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1. Generalidades
En las postrimerías del siglo XIX, con una guerra civil escalonada y ejércitos irregulares
haciendo presencia en diferentes regiones de su geografía, Colombia busca conformarse
como nación. Las desigualdades sociales y la pugna por el poder central y por los poderes
regionales, están a la orden del día. La derogación de la Constitución de Rionegro de 1863,
la proclamación de la Constitución de 1886, la Guerra de los Mil días, la separación de
Panamá en noviembre de 1903, entre otros acontecimientos importantes, van perfilando lo
que será el país hacia mediados del siglo XX, cuando finalmente emprenderá su arribo
progresivo a la modernidad.
2. Contexto internacional
Los cambios en la economía del país y en la manera de concebir el Estado; así como la
dinámica interna que genera la protesta social no son, ni mucho menos, fenómenos
exclusivos de Colombia. Con el desarrollo de las telecomunicaciones ahora el mundo es
más pequeño. Hacia los años 50, 60 y 70 del siglo XX se vive un periodo de agitación
política y cultural a todo nivel. La posibilidad inminente de la aniquilación planetaria que
dejó al descubierto la Segunda Guerra Mundial, genera que intelectuales de diversas
corrientes retomen preocupaciones esenciales que tienen que ver con la condición humana,
el alcance de la libertad, la responsabilidad individual, y el significado de la vida. Las
guerras mundiales son advertidas como una crisis del proyecto de la modernidad y como
señala el historiador Javier Guerrero, representan un “agotamiento en su capacidad
revolucionaria, caracterizado por el desprestigio de los grandes ideales de la ilustración, del
racionalismo y del concepto de humanidad (…)”.4
En este sentido, cabe mencionar al que se conoce como el “Caso Padilla”, suceso
que significó un punto de quiebre de muchos reconocidos intelectuales de izquierda con la
Revolución cubana, quiebre que, como puede suponerse, en plena Guerra Fría significó
mayor presión internacional para el gobierno de Fidel Castro. El caso se resume en el
arresto, en 1971, del poeta Heberto Padilla después de ofrecer una lectura pública en la
Unión de Escritores donde recitó fragmentos de su libro “Provocaciones”. Padilla fue
acusado de subversivo y arrestado junto con su esposa, la poeta Belkis Cuza Malé. El
arresto generó descontento general. La protesta tomó forma en un documento que se conoce
como la Carta de los sesenta y dos intelectuales en protesta por el “caso Padilla”, firmada
en París, el 20 de mayo de 1971, y dirigida al comandante Fidel Castro, Primer ministro del
gobierno revolucionario de Cuba.
Dice:
Atentamente,
Se ha relacionado el documento completo, incluidos los nombres de los firmantes que quizá
tengan más peso que la carta misma, por la importancia que para el presente estudio tiene
esta manifestación y la ruptura que entraña con el régimen cubano.
Si se mira bien, quienes allí han estampado su firma, son al mismo tiempo
intelectuales y teóricos que se mueven en el mundo académico, en las universidades y
centros de producción de conocimiento, escritores, cineastas, fotógrafos, artistas plásticos,
filósofos e historiadores que con sus obras marcan los derroteros del siglo XX, con una
presencia definitiva y una influencia flagrante en la gestación y fortalecimiento de los
movimientos sociales y políticos de América Latina, en el movimiento estudiantil y, por
extensión, en la conformación de lo que será una visión de la universidad latinoamericana
diferente a la impuesta por las agencias norteamericanas y sus representantes Nelson
Rockefeller y Rudolph P. Atcon, con visos de minusvalía y dependencia, a la que ya se ha
hecho referencia en el capítulo anterior.8 Al romper con Fidel Castro, de alguna manera se
rompe con el ideal que entrañaba la Revolución cubana abriendo la posibilidad a otras
formas de comprender y actuar sobre la realidad política.
Bajo esta disrupción identitaria surgen en Colombia apuestas y proyectos culturales que
adoptan tendencias artísticas que confrontan las representaciones culturales de la nación
colombiana, andina, hispánica, tradicional y resguardada en la exaltación al pasado y la
valoración del arte costumbrista. Por lo tanto, la emergencia de expresiones artísticas como
el “nadaísmo”9 en el campo literario, a través de la emergencia de las Revistas Mito, ECO,
Nadaísmo 70 y Alternativa,10 y del rock nacional en la música, a partir de la incursión de
bandas como The Flippers, The Speakers, Los Yetis, Ampex, The Young Beats y The Time
Machine, no solo representan una transgresión a los valores de la cultura nacional, sino que
introduce temas contraculturales como la marginalidad, la locura, el suicidio y el
cuestionamiento de una generación, a instituciones sociales como la familia, la iglesia y el
Estado. Si bien, los primeros años del rock en Colombia son protagonizados por un
reducido grupo de jóvenes de áreas urbanas, con alto capital cultural, con condiciones
socioeconómicas favorables, alcances limitados y en su mayoría indiferentes a los
problemas sociales del país; el rock introduce un espacio de participación y reconocimiento
de la juventud como “actor histórico”, por lo tanto, como señala Cepeda Sánchez: “la
juventud colombiana existió en los sesentas y actuó de una manera similar a como lo
hicieron otros jóvenes en los países centrales, sólo que con imaginarios distintos.”11
Por otra parte, el teatro se convirtió en uno de los principales aliados de los
colectivos y grupos de jóvenes que trabajaron en función de esos cambios de la sociedad
colombiana, el arte en general se traduce en un medio por el cual vehiculan diferentes
perspectivas y orientaciones; se percibe una relación indisociable entre arte y política, tal y
como sucedió con la experiencia del Teatro Libre y Son de Pueblo, dos compañías teatrales
que surgieron en el seno del MOIR. 14 Asimismo, en el campo cinematográfico los trabajos
de Martha Rodríguez y Jorge Silva, van a contribuir a representar la realidad
latinoamericana como parte de un proyecto de transformación social.
En este contexto, surge el Frente Unido (1962-1964) como una plataforma política
de articulación de las organizaciones populares que buscaba la unidad del movimiento
social; la iniciativa fue promovida por Camilo Torres Restrepo (1929-1966), luego de una
activa vida académica como promotor de los estudios sociológicos en Colombia junto a
importantes figuras como Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna. Se sabe que Camilo
Torres, conmovido con los altos índices de miseria que presencia en el campo y la ciudad, y
enfrentado a las élites políticas y eclesiásticas, ingresa al ELN en 1966. 17 A pesar de la
agitada experiencia y transición del Frente Unido como plataforma política que buscaba la
unidad de los movimientos sociales, a estructura de apoyo a la insurgencia, los
planteamientos e ideales de Camilo Torres, calaron profundamente en el ambiente
universitario, dando vida a distintas organizaciones estudiantiles que reivindican, hasta el
presente, los principios intelectuales de su legado.
Se presenta a continuación una reseña histórica de lo que fue, o ha sido cada uno de
estos movimientos, resaltando su injerencia en el contexto educativo. Con el fin de analizar
cómo influyeron en la construcción de mentalidades respecto a la educación como un bien,
un servicio y un derecho y su relación con la formulación de las políticas educativas.
La Alianza Nacional Popular – ANAPO, creada en 1961, está ligada al nombre del general
Gustavo Rojas Pinilla, su fundador.23 A pesar de que Rojas Pinilla contaba con amplio
apoyo y con múltiples aliados entre los que se contaba la Asociación Nacional de
Industriales (ANDI), el sector bancario y los ganaderos; desde el gobierno, en 1955, se
propuso la creación del Movimiento de Acción Nacional (MAN), un tercer partido que
tendría como objetivo respaldar al general y congregar a sectores procedentes de los
partidos tradicionales, de partidos y movimientos de izquierda, y de los movimientos
obreros y sindicales. Este tercer partido es el antecedente inmediato de la ANAPO.
Todo lo anterior conduce a la caída de Rojas Pinilla, quien entrega el poder a una
Junta Militar el 10 de mayo de 1957. A este hecho le antecedió un proceso cargado de
protestas estudiantiles y obreras en todo el país, las cuales fueron reprimidas por los SIC
(Servicios de Inteligencia Colombiano) con la desaparición y muerte de estudiantes,
periodistas, líderes sociales y sindicales.
La ANAPO, a partir de entonces, tiene una fuerte presencia en el escenario electoral
colombiano, logrando curules en el congreso de la república y presentando candidatos
propios a las elecciones presidenciales. De este periplo, el hecho de mayor significación se
dio el domingo 19 de abril de 1970, día en el que se llevaron a cabo las votaciones para
elegir presidente de la república. Gustavo Rojas Pinilla se presentó como candidato de la
ANAPO y, cuando ya se daba como ganador, sorpresivamente lo supera el candidato
conservador Misael Pastrana Borrero. De estas elecciones se afirma que fueron irregulares
y que se favoreció al ganador, hecho que fue denunciado inicialmente por miembros de la
ANAPO y posteriormente por personas externas a este movimiento político.
Entre las consecuencias más importantes de esta discordia (fraude, para algunos)
está el nacimiento del Movimiento 19 de abril – M19 (1974-1989), organización guerrillera
fundada por estudiantes universitarios que promulgaban el socialismo democrático teniendo
como objetivo primordial la instauración de la democracia en Colombia. El M19 tuvo gran
injerencia en la vida nacional y tras su desmovilización, el 8 de marzo de 1990, se convirtió
en movimiento político, hoy disuelto.
Este movimiento desde su aparición representó una nueva vía dentro de la opción
revolucionaria que se venia experimentando en América Latina, como efecto de la
Revolución Cubana y la Guerra fría, en el contexto nacional las guerrillas comunistas
(FARC, ELN, EPL) vigentes desde los años sesenta pasaban por una crisis político militar,
que iba desde las purgas a su militancia hasta la sorprendente persecución de las Fuerzas de
gobierno. En la conformación inicial del M-19, participaron jóvenes militantes de
organizaciones como las FARC, el ELN y la Juventud Comunista.
6) Las grandes fincas y explotaciones agropecuarias que hubieren alcanzado un buen nivel
de fomento industrial, se destinarán al desarrollo planificado
12) Elevación del salario mínimo en el campo y jornada rural de ocho horas de trabajo
Con estos puntos en su agenda de trabajo, y con el apoyo del gobierno Carlos Lleras
Restrepo (1966-1970), arranca la ANUC, agremiación en torno a la cual se recogen
anteriores experiencias de organización campesina, todas ellas bajo la consigna de
modernizar el campo y adecuarlo a las exigencias del capitalismo. Si bien, desde el mismo
día de su constitución se dieron distanciamientos con el gobierno y sus representantes, se ha
interpretado como un mecanismo diseñado para evitar un levantamiento popular masivo.
Desde sus inicios, el principal soporte de la ANUC han sido las bases campesinas,
la clase obrera y los sectores populares vinculados con el campo. Durante su historia la
organización ha sufrido de fracturas internas ya sea por diferencias ideológicas o
administrativas, se ha visto asediada por los gobiernos de turno, por los movimientos de
izquierda, o por sectores anarquistas que han intentado penetrar su dirigencia. Sus
miembros han sido objeto de violencia, persecuciones, asesinatos, desapariciones y, aun así,
la ANUC se mantiene hasta hoy como el gremio que representa a los campesinos y lucha
por sus derechos.
El MOIR, desde su fundación a finales de los años setenta, estuvo ligado a la historia de su
líder, Francisco Mosquera Sánchez (1941-1994) quien, a lo largo de la segunda mitad del
siglo XX, fue una figura destacada y un faro ideológico de la izquierda colombiana.
Mientras que para los gobiernos del Frente Nacional, el auge de movilizaciones
populares “era fruto de la perversidad del comunismo criollo o de la injerencia de Cuba y la
URSS”, y el tratamiento represivo obedecía en esa medida a la doctrina de seguridad
nacional,32 “Mosquera sostenía una interpretación disidente que daba cuenta de una realidad
social difícil para los sectores populares”33.
De esta manera, Francisco Mosquera se aleja definitivamente del partido liberal,
entra en franca oposición a los partidos tradicionales, descree abiertamente del sistema
político colombiano y emprende un camino diferente primero con su vinculación al
Movimiento Obrero Estudiantil Campesino – MOEC, con cuya dirigencia tuvo diferencias
dado el desbordado militarismo que promovían; y después con su traslado a Medellín, su
vinculación con los movimientos sindicales y la creación del MOIR.34
Para 1971 con una clara tendencia de izquierda la Federación adelantó una jornada
de protestas que coinciden con la gran movilización de los estudiantes universitarios de ese
mismo año. Un movimiento estudiantil sin precedentes en la historia de Colombia que
logró visibilizar la precaria situación financiera de la educación superior y demandar
mayores niveles de participación de los estudiantes y profesores en las decisiones y futuro
de la Universidad.
Los hechos que rodean esta movilización universitaria están marcados por el
tratamiento desproporcionado que recibió el estudiantado por parte de la fuerza pública, un
tratamiento enmarcado dentro de la Doctrina de Seguridad Nacional que caracterizo a la
política del Frente Nacional y que explica las limitaciones del gobierno para comprender
las luchas sociales, más allá de catalogarlas como “planes subversivos” agenciados por el
comunismo internacional. El 26 de febrero de 1971, tras los acontecimientos que dejaron
como saldo un número indeterminado de estudiantes y civiles de Cali muertos, heridos y
detenidos, se declaro por medio del Decreto 250 del 26 de febrero, el Estado de Sitio, con el
cual se apela al artículo 121 de la constitución vigente (1886) que daba al presidente
facultades especiales para “reprimir el alzamiento” en los casos de conmoción interior. Este
decreto marca la historia de los movimientos sociales en la década del setenta,
considerando que cada vez que el gobierno o las élites enfrentaban una manifestación o
alzamiento popular se apelaba al decreto 250 y la ley 121 como mecanismo para legitimar
decisiones arbitrarias y represivas.
En esto año el protagonismo del movimiento estudiantil se logró materializar a
través de la promulgación del “Programa Mínimo de los estudiantes universitarios”, síntesis
de las demandas del estudiantado, que no solo evidenciaba la profunda crisis financiera de
la educación superior, sino el alto grado de politización de los estudiantes universitarios de
la década del setenta, quienes a través de diferentes organizaciones y plataformas se
presentan como actores históricos de cambio. Este manifiesto de los estudiantes
universitarios es una respuesta al plan de reformas educativas presentado durante el
gobierno de Misael Pastrana Borrero y entonces ministro de Educación, Luis Carlos Galán
Sarmiento a través del decreto 817 que sustenta la implementación del Plan Básico de
Educación Superior.
Sin embargo, se debe considerar que a pesar del tratamiento represivo de la protesta
social en la década de los setenta, la sociedad civil adquiere un espacio de participación
fundamental que le permite controvertir las decisiones y políticas del gobierno. Así sucedió
con las movilizaciones iniciadas en febrero de 1971; los maestros lograron la
promulgación del Decreto 274 del 24 de marzo de 1971, que establece 30 horas semanales
de trabajo del docente de primaria.51 Para 1972, bajo el gobierno de Misael Pastrana
Borrero (1970-1974), Luis Carlos Galán Sarmiento como ministro de educación presentó el
decreto 223 del 21 de febrero, por el cual se establece un estatuto con el cual se buscaba
reglamentar la carrera docente, estableciendo las condiciones de ascenso, nombramiento,
deberes, derechos, estímulos y sanciones.
Una nueva jornada de protestas en 1973, fue duramente reprimida por el gobierno
de Misael Pastrana Borrero a través del Decreto legislativo 1805, que establecía la
posibilidad de ordenar la suspensión actividades académicas, personería jurídica de las
asociaciones y organismos sindicales, destitución de docentes y cancelación de matrícula de
los estudiantes que apoyaran las acciones de protestas de los educadores, específicamente el
articulo dos, señalaba:
“Habrá lugar a la suspensión de tareas aquí ordenadas cuando los profesores o maestros de
dichos centros promuevan o realicen, en los recintos de éstos o en lugares públicos, actos
que atenten contra el orden público o dificulten su restablecimiento, tales como paros
temporales o indefinidos o asambleas que Impidan la vida académica normal de colegios o
escuelas; actividades extra-académicas que conduzcan a los mismos resultados; o
incitación o participación en manifestaciones y otros actos lesivos del orden público,
especialmente los prohibidos por la legislación de emergencia.” 54
Si bien el grado de represión fue en aumento, las acciones de protestas se mantienen, mientras que
en 1971 se registraron 37 huelgas con la participación de 152.000 trabajadores; en 1972 hubo 67
huelgas con 162.000 participantes y en 1973 hubo 54 huelgas con 105 participantes. 55 Situación que
demuestra la afectividad de la protesta social como mecanismo de presión y negociación. Desde
1975, las mesas de negociación entre el magisterio y el gobierno, va a generar una serie de cambios
favorables a la condición laboral de los docentes colombianos. Por citar algunos casos, en mayo de
1975 los maestros de Bogotá lograron un acuerdo con el gobierno distrital sin precedentes, luego de
tres meses de negociación obtuvieron el reconocimiento de pago de prestaciones y auxilios
universitarios, créditos para compra de vivienda, prioridad en el acceso a la educación para los hijos
de los maestros, garantías para desempeñar cargos dentro del sindicato a diez miembros de la junta
directiva de la Asociación Distrital de Educadores (ADE). 56 A nivel nacional, tiene lugar la
expedición de la ley 43 de 1975,57 por la cual se nacionaliza la educación primaria y
secundaria, es decir, la Nación en adelante asume los gastos de la educación oficial de los
“departamentos, intendencias, comisarías, el Distrito Especial de Bogotá y los municipios.” 58
Abriendo la posibilidad de transformar el mecanismo de subvención del sistema educativo
colombiano, que al estar financiado de manera heterogénea por los municipios y
departamentos, sucedía que las regiones con menos recursos de inversión, proveían un
servicio educativo exiguo y en condiciones de precariedad que impedían su desarrollo
misional.59
Como se ha dicho, una de las principales acciones del gobierno frente a la protesta
social, fue identificar a todos los grupos, colectivos y propuestas de manera homogénea,
como un agente desestabilizador del orden; a esta visión sesgada de la movilización social,
se suma la coordinación de las organizaciones en redes de solidaridad y apoyo como
estrategia de presión y visibilización de las demandas. En el caso particular del magisterio,
se puede señalar que los maestros y maestras de esta época se constituyeron en agentes
culturales y políticos, que actuaban en unos espacios de poder local, como señala la doctora
Diana Elvira Soto Arango en sus investigaciones.63
Este decreto fue impugnado por los maestros, por considerarlo menos que un
estatuto “una cartilla de obligaciones, normas y sanciones disciplinarias”. 67 En los
siguientes meses a su promulgación los maestros van a mantener la actividad sindical, en
algunos casos, incluso apoyando a otros sectores en conflicto como: “los cementeros (julio-
septiembre), petroleros (agosto – octubre) y trabajadores de palma africana (agosto –
septiembre).”68 Finalmente, como resultado de las movilizaciones del 22 de agosto al 6 de
octubre, la FECODE, el 14 de septiembre alcanzó un acuerdo que garantizaba el reintegro
de los maestros destituidos en 1976, este mismo día, en que se firma el acuerdo, tiene lugar
el Paro Cívico Nacional convocado por las principales centrales obreras, como mecanismo
de presión para hallar soluciones a los problemas que padecían varios sectores, incluido el
de los educadores.
Sin embargo, dentro de la negociación por el estatuto docente, no todos los puntos
del acuerdo responden a los objetivos de la FECODE, se tiene que considerar aspectos
como la conformación de las Juntas de Escalafón, que si bien, vinculaba representantes del
magisterio, la proporción frente a los delegados del gobierno no era conveniente frente a las
solicitudes de los docentes; la educación sigue bajo el monopolio del Estado, el cual limita
la libertad de cátedra de los docentes, obligados a promover y defender los principios
fundantes del ideal patriótico del Estado-Nación.72 Finalmente, otro aspecto que citan los
educadores como negativo de esta negociación, corresponde al carácter de funcionarios
públicos de los maestros, que al ser considerados bajo esta categoría, les resultaba
conflictivo frente al gobierno, participar en actos políticos y organizarse como gremio;
estas limitaciones, se establecieron como los nuevos objetivos de la actividad sindical de
los maestros colombianos.
En conclusión, se establece que los años setenta representan la consolidación del
sindicalismo magisterial de clase, en otras palabras, un magisterio vinculado a las acciones
de protesta desarrolladas por el movimiento social como respuesta a las políticas de
“modernización” adelantadas por el gobierno. En este sentido, se analiza como la historia
de FECODE es también la historia de los maestros colombianos, de sus luchas y
reivindicaciones para que, finalmente, su labor sea reconocida al nivel que corresponde.