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Victoria tiene 15 años, al igual que sus amigos.

Todas las
tardes juegan con sus patinetas en las pendientes de la ciu-
dad, en la que hay una sola avenida recta. Todos viven en el
mismo lugar. Tras las preguntas de Beatriz, su hermana me-

Alejandro Sandoval
nor, decide con sus amigos emprender un viaje en busca del
historiador más famoso de la ciudad. Así conocerán a estu-
diantes universitarios que les hablarán de sus carreras. Esta
búsqueda de vocación nos preocupa a todos, y es probable
que aquí encuentres respuestas a tus propias preguntas.

Esta colección de libros fue creada en La factoría de histo-


rias. Se trata de un esfuerzo colectivo de imaginación. Cada
historia fue evolucionando hasta tomar su forma final en
una discusión abierta entre los escritores y los ilustradores
que participaron activamente y enriquecieron con sus visio-

La Ciudad de las Curvas


nes y su experiencia este proyecto.

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Alejandro Sandoval
Ilustraciones de Walter Wirtz

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Alejandro Sandoval
Ilustraciones de Walter Wirtz

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La Ciudad de las Curvas

D.R. © De esta edición:


2015, Editorial Santillana, S.A.
26 avenida 2–20 zona 14
Ciudad de Guatemala, Guatemala, C.A.
Teléfono: (502) 24294300. Fax: (502) 24294343

Este libro fue concebido en La factoría de historias, un espacio de


creación colectiva que convocó a un grupo diverso de escritores e
ilustradores y que fue coordinado por Eduardo Villalobos en
el Departamento de Contenidos de Editorial Santillana. Luego
de las discusiones, cada autor se encargó de dar forma al anhelo
y las búsquedas del grupo.

La Ciudad de las Curvas fue escrito por Alejandro


Sandoval e ilustrado por Walter Wirtz. La gestión y
coordinación creativa estuvieron a cargo de Alejandro
Sandoval. Las características gráficas de la colección son
obra de Álvaro Sánchez. Los textos fueron editados por
Julio Calvo Drago, Julio Santizo Coronado y Eduardo
Villalobos. La corrección de estilo y de pruebas fueron
realizadas por Julio Santizo Coronado. Diseño de cubierta:
Mynor Álvarez. Coordinación de arte: Sonia Pérez Aguirre.
Diagramación: Sonia Pérez Aguirre.

Primera edición: agosto de 2015


ISBN: 978-9929-679-27-6
Impreso en

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede


ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o
transmitida por un sistema de recuperación de información, en
ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico,
electrónico, magnético, electrónico, por fotocopia o cualquier
otro, sin el permiso previo, por escrito, de la editorial.

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Alejandro Sandoval
Ilustraciones de Walter Wirtz

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A Virginia, Jonathan, Marvin y Julia,
por el camino sinuoso que
seguimos construyendo.

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Capítulo I

Nivel 7: ¿Nos observan


los de abajo
I

—¿Nos observan los de abajo? —pregunté lacónica.


—Así es. Nosotros hemos podido ver cómo
la ciudad pasó del nivel siete al nivel doce —respon-
dió mi hermana Victoria cuando insistí en pregun-
tar por qué todavía no podíamos ver el cielo.
Han transcurrido diez años desde entonces
y seguimos sin poder ver la luz.
La ciudad ha seguido creciendo y, sin em-
bargo, nosotros seguimos siendo los mismos. Pero
mi intención no es sonar fatalista porque, si lo
pienso bien, tanto el mundo como la Ciudad de
las Curvas, y todos nosotros, ya no somos los mis-

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mos desde que colmé de preguntas a mi hermana


mayor.
Antes de continuar con mi historia debo
decirles que esta ciudad es un lugar completamen-
te vertical. ¿Qué significa eso? Nada más y nada
menos que está compuesta —hasta este momen-
to— por veinte niveles. En realidad no tengo idea
de cuán antigua es, pero supongo que no ha existido
por mucho tiempo. Y me atrevo a afirmarlo por-
que estamos en América, el Nuevo Mundo. Algo
importante que debo aclarar es que cada nivel de
esta ciudad es casi hermético. Eso significa que los
habitantes de un nivel no establecen relación con
las personas de un nivel inferior. Bueno, en reali-
dad eso no es imposible, pero es muy raro. Además,
la ciudad es una maraña de calles circulares que
se elevan y se elevan por encima de nuestras cabe-
zas. Se asemeja a una gigantesca torre de cemento
construida de manera circular. De ahí su nombre:

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Ciudad de las Curvas. Las luces de las calles de la


ciudad nunca se apagan y rara vez se cuela por un
intersticio un tenue rayo de sol.
En el momento en que comienza mi relato
yo apenas tenía siete años, mientras que mi herma-
na y sus amigos rondaban los quince y diecisiete.
Ahora entenderán mucho mejor por qué acribillé
con preguntas a mi hermana, pues yo era una chi-
quilla. Sin embargo, estaba ansiosa por saber qué
había por encima de todos nosotros.
Casi olvidaba un importante detalle: Victo-
ria y yo vivimos junto a mi padre en el Nivel siete
—o N7 para abreviar—.
—Victoria —le pregunté—, ¿por qué gira-
mos tantas veces? ¿Por qué siento como si estuviéra-
mos bailando cada vez que vamos de vuelta a casa?
Victoria, ¿saben las personas que viven en los nive-
les de más arriba que nosotros existimos? ¿Acaso
los habitantes de los niveles superiores se parecen

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a nosotros? Victoria, dime, ¿nos visitan alguna vez


quienes viven más arriba?
El semblante de mi hermana reflejaba inse-
guridad.
Y no era para menos; ella estaba a un paso
de tomar decisiones que la afectarían por el resto
de su vida. Recuerdo ese día especialmente por el
tono chillón de mi voz. Se grabaron en mi mente las
bromas que mis preguntas despertaron mucho más
que las respuestas que me dio mi hermana. Las du-
das, precisamente, impulsaron a Victoria a lanzarse
en una de las más grandes aventuras que nuestro
círculo de amigos emprendiera jamás. Y me atre-
vo a decir «nuestro círculo», porque terminé siendo
parte de su plan para descubrir cómo funcionaba
esta ciudad.
Un plan que la condujo finalmente a ver el
cielo, un firmamento colmado de esperanza para
algunos, pero de llanto y tristeza para otros.

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En realidad, mis preguntas solo fueron el


detonante que la condujo a tal aventura. Todo lo
que resonaba en la cabeza de mi hermana daba
vueltas y más vueltas en su corazón. Así pues, sin el
permiso de nuestro padre, ella y sus amigos se em-
barcaron en un viaje en ascenso desde el N7 al N12
y luego en descenso del N7 al N4. Ese viaje cam-
biaría el rumbo de nuestras vidas para siempre, in-
cluso de quienes no salimos de casa, pero estuvimos
pendientes de todo lo que les acontecía a nuestros
amigos durante su travesía.
He aprendido que lo que sucede en el mun-
do no nos afecta a todos de la misma manera. Sin
embargo, de algo sí estamos seguros: todos estamos
sujetos invariablemente al cambio. Desde que todo
aquello sucedió ha transcurrido una década y todo
sigue cambiando, nosotros continuamos cambian-
do. ¿Qué los animó a zarpar en su aventura? Ahora
doy inicio a mi historia.

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*****
Todos los chicos mayores del círculo —nom-
bre que les damos en nuestra ciudad a los barrios
o colonias— solían escabullirse de noche a la zona
industrial. Allí recolectaban objetos que caían de los
camiones, cuyos desprevenidos conductores abando-
naban.
Los camiones que provenían de niveles in-
feriores cargados de verduras, frutas, gigantescos
bloques de papel reciclado, frascos vacíos, ropa
extraña, videojuegos, comida rara y un sinnúme-
ro de cosas que habían obtenido durante sus visitas
a la zona industrial se podían contar por centena-
res. Todo parecía provenir del futuro, o al menos a
nosotros los más chicos nos parecía que así lo era.
Suena un poco aburrido, pero de no ser por ciertos
artículos que cayeron de algunos de estos camiones,
nunca le habría hecho a Victoria todas aquellas pre-
guntas de las que ya les he hablado.

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Antes de que dejara a mi hermana boquia-


bierta y pensativa habían transcurrido varias sema-
nas desde la última expedición que Victoria, Oc-
tavio, Louis y Nicolás habían realizado a la zona
industrial. Victoria, como ustedes ya habrán con-
cluido, tenía la gran virtud —al menos para mí—
de no dejar nada sin responder, y su entonces laten-
te capacidad de soñar había encontrado un nuevo
incentivo. Durante la expedición que organizaron
dos días después de aquel suceso —me refiero a mi
lluvia de interrogantes—, mientras todos se prepa-
raban para saltar en busca de lo que cayera de los
camiones, Victoria se imaginaba trepada en uno
de estos y rumbo a otro de los niveles de la ciudad
en busca de respuestas. Sin embargo, debido a la
preocupación que les causaba ser descubiertos en su
intento, finalmente sucedió lo inevitable.
Todos se encontraban en cuclillas, atentos a
la señal. Octavio y Louis formaban la primera pa-

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reja de recolección. Pero entonces, de repente, Ni-


colás, quien era el acompañante de Victoria, cayó
de bruces y dio contra el suelo, sobre el cual rodó
una y otra vez. Todo se debió a que al dar la señal,
mi hermana asustó a su amigo Nicolás, quien cayó
pendiente abajo. Nicolás terminó dentro de un bote
repleto de cajas que estaban marcadas «Para el Ni-
vel 10». Ese día descubrieron que aquí, en nuestro
nivel, se fabrican las cosas que se llevan a niveles
superiores y que los habitantes de nuestro nivel no
consumen nada de lo que aquí se fabrica. Cuando
Nicolás se puso en pie y se recuperó del bochorno,
Victoria les explicó el porqué de su distracción.
—Solo espero conocer algún día a por lo
menos una persona de arriba para poder responder
las preguntas de Beatriz —se limitó a decir Nicolás
cuando se recuperó del bochorno. Todos volvieron
a sus casas preguntándose por qué no podemos ver
el cielo.

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Capítulo II

Nivel 4: Guardián del


Abandono
I

Así es. Mi nombre es Beatriz, y ahora ahondaré en


mis explicaciones. Para eso debo hablarles sobre las
cartas de Hefesto y Macario Sol. Hefesto habitaba
en una antigua fábrica de colchones en el N4. Al
principio trabajaba solamente como guardián de
la empresa. Su vida era un misterio. Nadie sabía
a ciencia cierta qué hacía totalmente solo durante
períodos tan prolongados. Después de que la empresa
quebró, los dueños siguieron pagándole hasta que
no pudieron más con los gastos y, finalmente, lo
despidieron. Hefesto no lo dudó un momento:
compró las instalaciones con todo el dinero que

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había ahorrado durante diez años, a lo que agregó


la indemnización que recibió por todo su tiempo
de servicio. Lo primero que instaló en una de las
bodegas fue su gran forja o, para ser más precisa,
su fragua. Hefesto era el único forjador de la ciudad
en el año 2075, época en la cual se desarrolla esta
historia.
Por esa razón, Macario Sol, el historiador
de la ciudad, dio en llamarlo Guardián del Abando-
no. Eso sucedió el mismísimo día en que finalmente
se vieron cara a cara. Antes de que eso sucediera,
ambos se comunicaban de una manera ya olvida-
da en nuestro tiempo: se escribían cartas, ¡de pa-
pel! Hefesto, cuyo verdadero nombre era Antonie,
había permanecido alejado de todo contacto social
por casi veinte años. Solamente se intuía que seguía
con vida porque las piezas que forjaba en su taller
continuaban vendiéndose en tiendas de antigüeda-
des. Fue así como el historiador pudo dar con su pa-

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radero. Lo rastreó por toda la ciudad interrogando
a cada anticuario hasta que le dieron la dirección
exacta, y entonces Macario envió la primera de mu-
chas cartas, la cual decía:
Ciudad de las Curvas, 7 de junio de 2075
Séptima elipse, anillo tercero, tangente tres. Así
que aquí has estado todos estos años. Ya no sigas es-

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condiéndote. Sé que eres tú. Voy de visita al N4 muy


pronto y estaré cerca de tu casa, así que prepárate
porque pronto conversaremos.
Tu amigo,
Ma. S.
Entablaron correspondencia. Hefesto escri-
bió con ahínco, con gran ímpetu, lo que en veinte
años no le había dicho a nadie. Tecleó con un gran
sentido de urgencia todo lo que recordaba. Usaba
una vieja máquina de escribir de 1930. En pocos
días, Macario ya se había enterado de lo que había
sido de la vida de su amigo. Hefesto arremetía con
fuerza el teclado; parecía escribir con fuego, como
buen herrero, la vida de quien teme extinguirse jun-
to con su solitaria memoria.
Justo cuando eso sucedía, los miembros del
círculo tomábamos, sin darnos cuenta, la decisión
de nuestras vidas —o la del ciclo al que estábamos a
punto de entrar—. Macario y Hefesto se reunirían

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pronto y sabrían qué había sido de sus existencias y


se enterarían de las decisiones importantes que am-
bos habían tomado. Algo estaba cambiando dentro
de ellos, pues el cambio es constante e inevitable.
Macario Sol siguió recibiendo las cartas de su ami-
go, pero quedaba abrumado ante la enorme canti-
dad de correo que recibía, así que se le imposibilita-
ba responder.
Por mucho tiempo desconocí la apariencia
externa de estos personajes. Hasta el día que vinie-
ron a visitar a mi hermana, cuando ya estaba en la
universidad. Ese día entendí un poco más por qué
Victoria se había lanzado en la persecución de una
idea. Ese día entendí que el cambio es un proceso al
que no hay que temer, aunque nunca se debe olvi-
dar que las decisiones tienen dos caras, como las de
una moneda. También comprendí que aunque los
riesgos son inevitables, hace falta más que voluntad
y acciones para que las cosas sucedan. Supe que no

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solo se debe luchar y trabajar por las ideas, pues las


condiciones en que vivimos no siempre nos dejan
avanzar al ritmo que deseamos. Pero ese es el objeti-
vo del cambio: que seamos capaces de modificarnos
a medida que la vida nos pide soluciones.

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Capítulo III

Nivel 7: Intrusos
Ser alumno de la profesora Marta es genial. Se le
pueden hacer todas las preguntas que uno desee, tal
como a mí me gusta. Ella resuelve nuestras dudas y
establece conexiones entre los contenidos de las di-
ferentes asignaturas y las distintas áreas del conoci-
miento. Pero no todo es miel sobre hojuelas, ya que
habla muy bajito. Victoria solía quejarse de que las
clases de su maestra de Ciencias Sociales eran in-
audibles. Se lamentaba de cómo algunos perdían el
tiempo preguntando cosas sin importancia y de que
otros, como yo lo hago, payaseaban colocándose las
manos sobre las orejas o formulando preguntas in-

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útiles solo para incomodar a la profesora. Pero había


quienes fingían estar interesados y terminaban ha-
ciendo lo más contradictorio: pedir copia. No es que
yo nunca pida copia, pero hay una diferencia entre
despistarte una que otra vez a pasártela ganando los
cursos a costa del esfuerzo de alguien más.
En fin, fue en esta misma clase donde las
inquietudes de los cuatro chicos mayores del círcu-
lo cobraron más impulso. Las respuestas a muchas
de las preguntas comenzaron a quedarse cortas. Al
parecer, las dudas que generaron mis preguntas ha-
bían sido resueltas, pero estas repuestas generaron
preguntas más difíciles de responder, sobre todo si
se tiene una maestra que nunca ha salido del N7.
Las dudas de mi hermana y de sus tres ami-
gos iban en aumento, lo que hacía absolutamente
necesario que alguien supiese qué ocurría en otros
niveles. Entiendo muy bien su frustración. Las cla-
ses ya no bastaban para despejar nuestras dudas.

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Por esa razón leo muchos libros, desde datos de la
farándula hasta teorías sobre la posibilidad del cho-
que entre galaxias. Eso se lo debo a las lecciones
sobre colisiones inelásticas de la clase de Física que en-
tonces ellos tomaban y ahora llevo yo. Los chicos
mayores del círculo recibieron clases con los mismos
maestros con que ahora lo hago yo.
Hasta antes del curso de Física Fundamen-
tal, la amistad de los chicos no era muy estrecha. Sin
embargo, gracias a sus primeras aventuras, los de
mayor edad se conocieron y así empezó a formarse

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el tremendo equipo que «terminamos» siendo. To-


dos en el círculo disfrutamos de la adrenalina. No
existe nada como la sensación que causa descender
por las pendientes de la Ciudad de las Curvas en
bicicleta, patineta, patines, cartones… lo que sea.
Todo el que vive en la Ciudad de las Curvas se ha
roto las narices al bajar a toda velocidad. Esta pa-
sión continuaba viva en mi hermana y sus amigos,
aunque ya eran mayores, y su curiosidad por rom-
per los límites fue uno de los rasgos comunes que los
llevaron o estrechar su amistad.
Ahora que lo medito, creo que al principio
no se dirigían la palabra porque eso es lo «normal»
cuando uno se cree tan «diferente» que no se permi-
te conocer a los demás. Es lo que sucede cuando no
entendemos que tenemos diversos gustos, pareceres
y maneras de ser, y que la pluralidad y la variedad
tienen muchas más ventajas que la homogeniza-
ción. Sé que sueno «complicada», pero hace unos

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días leíamos sobre eso en las clases de la profesora


Marta. Con todo esto quiero decir que en la diver-
sidad de personalidades y de capacidades radicaba
la clave de la amistad de aquel grupo. Eso les suce-
dió a Benjamín y a Nicolás, quienes quedaron tan
impresionados en la clase del señor Hortensio que
decidieron deslizarse por alguna de las pendientes
de la ciudad y experimentar con objetos que tuvie-
ran diferentes coeficientes de fricción. Desde entonces
pasaron juntos por más tiempo.
Seguramente ese día el señor Hortensio les
dijo lo mismo que a nosotros:
—Una colisión inelástica es aquella en la
cual parte de la energía cinética se transforma en
alguna otra forma de energía en la colisión. Cual-
quier colisión macroscópica entre objetos convertirá
algo de la energía cinética en energía interna y otras
formas de energía, de modo que los impactos a gran
escala no son perfectamente elásticos.

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Lo sé bien porque antes de pasar a secunda-


ria, nuestra clase estaba junto al aula del señor Hor-
tensio. Eso me permitió anotar algunas de sus ex-
plicaciones en mi cuaderno en los últimos dos años.
Esa es la razón por la cual aparecen en mis cuader-
nos algunas explicaciones más de una o dos veces.
¡Coinciden hasta en las faltas de ortografía! No es
que yo sea una odiosa petulante, pero seguramente
ellos no entendieron nada. Lo que hicimos ese día
fue una locura. Nos deslizamos sobre toda clase de
objetos con diversas superficies… pero, bueno, ¡ya!
Me estoy desviando de nuevo de la historia que em-
pecé a relatarles y me extiendo en otra. Y eso —me
lo enseñaron en las clases de Literatura— se llama
digresión.
El mundo cambió entonces un poco más
para mí. Porque todo cambia y el cambio es inevi-
table —claro, ya lo he dicho, pero es una verdad
tan contundente que no puedo dejar de repetirla—.

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Aparte de entender algunos temas de física cuando


todavía era una niña, también viví varias aventu-
ras inolvidables con ellos. De hecho, justo cuando
el profesor Hortensio volvía a explicar el coeficiente
de fricción se cumplieron diez años desde que prome-
tieron encontrarse para contar cómo Hefesto y Ma-
cario lograron ver el cielo. Lo recordé cuando todos
anotaban la definición de coeficiente de fricción,
que por suerte pude anotar después: «Coeficiente
de fricción es la razón entre la fuerza de resisten-
cia causada por la fricción y la fuerza que mantiene
juntas las superficies».
En fin, como nadie entendió la clase, Nico-
lás corrió en busca de unos cartones, algunos plie-
gos de lija, bolsas plásticas y jabón líquido a la casa
de su abuela, llevó todo al colegio al día siguiente y
nos deslizamos sobre cada uno de esos objetos. Fue
sumamente divertido. Octavio fue el primero que
se estrelló contra un árbol cuando decidió usar un

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cartón cubierto con una bolsa para basura empa-
pada en jabón líquido y agua en la parte inferior
de su esquí improvisado. Entonces, Louis, Nicolás y
Victoria le dieron el empujón de su vida.
Después de reír por algunos segundos, Nico-
lás corrió para ver si todo estaba bien. Era de espe-
rarse que no pudiéramos salir de esa sin un herido.
—No eliminen la fricción con el jabón —fue
lo primero que dijo Octavio cuando acudieron en
su auxilio. Entonces escupió la mitad de un diente.

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Por suerte, no era de boca muy grande, porque al


reírse se le habría notado que le faltaba la mitad de
uno.
—No es solo cuestión de anular la fricción.
En realidad, al poner sobre la bolsa el jabón se dis-
minuye la resistencia entre el asfalto y el cartón
—explicó Nicolás. También dijo que ese pedazo de
diente era la energía cinética transformada. Todos
volvimos a vernos las caras con expresión de «¿de
qué hablas?»
Nicolás era nuevo en el colegio. En el lugar
donde había estudiado antes tuvo un maestro de
física desde sexto grado de primaria que siempre
llegaba a dar clases con algún objeto con el cual ha-
cían algún experimento. Nicolás aplicaba la misma
técnica en todos sus cursos: hacía experimentos y
leía todo lo que podía para entender mejor. Esto,
aparte de darle buenas notas, lo ayudaba a entender
con facilidad esos temas. A pesar de la pérdida de

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Octavio, esa tarde se vieron para experimentar lo


que les acababan de enseñar: los conceptos de tra-
bajo, impulso y fricción.
En cuanto a mi hermana, pasaron dos me-
ses desde que Victoria sentía más curiosidad por esta
ciudad. En la clase de la profesora Marta se discutía
cada vez y más sobre las razones por las que la ciu-
dad era un enredo de curvas y pendientes. También
se discutía sobre las posibles diferencias entre cada
uno de los niveles, pero ninguno de la clase conocía
otro nivel que no fuera este. Eso tuvo en Nicolás el
efecto de hacerle dudar sistemáticamente de las res-
puestas de los libros y de las explicaciones que daba
la maestra. Definitivamente, durante los primeros
días no obtuvieron contestación a sus preguntas. Y
no es que no supieran con certeza qué deseaban sa-
ber. Pero quizás su deseo por conocer nuevas cosas
les jugaba una mala pasada y creaba en sus cabezas
un verdadero alboroto.

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Algunas visitas a la zona industrial, algunas


búsquedas en la Internet y largas pláticas los tenían
ofuscados. Fue entonces cuando Octavio hizo uso
de su habilidad para utilizar las computadoras, bus-
có en lo más profundo de la red y dio con el blog de
uno de los historiadores más polémicos de la Ciu-
dad de las Curvas: Macario Sol. Sí, el mismo que
sostenía comunicación epistolar con Hefesto.
Cuando llegaron al punto de preguntarse
por qué existían sectores a los que solo unos pocos
ciudadanos podían tener acceso, por qué esta ciu-
dad era tan desigual o por qué se habla de igualdad
y no de equidad, quedaron perplejos. Guardaron
silencio durante varias semanas hasta que volvieron
a reunirse para escuchar las explicaciones que Nico-
lás tenía para todo.
Llegado este punto, el grupo de amigos ya
tenía a su humano de laboratorio. Louis era vegetaria-
no, odiaba que le dijéramos conejillo de Indias o

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cosas por el estilo. Así que se hizo llamar humano


de laboratorio. Ese día, Nicolás quería explicar cómo
la fricción estaba presente en muchas de las cosas
cotidianas, y sin embargo seguía hablando de las
colisiones.
—Yo digo que si uno se pone zapatos de
charol no se puede patinar, no podrías hacer ningu-
no de tus trucos —le dijo Nicolás a Louis, quien sin
dudarlo salió corriendo en busca de unos zapatos
viejos de su padre.
Estos dos, Nicolás y Louis, se entendían a
la perfección, a pesar de tener ideas tan divergen-
tes. Zapatos en mano, apostaron un coscorrón y un
balón del deporte que más les gustaba. Claro, Louis
perdió y tuvo que pagar.
A continuación, el hermano de Octavio, el
otro chico menor del grupo, los retó a probar con
unos tacones. Todos nos echamos a reír. ¡Cómo se
le ocurría tal tontería!

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Nicolás tomó de nuevo la palabra y nos ex-


plicó la relación entre la física y las cosas que usa-
mos a diario. Como a todos les gustaba la patineta
fue fácil hipnotizarlos a todos con el discurso.
—¿Quién tiene una cámara? —preguntó
Nicolás antes de explicarnos por qué las llantas de
un vehículo tienen un coeficiente de fricción mayor
que sus ejes. Suena complicado, pero no lo es.
—¡Que alguien traiga cinta adhesiva! —or-
denó. Nadie sabía para qué era lo que Nicolás había
pedido, pero igual fueron a buscarlo.
¿Que qué tiene todo esto que ver con la
historia? No hay que comer ansias, ahora explico.
Coincidentemente, ese era el año en que debían ele-
gir la carrera que debían seguir y, sin embargo, no
era su prioridad. En las casas de todos y en el cole-
gio se insistía todo el tiempo en la importancia de
su decisión y en cómo ellos parecían restarle impor-
tancia. Seguir saliendo a la calle y disfrutar de sus

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«últimos» momentos de juego juntos en la vida era


a lo que daban prioridad.

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Capítulo IV

Nivel 12: El cielo es


nuestro, no de quien
duerme
«El cielo es nuestro, no de quien duerme». Al menos
eso fue lo que le dijo Alfonso a Victoria el día que se
conocieron. Alfonso vivía en el N12, la cúspide de
la ciudad para ese entonces. Él vivía con su madre
y su hermano mayor. Su pasatiempo era «rodar»,
como le decía él a andar en bicicleta. También era
aficionado a los cuentos de ciencia ficción. Uno de
los que más le gustaba era El ruido de un trueno, escri-
to por Ray Bradbury.
Esa historia cambió su manera de ver las co-
sas. Y a mí me pasó lo mismo. La ciencia ficción de
la televisión es de lo peor y esta era una de las mejo-

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res historias que había leído. Además, me encantan


las historias en que los personajes no se enfrentan
a situaciones reales. El cuento trata de un hombre
que viaja en el tiempo para cazar un tiranosaurio.
Va a una agencia de viajes y compra su boleto. Ima-
gínense, ir a la tienda y decir: «Doña Margarita,
me da un viaje en el tiempo, por favor». Cuando
este hombre llega a la prehistoria para cazar un
tiranosaurio rex entra en pánico, por lo que debe
regresar debido a que no cumplió con el contrato.
Cuando camina hacia la máquina del tiempo pisa
una mariposa, pues se sale del sendero por el cual
debía andar, lo que ocasiona una paradoja. Al vol-
ver al presente nada ha cambiado aparentemente.
Aunque temía ver un mundo totalmente destruido,
al salir todo está como lo dejó antes de partir. Pero
mientras el personaje va caminando con cierto ali-
vio, nota que el peor candidato, y que tan solo unas
horas antes había sido derrotado en las urnas, go-

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bierna ahora su país. La culpa es solamente de él y


nadie más lo sabe.
Alfonso se sintió inspirado por el cuento de
Bradbury. Hablaba constantemente de la posibili-
dad de realizar cambios que parecen insignifican-
tes, pero que en realidad son de gran envergadura.
Lo que ponía en duda era si él podría hacer algo
que cambiara de alguna manera su entorno. Eso
pensaba precisamente cuando decidió ir a fantasear
montado en su bicicleta. Yo leí el cuento hace poco
y creo que habla de otras cosas, como de la culpa.
Pero esa es otra historia. Será mejor que ustedes lo
lean y saquen sus conclusiones.
Alfonso iba pedaleando por la Avenida Li-
bertad —la única avenida recta que hay en cada
nivel de la Ciudad de las Curvas—. Alfonso inten-
taba romper la velocidad de la luz, que equivale a
299 792 458 metros por segundo (m/s) —busqué en
Internet este dato, ni crean que me voy a saber eso

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de memoria—. Bueno, es más fácil memorizar la


velocidad de la luz si la aproximan a 300 000 ki-
lómetros por hora (km/h). Se le ocurrió la idea a
partir de sus lecturas sobre viajes en el tiempo.
Así que procedió a escribir una fecha del
pasado sobre el velocímetro de su bicicleta e ima-
ginó que al superar la velocidad de la luz viajaría
en el tiempo. Como el despistado que seguramen-
te sigue siendo, lo hizo todo al mismo tiempo que
pedaleaba. Iba tan rápido que parecía que sus
piernas iban a reventar. En realidad, no superó
los 50 km/h. Pero esto, sumado a la mirada fija
en el velocímetro mientras sus manos intentaban
descifrar cómo cambiar la fecha y multiplicado
todo por el tremendo bache en el asfalto que no
vio, dio como resultado un tremendo impulso, que
multiplicado por la gravedad del planeta y de la
situación lo hizo salir disparado hacia adelante…
y hacia abajo.

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Cuando Alfonso y los chicos del círculo se


conocieron, les resultaba increíble su historia. Na-
die podía creer que fuese tan ingenuo como para
creer que en una bicicleta se podía romper la barre-
ra del sonido y mucho menos alcanzar la velocidad
de la luz. Pero ser lanzado con tan tremenda fuerza
y caer en el N4, definitivamente parecía un viaje en
el tiempo para Alfonso. Por alguna razón que a no-
sotros nos parece inexplicable, Alfonso desconocía
que la ciudad tenía tantos niveles. Al parecer hay
dos tipos de ceguera, la ceguera física —resultado
de un defecto de tipo biológico— y la colectiva, la
que ofusca la razón y que sufren quienes evitan las
verdades incómodas y huyen de ellas. Y Alfonso su-
fría de la segunda. Lo habían convertido en un invi-
dente ocultándole toda información sobre la ciudad
y sus diferentes niveles.
Con la aparición de nuestro amigo del N12,
y por increíble que parezca, comprendimos que

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aunque todos provenimos de una sola ciudad exis-


ten en ella muchas realidades que parecen nunca
entrar en contacto. Sigo creyendo, además, que no
hay una sola Ciudad de las Curvas y que estamos
divididos por barreras transparentes que no permi-
ten que veamos que en el fondo todos somos iguales.
Alfonso fue a caer sobre la fábrica de col-
chones abandonada del N4. Hefesto lo encontró
aturdido y preguntándose en dónde podía hallarse.
Ahora que ya les he presentado a muchos
personajes que antes parecían inconexos en mi rela-
to, todo les parecerá mucho más claro. Mientras Al-
fonso paseaba ensimismado en su bicicleta, Victoria
volvía del N12 acompañada del primer contingente
de amigos. Acá abajo, todos imaginábamos cómo
podría ser el N12. Algunos fantaseaban con una
ciudad futurista, otros dejaban volar la imaginación
tratando de entender cómo funciona el mundo y sus
abismales diferencias. Además, y se me olvidaba

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mencionarlo, ese año era el último de la secundaria


para mis amigos.
La presión de decidir qué haría con su vida
desvelaba a Octavio. Buscaba y buscaba informa-
ción, lo cual lo condujo al descubrimiento del blog
de Macario Sol. En este había información mucho
más útil que les proporcionaba la señorita Marta.
Todos estaban empezando a leer el blog y a plantear
sus propias preguntas. A mi hermana la motivaba
descubrir con sus propios ojos esas desigualdades y
a los chicos los deslumbraba la tecnología de otros
niveles. Pero lo más inquietante era poder llegar a
descubrir cómo era la luz en la parte más alta de la
ciudad y en la mayor de las profundidades de esta.
Y mientras su gran aventura se gestaba, los
chicos del círculo compartían sus dudas todas las
tardes. Conscientes de su entorno y de que las res-
puestas estaban en otra parte, muchos pensaron se-
riamente en ir a estudiar a otro nivel, pero era un

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precio muy alto que pagar para descubrir qué pasa-


ba. Además, lo más lejos que llegarían sería, según
se opinaba, al N8 o al N6, así que descartaron esa
opción.

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Capítulo V

Nivel 4: Nuevas
inquietudes

En el N7, los muchachos ya estaban cargados de


inquietudes y aún sin ser capaces de discernir qué
les causaba todo ese hartazgo y el deseo de conocer
más el mundo antes de tomar una decisión impor-
tante. Algunos, como Octavio, ya habían tomado
una decisión, y no obstante no había sido la correc-
ta. Pero él solía decir que en la vida se gana y se
aprende, no se pierde. La verdad es que me llevó
muchos años entender lo que me decía, pero ahora
que estoy a un paso de decidir no tengo miedo de
equivocarme porque si lo hago, pase lo que pase,
habré aprendido. Ellos siguen siendo referentes en

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mi vida, pero a la larga soy yo quien tiene la última


palabra.
Es preciso aclarar que justo cuando Alfon-
so cometía la imprudencia de su vida, mi hermana,
Louis y Nicolás volvían del N12 tras haber decidido
partir por primera vez. Mientras, en el N4 Hefesto
y Macario seguían su intercambio de cartas y yo
esperaba en casa que mi hermana estuviera bien.
De todas las cartas que Hefesto y Macario
Sol intercambiaron, estas son las que creo vale la
pena transcribir.
Hasta ahora solo me he detenido a relatar-
les un extenso preámbulo. Pero créanme, es abso-
lutamente necesario para que todo cobre sentido.
Antes de que se pregunten sobre la autenticidad de
las cartas debo decirles que durante la visita que le
hicieron a mi hermana le dejaron un cofre con to-
das ellas. Su propósito era que ella comprendiera la
historia de la ciudad.

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Ciudad de las Curvas, 16 de septiembre de 2075


Ma. S.:
Se me hace raro llamarte de esta forma. Cuan-
do leo los finales de tus cartas me parecen ajenas.
Te leo, pero firma alguien a quien no conozco. Sigo
escribiendo y no rechazo las nuevas formas de comu-
nicación. Pero hay algo mágico en sentarse a escribir
una carta de papel y no un correo electrónico. Podría
ser no más que una de esas ideas que tenemos a
nuestra edad.
Cuando te encuentres aquí no habrá tiempo que
perder. No lo perdamos en preguntas banales como
qué es de tu vida, o si tuviste hijos. Esas trivialida-
des que no importan en este momento. Me preguntas
en varias de tus cartas por qué uso otro nombre. No

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creas que soy otra persona. Solamente soy un viejo,


cansado y sin ánimo para muchas cosas. No puedo
decirte a ciencia cierta qué me motivó a abandonar
mi nombre, puede ser que haya dejado tantas imá-
genes de mí dispersas que ahora no sepa cuál es la
mía en verdad. Fui uno diferente con cada perso-
na. Tanta ilusión sobre lo que yo decía ser a cada
nuevo conocido se mezcló. Y, sin embargo, todo esto
que te digo es sencillo, no tiene nada de iluminado.
Esta confusión se debe a que con mentiras formé mi
imagen. Pero con los años las mentiras se agotan
y la verdad es lo único que queda. Enfrentarme a
eso me hizo cambiar de nombre durante los últimos
diez años, eso y que durante los años en que solo me
interesaba forjar metales me enferme, por eso cambié
mi nombre.
Los inconvenientes y fracasos no faltaron. Me fue
casi imposible salir por más de quince años. Siem-
pre supe que forjar era a lo que quería dedicarme y

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no hice caso a mis deseos. Pocas veces pude darles


prioridad a mis sueños porque, como tú sabes, las
oportunidades no siempre se presentan cuando uno
las quiere. Las condiciones necesarias son difíciles
de conseguir en un mundo tan fugaz y dividido como
el nuestro. Siempre admiré tu decisión y abnegación
cuando decidiste ser historiador. Por lo que veo, lo-
graste tu cometido antes que yo. No lo digo porque
menosprecie mi vida, lo digo con orgullo debido a la
entereza que mostrabas cuando éramos adolescentes.
Ya sabes quién te escribe

Ciudad de las Curvas, 17 de septiembre de 2075


Llámame Hefesto. No quiero que me llames de la
manera antigua. Yo siempre supe que experimentar
con plomo y mercurio era dañino. Lo aprendí en
los libros a los quince años, cuando después de la
clase de soldadura pasaba por la biblioteca. No iba
a investigar. El hombre de la basura siempre me

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hablaba de su última lectura. Un día me recomen-


dó un cuento de H. G. Wells sobre un científico
que encontraba la forma de vivir al máximo, y fue
allí donde terminé leyendo sobre Hefesto, el dios
griego de la forja, quien según cuenta la mitología
griega fue expulsado del Olimpo. Hefesto no nació
como todos los dioses, nació imperfecto y por eso
lo desterraron y se dedicó a forjar metales. En ese
texto explicaban que la toxicidad del plomo causa
enfermedades genéticas, y que durante la Edad de
Bronce los forjadores las padecían.
Guardé para mí ese dato, pero nunca como una
advertencia, sino como un mito. Esa tarde y después
de leer a H. G. Wells nacieron mis dos pasiones:
forjar metales y leer. No habría podido hacer la pri-
mera sin la segunda.
En este tiempo y esta ciudad ya nada queda del pa-
sado; más bien, con el afán de globalizarnos nos ha-
cen pensar que las cosas del pasado no valen la pena.

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Siempre he pensado que esa es una manera de


anular la historia. Me refiero con eso a eliminar
de nuestro presente los errores del pasado y pensar
solamente en el triunfo como el fin último.
Hablo de que somos seres hechos de errores, somos
eso porque todo triunfo es producto del aprendizaje
del error y de la capacidad que tenemos para resolver
problemas.
Hefesto

Ciudad de las Curvas, 18 de septiembre de 2075


Se acerca tu venida. Faltan muchas cosas por de-
cirte. Lo más importante ahora es que sabes dónde
vivo y cómo vivo. Mi enfermedad no me tendrá con
vida mucho tiempo. Con eso quiero decir que dejaré
de moverme y posiblemente pierda la vista. Es por
eso que he decido terminar todas las máquinas que
he diseñado durante estos últimos años y para eso
he transformado la antigua fábrica de muebles en

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donde vivo en mi taller. Nunca soñé con tener algo


así.
Te preguntarás el porqué de mi urgencia por que
sepas lo que fue de mi vida antes de que vinieras y el
porqué de mi afán por mostrarte todo esto. No qui-
siera perder la vista y la movilidad sin que alguien
presencie todo lo que los libros y la experimentación
me han hecho producir.
Nunca he podido dar a conocer todo lo que sé a
otra persona y no quiero morir con la culpa, sí, la
culpa de no transmitir lo poco que pude aprender.
Nadie sabe mejor que tú que con lo que se aprende
podemos hacer muchas cosas. Por eso quiero mos-
trártelo, pues por más que intenté llevar este cono-
cimiento a otras personas nunca llegué a encontrar
a alguien que se interesara en aprender la forja y la
metalurgia.
Quienes llegaron solo querían una pieza o mis secre-
tos, que son muchos.

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También puedo decirte que transitaron algunos


aprendices por mi taller. Pero no tenían verdadera
vocación. Y aunque logré avanzar mucho con ellos,
no encontré a alguien que tuviera suficiente pasión.
Algunos de estos buenos aprendices tuvieron más re-
velaciones sobre su pasión en mi taller que avances
en la forja, cosa que nunca vi con ojos de desprecio,
todo lo contrario: de no ser por su decisión errónea
nunca habrían reflexionado y perdido el miedo a
probar algo nuevo. Algunos pasaron años dando pe-
queños pasos firmes, otras veces caminaron a pasos
agigantados, pero inconsistentes. Y los había que
sabían siempre cuándo correr y cuándo descansar.
En mis años como guardián de este lugar también
conocí muchas historias, todas con un aire de espe-
ranza y de visión hacia el futuro.
Hefesto

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Capítulo VI

Nivel 7: La explosión de
las dudas
Volvamos al N7. Les contaré qué pasó con
los experimentos, pues además de ser entretenidos
dieron pie al plan para ir en busca de Macario Sol
y conocer otros niveles. Después de probar con los
zapatos de charol, de la nada apareció la cinta ad-
hesiva que había pedido Nicolás. Aparecieron tam-
bién un par de zapatos de tacón y los zapatos tenis
para patinar de Octavio. Supongo que todo salió de
su casa y que su hermano conseguía de forma tan
pronta todas estas cosas.
Inmediatamente unimos con la cinta adhe-
siva la cámara a la pierna derecha de Louis. Él era

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el mejor haciendo trucos. Cada vez que hacíamos


un skate, él ganaba. Se la pasaba viendo tutoriales en
Internet en que los profesionales, esos que partici-
pan en los x-games, explican cómo hacen sus trucos.
La cuestión es que no perdimos tiempo y encendi-
mos la cámara. Nicolás le pidió a Louis que se su-
biera a la patineta, Octavio buscó un bote de basura
que le llegara a la cintura y le indicó a Louis que ese
era su obstáculo por salvar. Todos nos dispusimos a
observar.
Louis intentaba saltar sobre el bote de ba-
sura. Había tratado de lograrlo tres veces y nada.
Entonces Victoria decidió competir con él. Su me-
jor habilidad al patinar era el ollie, pues se elevaba
más que los otros en el círculo. Victoria se preparó,
hizo un par de intentos solo para calentar. Cuando
se dispone a competir es la más seria del mundo,
sobre todo ahora porque competía contra Louis. A
mi hermana jamás le ha gustado que la subestimen.

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Louis saltó y casi logra estabilizarse cuando aterri-
zó, pero el miedo lo hizo titubear y fracasó. El único
temor de Victoria era quedar mal. Así que tronó los
dedos para espantar el miedo y tomó impulso… ¡lo
logró!
Continuaron, mi hermana hacía un tru-
co, Louis fallaba. Louis hacia dos y ella respondía.
Estuvieron así durante media hora hasta que se les
agotaron los trucos. Pero Louis terminó ganando
porque la experiencia estaba de su lado. Mi herma-

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na no tenía ni cinco meses de patinar y él lo hacía


desde los diez años. Mientras Louis y Victoria iban
en busca de agua, mi hermana le preguntó si ha-
bía pensado en qué carrera estudiaría. Él no supo
qué responder. En su lugar, lanzó otra pregunta
para evitar el tema. Louis no quería hablar de eso
porque sus padres querían mandarlo a estudiar al
N12. Habían hipotecado la casa para poder pagar
la residencia estudiantil y las matrículas, lo cual era
triste para él. Sabía que sus padres habían tomado
una decisión peligrosa sin que él estuviera seguro de
querer ser ingeniero. Ambos se enfrentaban a una
dicotomía —lo cual significa tener dos opciones—,
pero su elección no era la de mejor pronóstico.
Cuando estuvieron de regreso, todos nos
incorporamos de nuevo al juego. Repartieron los
zapatos y solamente a Octavio le quedaban los ta-
cones. Refunfuñó un poco, pero al final accedió a
ponérselos. Victoria y Louis estaban completamente

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distraídos, pues seguían pensando en sus decisiones.


Uno a uno intentaron hacer algún truco con cada
tipo de zapatos mientras los menores permanecía-
mos atentos. Octavio hizo dos intentos —porque
tenía dos pares de zapatos, los tacones y sus zapatos
que tanto cuidaba—. Cuando terminamos de gra-
bar corrimos a la casa de Nicolás.
Nunca habíamos ido a la casa de Nicolás.
Él vivía cerca de la zona industrial, pero para llegar
teníamos que pasar por dos círculos con las curvas
más emocionantes de todo el N7. Ya acomodados
en la sala descargaron los videos.
Nicolás empezó la explicación, los videos de
Octavio y Louis fueron los primeros.
—Vean cómo la fricción es importante para
los skate. Los zapatos diseñados para ese fin se ad-
hieren a la patineta. Con cada uno de los trucos va-
ría la posición de los pies y la fuerza que se aplica.
Si quieren que la patineta gire a la derecha, ejercen

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la presión con los dedos; si giran a la izquierda, es


el talón el fundamental. La superficie áspera de las
patinetas tiene un alto coeficiente de fricción, es decir,
el material ofrece resistencia y, para no anularlo,
los zapatos tienen cierta textura, principalmente de
cuero. Esto facilita la adherencia para hacer despe-
gar la patineta del suelo y poder presionar en la par-
te que sea necesario para que la tabla gire adonde
uno quiera —dijo como todo un maestro.
Hasta aquí lo impresionante era ver la pre-
cisión de nuestros amigos deportistas. Pero nada lo
suficientemente chistoso. Entonces pusieron el video
que le tomaron a Victoria con los zapatos de charol.
Con ese video todos terminamos riéndonos
de ella. Intentaba saltar o hacer cualquier truco y
la patineta no despegaba del suelo. Solo se veían
sus pies lanzando patadas a diestra y siniestra, pero
nunca logró hacer nada más que el ridículo. Cuan-
do Nicolás puso el video en cámara lenta nos sor-

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prendimos, primero porque seguíamos siendo es-


cépticos respecto de la teoría de que cada superficie
tiene diferente coeficiente de fricción; segundo, porque
vimos con detalle las marcas que dejó la lija sobre
los zapatos y eso ya era un problema que Octavio
tendría que resolver en su casa. Para aliviar la ten-
sión, Nicolás se dio a la tarea de explicarnos paso
por paso cómo la suela de cuero de los zapatos era
mucho más lisa que la suela de los otros, lo que anu-
laba toda fricción.
—Para anular la fricción es necesario que
una de las dos superficies tenga un número de coe-
ficiente menor a la otra —dijo nuestro maestro del
caos. El resto de nosotros solo pensaba en el proble-
món que se estaba armando para Octavio.
Dejamos de reír, pues luego de varios mi-
nutos volvimos a ver una de las caídas más escan-
dalosas de la sesión de skate y fue entonces cuando
entendimos por qué mi hermana no había logrado

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hacer ningún truco. El hermano de Octavio estaba


tan emocionado que salió corriendo a echarle aceite
a sus zapatos y a las llantas de la patineta. En ese
momento supimos quién resultaría verdaderamente
herido esa tarde.
Continuamos mirando el video de Octavio
en tacones. Su hermano tenía solamente algunos
rasguños, pero ya sin él no era lo mismo reírnos.
Entonces fuimos directo a la explicación del maes-
tro del caos. Resulta que los tacones no solo eran
de un material liso, tampoco poseían los puntos de
apoyo suficientes para ejercer la presión necesaria
para utilizarlos en la patineta. Lo más chistoso fue
volver a ver cómo los dedos larguiruchos de Octavio
salían del zapato. En el último intento por hacer un
truco vimos cómo se quebraban los zapatos de ta-
cón. Nicolás nos explicó que al ser tan delgados, los
tacones no tenían puntos de apoyo suficientemente
fuertes para resistir la presión de una caída. Hasta

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dibujó un esquema en la pizarra que había sacado
de su cuarto.
Se hacía tarde y todos teníamos que llegar
temprano a nuestras casas. Salimos disparados,
Nicolás tenía una pequeña moto y decidimos ama-
rrarle un lazo para que nos remolcara.
*****
Octavio no tuvo problemas al final. Unos
parientes que se habían mudado hacía dieciséis
años al N10 habían dejado esos zapatos en su casa.
Victoria se molestó con él porque nunca dijo que
tenía familiares en otros niveles, pero él no tenía la
culpa, sus padres nunca hablaban de sus tíos y al
parecer nunca más regresaron.

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En los días que se sucedieron, los mayores


dejaron de salir a divertirse. Pasaban horas y horas
hablando de nada más que las decisiones que esta-
ban a punto de tomar. Algunos tenían muy claro lo
que querían hacer el siguiente año, lo cual resultaba
incómodo para aquellos que no estaban seguros.
Victoria y Louis eran los más inseguros. Es-
taban más concentrados en resolver el enigma de
la Ciudad de las Curvas. Ellos creían que la ciudad
había sido construida de esa manera a propósito y
que existían personas que lo controlaban todo. Algo
tenían qué hacer, ya habían desmentido casi todo
lo que por años creían era una verdad. Louis conti-
nuaba leyendo el blog de Macario Sol y les contaba
sus descubrimientos. Nadie podía creer que algunas
partes de la historia estaban alteradas, como por
ejemplo que el gran desplazamiento de los niveles
uno y dos no había tenido como propósito mejorar
su nivel de vida. En realidad, las personas fueron

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desplazadas para establecer un huerto gigante. Lo


verdaderamente irónico era que para ello habían
contratado personal del N4 y del N5, y que lo que se
cultivaba en esos niveles no se podía consumir sino
en el N6 y el N7.
Esto solo hizo crecer las dudas en el corazón
de Victoria. Los libros de historia que teníamos en
casa ya no le bastaban. La profesora Marta evitaba
las preguntas que mi hermana le hacía. Mi hermana
empezaba a decepcionarse porque sus compañeros
de aula parecían no ver que había otras cosas fuera
de este nivel que a todo ciudadano debían interesar-
le. Era inaudito que existieran tantas diferencias y
desigualdad.
Pero lo más terrible era que les hubieran
enseñado mentiras. Unos los acusaban de locos
y el resto les agradecía por distraer a la maestra.
Pero a nadie realmente le importaba saber por qué
no podíamos ver el cielo o al menos por qué razón

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todo el tiempo tenemos que mantener encendidas


las luces.
Louis y Victoria presionaron a Octavio para
que averiguara más sobre la migración de sus fami-
liares al N10, pero no se atrevía a preguntar nada.
Su padre, según nos contó el hermanito de Octavio,
estaba triste desde el día en que con tal de que no
lo regañaran Octavio fue a decirle lo que habían
hecho con los zapatos de tacón. Su padre solamente
se echó a llorar y les contó que eran de la esposa de
su hermano, de quienes no sabían nada desde hacía
dieciséis años. Louis le explicó a Victoria que ese
tipo de migración se llama interna, y que se debe
a la falta de oportunidades en los lugares donde vi-
ven las personas que migran. Yo no entendí muy
bien eso cuando mi hermana me lo contó, pero mi
padre me explicó dos años atrás que si aquí dejara
de haber suficiente trabajo un día, él tendría que
tomar algunas cosas de valor sentimental, meterlas

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en su mochila y salir en busca de trabajo en el N8, y


que seguramente allí solo encontraría trabajos que
nadie de ese nivel quisiera hacer. Luego me dijo que
eso pasa en todos los lugares de mundo.
*****
Una semana después, Victoria hizo algo
que a nadie agradó. Usó como excusa la búsqueda
del tío de Octavio para intentar tener un contacto
con alguna persona que conociera otros niveles, así
que convenció a Louis, Nicolás y Octavio para que
fueran.
Según la historia que el papá de Octavio
le contó, su tío perdió su trabajo. Debido a que él
operaba unas máquinas muy especiales no logró
encontrar otro trabajo en el N7, así que junto con
su esposa se fue al N10 sin saber en realidad si lo
contratarían. Una vez allí les fue difícil y terminó
trabajando como conductor de camiones. La última
vez que supieron de él fue cuando por medio de un

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correo electrónico su tío le informaba a su papá que


estaría de visita unos días, pero eso jamás ocurrió.
Su padre le mostró la última fotografía que
tenía de su hermano y Octavio decidió llevarla con
él como referencia. Transcurrieron tres largas horas
en la terminal y no veían que ninguno de los con-
ductores bajara de uno de los camiones. Demasiado
cansados para continuar, Nicolás pidió al grupo que
se retiraran, pero mi hermana estaba convencida
de que podrían encontrarlo. Todos estuvieron en
favor de regresar a casa, pero ella insistió hasta el
cansancio, Octavio se enojó y le pidió desistir. Era
lógico pensar que las probabilidades de que alguien
siguiera en el mismo trabajo después de casi vein-
te años eran escasas, y mucho más al comprender
cómo funciona la ciudad. Todos secundaron la idea
de Octavio.
—Si logramos hablar con cualquiera sabre-
mos qué hay en realidad en otros niveles, ya no im-

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porta si es tu tío o no, después de todo ya sabíamos


que era improbable encontrarlos —dijo Victoria en
un intento desesperado por convencerlos.
Octavio tomó su bicicleta y se fue enarde-
cido. Nicolás y Louis vieron fijamente a Victoria.
Le pedían una explicación con la mirada y ella no
pudo darla. Estaba cegada por su afán de descubrir
qué hay en otros niveles. Los tres tomaron sus bici-
cletas y pedalearon en silencio hasta sus casas y en
una de las pendientes hacia el círculo dejaron atrás
a Victoria y desaparecieron sin despedirse.
Dos días después, Louis llegó al colegio a
contarles que navegando en la red encontró el itine-
rario de viaje de Macario Sol.
Dentro de dos semanas dictaría una confe-
rencia en el N12, luego tendría que ofrecer una en el
N4: era allí donde podrían interceptarlo y hacer la
lista de preguntas que venían formulando. Me pre-
gunto por qué Louis siguió buscando información

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después de que mi hermana se había portado tan


egoísta.
*****
Octavio no le dirigió la palabra a Victoria
por una semana. Ella seguía en su empeño por ir en
busca de Macario Sol. Era lo único en que pensaba
desde que Louis les dijo que podrían verlo en el N4.
Mi hermana quería ir a buscarlo cuanto antes, pues
en tres días saldrían de vacaciones. Pero si Octavio
no hacía las paces con ella, jamás podría convencer
al resto de miembros del círculo de acompañarla.
Así que se armó de valor y le ofreció disculpas a
Octavio.
—He estado esperando esto todo este tiem-
po —dijo Octavio muy serio. Entonces le dio un
abrazo y un golpe en el brazo. Era así como se salu-
daban, y fueron por un helado. En el camino, Oc-
tavio le dijo que le costaba trabajo creer que ella
jugara con sus sentimientos.

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—Te juro que de no ser porque te conozco


desde niños ya no seríamos amigos, hasta pensé que
si no me hablabas se debía a que solamente pensa-
bas en ti misma —comentó.
Luego de aclarar los asuntos entre ambos,
Octavio escuchó con atención el plan que Victoria
estaba trazando para ir en busca de Macario Sol.
Luego de escucharla le dijo que si era realmente lo
que quería la apoyaba, pero si todo resultaba ser
una gran mentira tendría serios problemas.
Esa tarde entrevistaron a Louis. Les intere-
saba saber si los datos eran reales y de dónde había
sacado la información. Les horrorizaba la idea de
que su madre fuera una agente encubierta de algún
tipo de Policía secreta que espiaba a los ciudadanos,
o que fuera terrorista o cualquiera de esas cosas que
se mencionan tanto en las películas. Pero no debían
estar libres de cuidado. Louis estaba estudiando in-
formática por su cuenta y recién había descubierto

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la deep web, en la cual encontró el itinerario de Ma-


cario Sol. Nicolás no estaba seguro, porque según
había oído, penetrar en la deep web es demasiado
arriesgado y porque era casi imposible que pudie-
ran salir así nomás del N7.
Le dijimos a Nicolás que viniera con noso-
tros, pero había decidido solicitar una beca para es-
tudiar física en un colegio fuera de la Ciudad de las
Curvas y debía estudiar mucho para ser admitido.
No sabíamos que su sueño era ser físico cuántico.
Esa era la razón por la que se la pasaba haciendo
cálculos y experimentos, aunque en verdad no es-
taba completamente seguro porque la informática
también le apasionaba. Todos respetaron la deci-
sión de Nicolás y organizaron su viaje. Venderían
pasteles, romperían sus alcancías, buscarían dinero
en los sillones y venderían sus patinetas y sus bicicle-
tas para financiar un viaje del que no conocían más
que el destino.

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Capítulo VII

Nivel 4: La cicatriz
En el N7 todo era una suma constante de angustia
e incertidumbre. Alfonso, mientras tanto, había ter-
minado su viaje —su caída más bien—, que lo dejó
exhausto. Al principio pensó que su viaje sería lento
—su viaje en el tiempo según él—. Pero no fue así
en absoluto. Todo sucedió rápido como si hubiese
caído en un agujero de gusano y este lo hubiera lan-
zado directo a la fábrica de colchones abandonada.
Alfonso seguía creyendo que había logrado viajar
en el tiempo y que quien allí viviera también lo ha-
bía logrado más de una vez. No había otra explica-
ción lógica para lo sucedido.

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Llegado este punto, Alfonso no tenía ni la
más peregrina idea de dónde estaba realmente. Lo
único seguro era que su imaginación volaba sin fin.
Salió de la habitación donde lo había dejado el dueño
del lugar y ¡oh sorpresa! Se encontraba de una bode-
ga llena de artefactos extraños. El sitio estaba colma-
do de lámparas que generaban su propia luz con un
electroimán, réplicas de escudos de guerreros anti-

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guos, ventiladores que usaban poleas y contrapesos


para moverse de forma constante y, lo más extraño
de todo, un horno que parecía extraído de una serie
de televisión ambientada en la época medieval.
No podía ser un museo, el horno funcionaba
y dentro de este un recipiente de piedra al rojo vivo
contenía algún metal a la espera de ser fundido.
Imagínense la expresión de sorpresa de Al-
fonso —quien solo había leído sobre todo lo que
contemplaban sus ojos o lo había visto en pelícu-
las— al despertar de repente en un lugar lleno de
inventos salidos de la ciencia ficción o de los libros
de historia.
Dentro de ese inmenso taller había lonas
empolvadas que cubrían estructuras que bien po-
dían ser fósiles o restos de maquinaria de la Re-
volución Industrial. La duda mantenía inquieto a
nuestro espécimen del N12. Alfonso dio un par de
vueltas por el lugar para olvidar la idea que empe-

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zaba a rondar en su mente: «quizá sean otras má-


quinas del tiempo, modelos fallidos de otras épocas,
y quien vive aquí se dio a la tarea de recuperar to-
dos estos objetos en sus múltiples viajes en el tiempo.
Quizá vengan del futuro o del pasado, pero nunca
he visto nada así antes».
Mientras rondaba por ahí para distraerse,
las preguntas se multiplicaban en la mente de Al-
fonso. Y cuando hace eso, algo extraño le sucede
siempre, o se accidenta o termina con una nueva
cicatriz. Desde que lo conozco le ha sucedido. Tiene
cicatrices por todos lados. En cada ocasión en que
me visitó después del viaje traía una nueva marca.
Alfonso continuó explorando toda la fábri-
ca de colchones sin hacer mucho ruido. Las gigan-
tescas lonas que cubrían los enormes artefactos se-
guían motivándolo a explorar, quería estar seguro
de dónde estaba y si en realidad había viajado en el
tiempo. Un calendario indicaba que estaba en 2075,

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es decir, el presente. Pero las condiciones del lugar
lo hacían pensar que podía haber sido abandonado
en ese año y que realmente había viajado al futuro.
Decidió concentrarse en explorar. El horno era un

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indicio de que fuera quien fuera la persona que vi-


vía en ese lugar iba a volver pronto.
De repente ¡zaz!, sintió un terrible dolor de
cabeza. Era tan fuerte que tuvo que detenerse y des-
cansar un poco. Una vez se sintió mejor, continuó.
Pero al llegar al final de las gradas en espiral perdió
la conciencia y cayó al suelo.
Al parecer no estuvo mucho tiempo en el
suelo, ya que cuando abrió los ojos la luz seguía
igual y las sombras se extendían en la misma direc-
ción —sé que no hay luz solar en niveles como el
N4, pero el alumbrado público está diseñado para
efectuar variaciones que nos permiten conocer la
diferencia entre el día y la noche—. Se reincorporó
y cuando se encontraba en la parte más alta vio a su
alrededor y confirmó que no estaba en una fábrica
de colchones, había demasiadas estructuras de me-
tal y piezas sólidas de bronce, cobre y acero. Una
de las secciones estaba repleta de estantes donde los

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artículos más pequeños estaban completamente or-


denados y limpios.
Se sentó cuando el hambre empezó a apre-
tar. Como en una película de Sorrentino, su vista
hizo un mapeo de la zona acercándose a los objetos
más hermosos y descubriendo cuadros hermosos y
llenos de luz. Alfonso estaba maravillado y no le im-
portó mucho que su estómago estuviera reclamán-
dole. Continuó investigando, moviéndose con sigilo.
Cuando no soportó más el hambre buscó la cocina
y comió lo primero que encontró. Luego volvió a la
parte más alta del taller de Hefesto. Allí le volvió el
dolor de cabeza.
No habían transcurrido más de cinco minu-
tos cuando Hefesto hizo su aparición por la puerta
principal. Intentó esconderse, pero no fue posible.
El lugar donde se hallaba totalmente expuesto a la
vista. Hefesto era robusto, aunque su postura no
era la más erguida, llevaba una gabardina oscura,

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barba y bigote espeso. Su semblante era el de un


hombre serio y capaz de aplastar con sus manos rús-
ticas y anchas a cualquiera. Para los dos era una
sorpresa verse, primero porque Alfonso estaba con-
fundido respecto del espacio y el tiempo; segundo,
porque Hefesto lo había recogido y curado porque
cayó dentro de su casa y tampoco estaba seguro de
dónde había salido su visitante.
De inmediato, el chico del N12 bajó a
saludarlo haciendo todo tipo de reverencias. Se pre-
sentó como un viajero del tiempo y a Hefesto no le
quedó más que seguirle la corriente. Debía conven-
cerlo de regresar a su lugar de origen para no lidiar
con un desconocido cuando Macario Sol estuviera
de visita.
Así fue como nuestro amigo de N12 termi-
nó en la casa de Hefesto, a donde se dirigía Maca-
rio, a quien los chicos del círculo buscaban por toda
la Ciudad de las Curvas. A decir verdad, creo que

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ese viaje nada tenía que ver con la historia en un


principio. Se trataba más bien de una manera de
descubrir qué había más allá de nuestros ojos y de
los ojos de nuestros padres. A fin de cuentas fue por
la historia de nuestras vidas.

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Capítulo VIII

Nivel 12: Perdidos y de


vuelta a casa
El día que decidieron partir, todos dudaban reali-
zar el viaje, menos Victoria. Su ventaja era evidente.
Ese viaje le brindaría las herramientas para deci-
dir qué carrera escoger. Historia era una de ellas,
aunque había contemplado otras opciones. De igual
manera, todos sabíamos que mi hermana tenía mu-
chas ganas de conocer toda la ciudad, quizá más
que interrogar a Macario.
Para Louis y Octavio todo era diferente. Los
riesgos que correrían los hacían dudar, pero el deseo
de aventurarse y descubrir el mundo era una fuerza
mayor. Además, si algo odiaban eran las mentiras, y

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lo que habían descubierto acerca de la fundación de


la ciudad ya era motivo suficiente para desconfiar
de todo. Solo tomarían una decisión si conocían la
realidad y no un cuento de ficción.
Esa noche abordarían un bus directo al
N12. En aquel entonces esos buses siempre salían
llenos del N7 y jamás traían pasajeros de vuelta. Ni-
colás los acompañó hasta la estación, nadie les dijo
nada a sus padres sobre el viaje. Pidieron permiso
para ir unos días a la casa de Nicolás. La fecha del
aniversario de fundación de la ciudad se aproxima-
ba y las clases se suspendían. Era la excusa perfecta
para estar unos días sin vigilancia y poder ir al N12,
encontrar a Macario Sol y dar una vuelta por el lu-
gar. Lo habían calculado todo al dedillo.
Al salir del N7 nada cambió demasiado. El
cielo seguía oculto y las personas no parecían dife-
rentes, las pequeñas cosas que cambiaban eran casi
imperceptibles para cualquiera, pero Louis siempre

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tuvo una facultad especial para la observación que


conserva hasta hoy. Con ayuda de una pequeña cá-
mara iba a documentando su viaje. Fotografiaba
desde la amplitud de las calles hasta los zapatos que
la gente usaba o la comida que preparaban. Allí ra-
dicaban las verdaderas diferencias. Para los demás,
por el contrario, el N8 parecía no tener nada que
ofrecer.
Al partir del N8, un chico tomó el bus en la
estación. Era mayor que Victoria y sus amigos, pero
no lo suficientemente mayor como para llamarlo
«señor». Es más, de no ser porque el muchacho tuvo
que identificarse porque había perdido el boleto,
nunca se hubieran enterado de su verdadera edad.
Arturo era ocho años mayor y vestía tal como ellos.
De no ser por su incipiente calvicie hubiera pasado
por un chico de la edad de Nicolás.
Una vez arriba enfiló hacia el fondo, sacó
de su mochila un libro y sus audífonos; se colocó la

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capucha y comenzó a ojear. A dos asientos de Victo-


ria una pareja tan joven como Arturo tomó asiento.
Cerca de Octavio, un chico de unos diecisiete años
tomó el lugar de la ventana y justo en el asiento va-
cío junto a Louis una chica de la misma edad se sen-
tó. Los nuevos pasajeros iban muy concentrados, no
veían a nadie más que a sus libros o las pantallas de
sus celulares. Louis los fotografió a todos de manera
sigilosa. Ninguno pareció notar la cámara porque
actuaron de la manera más natural.
Ya camino al N9 las cosas empezaron a
cambiar un poco más. La luz natural era casi impo-
sible de ver en el N7, algunos rayos de luz se podían
ver entre las curvas, pero el cielo seguía oculto. Los
tres mantuvieron comunicación por medio de sus
teléfonos. Se decían todo lo que veían o lo que sus
vecinos de asiento hacían. Nicolás insistía en cam-
biarse de lugar, ya que Louis no cejaba en su em-
peño por coquetear con la chica que iba a su lado.

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Victoria se molestó, porque en repetidas ocasiones


les había explicado lo incómodo que era para ella ir
por el mundo y que cada muchacho con el que era
amable intentara conquistarla. También tomó la
decisión de explicarles en ese momento la diferencia
entre ser amables y creer que una sonrisa les daba el
derecho de ser entrometidos.
Mientras Nicolás y Victoria discutían en
el chat, Louis entabló charla con la chica. Louis le
contó lo qué pasaba y le pidió su opinión, pero ella
se puso sería y pareció incomodarse. Se puso de pie,
tomó su mochila y buscó otro lugar. Louis no enten-
día por qué. La chica regresó y lanzó una carcajada
tremenda, volvió a tomar asiento y se presentó. Para
Andrea —así se llamaba— era algo inusual que un
chico se le acercara y le preguntara: «¿Crees que los
chicos vamos por el mundo creyendo que podemos
hablar e invadir el espacio de una chica solo porque
somos hombres o creemos que tenemos algún de-

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recho de hacerlo?». Yo me habría quedado de una


pieza si eso me pasa, pero Andrea lo entendió como
una broma de mal gusto al principio. Luego, al ver
la cara de susto de Louis, constató lo contrario, así
que volvió a responderle al chico de las preguntas
extrañas.
Conversaron un rato, Andrea se dirigía al
N11 e iba de regreso tras un fin de semana con su
familia. Era mayor que ellos, ya estaba en la univer-
sidad y era fotógrafa de un periódico. Su trabajo le
ayudaba a pagar sus estudios de Economía. Louis se
emocionó al enterarse de que Andrea era fotógrafa y
comenzó a hacerle preguntas, pero recibió respues-
tas que nunca esperó. Tenía claro que su trabajo era
transitorio, porque su sueño era ser economista. A
Louis le pareció que no era nada profesional lo que
decía, así que no la tomó muy en serio. Y aunque
Louis intentó ponerle fin a la conversación, Andrea
terminó de explicar sus razones.

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Mientras estos dos discutían, Nicolás y Vic-


toria hacían las paces. Nunca habían podido char-
lar sobre algo tan importante para Victoria sin ter-
minar enojados porque no soportaban que sus ideas
fueran refutadas. Era una novedad que en medio
de un viaje empezaran a madurar de la noche a la
mañana. Cuando ya se habían puesto de acuerdo
en medio de sus diferencias, decidieron platicar con
las personas en derredor, en imitación de su com-
pañero de viaje. Tan grande fue la emoción que les
causó el intercambio que olvidaron ver por la ven-
tana y pasaron por alto el N9 y el N10. De repente
se encontraron en un nivel totalmente iluminado, o
al menos más que lo que ahora lo está el N11. Digo
ahora porque la ciudad siguió creciendo y ustedes
saben qué significa eso.
Andrea tenía que bajar, así que antes de
llegar a la estación Louis se la presentó a sus ami-
gos. Por alguna razón, el bus que había salido casi

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lleno del N7 y se había terminado de llenar en el


N8 estaba casi vacío. Aprovecharon entonces para
voltearse y platicar a sus anchas. Intercambiaron
números telefónicos y correos electrónicos. Victo-
ria se abstuvo de traer a colación su plan porque
lo consideró inútil. Ella pensaba que iba directo a
una vida planificada e inalterable. A los ojos de mi
hermana, Andrea no era fiel a sus ideales. Además,
le parecía que nunca había tenido necesidad de tra-
bajar «realmente» si solo se dedicaba a algo «tan
sencillo» como la fotografía. No sabía cuán equivo-
cada estaba.
Andrea no le prestó mucha atención y se li-
mitó a decir: «Antes quería ser fotógrafa y lo hice;
ahora quiero ser economista y posiblemente maña-
na quiera ser cocinera, lo importante no es llegar y
ser eterno en lo que se hace, lo importante es usar
lo que se aprende como herramienta y si tienes su-
ficientes conocimientos y experiencia puedes hacer

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cosas que ni tú te imaginas». A Victoria le pare-


ció absurdo todo lo que Andrea dijo antes de bajar
del bus. Una vez abajo esperó a que el bus tomara
su rumbo y se despidió agitando la mano, luego les
mandó un mensaje a los tres: «Los planes cambian
porque nosotros cambiamos, ahora lo están hacien-
do y mañana volverán a cambiar, entonces me re-
cordarán».
Quedaba muy poco camino por recorrer.
Habían transcurrido cerca de siete horas de viaje.
Tenían la impresión de no haber recabado mucha
información, pasaron por dos niveles sin prestar
atención y estaban a punto de llegar a su destino
sin más datos que la vida de Andrea, las reflexiones
de Victoria y Nicolás y las dudas que ahora Louis
debía despejar sobre su carrera. No les quedaba más
que buscar información en el blog de Macario para
tratar de entender qué había en los niveles que pa-
saron por alto. La mayor de las esperanzas era en-

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contrar algún dato que revelara la diferencia entre


lo que estaban a punto de ver y su realidad en el N7.
Arturo, el universitario, continuaba al fondo
sin inmutarse por los saltos que daba el autobús o los
cambios de luz entre cada nivel. Era la confianza de
un viajero frecuente, o de alguien al que el mundo
dejó de sorprender hace mucho. Había perdido la
capacidad de asombro y sus ojos lo decían. Para él
solamente parecía existir la razón, conclusión a la
que llegaron cuando observaron con cuánta voraci-
dad leía. Louis tomó su cámara y le hizo una foto al
ensimismado pasajero.
Cuando hizo un acercamiento con la cá-
mara vio las iniciales de Macario Sol sobre la tapa
del libro La Ciudad de las Curvas, el viaje de una ciudad
imperfecta. Esa era la lectura a la que se entregaba
Arturo. Inmediatamente, Louis avisó a sus amigos
y luego de ver las fotos, a Victoria se le ocurrió que
le preguntaran qué sabía del blog de Macario y de

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su conferencia en el N12. Nicolás se negó rotunda-


mente. Le dijo que ya habían sido afortunados con
Andrea.

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—Si Louis no hubiera hablado con ella, tú


la hubieras espantado; será mejor seguirlo porque
es probable que se dirija a la conferencia —agregó
Victoria.
—Iré a conseguir información sin que se dé
cuenta —dijo Nicolás con un gesto de exasperación.
Y al instante ya estaba hasta el fondo sentado junto
a Arturo y entablando una conversación. A su re-
greso, Nicolás traía consigo un pequeño folleto que
agitaba en el aire. Con una gran sonrisa, Nicolás
tomó asiento y lo atacaron con preguntas. Cuando
Arturo se dio cuenta de que la dirección que ellos
tenían era falsa, le dio a Nicolás el folleto con un
mapa sobre cómo llegar a la conferencia.
Las estaciones de buses estaban justo en me-
dio de la Avenida Libertad. Era de esperar, pues
todos los niveles están diseñados de la misma for-
ma. Se acercaba la hora de bajar y se prepararon.
En ese momento, Victoria vio pasar a un chico en

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bicicleta a toda velocidad. Ustedes podrán imaginar


de quién se trataba. Justo cuando ellos estaban por
llegar al N12, Alfonso estaba cayendo al N4. Es de-
cir, mientras Hefesto curaba las heridas de Alfonso
y le enseñaba la forja, los chicos del círculo estaban
en busca del amigo de Hefesto.
***
Cuando llegaron ya era muy tarde en la no-
che como para explorar, así que durmieron en el
hostal de la estación. Tampoco querían platicar, es-
taban demasiado cansados. Los ronquidos de Louis
y Nicolás inundaron el lugar, pero mi hermana me
dijo que no pudo dormir pensando en las cosas que
podrían ver al día siguiente. Sin embargo, yo sé que
cuando mi hermana pone la cabeza en la almohada
no hay poder de este mundo que la despierte. Al día
siguiente, el primero que se puso en pie fue Nicolás,
quien salió directamente a explorar sin avisarles a
sus amigos. ¡Tremendo error!

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Cuando Louis y Victoria se levantaron ya


eran las ocho de la mañana. De inmediato se per-
cataron de la usencia de su amigo. No se alarmaron
porque sabían lo bueno que era para orientarse y
que no pasaría por alto el horario de la conferencia.
Entonces salieron a desayunar, esperaron media
hora… ¡nada! Regresaron a la habitación a guar-
dar las cosas y planificar la ruta para ir explorando
cuando ya hubiesen hablado con Macario Sol. Es-
peraron media hora más y no había señales de Ni-
colás. No sabían qué hacer porque no contestaba los
mensajes ni las llamadas. Victoria estaba realmente
enojada. Decidió buscar el mapa entre las cosas de
Nicolás y para su sorpresa este había desaparecido
pero sí encontró el celular de Nicolás.
La desesperación y la rabia se apoderaron
de Victoria. Hicieron lo que debían hacer desde el
principio, buscar en la Internet la ubicación del sitio
de la conferencia y descargar el mapa. Entonces sa-

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lieron en busca del lugar, pues para Louis y Victoria


era seguro que Nicolás, quien tenía otra copia del
mapa y un gran sentido de la orientación, llegaría a
la conferencia.
Pero no fue así. Aunque el N12 estaba orga-
nizado de la misma manera que el resto de niveles,
las construcciones eran distintas y por similares que
fueran las calles de nada le servía a Nicolás, quien
llevaba una hora y media perdido. Peor aún, había
perdido el mapa sin tener tiempo de memorizar la
dirección. Entonces preguntó cómo llegar a la esta-
ción de buses y fue directo al lugar. Cuando llegó
faltaba muy poco para que la conferencia empezara.
Si sus amigos no estaban allí, estaría en aprietos. Lo
primero que hizo al llegar fue preguntar por ellos,
pero hacía media hora que habían dejado el hos-
tal. Por suerte, habían dejado la dirección en caso
de que los buscaran y salió disparado rumbo a la
conferencia. Los planes, en ciertas ocasiones, ni por

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asomo se realizan como se había pensado. Esta era


una de esas ocasiones. Victoria, al ver que su amigo
no llegaba, tomó la peor de las decisiones: regresar
a la estación de buses.
No les fue posible asistir a la conferencia.
Cuando por fin se encontraron con Nicolás, Ma-
cario Sol había salido del recinto. La información
que deseaban conocer solamente estaba disponible
en las conferencias y la próxima tendría lugar den-
tro de una semana en el N4. Frustrados por no lo-
grar hablar con él, hasta las ganas de explorar se
les quitaron. Caminaron directo a la estación, pa-
garon el boleto para salir a primera hora a casa. De
regreso ni siquiera pudieron ver por la ventana, la
frustración era tanta que ya solo querían terminar
con todo eso de la famosa pregunta misteriosa que
Victoria iba a hacerle a Macario.
Yo no habría viajado solo para preguntarle
un par de cosas a un historiador que posiblemente

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ni siquiera respondería, pero ellos tenían razones


suficientes, sin contar su deseo de aventura.
En la escuela nos enseñan que la ciudad fue
trazada de esta manera porque no existía espacio
habitable en varios cientos de kilómetros y la solu-
ción era una ciudad vertical. Pero en este blog se

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decía otra cosa. En un inicio, los recursos naturales


eran abundantes, pero la mala explotación causó
que toda esa área de terreno se volviera infértil y
no quedó otra opción que edificar la ciudad de esta
manera.

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Capítulo IX

Nivel 4: Cicatrices y sus


historias
Para mí también sería decepcionante arriesgar tan-
to y terminar en un bus de regreso a casa sin haber
cumplido ni la mitad de mis objetivos. Arriesgaron
y solo se quedaron frustrados y con el desconcierto
de sus vidas. Al volver a casa no habían cumplido
con su cometido de tener la aventura de sus vidas.
¡Y encima con más dudas y preocupaciones que an-
tes! Ahora tenían mucho miedo por haber salido del
nivel a escondidas de sus padres. Las trece llama-
das perdidas de la mamá de Nicolás hicieron que la
coartada perdiera toda posibilidad de credibilidad.
Octavio los recibió como habían acordado.

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Mientras todos los chicos del círculo expe-


rimentaban la peor semana de sus vidas, Alfonso
seguía convencido de que había viajado en el tiem-
po. Hefesto encontró en Alfonso una gran posibili-
dad para explorar el mundo del forjado. Por eso le
siguió el juego. Le haría creer que realmente venía
del pasado, le enseñaría un poco de sus habilidades
y construirían «una máquina del tiempo».
Con el día del encuentro con Macario Sol
tan cerca, Hefesto tendría que haberse deshecho de
Alfonso para entonces. Lo primero que hizo fue ir
en busca de la bicicleta de Alfonso y buscar algu-
na avería que necesitara soldadura, para enseñarle
lo básico. Entonces, habiendo aprendido a soldar y
reparada la bicicleta le pediría que se quedara para
ayudarle en la compostura de cualquiera de los ar-
tefactos. Hefesto ya sabía que Alfonso venía del N12
y que podría convencerlo de alguna fantasía y man-
darlo a casa de vuelta y en bus. Los primeros dos

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días se perdieron en puras pruebas y ensayo. Eso


le sirvió a Hefesto como coartada para preparar el
viaje: comprar los boletos, pagar la reservación y en-
viarle algunas herramientas que consideró le serían
útiles si se interesaba en la metalurgia, el forjado o
la soldadura.
—¿Cómo has venido a parar en esta época
y cómo sabías que existía esta reserva de máquinas
del tiempo? —le dijo descaradamente Hefesto. La
expresión de Alfonso delató su sorpresa y el plan se
inició. Lo primero que hicieron fue sentarse a pla-
ticar y a compartir experiencias, entonces nuestro
amigo del N12 le dijo toda la verdad.
—No sé a ciencia cierta si soy un viajero de
tiempo, estaba fantaseando y terminé acá con dolor
de cabeza y una cicatriz nueva —se sinceró Alfon-
so. Fue entonces cuando Hefesto empezó a dudar si
realmente seguía creyendo que era un viajero del
tiempo, pero igual continuó con su plan.

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Llevó a su nuevo aprendiz a conocer la fra-
gua. Ese es el nombre del fogón donde se forjan los
metales.

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—¿Sabes qué es esto? —le preguntó Hefes-


to. Alfonso palideció y se quedó callado encogido
de hombros. Hefesto le mostró todo el taller que pa-
recía un verdadero museo de historia de la meta-
lurgia. Un solo par de ojos no le bastaban al pobre
Alfonso, así que terminó rogando una pausa.
—Es demasiada información y la cabeza
me duele —se excusó el chico.
—Lo primero que te mostraré será un grupo
de piezas hechas de diferentes metales y así apren-
derás a soldar —le dijo Hefesto. Pero la razón detrás
de ello era determinar la habilidad de Alfonso y cal-
cular cuánto tiempo le llevaría mandarlo de vuelta.
Luego de un breve descanso, lo primero que
hicieron fue unir piezas de metal con algunos pines
dejando un agujero entre dos piezas y martillando
el pin que está al rojo vivo y listo para ser moldeado.
Luego pasaron a fundir algunos metales, todo con
mucho cuidado. La fragua estaba preparada para

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fundir un poco de acero inoxidable, una aleación


de hierro y carbono. En ese momento Alfonso supo
que toda la vida había estado equivocado, las alea-
ciones no son lo que él y yo creíamos. En realidad sí
son mezclas de dos o más metales, pero el elemento
aleante en la mayoría de los casos es no metálico.
Así fundieron algunas piezas de metales y
no metales, con lo que lograron diferentes resul-
tados. Tomaron un poco de aluminio, cobalto y
níquel para elaborar «álnico», un material con el
que se fabrican imanes casi tan fuertes como los
imanes naturales. Luego tomaron cobre y níquel y
los mezclaron en ese orden, con 55 % del prime-
ro y 45 % del segundo. Como resultado obtuvie-
ron «constantán», muy buen conductor altamente
dúctil. Así transcurrieron los primeros dos días,
porque después de fundir, el pobre de Alfonso que-
daba deshidratado. Parecía que la semana no se-
ría suficiente y que no podría deshacerse del chico

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antes de que Macario llegara. Así que decidió pre-


pararlo para que se hiciese forjador.

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Capítulo X

Nivel 5: La conferencia
Las cosas pasan y no sabemos qué enseñanza traen
consigo. Al parecer, el dicho «algunas veces se gana
y algunas se aprende» es una completa verdad. La
derrota también enseña y el fracaso solo se consu-
ma si no intentamos de nuevo. Esto no quiere decir
que solo con actitud positiva logramos lo que nos
proponemos, debemos actuar y ser estrategas y un
poco obstinados, y en ocasiones hasta romper una
que otra regla, una vez tengamos claro por qué y
para qué lo hacemos. No olvidemos que lo más im-
portante es no pasar por encima de otra persona. A
los amigos de Victoria les pasó todo eso. Intentaron

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hacer algo grande y trascendental, pero no tuvieron


en cuenta todo lo que podía suceder y ni siquiera
contaban con un plan para resolver imprevistos. Se
lanzaron sin más en busca de su objetivo y termina-
ron frustrados y sin energía.
Por suerte, cuando Octavio los recogió nada
salió mal. Sus padres ni siquiera se enteraron. La
única que sospechaba que los chicos no habían es-
tado en casa de Octavio era la madre de Nicolás,
pero no dijo nada. Nicolás, sin embargo, tuvo que
explicar por qué no había contestado el teléfono. No
hablaron durante dos días hasta que Victoria de-
cidió enviarles un mensaje a todos: «Los espero en
casa, ya sé qué haremos». No indicaba la hora ni el
día, pero en media hora ya todos estaban en nues-
tra casa esperando las noticias de mi empedernida
hermana.
Los dos días de encierro les habían servido a
todos para reflexionar sobre lo arriesgado del viaje y

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aumentaron su preocupación por decidir la carrera


que iban a estudiar. Yo sigo creyendo que a la única
que le interesaba conocer a Macario era a Victo-
ria. Lo sé porque era quien no estaba aturdida por
decidir qué carrera estudiar, los demás solamente
buscaban la mayor aventura de sus vidas antes de
pasar al bachillerato. Y a decir verdad los entiendo,
porque da miedo pensar que estamos a un paso de
ser adultos.
La cuestión es que mi hermana tenía un plan
completamente estructurado y al parecer eficiente.
Había programado la salida y la llegada, contaba
con un taxi para que los transportara hasta el lugar
de la conferencia y, lo mejor, todo estaba reservado
y tenían suficiente tiempo para llegar. Para sorpre-
sa de todos también existía un plan B que consis-
tía en esperar a Macario Sol en el hotel luego de la
conferencia. Esta vez la información era fidedigna.
Lo que no sabían Louis y Nicolás era que Victoria

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había hablado con Arturo, quien casualmente tam-


bién venía en el bus de regreso. Arturo resultó ser
voluntario en la universidad y estaba encargado de
la logística. Victoria no le contó su plan, pero hizo
las preguntas adecuadas y obtuvo la información
que necesitaba.
Esta vez Louis se rehusó a participar, pues
temía que algo saliera mal y terminaran realmente
perdidos y no pudieran regresar. Nicolás les explicó
que su mamá seguía insistiendo, ella quería saber
dónde habían estado en realidad, porque pasó por
la casa de Octavio y lo vio solo, sentado junto a la
puerta. Así no había forma de hacer el viaje.
—Esta vez me toca ir entonces —dijo Octa-
vio repentinamente. Se levantó de la mesa de la sala,
se dio la vuelta y fue por un vaso de agua. El plan
de Victoria prometía dar mejores resultados que su
último arrebato. Louis pidió una disculpa por no
querer ir, pero se ofreció para ser quien los guiara

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por medio del GPS en sus celulares. De esa manera


los rastrearía en todo momento y les daría un sensor
de emergencia por si perdían sus teléfonos.
Nicolás no quiso quedarse atrás y les ofreció
ayudar con un poco de sus ahorros para pagar el
viaje. Se dispusieron a salir y acordaron la hora y
el día. Cada uno tenía una misión específica que
cumplir antes del viaje, así que salieron directo a
sus casas.
—Ya que puedes localizar a nuestros ami-
gos, ¿puedes hacerlo con Macario para que en caso
de que ninguno de los planes funcione sepamos
dónde está y podamos guiar a Victoria y a Octavio?
—le preguntó Nicolás a Louis, quien se despidió de
inmediato y salió corriendo a su casa.
—Eres un genio —le gritó a Nicolás y des-
apareció.
El día llegó y Nicolás y Louis guardaron el
secreto, habían logrado conseguir el número de ce-

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lular de Macario y ya lo estaban rastreando. Cuan-


do llegó la hora de partir, Macario Sol bajaba desde
el N8, así que era posible que todo saliera bien. Oc-
tavio pudo acompañarlos porque no tenía compro-
misos de estudio.
Montaron en el bus a la hora acordada y
los vimos salir rumbo al N4. Algo grande estaba
a punto de suceder. Luego pasaron dejándome en
casa. Ya era hora de dormir. A la mañana siguien-
te, Victoria se puso en contacto con Louis para que
le diera instrucciones claras. Habían decidido no
usar taxi desde la estación de buses hasta la Plaza
Elipse, allí los guiarían por medio de mensajes de
texto hasta llegar al lugar de la conferencia. Victo-
ria y Octavio estaban admirados porque el N4 era
mucho más oscuro que nuestro nivel y las luces ni
siquiera eran blancas, los focos irradiaban una luz
amarilla, tenue y melancólica, que los hacía sentir
inseguros.

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Cuando llegaron al lugar, la conferencia ha-


bía comenzado y no encontraron lugar donde sen-
tarse. La conferencia no tenía nada interesante, o al
menos a mí no me hubiera interesado de haber ido
con ellos. Macario Sol hablaba sobre las diferencias
entre los niveles y la razón de su existencia. Cada ni-
vel había sido diseñado para cubrir las necesidades
económicas de toda la ciudad. En los niveles más
bajos ya no habitaba nadie y era allí donde se pro-
ducían las materias primas. En este nivel trabaja-
ban casi todas las personas que algún día habitaron
esos niveles.
Los niveles siguientes se encargaban de pro-
ducir todo tipo de productos con las materias pri-
mas de los niveles inferiores y los niveles más altos
se dedicaban a los servicios y era allí donde se con-
sumía la mayor parte de lo que se fabricaba del N9
al N4. El N3 era solamente un nivel habitacional
donde los trabajadores del N1 y N2 vivían.

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Macario explicó que eso no dependía de


un grupo de hombres que decidieran que las cosas
fueran así. Era consecuencia del modelo económico
que imperaba. La Ciudad de las Curvas no era una
ciudad equitativa y con las mismas oportunidades
para todos, pero algo estaba cambiando desde ha-
cía algunos años. En eso centró su atención en la
segunda parte de su conferencia. Mientras el con-
ferencista hablaba, Octavio le preguntó a Victoria
lo que desde el principio debían haberle preguntado
todos, pero al parecer a nadie se le ocurrió.
—Victoria, ¿puedo saber qué es lo que vas
a preguntarle a Macario? —y el silencio se apoderó
de mi hermana. Octavio no quiso insistir y salió con
la excusa de ir al baño. Macario explicaba entonces
cómo mediante el poder de los jóvenes la Ciudad de
las Curvas había ido cambiando.
La búsqueda incansable de oportunidades
y las ideas frescas e innovadoras estaban dándole

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un giro a la ciudad y todo esto recaía en la pobla-


ción joven. Puso como ejemplo a los voluntariados
de vivienda, los de prevención de la violencia, los
colectivos de arte y los de formación ciudadana,
movimientos que habían generado esperanza para
la ciudad y el resto de sus habitantes. Macario con-
tinuaba hablando y Octavio no volvía. A Victoria
le seguía dando vueltas en la cabeza la pregunta de
su amigo y debió reconocer que ni ella misma tenía
claro qué preguntaría.
La conferencia terminó y Octavio no daba
señales de vida. Para Louis y Nicolás nada estaba
ocurriendo porque los tres celulares rastreados es-
taban en el mismo lugar. Pasaron veinte minutos y
Octavio no se aparecía. Victoria fue a buscarlo, le
mandó un mensaje y nada. Estaban por cerrar el
auditorio y mi hermana se vio obligada a salir. Para
entonces ya tenían algunos mensajes con indicacio-
nes en su celular desde el N7 para seguir a Macario.

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En la entrada del auditorio esperaba Octavio, sen-


tado, con las manos en la quijada y los codos en las
rodillas. Su cara reflejaba su molestia.
—Así que volvimos a caer en tu juego, ni
siquiera sabes a qué vinimos ¿verdad? —preguntó
Octavio muy triste.
Mi hermana tenía claro que estaba buscan-
do a Macario para interrogarlo sobre su profesión y
descubrir si esa era la que deseaba tomar, pero no
podía decirles eso. Tantos riesgos solo para resol-
ver esa pregunta. Al menos eso era lo que Victoria
pensaba que le dirían sus amigos, pero no fue así.
Octavio se levantó.
—De haber sabido que eso era, lo intercep-
tamos al salir. Lo acabo de ver subir a un taxi.
Aunque Octavio solo esperaba que no fuera
solo un capricho y que los arriesgara a todos por
nada, pensó que al tratarse de algo tan delicado
como la elección de su carrera no podían dejarla

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sola. Después de todo, cada persona decide cómo


buscar sus respuestas y siempre, por mínima que sea
la ayuda, es necesaria.
Tomaron un taxi y se dirigieron al hotel,
pero obviaron por completo las indicaciones que les
enviaban desde en N7. Una vez allí no encontra-
ron nada. Preguntaron… nada. Esperaron un par
de horas y nada. Al parecer, a mi hermana y a sus
amigos les gusta complicar las cosas y dejan lo ob-
vio siempre para después. Desesperados tomaron
sus celulares. Louis los había cargado de mensajes y
de una alerta muy específica: Macario había cam-
biado de rumbo.
Séptima elipse, anillo tercero, tangente tres
era la dirección a la que debían acudir. Por suerte
este nivel no difería mucho del suyo y rápidamente
se ubicaron y emprendieron su camino. Ya en el lu-
gar, el miedo los inundó, en ese círculo había solo
bodegas abandonadas, la calle tenía muy poca ilu-

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minación; en la ciudad sabemos que el día llega a


su fin porque las luces se opacan un poco, pero en
este lugar era demasiado. De diez bombillos siete
estaban rotos, no podían creer que en este lugar es-
tuviera Macario. Pero las coordenadas eran exac-
tas. Una vez encontraron el lugar, el miedo hizo de
las suyas y Victoria se quedó paralizada. Estaban
arriesgando demasiado por un par de preguntas.
Octavio trepó la reja sin pensarlo y escaló
por una viga hasta entrar por una ventana que es-
taba abierta. Lo que Victoria no sabía era que Oc-
tavio practicaba un deporte que le permitía despla-
zarse por cualquier espacio.
Ese deporte se llama parkour. Menos de cin-
co minutos después salió Octavio con un vaso de
agua en la mano y un chico con uniforme de herre-
ro venía detrás de él. Entraron al lugar y Victoria
puso la misma cara que Alfonso y que Octavio al
ver el lugar.

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Entonces conocieron de cerca a un mucha-


cho de su edad pero de otro nivel. Dentro del taller,
los ojos de ambos parecían salirse de sus cuencas,
pero la emoción duró poco y lo haría para cualquie-
ra que supiera exactamente dónde estaba. No se ha-
llaban solamente en un área peligrosa, estaban en
una bodega abandonada poblada de máquinas ex-
trañas. Encima de eso, un chico del N12 que pensa-
ba haber viajado en el tiempo estaba golpeando con
un martillo una pieza de metal incandescente sobre
un yunque. Para seguir con la pérdida de emoción,
mientras Victoria pensaba todo eso entró Hefesto
por la puerta haciendo un estruendo que causó el
desmayo de mi hermana.
A los nuevos visitantes no les dio tiempo de
esconderse. Cuando los adultos llegaron a donde se
encontraba la fragua, Alfonso y Octavio intentaban
hacer que Victoria reaccionara. El sorprendido re-
sultó ser Hefesto. Ahora la que había sido una si-

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lenciosa casa y un taller se estaba convirtiendo en


refugio de adolescentes que se fugaban de sus casas.
Hefesto no había logrado mandar de vuelta a Al-
fonso en el tiempo que se había propuesto, y ahora
cuando su amigo de la infancia lo visitaba encontra-
ba a dos chicos desconocidos en casa.
Cuando Victoria se hubo reincorporado,
Octavio les había relatado todo su viaje a los tres:
a Alfonso, Octavio y Hefesto. Al percatarse de la
mentira de Hefesto, Alfonso se enfureció. Aquel
solamente quería deshacerse de él sin tener que
desmentir su error sobre los viajes en el tiempo.
Además, Alfonso no conocía ni la mitad de lo que
nosotros habíamos estudiado en la clase de historia.
Para entonces, Macario Sol no podía creer
que los chicos lo seguían desde el N12. Lo que en
teoría sería un encuentro sencillo para luego tener
un día de exploración se estaba convirtiendo en un
enredo.

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Victoria volvió en sí y Macario se encar-


gó de ella mientras Hefesto y Octavio intentaban
convencer al chico del N12 que bajara de la grúa
con la que se movían los bloques de metal. Alfonso
trataba de volver a su casa, pero nunca en su vida
había salido del N12 y no tenía idea de en qué nivel
estaba. Victoria no supo qué preguntarle a Hefesto
porque le pareció una mala persona. Quien retiene
a un chico con engaños para que sea su aprendiz y
lo mantiene en el lugar a base de mentiras no le pa-
recía digno de confianza. También estaba molesta
con su amigo porque en lugar de buscar una salida
se veía cómodo ayudando a los adultos.
Cuando por fin lograron convencer a Alfon-
so de bajar, entraron en la bodega. Hefesto y Ma-
cario fueron a la cocina. Macario no tenía más de
una hora de haber llegado y ya estaba envuelto en
problemas similares a los de su adolescencia. Victo-
ria no le dirigió la palabra a Octavio. Al contrario,

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tomó del brazo al muchacho del N12 y se alejó para


que nadie escuchara lo que le decía.
Mi hermana necesitaba salir de allí. Así que
le ofreció a Alfonso guiarlo hasta su nivel. Aclaró las
dudas que el aprendiz de Hefesto tenía y luego lo til-
dó de ingenuo y torpe. Le dio instrucciones al oído
y se alejó aún más. Cuando se sintió segura sacó
su celular y les pidió auxilio a sus amigos en el N7.
Para Louis y Nicolás todo estaba en orden, los tres
celulares estaban en la misma ubicación y con eso
ya podían descansar hasta que sus amigos necesita-
ran alguna otra orientación. El mensaje de Victoria
los llenó de angustia y rápidamente coordinaron un
taxi que los esperaría a dos cuadras del lugar y los
llevaría a la estación donde tomarían un bus que iba
directo al N7. Allí ya verían qué hacer con Alfonso.
Sin darse cuenta, Victoria había elaborado
un plan de escape. Tomó su teléfono y le dio ins-
trucciones a Octavio. No esperarían mucho. Cuan-

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do Alfonso estuviera en la puerta con su bicicleta,


ella le daría la señal a Octavio para que empujara
uno de los estantes. Cuando los adultos acudieran al
lugar debido al estruendo, ellos ya estarían lejos y en
un taxi rumbo a la estación.
Después de media hora, la conversación que
entablaron Octavio y Hefesto parecía ir por buen
camino. Acordaron descansar un rato para hablar.
Ellos se presentarían y los tres, Alfonso, Victoria y
Octavio, les darían el número de algún contacto.
Alfonso ya había colocado su bicicleta en el lugar
propicio para la huida. Victoria no habló, solamen-
te tomó un libro y movió los ojos como si estuviera
leyendo.
Octavio logró escabullirse hacia los estan-
tes. Como pudo levantó un poco dos de los soportes
de los estantes, luego amarró un lazo lo suficiente-
mente largo para provocar el accidente y así salir
huyendo.

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El silencio inundó el lugar y cuando faltaba


poco para reunirse ejecutaron el plan. El acciden-
te fue verdaderamente escandaloso. El estante cayó
sobre otro y este sobre otro y así sucesivamente has-
ta que todo el almacén quedó destrozado. Logra-
ron salir del lugar y pese a que el taxi ya no estaba
donde acordaron, con la ayuda de Louis pudieron
salir del N4, al tomar el primer bus que salía rumbo
al N7.

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Capítulo XI

Nivel 0: En busca del


fondo
El viaje resultó siendo lo que esperaban; una verda-
dera aventura, pero no habían logrado su cometido.
El bus enfiló a la Avenida Libertad del N4. Era de
noche y este había sido por mucho el lugar más os-
curo en el que hubieran estado. Estaban contentos
de haber salido sin un rasguño. Se quedaron pen-
sando en que mi hermana y Octavio habían irrum-
pido en el taller de Hefesto. Si hubieran esperado
fuera y tocado el timbre nada de eso habría pasado.
Ahora que habían quedado tan mal con Hefesto y
Macario no podían siquiera pensar en regresar. Los
tres dejaron cosas pendientes y eso los incomodaba

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todavía más. El primero que pronunció una pala-


bra fue Alfonso. Nunca imaginó que bajo el N12
las cosas fueran tan diferentes, y mucho menos que
los chicos de otros niveles pudieran tener algo en
común con él.
Para Octavio no había nada nuevo en el
asombro de Alfonso. Era lógico que alguien se sor-
prendiera al conocer la verdad. Lo mismo les pasó
a ellos cuando descubrieron el blog. Eso sucedía con
el chico del N12. Lo primero que hicieron fue char-
lar sobre lo que les gustaba hacer, y la lista era larga,
a no ser por las posibilidades que la condición de
ambos les daba. Descubrieron mientras hablaban
que las dudas y la incertidumbre que a ellos em-
bargaban al enfrentarse a un nuevo ciclo también
eran compartidas por otros chicos. Terminaron ha-
blando de las mismas bandas musicales. A los tres
les gustaba estudiar con la misma música de fondo,
pero también tenían otros gustos, lo cual los hacía

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diversos y eso era enriquecedor. Terminaron su via-


je observando por la ventana y prestando atención
a todo. Ya cuando llegaran a nuestro nivel platica-
rían. Alfonso llevaba los ojos fijos en el camino y
todo cuanto miraba le parecía asombroso e increí-
ble, pero la rabia invadía a los otros dos.
La luz de los niveles N4 y N5 no era muy
distinta. Tal como en el N4, algunas luces ya no
alumbraban con la misma potencia y para Alfon-
so, quien estaba acostumbrado a ver el cielo, lo que
observaba le parecía una abominación. En el cruce
del N5 al N6 la luz cambió repentinamente, pues
algunos rayos se filtraban. Empezaron a aparecer
los centros comerciales y los mercados populares
empezaron a desaparecer.
Alfonso estaba conociendo en carne y hue-
so lo que sabía de oídas en la ficción de los libros.
Solo podía pensar que la escritura es un reflejo del
mundo o una apología de la humanidad y que así

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como existen historias de mundos que son infinita-


mente posibles también hay condiciones adversas y
sus consecuencias. En medio de tanto asombro fue
acercándose la frontera entre el N6 y el N7. Bajaron
del bus, nadie los esperaba, pero estaban en casa, al
menos Octavio y mi hermana. Eso le dio un poco
de paz a Alfonso.
Fuera de la estación se dirigieron a la casa
de Octavio donde los esperábamos todos, Louis, Ni-
colás, el hermano menor de Octavio y yo. Los ma-
yores tenían una gran expectativa, pero nosotros so-
lamente queríamos saber si estaban bien y si traían
consigo algún regalo. Nos sorprendimos al verlos
acompañados. Organizaron un plan para que Al-
fonso pudiera dormir en casa de Octavio. Los de-
más pedimos permiso para asistir a una fiesta en
la casa de Octavio bajo la supervisión de su madre.
Fue así como Alfonso entabló amistad con todos.
Al principio lo mirábamos como un animal al que

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se observa para entender su comportamiento y creo


que él hacía lo mismo. Pero cuando nos cansamos
de esa sensación hostil, Nicolás le puso un alto a la
situación.
—¿Qué tal si dejamos a un lado la forma-
lidad y las preguntas políticamente correctas y nos
divertimos?
—De acuerdo —respondieron los demás a
coro.
Razones para celebrar tenían, estaban lo-
grando lo que desde el principio querían: conocer
a alguien de otro nivel; además, en sus viajes se en-
contraron con varios jóvenes que tal como ellos bus-
camos lo mismo. Quizás todos tengamos diferentes
visiones del mundo y contemos con diferentes herra-
mientas para alcanzar nuestras metas, pero nues-
tras emociones son similares. Victoria nos contó que
Arturo era un joven del N8 que intentaba terminar
sus dos carreras, Derecho y Ciencias Políticas. Tra-

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bajaba los fines de semana como bikemessenger en


una empresa de reparto. Con eso podía pagarse sus
estudios. Claro que debía sudar, pero el trabajo era
divertido. La chica que Louis conoció, Andrea, iba
también por su segunda carrera, pero la primera, la
fotografía, era su pasión. Estaba estudiando Econo-
mía porque deseaba ser periodista en temas econó-
micos y seguir con su trabajo como documentalista
al mismo tiempo.
Ambos se vieron reflejados en quienes ha-
bían conocido. Una historia extraña y triste que nos
sorprendió fue la que relató Nicolás:
—Me perdí mientras seguía a un señor que
se parecía mucho al tío de Octavio, y como no tenía
cámara por haber dejado mi celular decidí seguir-
lo para obtener una dirección que darle a nuestro
amigo. Cuando al fin llegué a una casa blanca y con
jardines anoté la dirección y fue entonces cuando vi
sobre la puerta una placa que decía «Familia Vér-

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tebrarrota». Me desilusioné porque era seguro que


esa no era la familia de Octavio. Terminando de
leer estaba cuando el mismo señor salió y preguntó
si se me ofrecía algo. Entonces le dije que era amigo
de su sobrino del N7, pero el señor se enfadó porque
creía que lo estaba tratando de engañar y cuando
intentó tomarme del brazo, muy enojado, corrí tan
rápido como pude. En la huida perdí la dirección y
el mapa. Por eso me había perdido.
—Eso es imposible —dijo Octavio—, cuan-
do estuvimos en el N12 mi padre decidió llamar al
número de teléfono que tenía su última carta. La
sorpresa fue que el número ahora pertenecía a una
pareja joven que había comprado la casa de mi tío
después que este muriera de un paro cardíaco.
Guardamos silencio. Entonces decidimos ir
a dar una vuelta en bicicleta, pero mi hermana la
había vendido para pagar el segundo viaje. Alfon-
so ofreció la suya a cambio de que lo remolcaran

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en patineta. Salimos y le presentamos las pendien-


tes más inclinadas de nuestro nivel. Todos fuimos
prudentes, pero Alfonso perdió el control en la más
empinada y larga, terminó en el suelo raspado y con
dolor al respirar. Pasamos la noche en el hospital y
la mamá de Nicolás se encargó de llamar a la madre
de Alfonso. Sacó el número de teléfono del carné
estudiantil. A la mañana siguiente llamó a nuestra
puerta un señor barbudo de gabardina y un señor
con tenis y camisa a cuadros. Era imposible que las
cosas se pusieran peor.
La llegada de Hefesto y Macario llevó la si-
tuación al punto álgido, al término crítico. Temía-
mos ser castigados, no por lo que hicimos, sino por
las mentiras dichas. Aunque nos lo merecíamos,
porque nunca es bueno mentir aunque nuestras in-
tenciones sean buenas. Era cierto que todo lo que
los había llevado a esta situación era verdad aunque
parecía cosa de locura, pero otros engaños cometi-

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dos harían ahora que nuestros padres no creyeran


nada de los aspectos fantásticos de esta aventura.
No nos creerían nuestros padres esa idea loca de
que por mis preguntas ellos investigaron y que por
esa razón habían ido en busca de un historiador
amigo de un forjador, que tenía a un chico en su
taller, y que el chico había caído desde el N12 y que
ese chico se había accidentado por andar en una bi-
cicleta sin frenos y ahora estaba en el hospital donde
la madre de un amigo había contactado a los padres
del herido. La historia de verdad parecía sacada de
un cuento. Especialmente porque el viaje se debió a
que mi hermana quería interrogar a un historiador
sobre su elección de carrera para el bachillerato,
pues no sabía si ser odontóloga o paleontóloga.
En fin, desde ese día han transcurrido diez
años. Mi hermana estudió cocina y con eso pagó
sus estudios de paleontología. Ahora está a un paso
de ser docente, lo de odontóloga quedó atrás, sus in-

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tereses cambiaron, pero sigue siendo la mejor para


el ollie. Octavio da clases de matemáticas mientras
estudia para obtener una beca para la maestría en
física, si la gana estará fuera de la ciudad. Ah, y en
la universidad continuó con el parkour. Louis ahora
tiene una tienda de cámaras y un estudio fotográ-
fico, sigue haciendo fotografía artística y documen-
tal, pero no le interesa presentar su trabajo aún, dice
que continúa en formación. Nicolás trabaja como
gerente de una cadena de supermercados y es afi-
cionado al triatlón. Alfonso es artesano y dirige una
escuela de oficios en las zonas más pobres de la ciu-
dad, se dedica a trabajar con los chicos de mi edad
en prevención de violencia y dicta talleres de lectura
en escuelas primarias.
Por eso hoy que se cumplen los diez años de
este acontecimiento que aquí les he relatado todos
vendrán al nivel, porque Javier y yo tenemos que
contarles qué hemos decidido y ellos nos dirán si era

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cierto que la única certeza en la vida es el cambio,


pues quizá ya cambiaron de opinión.

Fin

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Índice

Nivel 7: ¿Nos observan los de abajo 9


Nivel 4: Guardián del Abandono 19
Nivel 7: Intrusos 27
Nivel 12: El cielo es nuestro, no de quien
duerme 41
Nivel 4: Nuevas inquietudes 51
Nivel 7: La explosión de las dudas 61
Nivel 4: La cicatriz 79
Nivel 12: Perdidos y de vuelta a casa 89
Nivel 4: Cicatrices y sus historias 107
Nivel 5: La conferencia 115
Nivel 0: En busca del fondo 135

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Otros títulos

El rescate de Tepochtli - Diana Benítez Paucar


Crónicas de Jet Aster - Julio Calvo Drago
La odisea del Atlántico - Stefany Bolaños
Guille y los tropiezos - José Roberto Leonardo
Guardarrobot - Stephanie Burckhard

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En este libro podrás aprender sobre:

• Organización social
• Niveles de la economía
• Trabajo en equipo
• Desarrollo vocacional
• Física (fricción y colisiones inelásticas)
• Oficios y profesiones

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Victoria tiene 15 años, al igual que sus amigos. Todas las
tardes juegan con sus patinetas en las pendientes de la ciu-
dad, en la que hay una sola avenida recta. Todos viven en el
mismo lugar. Tras las preguntas de Beatriz, su hermana me-

Alejandro Sandoval
nor, decide con sus amigos emprender un viaje en busca del
historiador más famoso de la ciudad. Así conocerán a estu-
diantes universitarios que les hablarán de sus carreras. Esta
búsqueda de vocación nos preocupa a todos, y es probable
que aquí encuentres respuestas a tus propias preguntas.

Esta colección de libros fue creada en La factoría de histo-


rias. Se trata de un esfuerzo colectivo de imaginación. Cada
historia fue evolucionando hasta tomar su forma final en
una discusión abierta entre los escritores y los ilustradores
que participaron activamente y enriquecieron con sus visio-

La Ciudad de las Curvas


nes y su experiencia este proyecto.

9 789929 679276

Alejandro Sandoval
Ilustraciones de Walter Wirtz

CurvasEps.indd 1 8/8/15 17:03

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