores de trabajadores logran un espacio de reconocimiento frente al gobierno que le
permite al movimiento profesoral, participar en la formulación y veeduría de las políticas
de gobierno, ya sea de manera concertada o a través de la movilización social. Sobre este
punto, es fundamental analizar la transformación del “maestro”, que ahora representa un
sujeto “emancipado” que contribuye y aporta al debate sobre la educación; abandona
definitivamente la imagen de un “maestro clientelista y pobre” para ingresar a la historia
como un actor social reconocido por su capacidad de articulación con la dinámica de los
movimientos sociales.  

Como resultado de la movilización de estos años, que logró la suspensión de los


estatutos promulgados por los decretos 223 de 1972 y 128 de 1977, los maestros alcanzan a
través de la negociación, la promulgación del estatuto docente que establece el decreto
2277 de 1979, por el cual se reconocen y establecen las condiciones y criterios reguladores
del ejercicio docente. Homogeniza el nivel salarial, acabando con la segregación de
docentes de primaria, secundaria, rurales y urbanos que tenían salarios diferenciados;
ratifica el contenido de la ley 43 de 1975 por la cual se nacionaliza la educación y se
responsabiliza al Estado frente a la financiación del sistema educativo en todo el país;
establece criterios de permanencia y estabilidad, relacionados con un régimen disciplinario
imparcial, que buscaba limitar las decisiones de los gobernantes locales de suspender o
destituir a los maestros; otro elemento fundamental tiene que ver con el reconocimiento de
los procesos de formación y cualificación como objetivos de la carrera docente; finalmente,
establece como requisito para el ingreso al escalafón docente, demostrar un título que
acredite formación en alguna disciplina de las ciencias de la educación.  

Sin embargo, dentro de la negociación por el estatuto docente, no todos los puntos
del acuerdo responden a los objetivos de la FECODE, se tiene que considerar aspectos
como la conformación de las Juntas de Escalafón, que si bien, vinculaba representantes del
magisterio, la proporción frente a los delegados del gobierno no era conveniente frente a las
solicitudes de los docentes; la educación sigue bajo el monopolio del Estado, el cual limita
la libertad de cátedra de los docentes, obligados a promover y defender los principios
fundantes del ideal patriótico del Estado-Nación.72 Finalmente, otro aspecto que citan los
educadores como negativo de esta negociación, corresponde al carácter de funcionarios
públicos de los maestros, que al ser considerados bajo esta categoría, les resultaba
conflictivo frente al gobierno, participar en actos políticos y organizarse como gremio;
estas limitaciones, se establecieron como los nuevos objetivos de la actividad sindical de
los maestros colombianos.  
En conclusión, se establece que los años setenta representan la consolidación del
sindicalismo magisterial de clase, en otras palabras, un magisterio vinculado a las acciones
de protesta desarrolladas por el movimiento social como respuesta a las políticas de
“modernización” adelantadas por el gobierno. En este sentido, se analiza como la historia
de FECODE es también la historia de los maestros colombianos, de sus luchas y
reivindicaciones para que, finalmente, su labor sea reconocida al nivel que corresponde. 

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