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FE 08 N 02/C IPADE

FE 08 N 02/C
Mayo, 2008

LA AFECTIVIDAD HUMANA
PRIMER ESBOZO
Para uso exclusivo BARNA Management School, 2019

Nota técnica elaborada por Principios operativos del psiquismo humano


el profesor Carlos
Alejandro Armenta Pico, Principios intrínsecos
del área de Filosofía y
Empresa del Instituto Los principios intrínsecos del obrar humano son las facultades y
Panamericano de Alta
los hábitos. Las facultades forman parte de la naturaleza
Dirección de Empresa, con
la colaboración de Jorge humana por la cual el ser humano tiende a obrar como tal:1 el
Antonio Merodio Rivas. modo de obrar sigue al modo de ser, se obra de acuerdo a lo que
se es, operari sequitur esse. Las facultades forman parte de la
primera naturaleza (prima natura) del ser humano. Se le llama
primera porque viene dada por el simple hecho de ser hombre, y
no puede ser removida. Si se remueve, entonces, ya no se es un
ser humano.

Los hábitos son disposiciones estables que inclinan a actuar a


las facultades con espontaneidad, constancia y facilidad en
determinado sentido. Se adquieren por la repetición de actos y
bajo la influencia de inclinaciones innatas.2

1 La palabra naturaleza tiene diversos significados. En el lenguaje ordinario se


utiliza para designar el conjunto de realidades que constituyen el mundo físico
(vgr. “…el hombre debe cuidar la naturaleza”). En el ámbito de la filosofía,
existe una larga tradición para la cual la naturaleza es la esencia considerada
como principio de operaciones. Esto significa que los seres suelen actuar de
acuerdo a su modo particular de ser, el cuál viene dado por su esencia. Es
decir, sus operaciones son conformes con su naturaleza. En esta nota se utiliza
el segundo significado de la palabra.
2 Facultades y hábitos guardan entre sí una estrecha relación: las acciones que

la persona realiza a través de sus facultades generan hábitos, y estos inclinan a


las facultades a obrar en el sentido de los hábitos adquiridos.
Derechos Reservados © 2008 por Sociedad Panamericana de Estudios Empresariales, A.C.
(Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa, IPADE).
Impreso en EDAC, S.A. de C.V., Cairo Nº 29, 02080 México, D.F.
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Llegan a constituir una segunda naturaleza (secunda natura), es decir, un modo de ser adquirido que
mueve a obrar de acuerdo a él. También aquí: operari sequitur esse. Se le llama segunda naturaleza
porque es adquirida y, por tanto, puede ser removida.

Facultades

El término facultad designa una potencia operativa, es decir, una capacidad para realizar determinadas
acciones. El número y diversidad de las facultades se llegan a conocer a través del análisis de las
diferentes acciones que el ser humano puede realizar: diversas acciones exigen diversas capacidades. Las
facultades se conocen por sus operaciones y las operaciones se conocen por sus objetos. Así por ejemplo,
las acciones de ver, oír y gustar, exigen la existencia de la vista, el oído y el gusto respectivamente. Es
necesario postular una potencia especial para todas aquellas operaciones que no puedan ser reducidas a un
principio único.
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Las facultades del ser humano son: inteligencia, voluntad, sentidos (externos e internos), apetitos
sensibles (concupiscible e irascible), facultades motrices y facultades vegetativas (nutrición, crecimiento
y reproducción).

El ser humano tiene en común con los vegetales las facultades vegetativas, y con los animales superiores,
las facultades sensitivas: sentidos y apetitos sensibles. La inteligencia y la voluntad son facultades propias
del hombre.

Según el orden de la generación y del tiempo secundum ordinem generationis et temporis existe un orden
de prioridad entre las diversas facultades: la vida vegetativa precede a la vida sensitiva y ésta, a su vez,
precede y prepara la vida intelectual y volitiva.

Según el orden de la naturaleza secundum ordinem naturae existe otro orden de prioridad entre las
diversas facultades: la vida vegetativa se ordena a la vida sensitiva y ésta, a su vez, se ordena a la vida
intelectual y volitiva. Por eso, las facultades vegetativas del ser humano, aun siendo las mismas
genéricamente, se muestran superiores a las de los vegetales, pues sirven de sustento a la vida sensitiva.
De manera similar, la vida sensitiva del ser humano se muestra superior a la de los animales, pues sirve de
soporte –junto con la vida vegetativa– a la actividad de la inteligencia y de la voluntad.

La persona humana no se reduce a sus facultades: éstas son sólo sus principios operativos.

Facultades vegetativas

Las facultades vegetativas tienen por objeto el cuerpo del ser humano: su conservación, crecimiento y
reproducción.

Los seres vivos se nutren para conservar la vida. La nutrición se ordena a la conservación del propio
cuerpo. Mediante esta facultad, el organismo humano es capaz de recibir algo en sí mismo en orden a su
propia conservación. El alimento posibilita las demás operaciones vegetativas y hasta, cierto punto,
también posibilita las otras operaciones vitales en animales y hombres; por esto, quien carezca de
alimento no podrá conservarse.

La facultad de crecimiento permite alcanzar el desarrollo orgánico normal, conveniente al cuerpo de cada
especie. Sólo los seres vivos crecen realmente, Si se añade algo a un ente sin vida, no hay crecimiento,
sino simple adición. Aunque el crecimiento es una operación vital, el ser vivo no siempre está creciendo,
así como siempre debe alimentarse mientras viva.

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La facultad de reproducción hace posible la generación de un nuevo individuo de la misma especie.

Sentidos sensibles

Los sentidos (externos e internos) permiten conocer las realidades concretas y singulares. Estas facultades
permiten al ser humano, al igual que los animales superiores, tener noticia de las realidades que
constituyen el mundo físico. Los objetos sensibles se dividen en: sensibles propios, sensibles comunes y
sensibles por accidente, según el modo en que los conocemos.

Sentidos externos

Los sentidos externos son cinco: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Cada uno de ellos capta un aspecto de
las realidades sensibles: color, sonido, olor, sabor y diversos objetos táctiles (frío y calor, liso y rugoso,
húmedo y seco, etc.). Los sentidos externos captan el aspecto de la realidad que les corresponde (sensible
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propio) estando presente el objeto conocido. Los órganos corporales de los sentidos externos son
fácilmente perceptibles.

Cada uno de los sentidos externos capta un aspecto de las realidades sensibles: la vista capta el color; el
oído, el sonido; el olfato, el olor; el gusto, el sabor, y el tacto, diversos objetos táctiles (temperatura,
rugosidad, humedad, etc.).

Los sentidos externos captan el aspecto de la realidad que les corresponde estando presente el objeto
conocido, según su capacidad. Los objetos sensibles que son captados por un solo sentido se llaman
sensibles propios, como el color por la vista. Son los objetos que pueden ser conocidos únicamente por el
sentido que se ocupa de captar la exterioridad de la realidad física en ese aspecto. Los sensibles no se
reducen únicamente a los propios de cada sentido, sino que también existen objetos que pueden ser
conocidos por dos o más sentidos: los denominados sensibles comunes. Estos son: el movimiento, el
reposo, el número, la figura y el tamaño o la magnitud. El conocimiento de los llamados sensibles
comunes se completa con el trabajo de los sentidos internos.

La sensación es el acto común del que siente y lo sentido. De esta manera, la sensación implica
objetividad y subjetividad al mismo tiempo y la indisolubilidad en un solo acto del objeto y del sujeto: el
sentido en acto es el sensible en acto.

Los órganos corporales de los sentidos externos son fácilmente perceptibles (sólo podría traer dificultad el
órgano del tacto, porque no aparece en un punto específico, sino que se extiende por todo el cuerpo).

Sentidos internos

El número y diversidad de los sentidos internos procede de la observación de la experiencia: diferentes


acciones exigen diversas facultades. La existencia de diferentes sentidos internos pone de manifiesto que
la naturaleza no falla en lo que es necesario para conservar la vida sensitiva. Los sentidos internos son
cuatro: sentido común, imaginación, memoria y cogitativa.

Los sentidos internos también tienen sus correspondientes órganos corporales, pero a diferencia de lo que
ocurre con los sentidos externos, no son fácilmente perceptibles. Por este hecho se les llama precisamente
sentidos internos. Los cuatro sentidos se muestran estrechamente relacionados entre sí, tanto desde el
punto de vista constitutivo como funcional.3

3La filosofía se esfuerza en identificar y distinguir las diversas facultades, considerando al ser humano como un “sistema”, es
decir, como un todo. De este modo estudia sus capacidades y limitaciones. Por su parte, las ciencias experimentales, de modo

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A fin de que los animales más perfectos se puedan regular convenientemente es necesario no sólo que se
tenga noticia de las cosas mientras éstas están presentes, sino también que sean retenidas de alguna forma.
De este modo el animal o el ser humano no está ligado al presente, sino que puede moverse a buscar
aquello que está distante o ausente.

En la sensibilidad humana, que se realiza a través de órganos corporales, la operación de recibir y la de


retener exigen dos órganos y por tanto dos facultades distintas, dado que recibir y retener en la
corporeidad son cualidades de distinta naturaleza.

Sentido común

El sentido común permite unificar las diversas sensaciones de los sentidos externos. Al acto del sentido
común en el que se unifican las sensaciones o actos de los sentidos externos se le llama percepción. El
sentido común lleva acabo la percepción en el presente, es decir, estando en contacto con el objeto
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conocido. Se le llama sentido común, precisamente por unificar los datos recibidos de los sentidos
externos. Algunas de las funciones que lo caracterizan son: captar los objetos de los sentidos externos;
diferenciarlos entre sí; unificarlos en la percepción; captar los actos de los sentidos externos y ejercer así
de conciencia sensible.

El sentido común da término al trabajo que realizan por separado cada uno de los sentidos externos,
recibiendo la imagen o forma sensible del objeto percibido.4

Al sentido común le corresponden las primeras organizaciones sensoriales, que son relativamente
simples: figuras, superficies cualificadas, condiciones de movimiento, de quietud... de los cuerpos. Pero la
vida psíquica no puede acabar aquí. A los actos de conciencia del sentido común, siguen otros actos:
representaciones simples o combinadas de objetos pasados, recuerdos de situaciones ya vividas, juicios de
valor práctico, etc.

Imaginación

La imaginación permite volver a considerar o hacer presente un objeto que en un momento lo estuvo, pero
ya no lo está. La imaginación retiene y conserva las imágenes o formas sensibles recibidas previamente
por el sentido común.

La imaginación no sólo trabaja en ausencia del objeto, sino también cuando está presente, haciendo
posible la construcción de una percepción completa a partir de uno o varios datos. La imaginación es un
archivo de imágenes o formas sensibles. Algunas de sus funciones son: archivar las formas sensibles;
completar la imagen a partir de sensaciones parciales (olfativas, auditivas, táctiles, etc.); combinar formas
sensibles para obtener nuevas imágenes; y suministrar a la inteligencia las imágenes para que trabaje a
partir de ellas.

Sin la imaginación, la percepción sensorial sería imposible: estaríamos ligados a las influencias
momentáneas de los estímulos que provocan los objetos, no se tendría garantía alguna de la constancia y
unidad de los objetos. Por esto, el movimiento local, la producción artística y en general cualquier
actividad humana, hasta el pensamiento, se fundan en la imaginación.

particular las neurociencias, siguen una trayectoria distinta, pero complementaria: van “de abajo hacia arriba”; es decir, intentan
explicar las propiedades del “sistema” por medio del estudio de sus elementos. Así, por ejemplo, cuando la filosofía habla de la
memoria, centra su atención en la acción propia de esta facultad, dejando a un lado los aspectos anatómicos y fisiológicos que las
neurociencias se esfuerzan en conocer. Son dos puntos de vista complementarios.
4 Es fácil imaginar la complejidad de los elementos anatómicos y fisiológicos del sentido común. Sus funciones dejan ver que

posee una red de conexiones con cada uno de los sentidos externos, y con los demás sentidos internos.

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La imaginación del ser humano muestra una capacidad muy superior a la de los animales en amplitud y
riqueza de objetos debido a la relación que guarda con la inteligencia. Su actividad puede estar gobernada,
en cierta medida, por la voluntad. La imaginación guarda una relación muy estrecha con la inteligencia:
así como la imaginación se activa mediante percepciones, la inteligencia lo hace a través de imágenes.

El sentido común y la imaginación son llamados “sentidos internos formales”, pues permiten recibir y
retener, respectivamente, las formas sensibles de los objetos conocidos. Se les llama “formales” porque se
limitan a recibir o retener formas sensibles, recogiendo sus aspectos objetivos, sin añadir ninguna
valoración subjetiva. Las formas sensibles recibidas y archivadas son, en cierto sentido, “neutras”, pues
sólo son representaciones objetivas de las realidades conocidas.

Cogitativa

No basta con que animales y seres humanos se regulen según el contenido puramente sensible de los
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objetos: es necesario que aprehendan además algunos valores concretos que interesan a la conservación
de la vida y que no pueden ser remplazados por las características exteriores de los objetos.

La cogitativa permite percibir si una realidad sensible es conveniente o nociva para quién la conoce. Su
actividad da lugar a una estimación o valoración del objeto conocido. Esta valoración es lo que precede al
surgimiento de un sentimiento “positivo” o “negativo”. La actividad del apetito sensible, como se verá
más adelante, se desencadena a partir de la cogitativa.

La actividad de la cogitativa está estrechamente vinculada a la actividad de la inteligencia. En la dirección


vertical del psiquismo humano, la cogitativa está en la frontera del conocimiento sensible e intelectual y,
en la dirección horizontal, en la frontera del conocimiento sensible y de las tendencias sensibles. Por el
contacto que tiene con la inteligencia y con la realidad concreta, la cogitativa es la facultad que permite la
acción práctica. Sólo mediante ésta facultad el entendimiento dispone de las cosas en concreto para
realizar el razonamiento prudencial.

En la valoración de la cogitativa sobre un objeto concreto intervienen diversos factores: aspectos


instintivos propios de la naturaleza humana, que cada individuo tiene en común con los demás seres
humanos; aspectos de carácter genético que causan que la valoración de un individuo sobre una misma
realidad sea de mayor o menor intensidad que la de otros seres humanos; experiencias vividas que dejan
ciertas huellas (entorno familiar, social, cultural; educación recibida; condiciones climáticas, etc.); hábitos
adquiridos que refuerzan las valoraciones sobre ciertas realidades concretas; disposiciones corporales
actuales que pueden aumentar o disminuir la sensibilidad ante un determinado objeto; los juicios de la
inteligencia que pueden orientar, completar u oponerse a las valoraciones instantáneas y espontáneas de la
cogitativa.

En cierto modo, la historia personal de cada ser humano se condensa en las valoraciones que la cogitativa
elabora de forma espontánea. La velocidad con que surgen revela la existencia en cada individuo de una
especial sensibilidad hacia ciertas realidades concretas.

Mientras la unificación propia del sentido común se limita a los aspectos objetivos (formales) de los
sentidos externos, la actividad de la cogitativa unifica todo cuanto la experiencia pasada del sujeto ha
recogido de positivo o negativo en torno al objeto. La cogitativa capta el “significado” que el objeto
concreto conocido tiene para el sujeto que conoce. El conjunto de elementos –antes mencionados– que
intervienen en la valoración de la cogitativa tiene el carácter de lo individual e irrepetible.

A diferencia del sentido común cuya actividad consiste en recibir una forma sensible, la cogitativa no se
limita a recibir una “valoración”, sino que más bien la elabora con base en la información que le

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presentan los sentidos externos y los demás sentidos internos. La valoración puede cambiar en función de
nuevas experiencias vividas que quedan retenidas en la memoria e influyen de manera importante en las
representaciones de la imaginación. La actividad de la cogitativa no se reduce a la mera recepción de
“algo”, sino que implica la elaboración de un juicio que toma en cuenta los datos mudables del presente y
el carácter acumulativo de las experiencias vividas. Mientras que para el animal ese especial “significado”
que tienen los objetos para quien los conoce le viene dado naturalmente, en el hombre supone un
complejo trabajo interior, trabajo que lleva a cabo la cogitativa.

El sentido común y el entendimiento están en los extremos que son la sensibilidad pura y la inteligencia;
entre los extremos, que deben colocarse en continuidad, es necesario un intermediario: la cogitativa, que
es un sentido en directa dependencia de la inteligencia, y el más noble entre los sentidos, es tal
intermediario.

La memoria
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Dado que no sólo retenemos imágenes, sino que sabemos reconocer los objetos según una explícita
referencia al pasado y a las propiedades de nocividad y utilidad de los objetos, es necesario postular una
facultad que soporte esta actividad de aprehender el tiempo, y ésta es la memoria.

La memoria permite retener las valoraciones elaboradas por la cogitativa. Es un archivo en el que se
guardan las experiencias vividas. La valoración es elaborada por la cogitativa y retenida por la memoria.
Precisamente por tratarse de valoraciones que están ligadas a la historia del individuo, la memoria capta el
pasado en cuanto tal. La memoria conserva la actividad interior vivida por cada ser humano individual: lo
que ha hecho y lo que ha sentido. La memoria retiene la sucesión temporal del propio vivir. La relación
entre memoria e inteligencia permite que el ser humano disponga activamente de su vida pasada, ya que
puede inquirir sobre el pasado mediante el razonamiento.

La cogitativa y la memoria son denominados sentidos internos “intencionales”, pues permiten elaborar y
retener respectivamente las valoraciones sensibles, es decir, los significados –intenciones– que para un
individuo tienen las realidades sensibles conocidas.

Existe diferencia entre la “forma sensible” recibida y retenida por los sentidos internos “formales”
(sentido común e imaginación) y el “significado” de esa forma sensible elaborado y retenido por los
sentidos internos “intencionales” (cogitativa y memoria). Los primeros explican la objetividad del
conocimiento sensible, los segundos la subjetividad inherente a ese conocimiento. La participación de los
sentidos internos intencionales deja ver que las formas sensibles percibidas pierden su carácter “neutral” y
afectan de manera diferente a los diversos individuos: en la valoración que la cogitativa elabora sobre una
realidad concreta, se hace presente en cierto modo la historia individual de una persona. El paso de
“forma sensible” a “significado” es el paso del contenido fenoménico, al contenido real de los objetos. La
primera es dada por la configuración de las cosas; lo segundo, exige la interpretación.

El contenido original que tiene la intención con respecto a la forma supone una nueva organización que
consiste en la colocación de un hecho, de un objeto, de una persona en el ambiente propio y tiempo que le
corresponde en relación con otros hechos, objetos y personas. De tal organización se obtiene el interés
práctico que, aquí y ahora, tienen para el sujeto que hace este examen comparativo.

Los sentidos internos guardan entre sí una estrecha unidad constitutiva y funcional. Así, por ejemplo,
cuando diversos individuos del mismo sexo perciben mediante los sentidos externos el rostro de una
persona de diferente sexo, en el interior de cada individuo se lleva a cabo el siguiente proceso: el sentido
común unifica las sensaciones de los sentidos externos; la imaginación completa la percepción,
identificando que se trata de una persona de diferente sexo. La cogitativa capta un significado. La

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memoria pone a disposición de la cogitativa el archivo de valoraciones de experiencias pasadas. El


resultado del proceso deja ver que los sentidos externos y los sentidos internos formales dan cuenta de la
objetividad del conocimiento sensible: los diversos individuos perciben a una persona de distinto sexo.
Los sentidos internos intencionales explican la subjetividad de ese conocimiento: cada individuo capta un
significado diverso en el rostro de la persona de sexo opuesto, que puede ser de simpatía, indiferencia,
aversión, etc.

Apetitos sensibles

Los apetitos sensibles son facultades que permiten tender a las realidades conocidas por los sentidos. Las
tendencias sensibles son las pasiones que mueven a buscar o evitar el objeto conocido, según la cogitativa
le haya dado el valor de bueno o malo. Las tendencias del apetito sensitivo son consecuencia del
conocimiento sensible: su objeto es una realidad material. En sentido propio, una pasión es la recepción
de algo que afecta en el sujeto junto con la pérdida de una cualidad que éste poseía.
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Las pasiones son principalmente fenómenos psíquicos, aunque en ellas también se da un elemento
orgánico. En toda pasión están presentes tres elementos: conocimiento sensible que origina la tendencia y
que puede deberse a la percepción de algo o a su representación imaginativa; tendencia sensible o pasión,
propiamente dicha; y modificación corporal. Las pasiones se manifiestan con reacciones fisiológicas en
las que participa la actividad nerviosa, secreciones endócrinas, la actividad circulatoria y respiratoria,
etcétera, y sus efectos pueden ser benéficos o nocivos para el organismo.

Podría parecer que las pasiones residen en la potencia cognoscitiva por tener en ella su principio, sin
embargo, el modo en que se manifiestan resuelve este problema. El sujeto es atraído por el objeto de
forma pasiva, de lo que se sigue que las pasiones residen en la parte apetitiva del alma más que en la
cognoscitiva, que funciona atrayendo los objetos hacia sí para aprehenderlos. Y como en la pasión se
incluye la transmutación corporal, el elemento orgánico, reside, más específicamente, en el apetito
sensitivo, que es virtud de un órgano corporal.

El apetito sensitivo es una facultad genérica dividida en dos especies que difieren por razón del objeto al
que se dirigen: apetito concupiscible e irascible. Las pasiones del concupiscible tienen por objeto el bien o
el mal sensible tomado en absoluto, es decir, lo deleitable o lo doloroso. Y las que tienen por objeto el
bien o el mal que son difíciles de adquirir o evitar, pertenecen al apetito irascible.

Para distinguir unas pasiones de otras y saber cuáles y cuántas son, se toma en cuenta el elemento de
contrariedad. Hay dos tipos de contrariedad, uno según los objetos, que son el bien y el mal, y otro según
la tendencia de aproximarse o alejarse de un mismo objeto.

Los apetitos sensibles son facultades que permiten tender a las realidades conocidas por los sentidos. Las
tendencias sensibles mueven a buscar o evitar el objeto conocido, según haya sido valorado como bueno o
malo. El apetito sensitivo es una facultad genérica que se divide en dos potencias: apetito concupiscible e
irascible.

Las pasiones son tendencias de los apetitos sensibles. En toda pasión están presentes tres elementos:
conocimiento sensible originado por la percepción de algo o por su representación imaginativa; tendencia
sensible o pasión propiamente dicha, y modificación corporal. Las pasiones tienen manifestaciones
fisiológicas (aceleración del pulso, temblor, etc.) y sus efectos pueden ser benéficos o nocivos para el
organismo.

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Apetito concupiscible

El apetito concupiscible es una facultad que permite tender hacia lo que ha sido percibido como un bien
sensible o a rehuir lo nocivo.

Las pasiones del apetito concupiscible se distinguen únicamente por la contrariedad del primer tipo, es
decir, según se refieren al bien o al mal tomados en absoluto.

El apetito concupiscible es una facultad que permite tender hacia lo que ha sido percibido como un bien
sensible o a rehuir lo nocivo.

Las diferentes pasiones del apetito concupiscible son: amor, odio, deseo, aversión, gozo y dolor o tristeza.

La pasión del amor surge por la adecuación o conveniencia entre el sujeto que conoce y el objeto
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conocido (el cual es estimado como un bien). El odio es la pasión contraria al amor y es debida a la falta
de conveniencia entre el apetito sensitivo y el objeto conocido (el cuál es estimado como un mal). El
deseo surge cuando el bien amado todavía no se posee o está ausente, y se manifiesta como un impulso
del apetito para alcanzarlo. A la pasión del deseo se opone la aversión, la cual mueve a rechazar lo que se
estima como un mal ausente. El gozo surge cuando se ha conseguido la posesión del bien amado, lo cual
produce una cierta quietud y reposo del apetito. Al gozo se opone el dolor o la tristeza, que es la tendencia
que se origina por la presencia de lo que se estima como un mal.

Apetito irascible

El apetito irascible es una facultad que permite rechazar, por una parte, lo que se opone a la consecución
de lo que se percibe como bueno y, por otra, lo que ocasiona algún daño o perjuicio. El objeto del apetito
irascible es el bien arduo, pues tiende a superar lo adverso y a prevalecer sobre ello. Su actividad se
ordena al apetito concupiscible, ya que hace frente a los obstáculos que impiden alcanzar las cosas que
éste apetece, y rechaza las cosas perjudiciales de las que huye el concupiscible. Las tareas a las que
mueve el apetito irascible suelen ser trabajosas y de larga duración.

Estas pasiones se distinguen por la contrariedad del objeto, como las del concupiscible, pero, además, por
el segundo tipo de contrariedad, que es la tendencia de aproximarse o alejarse de un mismo objeto.

El bien arduo presenta motivos para tender hacia él por ser un bien, lo que corresponde a la pasión de la
esperanza; y también para desviarse de él en cuanto es arduo o difícil de alcanzar, lo que es propio de la
desesperación.

El mal arduo, por su parte, mueve a alejarse por su razón de mal, lo que pertenece a la pasión del temor;
pero también mueve a aproximarse, a enfrentarlo, y en esto consiste la audacia.

La ira es la única pasión que no tiene contrario ni por el objeto, ni por la aproximación o alejamiento,
porque la ira es causada por un mal arduo ya presente.

La potencia irascible sirve para superar los obstáculos que se interponen entre el concupiscible y su
objeto, por lo que las pasiones del irascible tienen por término las del concupiscible.

Las diferentes pasiones del apetito irascible son, por tanto: esperanza, desesperación, audacia, temor e ira.

La esperanza mueve a buscar el bien difícil de obtener, pero que se estima factible. La pasión contraria es
la desesperación, que se origina al estimar que no se puede alcanzar el bien que se busca. El temor se

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produce por la percepción de un mal aún no sufrido y difícil de vencer. La pasión contraria es la audacia,
que mueve a hacer frente al mal que aún no se ha sufrido con el fin de superarlo. La ira tiende a rechazar
el mal presente.

Hay, por lo tanto, once pasiones diferentes en especie, seis en el apetito concupiscible: amor odio, gozo,
tristeza, deseo y aversión; y cinco en el irascible: esperanza, desesperación, temor, audacia e ira. Y bajo
estas once se comprenden todas las demás pasiones del alma.

La diversidad de fenómenos afectivos que presenta la vida humana tiene su base en los once tipos de
pasiones mencionados.

Una vez que se ha identificado cuáles y cuántas son las pasiones hay que determinar el orden que guardan
entre sí. Las pasiones del apetito concupiscible son anteriores a las del irascible, pues las primeras se
refieren al bien considerado en absoluto y las segundas a un grupo restringido de bienes; al bien arduo.
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Las pasiones del concupiscible tienen un campo de acción mayor a las del irascible, porque entre ellas hay
algunas que se refieren al movimiento y otras al reposo, mientras que entre las del irascible no hay
ninguna que diga orden al reposo, porque lo que ya se posee no tiene razón de arduo o difícil, que es
objeto del irascible.

Las pasiones del irascible son intermedias entre las del concupiscible que importan movimiento hacia el
bien o el mal y las que implican reposo en el bien o el mal. Por esto, las pasiones del irascible tienen su
principio y su fin en las del concupiscible.

Entre las pasiones del apetito concupiscible, las que tienen por objeto el bien son naturalmente anteriores
a las que tienen por objeto el mal, pues el bien es anterior al mal, por ser éste privación de bien. Las
pasiones del concupiscible se pueden considerar según el orden de generación o según el de consecución.
En el orden de generación es primero lo que se realiza de modo más inmediato al tender al fin, y todo lo
que tiende a un fin debe, primeramente, ser adecuado a ese fin, luego, debe ser movido hacia ese fin, para,
por último, descansar en él. La adecuación del apetito al fin es el amor, el movimiento hacia el bien es el
deseo, y el descanso en el bien es el gozo. Entonces, según este orden, el amor precede al deseo y éste al
gozo. Pero en el orden de la intención es al contrario, porque el gozo intentado produce el deseo y el
amor.

Entre las pasiones del irascible no se origina ninguna por la presencia del bien, en cambio de la presencia
del mal surge la ira, que es la última pasión del irascible en el orden de generación. Las demás pasiones
del irascible implican movimiento y siguen al amor o al odio del bien o del mal. Las pasiones que tienen
por objeto el bien, la esperanza y la desesperación, son anteriores a las pasiones cuyo objeto es el mal, es
decir, a la audacia y al temor. La esperanza, a su vez, es anterior a la desesperación, porque la esperanza
es un movimiento hacia el bien que es naturalmente atractivo, mientras que la desesperación es
alejamiento del bien, lo que no compete al bien como tal, sino bajo algún otro aspecto. Y por la misma
razón, el temor, que es alejamiento del mal, es anterior a la audacia.

A partir de estas consideraciones puede establecerse el orden general de las once pasiones elementales
según se originan: primero, amor y odio; segundo, deseo y aversión; tercero, esperanza y desesperación;
cuarto, temor y audacia; quinto, ira; y sexto, gozo y tristeza, en las que termina toda pasión. De modo que
el amor siempre preceda al odio, el deseo a la aversión, la esperanza a la desesperación, el temor a la
audacia y el gozo a la tristeza.

Si se consideran las pasiones fuera de cualquier serie, puede decirse que hay cuatro pasiones principales:
el gozo y la tristeza, porque en ellas se completan y terminan todas las pasiones; y el temor y la esperanza,
porque, entre las que implican movimiento, son completivas. El movimiento hacia el bien comienza en el

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amor, sigue en el deseo y termina en la esperanza, y el movimiento respecto del mal empieza en el odio
sigue por la aversión y termina en el temor. El gozo tiene por objeto al bien presente y la tristeza el mal
presente; la esperanza, el bien futuro, y el temor, el mal futuro. Las otras pasiones se reducen
completivamente a éstas.

La diversidad de situaciones afectivas que presenta la vida humana tiene su base en las pasiones
mencionadas, en las que se comprende una pluralidad de subtipos debidos a variaciones de intensidad,
profundidad y arraigo en el psiquismo humano.

El punto central de toda la dinámica afectiva es la pasión del amor: de ella nacen todos los movimientos
del apetito concupiscible y en ella se basan también todos los del irascible.

Facultades motrices
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Las facultades motrices permiten al ser humano moverse parra buscar el bien conocido o rehuir lo nocivo.
Son el conjunto de mecanismos corporales que se activan para desplazarse en busca de lo que se estima
como un bien o para darse a la fuga frente a lo que se presenta como un mal. Aunque en el hombre la
potencia motriz no se reduce a esta clase de movimiento, sino que por influjo de la esfera racional, queda
abierta a una inmensa cantidad de actividades, por ejemplo, al arte.

Inteligencia

La inteligencia permite conocer las constantes que hay en los abundantes y variados objetos percibidos
por los sentidos. Capta el contenido universal (unum versus alia) que subyace detrás de los numerosos
rasgos individuales de los objetos conocidos. Es una facultad que no se observa en los animales
superiores: su objeto, la esencia de las cosas sensibles, no puede ser alcanzado por el conocimiento
sensible.

La razón no es una facultad diferente de la inteligencia, sino una manera de proceder de ésta. Razonar
consiste en argumentar pasando de una noción a otra hasta llegar al conocimiento de verdades no
evidentes.

La conciencia no es una facultad más, sino un acto de la inteligencia por medio del cual reconocemos que
hicimos o no hicimos una cosa, entonces decimos que “atestigua”; juzgamos que una cosa debe o no
hacerse, entonces se dice que la conciencia “incita” o “liga”; juzgamos que una cosa ha estado bien o mal
hecha, y entonces “excusa” o “remuerde”.

Voluntad

La voluntad permite tender a los bienes presentados por la inteligencia. No es una tendencia ciega, sino
un apetito racional que se mueve hacia lo que la inteligencia le presenta como un bien. La voluntad no
acepta necesariamente las propuestas de la inteligencia: puede quererlas o rechazarlas. Tiene capacidad de
mover, en cierto grado, las demás facultades. Su dominio sobre las facultades vegetativas es casi nulo;
sobre los apetitos sensibles su dominio no es absoluto sino de carácter político.

Hábitos

Los hábitos son disposiciones estables que se adquieren mediante repetición de actos y bajo el influjo de
diversos factores. Inclinan a obrar con espontaneidad, facilidad y constancia en determinado dirección.
Constituyen una segunda naturaleza, es decir, un modo de ser adquirido que mueve a obrar de acuerdo

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con él. En cada ser humano existen predisposiciones naturales, de carácter genético, que sin ser
propiamente hábitos facilitan o dificultan su adquisición.

Los hábitos desempeñan un papel importante en la conducta humana. Inteligencia y voluntad intervienen
de forma decisiva en su adquisición. Cuando se han adquirido, la persona queda, en cierto modo,
comprometida por lo que ella ha permitido, querido y causado. Tienen el carácter de una posesión
personal e intransferible. Aunque son disposiciones estables, difíciles de remover, no constituyen estados
irreversibles: admiten generación, crecimiento, disminución y corrupción.

Los hábitos se distinguen por diversos criterios. Por razón de su origen, en innatos y adquiridos; los
primeros son disposiciones naturales, de carácter genético, que favorecen o dificultan la adquisición de
determinados hábitos; los segundos se generan por la repetición de acciones.

Por razón de su conformidad con la inteligencia, en virtudes y vicios; los primeros suponen cierta armonía
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entre inteligencia, voluntad y afectividad; quien los posee dispone de una fuerza particular (vis) para
realizar con prontitud y facilidad lo que sugiere la razón. Los vicios son disposiciones adquiridas que
inclinan a actuar en contraste con la inteligencia.

Por razón de su campo de influencia en el psiquismo humano, las virtudes se dividen, a su vez, en
intelectuales y morales. Las primeras perfeccionan la inteligencia para alcanzar la verdad en el
conocimiento. En sentido propio y absoluto no son virtudes, pues el bien de la inteligencia –la verdad–
puede no extenderse a todo el hombre: se puede saber lo que conviene hacer y, sin embargo, no hacerlo.
Las virtudes morales son virtudes en sentido propio, pues mueven a realizar lo que la razón propone como
conveniente; su presencia supone un bien para la totalidad del psiquismo humano, pues requieren que la
inteligencia conozca lo que se debe realizar, la voluntad cuente con la fuerza para llevarlo a cabo, y la
afectividad colabore, de ordinario, con su energía anímica característica.

Principios extrínsecos

Los principios extrínsecos del obrar humano son aquellos elementos que influyen en la conducta del
hombre desde el exterior. El carácter introductorio de este documento sugiere mencionar sólo dos
principios extrínsecos: ley y cultura.

La ley es una ordenación de la razón que pretende custodiar el bien del ser humano y es promulgada por
quien tiene a su cargo la autoridad. Prescribe o prohíbe determinadas acciones. Influye en la conducta
humana, moviendo a realizar o evitar determinadas acciones, ya sea por el deseo del premio, miedo al
castigo, o el ascendiente que ejerce quien detenta la autoridad.

La cultura es el conjunto de manifestaciones del saber y del quehacer humano: ciencia, técnica, escultura,
poesía, literatura, arte, teatro, etc. Ejerce cierta influencia externa sobre el ser humano, moviéndole a
obrar en determinado sentido.

Líneas fundamentales del obrar humano

En el apartado anterior, se expusieron, de manera sistemática y breve, los principios intrínsecos y


extrínsecos del obrar humano. Estos principios forman una apretada unidad tanto desde el punto de vista
constitutivo como funcional.

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En este apartado, se expone –también de forma abreviada– el modo en que interactúan estos principios.
Con este fin, se presenta el siguiente esquema simplificado5:

Conocimiento Tendencia

6 Hábitos

Racional
3 1 Int eligencia 2 Voluntad
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Niveles
Psíquico
2 4 Apetitos
3 Sentidos sensibles

Somático
1
5 Cuerpo

El ser humano conoce la realidad a través de los sentidos y la inteligencia, y tiende hacia ella por medio
de las pasiones –tendencias de los apetitos sensibles– y de la voluntad. Hay facultades que hacen posible
el conocimiento de la realidad, y otras que hacen posible que exista esa tendencia hacia la realidad
conocida.

La inteligencia conoce las realidades universales a partir de los datos que le proporcionan los sentidos
(31) e influye en la actividad de los sentidos internos, potenciando el trabajo de la imaginación,
reforzando los recuerdos de la memoria y participando, en cierta medida, en las valoraciones de la
cogitativa (13). Las pasiones (tendencias sensibles o sentimientos) surgen de la actividad de los
sentidos que culmina en la valoración de la cogitativa. El signo y la intensidad del sentimiento depende de
esta actividad (34). Los sentimientos producen una alteración en el cuerpo (45). Este cambio del
cuerpo tiende a estimular la actividad de los sentidos (53). La voluntad recibe las propuestas que le
presenta la inteligencia (12) y las que provienen de las pasiones (42). La voluntad puede mover a la
inteligencia a realizar la actividad que le es propia (21) y puede ejercer cierto dominio “político” sobre
las propuestas de las tendencias sensibles (24) y la actividad de los sentidos (23). La influencia
directa de la voluntad sobre el cuerpo –en particular sobre las facultades vegetativas– es casi nula (25).
La voluntad ejerce un dominio completo, salvo casos de enfermedad, sobre las facultades motrices
5Las simplificaciones del esquema son: el cuerpo comprende las facultades vegetativas, facultades motrices, los órganos de los
sentidos externos e internos y de los apetitos sensitivos; los sentidos comprenden los sentidos externos –tacto, gusto, olfato, oído
y vista– y los sentidos internos –sentido común, imaginación, cogitativa y memoria–; c) apetitos sensibles comprenden el apetito
concupiscible –con sus respectivas pasiones: amor, deseo, gozo, odio, aversión y tristeza– y el apetito irascible –con sus pasiones
correspondientes: esperanza, desesperación, audacia, temor e ira–. Debe tenerse presente que las diferentes pasiones conllevan
una modificación corporal, por tanto, en ellas también está implicado el cuerpo.

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(25)6. La vitalidad del cuerpo puede aumentar o debilitar la actividad de los sentidos y la intensidad de
los sentimientos (53, 54).

La observación de la conducta humana deja ver ciertas formas fundamentales de interacción entre las
diversas facultades:

En algunos casos, las propuestas de la inteligencia coinciden de modo habitual con las de las tendencias
sensibles, y la voluntad decide en el sentido de la propuesta común. Se observa una disposición estable de
armonía entre inteligencia, voluntad y sensibilidad: “hay razones para hacer lo que se quiere y, además, se
realiza con espontaneidad, facilidad y constancia”. Estas situaciones conllevan una disposición
estable –hábito– en la que existe cierta unidad de integración entre las diversas facultades.

En otras ocasiones, las propuestas de la inteligencia no coinciden con las de la sensibilidad, y la voluntad
decide en el sentido que propone la primera: “se decide a favor de la razón, pero se hace con dificultad,
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pues los sentimientos se oponen.”

En otros casos, las propuestas de la inteligencia tampoco coinciden con las de la sensibilidad, sin
embargo, la voluntad decide a favor de esta última: “se experimenta cierto conflicto interior, pues se obra
bajo el dominio de los sentimientos, yendo en contra de la propia razón.”

Hay otras situaciones, similares a las anteriores, en las que las propuestas de la inteligencia no coinciden
con las de la sensibilidad, y sin embargo, la voluntad decide de modo habitual a favor de esta última.
Surge entonces una disposición estable que inclina a actuar con constancia y rapidez en el sentido del
hábito adquirido: “la frecuencia con la que se actúa en contra de la inteligencia va mermando la fuerza de
sus razones, y se va desvaneciendo el conflicto interior que se experimenta.”

En otros casos, las propuestas de la inteligencia coinciden de modo habitual con las de la sensibilidad; sin
embargo, estas propuestas no suelen corresponder a una estimación objetiva de la realidad. Así, por
ejemplo, el afán por alcanzar ciertos objetivos que exceden las posibilidades reales de una persona,
pueden cansarla y deteriorar su salud y, como consecuencia, la afectividad comenzará a dejar de prestar
su colaboración: “hay razones que mueven a actuar con decisión y entusiasmo, sin embargo, esas razones
no son tan razonables.”

La experiencia muestra que las formas de interacción entre las facultades no son estáticas ni inamovibles.
Así, por ejemplo, cuando una persona actúa con frecuencia y constancia en el sentido que le propone su
inteligencia, con el paso del tiempo va logrando la colaboración –o al menos, menor resistencia– de la
sensibilidad.

Notas específicas

El psiquismo del hombre manifiesta cierto desequilibrio constitutivo y funcional: la armonía entre
inteligencia, voluntad y sensibilidad no es algo dado, sino que constituye una tarea para cada ser humano.

La inteligencia no ejerce un dominio completo sobre las demás facultades: puede ocurrir que se sepa lo
que se debe hacer y, sin embargo, no se quiera hacerlo.

La sensibilidad tampoco domina por completo la conducta del hombre: la voluntad puede llegar a ejercer
un “gobierno político” sobre los sentimientos bajo la dirección de la inteligencia.

6 Cuando las facultades motrices son activadas por las tendencias sensibles, el dominio de la voluntad sobre las primeras tiene un
alcance similar al que tiene sobre las segundas: su dominio es político no despótico.

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La voluntad juega un papel decisivo en el psiquismo humano: el hombre se muestra capaz de


autodeterminación a pesar de la existencia de numerosos y variados condicionamientos interiores y
exteriores. La conducta humana contrasta con la regularidad del comportamiento animal que puede ser
predicho mediante la relación estímulo-respuesta.

Los modos en que interactúan inteligencia, voluntad y sensibilidad no son patrones de conducta estáticos.
Así, por ejemplo, cuando una persona se esfuerza en actuar conforme a la razón –a pesar de la oposición
de los sentimientos–, de ordinario, con el paso del tiempo, va consiguiendo la colaboración –o al menos
una menor resistencia– de la sensibilidad (va adquiriendo la constancia, facilidad y espontaneidad propia
del hábito correspondiente). De modo similar, la persona que va prefiriendo de forma gradual las
propuestas de la sensibilidad –yendo en contra de la inteligencia– termina adquiriendo un hábito que le
lleva a actuar con constancia y facilidad en ese sentido.

Los hábitos desempeñan un papel importante en la conducta humana. La inteligencia y la voluntad


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intervienen de forma decisiva en su adquisición. Cuando se han adquirido, la persona queda, en cierto
modo, comprometida por lo que ella ha permitido, querido y causado.

Los principios extrínsecos de la conducta humana (otras personas, ley, cultura, etc.) influyen sobre el
psiquismo humano favoreciendo la adquisición de determinados hábitos.

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