En un primer capítulo el autor Antonio Diéguez investiga en los orígenes del
movimiento transhumanista, del mismo modo que repasa las distintas instituciones y centros académicos que reflexionan sobre estas cuestiones e incluso hace un énfasis en la creación de organizaciones, partidos políticos afines al movimiento transhumanista. y las características de la corriente transhumanista, así como también en sus diferentes modalidades. Este autor parte de la definición del transhumanismo como “filosofía de moda” o utopía del momento, la cual se asienta en ocasiones sobre arenas movedizas y sobre ofertas de inmortalidad, pero también sobre testimonios filosóficos arraigados y sobre el apoyo o fe en una actividad tecnocientífica en auge. El transhumanismo ha adquirido gran poder, sobre todo, en las sociedades occidentales, donde sus postulados coinciden con el deseo insatisfecho de amplios sectores de población, siendo incluso denominado ‘proyecto de salvación laica’. Según Diéguez hay quienes consideran el transhumanismo como una nueva religión pues les une, de hecho, una visión escatológica del futuro y la búsqueda de un sentido para la vida fundamentado esta vez en el poder de la acción y el control, de esta manera, se puede apreciar que ideas filosóficas de larga tradición (el humano como animal enfermo, el envejecimiento como un error biológico, la visión dualista que supone al cuerpo como prisión de la mente, etc.) sustentan la argumentación en favor del mejoramiento del ser humano y a la vez refuerzan la percepción de que las pretensiones transhumanistas son algo perseguido a lo largo de la historia. Esto no significa que los autores transhumanistas hagan una buena interpretación de los ejemplos históricos que seleccionan como predecesores de su pensamiento, pues la lectura que realizan es frecuentemente parcial, descontextualizada y distorsionada.
Diéguez diferencia dos principales modalidades de transhumanismo: por un
lado, estaría la rama cultural o crítica, que identifica con el posthumanismo y, por otro, la tecnocientífica. La primera de ellas, fruto del pensamiento posmodernista, es una crítica al humanismo moderno y a su concepto de ser humano. El transhumanismo tecnocientífico, por su parte, se divide en dos vertientes, a saber, una de índole cibernética y otra biológico-médica. Sin embargo, a ambas les une la esperanza emancipadora, o incluso redentora, según ellos, de traspasar las barreras biológicas. En capítulo segundo se aborda la cuestión de la posibilidad o no de creación de máquinas con inteligencia. Me llamo mucho la atención algunas cuestiones que Diéguez se pregunta, como por ejemplo ¿qué entendemos por inteligencia? Y, en caso de que la tuvieren, ¿qué tipo de relación se daría entre el ser humano y las máquinas superiores a nosotros en inteligencia? Para ello el autor desarrolla la tesis de Hans Moravec, quien sostenía que en ese caso nuestra existencia se vería amenazada. Sólo convirtiéndonos en máquinas superinteligentes (trasladando nuestra mente a un cuerpo mecánico) podría el ser humano sobrevivir. Transfiriendo nuestra mente a una máquina programada para simular el comportamiento de nuestras neuronas, podríamos conseguir la inmortalidad computacional. Años después Moravec modero su discurso acerca del futuro de los seres humanos en esta ocasión afirmando que “probablemente ocuparán su tiempo en diversas actividades sociales, recreativas y artísticas” similares a las de un jubilado. Para este autor, sin embargo, incluso si aceptamos la posibilidad real de que se den las circunstancias para que la especie humana desapareciera, el final no tendría por qué ser una exclusión competitiva sino quizá una mera reducción del espacio ecológico. Es más, podría darse incluso que los robots ni siquiera percibieran nuestra existencia, siendo su mundo, uno por completo ajeno al nuestro.