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Titulo: Segundo tratado de gobierno: un ensayo acerca del verdadero origen, extensión y
fin del gobierno civil.
“verdadero”, está haciendo referencia a lo que por razón debe considerarse como
verdadero. “Origen” está asociado a lo natural, determina el sentido de aquello que se
origina en él. Con respecto a “extensión”, es el punto fundamental. Si hay algo que a Locke
le importa que sea sumamente riguroso y convincente, es delimitar hasta dónde llega el
Gobierno Civil y la potestad del soberano. Precisamente radica en su origen, en lo natural,
el criterio sobre el cuál se determinarán los límites a los que llega la soberanía. Respecto a
“fin”, uno podría detenerse en la ambigüedad o duplicidad del término. Yo creo que Locke
piensa en uno de los dos sentidos más que en el otro, es decir, le concede menos
importancia a la idea de fin como momento final (donde terminaría el Gobierno Civil), porque
de hecho el Gobierno Civil termina en su origen, esto es cuando deviene despótico. Más
importante es la finalidad del gobierno Civil, el fin como meta, el nervio teleológico del
Gobierno Civil. Aquí, la finalidad está incluida en esta idea del origen, la genealogía del
Gobierno Civil: la protección de lo natural. El thélos, el propósito para el cual se instaura el
Gobierno Civil, es precisamente dar lugar a un dispositivo protector del ámbito natural.
Capítulo I.
El capítulo inicial es posterior. Locke lo agrega a un texto ya terminado, de modo de
marcar una continuidad conceptual y cronológica respecto del p rimer tratado. Aquí hace
alusión a la discusión ya sobrevenida con un pensador (que si Locke no se hubiese
ocupado de él, no habría gozado de la fama –o de la mala fama- que goza) llamado R obert
Filmer, un defensor del poder monárquico. Locke en el primer tratado discute con él, y da
por sentado que ha vencido; es por ello que presenta aquí los resultados a los cuales ha
llegado, de modo de marcar una continuidad con respecto a lo que dirá a partir del capítulo
segundo.
§ 1
En §1, Locke comienza rechazando la naturalidad del orden político. Locke va a sostener
que el hombre debe moverse en un ámbito colectivo, plural, y con un margen distintivo de
su humanidad que podríamos llamar “libertad” para desobedecer los mandatos biológicos y
físico-naturales. Las razones que alega Locke, para rechazar la naturalidad, son que la
asimilación demasiado estrecha del orden político al natural, transformaría al primero en
una suerte de mero dominio del más fuerte. La naturaleza marca animales fuertes y
animales débiles, cosa que no hacen los seres humanos, según Locke. Entonces, cuanto
más se naturalice, se biologizice el orden político, más repetiría la jerarquía natural y física
de que “el pez grande se come al más chico”
Lo importante es que Locke quiere marcar que no hay jerarquías naturales en el género
humano, como sí las hay en el reino animal. El género humano no conoce una
jerarquización similar a la del reino animal.
Él clara que todo esto está en contra de Filmer, contra la idea de que esa superioridad o
disntinción política nace, no ya de una jerarquía físico-biológica, sino de una desición
divina. Esto es, las supremas autoridades del orden político, según Locke lee a Filmer,
estarían dadas por Dios mismo. Es decir, de algún modo los sucesores de Adán nacen y se
van arborizando en forma de casas o dinastías, a las que les corresponde el gobierno por
naturaleza.
Filmer cuando dice “siempre se encuentra un sucesor” (en Patriarca), es que no importa la
corroboración empírica de si es no un sucesor del monarca en cuestión, sino que lo que
importa es que hay política en la medida en que halla alguien que pueda hacer de sucesor.
Sólo de esta manera hay orden. En cambio el argumento católico –que Locke cita, se
inspira en, hace un intertexto o directamente plagia- de que “el poder viene del pueblo”,
lejos de dar lugar a un argumento político, a lo único que lleva es a un estado permanente
de sedición, de rebelión, de ausencia del orden pacífico. Sólo hay orden político cuando la
soberanía no viene del pueblo, sino de arriba. Después hay que ver cómo se articula. Pero
en el caso de Locke, que reivindica la idea de “soberanía popular”, obviamente tiene que
atribuirle a su adversario un argumento lo suficientemente pérfido, como para desmoronarlo.
§ 2
En §2 hace una serie de distinciones importantísimas, que hacen al eje del
pensamiento de Locke, tendientes a destacar la especificidad de ese tipo de relación
personal llamada civil –esto es, no natural o política- respecto de todos los otros modelos de
relaciones personales. La relación que hay entre un soberano y sus súbditos o ciudadanos,
es distinta de la relación paternal entre el padre y los hijos; de la señorial, digamos así
(master, dejo amo para lord); distinta de la conyugal, entre el marido y la esposa; y distinto
de la esclavista, entre el amo (lord) y el esclavo. Después las reduce y dice:
“[ ...] no es el padre de una familia, no es el capitán de una galera” .
El gobernante no dirige haceres que, por naturaleza, son inferiores a él –por ejemplo, el
niño aún los es, y la mujer es inferior por naturaleza y no puede dejar de serlo- sino que
mantiene una relación entre iguales. Eso va a apuntar directamente a que el único título de
legitimidad sea el consentimiento.
En §3, terminando, da una definición de poder político, que incluye toda la articulación de la
sociedad civil (que es, hasta Hegel, sinónimo de sociedad política), y que parte de lo mayor
a lo menor.
“[El poder político es] el derecho de hacer leyes que estés sancionadas con la pena capital” .
Claro, ya acá nos está anunciando el sentido de la ley, y sobre todo, el hecho de que,
legitimada en la razón la pena más rigurosa, se sigue de suyo que todas las demás no van
a
ofrecer problemas. Es decir, el poder político lleva consigo la posibilidad de castigar con la
pena de muerte a aquel que viola la lógica de ese mismo orden. En ese sentido, lo que
Locke luego sostendrá, ya está anunciado por esa idea.
Estas leyes, cuyas fuerzas coactivas reposan en la capacidad del poder político para
imponer la pena de muerte, tienen además una finalidad que es la regulación y protección
de la propiedad. En su conjunto, todo esto significa que el poder político debe defender el
orden que en él se basa, respecto de cualquier agresión extranjera. Esto es, no sólo
defenderlo frente a las agresiones internas, sino también frente a las externas. Por último
dice que la finalidad es el “bien público”, fórmula a la cual nadie renuncia, pero que adquiere
un contenido diverso, según la interpretación que le dé cada uno de los pensadores. Por el
término regular, las relaciones sociales consisten en imponer gravámenes, es decir, el
sistema de taxasión y la pena de muerte, son los ejes centrales del orden político en lo que
hace a las capacidades coactivas de las normas de ese orden, y a la incidencia máxima que
puede tener ese orden en el ámbito de las relaciones entre los individuos que lo componen.
Entonces, hecha esta alusión a su primer ensayo sobre este tema y al núcleo duro, a saber,
artificialidad del orden político y especificidad del orden político, el texto empieza por la
cuestión del estado natural.
Esta situación natural -conceptualmente anterior a, y conceptualmente determinante de la
situación civil o política- Locke la define como detentadora de una libertad completa o
perfecta, acabada, para ordenar sus acciones y regularlas. No hay nadie que tenga poder
legítimo para determinar mis conductas en estado de naturaleza, más que mi propia
conciencia. A su vez, esta libertad también sirve para poseer personas y posesiones, ante
todo la propia razón, “como lo entendieran adecuado [de acuerdo a cómo se lo juzgase] y
dentro de los límites de la ley natural”. Entonces podríamos decir que esa capacidad de
autodominio significa utilizar las capacidades superiores (la razón) para obedecer a la ley
natural. El estado de naturaleza no es político pero es legal, de sometimiento a la ley. Hay
ley en el estado de naturaleza, lo cual es muy importante porque marca lo que va a ser el
fundamento del derecho de resistencia de Locke, a saber, resistir no es caer en la anomia,
sino obedecer a una ley más auténtica y profunda que la del orden civil.
La razón nos enseña cuál es esta legalidad natural. Este punto de partida común a Locke,
a Hobbes y a todos, no significa que el contenido de esa enseñanza sea el mismo, pero, de
algún modo es así: la razón nos hace acceder a esa ley, y es –acá es tácito- es conveniente
desde un punto de vista moral y pragmático el obedecer a esa ley. Este autodominio
significa, por último, que no hay que pedir permiso a nadie.
“[...] ni pedir permiso, ni depender de la voluntad de cualquier otro hombre” .
Ese es el primer rasgo: un rasgo de libertad. El segundo rasgo que presenta el estado de
naturaleza es el de la igualdad. Lo define así:
“[...] de poder y de jurisdicción”.
El poder, si lo entendiera en términos exclusivamente físicos, sería un poco absurdo. Los
hombres, en tanto físico, no son iguales. El poder, en este caso, parece estar cargado de
connotaciones jurídicas. Tiene, a su favor, el poder jurídico de la ley, que lo carga, que lo
autoriza, que lo sostiene: es la ley natural de la que habló antes. Por jurisdicción está
haciendo referencia a lo hecho en causa propia. Sino se depende de nadie para determinar
las propias acciones, salvo de la ley natural, se es juez en causa propia. Cada uno es el
juez que interpreta la ley natural, y la aplica sobre sí mismo.
Ahora, en vez de continuar con esto de “ser juez en causa propia”, Locke pasa a otro
rasgo de la igualdad, que es el de tener lo mismo. Nadie tiene más que otro.
“[...] a no tener, ninguno, más que lo que posee otro” .
Digámoslo así: el género humano participa sin distinciones naturales de las mismas
ventajas que ofrece la naturaleza. Entonces nadie está excluido a priori de enfrentarse con
la naturaleza para preservarse. El género humano está autorizado de un modo innato, por la
naturaleza, para usufructuar de la misma y satisfacer sus necesidades. Todo esto está bajo
la presentación de la “evidencia”. Pero acá hay que plantear un problema, porque ¿qué
quiere decir que todo esto sea evidente? Ante todo, no es empírico, no hay evidencia de
esta igualdad natural, en todo caso fue hace mucho, pero en ningún lugar de la tierra
persiste. Entonces, ¿esta evidencia, qué tipo de evidencia es? Deberíamos poder tener la
experiencia de un espacio no político, en algún confín del mundo, en donde los seres
humanos se relacionaran de esta manera. Y por más que los europeos fuercen a América,
sometiéndola, con descripciones, a la visión que ellos tienen, es muy difícil decir que en
algún lugar de allí no se topaban con sociedades jerarquizadas, etc.. Esta evidencia es un
tópico que nos llama la atención, sobre todo acerca de cuál es el tenor del discurso de
Locke. Discurriendo de política, un filósofo que pasa por empirista, no es sino un profundo
metafísico: tiene que hablar de cosas sobre las cuales la experiencia no nos dice nada.
Para
los que lo hayan leído, un antiinnatista, como Locke, fundamenta toda su teoría en el
carácter innato de la ley natural.
§6
“Más aunque este sea un estado de libertad, no es, sin embargo, un estado de licencia” .
Entonces a ese ilimitado derecho se le contrapone una suerte de destrucción irracional.
No tiene que “destruirse a sí mismo ni a ninguna criatura en su posesión”, etc.. ¿Qué
significa “destrucción irracional”? El uso racional de lo que se posee, lo destruye: me como
a manzana. Entonces, esta destrucción o su irracionalidad, tiene que ver con lo que él va a
ir definiendo como “agresión”. La idea de agresión es fundamental. Pero también podría
incluir consumo superfluo, aunque esto es un poco más complicado. Hay una destrucción
que se justifica cuando ella no sólo ayuda a la preservación, sino para un fin más noble (por
ahora no lo aclara: puede ser suicidarse cuando uno no puede escapar de la esclavitud;
también puede ser defender el Commonwealth, cuando lo atacan los españoles, y ahí uno
ofrenda su propia vida en aras de la república; puede ser, también, pagar impuestos, porque
se destruye parte de la producción pero se la destina a la preservación de la república).
Entonces el punto fundamental que hace a la licencia como distinta de la libertad, es que la
destrucción licenciosa es irracional: queda pendiente demostrar cuándo una destrucción es
irracional y cuándo es racional.
“La ley natural que impera en el estado de libertad nos obliga a todos” .
Es decir, tiene la misma fuerza desde lo racional: en tanto que humanos debemos agachar
la cabeza ante lo racional. Locke necesita que lo mismo acontezca con la ley natural, ya
que de esa manera podría rescatar, en el estado prepolítico, una obligación. El eje de la
argumentación de Locke es que el compromiso sobre el cual el ser humano debe vivir es la
obligación. Los seres humanos no pueden vivir sin una obligación fuerte, pero la base para
esa obligación (la sustancia coactiva), sin embargo, no debe ser política, sino natural. Si no
hay una obligación natural, ¿de dónde saca él que el poder político debe tener límites
distintos de los que emanan del poder político mismo? Necesita una fuente de obligación
diferente del poder político, para así poder decir “estoy fundando el Liberalismo”, sino no
lo puede decir. El ABC del Liberalismo es que el límite del poder político está en algo que
no es político. Es decir, el límite al poder político no es un autolímite del hombre político.
Cuando un hombre político se autolimita, obra bien de acuerdo a su naturaleza. Entonces
estas primeras páginas están centradas en la naturaleza y en la obligación dura. En la
naturaleza hay una obligación dura, en donde el estado todavía no es visualizado. Si
ustedes piensan en Hobbes, lo que hay en el horizonte cuando no se visualiza aun el
Estado, es una situación insostenible. Hay que abandonarla: ese es el derecho natural, y en
Hobbes no se puede vivir de acuerdo a él. Para Locke, en cambio, en este primer momento
(después vamos a ver que tampoco) se podría vivir de acuerdo a las leyes narurales. Es
decir, las leyes naturales en uno y otro no son lo mismo.
La ley natural impera en el estado de naturaleza. Es una rectoría acompañada por
una obligación muy fuerte. La libertad y la igualdad no excluyen una obligación. Ahora
bien:
“[...] la ley natural enseña a todos los hombres que quieran consultarla [...]”
¿Qué quiere decir este “enseña”? Hace referencia a todos los hombres que no quieran
desestimarla o distorsionarla, es decir, que no la ideologizan. “no es necesario acudir a
ninguna instancia colectiva”, porque no aparecen instancia mediadoras entre lo universal y
lo particular. Si para acceder a la verdad de la ley natural, necesitáramos una institución
mediadora, lo prepolítico no podría determinar a lo político, ya que esas instituciones estaría
ya asentadas. ¿Un católico qué hace?, le pregunta al cura de su religión; ¿un protestante
qué hace?, le pregunta al cura de su religión; ¿qué hace un hombre libre en estado de
naturaleza?, se mira el corazón, es decir, dialoga con su conciencia. Él dice, así como dos
más dos es cuatro, todo aquel que lea u oiga a su conciencia racional acerca de la ley
natural, con la misma amplitud de criterio con que estudia matemática, va a llegar a la
misma conclusión.
¿Qué enseña?
“Que siendo todos iguales e independientes, nadie debe dañar a otro en su vida, salud,
libertad o posesiones”.
Entonces aparece esta obligación de no dañar lo que van a ser los componentes de la idea
lockeana de sociedad: la vida, salud y libertad, o bienes y cosas poseídas. Hasta ahora
podemos decir que el razonamiento ha funcionado de una manera que podrá tener
premisas discutibles, pero el carril argumentativo es homogéneo. Ha razonado en términos
de razón general o una cosa así. Todavía no sabemos de dónde saca esta obligación
natural. Sabemos que es autoevidente: la razón es la vía de acceso a la razón misma.
Podríamos preguntarnos porque Locke infiere esto de las mismas premisas, cuando
Hobbes de ellas infiere todo lo contrario. Sin embargo el argumento, al menos, es claro.
Ahora, ¿por qué, de dónde proviene esta obligación natural? Y aquí la argumentación da un
paso decisivo adelante:
“Pues al ser, todos los hombres, la obra de un Hacedor omnipotente e infinitamente sabio,
todos ellos siervos de un único señor soberano, y llegados a este mundo por orden Suya, y
para servicio Suyo, son propiedad de ese Hacedor y Señor que los hizo para que existan
mientras le plazca a él y no a otro”.
Esta es la explicación de por qué no hay que dañar a nadie. No hay que hacerlo porque el
punto sustancial en donde se apoya toda la metafísica de jurídico-política de Locke, es la
premisa “productor-propietario”. De la idea de “productor” se infiere necesaria e
inevitablemente la de propietario. Ese es el punto esencial, a mi entender, sobre el que se
sostiene la idea de obligación natural. No siendo nosotros los productores de nuestros
prójimos, no somos sus propietarios. Vivimos todos en suma libertad e independencia por
naturaleza, ya que nadie es el productor del otro. No siendo los propietarios, tenemos que
respetarlos. Entonces la remisión a Dios cumple la forma de presentar la premisa que, en
términos no religiosos (pero que claramente son una lectura focalmente marcada de la
creatio ex nihilo), sostiene que el Supremo Hacedor es el Supremos Propietario. Entonces
es partir de esta idea de que sino se es propietario no se tiene derecho al uso de eso que
no
es propiedad de uno, se infiere la obligación natural -que en el estado no aparece por
ningún lado- de no dañar al otro.
Acá se toca claramente el juego entre remisión a la trascendencia e inmanentización de esa
trascendencia. La maniobra que hace Locke es muy importante, porque no sólo propone el
fundamento de una obligación no política, prepolítica, y por ende capaz de (luego) valer
como determinante de la obligación política, sino que esa obligación entre seres humanos
prepolíticos no nace de pacto alguno, hay obligación antes del pacto. El pacto, entones, ya
tiene atrás una ley que le da sentido, porque cada uno de los que va a pactar ya sabe que
está obligado, ya tiene conciencia de que es un ser pecaminoso, y para ser libre tiene que
respetar. Sino su libertad es licencia: ya sabe que es malo (es bueno pero es malo). Es
bueno, por un lado porque sabe que nació para vivir en paz; es malo porque es pecador, y
para vivir en paz tiene que obligarse, respetar al otro. ¿Por qué? Acá viene el aporte de
Locke: si el ser humano no creó al ser humano, ¿qué le da derecho a no respetarlo?
“Estando todos dotados de las mismas facultades y compartiendo todos una misma
comunidad natural [...]”.
Locke está cruzando, si quieren, legitimidad burguesa y legitimidad democrática. Pero
eso es el contexto cultural amplia.
“[...] no se puede suponer una subordinación tal entre nosotros, que nos autorice a
destruirnos mutuamente, como si estuviéramos hechos para usarnos unos a otros, a la
manera en que los están las criaturas de rango inferior hechas para que las utilicemos” .
Podemos utilizar el caballo para nuestro beneficio arbitrario, si ustedes quieren. No
podemos hacer el mismo uso del prójimo. Digamos, no es que esto anule la dimensión
pragmática, sino que impone que esa relación utilitaria se establezca de una manera no
recurrente a la fuerza. Para usar el caballo, a la fuerza lo domamos; para usar al prójimo, le
tenemos que pagar un salario (como claramente se ve en el capítulo quinto). El primer
punto de este respeto en virtud de una obligación, al cual se somete toda la idea de relación
utilitaria entre seres humanos, aparece en la forma de “conservarse a sí mismo”. Y dice:
“[...] y no abandonar voluntariamente su posición [not to quit his station]” .
No tiene que abandonar el lugar donde está porque se le ocurra. Puede que esté haciendo
alusión al suicidio, porque la defensa de la República ya supone la traducción en legalidad
civil de esto último, mientras que aquí, todavía estamos en estado de naturaleza. Hecha
esta salvedad de autopreservarse, de ahí se sigue el preservar al resto de la humanidad.
Ahí la cosa se especifica enseguida sobre el final de §6:
“[...] preservar al resto de la humanidad tanto como le sea posible [...]”.
Entonces, ya aquí, la preservación de los otros consiste en respetarlos. Acá está queriendo
decir “atención, hay algunos que no lo van a hacer”. Está anunciando porqué va a haber
que pasar a la sociedad civil. Acá apareció el otro, claramente. Primero aparece por una vía
indirecta: “Dios no sólo me produjo a mí, sino también a una multitud de iguales a mí”. Y
aparece un correlato en una relación de respeto, respeto que, ante todo, quiere decir
“preservación”.
Una vez que Locke ha legitimado la obligación natural, una vez -podríamos decir-
establecido un poder legislativo natural -que obviamente es Dios, o si usted quieren, la
naturaleza-, Locke pasa al poder ejecutivo natural. Aquí sí la argumentación comienza a
anunciar el pasaje a la sociedad civil. Ahora, la cuestión es cómo se aplica, cómo se vuelve
efectiva tal ley natural obligante. La ejecución de esta ley, para mantener la paz con vistas a
conservarse, a evitar daños, etc.
La misma autoridad absoluta creadora, dice Locke, ha puesto en las manos de todos los
seres humanos -in every man's hand- la ejecución de la ley. El género humano es el
ejecutor de la ley natural: no dañes al prójimo.
La razón entonces enseña que, siendo una ley para la conducta de los seres humanos, esto
supone que puede ser y que ha de ser violada. Así, introduce, con anterioridad al orden
político, la actuación y eficacia de dicha ley. Es decir, Locke necesita poner también en el
estado de naturaleza no sólo la instancia prepolítica determinante de la dimensión
legislativa del poder político, sino también en el estado de naturaleza la dimensión
ejecutiva, predeterminante del ejecutivo político, de manera tal que los dos poderes
fundamentales de dicho orden político tengan así su a priori en la condición prepolítica; no
sólo el legislativo, según la secuencia: Dios creador - propietario - legislador, sino también
el ejecutivo, según la secuencia: ser humano - intérprete - ejecutor.
Si todos estamos obligados a respetar al otro porque así el legislador supremo nos lo ha
impuesto, cada uno de los miembros del género humano, cada yo, es ejecutor de esa ley.
Todos tienen un derecho -dice Locke- a castigar la transgresión de esa ley.
La primera gran dificultad con que nos topamos es que hay algunos que no respetan al otro.
Entonces, hay que volver eficaz esa ley. La ley se vuelve eficaz respetándola, en primer
lugar y, en segundo lugar, castigando al que no la respeta.
Lo que Locke ahora está justificando es por qué hay también poder ejecutivo que
determina en particular el castigo. Y la pluralidad de interpretaciones se resuelve en el
juego siguiente: cada uno en su conciencia lleva a cabo la interpretación, pero lo hace en
conformidad a su razón, a su prudencia, a su sensatez. Entonces, van a coincidir todos. Es
evidente, clara y distinta.
Lo que no hay en Locke es una intervención directa de Dios como poder ejecutivo: le
deja esta función al ser humano. No interviene para castigar o, en todo caso, castiga a
través del ser humano mismo. El mismo ser que comete la violación de la ley -por así decir-
se autocastiga. Dios le da la ley al ser humano, y le deja el problema del respeto y del
castigo a quien no respeta. Una ley divina sin eficacia sería absurda. Entonces, hay que
darle vigencia a esa ley. Y para hacerlo, interviene la pena. De alguna manera, el gobierno
natural es un extraño gobierno teocrático y humano a la vez, porque Dios es legislador y el
ser humano es poder ejecutivo: este esquema se va a transferir al orden político.
§ 8
Tenemos entonces esta autorización, por así decir, a castigar al que no respeta. En el § 8,
sobre todo, la necesidad de hacer cumplir la ley supone que hay alguien que no la cumpliría
si no fuera coaccionado. A continuación, aparece qué hace el agredido: tiene el derecho de
imponer la pena proporcional a la transgresión -les leo- h asta donde dicten la calma razón y
la conciencia. Nuevamente, como no hay un orden político, que es el único encargado de
traducir la calma razón, la prudencia, la sensatez en procedimientos codificados, cada uno
en su conciencia tiene que ver qué es lo que ella le dice respecto de cuál es el castigo
adecuado a la transgresión. Este es el primer aspecto: la dimensión retributiva de la pena.
Dado que has hecho esto, te lo retribuimos con esto otro.
La segunda dimensión que tiene la justificación de la pena es educativa, vale decir,
educativa para el género humano. La represión va a educar. Se trata entonces de reparar y
reprimir, de manera tal que los demás aprendan que no conviene hacer eso. Las únicas dos
razones son la de reparación del daño y la de disuasión
Aquel que ha desoído lo que su conciencia le enseña ha quedado afuera, se ha
autoexcluido del género humano. Ha demostrado que no pertenece al género humano. Dice
Locke:
“Al transgredir la ley de naturaleza, el mismo infractor declara vivir bajo otra
regla que la de la razón y la de la equidad común […]”.
O sea, en otros términos, se ha declarado un ser irracionalmente racional. Utiliza la razón
para el mal, o sea, utiliza irracionalmente la razón, porque la usa para robarme la manzana:
espera a que yo me duerma.
“Por el derecho que cada hombre tiene, merced al derecho que tiene de
preservar a la humanidad en su conjunto, está autorizado a poner obstáculos, e
incluso cuando sea necesario, a destruir las cosas dañinas. Puede infligir al
que ha transgredido la ley el castigo que pueda hacerle arrepentirse,
impidiéndole de ese modo, e impidiendo con su ejemplo, a otros para que
tampoco lo cometan”.
El verbo que usa Locke es deter, cuya raíz es la misma de terror. Es decir: impedir, o
disuadir -deter- mediante una amenaza extremadamente fuerte, imponiéndole un miedo tal
que lo eduque, a él y a todos los demás, como para no volver a hacerlo.
“Cualquier hombre tiene el derecho de castigar al que ofende -o al "agresor":
offender- haciéndose ejecutor de la ley natural” .
§ 10
En el § 9, para fundamentar la amplitud de lo que acaba de plantear en el § 8,
explica por qué, pese a no ser alguien ciudadano de un país, si comete una violación de la
ley en ese país igual va a ser castigado. Pero sigamos con el nervio de la argumentación,
que es el de la antihumanidad del agresor. En el § 10, es muy fuerte el planteo de Locke:
dice que el agresor se ha degenerado -o sea, ha abandonado, o se ha apartado del
-quitted-, género, se ha apartado los principios de la naturaleza humana. Es una criatura
nociva. Insiste mucho en esto, en varios parágrafos, porque es fundamental.
§ 11
Ahora bien, de algún modo, los dos aspectos de la pena se articulan de la siguiente
manera (§ 11). En lo que concierne a la reparación, sólo le cabe al agredido exigirla y
recibirla. Pero el castigo está abierto a todos los seres humanos que, en virtud de la
obligación del respeto, también tienen la obligación y el derecho de ayudar al agredido a
castigar al agresor. Respecto del que me robó, yo solo recibiré la reparación; pero para
atraparlo todos tienen derecho a ayudarme. Porque, habiéndome agredido a mí, también los
ha agredido a ellos. La defensa de la especie humana es una tarea común.
“Por eso todo hombre tienen en el estado de naturaleza el poder para matar a un asesino, a
fin de apartar a otros -esta es la dimensión educativa, utilitaria de la pena- de cometer un
delito semejante [...] al mismo tiempo, para proteger a los seres humanos de las acometidas
de un criminal que, habiendo renunciado a la razón -regla común y medida que Dios ha
dado al género humano- les ha declarado la guerra a todos los hombres [...]”
“[...] con aquella violencia injusta. Puede en ese caso el matador ser destruido
igual que se mata a un león o un tigre o cualquiera de las fieras con las que el
hombre no puede vivir en sociedad y sentirse seguro” .
Esto es muy importante. Locke está diciendo que en la dimensión natural rige un claro y
evidente principio de justicia que se llama guerra. Es lo que hace el que viola este principio,
y es una guerra contra el género humano. Lo que empíricamente es individual, metafísica y
jurídicamente es universal. Un particular es agredido; pero en realidad -esto es, desde el
punto de vista del derecho, acá en su dimensión natural- el agredido es el género humano.
El que viola la ley en estado de naturaleza es injusto por definición: ha declarado una guerra
injusta. Por ende, la defensa es la guerra justa. Castigar al agresor del género humano es
hacer la guerra justa contra el agresor injusto.
El que desobedece a ese control es el agresor injusto; contra él, la guerra es justa. Y esa
guerra, teniendo un fundamento natural, es superior a toda distinción política. Es decir,
ninguna distinción política tiene peso argumentativo frente a la universalidad natural de la
guerra justa contra la agresión injusta.
Hasta tal punto agresión y conciencia van juntas -por lo que decíamos: si no, no hay
responsabilidad-, que el ejemplo que pone Locke -al final del § 11- es Caín:
“Caín sintió convencimiento tan pleno de que cualquier persona tenía derecho a
matarlo como a un criminal que, después del asesinato de su hermano, exclama
en voz alta: «cualquiera que me encuentre me matará»”.
O sea: yo sé que violé la ley natural. Por lo tanto sé que cualquiera que me encuentre
tiene derecho a matarme, en tanto soy agresor del género humano.
Y de aquí infiere la fórmula del innatismo absoluto, que es la siguiente:
“De forma tan clara estaba escrita esa ley en los corazones de todos los hombres” .
Es decir, no tenemos ideas innatas, salvo todo este libro. Yo acentúo esto porque, insisto,
esta formulación no es empírica. ¿Cuál es el microscopio que encuentra la ley en el corazón
de todos los hombres? Es como la reflexión sobre el valor que hace Marx: yo abro la
chaqueta y no encuentro el valor. Me encuentro el forro de la chaqueta. O sea: el
fundamento es invisible.
§ 12
“Cada transgresión puede ser castigada en el grado y con la severidad que sea
suficiente [...]”.
Y la ambigüedad es claramente significativa: ¿qué quiere decir suficiente? Va a haber que
poner a alguien que lo determine.
“[...] para que el culpable salga perdiendo, tenga motivo de arrepentirse e
inspire en los demás hombres miedo de obrar de la misma manera”.
Esto es así en el estado de naturaleza e igualmente en la comunidad política. Entonces,
llegado este punto, Locke da una definición canónica de qué significa derecho natural,
común a los teóricos del derecho natural salvo a Hobbes, para quien es distinto porque hay
derecho y ley. Dice:
“Es indudable que tal ley -natural- existe. También, que es tan inteligible y
evidente para una criatura racional y para un estudioso de la misma, como lo son
las leyes positivas de los Estados [...]”.
Podemos, constituidos los Estados, ir a los libros y leerlas. Pero el corazón de los
hombres es tan evidente como un libro, como un código. Ahora bien, aquí, incluso, Locke
redobla la apuesta: el corazón es más claro aun que un código:
“[...] posiblemente, aun más evidente en la medida en que la razón es más fácil
de ser comprendida que las invenciones y los intrincados artificios de los
hombres que persiguen intereses [...] etc”.
O sea, los códigos pueden ser tramposos: bajo el ropaje de la universalidad, en realidad
pueden estar traduciendo en forma de ley universal lo que es una visión muy facciosa,
particularista. Mientras que la razón no engaña.
En el § 12, tras sostener que la ley natural existe, es sencilla, evidente en su
racionalidad pura, sigue diciendo:
“[...] constituye hasta tal punto la parte más importante de las leyes internas -o sea,
las leyes civiles de los países- que estas sólo son justas en la medida en que se
fundamentan en la ley de naturaleza, por referencia a la cual deben regirse y ser
interpretadas”.
En resumen: la ley natural existe, es clara, y es el fundamento de legitimidad de las leyes
civiles. Aquí tenemos la definición del iusnaturalismo. Hay leyes naturales, son
comprensibles para todo ser humano, y son el fundamento de legitimidad de las leyes
civiles.
En el siguiente parágrafo, aparece la dificultad. Hasta este punto, todo parece funcionar
bien; pero, sobre la base de juzgar con calma para no excederse en la pena, aparecen las
distorsiones pasionales, inherentes a quien es juez en causa propia. Es decir, yo sé que he
sido agredido; sé que mi castigo va a ser justo; y yo entiendo que lo debo castigar de tal
manera: aquí es donde la cuestión puede volverse más complicada. Y mucho más
complicado aun es cuando el agresor es uno mismo. ¿Hasta qué punto esa conciencia de la
responsabilidad es aceptada? ¿Hasta qué punto la culpabilidad es aceptada? No sólo -para
ser más duro- habitualmente no se tiene conciencia de la agresión cometida, sino que
tampoco se evalúa con serena y calma racionalidad la agresión cometida por otros.
Junto con el anuncio del poder civil, en el § 13 Locke se ocupa anticipadamente de una
objeción posible: cómo es que puede existir poder ejecutivo legítimo en estado de
naturaleza. Locke no puede aceptar esta objeción, sino que debe atribuir poder ejecutivo
legítimo al estado de naturaleza para, de esa manera, reforzar después la rebelión. Porque
la rebelión es una manera de ser ejecutor legítimo en el estado de naturaleza, en estado de
guerra. Quien se rebela rompe el orden civil y entra en estado de guerra justa contra el
déspota. Y esta guerra es justa porque quien la lleva adelante se constituye en ejecutor
natural de la ley natural contra el déspota.
Tras decir esto, viene una argumentación que es referible a Hobbes: el acusado aquí por
Locke bien pudiera ser el Leviatán, donde el gobierno tiene que ser absoluto porque es la
única manera de solucionar el problema del juez en causa propia. Como este aspecto del
pensamiento de Locke no quiere el modelo leviatánico -lo digo así porque no sé si
realmente se refiere al modelo de Hobbes en sentido estricto-, realiza una serie de
operaciones. La primera, como les digo, es inscribir en el registro natural la idea de juez en
causa propia como en sí misma válida, legítima, perfectamente racional. No es irracional
ser juez en causa propia. Después tendrá que señalar sus defectos, pero en sí misma no es
ilegítima. Entonces, la rebelión será justa porque quien lo hace dice: soy juez en causa
propia. Me obligaste, vos, déspota, a ser juez en causa propia. La segunda operación
importante es la transformación de la idea de monarca absoluto.
Absoluto no está dicho en el sentido jurídico estricto, sino que quiere decir, en Locke,
déspota, mientras que en Hobbes, absoluto no quiere decir déspota, ni mucho menos. Más
bien, todo lo contrario: absoluto quiere decir liberado de las leyes. Es propio del soberano
hobbesiano estar liberado de la leyes porque el soberano es la fuente de la ley. Sería
absurdo que la fuente de la ley no estuviera liberada de la ley. Cuando hay una ley que le
molesta, la cambia. Y esto es lo que hace un poder legislativo todos los días: es fuente de
ley y, por ende, las cambia. No está atado por la ley. Y ante la pregunta de si lo ata la
Constitución, podemos decir: sí y no. Porque si la Constitución va en contra del espíritu del
pueblo que se gobierna por ella, aparece un legislador que cambia la Constitución. Así, la
de absolutez es una idea intrínseca a la noción moderna de soberanía, esto es, la creación
de un sistema constitucional llamado Estado de derecho, que supone como premisa que los
seres humanos se dan un sistema de normas para regular su convivencia. Y, como son
ellos los que se dan ese sistema de normas, lo cambian cuando entienden que esas normas
ya no sirven para lo que ellos piensan que es la convivencia. Y en esto no hay nada de
despótico. En el momento en que un poder legislativo da lugar a una ley, es absoluto: ya
está, esa es la ley y hay que cumplirla. En el momento en que la Corte Suprema de Justicia
emite una sentencia definitiva, es absoluta. Es decir, la idea misma de soberanía conlleva
absolutez.
En cambio, como en Locke hay una obligación natural, él tiene que transformar la idea de
absolutez. El poder legislativo civil -no el divino, que es Dios- no es absoluto en el sentido
en que yo estoy exponiendo ahora la idea de los modernos, en sentido puro, sino que está
obligado. No está absuelto. De hecho, absoluto quiere decir absuelto. No está suelto, libre,
absuelto respecto de la ley natural. Hobbes diría: mi poder legislativo tampoco lo está.
Pero, insisto, uno de los rasgos que vuelven distinta la ley natural de Hobbes respecto de la
de Locke es que sólo es válida en foro interno, mientras que la ley natural en Locke sí es
válida en foro externo.
Lo que le falta decir a Locke, que ya viene, es cómo es ese foro externo. Él no sólo tiene
que decir que la ley natural obliga en el foro externo sino que tiene que mostrar cómo es
ese
foro externo cuando es en conformidad con la ley natural. Lo que sucede es que comienza
por decir cómo es cuando no es en conformidad con dicha ley. Está hablando de la
agresión. Pero va a tener que decir cómo es un foro externo natural conforme a la ley
natural.
Si Locke logra mostrar una ley natural obligatoria sin soberano y un foro externo
conforme a esa ley natural sin soberano, el liberalismo está fundado. El límite del Estado
será respetar esa ley natural en el foro externo. Cuando se viola la ley natural en el foro
externo, se es un déspota. Por ahora, está mostrando que se viola; pero todavía no
presentó cómo es lo violado.
Sólo puede haber trueque -en su fundamentación, no en la empiria- porque antes los dos
comparten una misma idea de qué es un ser humano obligado por la ley natural. Entonces,
si bien es cierto que Locke niega la naturalidad de lo político, no niega la naturalidad de lo
social. Se vive en sociedad porque el hombre es un ser social, antes de haber orden
jurídico. Veamos entonces qué quiere decir vivir en sociedad antes de todo orden político:
en primer lugar, en esa sociedad se van a realizar una serie de pequeños pactos, del cual el
aludido acá es un indicio -vos me das la manzana, yo te doy el pescado; en su
concepto, es: yo te doy algo, y vos me das algo-; y en segundo lugar, entre los contrayentes
de ese pacto hay algo que es tan natural como en éthos de Aristóteles: pueden pactar
porque son seres humanos obligados por la ley natural.
Entonces, en el estado de naturaleza aparecen simultáneamente: la obligación natural y,
no sólo el lado negativo de dicha obligación, a saber, castigar al agresor, sino la parte
constructiva de la ley natural: entablemos relaciones pacíficas.
Luego de referirse a las relaciones entre los Estados y al trueque, el § 14 concluye:
“La honradez [...]”
En rigor, dice truth, "la verdad". O sea, ser honrado en el sentido de respetar lo verdadero.
“[...] y el cumplimiento de la palabra -faith, o sea, dar fe a la lógica del
intercambio- son condiciones que corresponden a los hombres como hombres, y
no como miembros de la sociedad”.
Aún sin espada pública, tenemos que respetar. Pero, como ese respeto es algo débil, va a
ser necesaria la espada pública. Sólo que el respeto no va a surgir de la espada pública,
salvo en su eficacia empírica, sino que, en su fundamentación, surge de la ley natural.
El elemento natural durante la sociedad política sobrevive intacto en aquellos
sectores indiferentes para la sociedad política, y sobre todo, se mantiene como la fuente del
criterio para determinar la legitimidad o no de la acción política. La persistencia de lo
natural en la condición civil, en parte está dada por ciertos espacios de naturalidad
subsistentes en la sociedad civil: aquellos donde el Estado no tiene por qué intervenir. Uno
de estos espacios corresponde a la conciencia religiosa: en la medida en que es un
problema de conciencia, el soberano no tiene por qué intervenir respecto de en qué se crea
o en qué se deje de creer; al menos, en tanto soberano civil. El soberano eclesiástico ya es
diferente. Además de este espacio de la conciencia religiosa, hay otros en los que el Estado
no sólo no debe intervenir porque no dependen de él sino porque además intervenir
distorsionaría el sentido de sus funciones. El espacio por excelencia en este sentido es el
del intercambio. El espacio del intercambio no es deudor del Estado en cuanto a sus formas
estructurales. Por el contrario, un soberano que pretendiera aplicar a este ámbito, que
sustancialmente -es decir, en lo que hace a su sustancia- es independiente del Estado,
estaría sobrepasándose en sus atribuciones.
En todos estos sentidos es que sobrevive el estado de naturaleza. Pero al mismo tiempo -
esto es lo que destaca al final del capítulo- no hay que confundirlos. Él destaca esta
necesidad claramente porque le tiene miedo a una continuidad entre lo natural y lo político
que contradiga la visión que Locke tiene de la relación entre ambos. Esto es, Locke quiere
evitar toda justificación del Estado que remita a una continuidad entre lo natural y lo
político tal que traspase determinados rasgos de lo natural a lo político; y sobre todo, que
traspase ciertas jerarquías innegables que aparecen en la condición natural, traducidas
inmediatamente en jerarquías políticas.
Capítulo 3. Del estado de guerra.
En líneas generales, podemos decir que el sentido general -no el único, pero sí uno de los
más importantes- de estos capítulos iniciales y sobre todo del 3, es justificar una idea
nueva, que recicla la medieval, de guerra justa. El núcleo de esta idea, ahora planteada en
clave liberal, es que justa es aquella respuesta violenta a una agresión previa, que, en tanto
agresión, es siempre injusta. A esto se agrega el hecho de que esa agresión injusta -aquí se
ve la nota más moderna- es una agresión contra el género humano. En el o los individuos
agredidos está ya la agresión al género humano en su totalidad.
De esta manera, Locke ya prepara el terreno para la justificación de la resistencia contra
el déspota, esto es, contra el agresor injusto. Aquí, como en numerosos puntos de su
razonamiento, hay una inmediatez llamativa entre los términos de la mediación filosófica,
esto es, entre lo universal y lo individual. En algunos puntos, a Locke no le genera ningún
tipo de dificultad el sube y baja de lo universal a lo individual y viceversa. Aquí, por
ejemplo, es inmediato: agrediendo a un individuo, se agrede a lo universal, al género
humano. Podríamos decir que entre el caso y la clase hay inmediatez- un agredido equivale
a “todos agredidos”.
Y además de esta connotación que tiene la idea de guerra justa en Locke, la connotación
primera, que está en la fórmula misma: reaparece la idea de que los adversarios en guerra
caen bajo el criterio de justicia. Si recuerdan, Hobbes en el Leviatán expulsa del espacio de
lo natural la idea de justicia; sobre todo, de la dimensión exterior de lo natural, no de la
interior, conciencial: en el foro interno sí aparece la idea de justicia, pero no en el foro
externo. En este último, no tiene sentido calificar la guerra como justa o injusta. En cambio,
Locke vuelve a introducir la justicia en las relaciones no civiles. De esta manera, uno de los
contendientes es justo y, por definición, el otro es injusto.
El estado de guerra es una situación de odio y destrucción. Es aquel donde se atenta
contra la vida. Pero este atentar contra la vida tiene una serie de requisitos. Ante todo, basta
con que sea un propósito evidente: la manifestación de una intención ya es agresión. Y lo
importante es que esa manifestación no sea el resultado de un arrebato pasional sino que
tenga detrás una reflexión, es decir, que se hayan sopesado antes las razones; que haya
habido algún tipo de extraña irracionalidad racional: irracionalidad, en tanto da lugar a una
agresión; y racional porque no es el mero estallido de una pasión momentánea o el
resultado de alguna disfunción orgánica en el agresor. Esto es fundamental porque, si así
fuera, si hubiera una inmediatez entre lo físico -en sentido amplio: lo bajo, lo pasional, lo
material- y la conducta agresiva, quien llevara adelante esta conducta no sería responsable,
o lo sería con muchos atenuantes.
De esta manera, el agresor es una figura extraña: tiene que pertenecer, o quizás mejor,
haber pertenecido al género racional, pero mediante una decisión meditada, haberlo
abandonado. Porque si no perteneció nunca, es un animal, y por ende, si actúa a la manera
de un animal, se debilita la idea de agresión y la consecuente idea de resistencia justa
contra el agresor. Al mismo tiempo entonces es tan importante la idea de agresión que no
es necesario esperar al hecho: basta con que esa meditada irracionalidad se haya hecho
manifiesta de un modo sensatamente claro. Basta el símbolo externo, la palabra, la mera
exteriorización declarativa de una intención. Locke dice: by word or action, donde la
conjunción or es muy fuerte. Por cierto, si fuera una acción agresiva, no habría dudas, pero
tampoco las hay para Locke, porque alcanza la palabra reveladora de una intención
agresiva. Locke une significado y significante de manera muy fuerte, de manera tal que si
alguien le dice a otro “te voy a matar”, eso ya significa que es agresor. Detrás de esas
palabras hay una intención meditada, un propósito establecido reflexivamente, con
serenidad. El término que él usa, si lo tradujéramos, equivaldría a sedado. O sea que no
sólo es extrañamente irracional sino tranquilo. Un ejemplo: Otelo, que se toma todo su
tiempo para ahorcar a Desdémona. Ahora bien, aunque existe esta reflexión, de todos
modos es alguien que se deja llevar por una pasión porque agrede en vez de intercambiar.
Pero este dejarse llevar, no es un impulso inmediato, sino meditado; es sosegadamente
agresivo. Se toma el trabajo de pensar su agresión.
Aquí lo importante no es sólo la imputabilidad del agresor en tanto no obró a la manera
de un animal, esto es, motivado inmediatamente por un impulso irracional, sino que además
aplicó una mediación racionalista a una motivación irracional. Y a partir de esta situación,
basta con que se vuelva lo suficientemente evidente la intención, sin que no sea necesaria
la acción en sentido estricto, para que ya haya decretado la guerra. Dense cuenta de que
esto quiere decir lo siguiente: un parlamento dominado por el rey y sus secuaces, que pone
un impuesto muy alto ha meditado una medida irracional, por lo cual ya hay que resistirle.
Habiendo introducido un criterio de justicia universal, esto es, natural, y absoluto en este
sentido, se desdibuja la diferencia entre enemigo y criminal. Porque en el estado de
naturaleza lo que hay es alguien que agrede, y basta. Ese agresor es injusto. Agresión e
injusticia van juntas. Entonces, siendo este el fundamento de todo lo que pueda pasar
después en la sociedad civil, la indistinción entre enemigo y criminal, propia del estado de
naturaleza también reaparece en la sociedad civil. En última instancia, se viva en estado de
naturaleza o se viva en la sociedad civil, lo que hay es agresores injustos e inhumanos.
Desde este punto de vista, las distinciones civiles son accesorias.
Son dos guerras: una agresiva y otra preventiva y/o defensiva. Y esta diferencia
es la que marca la distinción previa entre justo e injusto: la agresión es siempre injusta, la
defensa es siempre justa. Porque, insisto, se agrede al género humano. Esta es la clave:
con cada agresión, aunque sea a uno solo, se agrede a lo universal. Y de un modo tal que
es absoluto, porque lo que está en juego es la destrucción.
En §16, está claro. En el estado de naturaleza está aquél que viola las leyes naturales y me
amenaza con destruirme. Por lo cual yo tengo el derecho -que me da esa misma ley natural
a destruirlo. Porque la ley fundamental es la preservación de sí mismo y del género
humano.
Pasemos a §17, donde se refiere a cómo es esa intención manifiesta. Lo que se está
manifestando es la intención de someter a un prójimo e igual a un tipo de dominio absoluto
no justificado por la naturaleza, esto es, irracional. Este poder absoluto aparece como el
poder de disponer de la vida. Todavía no ha hablado de la propiedad, pero ya veremos que
la vida es uno de los componentes de la noción de propiedad. Entonces, en realidad, el
poder absoluto es la intención de disponer de la propiedad del otro, y por ende, también de
la vida del otro, sin que esto esté justificado por la naturaleza. Hay una intención de
esclavizar, de arrebatar la libertad -la libertad es otro componente de la noción de
propiedad-: y el que demuestra tener intenciones de arrebatar la libertad es dable suponer
que va a arrebatar todo: la vida en sentido estricto -aunque hay una ambigüedad en la idea
de vida-, la propiedad en el sentido de los bienes poseídos- y la libertad.
Desde ya, el principal agresor será el déspota. En este sentido, el final del § 17 es un
resumen que muestra la clave de la argumentación:
“Aquel que, hallándose en la condición propia de la sociedad civil [o sea que
aquí ya no se trata sólo del estado de naturaleza] se propusiera privar a los
miembros de la sociedad o del Estado en cuestión [está muy claro: ya se vive en
la república] de la libertad que les pertenece, debe suponerse que tiene la
intención de quitarles todas las demás cosas. Será considerado entonces en
estado de guerra”.
De algún modo, el agresor obra con conciencia. Este es el elemento que vuelve justificada
la rebelión contra él. En el parágrafo siguiente, Locke acentúa esta cuestión. Hasta tal punto
es central la idea de propiedad -que definirá después como vida, libertad y bienes- que
entiende que es justo matar a un ladrón, aun cuando este solamente haya robado
pertenencias materiales, sin provocar daños físicos, sin atentar ni haber manifestado
intenciones de atentar contra la vida del agredido. Esto es coherente, en el sentido el hecho
de ejercer el agresor un poder absoluto sobre esos bienes -puede pensarse en un robo en
la vía pública o, nuevamente, en un impuesto exagerado-, en realidad es un atentado contra
mi persona, porque esos bienes son yo mismo, objetivado. Me están agrediendo a mí,
porque esos bienes, metafísicamente, son yo mismo. En este sentido, defenderse justifica
matar al agresor, como a un lobo o a un león. Y en este punto, el pasaje de lo privado a lo
público, del individuo al Estado, de la agresión a la criminalidad es directa, o, al menos, de
lo uno a lo otro hay un camino asfaltado.
En §19, donde sigue trabajando el mismo problema, aparece su contexto teórico
doctrinario, es decir, hace las distinciones que cree necesarias, dado que hay quienes han
confundido las cosas. El estado de naturaleza -esta fórmula es muy común, en la época- es
de paz, benevolencia -recuerden que Hobbes dice todo lo contrario-, ayuda mutua, y mutua
defensa. El de guerra es un estado de enemistas, malevolencia, violencia y destrucción
recíproca. Ahora bien, no es que la sociabilidad excluya acciones bélicas: incluye aquellas
que son defensivas, ya sea de prevención o de respuesta a una agresión. Y esto quiere
decir, aclara Locke, que no es necesaria la existencia de un poder político para que esté
justificada la respuesta defensiva frente al agresor. Así, el momento pacífico constitutivo de
la sociabilidad natural está dado por el hecho de que se obra en conformidad a razón, en la
medida en que para obtener lo que es de otro -sus palabras, sus ideas, sus sentimientos,
sus objetos- se recurre, no a la violencia, sino al intercambio. Mientras que todo lo contrario
acontece en el estado de guerra. Hay un momento de guerra en el estado de naturaleza,
pero como dije recién, es guerra defensiva.
Dicho todo esto, podríamos armar el planteo de la siguiente manera. La situación natural
conlleva inmediatamente paz, intercambio pacífico. Y esto, tanto con un juez imparcial
como sin la existencia de un orden político. Entonces, en la medida en que, bajo un orden
civil, subsiste protegida por ese orden civil esta situación de intercambio racional, esto es
natural. Y hay una respuesta bélica al agresor siempre injusto también, sea en el estado de
naturaleza sin juez imparcial, sin soberano, o sea, estado de naturaleza en sentido estricto,
ya sea con o bajo un juez imparcial. Porque también quien delinque en un orden civil es un
agresor del género humano. Al final del § 19, lo dice con gran claridad:
“La falta de un juez común con autoridad pone a todos los hombres en estado
de naturaleza [vive en situación natural aquel que no vive en una república]; la
fuerza sin derecho [lo cual es casi pleonástico porque si hay fuerza, ya no hay
derecho] sobre la persona de un hombre produce un estado de guerra, tanto
donde hay un juez común como donde no lo hay” .
O sea que, aun en el orden político, persiste como criterio identificador de las relaciones
el hecho de que el que me agrede, violando las leyes positivas, es mi enemigo absoluto.
Cuando esos actos de agresión alcanzan una determinada magnitud, ese agresor, antes
que delincuente o criminal, es -término que volvió famoso la prensa norteamericana- el
enemigo público. La idea de enemigo, que forma parte de la guerra, subsiste al interior del
Estado. Mientras que Hobbes la expulsa: dentro del Estado, lo que hay es delincuentes,
violadores de la ley positiva. Porque la enemistad forma parte de la guerra, no de la
violación de la ley positiva. En cambio, quien subordina la dimensión política a la
dimensión natural, subordina asimismo la definición de delincuente, criminal, etc., a la
definición de enemigo. Dicho de otro modo, en Locke la distinción entre lo intraestatal y lo
extraestatal es muy lábil, muy provisoria, muy débil. Del mismo modo, desde esta
perspectiva, la guerra no es necesariamente, ni mucho menos, una situación entre Estados,
sino una situación humana más sustancial que lo definible a partir de las distinciones
políticas, que son secundarias respecto de estos conceptos que estamos viendo ahora.
Para Locke, el que agrede donde no hay estado civil está agrediendo a la sociabilidad
natural. El que agrede dentro de una república está agrediendo al ciudadano y al hombre, a
los dos a la vez. Mientras que -para que quede claro- en Hobbes, el ciudadano que
abandona su dignidad de tal y se vuelve delincuente está agrediendo o perjudicando, como
delincuente o criminal, a un ciudadano. Pero si realiza los mismos hechos físicos fuera del
Estado no es ni criminal ni delincuente: está obedeciendo al derecho natural.
En los parágrafos que siguen de este capítulo se hace evidente cómo el planteo hecho
hasta ahora permite dar sentido plenamente racional a la resistencia a aquel agresor
específico y peculiar que es el otrora soberano devenido déspota. Locke está relegitimando
la doctrina escolástica del tiranicidio. Esta doctrina, luego es fundamentalmente católica; a
los protestantes, les conviene el tiranicidio cuando están queriendo tomar el poder; pero
después, al haber unificado en la misma figura: príncipe de la Iglesia-príncipe civil, ya el
tiranicidio mucho no les conviene. El argumento de que la eliminación del soberano juzgado
malo lleva a una situación peor que la juzgada mala, para Locke, no corre más.
Aquí está dando los conceptos necesarios para que se infiera que es preferible vivir en
estado de naturaleza que bajo un déspota. Y de hecho lo dice: en estado de naturaleza, por
lo menos, me puedo defender, mientras que la defensa en una sociedad civil devenida
despótica es mucho más complicada. Después le dará todo un tratamiento especial a este
elemento típicamente moderno, según la manera en que lo está justificando Locke, del ius
resistendi, o sea, el derecho a la resistencia.
El enervamiento, la debilitación de la distinción entre lo político y lo natural está hecha
sobre la base de la común caracterización de la agresión. La agresión es caracterizada de
la misma manera fuera y dentro del Estado. La agresión es la acción del injusto que
pretende y/o lleva a cabo un ejercicio de poder absoluto contra seres humanos. Insisto:
dentro y fuera del Estado. Así, desde este punto de vista, salta el muro y pasa por debajo de
la frontera esta idea de agresión. Una vez que esta idea entra en el Estado, genera la
impresión de que la resistencia al déspota forma parte de la lógica del orden civil, porque
esta lógica se está apoyando sobre nociones de justicia e injusticia que le vienen desde
afuera.
El primer aspecto de la cuestión es que la justificación lockeana de la república incluye
un derecho estatal, civil, a resistir al déspota.
Entonces, la desobediencia a la constitución nunca puede ser civil. Esto, en Hobbes está
muy claro. Ahora bien, a mi entender, en Locke tampoco es un derecho civil. Pero estamos
viendo que hay un problema: entra a la república, como fundamento, sobre la base de este
juego entre agresión y defensa.
En realidad, la resistencia al déspota es justa porque esa resistencia es la defensa de la
sociabilidad natural. Esto es, el déspota ya ha roto con la república, o la ha derrumbado. No
es el caso de cuando la república desacredita a sus funcionarios ejecutivos. Este es otro
caso, en el cual la república funciona bien. El que ha pretendido ejercer un poder absoluto
es el ejecutivo. Entonces, contra este agresor, se defiende la república. El problema es
cuando el aparato de soberanía y ejecución oprime despóticamente al pueblo ciudadano.
En este caso, lo que este pueblo ciudadano invoca para legitimar la resistencia al déspota
es una sociabilidad natural, racional y pacífica no deudora de ningún a priori político para su
autoconstitución como tal, es decir, como sociabilidad natural, racional y pacífica.
Entonces, siendo lícita esta irrupción y la función sustancial que en el espacio político
cumple la lógica de la sociabilidad natural, es también coherente que emerja dentro de ese
espacio político ese momento central de la sociabilidad natural que es la defensa contra le
agresor, contra le injusto. Mientras que en el caso de Hobbes, donde la resistencia también
-
y obviamente- pertenece ala dimensión de lo natural, y no de lo civil, como lo civil se
constituye en una muralla para evitar que penetre lo natural, la lógica de lo civil no puede
admitir la resistencia. En ambos autores, el fundamento de la resistencia es natural. Ahora
bien, en Locke, el orden político aparece apoyado en esa naturalidad, y entonces resultaría
coherente que emergiera el motivo de la resistencia al déspota dentro del orden civil, y
hasta podríamos decir, en beneficio de ese orden civil. En el caso de Hobbes, la resistencia
pertenece al orden natural; pero la frontera es para que no penetre lo natural porque lo
natural trae guerra. Aclaremos: en Locke trae paz y guerra, mientras que en Hobbes trae
siempre guerra. En Locke, lo natural trae guerra si el orden civil se vuelve despótico, y paz
si se basa en y perfecciona al, orden natural. Por eso digo que entonces, en Locke, es
coherente que aparezca esta idea de una oposición extrema, dentro del perímetro del
Estado. Y este no es un problema de eficiencia de las fuerzas de seguridad, sino un
problema conceptual: el Estado no tiene una solidez conceptual tal que pueda excluir el
derecho de resistencia en suestructura filosófica. La metafísica de la estatalidad en realidad
es un subcapítulo de la metafísica de la naturalidad. En cambio en Hobbes son como dos
libros diferentes. El que lee uno no puede leer el otro. O mejor: el que lee uno, lo hace para
cerrarlo y no leerlo nunca más.
La fundamentación de la resistencia está en la conciencia del ciudadano agredido, porque
esa conciencia es el sacta sanctorum de la libertad natural. Allí está la fortaleza
inexpugnable de la libertad natural: en el yo pienso. No hay déspota capaz de destruir esta
fortaleza. De aquí nace la justificación de la resistencia. Porque el problema que tiene este
tipo de guerra es que aquellos que se sienten agredidos puedan equivocarse; no tanto,
quizás, en la valoración de la agresión, sino sobre todo en la valoración del castigo
adecuado a la agresión recibida.
Ya no es la Iglesia romana, la que decide si la rebelión es justa o no, sino que ahora es
-esta es el tamiz protestante- la conciencia de cada uno, la que dialoga con Dios. El lugar
del diálogo con lo universal es la propia conciencia. Claramente -en el siglo XVII, al menos,
aunque quizás siempre- “yo pienso” quiere decir “yo dialogo con Dios”.
Locke no puede poner a aquellos que se defienden del agresor injusto en una situación de
inmediatez que no tiene ni siquiera el agresor injusto. Entonces, así como el irracional
razona su agresión, el justo y racional razona su defensa. Y el primer paso de esta
mediación racional acontece en el interior de cada uno: ¿qué hago: me rebelo o no me
rebelo? Por cierto, más allá de lo que pase en la empiria, el argumento tiene que seguir
adelante, y hay que considerar qué pasa cuando la respuesta que me da Dios en mi
conciencia es rebélate. Lo que pasa es que tengo que ir a la guerra. él después va a ser un
poco más concreto y va a decir: los pueblos no se rebelan porque una ordenanza haya
afectado a un número elevado de ciudadanos. Tiene que tratarse de una larga serie de
injusticias. Pero ahí ya entramos en la particularidad empírica de la cuestión. En su
concepto, la justificación de la resistencia es la siguiente. Lo que me queda de natural en
esta situación peligrosa, agredido por un déspota, es, ante todo, mi conciencia. porque el
déspota traba mi actividad productiva, traba el mercado, traba el intercambio de ideas, pero
lo que no puede trabar es mi conciencia. en ella yo oigo a. Apelar al Cielo, entonces, tiene
este momento: que decidan las armas. Y si me equivoqué, Dios me castigará.
En el § 21, se refiere al pasaje bíblico donde se habla de Jefté. El razonamiento de Jefté es
de hierro: apelamos al Cielo, y fuimos a la guerra. Teníamos razón porque ganamos. Esto
quiere decir que Dios nos apoyó. Nuestra causa era justa. Locke alude a dos batallas de
Jefté, y la segunda es terrible porque Jefté, increpado por su conducta contra los amonitas
por parte de los ephraimitas, Jefté les dice: no, ustedes antes habían sido injustos conmigo.
Ahora, no me reprochen nada a mí. Entonces, los derrota en batalla. Pero a diferencia de la
batalla anterior, que había sido contra los amonitas, los ephraimitas eran israelitas como los
galaaditas, por lo cual entonces se podían mimetizar más fácilmente, aunque no hablaban
igual, por ser de diferentes tribus. Lo que hicieron entonces los galaaditas fue, en un vado
del río Jordán, ir pasando de uno en uno, y haciéndoles pronunciar a toda la población civil,
una palabra: Shibolet. Los ephraimitas pronunciaban Sibolet, delatándose, y eran
degollados. La Biblia dice que Jefté degolló cuarenta y dos mil ephraimitas por pronunciar
mal la palabra que significa espiga, Shibolet.
Entonces les decía que todos estos textos que estamos viendo exponen la idea de la
sociabilidad natural, aparece la idea de la antisociabilidad natural, y ligada a ella aparece la
idea de esclavitud. Lo que nos está faltando es un desarrollo mayor de la sociabilidad
natural. Esto lo va a hacer Locke en el capítulo siguiente. Antes continúa el momento
negativo, el momento de la guerra, lo cual conlleva esclavitud. Aunque no leamos este
capítulo podemos inferir que si somos libres e iguales la esclavitud no puede ser legítima.
Sin embargo, bien pudiera ser que hubiera un tipo de esclavitud legítima ligada a la lógica
de la guerra. Entonces, conceptualmente está muy cerca del problema de la guerra, el de la
esclavitud. Locke, para hablar de la esclavitud comienza hablando de la libertad: define la
libertad natural y la libertad civil.
“La libertad natural del hombre consiste en ser libre de cualquier poder superior
sobre la tierra y en no estar sometido a la voluntad o autoridad legislativa de
hombre alguno, sino en tener sólo a la ley de naturaleza como norma” .
Él acá juega con “poder superior en la tierra” por un lado, y con estar sometido a la
voluntad o autoridad por el otro, entonces tenemos que se es libre en condición natural
cuando nadie ejerce una violencia agresiva contra nosotros dominándonos o bien cuando
no estamos bajo un poder legislativo (república). En el primer caso es ilegítimo y en el
segundo es legítimo, pero no es su libertad natural. Yo soy libre naturalmente, entonces,
cuando no soy agredido, y cuando no soy ciudadano. Son dos situaciones en las cuales no
soy sometido, no estoy under o “debajo de”. Estas son las definiciones negativas de
“libertad natural”. La definición positiva de libertad natural se da cuando se acatan los
mandatos de la ley natural. Entonces aquí ya vemos un problema con Hobbes, aunque
Locke no esté pensando en él sino en Filmer, que trata de justificar un poder civil que es
absoluto. Así, la libertad natural, si es concebida como “obedecer a la ley natural”, es
eterna: en la medida en que siempre obedezca las leyes naturales soy libre. Cuando
obedezca a la ley civil, si ésta es de la República también estoy obedeciendo a las leyes
naturales –ya que la República se constituye en tanto tal, cuando interpreta o aplica la ley
natural. Si las leyes civiles, lejos de ser la aplicación concreta de las leyes naturales,
violentan a las mismas, entonces vive en el despotismo.
La ley natural es eterna, entonces, ya sea en el estado de naturaleza o en el civil, porque
es la sustancia legitimante de la ley civil. La libertad civil está sometida a un poder
legislativo que ha sido establecido por consenso. Obedeciendo al poder legislativo
republicano, estoy obedeciendo a la ley natural. El Poder Legislativo es tal en la medida en
que surge del consentimiento y produce normas que refuerzan, protegen y confirman las
leyes naturales.
Entonces la libertad civil consiste en tener (t o have) una regla estable común a cada uno de
los miembros de esa sociedad:
“[...] la libertad de los hombres sometidos a un régimen de gobierno consiste
en tener una norma para vivir según ella; norma común a todos los miembros
de esa sociedad y hecha [made] por el poder en ella establecido” .
Entonces, en un caso sigo inmediatamente a mi conciencia como voluntad (es decir, en
mi conciencia encuentro las leyes naturales, las comprendo, y mi voluntad me lleva a actuar
conforme a ellas en el estado de naturaleza), en el otro tengo la ayuda de que si mi
conciencia no logra manejarse adecuadamente con las leyes naturales -como yo di mi
consentimiento a que alguien las interpretara y taxativamente determinara qué significa
obedecer a ellas- obedeciendo a las leyes civiles, obedezco a las primeras. Yo no sé si un
determinado gesto es matar o no. Si el poder legislativo que determina qué quiere decir
matar surgió de mi voluntad, y la definición que da de matar contribuye a la protección de
la vida, propiedad y bienes, entonces obedeciendo lo que dice esa ley, me evito todo
problema de interpretación. Si no estoy de acuerdo me desplazo de la ciudadanía hacia la
resistencia y rebelión. La libertad civil aparece como una suerte de continuidad y
profundización en el sentido del mejoramiento en lo que hace, sobre todo, a la eficacia de
las leyes naturales.
La restricción de la libertad natural es la ley natural, y la restricción de la libertad civil es
la ley civil. Ahora, mientras que la primera es eterna, es lo universal, lo natural divino; la
segunda es humana –ahí surge el problema de la política y el derecho. Lo natural se opone
a lo artificial –a lo civil en tanto constructo-, lo civil se opone a lo despótico. Tengan en
cuenta que también lo natural se opone a lo despótico, pero la ley civil tiene mayor
posibilidad de éxito en su oposición al despotismo, en la medida en que concretiza las leyes
naturales y las defiende de una manera más adecuada que lo que sería repeler a un
agresor en estado de naturaleza.
Entonces, ¿qué pasa con la esclavitud, la negación de la libertad frente a un sometimiento
arbitrario? El problema que se le presenta a Locke es no aceptar la idea de la esclavitud
voluntaria, es decir no aceptar la legitimación de la esclavitud a partir de un acto de
consentimiento, porque si el consentimiento valiera para la esclavitud, perdería fuerza
respecto de la relación política. Si se invoca el consentimiento para la relación de
esclavitud, un régimen análogo a la esclavitud sería político. Por eso, para Locke es
fundamental que la idea de “consentimiento” quede circunscripta a la relación política.
Entonces, de algún modo la presentación de la incompatibilidad entre consentimiento y
esclavitud, es que nadie racionalmente daría el consentimiento a algún tipo de nexo que
pone en peligro lo que es el objetivo de toda acción racional –que es la preservación de sí
mismo y del género humano. Lejos de preservarme, consintiendo a ser esclavo, más bien
me destruyo (independientemente del hecho de que mi destrucción sea inmediata)
diferidamente, siendo posesión de mi amo –el cual puede destruirme cuando ya no pueda
utilizarme. La esclavitud por consentimiento es irracional, porque la razón indica
“presérvate”, y nunca puede indicar “consiente a ser esclavo”. En rigor, Locke reforzará
ahora esta idea, alegando que no sólo la esclavitud es contradictoria con la
autopreservación, sino que además no tenemos el mínimo derecho a alienarnos como
esclavos, porque no somos productores de nosotros mismos. O sea, retoma el argumento
que utilizó cuando justificó la obligación natural. No tenemos derecho natural a agredir, y
toda agresión es violatoria de las leyes naturales, en la medida en que no somos
propietarios del otro porque no lo hemos producido.
“Pues un hombre, no teniendo poder sobre su propia vida, no puede por pacto o
por su propio consentimiento hacerse esclavo de nadie ni ponerse bajo el poder
absoluto y arbitrario de otro hombre que le quite la vida cuando le plazca” .
Es obvio que este poder, no puede ser el físico, porque desde el punto de vista físico sí
tiene poder: salta por la ventana, se rompe la cabeza y tiene el poder físico de acabar con
su propia vida. Es un poder metafísico, jurídico-natural, de racionalidad práctica o de
política. No es poder físico. Cuando Locke niega una libertad tal como para acabar con la
propia en la forma de la esclavitud, no está negando la posesión de un poder físico, sino
metafísico como concepto legitimante de la teoría política y jurídica. Recuerden que en esta
época, lo político y lo jurídico son dos caras de una misma moneda. Nuevamente aquí, el
hombre que no tiene poder sobre su propia vida, no puede hacerse esclavo bajo un
contrato, y tampoco someterse, porque el poder se dispara, ya que no pertenece a la
dimensión empírica inmediata. Aquí está llamado la atención, Locke, sobre la idea de que
cuando el déspota es el otrora soberano, tampoco cabe invocar el consentimiento, ya que
este es para un soberano y no para un déspota. No es argumento alegar que se dio el
consentimiento a aquel al que se pretende, ahora, desobedecer. La premisa es que no se
puede dar el poder que no se tiene; no se lo tiene porque no se ha sido el productor de ese
poder. Después vamos a ver qué pasa cuando aparece la propiedad sobre la persona de
cada uno.
La esclavitud desafía o violenta esta premisa. Sin embargo, todo lo que hemos visto hasta
ahora nos lleva a que responda a razón un tipo de esclavitud muy especial que es la del
agresor derrotado. Este ya ha abandonado su condición humana cuando fue agresor,
entonces -habiendo sido derrotado- no violenta la racionalidad natural hacer de él un
esclavo. Fíjense en §23:
“Por cierto, si uno ha perdido por culpa suya el derecho sobre su propia vida
debido a un acto que merezca la muerte [...]”
El agresor es aquel que ha renunciado a la condición de propietario y, por ende, a la
condición de ser humano. Se ha transformado en un león.
“[...] aquel que ha devenido judicatario de tal derecho, como resulta de la
referida pérdida, puede posponer [cuando tiene al agresor en su poder] la ocasión
de quitarle la vida, y hacer uso de dicho sujeto en su servicio, sin cometer, por
ello, ninguna injusticia en contra de él”.
Así como hay una guerra justa, hay una esclavitud justa: la del agresor derrotado. En
consecuencia, la lógica de la esclavitud es como un subcapítulo de la lógica de la guerra. Es
una prolongación del estado de guerra.
Es el paso que introduce la pedagogización de la esclavitud: el trabajo asalariado. El pacto
que hago con el vencido es el siguiente: “yo, en vez de hacerte esclavo, te voy a hacer
trabajar doce horas, pero te voy a pagar un sueldo. Date cuenta que te conviene esto,
entonces hagamos un pacto”. Eso era lo que hacían los israelitas: se vendían por un sueldo
para trabajos que no resultaran empíricamente en el perder la vida. Ese pacto que reformula
la situación, es un pacto que abre las puertas al universo de la relación salarial. Esto es muy
importante en la descripción lockeana del estado de naturaleza, porque es la relación en
donde somos todos –simultáneamente- libres e iguales, pero esta sociabilidad natural
incluye la diferencia.
En Locke, los individuos se asocian para castigar desproporcionadamente al agresor: eso
lleva al estado. Eso no significa que no puedan asociarse. La ley natural los autoriza, y
empíricamente pueden hacerlo. Ahora, aquel que devenga ser humano que es usado como
instrumento, sin serlo tiene que incluir un respeto de su vida porque si no es un consumo no
un uso. ¿Entienden lo que quiero decir? Si yo hago trabajar a alguien 24 horas sobre 24, al
tercer día ya no tengo a quién pagarle el salario. Abre el camino precisamente esa figura
que es fundamental, que es la de multiplicar mi propia fuerza de trabajo. Hacer mía la fuerza
de trabajo ajena, porque pagándola la hice mía. Pero cuando suena el pito se la devuelvo,
porque si no sería un esclavo. Entonces deja de trabajar para mí, y se va a su casa, etc.
Que no depende de la existencia de un soberano.
Entonces, encara el problema fundamental que es el de la propiedad. Por un lado,
tenemos que por razón revelada sabemos que Dios creó al mundo todo y digamos que se lo
concedió al género humano, a Adán. Entonces, de algún modo, respecto de la naturaleza,
Adán es todos y cada uno. Es una suerte de concesionario de esta concesión divina. ¿Y por
qué lo hizo? Le dio la naturaleza al género humano para que éste pudiera preservarse. “No
vas a vivir en el paraíso pero ahí está la naturaleza para que logres o intentes lograr lo
mismo que en el paraíso tenías sin esfuerzo.”
Entonces, lo que aparece es que por razón revelada –la Biblia- o por razón natural, Adán
está frente a la naturaleza, como un propietario frente su propiedad potencial. Desde esta
perspectiva, la naturaleza toda es propiedad del género humano. Ambos son propiedad de
Dios -pero a nivel de creación-. No están en el mismo nivel naturaleza y ser humano.
El problema no es la cuestión de la propiedad desde el comienzo mismo. Al contrario, la
propiedad es eterna, porque si Dios se transforma en el sistema (la naturaleza como un
sistema racional) hace que todos los seres humanos aparezcan como humanos en tanto
que propietarios, en tanto que la naturaleza sea ante todo, aquello de lo cual, lo seres
humanos sean propietarios. El problema es, fundamentalmente, el pasaje de la propiedad
en común a la propiedad individual. Ese es el problema teórico mayor. La propiedad toda,
un sujeto total, y una propiedad total, son la premisa de todo esto. Entonces, el problema no
es justificar la idea de propiedad, sino justificar la propiedad individual. De qué manera la
propiedad individual, lejos de violar lo que Dios dispuso, a saber, “todo es de todos”, lo
perfecciona, lo complementa, lo lleva a su conclusión más racional. Ese es el problema de
Locke.
Pero acá no solucionamos el problema que presenta ser un ser humano, a saber
preservarse. Porque esta propiedad no anula la posibilidad de que el acercamiento del
género humano a la naturaleza, sea contrario a la finalidad de la preservación de la
propiedad. Tiene que aparecer un tipo de regulación tal que medie entre esta premisa
universal: “Adán propietario de la naturaleza” y “Juan Pérez es el que come la manzana”.
Entonces tiene que poder demostrar que legítimamente Juan Pérez come una manzana sin
que este consumo individual -de algo que originariamente es de Adán-, sea contradictorio.
Lo que posibilita presentar esto como no contradictorio, es que el individuo concreto
consuma lo que legítimamente es de todos. Es decir, tiene que ser una noción de propiedad
que, a partir de la propiedad en común, pase a ser propiedad individual. Entonces, que Juan
Pérez coma la manzana no es un hecho físico sino metafísico. Es una realización de la
propiedad genérica que tiene Adán sobre la naturaleza. Entonces, tiene que justificar cómo
la misma idea de propiedad no sólo justifica que toda la naturaleza está ahí para ser
apropiada, sino que es legítimo que un miembro del género humano se apropie de un
pedazo de la naturaleza.
El punto central del Liberalismo es que la idea de propiedad pueda hacer de criterio
regulador de la legitimidad del orden político, porque no necesita de la idea orden político
para ser racionalmente estable. Por eso Hobbes no es liberal. Cuando los ingleses dicen
“Hobbes es el primer pensador liberal”, no lo entienden. Pero no, es todo lo contrario.
Mientras que Locke sí es auténticamente el padre del Liberalismo, porque es el que ofrece
la matriz del criterio extra político para legitimar lo político. A partir de la polivalencia del
concepto de propiedad se abre a la posibilidad de un Liberalismo más ético, más jurídico
normativo, o un liberalismo más economicista, etc. El soberano no es necesario para que la
propiedad se erija en criterio de la soberanía. Si el soberano fuera soberano para que la
propiedad fuera el criterio, la propiedad no sería el criterio, el criterio sería la soberanía.
la clave de Locke al respecto, es que la esclavitud prolonga el estado de
guerra. Lo interesante es que Locke califique al amo como conquistador legítimo, y al
esclavo como cautivo. Esto se puede ligar a la idea de que el agresor sea el enemigo
injusto, en caso de que fuera derrotado, y por ello es merecedor de la pena de la esclavitud.
En ningún caso, el tipo de situación la justifica como para arrojar luz sobre la relación
política.El agresor, al agredir, pierde la propiedad de su propia persona, es decir, pierde su
condición humana. En ese sentido, no es un humano esclavizado, sino alguien que otrora
pertenecía al género humano (desde el punto de vista metafísico es así). No es un pacto, en
ningún caso, porque nadie puede transferir el poder sobre su propia vida. El esclavo, por
haber sido agresor injusto, ya lo perdió antes. Ahora, vamos a pasar a la propiedad, porque
hay bastantes cosas en todos los párrafos.
Pasamos a ver el capítulo más famoso de esta obra, y un poco es el pivote en torno al cual
gira la comprensión de la sociedad civil en Locke. En §25 nos propone la doble legitimidad
de la propiedad privada. Sostiene que la razón en sus dos variantes, al ser humano, le
enseñan lo mismo. La razón natural natural enseña que todos los seres humanos tienen
derecho a la preservación; la razón revelada nos enseña que Dios concedió el mundo a
Adán para que él pueda cumplir con la obligación natural de preservarse.
“Dios, que le dio el mundo a los hombres en común, también les dio la razón a
fin de que hagan uso de ella para mayor ventaja y beneficio en la vida” .
El género humano aparece como una suerte de “concesionario” de Dios, para utilizar el
mundo. Este mundo dado a Adán, es poseído en común. Hay una propiedad común, el
titular es el género humano, y su objeto es la naturaleza toda. Podríamos decir “todo para
todos”.
Yo creo que la propiedad en común no es un problema conceptual, en la medida en que
Locke, como vimos, asienta su idea de que en la naturaleza hay una obligación, jugando
con esta idea de propiedad como premisa de la comprensión racional del mundo: “Dios es
propietario del género humano, en consecuencia no tenemos derecho sobre algo que no
hemos producido, por ello estamos obligados a respetarlo”. En ese sentido, si hablamos de
“propiedad en común”, lo que importa es que sea propiedad. Entonces, el ser humano
aparece como propietario de la naturaleza. Acá no hay una dificultad teórica, al menos para
Locke. Lo acepta como sinónimo de racionalidad.
De algún modo, entonces la propiedad aparece para el hombre como consustancial con su
existencia misma. Una vez afirmado y expuesto que la naturaleza está ahí para ser
consumida, y que la relación jurídica es “todo es de todos”, el problema que surge es el de
la propiedad individual. No ya all sino any: que un individuo cualquiera tenga una
propiedad individual. Es un problema a resolver, porque si la razón enseña que todo es de
todos, tiene que haber una legitimación coherente con esta premisa de la circunstancia
siguiente: dado que el consumo es individual, porque Adán es cada uno de nuestros
estómagos y nuestras bocas, no puede ser que esta situación que es la realización fáctica
de la premisa legitimante (Adán propietario de la naturaleza) encuentre su justificación
manteniendo conformidad con la premisa. No puede ser que, siendo el consumo individual,
este mismo violente la premisa de que “todo es de todos”. Todo es de todos, pero cada uno
consume ese “todo” individualmente. En ese consumo individual, ¿se entra en contradicción
con que todo es de todos, o no? Es obvio que no se puede entrar en
contradicción porque la teoría se derrumba.
Entonces, Adán no consume, sino que somos todos nosotros los que consumimos.
Entonces tiene que haber una instancia metafísica que armonice en términos de legitimidad
el hecho de que Adán es el propietario pero Tizio y Cayo –para decirlo con los clásicos- son
los que consumen. Ese es el tema. Y entonces, lo que Locke necesita es rechazar dos
posibilidades: por un lado la designación divina de propietarios individuales. En rigor, esta
designación divina de propietarios individuales se traduciría en que Dios designa a los
monarcas, y los monarcas son los encargados de la distribución de la porción de naturaleza
(que le cabe por designio divino a cada uno de los monarcas), entre sus súbditos. Con lo
cual el poder político mantendría una prioridad respecto del sentido de qué quiere decir ser
propietario de la naturaleza para cumplir con la ley de la autopreservación. Digamos que
Dios podría haberse tomado el trabajo de designar a algunos más que los monarcas, es
más podría haber designado a todos, pero eso es lo que ha hecho Dios cuando dijo “Adán
es propietario del género humano”; entonces, un segundo paso de la decisión divina sería
que si bien Adán es el propietario del género humano, habría algunos que se tendrían que
encargar de la administración de la propiedad de Adán. Y qué mejor que en cada ámbito
social-natural, la cabeza de ese ámbito sea la que –de algún modo- controle, regule la
distribución en el interior de esa comunidad natural, de la porción de naturaleza que le
corresponde a esa porción de Adán –o a esos Adanes concretos- para preservarse. De esta
manera, la potestad del monarca designado por Dios sería absoluta, y Locke esto no lo
tolera.
Pero tampoco el pasaje de la propiedad en común a la propiedad individual puede reposar
en un pacto, en un acuerdo. No por el motivo empírico que va a dar Locke –más allá de que
pueda ser un motivo válido- sino porque está introduciendo el problema del pacto, antes del
problema de la propiedad. Si la propiedad privada dependiera del reconocimiento de los
demás –o sea de un acuerdo, de un pacto- el paso siguiente tendría que ser la de eliminar
el pacto político, porque si no lo político vendría antes de lo económico-social. Entonces, allí
habría que ir a un pacto previo, no político pero sí jurídico, en el sentido de reconocedor de
la propiedad. Ese pacto en Locke está, es el dinero. Pero si ese pacto fuera prioritario a la
condición de propietario, se generaría una especie de contradicción, porque primero habría
intercambio, pero nadie sería propietario de lo que intercambia. En Locke el pacto natural
pre-político es el pacto del intercambio: yo te doy, vos me das. El soberano no aparece por
ningún lado. Pero si la condición de propiedad privada dependiera de ese pacto, ¿qué es lo
que yo te doy y qué lo que me das? Tengo que ser primero propietario para después
intercambiar. No viceversa. Porque si yo no fuera propietario, ¿por qué habría de haber
intercambio? Entonces, no puede ser el pacto natural el a priori de la propiedad. No puede
ser la designación divina porque priorizaría el poder del monarca como supremo
distribuidor, no puede ser el pacto político porque priorizaría lo político respecto de la
situación natural. En ambos casos la instancia de autoridad sería prioritaria respecto de lo
natural. Pero tampoco puede ser un pacto natural, porque para que haya pacto natural –y el
pacto natural por excelencia es el del intercambio- antes hay que ser propietario individual.
Entonces, lo único que le queda a Locke, dado su planteo, es que el acto por el cual es
legítimo considerar que el consumo individual no contradice la propiedad de la naturaleza
toda, por parte del género humano todo, tiene que ser algún tipo de relación donde no
intervengan los seres humanos. Entonces, Locke tiene que producir una situación extraña:
el hombre justifica su relación con los otros hombres, a partir de una relación que no es con
lo otros hombres. Con la cosa. Para que yo pueda entablar una relación racional con un
igual, tengo que antes haber entablado una relación racional con un objeto físico. Porque es
en esta segunda relación natural –la que yo mantengo con el objeto físico- de donde nace el
título que me habilita a entablar relaciones con los otros seres humanos, relaciones
respetuosas de libertad y la igualdad, no de guerra, de agresión o de castigo al agresor, etc.
¿Qué les dio Dios a los seres humanos? Bueno, la tierra en común. Acá el término “tierra”
opera en una especie de sinécdoque, porque se refiere a todo lo natural. También les dio
las aguas, tema que en ese siglo cuesta sangre. Y también les otorgó la razón. Es decir, por
un lado les dio la materia prima, por otro les dio esa instancia esencial que, dado que se
trata de una relación con la naturaleza, equivale a “capacidad laborativa”.
El ser humano, dotado de razón, quiere decir dotado de las capacidades intelectuales y
físicas necesarias para cumplir con la tarea de la autopreservación.
Entonces, con la idea de género humano, a Locke se le facilita el pasaje de lo universal a
lo particular. El género humano es, inmediatamente, Juan, Pedro, Tisio y Cayo. No hay
nada que trabe eso es su misión. Para otros esto no es así, porque su Juan es Juan, la
relación entre él y Adán es complicada. Para Locke no, directamente decide que los seres
humanos en particular no ofrecen dificultades, al menos en este punto. Entonces, la razón
se va a encargar de guiar las conductas concretas para autopreservarse, y de justificarlas
desde el punto de vista de su legitimidad. Lo que justificará es “cuál es la manera más
racional de servirse de la naturaleza para obtener las mayores ventajas” (acá aparece una
teleología). La razón es el medio adecuado para el fin preserva tu vida”. Yendo a la razón
los seres humanos descubrirán la manera más conveniente, la que produce más ventajas.
Las claves son “legitimidad” y “libertad”. No puede ser que sea legítimo hacer esto, si
hacerlo nos hace perder las cosechas. Las dos cosas están pegadas.
Fíjense: el pasaje a lo individual no conlleva necesariamente a adoptar la lógica de
productor-propietario. Locke entiende que sí conlleva sólo este criterio, porque sólo en el
respeto del mismo obtenemos el mayor beneficio para el género humano. De esta manera,
la satisfacción de la racionalidad económica (mayor productividad, mejor distribución, etc.)
en condiciones óptimas, al mismo tiempo va a acompañada de la legitimidad del pasaje de
la propiedad colectiva a la individual. En este pasaje no se afecta la condición prioritaria
que tiene la idea de propiedad individual respecto de todo orden político. Es decir, no se
afecta la función de criterio para la evaluación de la racionalidad del orden político ofrecido
por el criterio de la propiedad privada en estado de naturaleza. La cuestión es simple: si el
orden político tiene que tener límites, estos no pueden ser políticos. Para que los límites
naturales sean tales, para que en la naturaleza exista un criterio delimitativo de la potestad
política, tiene que haber en la naturaleza un fundamento de la sociedad pacífica, tal que
cualquier alteración política de esa socialidad caiga bajo la crítica de ilegítima, irracional o
no aceptable.
La propiedad privada lleva al mercado, al intercambio mercantil en sentido estricto. La
ciencia económica –poco tiempo después- va a demostrar que es la manera más racional
de distribuir, porque es la única que asegura el mayor beneficio para el mayor número.
Siempre otra relación va a ser, a la larga o a la corta, más perjudicial. Claro, está el
problema de cómo se determina lo mejor. Él dice the best. De hecho, de algún modo tanto
la cantidad como la calidad están contenidas en esta idea lockeana. También en §26 él
aclara la idea añadiendo:
“[...] al menos cuando queden bienes comunales suficientes, y de tan buena calidad,
para los demás”.
Los términos que va a usar Locke para describir qué es lo mejor son “support” y
“confort”, que significan “sustento” y “bienestar” o “goce” respectivamente. Por cierto esto
reclama que una ciencia objetiva determine con precisión el por qué de esta mayor
racionalidad. Esto ya está aconteciendo en su época y, sobre todo, acontecerá en el siglo
XVIII.
Cuando yo consumo, y no consume Adán, hay un excluido que también
pertenece al género humano. Si yo me como la manzana que, hasta ese momento, era de
todos, todos menos yo están excluidos de consumir una porción de la naturaleza que es de
todos. Esto no puede contradecir ni la idea de que Dios dio la naturaleza al género humano,
ni que se dio la obligación de la preservación. La explicación de por qué no hay
contradicción es lo que tiene que dar Locke. En la razón está -en la esencia humana- la
clave de esto. ¿Por qué no es ilegítimo excluir en el consumo individual a un igual a mí?
Porque está la idea de la propiedad privada individual en donde se asientan relaciones
pacíficas en el sentido del intercambio. Yo me relaciono con los demás como propietario
privado en términos de intercambio. No intento usar la fuerza contra nadie, y nadie intenta
usarla en contra mía.
Hasta acá, Locke alude al carácter racional y pleno de este criterio previo a todo
reconocimiento. Para poder ser reconocido, ya antes tengo que ser propietario privado. La
premisa implícita, creo, es que si no se justificara este planteo ese reconocimiento sería
contradictorio (porque para que yo te de algo a cambio de lo que me das, ya tendrías que
ser propietario y yo también) o bien político (en este caso, menos todavía va a poder servir
el criterio como límite de la soberanía. La idea misma de preservación, y el hecho de que
tenemos una razón para guiar nuestro camino en vistas al cumplimiento de esta obligación,
anula esta suerte de factum insuficientemente racional de que “todo es de todos”.
Ahora bien, ¿en qué consiste este criterio? Si resumimos el primer paso, hay una
propiedad privada instaurada directamente, pero universal. Dios o la naturaleza han
instaurado la propiedad privada del género humano respecto de la naturaleza. Además de
esto, hay una propiedad privada auténticamente privada que concierne a cada uno de los
componentes del género humano, respecto de la cual radica el punto fuerte del
razonamiento de Locke, a saber, que cada individuo es propietario de su propia persona.
Todo ser humano tiene una propiedad en su propia persona. Es decir que Dios nos ha dado
la razón, que tiene una arista práctica que radica en ser cada uno propietario de sí mismo.
Por un lado Dios o la naturaleza es productora de sí misma como objeto frente al ser
humano, como fuente de la acepciones sensibles. Ahora bien, que yo no pueda agredir a un
igual tiene como correlato una situación: si Dios o la naturaleza nos dan una razón, nos dan
un ejercicio de productividad secundaria respecto al momento de productividad primario
que es el de la naturaleza toda. El gran momento de producción es el de el universo, de la
naturaleza y del género humano. Pero el ser humano aparece dotado de una capacidad
para operar un segundo gesto de productividad, análogo al de la producción inicial. Acá, si a
alguien lo teológico lo pone un poco mal, no importa si no quiere pensar teológicamente y
plantea la evolución: en algún momento de la vida de las cosas, aparece alguien que razona
de esta manera, a saber, el ser humano o el yo moderno. Todo lo que vino antes es esa
producción originaria, que la doctrina bíblica la refiere como el fiat divino, es la producción
de una situación a partir de la cual el ser humano puede operar análogamente con una
segunda producción. Así como lo que vino antes, llámese Dios o naturaleza, esa instancia
de producción es tan fuerte que produjo la totalidad de las cosas. Al ser humano que
entiende esto, se comprende a sí mismo como capacitado para un gesto análogo.
Entonces,
el lugar que ocupa la omnipotencia de Dios o la naturaleza, lo ocupa en el ser humano en
concreto esta figura de ser propietario de la propia persona. La capacidad infinita de
Dios-naturaleza tiene su analogía en “cada uno es propietario de su propia persona”. Tiene
que partir de acá, porque sino se le derrumba todo. La filosofía política de Locke, como toda
filosofía, parte del decir todo esto es racional porque todo lo demás no lo es. La razón
misma se demuestra así, sino no hay razón.
Es a partir de esta condición humana por excelencia, que uno puede enunciar como
racionalidad y propiedad personal, que el esquema puede seguir adelante. Hay una
analogía de este sujeto humano que se pone en un lugar similar al de Dios. Allí lo puso Dios
mismo o la naturaleza, pero no importa porque llegamos a lo mismo. El yo es propietario de
sí mismo, del mismo modo que Dios es propietario de todo: esto es la autoconciencia. En la
autoconciencia el ser humano se produce a sí mismo como objeto de su conciencia. Ahí
está la prueba de que el hombre es productor de sí mismo. El yo pienso debe acompañar
todas las representaciones. Yo pienso que yo tengo esta representación. Si no me
produjera
a mí mismo como sujeto de esa representación, no tendría esa representación. Entonces, la
concencia es autoproducirse. Entonces, no sólo el universo entero tiene su racionalidad en
la idea de productor-propietario, sino que el ser humano es humano porque es propietario
de sí mismo. Si es propietario de sí mismo, y es la manera en que tiene que cumplir el
mandato de autopreservación –excluyendo la fuerza y sometiendo esto a la idea del
beneficio pragmático-, a partir del hecho de que el hombre es autoproductor y
autopropietario, el razonamiento puede avanzar un paso más.
Vayamos al segundo paso, que sí es verdaderamente clave, y si de algún modo, en la
argumentación de Locke, visto desde una perspectiva más externa –el de la filosofía de la
historia de las ideas- representa el primer momento de la secularización en el sentido de
que se ha transferido la omnipotencia creativa de Dios al ser humano, y eso lo transforma
en propietaria de su propia persona; ahora hay un paso más adelante en esta
antropomorfización de las propiedades divinas, y es que el ser humano es capaz de
transferir la propiedad que tiene de sí mismo, hacia un objeto externo a sí mismo. Ese es el
punto fundamental. El ser humano es tal que puede transferir hacia el exterior, puede
exteriorizar, alterizar, la relación que mantiene consigo mismo. De manera tal que
relacionándose con otro, se sigue relacionando consigo mismo. Esto es: solo, el ser
humano
se aliena. Todo es su espejo. La relación interna es también una relación externa. La
relación de Dios con Adán, es la relación de Dios con su criatura, y es un nexo interno y
externo a la vez, es un nexo total. La relación con cada ser humano con su propia persona,
es un nexo interno: soy propietario de mi persona – por así decir- dentro de mí mismo. Si
habláramos de conocimiento, sería en mi conciencia.
Pero he aquí que aparece, un salto mortal. El hombre exterioriza esa relación, y entonces
la relación con un objeto físico, es una relación consigo mismo en la forma de objeto físico.
En Dios pensar, y dar existencia a lo pensado, es lo mismo. En el concepto de Dios, está
que pensar y conceder realidad son la misma cosa. ¿Puede hacer eso el hombre? No.
Porque es el mono de Dios, y al ser el mono, lo imita. ¿Y de qué manera lo imita? ¿Cuál es
la actividad análoga al pensar / crear, en el hombre? Si estuviésemos en el campo de la
gnoseología, diríamos: conocer; pero el conocer no fundamenta el orden político que quiere
Locke. Entonces, la única que queda es el trabajo. El vehículo de transmisión que tira hacia
el exterior lo que el ser humano tiene adentro es el trabajo. Por eso, lo primero no puede ser
lo político para Locke. Lo ideal sería que las relaciones fueran simplemente esas, de
trabajo, y por ende de intercambio, etc. La exteriorización mediante el trabajo, es la base
del establecimiento de relaciones pacíficas con los otros, que hasta ahora no han aparecido.
Según Locke, es propietario de todo lo que él hace. Reconoce que hay
cosas que no le son propias porque no las trabajó. Todos aquello sobre lo cual no he
ejercido mi trabajo, no es mío. Porque qué quiere decir “ser libres e iguales”. Si no
fuésemos propietarios de nuestra propia persona, o seríamos animales o seríamos
propietarios de otro. Naceríamos no propietarios. Si fuésemos animales imperaría la fuerza.
Pero también podría suceder que habría diferencias naturales - la razón revelada debería
decir esto- por las cuales algunos sí serían propietarios de su propia persona, y otros -los
que nacieron fuera de la polis, que no hablan griego- no son propietarios de su propia
persona. Entonces hay algo que nos diferencia de un animal, y hay otra cosa que nos
diferencia de un esclavo por naturaleza. La invención moderna llamada “yo” supone que
todos los “yoes” son iguales. Pero si decimos que somos libres e iguales, Locke entiende
que inevitablemente tenemos que decir que somos libres e iguales porque cada uno de
nosotros es propietario de su propia persona. No obedecemos a la naturaleza física, en el
sentido que podemos desobedecerla; y no tenemos por qué obedecer o desobedecer a otro
que aparentemente es igual a mí.
Los hombres son libres iguales, y eso quiere decir que los hombres son propietarios de su
persona. Locke va a decir lo mismo sólo que ser propietario de su persona quiere decir que
no puede tener propiedad privada. Tiene que abandonar la propiedad de su propia persona,
instaurar un Leviatán, y recién ahí como ciudadano va a poder tener propiedad privada.
Locke no quiere eso, entonces, no sólo somos propietarios de nuestra propia persona sino
que el Leviatán no tiene nada que decir acá. Pero no sólo el Leviatán, sino que los otros
propietarios no tienen nada que decir. Entonces, ahora tiene que dar el paso. ¿Por qué?
Porque ser propietario de la propia persona, además, quiere decir que si yo pongo en acto
mi propiedad, mi persona, el resultado de esa conducta, también va a ser mío. Es decir, el
trabajo tiene la virtud de exteriorizar esa relación conmigo mismo.
Locke sí va decir que necesito que alguien cuide de que no me vengan a molestar los
agresores mientras trabajo mi tierra, pero la propiedad privada, no nace de que esté el
Leviatán protegiendo, sino que el Leviatán protege porque ya antes de él hay propiedad
privada. Si el Leviatán fuese constitutivo de la idea de propiedad, no tengo derecho a
rebelarme, porque soy deudor de él, para ser lo que soy. Para Locke, así como uso cuchillo
y tenedor para no ensuciarme las manos, uso al Estado para dormir tranquilo de noche.
Para que el estado aparezca limitado desde afuera, afuera tiene que haber paz; y para ello
tiene que primar el intercambio; y para que prime el intercambio, tengo que ser propietario
antes de intercambiar; y para serlo, tengo que transitar tres pasos: todo cae bajo la idea de
productor-propiedad. Yo soy propietario de mi persona y lo que yo hago transfiere esa
relación interna a lo externo. Ese es el punto del argumento.
Entonces, el trabajo es una apariencia física animada por una substancialidad metafísica.
la metafísica que hace que uno sea propietario y el otro no. Eso es substancia pura. Lo
físico ya no es más físico, sino metafísico, porque lo que hace que el trabajo valga es que
crea propiedad. Tal es así que la misma conducta en alguien que no es un ser humano, no
crea propiedad. Cuando un mono arranca una banana del árbol, no es propietario; cuando
la arranca Tarzán, es propietario. Los dos hacen lo mismo, levantan la mano y tiran, ¿cuál
es la diferencia empírica de eso? ¿cuáles son los datos sensibles que conforman la idea de
propiedad? Es una idea innata. Está implícita en la idea misma de ser racional. Y la
metafisicidad de esta relación es tan grande, que el yo a través del trabajo, deviniendo
propietario de lo trabajado, siempre está en relación consigo mismo. Este es un paso
fundamental. No sólo no aparece el Leviatán, sino que no aparecen los otros en esa
imagen.
¿Por qué estoy siempre en relación sólo conmigo mismo? (Este es el tercer paso). Porque
la manzana que arranco del árbol, ante todo, ya no es manzana, es propiedad privada. Es la
forma exterior que se dio mi persona. Trabajando la tierra, en realidad me trabajo a mí
mismo y me produzco como trigo, porque la verdad del trigo no es su composición
físico-biológica. La verdad de la manzana no es el sabor de la manzana, sino que es que
soy yo en tanto manzana. Además es física, obviamente, pero eso no importa.
El consumo individual de un objeto natural es racional y no altera las premisas básicas de
libertad e igualdad porque ese objeto natural, antes de ser consumido, ha sido producido; y
el acto de producción es tal por el cual la conducta física sirve como vehículo de lo que es,
en cambio, una acción metafísica: la de devenir propietario privado. Y el devenir propietario
privado quiere decir -esto en Locke está muy claro- excluir al objeto producido, trabajado, de
la identidad que mantenía con todo el resto de la naturaleza antes de ser producido o
trabajado. La relación entre Adán y la naturaleza en general pasa ahora a ser la relación
entre un miembro particular del género humano y la porción de naturaleza que resulta del
trabajo ejercido sobre ella. Esta porción de naturaleza ya, en primer lugar, no es un
producto físico, sino un objeto metafísico: es propiedad. Como producto físico, se
mimetizaba con todos los demás; mientras que, como propiedad, ha adquirido personalidad.
Por así decirlo, se ha racionalizado. La manzana como manzana no es racional; pero como
propiedad privada es racionalidad objetivizada.
De algún modo, el objeto producido, devenido propiedad privada, pasa a ser signo y
representante, pero no de sí mismo sino del productor-propietario. Podemos expresarlo
diciendo que lo que de físico hay en el objeto es una mera superficie de inscripción, y lo
inscripto es el nombre del propietario. El objeto es un espejo. El sujeto se ha reflexionado.
A su modo, detrás del espejo no hay nada, o bien lo que hay es un regreso a la fuente de la
imagen. Si uno perfora esa superficie de inscripción, encuentra al sujeto, al yo. Dicho de
otro modo, el yo vuelve a sí mismo. Es persona en un envoltorio cósico.
Dicho esto, la primera relación que tiene el ser humano con los otros seres humanos es
paradójica, porque es de exclusión. Al devenir yo-propietario, mi tarjeta de presentación en
la sociedad humana es: Atención: no consuman lo mío. Yo me presento ante la sociedad
diciendo que soy propietario privado. Y esto quiere decir que yo soy esta manzana, esto
otro, aquello otro, y todo lo que ha sido producido por mí. Ustedes están excluidos de estos
objetos. No los pueden consumir sin mi permiso.
Es sobre esta base, que el segundo momento de las relaciones humanas va a ser, no ya de
exclusión sino de integración, pero a partir de un gesto peculiar: el intercambio.
Sobre el final del § 27, llegado a este punto, Locke establece un primer límite, que surge
con sólo meditar un poco: devenir propietario sin que esto signifique impedirle a los demás
la ocasión de devenir también ellos propietarios. Es decir, el límite es que no es racional
apropiarse sin ningún criterio. El parágrafo termina: ...por lo menos, cuando exista la cosa
en suficiente cantidad como para que la usen los demás. La idea reaparece en el § 31. Pero
en el §27 también dice:
“Sobre la propiedad nadie excepto él mismo [el propietario] tiene derecho
alguno. El trabajo de su cuerpo y la obra de sus manos son también
auténticamente suyos”.
Aquí, los términos que usa Locke son “labour and work”. El primer término es el de raíz
latina; hay traducciones por "esfuerzo", lo cual tampoco está mal. La explicación que da
Locke para este derecho del propietario es que se ha puesto algo que antes no había en la
cosa. El trabajo genera un plus no físico. Este plus, para Locke, es propiedad privada.
Podríamos decir que el trabajo vivo tiene la capacidad de producir algo que va más allá de
lo físico, y concierne a lo invisible, para esbozar un punto de contacto
Hemos visto que la definición que da Locke de propiedad es: vida, libertad y bienes.
Ahora, en la noción de persona, encontramos la vida humana como existencia. Es
simultáneamente un hecho empírico y un elemento jurídico. Y esta segunda dimensión
tiene que ver con el segundo componente de la propiedad: la libertad. Vivir, para el ser
humano, es vivir libremente. Pero ser libre -y aquí aparece el tercer término de la
definición- es realizarse como propietario. No es solamente subsistir empíricamente, cosa
que puede hacer cualquier animal. En el ser humano, vivir es realizar exteriormente la
propia libertad, y esto significa devenir propietario privado.
En el § 30 aparece la naturalidad de la lógica productor-propietario, en el sentido de que
Dios, la naturaleza, la razón, prueban la verdad de esta lógica. O sea: esta lógica existe
entonces en el estado de naturaleza y sigue subsistiendo -es más: es rectora- en el estado
civil. Muestra su validez en el hecho de que, aún en los espacios libres, donde no hay orden
político, sigue vigente.
Lean con cuidado el § 28, donde está el famoso ejemplo de las bellotas. Ahora bien, en lo
que hace al consentimiento, hay que señalar que uno de los argumentos que invoca es
empírico: si se dependiera del consentimiento, nadie llegaría a consumir nada. Cada uno se
moriría de hambre, porque no puede obtener el consentimiento de toda la humanidad, que
es lo que debería hacer. De todos modos, en mi opinión, este consentimiento no es
empírico
sino conceptual. El devenir propietario no puede depender del consentimiento por las
razones indicadas antes y no por la empiria de una imposible autorización de todos. Pero,
independientemente de que él dé estas razones en el § 28, lo importante es que no sea
necesario el consentimiento en estado de naturaleza.
Además, en el §28 aparece el criado. No desarrolla su condición, pero ya hemos
adelantado que no se trata de esclavitud sino de alquiler de fuerza de trabajo. Volviendo a
la vigencia pluridimensional de esta idea, sea estado de naturaleza, sea ya en estado civil,
sea ya en las sociedades más atrasadas como en las más civilizadas, para Locke siempre
es el trabajo lo que produce propiedad. Por eso, aun en pueblos primitivos esto se respeta,
según él.
En el § 30, después de insistir en la misma idea pero referida al cazador y a lo cazado -¿de
quién sería lo cazado sino del cazador?-, leemos:
“Esta ley primitiva de la naturaleza mediante la cual empieza a darse la propiedad
en lo que antes era común sigue rigiendo todavía entre quienes forman la parte
civilizada del mundo -esto es, en las relaciones entre los países europeos-. Los
peces que uno pesca en el mar, que todavía sigue siendo un inmenso bien común
del género humano [aquí está hablando en contra de España] y el ámbar gris, que
uno extrae mediante su trabajo sacándolo del estado común en que lo dejó la
naturaleza, son propiedad de quien realiza los esfuerzos necesarios” .
En el §31 insiste en que debe quedar suficiente para los demás, lo cual no era un problema
en las condiciones primitivas porque había para todos. En este sentido, el estado de
naturaleza tendía a ser pacífico porque todo el mundo tenía posibilidades de devenir
propietario. Podemos decir que es una situación de sociabilidad, previa a la división de la
tierra. Se cazaba y se recogían frutos en armonía. Sin embargo -§32- la cosa cambia con la
propiedad de la tierra:
hoy, dice Locke, la propiedad principal es la de la tierra. Aquí aparece el criterio que
especifica la cuestión de la preservación: justo propietario de la tierra es aquel que la vuelve
útil, el que la trabaja, y no el que sólo la usa para cazar zorros. De este modo, el trabajo
pasa a cumplir una función corrosiva con respecto a lo que pudiera subsistir de las
condiciones antiguas, luego degradadas, donde el título de propiedad de la tierra pudo
haber sido el fruto del trabajo de algún ancestro de la época primitiva. Este título de
propiedad se debilita en la medida en que los herederos de esa propiedad obtenida por el
trabajo en la época primitiva ya no mantienen la misma lógica, esto es, no trabajan la tierra
como la ley de autopreservación exige. Frente a la propiedad de la tierra destinada a tareas
distintas de la producción, por ejemplo, cazar zorros, o bien -desplazándonos- frente a
tierras a las que no se les saca el provecho que debería sacárseles -las tierras de los indios
americanos-, la idea del productor-propietario cumple una tarea disolvente, es decir, de
deslegitimación de esa propiedad. Así, los parágrafos que siguen desarrollan esta idea. El
mandato de Dios es volver la tierra útil para la vida -nuevamente, aquí en lugar de D ios
podemos poner la razón: es lo mismo, y de hecho, en Locke son las dos cosas-. En el §33
insiste: No se dañaba a nadie mientras quedaba suficiente. Esto ha cambiado. Y en el §34
es más específico:
“No puede suponerse que Dios haya tenido la intención de que [la tierra]
permaneciese siempre en estado de posesión común y sin cultivar” .
Vean la figura que aparece ahora:
“Dios hizo entrega del mundo para el usufructo de los industriosos y racionales” .
El argumento se va perfeccionando: no es ya cualquier trabajador. Ya no es levantar el
brazo y arrancar la manzana y contentarse con lo que la naturaleza, del modo más
inmediato, ofrece, sino que ese trata verdaderamente de extraerle los máximos frutos a la
naturaleza. Esto quiere decir ser industriosos. Este argumento va a justificar por qué los
españoles no tienen derecho a poseer las tierras de América: no son industriosos, sino
holgazanes.
Todo este razonamiento corre paralelo al desarrollo de las ciencias; ya sea de la ciencia
económica, que explica el porqué, como de las ciencias más tecnológicas de la agricultura.
Pero hay, sobre todo, un criterio de sensatez, que todo agricultor conoce. Un agricultor
inglés, ante las tierras americanas de mucho mejor clima, piensa que esas tierras podrían
producir mucho más. No duermas la siesta: trabajá.
Entonces, si hay alguien que se vale del derecho civil para mantener bajo su propiedad
algo que desafía esta lógica, se está generando una situación de despotismo. Y en las
nuevas tierras, las que eran vírgenes, las que eran desierto, al ser pobladas por seres
humanos diligentes, industriosos, laboriosos, se respeta esta lógica. Pero he aquí que hay
zonas donde hay ocupantes que dicen tener títulos de propiedad, y de algún modo lo tienen,
pero que no trabajan como deberían.
En el §35, dice: poner la tierra en labranza, cultivarla y adquirir su propiedad constituyen
operaciones unidas entre sí. Está muy claro: adquirir una propiedad quiere decir ponerla a
producir.
Es importante insistir en esta distinción: una cosa es el concepto político-jurídico de
trabajo, otra cosa es el concepto ergométrico de trabajo, y otra el concepto laborativo de
trabajo, donde la técnica indica qué movimientos son más útiles, etc. De hecho, esta última
se va desarrollando fuertemente en esta época: años después viene la máquina de vapor. Y
entonces, trabajar la tierra va a querer decir algo distinto que en el momento en que Locke
escribe esto. Hoy podríamos decir: el que no pone tractores a trabajar la tierra no la está
usufructuando.
Ahora bien, aparece un segundo límite, en el §36:
“La medida de la propiedad la señaló bien la naturaleza limitándola a lo que le
alcanzaba, en el trabajo de un hombre, a las necesidades de la vida” .
El primer límite era no ser propietario de modo de impedirle a otros el serlo. El segundo
es no acumular demás, no acaparar. Y esto sería acumular más de lo que necesito para mi
propia vida, perjudicando también así al otro. El límite es que se produzca lo adecuado a las
necesidades reales. Trae aquí otra vez el ejemplo de América y de España, como todavía
no urgida por la escasez de tierras.
Pero a continuación aparece un punto central -después ustedes lean con atención todos
estos parágrafos: yo les estoy dando un hilo conductor de la lectura, nada más-: la
abundancia de tierras era propia del estadio primitivo; en la época de Locke, algo parecido
puede subsistir, pero para ello hay que desplazarse de Europa, donde la tierra ya está
repartida. De todos modos, vale al interior de Europa el concepto antedicho de que se la
debe trabajar. Pero, aun así, no hay tierra para todos. Y si no hay holgazanes, todos los que
ya tienen su tierra son justos propietarios. Ahora bien, queda América, donde sobra tierra.
Ahora bien, puesto el límite de no consumir más de lo necesario, inmediatamente el
problema es qué quiere decir lo necesario. Por ejemplo, lo que aparece como innecesario
hoy puede ser necesario mañana. Yo como tres manzanas por día. Pero he aquí que si yo
no cosecho hoy seis manzanas y mañana llueve tanto que no puedo ir al campo a recoger
las otras tres, me muero de hambre. Y si me resfrié, no pude ir a trabajar y no tengo reserva
de comida, pasa lo mismo. Frente al problema de qué quiere decir l o necesario, el
argumento más fuerte es que el producto, en su aspecto físico, no se deteriore, es decir, no
deje de cumplir la función que cumple por haber cambiado su estado físico. Una manzana
podrida ya no alimenta. Entonces, no tiene sentido que, aun siendo previsor, siendo
racional, acumule seis manzanas pese a que consumo sólo tres; porque las tres que guardé
para mañana van a estar podridas. Esto no tiene justificación posible.
Pero he aquí, dice Locke, que los hombres inventaron el modo de conservar, frente a todo
deterioro físico, un representante de la propiedad, que puede ser rápidamente transformado
en aquello que representa cuando las circunstancias así lo exijan. Este representante es el
dinero.
Con las invención del dinero, no sólo se agiliza la relación pacífica entre propietarios
privados, que es la relación de intercambio, sino que también se supera este segundo
límite,
porque la condición de representante universal del dinero y la solidez ontológica del
material que cumple la función dineraria permiten superar la dificultad de que las cosas
necesarias pierdan su vitalidad física, su capacidad de alimentar, etc.
Lo que encontramos, entonces, es que ya en la sociedad natural y sin necesidad alguna del
soberano aparece, no sólo la propiedad sino también el dinero, esto es, el representante del
representante: la manzana me representa a mí; pero el dinero representa a la manzana, o
sea, a mí. Con la ventaja de que el dinero es además de manzana, pescado, venado, etc.
A través de la figura del dinero, sin violentar la lógica básica de que somos todos libres e
iguales, y que la razón nos enseña a ser pacíficos, el sistema de relaciones naturales
extrapolíticas es tal por el cual no sólo el propietario-productor intercambia y obtiene lo que
necesita a cambio de lo que él produce y necesitan los demás, sino que, por otro lado, todo
esto se agiliza a través de la invención del dinero.
Ahora bien, esto de que sea una invención es importante: el dinero es una suerte de primer
pacto. La idea, más tácita que expresa en Locke, es que la existencia del dinero tiene detrás
el primer pacto social, a saber: todos los que hasta ese momento eran miembros de una
comunidad natural, que trocaba, se pusieron de acuerdo en nombrar un representante
general: tanto de sal equivale a tanto de manzanas, a tanto de pescado, etc. Y como son
seres racionales y pacíficos, nadie va a exigir que haya una firma de una autoridad política
certificando que esa sal es auténtica, y que el portador de esa sal trabajó lo suficiente como
para que la sal que él tiene sea legítima. Esta es la aparición del dinero en su racionalidad,
en su concepto.
Y teniendo el dinero, el límite natural de nuestras propias capacidades laborativas también
encuentra su superación. Veamos. Yo no puedo trabajar más de ocho horas por día. Pero,
en virtud del desarrollo de las cosas, por ejemplo, una inundación que hizo que alguien
perdiera todo y no le quedara sino la propiedad de su propia persona, yo puedo alquilarle el
uso de esa persona a su titular y, de esa manera, multiplico mi fuerza de trabajo. Así, si le
alquilo a dos titulares su fuerza de trabajo por ocho horas a cada uno, puedo trabajar
veinticuatro horas sobre veinticuatro. Y más aun: el límite natural, que es la propia muerte,
también está superado: porque yo sobrevivo en mi herencia. Dado que preservarse quiere
decir tener hijos y cuidarlos, y hacer que ellos, a su vez, contribuyan a la preservación, sigo
viviendo después de muerto, y contribuyendo, en la forma de herencia a mis hijos.
De este modo, el mundo de las relaciones socioeconómicas queda plenamente constituido
sin necesidad de la ley civil.
En última instancia, el auténtico servicio que vuelve al dinero valioso es que, a través de
él, se pone en marcha el progreso de la sociedad. Porque el sujeto propietario no se
contenta con producir tres manzanas, sino que produce seis, sabiendo que las tres de más
no las pierde: las transforma. Y a través de esta transformación vía dinero contribuye a la
preservación de la humanidad. En los pueblos primitivos -y tanto más primitivo se es
cuanto menos dinero circula- esto está incipiente o adormecido. Cuanto más dineraria
deviene una relación social natural, mayor grado de civilización ha alcanzado.
El trabajo es la medida del valor en el sentido de que cuanto más trabajada sea una tierra,
más produce. Y en ese sentido, es más valiosa la tierra trabajada que la no trabajada, el
desierto o la tierra mal trabajada. En el § 43, el compara el indio con un productor europeo.
Precisamente, dice que el último produce muchísimo más porque es más diligente, más
industrioso, y conlleva una red de relaciones laborales mucho más amplia que la de
aquellos propietarios "a medias", que son los pueblos primitivos. Verán en este parágrafo
cuánta división del trabajo hay en la producción europea, respecto de lo que sería la manera
de hace producir a la tierra en América: si se vendiese en Inglaterra lo que un indio obtiene
del acre en América creo poder decir con toda verdad que no llega ni a la milésima parte. Es
el trabajo, lo que da a la tierra su máximo valor. Un poco más adelante, explica por qué es
por el trabajo:
“En el pan que comemos no hay que calcular únicamente el esfuerzo del labrador
[...]”.
Y a continuación aparece toda la división de la sociedad: leñadores, herreros, etc. En un
pedazo de pan, hecho según un trabajo más racional, intervienen: hierro, madera, cuero,
corteza, piedra, ladrillos, carbón, cal, tela, tintes, brea, alquitrán, mástiles, maromas, etc.,
porque ese pan circula, hay que llevarlo de un lado a otro, se necesitan bolsas de papel
para entregarlo, etc. Todo esto no pasa en América; por eso está en un estadio incipiente:
ya no es la propiedad común, ya trabajan, pero, según su visión, trabajan mal. Tienen que
ser educados. Aquí hay toda una filosofía de la historia: del estadio primitivo en común al
perfeccionamiento laborativo productivo. Y el factor de actualización, de realización de la
racionalidad, que guía esa comprensión de la historia, es la pedagogía. Todo iluminista es
un pedagogo. Educando al primitivo, se lo civiliza.
Volviendo a lo anterior, en Locke, el trabajo, antes que crear valor, pone valor. Así, marca
la diferencia entre la utilidad limitada y la máxima utilidad. Esta es la idea de valor con la
que está trabajando. Por un lado, entonces, él atiende al hecho de que el producto, con más
trabajo, vale más porque es más útil que con poco trabajo; es útil tanto en sí mismo como
respecto de la cantidad de gente que interviene, y entonces hay más trabajo. Por otro lado,
está la relación jurídica que se establece de esa manera, sobre la cual hemos hablado
bastante.
Habíamos llegado a § 44 del Capítulo 5, que es una especie de resumen de lo
visto hasta ese momento, y que le permite a Locke pasar a la cuestión clave: el dinero.
Precisamente, con la figura del dinero se solidifica la sociabilidad natural extrapolítica, y a
priori trascendental respecto de la política, a la par que las limitaciones, tanto conceptuales -
desde la perspectiva de las primeras descripciones del estado de naturaleza- como
históricas, quedan superadas.
A través del dinero, el ser humano supera algunas de las limitaciones naturales sin violarlas,
y cómo la ausencia de una economía dineraria equivale a la pertenencia del pueblo o
comunidad en cuestión a un estadio más bien primitivo del desarrollo humano. Exagerando
un poco, podríamos decir que, con el concepto de dinero, Locke ya tiene una base firme
para una filosofía de la historia en términos de progreso racionalista y, al mismo tiempo,
tiene el concepto que le permite diseñar la racionalidad intrínseca de la convivencia humana
-y por ende también la meta de esa historia-.
En el § 45 precisa el sentido de lo que podemos llamar pacto económico. Aparecen tres
situaciones de consenso para ir estableciendo un sistema de reglas en la base social de
todo orden de convivencia. En primer lugar, la dirección de marcha es la que lleva a
establecer límites intracomunitarios, que permitan regular las propiedades. En segundo
lugar, las distintas comunidades acuerdan entre sí sus propiedades respectivas. Y en tercer
lugar, fundamentalmente, se acepta el dinero. Podríamos decir que es con la aceptación del
dinero, que adquiere sentido una legislación o regulación económica de las distintas
propiedades. Con la aceptación del dinero, la lógica de la propiedad privada parece
alcanzar un mayor grado de independencia respecto de la empiria. El suelo que yo trabajo y
los frutos de mi trabajo que ese suelo provee son míos; pero recién yo soy propietario
cuando los otros propietarios entablan conmigo un sistema de relaciones dinerarias. Si no,
todo queda librado a la empiria de saber dónde termina tal o cual terreno trabajado por tal o
cual propietario. Antes de la aparición y aceptación del dinero, reina, a mi entender, una
suerte de nebulosa respecto de la delimitación de lo que es de cada uno, salvo que la
empiria intervenga de un modo muy claro.En cambio, ya el dinero es confianza pura.
Veamos mejor esto último. El momento empírico material, en el concepto de dinero, es
mínimo: lo fundamental es el momento conceptual de la sociabilidad natural, de la
confianza.
Ahora bien, esto conllevaría el reinado de una confianza absoluta entre todos los implicados
en esta lógica dineraria, lo cual no me parece que sea dable suponer hoy, so pena de ser
un
hipócrita o un idiota. Pero, de todas maneras, en su concepto, esa confianza está. Cuando
una sociedad se dineriza, esto es, cuando sus relaciones sociales adquieren la forma
dineraria, esto significa que reina una gran confianza entre sus miembros.
Ahora bien, en el tratamiento que Locke le da al tema aparece también la idea de valor.
Algo
adelantamos al respecto. El trabajo como fuente de propiedad desemboca en estos otros
dos conceptos: el del dinero y el del valor de lo trabajado. En mi opinión, , como dije, hay
que entender este concepto de valor en términos de utilidad y, en especial en estos
parágrafos, en términos de empiria: es más útil un objeto natural trabajado que uno sin
trabajar. Rinde más un campo trabajado que otro sin trabajar. Prueba del estadio de
civilización alcanzado es qué grado de utilidad se les hace prestar a los objetos naturales,
aplicando sobre ellos trabajo, y qué grado de relaciones dinerarias se han establecido entre
los miembros de una comunidad.
En el § 46, el dinero aparece de la misma forma en que han venido apareciendo todos los
conceptos hasta ahora: basándolos en el consenso. Todo el mundo tiene derecho a
consumir, y a utilizar su propio trabajo como criterio individualizante de lo consumible,
arrancándolo de su condición de bien o propiedad común. Aparece en seguida la idea del
regalo y, sobre todo, del trueque. Se puede dar el excedente; pero, desde la dimensión
económica de estas relaciones, lo que importa es el trueque. No es tan fuerte la sociabilidad
basada en la amistad, en la philía, como para que el excedente del propio consumo llegue a
los demás en la forma de don, de regalo. Así aparece la idea del trueque. A su vez, las
dificultades empíricas que surgen para que, mediante el trueque, cada uno obtenga todo lo
que necesite, van llevando a esta creación, este invento de los seres humanos: el dinero.
Los seres humanos se ponen entonces de acuerdo en atribuirle a un objeto material una
utilidad distinta de aquella regulada en su materialidad para satisfacer necesidades más
inmediatas. Así, la utilidad que pasan a prestar los soportes materiales del dinero depende
de virtudes o cualidades físico-naturales que no están ligadas al consumo inmediato por
parte de los seres humanos. Las conchillas no se comen -se come lo que está dentro de
ellas-, y la utilidad que prestan como dinero depende de la solidez de la caparazón para
resistir el paso del tiempo, etc.
Pero lo central es que encontramos este pacto consistente en atribuir a un objeto material
una función metafísica por excelencia: la de estar en el lugar de otra cosa, la de
representar. La primera relación verdaderamente pactada con el prójimo es la de ponerse
de acuerdo en
transformar algo que solamente es, en algo que simultáneamente es y no es.
La modernidad es esto: somos todos iguales pero, a la vez, no somos todos iguales. Por
esto es que empecé el curso diciendo que antes de la modernidad no hay filosofía política.
Recién con la modernidad se da esto de que A es igual a B y A no es igual a B. A y B votan
del mismo modo; los dos tienen el mismo derecho a votar: en esto son iguales. Pero no son
iguales: porque A es A, y esto quiere decir tal cosa, y B es B, lo cual quiere decir otra cosa.
¿Qué es lo que hace que lo que es idéntico no sea idéntico? No hay ciencia que lo explique,
salvo que se diga que todo esto no es sino un juego de palabras, y que lo único que hay es
una identidad absoluta, disfrazada.
Ante la aparición del dinero, aparece esta suerte de superación, tan
racional y natural como la obligación que es, así, superada, consistente en consumir sólo lo
necesario. En el § 46, dice:
“Por el contrario, el oro, la plata y los diamantes son artículos a los que la fantasía [en
Locke esto quiere decir imaginación] o un convenio entre los hombres –[esto es, un acuerdo
de imaginaciones] han dado un valor que supera al que verdaderamente tienen como
necesario para la subsistencia”.
Y después de hablar del trueque de ciruelas, dice así:
“En igual sentido, si cambiaba sus nueces por un trozo de metal porque le agradaba su
color o intercambiaba sus ovejas por conchillas o su lana por un diamante o alguna otra
piedra preciosa y la conservaba toda su vida [todavía no apareció Adam Smith: hay que
invertir, no guardar en un cofre] no infringía el derecho de otros. Podía acumular estos
bienes durables tanto como quisiera, ya que la superación de los límites de la propiedad
justa [esto es: lo que cada uno necesita consumir para su preservación] n o residía en la
magnitud de sus posesión, sino en el hecho de que alguna cosa se echara a perder
inútilmente”.
Aquí el razonamiento es muy claro: se pasa de la dimensión empírica de la perdurabilidad a
los rasgos metafísicos de la intercambiabilidad absoluta. Porque en su concepto es
absoluta: primero, podrá obrar en un clan pequeño; pero basta que se pongan de acuerdo
dos clanes para que ya el dinero cubra mayor territorio, y así sucesivamente. De este modo,
aparece este rasgo metafísico de cómo algo se vuelve eterno, transubstanciado en lo que
es infinitamente cambiable. La piedra filosofal, la que transforma todo en todo, es el dinero.
Nuevamente, al igual que con la propiedad privada, lo físico, lo material, deviene jurídico.
En el § 48 dice: El descubrimiento del dinero dio a los hombres ocasión de
seguir adquiriendo y aumentando sus adquisiciones. En una isla, solo, ¿para qué adquirir
más? En cambio, en un sistema abierto, de interrelaciones en expansión, sin límites
políticos que traben la movilidad, en realidad no tendría por qué haber ninguna limitación a
este sistema. Y esto, en la segunda parte del § 48, lo lleva a hablar de América, de esas
tierras feraces pero que no están trabajadas bien, como podrían estarlo; por ende, aquellos
que las poseen tienen algún grado de propiedad pero termina siendo un grado muy
insuficiente y hasta perjudicial porque no contribuyen a la preservación del género humano
como podrían hacerlo. Hay que integrar América al mundo. Un territorio feraz, apto para el
cultivo y la cría de ganado y que permaneciera aislado del mundo sería algo irracional.
Ahora bien, el problema es cómo regular esto. Es decir, este consenso humano no es
totalmente arbitrario: no es azarosa la decisión acerca de cuál es equivalente de tal cantidad
de conchillas, de sal o de metal precioso. No. Aquí sí interviene el trabajo, porque los seres
humanos, que son tan inteligentes como para inventar el dinero, no pueden ser tan idiotas
como para no darse cuenta de que tiene que haber una proporción cuantitativa entre los
representados y el representante. Entonces, el esfuerzo medido cuantitativamente puede
ofrecer algún criterio útil para la determinación del valor de intercambio del dinero. Si para
producir diez manzanas hay que trabajar un día, de sol a sombra, y para pescar tres
surubíes es lo mismo, entonces puede considerarse la cantidad de oro que de una mina se
saca en una cantidad equivalente de tiempo. Pero todo esto es muy incipiente; además, en
uantum dinerario sino el
este texto al menos, a Locke no le interesa tanto el problema del q
problema de su racionalidad intrínseca, que surge de estar acompañada por el consenso,
de prestar una utilidad, pero también esta racionalidad del dinero depende de que utilidad y
consentimiento generan un orden pacífico, de respeto a la propiedad privada. Esto es lo que
le interesa destacar sobre el concepto del dinero.
“Porque allí donde existen gobiernos, son las leyes las que reglamentan esa posesión” .
¿Qué quiere decir esto? A diferencia de lo que acontece en Rousseau y en Hobbes, la
reglamentación de la posesión o propiedad natural por parte del soberano no es una
decisión que dependa de la prudencia del soberano ante una suerte de vacío de
indicaciones extrapolíticas. Por el contrario, en Locke la prudencia del soberano consiste en
que lo que él imponga como reglamentación a este dinamismo de la propiedad y del
intercambio obedezca, sea conforme, mantenga una conformidad con, ese dinamismo
natural. El punto clave son los impuestos, que son la regulación de la propiedad natural por
parte del soberano: si no guardan conformidad con esta lógica extrapolítica de la producción
y del intercambio y de las relaciones dinerarias y las salariales, etc., entonces el soberano
deja de ser tal y se vuelve un déspota. A mi entender, en Locke -a diferencia de lo que
sucede en Hobbes y en Rousseau- conviene siempre interpretar las indicaciones de una
reglamentación política de lo natural-socioeconómico de la manera más restringida posible
y, en todo caso, siempre legal, esto es, siempre consensuada; nunca un gesto arbitrario por
parte del soberano.
Termina el capítulo refiriéndose a que, mientras no existía el dinero, el trabajo bastaba. Pero
con el dinero la cosa se complica y comienza a resquebrajarse la armonía entre el derecho
y la conveniencia. Es decir, en la medida en que simplemente se consumía lo producido y,
como mucho, había algún trueque pero sólo eso, no había problemas en armonizar derecho
y conveniencia. No había controversias, no había intromisiones, etc. Pero aparece el dinero
y, junto con todo lo que él aporta, también aporta la nube negra de la agresión.
Así, deja aquí la cuestión socioeconómica del estado de naturaleza. Ahora bien, teniendo en
cuenta algunos ejemplos que ha dado; teniendo en cuenta cómo ha ilustrado este
dinamismo dinerario y el sentido del respeto del otro entablando con él relaciones
completamente ajenas a toda agresividad, y teniendo en cuenta algo que vendrá un poco
después: la herencia;las limitaciones naturales, tanto de obligatoriedad física como de
obligatoriedad moral, ambas limitaciones prepolíticas, son simultáneamente respetadas y
superadas, dejadas atrás, o confirmadas pero en términos que parecen desmentir estas
obligaciones con la aparición del dinero. La obligación moral de consumir sólo lo necesario y
dejarle el resto a los demás para que cada uno pueda devenir propietario y, con su
propiedad, satisfacer sus necesidades, comienza a ser confirmada y superada con la
acumulación de dinero. Y asimismo la limitación de la propia capacidad laborativa. Como
decíamos la otra vez, no se puede trabajar veinticuatro horas sobre veinticuatro, pero con la
aparición del dinero basta con que surja alguien que no posee más propiedad que la de su
propio cuerpo. Como ya ha quedado afuera, por el motivo que fuere, de la apropiación de
tierras, sólo puede manejar su propio cuerpo como si fuera una mercancía, como algo
destinado al intercambio. Entonces, aquel que ha quedado rezagado en la carrera por la
sociabilidad natural siempre pude manejarse en este sistema utilizando su cuerpo como
mercancía. Y del otro lado, aquel que ha logrado acumular dinero puede multiplicar su
propia fuerza de trabajo alquilando fuerza de trabajo cuyo propietario es otro, y utilizarla
temporariamente como si fuera el propietario, de manera tal que lo que esa fuerza de
trabajo produzca en realidad pase a ser propiedad de aquel que alquiló esa máquina
corpórea humana, utilizada como instrumento laborativo. Así, el límite natural, la muerte,
también es superado por el dinero. La perdurabilidad de la pepita de oro es enorme. Y
forma parte del cumplimiento de la ley de preservar la especie humana que yo ayude a mis
hijos a que ellos también cumplan con esta ley: entonces, les dejo la pepita de oro en
herencia. Y la herencia es una institución natural, no civil, y fundamental. De esta manera, lo
que aparecía como restricción ahora no lo es, y siempre estoy cumpliendo con la ley
natural.
Capítulo VI.
A partir de aquí, en el Segundo tratado, después de haber esbozado estos aspectos donde
en rigor de verdad no hay poder sino relaciones naturales pacíficas o agresiones naturales,
encara la cuestión del poder, esto es, aquellas relaciones donde una voluntad obliga a otra
o a otras a determinadas conductas. La primera de estas relaciones, que trabaja en el
Capítulo 6, es el poder paternal. Por cierto, aquí Locke está polemizando con Filmer, y
según Locke lo lee.
El eje de la argumentación de Locke es doble. Por un lado, el poder político tiene una base
de sustentación propia y distinta de la del poder paternal. Por otro, aun cuando quisiera
tirarse una línea de legitimación desde el poder paternal al poder político, lo específico del
poder paternal no justifica un poder político despótico. O sea, no sólo cada poder tiene y su
propia especificidad, sino que, si se quiere trazar una línea para encontrar antecedentes del
poder político en el poder paternal, como de hecho muestra la historia -cosa que Locke dirá:
en las sociedades muy primitivas, el jefe de una familia ejercía también un poder político; no
sólo determinaba quiénes salían a cazar el venado y qué hacían los que se quedaban, sino
que también aplicaba castigos civiles; pero esto era en los tiempos primitivos- se
encontraría con dos elementos fundamentales: el poder paternal -si uno lo tomara como
espejo del poder político-, en primer lugar, no es unipersonal, sino que la madre está
absolutamente en el mismo nivel que el padre. Entonces, ya allí tiene que haber algún tipo
de consentimiento, dado que los dos tienen el mismo derecho. Después, de todos modos
-Locke siempre tiene la empiria a mano para resolver los problemas conceptuales difíciles-
dice que la mujer es físicamente más débil, así que, en caso de no haber acuerdo,
prevalece la posición del varón
El otro elemento fundamental es que ese poder paternal no es despótico: los padres no
pueden hacer lo que quieran con los hijos. Entonces, por un lado el poder político no puede
derivar del poder paternal. Y por otro, si quisiéramos suponer alguna continuidad, si
atendiéramos a la historia y viéramos que allí sí hubo continuidad, en última instancia
veríamos que los rasgos del poder paternal no justifican un tipo de poder político absoluto
-que para Locke entonces no sería político, sería despótico como el que, según Locke, está
proponiendo Filmer.
Por otra parte, la racionalidad de la desigualdad en el poder despótico entre padres e hijos
radica en la minoría de edad. Es la condición de minoría de edad la que da un poder natural
racional a los padres sobre los hijos, pero es al mismo tiempo la que limita ese poder. Es
decir, todo mandato paterno -en este doble sentido que ya aclaramos- a los hijos tiene su
esencia más íntima en la racionalidad con vistas a la preservación, educación,
mantenimiento, fortalecimiento, etc., de quien por naturaleza está en una condición inferior.
El correlato de este planteo del Capítulo 6 es la obligación que van a tener los hijos,
alcanzada al mayoría de edad y entrados en la vejez sus padres, de ayudarlos en ese
momento en el cual aquellos que los han cuidado no puedan cuidarse más a sí mismos.
Así, a los hijos devenidos mayores de edad, la ley natural impone ahora la obligación de
retribuir a sus padres lo que estos hicieron por ellos.
En el § 72 aparece el tema de la herencia. Poco antes, él ha mostrado la independencia y
distinción entre poder paternal y poder político. Pero las obligaciones naturales del poder
paternal valen para la autoridad política: los legisladores, los miembros del poder ejecutivo,
tienen que cuidar a sus padres: por más que sean ellos la fuente del poder civil, no escapan
a la ley natural. Deben seguir obedeciéndola, en el seno mismo del Estado civil. Ahora bien,
dentro de la lógica de la herencia está implicado -reaparece más tarde- que aceptar la
herencia es pactar. Si yo acepto la herencia, quiere decir que acepto el régimen civil que ha
venido protegiendo aquello que ahora me toca en herencia, esto es, si acepto la herencia,
doy mi consentimiento.
Ahora sí llegamos a la sociedad política o civil. Pero Locke da un rodeo antes de entrar en
tema. Ante todo, retoma la cuestión de la sociabilidad y luego establece algunos tipos de
sociedad que, pese a que se basan también en el consentimiento, sin embargo no son la
sociedad política. A diferencia de la patria potestad, donde no interesa el consentimiento o
se lo da por otorgado de manera tácita en la medida en que obedecer a los padres es la
única manera de alcanzar la mayoría de edad, preservarse, etc., aquí, en este Capítulo 7,
aparecen otras relaciones basadas en el consentimiento -lo cual quiere decir que no están
basadas en una desigualdad natural-, pero que no son necesariamente políticas, para, así,
llevar a la luz la especificidad de la relación política.
Esta sociabilidad aparece entonces como necesaria. Por un lado, hay una serie de motivos
materiales, corporales, pasionales: el ser humano no puede por sí solo bastarse a sí mismo.
Robinson Crusoe usó todo lo que había sobrado del barco, o sea, siglos y siglos de
productividad humana. Estaba solo desde el punto de vista empírico; pero tenía mucho
producto colectivo, social, que le permitió sobrevivir. Ya la misma cultura que llevaba era
una manera de estar junto a otros. Por otro lado, en segundo lugar, está la utilidad que
presta la tendencia gregaria de los seres humanos. Y en tercer lugar, está la razón, que
está allí demostrando -valga la redundancia- la racionalidad de vivir en sociedad.
Aparece una serie de relaciones personales que responden a esta sociabilidad Divina, o sea
natural, o sea racional, donde operan impulsos, factores no estrictamente racionales y al
mismo tiempo opera la razón en sentido estricto. Estas otras relaciones o uniones
personales son: la conyugal y la salarial, o de patrón (master) y sirviente. Si uno quiere
ubicar esta última figura históricamente, tiene el momento moderno del salario, pero
también el momento premoderno de el servidor dentro de la familia, una suerte de servicio
entre doméstico y productivo.
La sociedad conyugal es una sociedad por pacto. Ahora bien, decir que es por pacto
representa ciertamente una espiritualización respecto del sometimiento de la unión conyugal
a lógicas de dominio feudal o de imposiciones donde la voluntad de los contrayentes del
pacto matrimonial no contaba para nada. Desde la perspectiva de Locke, una vez que ha
contractualizado el matrimonio, y reconociendo que lo importante es la voluntad de los
contrayentes, la cuestión es de qué tipo de contrato se trata, y sobre todo qué se cambia
por qué. Si hay un contrato, quiere decir que los dos que contratan dan y reciben.
Obviamente, si quiere contractualizar el matrimonio, no le queda más que plantear que
aquello que se intercambia son los órganos sexuales. El pacto matrimonial es entre quien
ofrece a otro sus órganos sexuales y recibe del otro sus respectivos órganos sexuales.
En este punto, a medida que avanza el desarrollo de esta idea, es cierto que se anticipa lo
que puede ser el problema político: los dos están en pie de igualdad; pero, como poder, la
voluntad de ese poder tiene que ser única. Esto es lo que aparece en el plano político. La
voluntad del Parlamento, cuando pronuncia la palabra l ey, tiene que ser única. Antes, hay
una pluralidad de opiniones; pero ese pluralismo tiene que resolverse necesariamente en
una voluntad única, porque si no, no es un Estado. En el caso del matrimonio, el consejo
está compuesto por dos voces, la del padre y la de la madre, pero tiene que constituirse una
voluntad única, y el empate sería terrible. Aquí él recurre nuevamente a lo empírico: el
padre es físicamente más fuerte. Entonces, si hay empate, decide el padre. Ahora bien, en
ningún caso -en esto Locke insiste, y además, él tiene escritos sobre educación- este
planteo justifica despotismo alguno, sino que atiende a que la orden dada a un niño tiene
que ser unívoca. Si no, es perjudicado en su desarrollo.
La otra relación importante, como adelantamos, es la de master and servant, señor y criado,
que tiene dos variantes. Una es la compra-venta de los servicios de un hombre libre,
aunque este servicio debe ser, dice Locke, por un cierto tiempo. Es decir, un salario a
cambio de un uso temporario del aspecto instrumental de las capacidades de aquel que se
ha ofrecido como criado o servidor. Además, el criado entra a formar parte de la familia del
señor. En este punto se ve un residuo todavía arcaico en Locke. La otra variante, que lleva
a los mismos resultados, es la relación entre esclavo, cautivo en guerra justa, y el amo.
También esta relación queda fuera de la sociedad civil. Veamos de vuelta por qué no hay,
para Locke, ninguna irracionalidad en esclavizar al agresor: es porque ya ha perdido su
condición de ser humano. En realidad, el esclavo no es humano. La razón sólo justifica la
esclavitud para los agresores, y él ya ha definido al agresor como inhumano. El no humano
no tiene propiedad. El agresor injusto derrotado no tiene propiedad porque es agresor.
Entonces, si lo esclavizo, no estoy violentando la ley natural.
Ahora bien, en los premodernos era coherente que ese todo fuera una sustancia
autofundacional. Era lo más importante porque también lo era ontológicamente. El problema
que tiene Locke es que el todo no es ontológicamente lo más importante, sino el átomo o,
en todo caso, un todo atómico. El átomo se ve necesitado, racional y funcionalmente, de
ligarse con otros átomos. Locke necesita una objetividad fuerte, que le sirva para la
prioridad del átomo. Mientras que Hobbes es más conforme a la ontología de la filosofía
natural. Esta última es: espacio infinito, átomos infinitos, movimiento infinito. Pero Locke,
que parte del átomo, quiere no haya un espacio infinito -o que lo sea una vez que se
organizaron bien esos átomos-, que los movimientos ya estén regulados, que no haya
agresores. Mientras que Hobbes es más coherente: no hay agresores. Todo el que se
mueve de acuerdo al derecho natural no es agresor ni deja de serlo. Se mueve porque
necesita vivir. En todo caso, después se dará cuenta de que, precisamente para vivir, le
conviene hacer otra cosa, y no seguir de acuerdo al derecho natural. En cambio, Locke
quiere que ya esas reglas del vivir estén antes. Aquí está la dificultad. Y recurre a
sustancias. Ese átomo es un gordo, tiene de todo adentro: obligación natural, esencia,
racionalidad plena, el bolsillo lleno, deja cosas en herencia, etc. Tiene todo esto porque ya
tiene un orden que funciona antes. Esto crea tensión en el texto. Para cerrar, digamos que
la conclusión de estos primeros parágrafos del Capítulo 7, de este rodeo, es que ni en su
constitución ni en el modo legítimo de ejercer el poder, la familia autoriza a ser un
paradigma de un tipo de poder que Locke juzga despótico. No lo puede ser en su
constitución, porque hay voluntades plurales que se consensúan para llegar a algo. Y el
ejercicio del poder, lejos de ser despótico, es todo lo contrario: impone una rigidez racional
con vistas a la preservación, educación, etc.
En el § 87 hace una presentación general del poder civil. El primer paso es sostener que es
propio del ser humano en cuanto tal. Por nacimiento, todos los hombres gozan de libertad,
tienen un título de libertad perfecta. Esto significa gozar de los derechos y privilegios de la
ley natural. La naturaleza les ha dado un poder, entonces. Quizás haya cierta ambigüedad
en este poder. Pero las connotaciones de este poder en Locke son las de ser un poder para
preservar la propiedad. Aquí tiene lugar uno de los tantos párrafos donde Locke define la
propiedad: vida, libertad y patrimonio. Otras veces, dice: vida, libertad y bienes; y otras,
vida, libertad y posesiones. Se trata de preservar al ser humano respecto de las agresiones
-de esto ya hemos hablado- y, al mismo tiempo, el poder es para juzgar y castigar esas
agresiones que violan la ley natural, en función de la propia evaluación de la cosa; en
función de un ejercicio de reflexión personal, consigo mismo, para evaluar qué castigo
merece el agresor. Así, este poder natural para preservarse y para juzgar y castigar,
obviamente, es la base de lo que será, en el Estado civil, el poder legislativo, que va a
traducir las reglas naturales de la preservación de la propiedad en leyes civiles y,
obviamente, el poder ejecutivo, una de cuyas ramas es el poder judicial como el equivalente
civil del poder natural de juzgar y castigar al agresor.
Hecha esta presentación, Locke pasa a la sociedad política sin más. Es necesario un poder
que cumpla con estas exigencias del derecho natural. Da la definición de sociedad política
en su máxima especificidad de esta manera: sólo y exclusivamente hay sociedad política
donde cada uno de los miembros ha abandonado o renunciado este poder natural - el que
tiene, como definimos antes, estas dos dimensiones- y lo ha cedido -literalmente, podríamos
traducir: "lo ha puesto en manos de", porque usa las dos figuras: r esigned and putting to the
hands of the...- a la comunidad. Se entiende lo que quiere decir, a grandes rasgos.
Ahora bien, la primera pregunta es quién es este sujeto, que no puede ser el mismo de
antes, es decir, la comunidad natural; si no, no habríamos salido de la sociedad natural.
Aparece un sujeto antes inexistente: ¿quién es esta c ommunity? Aparece un cuerpo
colectivo que antes no existía. Con este gesto se ha dado origen a una nueva subjetividad
política; no ya la de la sociabilidad natural, sino la de aquellos que han decidido vivir, no
sólo de acuerdo a la ley natural, sino además también de acuerdo a la ley civil. Es decir,
aquellos que han decidido convivir políticamente, esto es, convivir de manera tal que lo más
importante y central de la convivencia natural se mantenga, y se le agregue la protección de
la ley civil.
Como se ve, en esto la distancia con Hobbes es muy grande. En Hobbes, si hay
naturalidad, no hay civilidad; no pueden coexistir. Libertad y paz son incompatibles. En
Locke, en cambio, la paz civil es "la cereza sobre el merengue" de la libertad natural, vale
decir, completa, perfecciona la sociedad natural, en cuanto a lo que le estaba faltando. Esta
sociabilidad natural subsiste, porque en todo aquello donde la comunidad no haya
establecido una ley protectora, rige sin ningún tipo de restricción ni de indicación la libertad
natural. Ahora bien, veamos qué significa esto en realidad. El individuo, sin renunciar
totalmente, pone sordina a sus opiniones particulares, las adormece, y sobre todo, no hace
de ellas el motivo para destruir lo que está creando. Se pliega la individualidad a un tipo de
universalidad que ella misma está construyendo.
Así, aun manteniendo el juicio personal, al que no puede renunciar -en esto Hobbes es
mucho más duro- acepta que la comunidad sea ahora la titular del juicio regulador de la
convivencia. Podríamos decir: acepta que la comunidad sea el único sujeto del juicio
legítimo y con performatividad legal. Además, debe ser eficaz, pero primero tiene que tener
esta performatividad, la capacidad de imponer determinadas conductas que, así, son una
realidad creada por el juicio mismo. Este sujeto de enunciación de juicios normativos es
legítimo porque nace del consenso. Y goza de capacidad performativa legal porque esos
juicios tienen fuerza de ley: producen una realidad en conformidad con sus pautas
normativas. La realidad queda sometida a, o creada por, esos juicios. El acto de enunciar
esos juicios da lugar a una realidad antes inexistente. El juicio que prohíbe pasar con
semáforo rojo está generando una realidad antes inexistente: la del que la respeta, con lo
cual no hay problemas, y la del que la viola, con la que sí hay problemas. Y esta nueva
realidad es como un plus que se deposita sobre la propia conducta física. Dicho de otro
modo, la física puede describir la detención de un móvil o la continuidad de su
movimiento, y ahí se acaba la realidad en cuestión. Mientras que ahora, esa realidad tiene
el plus de ser legal o ilegal.
Esta comunidad es el juez -el término que usa es umpire, que también se
puede traducir por "árbitro"-. De este modo es que aparece lo que antes no existía: antes,
había una pluralidad atómica de árbitros. Ahora aparece un árbitro comunitario, y una
comunidad-árbitro. Entonces esa comunidad, que es el nuevo sujeto, es y no es la anterior.
Lo que hay de nuevo aquí es su dignidad político-jurídica y su función político-jurídica de
árbitro.
Ahora bien, el momento fundacional no aparece en Locke con la nitidez, con las diferencias
exigibles entre dos situaciones: la primera es el momento constituyente en sentido estricto -
aunque yo, personalmente, creo que es de esto, que Locke está hablando acá-, y la
segunda es el momento del poder legislativo constituido, o en su funcionamiento
constitucional. La pregunta entonces es por qué no está bien claro que Locke aquí esté
diciendo: tenemos que nombrar un poder legislativo constituyente, que dicte una
constitución -podrá ser escrita o no-, que marque cuáles van a ser las reglas de
funcionamiento del poder legislativo ordinario. Una cosa es la constitución, que dice: el
poder legislativo estará constituido por dos Cámaras. Sus miembros serán, en la Cámara
baja, los diputados, en la Cámara alta, los senadores. Para ser diputado, los requisitos son
tales y cuales, y para ser senadores, tales otros. Esto es lo que hace un poder
constituyente. Ahora bien, cuando se acaba la tarea del poder constituyente,
comienza la tarea del poder legislativo ordinario.
Sin embargo, Locke está dando un texto fundacional de un poder constituyente, que cambia
a partir de una violación de la racionalidad natural de todo orden político. Locke está
razonando, como todos ellos, desde lo negativo. Porque si no, ¿para que un poder
constituyente? ¿Para qué cambiar? Está todo bien. ¿Para qué vivir políticamente, si en la
naturaleza no hay problemas? Pero el gesto de vivir políticamente, en todos estos
pensadores, es un corte. En Locke, el corte está ya en la concepción de estado de
naturaleza. Por definición, el estado de naturaleza no tiene nada de político; pero además,
en Locke, tiene una sociabilidad socioeconómica -no familiar en el sentido arcaico
premoderno-. De modo que, insisto, él está teorizando el poder constituyente. Pero, al
mismo tiempo, lo que dice vale para el poder legislativo ordinario. En parte, esto obedece a
cierta insuficiencia histórica y cultural de la época.
Apenas los individuos empiezan a juzgar que el umpire, lejos de ser imparcial, se vuelve un
déspota, empieza la lógica de la rebelión, y del nuevo poder constituyente. Entonces, no es
sólo la época histórica y el contexto, sino que hay algo en la doctrina de Locke, que hace
que el poder constituyente esté ahí, descansando, pero dispuesto a aparecer en cualquier
momento. Cosa que no acontece en cambio en Hobbes, donde el poder constituyente se
fue a dormir, se tapó.
Locke entonces determina que es un árbitro, que legisla y que ejecuta. Así, desde el
derecho a autorregularse y a ser juez en causa propia, se infieren el poder legislativo y el
poder ejecutivo. A partir de aquí, este árbitro decidirá respecto de las disputas o diferendos
que surjan entre aquellos que ahora forman parte de este nuevo sujeto.
Lo que logra este gesto -seguimos en el mismo parágrafo- es algo que antes era mera
obligación natural, y que ahora se va a articular institucionalmente, a saber, que el que
agrede a un miembro de la comunidad política está agrediéndola a toda. Lo cual significa
que la comunidad política se va a organizar, con el concurso de todos sus miembros, para
la
protección de cada uno de ellos en particular. Dicho de modo más sencillo, todos vamos a
pagar impuestos para que la policía nos proteja. Y no ya simplemente que los más cercanos
a mí sientan la obligación moral de ayudarme contra el agresor. A cambio de esto, vamos a
institucionalizar esto que en el derecho natural aparece como la obligación de ayudar al
agredido.
Dice Locke, al final del § 87:
“De acuerdo con lo antedicho, es fácil discernir quiénes se hayan agrupados y quiénes no
en una sociedad política. Aquellos que están unidos en una comunidad y cuentan con una
ley común establecida, con un tribunal al que apelar, con autoridad para dirimir las
controversias entre ellos y castigar a los transgresores, se encuentran, unos respecto de
otros, en la condición propia de una sociedad civil” .
Los que no están así están en estado natural, donde cada uno es juez y ejecutor.
Podríamos decir: donde cada uno es el poder legislativo y el ejecutivo.
El problema fundamental es el poder ejecutivo. Locke ya ha dicho,
como vimos, que todos conocen la ley natural. No se necesita estudiar. Basta leer en el
propio corazón -las verdades innatas-: ahí está grabada la obligación natural. En la duda
está la razón revelada; y si acudimos a la razón natural, la enseñanza es la misma. Todos
tienen la obligación de respetar al prójimo porque nadie es productor del prójimo; no goza
de ningún derecho de propiedad sobre él. De ahí en más, seguía toda la argumentación,
como vimos. Pero surgía la dificultad de determinar -frente a una agresión, que nadie duda
que haya sido tal- cómo castigarla. El peligro es excederse y generar una situación peor que
la que se quiere solucionar. Esto ya fue un anticipo de lo que aquí se desarrolla: la
elevación del concepto de castigo a pivote teórico estatal, que Locke está justificando.
En el § 88, la definición que da ahora de la producción del poder legislativo ordinario -ya no
sólo del constituyente, es más, es evidente que ahora ya está hablando del ordinario- es
esta:
“Así, el Estado adquiere el poder de establecer qué castigo habrá de corresponderle a las
diversas infracciones (...) lo que constituye el poder de legislar” .
O sea, legislar pasa a ser ahora, fundamentalmente, determinar el castigo justo. Y se
entiende, porque el sentido de la legislación civil radica en la legislación natural. La
legislación civil no le agrega ningún contenido a esa legislación natural. Lo que le agrega es
el castigo al que la viola. Nosotros ya sabemos cuál va a ser el contenido de la producción
legislativa del Parlamento. Del momento constituyente que redacta una constitución o
explicita los criterios para conformar la sociedad civil, se sigue que la primera institución en
orden de importancia, la soberana, es la que particulariza las leyes naturales en forma de
leyes civiles particulares. El contenido sustantivo de estas leyes es lo que Locke describió
en el estado de naturaleza. Qué es lo nuevo que aparece: la determinación de qué castigo
le corresponde al que viola las leyes de naturaleza. Este es el plus político. Y aquí es donde
vemos la dependencia de la política respecto de la economía.
No hay duda de que Locke arraiga las instituciones civiles en los derechos naturales; el
poder legislativo, en la preservación de la propiedad -vida, libertad y bienes- y el poder
ejecutivo en el derecho a castigar al agresor de mi propiedad. Pero el aspecto
verdaderamente creativo de la sociedad civil está menos en el poder legislativo, pese a que
es el soberano y el momento inicial de toda la construcción, que en el momento ejecutivo.
Uno puede pensar la situación del poder legislativo, en condiciones de normalidad, como
aceptablemente sometible a la lógica de la discusión. En un punto, tiene que llegarse a la
ley. Uno puede llegar a pensar -en esta legitimación de un orden político ideal, conceptual,
donde son todos seres racionales que han doblegado los intereses particulares mal
entendidos- que a través de la discusión se puede hasta llegar a una unanimidad al votar
una ley. Pero el poder ejecutivo, por definición, es el momento existencialmente más
conflictivo, porque el titular de la aplicación -ya sea la que hoy llamamos ejecutiva, ya sea la
judicial en sentido estricto- es un huérfano, un desamparado. Lee el Código, ve la realidad,
y no tiene una regla que le diga cómo tiene que aplicar el Código. Su razón, en ese
momento, actúa de manera absolutamente individual.
El poder ejecutivo es también poder federativo, o sea, se ocupa de las relaciones
exteriores y de la defensa contra, y el castigo a, el agresor externo. Esto, siempre que se
trate de una comunidad externa, porque el agresor en sí siempre es externo: se ha vuelto
exterior al género humano al agredir.
En el § 89 dice claramente que se renuncia al poder ejecutivo:
“En cualquier parte en que un cierto grupo de hombres se halla a tal extremo unido en
sociedad como para que cada uno haya renunciado al poder ejecutivo de la ley de
naturaleza”.
El problema es ese, sobre todo: el de la ejecución. Pero es el problema en torno al cual gira
siempre la actitud del ciudadano frente al Estado. Yo renuncié, está bien, pero vos, ejecutor,
¿estás ejecutando bien? También juzga esa primera ejecución, esa primera aplicación, que
es legislar. Pero el carácter inevitablemente universal de la ley hace que el punto neurálgico
sea la ejecución. Yo puedo estar de acuerdo en que se defina tal o cual agresión de tal
modo. Pero la ejecución me suscita siempre dudas, insisto, porque hay un margen de
maniobra.
Sobre el final del §89, viene diciendo que se instaura este juez en la Tierra, para determinar
todas las controversias y remediar los atropellos que pudieran acaecerle a cualquier
miembro de la república. Cuando acontece esto -cuando se nombra un juez en la Tierra- se
pasa del estado de naturaleza a la república. Y este juez imparcial es el poder legislativo o
los magistrados que nombra -o sea, el poder ejecutivo-. Donde no hay juez imparcial, hay
estado de naturaleza. La monarquía despótica -absoluta, como dice Locke- es estado de
naturaleza porque no es un juez imparcial. En los §§ 90 y 91 critica este punto: el príncipe
absoluto reúne los dos poderes, no participa nadie, no juzga de manera ecuánime e
imparcial, y por lo tanto está en estado de naturaleza con sus súbditos, que no son ya tales,
porque él se ha vuelto un déspota.
Es interesante el § 93, porque aquí Locke polemiza con la idea de que es peor la anarquía,
la revolución, la desobediencia civil que la obediencia a un déspota. El poder ejecutivo
despótico puede hasta no ser tan violento, pero no lo va a ser por obediencia a la ley
natural, sino por utilidad personal. Entonces, todo depende del interés egoísta del déspota,
ya sea que por momentos no perjudique, o que lo haga de manera no muy considerable, o
bien cuando sí utiliza su poder absoluto para perjudicar a todos los demás. Sobre el final
entonces, dice:
“Si el lector se pregunta cómo puede protegerse del daño o la injusticia perpetrados por el
que tiene más poder que cualquiera para cometerlos, en ese mismo momento alza la voz
del sectarismo y la rebelión [esta es la objeción: protestar]. Como si los hombres, cuando
abandonaron el estado de naturaleza y pasaron a formar parte de la sociedad, hubieran
acordado que todos, excepto uno, debían someterse a las restricciones impuestas por la
ley,
mientras que el individuo en cuestión habría de retener plenamente la libertad propia del
estado de naturaleza, acrecentada por el poder y vuelta licenciosa por la impunidad” .
El argumento sigue así:
“Ello equivale a pensar que los hombres son tan insensatos como para tratar de evitar los
daños que pueden serles infligidos por gatos monteses o zorros, pero los complace, más
aun, piensan que redunda en su seguridad, el ser devorados por leones” .
El esfuerzo de todo el pensamiento liberal es encontrar esta objetividad que legitime la
desobediencia del ciudadano al soberano que no ve esta objetividad. Y la encuentra en la
economía política. Soberano déspota será el que viole las reglas de la ciencia económica.
El
impuesto es el ejemplo de despotismo por excelencia -tal es así que Estados Unidos nace
de una rebelión ante un impuesto-. La verdad de No matarás es muy ambigua: el aborto ¿es
matar o no lo es? Pero la verdad del impuesto es dos más dos es cuatro. La ciencia
económica muestra cuál es el impuesto adecuado. Y ahí, no se puede discutir.
Por esto digo que Locke es un escolástico: él necesita un mundo de las ideas. El mundo de
las ideas de Hobbes en cambio está muy abierto a la hermenéutica; el de Locke no puede
estar tan abierto, sino que tiene que haber una interpretación científica compartida, de modo
tal que uno pueda decirle al otro: vos la violaste. Pero Locke no puede ofrecer esto, todavía,
aunque lo plantea rudimentariamente. En el siglo XVIII, con la economía política, ya sí
comienza a ser consistente. Todo el paquete que desarrollan los fisiócratas primero y Adam
Smith después es esa respuesta científica inapelable que buscaba el liberalismo. Así,
terminando la comparación, Locke está muy necesitado de este tercer elemento objetivo,
mientras que en Hobbes tiene más espacio el momento de una hermeneusis libre. Sólo que
hay que renunciar para que haya paz. Uno solo es el hermeneuta, el intérprete, y lo será
sólo de las normas para las conductas externas, no de la verdad.
Acá, lo que hace Locke, es comenzar a desarrollar la idea del consenso. Lo que resulta de
este acuerdo entre todos los hombres que van a formar parte de la sociedad civil, es el
cuerpo político. Y este cuerpo político aparece, en Locke, rápidamente ligado -con una
connotación casi inmediata-, con la decisión mayoritaria. A mi entender, lo que se produce
es la conformación del poder constituyente, sólo que es formado de iure por todos aquellos
que de ahora en más van a ser ciudadanos. Y en esta decisión que se toma al respecto,
tiene que ir incluida la decisión sobre de qué manera tiene que resolver todas las cuestiones
sucesivas. No sólo se trata de unánimemente decidir quiénes van a vivir como ciudadanos,
sino inmediatamente, en el mismo gesto, decidir cómo van a adoptar las decisiones
siguientes. Porque también tiene que ser adoptado por unanimidad, si las decisiones
siguientes van a ser unánimes. Locke acepta como sensato el criterio de la mayoría -
pero podría optarse por otros criterios-, y para justificar este criterio recurre a la física.
Tratándose de un cuerpo único, conformado por el primer aspecto de la decisión unánime,
se sigue que al igual que todo cuerpo, la fuerza mayor de las que ejercen alguna intención
de movimiento o una fuerza motriz sobre él, es la que prevalece. Entonces, se acepta que
habrá de prevalecer la decisión mayoritaria; y el primer aspecto de la convivencia cívica es
asumir las opiniones contrarias, pero que cuentan con la mayoría de las opiniones de los
ciudadanos que conforman las instituciones de legalidad, como si fueran propias. La primer
institución productora de legalidad es ésta que estamos trabajando, que es el poder
constituyente. La segunda institución es el poder constituido, y el primer poder constituido
es el poder legislativo que la Constitución, determinada por el poder constituyente,
establece. Es decir, nos constituimos en poder constituyente y decidimos que por decisión
mayoritaria –dado que somos un cuerpo y todo cuerpo obedece a la fuerza motriz mayor
que lo mueve- que nuestra Constitución va a ser tal. Y el primer capítulo de la Constitución
dice quién va a ser la institución constitucional encargada de dictar las leyes sucesivas. Eso
se llama Poder Legislativo. Y adentro de él, también va a prevalecer la opinión de la
mayoría. Toda Constitución sensata tiene dos tipos de determinación acerca de qué
significa la opinión de la mayoría.
No importa tanto si de hecho el origen de las sociedades ha sido fácticamente este, sino
que podríamos decir que el a priori que mejor da cuenta de un régimen civil que respeta la
premisa natural de la libertad y la igualdad, es aquél del consentimiento. Importa menos que
haya sido históricamente así el origen, cuanto que esa es la idea rectora de la legitimidad
del orden política. Esa quiere decir: el consentimiento unánime. Entonces, podríamos decir
que la racionalidad del ideal de convivencia, radica en este gesto de la aceptación unánime
del régimen político al cual someterse. Por eso Locke dice en § 99 que este origen es lo que
dio o podría dar comienzo a cualquier gobierno legítimo.
El término que usa en § 100 es “la imposibilidad de derecho”. Esto quiere decir que es
contradictorio con lo que sería la lógica racional del derecho, de la convivencia jurídica.
Ahora, lo que está queriendo decir Locke, es que la lógica de la convivencia jurídica es
racional sólo cuando concede espacio suficiente a la resistencia al gobierno ilegítimo.
Mientras que la objeción de que el ser humano nace siempre bajo un régimen político, quita
espacio argumentativo a la idea de resistencia como actitud, en última instancia, conforme
al derecho civil. En Hobbes la resistencia no es conforme al derecho civil, no puede
armonizarse de ningún punto de vista con esa idea. La resistencia obedece al derecho
natural. En Locke, en cambio, la resistencia responde a la ley natural y a la ley civil, a través
de una argumentación que el agresor es siempre el otro, esto es, el que está ejerciendo
indebidamente la ley civil, y no el que se rebela. Esto, después Locke lo va a tratar con más
detalle. Entonces, no sería conforme al derecho, objetar que se nace siempre en regímenes
políticos, porque ese tipo de objeción dificulta la racionalidad de la resistencia.
Hecho este planteo inicial, él comienza a desarrollar las contra-objeciones. En el § 101,
comienza la respuesta a lo que se le está objetando, entonces él dice, bueno, el hecho de
que no poseamos información, no quiere decir que quede desmentido ese origen
contractual fáctico, por así decirlo. Y para balancear la contra-objeción meramente negativa,
podríamos decir, alude a motivos de corte un poco empírico, como serían los
inconvenientes de las épocas primitivas, pero también el amor hacia el prójimo, y la
necesidad en que nos pone la naturaleza física de vivir en sociedad, dado que no nos
podemos abastecer a nosotros mismo. Entonces, aparecen aquí inclinaciones más o menos
biológicas, pasiones,
necesidades afectivas, etc. Lo que se le agrega a algunos ejemplos históricos -como Roma
y Venecia hubo, para Locke, un acuerdo fundacional que en lo esencial respeta su idea de
legitimidad; o en América mismo, donde se convive, según Locke, por voluntad clara y no
por la fuerza de las cosas mismas-.
Ahora bien, lo más importante, me parece a mí, es el motivo dado por dos observaciones
metodológicas, a partir del § 103. La primera observación es que tampoco hay pruebas
fácticas respecto del poder paternal. En ese caso sería absurdo invocar el origen o la
función paradigmática que tendría el modelo paternal / patriarcal, respecto del orden
político.
Ahora, a mí me parece que esta primera contra-objeción metodológica de Locke, si la
desarrollara coherentemente, primero tendría que excluir a la historia como fuente de
legitimidad o como fuente de argumentos complementarios de la legitimidad del orden
político. La historia acá no tiene nada que decir.
Pero lo que es más, tampoco podría criticar a Filmer, porque si yo critico a B porque no
puede invocar a la historia, entonces él también tiene razón en criticarme a mí, porque yo
tampoco puedo invocar a la historia. El argumento deslegitima a los dos.
Para Locke, que el ideal rector de la convivencia política es la libertad del individuo,
obviamente mejor legitimador del orden político es la idea del hombre libre por naturaleza.
No adscribiría a la idea de un tipo de orden por naturaleza. Es mucho más acorde con la
finalidad de demostrar que el propósito del orden político es la libertad del individuo, partir
de la libertad natural de todos los individuos iguales entre sí. Es decir, partir de la
horizontalidad natural, y no de la verticalidad natural. Si la aspiración es definir la sociedad
política como aquella que garantiza la paz, y a partir de esto –en segundo lugar- las
posibilidades de los miembros de la comunidad política de desarrollar sus propios intereses,
se podría argumentar que más sensato es evocar una verticalidad natural. Lo horizontal
tiende a desquiciar todo orden. Lo vertical corre el peligro de devenir despótico. En su
concepto son lógicas diversas. El problema que tiene Hobbes es que parte del modelo
vertical para llegar a la horizontalidad. Locke privilegia el razonamiento en base al concepto,
lo que para él significa que el hombre, como individuo, es libre e igual por naturaleza.
Ahora es indudable que a Locke la historia le pesa. Si ustedes quieren, el alma empirista
de Locke no se queda del todo conforme y, después de relativizar la remisión a los facta,
vuelve a ellos. Por ejemplo, aparece esta idea (§104) de que en tiempos de paz hay
ejemplos de pactos fundacionales. No sólo la razón enseña que los hombres son libres, sino
que la historia también muestra ejemplos como los que él ya ha dado de consensos
primigenios.
Insisto, lo importante de la argumentación en este gran modelo de pensamiento político
que es el de la Modernidad Clásica, no es que haya consenso (esto es, una argumentación
fáctica), ni siquiera es la demostración positiva de la importancia del consenso para
fundamentar el orden político legítimo, sino la argumentación negativa. Allí donde no hay
consenso, la rebelión es justa. En el fondo lo que le importa a Locke, es menos demostrar
que para que haya orden legítimo tiene que haber consenso, sino demostrar que donde no
hay consenso la rebelión es justa. No es lo mismo. Yo puedo entrar a dilucidar qué es que
“haya consenso”: si es un a priori racional, si es un hecho sobre el cual la historia –magistra
vita- enseña a abrevar las fuentes de nuestra prudencia, etc.. Para mí importa menos eso,
que decir “acá no hay consenso, entonces hay derecho a revelarse”. Eso es, a la vez,
racional y fáctico.
Si la historia muestra que, en sus orígenes, pudo haber habido padres, patriarcas, jefes de
clanes, que ejercían funciones familiares y políticas a la vez, eso ni eliminaba del todo el
consenso (siempre se elegía a algún otro, se decidía unirse o no a otros clanes), y además
era propio de las edades primitivas, en donde se entiende que este hecho sea sensato. En
esas edades modelo patriarcal y modelo político se concebían como similares, pero eso no
quiere decir que en su concepto sean lo mismo, sino que en los estadios primitivos del
desarrollo de la humanidad, antes de que las luces empezaran su efecto esclarecedor, las
cosas sucedían de esta manera.
En §105 y §106 está eso, entonces la idea central que hallamos en §107 queda más clara
todavía. Esta suerte de monarquía era, de algún modo, racional conforme a la tosquedad de
los orígenes. En esos tiempos sencillos y rústicos -en donde la idea de propiedad que
prevalecía no era tal, sino que se consideraba como colectiva- esto era como el precio que
la humanidad debía pagar para desarrollarse y progresar. Aparece como una forma
espontánea de orden que es sencilla. Allí la preocupación principal no era determinar “a
cada uno lo suyo”, sino defender lo propio colectivo, lo propio de la familia de la agresión
del extranjero. El problema era menos el qué es lo propio del grupo, ya que este se vivía
como un colectivo orgánico, sino defenderse en bloque de las agresiones que provenían de
afuera. El extranjero no estaba aún adentro. Locke dice que los que invocan la historia para
invalidar la argumentación cometen un error metodológico, pero –por otro lado- lo que la
historia muestra no permite inferir lo que ellos infieren, sino que muestra la situación
primitiva. Entonces, cuando el hecho es reacio al concepto, hallamos el primer concepto. O
bien, el hecho obedece a un estadio insuficiente de desarrollo del género humano. La
realidad del género humano no responde a la potencialidad que lleva adentro. Esto se
puede comprobar en América (§108), lo cual es una constante de este texto. América es el
espejo en donde Europa ve su imagen primitiva. ¿Qué encuentra Locke en América?
Escasez de habitantes y circulación nula de dinero. En esa situación es posible encontrar
esa figura patriarco-política, sin que ello signifique la ausencia total de consentimiento. Por
lo demás, ese ejercicio de soberanía, por la fuerza misma de las cosas, era moderado;
porque la naturaleza americana es tan veraz que permite satisfacer lo necesario sin
demasiado contratiempo. Israel es una excepción, porque ahí intervino Dios. Y en el caso
de Israel, el poder teocrático fundamentado en la razón revelado, fundamentalmente –dice
Locke- apuntaba a la guerra. O sea que la jefatura en sentido fuerte que tenían los líderes
del pueblo elegido, respondía a la necesidad de combatir contra aquellos que rechazaban la
verdad revelada. Y aquí, digamos, uno podría inferir lo que de absoluto puede haber en un
régimen civil racional tiene que estar dirigido a la guerra, sobre todo contra el agresor
extranjero, si se toma como modelo a la razón revelada, tal como lo lee Locke. El § 110
resume estas ideas. Por un lado pluralidad, entonces, politicidad elemental; por otro lado,
absolutez, pero dirigida contra el peligro de invasiones de ataques, etc, desde afuera. La
ausencia misma de restricciones, obedecía al estadio sencillo de los espíritus de las gentes
de aquellas épocas.
Entonces, aparece un elemento–a mi entender central- que explicaba esta figura de un jefe
absoluto en la guerra y moderado en la paz. Y este elemento determinante es la ausencia
de todo afán de enriquecimiento. No primaba el amor generatur avendi, el afán irrestricto de
enriquecimiento. Entonces, esto significaba que no había en el espíritu de las gentes
primitas codicia, egoísmo, privilegios, etc.
Pero llega un momento en donde afloja en la ambición, en el lujo, etc.,
entonces es aquí que los hombres se vuelven reflexivos. “Entonces fue cuando se les hizo
necesario examinar –dice Locke- con mucho más cuidado los orígenes y los derechos del
gobierno”. Como restringir las exorbitancias, los abusos, etc. Entonces, aquí aparece un
motivo disonante con otros motivos del credo lockeano. Y de algún modo se entiende, a
saber, que es el afán de enriquecimiento desmedido donde radica el germen del
despotismo. Claro, porque el pensamiento social de la época, tenía frente a sí, como
contexto desafiante intelectualmente, una suerte de desvalorización ética, moral de los
individuos respecto del afán de enriquecimiento; que sobreviva cierto limitacionismo propio
de la ética pre-moderna. En cambio, cien años después, cuando Smith ofrezca la solución
filosófica, y por ende, la posibilidad de dormir tranquilo a la noche, sobre dónde radica la
importancia innegable que tiene que tener el afán de enriquecimiento personal, con la
exigencia del progreso de la sociedad toda, para que la cuestión aparezca en otros
términos; donde precisamente ese afán de enriquecimiento, multiplicado por el mayor
número posible, es el motor del progreso de la sociedad toda. Sólo que ese enriquecimiento
debe obedecer las reglas de la inversión y no del consumo improductivo. Entonces, es
bueno buscar enriquecerse, pero haciéndolo racionalmente, y la racionalidad de la
búsqueda del enriquecimiento, radica en invertir la ganancia y de esa manera hacer
progresar a la sociedad toda. Locke –cien años antes- tiene una visión en donde los
problemas o las perspectivas son diversas. Hay todavía un ethos moral con cierto eco
antiguo, de evitar la búsqueda desmedida de riquezas, que le quede a los otros lo que los
demás necesitan. Cien años después se va a decir que el mejor modo de que le quede a los
otros lo que los demás necesitan es evitar los consumos improductivos –no pagar cantores
de óperas, prostitutas, etc.- e invertir en las fábricas incipientes. Es decir, ser calvinistas
puritanos, que ganan y ganan y luego invierten e invierten, que es el ethos de la sociedad
capitalista.
Insiste mucho con estos rasgos de la condición primitiva, pero se priva de no conceder
nada a la lógica de la instauración directa por parte de Dios, y a la consecuencia de la
legitimidad dinástica. Es decir, que las cosas no son así porque Dios, directamente, haya
instaurado dinastías, sino porque las condiciones llevaron a eso. Si así fuera, si en cambio
hubiera intervenido Dios de manera tal de excluir la posibilidad de renovaciones, entonces
habría que renunciar completamente a toda idea de toda mejora racional de las condiciones
de vida política.
En rigor, uno puede argumentar que Dios instauró dinastías legítimas, pero esas dinastías,
las únicas, no anulan ni la posibilidad de que se corrompan, ni la posibilidad de que se
instauren órdenes que superen la corrupción de esas dinastías legítimas, porque forma
parte del ser humano pecar. Entonces, un Dios que ha hecho al ser humano libre, le ha
enseñado lo que debe ser pero lo ha dejado libre como para que decide no obrar como
debe ser. Entonces, la corrupción de una dinastía instaurada por Dios, obedece a la lógica
del pecado. Es racional que el humano peque y desobedezca a Dios, porque Dios lo ha
hecho libre. Entonces, no es que es irracional sin más, sino que, más bien, el problema se
desplaza a la teología del pecado, y no a la de la racionalidad del derecho. Pero Locke no
se mete en este tema, porque su Dios no es voluntarista, no es creador en sentido fuerte.
Es un Dios que no hace nada. Entonces, no puede entrar a discutir en términos de una
voluntad creacionista divina.
la libertad natural para Locke, por un lado se presenta como la de producir e intercambiar
–siguiendo exclusivamente las leyes naturales-; y por el otro lado se presenta como el gesto
formativo, productivo, de orden político, esto es: la constitución de un poder constituyente.
El gesto unánime para conformar un cuerpo político cuya primera figura civil es la de ser
poder constituyente. El hombre siempre ha obrado con mayor o menor racionalidad, de esta
manera. Y aquí, puede aparecer la historia, mostrando ejemplos de fundación libre de
nuevas sociedades.
Ni siquiera naciendo en una sociedad política, no anula ni obstaculiza a la libertad natural y
al ejercicio de la misma. Porque el hecho de que los padres hubieran pactado, no significa
que ese pacto obligue también a los hijos. Los hijos libremente van a decir, si forman parte
de la sociedad política de sus padres, o no. En todo caso, aparecen una serie de indicios de
este consentimiento dado a la sociedad política de los padres.
Uno de estos indicios del consentimiento dado, la pertenencia como ciudadanos a la
sociedad política de los padres, es aceptar la herencia. Cuando los hijos aceptan la
herencia, quiere decir que han aceptado las leyes de la sociedad que protegió la propiedad
de los padres y por ende protege lo heredado. Después va a aparecer la cuestión de la
tierra. Es decir, si la herencia es la tierra o es más todavía. Y aquí aparece, entonces, la
herencia como una institución fundamental de una soberanía legítima, que protege la
propiedad de los padres, y por ende protege la herencia, esto es, la transferencia de esa
propiedad a los hijos. Y los hijos que pueden no haber estado en el momento históricamente
fundacional, lo repiten, lo reviven, al aceptar la propiedad, y la protección que de esa
propiedad da el régimen civil.
el concepto de obligación natural es el que da sentido al concepto de obligación civil, y no
viceversa. Ese es el punto en donde se juega toda la teoría de Locke en particular y -uno
podría llegar a pensar- del liberalismo en general. Esto es, la teoría de que el gobierno debe
estar limitado, en función de ciertas categorías, conceptos, formaciones culturales, su
función no debe ser otra que la de proteger y respetar, así, estas instituciones categorías,
conceptos, ideas pre-políticas, que le marcan los límites.
En este sentido, es muy claro algo que está antes, y que serpentea a lo largo de todo el
racionamiento de Locke. Hay un universalismo fundante respecto del cual los
particularismos son deudores –desde el punto de vista de la legitimidad- y resultantes de
circunstancia entre empíricas y contingentes que explican el por qué de esos
particularismos. Pero que en ningún momento le confieren superioridad conceptual
respecto al universalismo en el cual estos particularismos se juntan. El universalismo es del
hombre natural, esto es, del cosmopolita. El ser humano es un hombre del mundo, del
cosmos, pero he aquí que por diversas circunstancias tiene que particularizarse en
ciudadano de una entidad particular: Inglaterra, Francia, etc.
Entonces, tenemos que por un lado funda el universalismo, y el artificio es deudor de este
universalismo fundante. O sea, el universalismo funda –el universalismo es el sujeto del
verbo “fundar”- y el artificio –léase tal o cual sociedad civil- está fundada en ese
universalismo, y por él, limitada. En §118 lo dice claramente. Y los lazos de las
obligaciones naturales no están limitados, acotados, ligados (b ounded), por los límites
(limits) positivos de los reinos y las repúblicas.
Entonces, está el consentimiento porque el concepto universal fundante es el de la
libertad natural. Que las circunstancias pueden marcarle ciertas restricciones en la forma de
ciudadanía, de acuerdo, pero no pierde su función a-priori. Entonces, Locke retoma algo
que ya ha anunciado que es cómo se da consenso al régimen que protege la propiedad. Ya
sea expreso o tácito. Y el mero hecho de aceptar las leyes de un gobierno en tanto que
legítimo, es una forma de expresar tácitamente, de pactar sometimiento al régimen en
cuestión. En ese sentido, al hacerme ciudadano, estoy sometiéndome como persona y mis
bienes, al régimen legítimo en cuestión.
Entonces, está el consentimiento porque el concepto universal fundante es el de la
libertad natural. Que las circunstancias pueden marcarle ciertas restricciones en la forma de
ciudadanía, de acuerdo, pero no pierde su función a-priori. Entonces, Locke retoma algo
que ya ha anunciado que es cómo se da consenso al régimen que protege la propiedad. Ya
sea expreso o tácito. Y el mero hecho de aceptar las leyes de un gobierno en tanto que
legítimo, es una forma de expresar tácitamente, de pactar sometimiento al régimen en
cuestión. En ese sentido, al hacerme ciudadano, estoy sometiéndome como persona y mis
bienes, al régimen legítimo en cuestión.
Aparece, en §121, la figura del propietario de tierra. Locke dice que mientras disfruta de
esa propiedad, aparece su sometimiento consensuado al gobierno que lo protege. Ahora, el
ser humano puede- si se deshace de esas tierra-, quedar libre de esa obligación
consensuada tácitamente. Locke distingue entre haber dado el consentimiento, que es
permanente, y simplemente haber disfrutado de la protección de las tierras, que sería el
consentimiento tácito. Éste último se disuelve si aquél que lo dio, vende sus tierras. Porque
aparece esta idea de que el gobierno tiene una jurisdicción directa sobre la tierra. Es decir,
la tierra como mercancía, aparece fuertemente condicionada por la dimensión física de la
tierra misma. La naturaleza física del fundo, hace que yo no me lo pueda llevar. No es una
auténtica mercancía, es una propiedad inmobiliaria y no mobiliaria. No se desplaza. En ese
sentido, la sustancialidad física de la tierra, incide en la dimensión económica, y en la
dimensión civil del objeto tierra. Y la incidencia en la dimensión civil, consiste en que sería
absurdo fundar consensuadamente un orden político respecto del cual cada propietario de
tierra pudiera despojarlo de su territorio. Entonces, hay como una jurisdicción directa, lo dice
claramente en §121:
“No teniendo el gobierno jurisdicción directa sino sobre la tierra [ ...]”.
Entonces, en el momento en que aquél que no dio su consentimiento expreso -sino
tácitamente- deja su tierra, se puede ir donde quiera, recupera su condición de ciudadano
del mundo, o sea, de ser humano libre por naturaleza. Entonces, la tierra molesta a la lógica
de la circulación absoluta de mercancías. La tierra se resiste a ser desustancializada.
Ahora acá se ve dónde tiene puesto un ojo Locke, cuando dice que el gobierno tiene
jurisdicción directa sobre la tierra: que no se les ocurra, a los señores de la tierra, negarse a
pagar impuestos. Se acabó ese derecho feudal que independizaba al noble propietario de
las tierras, de todo universalismo político, por afuera de los límites de su propia tierra.
Cuando es propietario de tierra, acota su naturaleza universal. Sea ata a un pedazo de
sustancia terráquea. Apenas lo abandona, vuelve a recuperar su movilidad global, porque
se ha desprendido de ese vínculo consensuado pero débil. Vínculo que, en cambio, cuando
ha sido consensuado –como dice Locke en §122- mediante un compromiso positivo, una
promesa expresa y un pacto, es fuerte y se mantiene.
Siempre respecto a la sociedad política, el capítulo siguiente retoma esta cuestión de la
teleología de la sociedad política, que ya habíamos visto al comienzo. ¿Por qué se
abandona el estado de naturaleza? ¿Qué es lo que se busca? Por un lado, mayor seguridad
en general, y más concretamente, proteger la propiedad. La vida, libertad y propiedad.
En §124, la magna finalidad principal es la preservación de la propiedad de los
individuos. Y esto conlleva a que se establezca una ley -que haya sido consensuada,
autorizada- porque esa ley va a determinar le criterio de lo justo y lo injusto, de lo correcto
y lo incorrecto, etc; entonces, opera como medida común para decidir las controversias.
¿Por qué, entonces, la primera finalidad de la sociedad política, es establecer seguridad, a
partir de la protección de la propiedad? Por una insuficiencia de la condición natural. Y esta
insuficiencia, Locke la expone de una manera un poco diversa, a como la ha expuesto
anteriormente, sobre todo al comienzo del Tratado. Acá remite un poco a las dificultades de
la otra facultad natural del individuo de ser Poder Legislativo de sí mismo. Porque en §124
dice que el ser humano, por naturaleza, conoce la ley natural –esto no es desmentido-,
porque ella es sencilla e inteligible, dice.
El primer motivo es que no obran de acuerdo a lo que conocen, porque son llevados por
sus propios intereses. El momento de beneficio personal exagerado -si ustedes quieren-,
puede operar distorsionando el conocimiento. La ley natural es claramente asequible a la
razón individual. La razón universal y la individual, forman parte de la misma familia,
digamos así. Pero, aparece este momento de los intereses.
Y el otro motivo es que no la conocen a fondo. Fíjense cómo dice:
“Son ignorantes porque carecen del estudio que exige la ley natural.”
Y eso sí que es contradictorio –a mi entender- con lo otro. “Ignorantes por falta de
estudio de la misma”, dice mi traducción. Entonces, aquí aparece un motivo extraño, que es
como un llamado de atención, que anuncia algo que en la segunda mitad del siglo XVIII y
en la primera mitad del siglo XIX, va a ser muy fuerte. Es decir, somos todos iguales, todos
podemos conocer la ley natural porque es clara y sencilla, pero algunos las conocemos
mejor que otros. Entonces, las que no las conocen tan bien, no la pueden aplicar bien. La
vamos a aplicar las que la conocemos bien, o sea, los que tenemos más estudio. El orden
francés –digamos entre 1815 y 1848- se asienta en esta lógica. Una cosa es la facultad de
la razón y otra cosa es la facultad de ejercicio de la razón. La facultad de la razón es
democrática, pero la facultad de ejercicio se da en el futuro democrático; por ahora no todos
la pueden ejercitar de la misma manera. Entonces, es obvio que no todos pueden tener los
mismos derechos electorales, cívicos, etc.
En §127 reaparece esta cuestión del problema del castigo en el estado natural, porque está
a cargo de lo que Locke describe como un ejercicio irregular e incierto del poder de
castigar. Entonces, de algún modo, aparece como el disparador del pasaje a la sociedad
civil, esta necesidad de regular racionalmente, el castigo, la pena, al violador de las leyes
naturales. Este disparador del pasaje –la racionalización del castigo-, es el motivo del cual
derivan las instituciones fundamentales de la sociedad civil. Entonces, aparece la necesidad
de una prudencia racional –que además es utilitaria- en el ejercicio de la pena. Que no sea
perdonado el que no se lo merece, que no sea extralimitado el castigo quien no lo merece.
Entonces, aparece como la otra cara inevitable de la protección a la propiedad. Acá aparece
esta necesidad de que la aplicación –que es el problema por excelencia- es lo que lleva a
los humanos a que construyan un artificio. Porque la naturaleza no garantiza esta dimensión
de la aplicación de la ley. Podríamos dar vuelta la cosa y decir que la prioridad del Poder
Legislativo, paradójicamente, está dada por la función que cumple el Ejecutivo, porque el
primer requisito para que la ley natural sea eficaz –que sea castigado el violador de la ley
natural- es que haya leyes civiles.
De algún modo, esta tensión extraña por la cual soberano es el poder Legislativo, y
dependiente del soberano es el Poder Ejecutivo, al mismo tiempo la meta hacia la cual
confluyen todos los resortes del mecanismo estatal, es que el Poder Ejecutivo funciona
correctamente. Y en ese sentido, la producción de leyes está funcionalizada a que operen
correctamente el Poder Ejecutivo. Es decir, que tengan normas menos generales que las
leyes naturales –más particulares- y que al ser indicaciones, reglas más precisas que las
leyes naturales, le permitan funcionar racionalmente y cumplir así con la finalidad del
poder civil, de la sociedad civil. Entonces, hay como una tensión de si la sociedad civil
apunta al castigo racional y justo, el Poder Ejecutivo es clave. Pero para que el Poder
Ejecutivo sea clave antes tiene que haber Poder Legislativo. Entonces, el juego entre los
dos poderes -si en la letra es muy claro-, prima el Poder Legislativo sobre el Ejecutivo. En
el espíritu de las cosas es, sin embargo, un poco más complicado. Esto es, la ley natural
dice “no matarás”, y el poder Ejecutivo es el que verdaderamente da eficacia al poder
natural, porque es el que castiga al que mata. Pero para que el Poder Ejecutivo castigue al
que mata tiene que aparecer una instancia intermedia, mediadora que transforme la ley
general –“no matarás”- en definiciones concretas y particulares acerca de lo que significa
“matar”. De modo tal que el Poder Ejecutivo tenga un reglamento a seguir y no quede
librado a la arbitrariedad. Entonces, la novedad, radica en cómo se ejercen los poderes
naturales en la sociedad civil, y de eso se ocupa en §128. Es decir, no hay nada en la
sociedad civil que no estuviera antes en el estado de naturaleza. Sólo que la manera en que
se ejercen los poderes naturales en el estado de naturaleza, es distinta –y quizás hasta
radicalmente distinta- de cómo se ejercen esos poderes naturales, una vez que han sido
transformado en poderes civiles. El poder legislativo natural, radica en la conciencia de
cada uno y en su diálogo con Dios, con el corazón, con las verdades innatas, etc. Y el poder
ejecutivo, con el castigo que cada uno ejerce sobre el agresor. Y en la sociedad civil uno se
llama “Poder Legislativo”, y el otro “Poder Ejecutivo”.
Pero lo que no podemos tener, lo que se debe “ceder totalmente”, es el poder de castigar.
Lo cual crea la situación –tensa yo diría- de que el más beneficiado es el Ejecutivo, porque
frente a él, no tiene ningún resto de naturalidad reacia a someterse. De derecho no tiene.
Por eso, el mayor peligro de despotismo nace del Ejecutivo. Mientras el Legislativo sólo él
tiene derecho a emanar normas coactivas, pero se puede encontrar que en el diario, al día
siguiente le pueden decir que la ley aprobada es una basura, etc, y si las criticas continúan,
es posible que cambien esa ley. Entonces, hay como un freno exterior al Parlamento, de lo
que pasa en el Parlamento. En este modelo, digo, en este liberalismo clásico de la primera
modernidad. Mientras que el Ejecutivo, como goza de un poder resultante de una cesión
total y absoluta de parte de los detentores naturales de ese poder, está como mejor
tonificado para un eventual abuso.
En §130 aparece una veta utilitaria, a través del abandono total del poder de castigar.
Dice:
“El hombre, va a disfrutar de muchas ventajas derivadas del trabajo de la ayuda
[...]”.
O sea, baja un poco de nivel, desciende de la obligación moral, a la conveniencia.
Entonces, un poco más adelante dice:
“Debe abandonar, también, tanto de su libertad natural para obtener lo propio,
cuanto el bien, propiedad o seguridad de la sociedad lo requieran. ”
Entonces, el criterio es una especie de cálculo utilitario, pero ya ahora en términos de
sociedad, porque se está constituyendo la sociedad política, la sociedad civil. Y lo remata
con ésta frase:
“Lo cual [todo este abandona absoluto del poder de castigar] n o sólo es necesario
sino justo, pues todos los otros miembros de la sociedad hacen lo mismo. ”
Es decir, ahora reaparece la idea de justicia ligada al hecho de que todos hacen lo mismo.
Es Rousseau el que va a explicitar esta fundamentación de la justicia en el hecho de que
todos renuncian, a saber, no hay más privilegiados. Justicia, acá es en éste sentido.
La primera noción de justicia era obedecer a la ley natural-divina o divina-natural. Como
no somos productores propietarios de los otros seres humanos, debemos respetarlos.
Ahora, en cambio, la justicia significa, que no hay ningún privilegiado que escape a la ley.
En contra de una visión pre-moderno, o moderna pero pre-democrática, de sectores que por
distintos criterios son considerados como sometibles a una legislación distinta a la del resto
de la sociedad. Y en §131 es importante, pero es un resumen de todo esto.
En lo que es a las formas de gobierno -las formas de la república-, Locke, de algún modo,
hace una distinción clásica, pero la focaliza en el Legislativo, en el soberano. Él dice que la
mayoría puede dictar leyes para la comunidad y ejecutarlas. Entonces, en ese caso, sería
una democracia perfecta, no la democracia rousseauneana, sino la democracia perfecta
porque es una mayoría la que dicta leyes, y designa y regula al Poder Ejecutivo. Si son
unos
poco es una oligarquía, es decir, un grupo reducido selecto; y si es uno sólo, es una
monarquía. El problema es que la monarquía que puede funcionar como Poder Ejecutivo,
su presencia en el Parlamento, obviamente tiene que estar muy contenida -y esa es la
aspiración política concreta de una situación histórica, donde el rey forma parte del
Parlamento, y Locke mismo lo reconoce-. Tiene que estar muy contenida en el
funcionamiento parlamentario, para evitar el despotismo de la coincidencia del Poder
Ejecutivo y el Poder Legislativo. Entonces, fíjense que son dos parágrafos solamente –que
en otros pensadores políticos son páginas y páginas-. Locke en el fondo no le concede
demasiada importancia, porque el espíritu de la cosa es lo importante, y eso está dado por
la salvaguarda de la propiedad privada, esto es, la racionalización del castigo a quien la
viola. Y de ahí surge el estado, y la civitas, la comunidad política, etc. Y la posición
soberana es la del Legislativo.
Si este es el soberano, ¿cuáles son los alcances de su potestad? Lo primero que hace el
poder constituyente es establecer un poder legislativo, como la fuente de la legalidad que
representa la cúspide de todo el sistema normativo. El punto al cual remite toda obligación
es el poder legislativo. El poder legislativo soberano tiene los siguientes límites en su
producción de normas legales. El primer límite (aludo a varios parágrafos a la vez) es no
dispone arbitrariamente de las vidas y de los bienes de los ciudadanos. Para Locke aquí no
habría una gran dificultad respecto de lo que significa “arbitrariamente” (o, en todo caso, no
se lo plantea). Esto no es tan sencillo sobre todo cuando llega el momento de los
impuestos.
Por otro lado, no está todavía elaborada la ciencia que tiene como aspiración la
demostración objetiva de cuáles deberían ser los impuestos no arbitrarios.
Acá, nuevamente, la solución lockeana es no sólo argumental, sino también retórica.
Demuestra que cuando no hay arbitrariedad, ese es el lugar en donde subsiste la ley
natural.
Ahí persiste Dios. La ley natural subsiste como norma eterna de todos los seres humanos.
Las reglas, las leyes se conforman a la voluntad de dios. Acá aparece, un poco, la voluntad.
El fundamento usa la voluntad para operar limitativamente sobre el soberano: los
legisladores. Estos no deben creer que son forjadores de reglas a piaccere, sino que por
encima hay un transcendente como voluntad (término o figura a la cual Locke no recurre
demasiado a menudo, pero aquí la necesita porque sino el legislativo puede presumir con
demasiado orgullo).
La segunda limitación es no gobernar por decretos arbitrarios, sino por leyes, es decir, lo
universal dirigido a lo universal. La justicia está en la universalidad. Esto marca la
identidad de toda una época de la cultura occidental: identidad = justicia. Esto hoy está
crisis, pero en esa época lo substancial, lo universal, era lo justo.
Bueno, esa no arbitrariedad está en la conciencia de los hombres y, por ende, es bueno
que haya una especie de conciencia colectiva instituida por consenso, como si en ese juego
pudiera quedar neutralizado el elemento particularizante de los intereses egoístas que, en
cambio, es más difícil de neutralizar en el caso de cada individuo atómico en el estado de
naturaleza. Eso forma parte de los dogmas fundacionales del Liberalismo, a saber,
discutiendo surge la verdad. Es bueno que se cree una institución discutidora para que la
ley, que es el resultado de esas discusiones, sea lo más próximo a la verdad.
¿Dónde radica la arbitrariedad? En desentenderse de la finalidad de la república, a saber,
el bienestar general. Aquí hay otra abstracción: ¿qué es el bienestar general? Lo que
determina el poder legislativo. ¿El poder legislativo cómo legisla? Guiándose por el
bienestar general.
El primer trozo de carne más concreto lo ofrece Locke en la tercera limitación (§138):
“Tercero, el poder supremo no puede quitar [take] a ningún hombre parte alguna
de su propiedad sin su propio consentimiento” .
Esto quiere decir que no puede haber un sistema impositivo que no cuente con el
consentimiento de los que participan en él. Quizás esta sea la función clave de la
normalidad legislativa: obtener los recursos necesarios para el artificio que se crea, sobre la
base del consenso. La cuarta limitación es que aquellos que operan como representantes
del pueblo no gozan de una libertad tal como para hacer abandono de la soberanía que le
fuera concedida, beneficiando a alguien ajeno al pueblo mismo. Sobre todo, no puede
renunciar a esta soberanía artificial que se les ha dado (es artificial porque es colectiva, si
fuera autorreferencial seríamos soberanos de nosotros mismos por naturaleza). El poder
legislativo no puede darle la potestad suprema al poder monárquico. Es decir, el poder de
que gozan resulta de una delegación, y está marcado por una obligación determinada que
es el bienestar general, la protección de la propiedad, etc., y no pueden renunciar a él.
En el capítulo XII presenta los distintos poderes (el que aparece es el judicativo). Para
Locke no es conveniente, por distintos motivos, que el legislador sea el ejecutor de la ley.
De ahí, se torna conveniente que se desprenda del poder soberano un poder a este
subordinado, encargado por el soberano de ejecutar la ley (ese es el poder ejecutivo).
Locke, en este punto, le reconoce un amplio margen de maniobra a este poder, no hacia lo
interno –en donde está el poder legislativo que lo controla- sino hacia lo externo, es decir,
la defensa de la república. Allí el margen de maniobra es grande porque el jefe de la fuerza
encargada de defender -por la lógica misma de la guerra- tiene que ser un jefe absoluto.
Entonces, en lo que hace a las relaciones internacionales, el poder ejecutivo tiene un amplio
margen de juicio personal sobre cómo conducirse, porque el poder legislativo puede como
mucho enunciar leyes muy generales respecto de la actitud a seguir en las relaciones
internacionales, porque estas surgen de una relación con alguien que no está sometido a
ese poder legislativo. Este tiene una potestad indiscutible, a través de la ley, sobre aquellos
que están sometidos a él. Pero por definición, una república externa no está sometida al
poder legislativo. Este último puede darle ciertas normas básicas al poder ejecutivo, pero
este tiene que ser creativo en función de las vicisitudes en una relación con alguien con el
cual se está en estado de naturaleza. No hay un poder legislativo común a dos repúblicas.
En este sentido, el poder ejecutivo tiene que ser absoluto, más allá de que ciertas medidas
sean evaluadas por el poder legislativo. Si se va a una guerra, el poder ejecutivo, como
comandante en jefe no puede estar mirando la ley. La legislación interior lo autoriza a tener
una potestad absoluta en caso de guerra.
El capítulo XIII especifica lo de la subordinación de los poderes. ¿A quién se subordina el
poder legislativo? Acá está el punto del círculo cuadrado. El poder legislativo es el
soberano, pero en realidad depende del pueblo. Claro, Hobbes (no ya sólo Filmer) –alguien
que parte de las premisas de Locke: que todos somos libres e iguales- diría: “entonces no
es un soberano, porque está siempre pendiente de lo que opina el pueblo”. Pero este
pueblo ya está constituido como actor político, y tiene derecho final; o bien no está
constituido,
entonces ¿qué opina el pueblo, si no es actor político? La única defensa que tiene Locke es
sí mismo, es decir, la tesis de que ese pueblo fuera de la política no es la multitud
hobbesiana fuera de la política. Mientras que el pueblo de Locke produce e intercambia en
el mercado, la multitud de Hobbes se mata en la guerra del todos contra todos. Cada uno
puede elegir quién cree que tiene razón.
No sólo la potestad natural del pueblo sobre el poder legislativo se ejerce en función de
instituciones políticas, sino en la conciencia misma. Este es el hilo rojo de su filosofía
política: la resistencia. Dice Locke en §149:
“Así la comunidad perpetuamente retiene el poder supremo de salvarse a sí
misma de los intentos y designios de cualquiera, incluso de sus legisladores [...]”.
Ante un poder fiducidiario, cuando el recipiendario de esa fe le falla (for faith), esa
delegación se anula y el pueblo retoma la soberanía en primera persona. Esto está
suponiendo que la desautorización al legislativo supone la rebelión. Entonces, la premisa de
esto es que, produciéndose esa desobediencia, el pueblo como poder está autorizado por la
razón a ese gesto de desautorización y de reemplazo, y, por ende, se constituye
nuevamente como poder constituyente. Esto quiere decir que vuelve a asumir su condición
de legislador originario. Si la cosa es más grave aún, remite a su condición natural pero
social. Lo que lo ha hecho ser pueblo y no mera multitud, lo que hace que el retorno a la
naturaleza no sea un retorno inevitable a una situación peor, es que por naturaleza
producimos e intercambiamos. Ya somos racionales plenamente. Eso es lo que legitima la
desobediencia.
Entonces, no pierde nunca el poder constituyente porque está autorizado en la medida en
que sus integrantes son productores propietarios, es decir seres racionales. Qué es el
legislativo: un poder delegado. Qué es el ejecutivo: más débil aún que el anterior.
En §151 cómo debe verse al ejecutivo:
“[El poder ejecutivo] es la imagen [el término inglés remite por un lado a la raíz
latina y por otro a la griega: image y phantom, dando cuenta de una realidad de
segundo orden] o representante de la comunidad [del commonwealth]”.
Esto quiere decir que la república, que tiene su ontología fuerte en el pueblo como poder
constituyente, y en el poder legislativo que opera por delegación de ese pueblo, tiene una
segunda entidad ontológica más débil en el poder ejecutivo que es como una emanación del
soberano, una presentación en segundo grado.
Luego, rápidamente va a aparecer la resistencia porque cierta atribución (importantísima)
que tiene el poder ejecutivo, puede ser objeto de un mal uso extremadamente peligroso.
Fíjense en §156. Al poder ejecutivo se le otorga la facultad de reunir y disolver la
legislación. Aquí el razonamiento de Locke es un poco extraño:
“La facultad de reunir y disolver la legislatura, propia del poder ejecutivo, no da
a este ninguna superioridad sobre aquel”.
A primera vista no se entiende cómo una instancia que decide cuando se reúne y cuándo
no lo hace otra, no es superior a esta otra. Locke explica esto en términos funcionales: no
es una superioridad de derecho. Acá Locke estaría diciendo que la Constitución
determinaría las sesiones ordinarias y las extraordinaria; el parlamento operaría con una
suerte de autorregulación. Esto sobrevive en las democracias presidencialistas actuales en
la función de la vicepresidencia: el vicepresidente es el presidente del senado. Por cierto,
mientras todo funciona en conformidad a las leyes naturales, nada de esto ofrece
problemas. El problema comienza cuando esto no funciona: ¿quién decide cuándo no está
funcionando, quién decide el sucesor? Toda esta argumentación se vuelve coherente con la
rebelión. Es una posición muy distinta a las de Hobbes. Todo el argumento se vuelve
coherente a partir de que no hay rebelión. Aquel que interpreta la ley natural (porque no es
idiota), lo hará del modo más sensato posible. Si es idiota la interpretará mal e irá a la
guerra civil.
Esto de la capacidad racional de operar en el ámbito del legislativo, propio del poder
ejecutivo, en realidad pertenece aun capítulo de la Filosofía Política de Locke que a sus
intérpretes más liberales les contentaría más que nunca lo hubiese escrito: el capítulo XIV
“Sobre la prerrogativa”. Aquí lo que Locke le concede al poder ejecutivo, si obedece al
espíritu de la prioridad del respeto de la propiedad, es una autorización a realizar el bien
público sin norma previa. Es más, en contra de la norma previa.
El hecho es que Locke está poniendo el dedo en una cuestión política clave que
se acelerará con el correr de los siglos, y que en la sociedad de masas va a estallar varias
veces. Frente a la exigencia del bien común, el ejecutivo va a invocar que el legislativo
llega siempre tarde. El legislativo llegaba a horario cuando era una sociedad elitista, pero en
la sociedad de masas esto no pasa: sigue discutiendo cuando ya la masa está quemando
todo. Con este criterio, un ejecutivo no puede no tener prerrogativas. El parlamento no está
reunido, pasa algo inesperado y es muy difícil convocar.
¿El equilibrio en dónde puede hallarlo Locke? Nuevamente, en el derecho de resistencia.
¿Quién puede ser el juez? Vayamos a §158.
“La prerrogativa no es otra cosa que un poder puesto en manos del príncipe,
con objeto de proveer el bien público en aquellas situaciones derivadas de
circunstancias imprevistas e indeterminadas, y que, por esa misma razón, es
imposible reglamentar con seguridad mediante leyes fijas e inmutables” .
En el corazón mismo del imperio de la ley, esta se revela coja. Cuando atrás de esta
situación imprevista no hay un grupo de notables que conspiran, sino cien mil personas que
queman todo, la cuestión es más complicada. Por cierto aparece la idea que luego las
constituciones van a incorporar: cualquier medida de urgencia, cualquier ejercicio de la
prerrogativa por parte del ejecutivo, debe ser respetado por el parlamento. Ahí hay un
ejemplo de cómo el reglamento aplica la ley. Lo dice Locke de esta manera (§158):
“Todo cuanto se haga en beneficio evidente de la sociedad y de la población en
general, [cuando la prerrogativa se usa cuando hay que usarla: en beneficio de
la república] al estar fundado en normas justas y durables, podrá justificarse
por sí mismo una vez realizado”.
Entonces, si falla la norma pero se responde al espíritu de la Constitución, no importa.
Pero, ¿cómo sabe si responde o no a este espíritu? Veamos §158:
“Al llegar aquí se nos plateará, a propósito de la prerrogativa, la vieja cuestión de
quién hará de juez para decidir”
En la medida en que se va debilitando el dedo de la trascendencia crece esta pregunta. La
respuesta de Locke ya la saben: la rebelión. No puede haber juez que esté en el medio
entre un ejecutivo que hace uso de la prerrogativa, y un poder legislativo que depende de la
voluntad de aquel para reunirse. La solución lockeana encierra como una bomba de tiempo
a la guerra civil. Basta con que haya una fricción, para que empiece a destartalarse todo el
mecanismo. Todas las situaciones verdaderamente tensas hallan como respuesta la guerra.
Lo que Hobbes quería evitar diciendo “renuncien, obedezcan porque peor es la guerra”. Por
algo Locke es el teórico leído por excelencia en la Francia revolucionaria, más que
Rousseau. Todo el amasado intelectual de la Revolución está protegido por las esposas de
los aristócratas, a los cuales -los lectores revolucionarios- les van a cortar la cabeza. El faro
es la Inglaterra lockeana. Rousseau les provee a los jacobinos ciertas ideas-fuerzas, pero el
esquema de lo que significa el levantamiento popular no está. El Contrato Social se quita
de encima ese problema con una forma enigmática llamada alineación de estado. Aquel que
les da a todas las revoluciones burguesas la idea legitimante es Locke.
En este caso, lo mismo que cuando no tiene juez sobre la tierra, no le queda al pueblo
más que recurrir al cielo. Aquella última decisión reservada a todo el linaje humano cuando
no tiene a quién recurrir en la tierra, es recurrir al cielo cuando tiene causas justas para
hacerlo. ¿Cuál es la causa justa? Lo que cada conciencia diga que es justo. Piensen que
todavía no aparecen ni la Economía Política ni la Filosofía de la Historia, legitimando la
causa justa. Faltan 80 o 100 años para que empiecen a aparecer.
Ahora vamos a ver las situaciones en donde el orden civil-racional sufre conmociones. El
primer tipo de conmoción que recibe el estado es la conquista. En todas las
argumentaciones que empezaremos a ver tendrán como hilo conductor la idea de
resistencia. En este caso, ya aparece la noción de “invocar al cielo”, procedimiento que, en
líneas generales, tiene una serie de pasos que luego se irán repitiendo.
Antes de invocar al cielo hay que ser paciente: este es uno de los argumentos de Locke en
contra del postulado que lo acusa de alentar revoluciones. Luego de haber soportado lo que
en el foro interno se consideraba injusto, Locke propone, en el caso de la conquista, recurrir
a la razón en el tribunal de nuestra conciencia, cuyo resultado sea un pleno convencimiento
de la injusticia de la situación. Recién después de protestar y evaluar sobre la situación, se
puede pensar en empuñar las armas. Más en concreto respecto de la conquista lo van a
encontrar en §176. Aparece de nuevo Jefté, que es una figura recurrente todas las veces
que Locke recurre al argumento de la resistencia.
Apelar al cielo tiene que ver con lo siguiente: el cielo se hace presente en mi conciencia,
y esta conciencia puede estar concretizada en un espacio mayor que mi fuero interno. Lo
que hace a la conquista en sentido estricto, en el caso de vencedor injusto no está
autorizado por la razón a ejercer el poder. Pero aún el vencedor en guerra justa tiene
determinados límites que no puede violar, fundamentalmente su actitud frente a la
propiedad de los vencidos. En última instancia, aún el vencedor en guerra justa, por haber
accedido al poder de manera belicosa, es siempre un déspota. Aquí, Locke se diferencia de
la tradición que sostiene una distinción entre legitimidad de origen y de ejercicio; y, más
cercano a él, se diferencia de Hobbes, quien acepta como prueba de conciencia el
sometimiento a aquel que ejerce la fuerza, si es que después su manera de ejercer la
autoridad civil no sigue basándose exclusivamente en esta. Para Locke, el mero hecho de
aceptar a un vencedor no conforma una prueba de consentimiento. Él establece que la
guerra debe tener un carácter limitado, y su límite está dado en la propiedad.
De algún modo estos son los primeros parágrafos del capítulo XVI. Específicamente en
§189 establece que el conquistador no tiene derecho a gozar de consentimiento, ya que un
pacto a la fuerza no es válido. De §187 a §195 insiste con esto de que los que no han
participado activamente. Algunos teórico políticos han pensado sobre esto, en especial
sobre el hecho de que si los ciudadanos participan en la defensa, cuando su ciudad está
sitiada, dejan de ser civiles. En fin, hay toda una casuística para determinar si hay que
degollar a todos o no. Locke, en este aspecto, enuncia sólo el principio: el conquistador no
tiene derecho sobre los no participantes, ni sobre la propiedad. En este sentido aparece una
idea de guerra acotada o limitada. Luego va a retomar la idea de la revolución justa (lean
con atención §196).
Vayamos al segundo tipo de conmoción, enunciada en el capítulo XVII “Sobre la
usurpación”. La usurpación tiene esta característica: es el apoderamiento de un poder
soberano que, por derecho, le pertenece a otro (por ejemplo, un golpe de estado). Un golpe
de estado o palaciego, una situación de estado de naturaleza dentro del orden político, que
no altera el principio de la soberanía. la constitución, en su núcleo básico, permanece
vigente. El principio de la soberanía es, por ejemplo, la voluntad popular, el régimen
federal. Pero, por ejemplo, el vicepresidente realiza una maniobra por la cual reemplaza al
presidente en un cargo ejecutivo superior. Desde este punto de vista no tiene ningún
derecho a ser obedecido (§198), aún cuando el gobierno preserve la forma de república. El
postulado de que el origen vicia el ejercicio antes de que el ejercicio tenga lugar, es
incompatible con la máxima de Hobbes, es decir, la indisolubilidad del vínculo político
fundamental, que es el mandato obediente, cuando este protege (si en el ejercicio de la
soberanía, el soberano actúa racionalmente, hay que obedecerlo).
Lo único que legitima un ejercicio de soberanía es el consentimiento expreso. En estos
casos, no queda librado a la manera en cómo ejerza el poder ilegítimamente adquirido, sino
que haya una expresión reconocible de consentimiento por parte de sus súbditos. Locke en
esto no puede aflojar: el consentimiento tácito es demasiado ambiguo. ¿Hasta dónde hay
consentimiento si se lo piensa tácitamente? Para Locke esto no puede marcar la condición
de legitimidad en condiciones de anormalidad. El consentimiento tiene que ser expreso. Si,
en un momento se produce el consentimiento expreso, eso es lo que hace que pase a ser
legítimo, no el ejercicio racional de la soberanía. Este es el factum sobre el cual se funda la
soberanía.
El tercer tipo de crisis de la sociedad civil es más importante: es la tiranía. Aquí el
ejercicio de la soberanía no obedece a derecho o está más allá de él. El tirano se convierte
en tal para sacar ventajas personales. Pero lo que vicia esta situación de estar fuera del
derecho para que rija el derecho, es que –en su contenido- las medidas son contrarias al
bienestar general. Locke dirá que cada uno, en su conciencia, decide. El tirano, entonces,
se pone por fuera del derecho pero no para salvar el derecho, sino para beneficiarse
personalmente. Él enuncia la lógica y no los tiempos de la lógica.
El tirano es aquel que altera la ontología práctica clásica, en donde el bien común es
sustantivo –no procedimental, vacío o formal. Allí, la figura del tirano viene a violentar este
orden. Sobre el final de §200, habla sobre la diferencia entre rey y tirano:
“”[...] uno [el rey] hace de las leyes lo límites de su poder y del bien público el fin
de su gobierno, y el otro hace que todas cedan a su propia voluntad y apetito” .
Toda forma soberana, por el mero hecho de ser un poder por encima de todo otro poder,
siempre peligra en devenir tiránica. Esto es desobedecer la ley civil, y, al hacerlo, atentar
contra la ley natural. En última instancia es la ley natural la que proporciona el contenido
que el tirano no respeta. Esto lo lleva a Locke a plantear, en §201, la antítesis fundamental
que hay entre ley y tiranía, entre lo universal que rige a lo universal, y el mandato
particularista arbitrario con vistas a un beneficio exclusivo. En este caso se violan ambas
cosas: el derecho positivo y, por ende, el derecho natural.
Por cierto, no cabe duda que ante la tiranía la rebelión es justa. Suele concernir esta
cuestión, al menos al inicio, a los agentes del poder ejecutivo más que a los titulares de este
poder. Los primero momentos de rebelión, observa Locke, tienen que ver con rechazos de
las medidas que toman los agentes del poder ejecutivo. El actor del mandato tiránico, y
aquel que suscita los primeros movimientos de rebelión lícita, es el policía y no el rey. En la
medida en que la cosa sigue, los ciudadanos agredidos van elevando la mira del arma con
la cual se van a defender del agresor.
En §203, Locke se hace la objeción previsible de que se le impute un fomento de la
anarquía a partir de su teoría de la resistencia. Ante todo, él dice que la cuestión tiene lugar
en la interioridad de cada uno. Aquel que se encuentre a sí mismo como agraviado, y
supone que el príncipe no tiene derecho a hacerlo, puede formarse una opinión. No es que
inmediatamente se produce la rebelión, se va formando de a poco a partir de las opiniones
personales que comienzan, ante todo, en el ámbito interior mismo. En ese sentido, el juez
es la conciencia. ¿Cuál es el criterio que debe guiar a la conciencia? Lo que legitima la
rebelión es la convicción racional de que a la fuerza es justo oponerle la fuerza. Cuando se
opone la fuerza a una fuerza justa (a un soberano que no es déspota) se cae en la
ilegitimidad. Entonces, no hay un inmediato peligro de anarquía. Además de ello, el que se
rebela no es culpable de una
eventual anarquía o estado de guerra, sino que el culpable es el tirano. El tirano es aquel
que ha entrado en guerra con su pueblo, es a él a quien debe reprochársele generar la
anarquía, y no a los que se revelan.
En §205, Locke va a hablar de la posibilidad de existencia de un príncipe impulsivo, que
no se cristalice como el desenlace de un colectivo orgánico. Creo que está traducido como
“caudillo”. Locke va a proponer no discutir la idea de sacralidad porque cumple una
función de estabilidad y permanencia. Aconseja tolerar pequeñas injusticias de esos
príncipes impulsivos. Para que haya rebelión debe ir conformándose una situación.
El recurso a la fuerza, insiste en los parágrafos siguientes, depende de que no se pueda
realizar adecuadamente la apelación al cielo. No se recurre a la fuerza de la resistencia por
razones de segundo orden, sino por un estado de injusticia, que, en última instancia, es de
guerra. Entonces, sería absurdo negarle a uno de los participantes de la guerra el derecho
de
defenderse. No es que se hace la guerra por cuestiones de poca monta, sino que es una
respuesta a un estado de cosas que ya está consolidado en su carácter injusto. Más aún,
no
son ciudadanos individuales los que llevan a cabo la resistencia, sino que –aquí la metáfora
es importante- es el cuerpo del pueblo. Es importante porque, a diferencia de la tradición de
la Monarquía Absolutista (incluido Hobbes), no hay cuerpo sin orden político. Locke eso
no lo puede aceptar. Entonces, su reivindicación de la resistencia tiene una premisa
fundamental del lado del resistente, no ya del lado del agresor. Las dos premisas son: por
un lado, que haya un agresor que no debiera serlo (debería ser soberano), por otro lado, el
que resiste es un cuerpo. Está operando de una manera legal, obedece una ley del
movimiento. Se trata de una pluralidad de actores que están integrados de una manera
orgánica. El argumento más fuerte, entonces, en lo que hace al sujeto resistente, es que la
resistencia no disuelve la sociedad sin más. El momento contra la resistencia reposaba en
lo siguiente: fomentar la resistencia es fomentar el quiebre del vínculo social. Locke, ahí se
previene de esa objeción con su idea del carácter ya logrado del constructo social, como
pueblo. Si no hay soberanía, si en lugar de esta hay una tiranía, rebelarse a él no significa
destruir todo vínculo social –ni mucho menos- porque quién se rebela es el cuerpo del
pueblo. El pueblo es cuerpo porque ha establecido los nexos en la dimensión natural.
La conclusión de este momento es que nunca son hechos aislados, sino que, como dice
sobre el final de §210:
“[...] una larga cadena de hechos”.
El ejemplo que pone de Argel es ilustrativo. El Estado devino una galera de esclavos.
Lo que decíamos del poder legislativo nos lleva al momento de disolución del gobierno.
Sin embargo, si se disuelve el gobierno, la sociedad perdura. Acá aparece esta diferencia
entre gobierno y sociedad que, en Locke, es fundamental. En algunos casos puede disolver
todo, en otros puede disolver sólo el gobierno. La importante, en este punto, es la
disolución desde el interior. Entonces, se puede producir esta situación porque el poder
legislativo deja de ser soberano.
Claro, cuando el poder legislativo, por obra del ejecutivo, es disuelto, lo que se pierde es
este momento que Locke llama “el alma que da forma, vida y unidad a la república”. Se
pierde el pneuma vital del commonwealth. Entonces, desaparece, se disuelve la sociedad
política absolutamente. A continuación el presenta el poder legislativo sobre el modelo
inglés: cámara baja, cámara alta, rex y parlamento. Esta presencia del poder ejecutivo
también en el parlamento sería la estructura racional. Por esto mismo, el modelo ejecutivo
presente en el parlamento, no tiene ningún derecho especial para imponer su voluntad en
contra del procedimiento habitual del poder legislativo. Al imponer de una manera
arbitraria su voluntad particular está procediendo a la disolución del poder legislativo. Es el
caso típico, más aún en Inglaterra. Durante todo el siglo XIX la conformación de los
Estados liberales y democráticos tiene como una constante la lucha entre representantes de
los sectores de la sociedad civil y el ejecutivo, con el monarca activo, como representante
de los estratos sociales más altos y, también, los más bajos (sobre todo, del campo). Es una
situación típica.
El poder legislativo es alterado, entonces, por el poder ejecutivo al imponer su voluntad.
También se altera cuando interviene y no respeta lo que la constitución ha establecido como
reuniones del poder legislativo, cuando pretende imponer nombramientos de miembros del
poder legislativo, etc.. Esto último es importante, porque una de las cosas que se obtuvo en
Francia después de Napoleón, en plena época de la Restauración, fue limitar
progresivamente el nombramiento de senadores por parte del Rey. Obviamente esta era
una manera de gozar de poder para imponer la propia voluntad en el seno del parlamento
mismo. Por supuesto, también si el poder ejecutivo cede frente a una potencia extranjera.
Hay otra forma de disolución (§212):
“La constitución del legislativo es el primer y fundamental acto de la sociedad,
que asegura que sus miembros continuarán estando unidos bajo la dirección de
determinadas personas, y bajo las obligaciones emanadas de leyes dictadas por
individuos autorizados a tal efecto, por consentimiento y designación del
pueblo”.
O sea, el primer gesto del poder constituyente es indicar “este es el poder legislativo”, es
decir, una institución que va a obrar de una manera.
Bueno, seguimos con la disolución. Ante la incapacidad del poder ejecutivo se produce
una situación de anarquía porque las leyes no ejecutadas pierden existencia, ya que tienen
una legalidad legítima pero están faltas de eficacia.
Lo que establece en §220 no es una novedad pero es importante. El pueblo, que es una
corporación, siempre tiene derecho a nombrar un nuevo poder legislativo. Es decir, el
derecho de instituir soberanía, el pueblo no lo pierde nunca. Claro, Locke va presentando
toda la categorización que da lugar a su teoría de la resistencia. Resistir al gobierno, no es
disolver la sociedad. El pueblo es un cuerpo, independientemente de la existencia de poder
político. El pueblo no pierde su estructura orgánica cuando el poder no cumple con lo que
tiene que cumplir, y esa capacidad o facultad de instituir soberanía no la aliena jamás.
Siempre puede el pueblo retomar su función de poder constituyente.
La última parte del texto retoma una vez más y cierra con lo de la “resistencia justa”. A
partir de §228. Ni en Hobbes ni en Kant hay una resistencia justa. En Hobbes eso es más
claro, porque por naturaleza no hay un orden justo. Donde prima el derecho natural no hay
un orden justo. Para Kant la santidad de la ley es tal que no se puede ubicar bajo la
racionalidad de lo legal a la resistencia, más allá de que esta sea un hecho. Locke, en
cambio, proporciona una universalidad legitimante.
Sobre el final del texto §240 se habla de quién será juez para sentenciar, si el monarca y
el poder legislativo obran en contra de la misión. Entonces él responderá que es el pueblo.
El pueblo es cuerpo político en la medida en que se ha autorizado a ser poder
constituyente,
a partir del momento en que habiéndose unido como sociedad natural decide devenir poder
constituyente para que un juez imparcial proteja las condiciones naturales. Ahora, ¿cómo
decide el pueblo? Aquí retoma la apelación al cielo. Retoma la idea de juez imparcial, se la
quita a aquel al que se la prestó. El único lugar en donde se puede encontrar imparcialidad
es en Dios, después viene lo que ya hemos visto.