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miento experimentado por la investigación neurobiológica en estos últimos se-

senta años ha demostrado que, como estrategia global para resolver un problema
científico de grandes dimensiones, este planteamiento ha sido muy útil; proba-
blemente, uno de los mejores posibles (Rosell et al., 1998).

¿POR QUÉ LA INTERACCIÓN CON LOS ESTUDIOS


HUMANÍSTICOS?
Sin embargo, la Neurociencia no solo se ha concentrado en una búsqueda
interdisciplinar dentro de las propias materias biológicas o experimentales.
También hay indicios suficientes para poder pensar que su interés se ha abierto
a disciplinas humanísticas. ¿Cómo ha sido esto? Me gustaría contestar a esta
pregunta destacando tres hechos históricos de relevancia para el propósito de
esta contribución.
El primero más que responder directamente a la pregunta, enmarca la im-
portancia de la misma. Se desarrolla en la década de los 80 del siglo pasado
en la Universidad de California (San Diego), donde se realiza el primer nom-
bramiento de una profesora en el Departamento de Filosofía que también era
Adjunct Professor del Salk Institute de investigación biológica, Patricia (Smith)
Churchland. En nuestra opinión, esta designación ha tenido una importancia
grande por tres motivos. En primer lugar, porque así se contempla en el diálogo
interdisciplinar las materias tradicionalmente denominadas sapienciales, como
es el caso de la Filosofía. Segundo, porque ello supone reconocer que estas últi-
mas podían representar una ayuda en la comprensión de las ciencias experimen-
tales, para tratar de resolver los grandes retos que encontraba la Neurociencia en
el estudio de las llamadas relaciones mente-cerebro. Tercero, porque nos aden-
tramos en una interdisciplinaridad de la Neurociencia para abordar cuestiones
referidas al modo según el cual entendemos realmente al ser humano. No es
fácil imaginar ahora alguna otra disciplina biológica experimental que, dentro
de su campo de acción y de trabajo, pudiera intentar tal diálogo para aspirar
dar respuesta a problemas tan profundos (Giménez Amaya y Sánchez-Migallón,
2010). Los dos hechos históricos que siguen a continuación en este apartado
enmarcan muy directamente lo que acabamos de señalar en este párrafo.
El 17 de julio de 1990, el entonces Presidente de los Estados Unidos hizo
una comunicación para anunciar que los años que van de 1990 hasta el año
2000 serían lo que se denominó como la “década del cerebro” (Giménez Amaya

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