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UN TESTIMONIO A GRIEGOS Y OTROS

A principios de 1930, un griego llegó a apreciar el mensaje bíblico... Nicolás Argyrós. Él nos cuenta
acerca de su gozo y de cómo contó a otros lo que aprendió: “En enero de 1930 recibí tres folletos,
Prosperidad Segura, El Amigo de la Gente y Libertad para las Gentes, escritos por J. F. Rutherford.
Esta era la primera vez que había leído literatura que me parecía ‘la Verdad.’ En la cubierta trasera
de los folletos había una lista de libros y folletos, así que los pedí. Veintinueve días después llegó la
literatura. Lo primero que leí fue el folleto Infierno—¿Qué es? ¿Quién está en él? ¿Pueden salir de
él? Busqué por todo el folleto para ver a los pecadores quemándose, que era lo común en otros
libros religiosos, pero no hallé nada de esto. ¡Imagínese mi sorpresa cuando supe que el infierno
de fuego era una mentira religiosa inventada para asustar a la gente tal como me había asustado a
mí cuando solo tenía quince años de edad! Yo estaba solo cuidando ovejas, ¡y en un sueño el
Diablo corrió tras de mí con una horquilla, tal como lo describe la religión falsa! Me desperté
temblando. Los argumentos que presentaban los folletos eran razonables y convincentes.
Inmediatamente solicité más literatura.

“Para aquel mismo tiempo noté en un periódico griego publicado en Buenos Aires un anuncio que
mencionaba clases de la Biblia los domingos a las 3:30 de la tarde; la dirección que se daba era
1653 calle Bonpland. A las tres de la tarde el domingo siguiente estuve en la esquina esperando y,
cuando vi entrar a otros, entré y los saludé a todos en griego, pues pensaba que la reunión era en
griego. Nadie me devolvió el saludo, pero el que dirigía la reunión (un estudio del libro Plan Divino
de las Edades) me sonrió al pasar cerca. Me senté en la última fila; otro hombre se sentó al lado
mío. No entendí ni cinco por ciento de lo que se dijo. Todo lo que tenía era el periódico griego con
el aviso en él. Cuando la reunión terminó y el hombre que estaba a mi lado descubrió que yo
también era griego, me dio su dirección.” El hermano Argyrós dice que compró una Biblia griega
aquella misma noche, y después de eso fue a la casa de su amigo griego cada noche. “Él estaba
bien versado en la Biblia, y con la Palabra de Dios derribó todas mis creencias ortodoxas griegas. ¡A
los sacerdotes, a quienes yo había estimado tanto, los llamaba ‘hijos de Satanás,’ diciendo que
formaban parte de la alianza inmunda! Volví a leer el folleto Infierno, y ¿Dónde están los muertos?
En la tercera visita a la casa de mi compatriota quedé convencido de que yo iba por el camino
correcto. Le pregunté qué podía hacer para obtener el buen agrado de Jehová. Me dijo que saliera
y predicara a otros lo que había aprendido de la literatura.” El hermano Argyrós prestó atención a
aquel buen consejo sin pérdida de tiempo.

Recuerda lo siguiente: “El domingo siguiente comencé a predicar en Berisso, provincia de Buenos
Aires. Allí vivían muchos griegos, y durante nuestras visitas obtuvimos 600 direcciones de otros
griegos suministradas por un empleado de un banco donde aquellos griegos depositaban su
dinero. Los hermanos de los Estados Unidos nos estimularon a organizar una reunión de habla
griega, de modo que alquilamos un salón en la calle Malabia y estas reuniones continuaron por un
año. A veces llegaban a reunirse veinte personas. De los Estados Unidos recibimos 1.000 libros y
folletos, de modo que comencé a visitar a todas las personas cuya dirección había obtenido. Visité
a todos los griegos que vivían en la zona de Buenos Aires, así como a los que vivían en
Montevideo, Uruguay.” Pero él nos dice que no estaba contento con “hacer tan poco”; todavía
tenía que llegar a algunas direcciones en Rosario y Santa Fe; desde allí planeaba abordar un barco
de carga para su isla nativa en Grecia, donde pensaba que tendría mayor campo para predicar las
buenas nuevas.

En Santa Fe, el hermano Argyrós encontró al hermano Félix Remón, quien había llegado a ser
publicador activo del Reino en Buenos Aires y después fue enviado a la zona de Rosario-Santa Fe
por el hermano Muñiz. Unas quince personas se reunían en el taller de carpintería del hermano
Castagnola en aquel tiempo. El hermano Remón invitó al hermano Argyrós a alojarse con él, con el
arreglo de que cocinarían por turnos semanales. Mientras el hermano Remón estaba afuera
predicando, el hermano Argyrós trabajaba como fotógrafo. ¡Esto nunca satisfaría al que tuviera un
verdadero espíritu de misionero! “Me sentía incómodo,” dice él, “y quería salir a predicar, pero lo
único que sabía decir en español al ofrecer los libros era que hablaban acerca del reino de Dios.
Todavía esperaba la oportunidad de partir para Grecia, pero a medida que los días pasaron mi
español comenzó a mejorar. De noche le contaba mis experiencias al hermano Remón, y él me
enseñaba los textos que debía usar en cada oración; esto fue una gran ayuda, de modo que
finalmente decidí en contra de irme a Grecia.”

La decisión del hermano Argyrós de permanecer en la Argentina habría de tener efectos


trascendentales en la expansión de las buenas nuevas en la mitad septentrional de la Argentina.
Desde 1932 en adelante los viajes que haría sembrando la semilla de la verdad bíblica habrían de
abarcar catorce de las veintidós provincias que componen la República de la Argentina. Unámonos
a él ahora y compartamos algunos de los gozos y privaciones de su ministerio.

“En 1932 llegué a Córdoba y alquilé una pieza en la calle Salta. Desde allí comencé a trabajar la
ciudad; la trabajé completamente dos veces en los dos años que estuve allí. Los que manifestaban
interés pedían toda la nueva literatura, y algunos me visitaban en casa, entre éstos un juez, C. de
los Ríos. Él venía y pasaba muchas horas conmigo y yo contestaba sus preguntas, usando la Biblia
griega como mi diccionario porque no tenía un diccionario griego-español. Hablé a Natalio
Dessilani y Armando Menazzi, que estuvieron entre los primeros publicadores de aquel lugar;
Armando Menazzi más tarde fue precursor. En aquel tiempo pensábamos que el Armagedón
estaba por estallar y por eso yo hacía todo lo que podía por colocar literatura en todas partes.
Había quienes decían, como todavía algunos dicen hoy: ‘¿Por qué colocar literatura cuando la
gente no le presta ninguna atención?’ Pero el hermano Rutherford dijo: ‘¡Ustedes coloquen la
literatura y dejen los resultados en las manos de Jehová!’

“Había veinte cajas de literatura a la mano; tomé diez de ellas y partí hacia Tucumán. Allí, después
de algún tiempo, me atacó el paludismo. No tenía dinero para ir a un doctor. Tan pronto como
pude, partí para Catamarca y La Rioja, trabajando las ciudades capitales y algunos pueblos. Los
informes en aquellos días eran de 200, 220 y 240 horas al mes; lo más que informé fue en abril de
1933... ese mes informé 300 horas de actividad.

“Entonces seguí adelante a San Juan, donde hallé mucho interés; el que más interés mostró fue
José Cercós. La mañana que lo encontré me sentía tan deprimido que pensaba irme a casa. Pero al
seguir caminando recordé las palabras de Revelación 21:8, y no quise ser acusado de ser cobarde.
Entonces José Cercós vino caminando hacia mí; lo detuve y le ofrecí el libro Gobierno con el folleto
¿Qué cosa es la verdad? dentro. Él era metodista y dijo: ‘¿Qué voy a aprender de este folleto? ¡He
estado leyendo la Biblia por veinte años!’ Cité 1 Tesalonicenses 5:21 y él tomó el folleto. Aquella
misma noche vino a mi pieza a decirme que el folleto le había interesado mucho, y tomó los libros
El Arpa de Dios, y Vindicación, y algunas revistas. Mientras estuve en San Juan vino a mi casa cada
noche. Poco tiempo antes que yo hablara con él, el ministro de su iglesia se había ido a Mendoza a
casarse, y cuando regresó a San Juan un grupo especial recibió la comisión de hacer una colecta
para un regalo de bodas. Cuando llegaron a la tienda de comestibles de Cercós, él declaró firme y
enfáticamente: ‘¡Cercós no va a dar otro centavo a hombres que montan la bestia!’ (Vea
Revelación 17:3.) ¡Imagínese lo sorprendidos que quedaron los de la delegación al oír estas
palabras de labios de uno que poco tiempo antes había estado entre los miembros más celosos de
la iglesia!”

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