Está en la página 1de 4

Territorio libre de machismo

Escuela a escuela, persona a persona, la asociación Mujeres Iniciando en las Américas


busca declarar territorios libres de machismo y violencia contra la mujer. Ingrid y Jorge son
dos de sus voluntarios que hacen posible la misión.

Marta Sandoval
msandoval@elperiodico.com.gt

Foto:  JOSÉ LUIS POS > ELPERIÓDICO


Ingrid y Jorge se han dado a la tarea de hablar con niños sobre el
machismo y así tratar de borrar los ragos machistas que tienen desde
niños.
"Incluso gente con estudios de género, conserva rasgos
machistas”.
Jorge Hernández, voluntario en MIA

500 personas han recibido el taller ‘‘Hombres contra el feminicidio’’ en la Universidad


de San Carlos.

Lo primero fue el ruido de los disparos. De disparos cercanos. Ingrid y Jorge pidieron a los
niños que se lanzaran al suelo y guardaran la calma. Después fue un portazo, alguien entró
a la escuela. En una clase vecina un hombre irrumpió a gritos, ordenó a los alumnos que se
callaran y se escondió al fondo, en medio de un montón de esqueletos de pupitres. Una
maestra se desmayó y otras no paraban de llorar. Lo siguiente fue la policía, que entró, se
llevó al ladrón –afortunadamente no iba armado– y se marchó por la empinada calle de
tierra. Otra emoción fuerte para Jorge e Ingrid. En los casi tres meses que llevaban dando
un taller en la escuela La Paz, de Villa Nueva, las emociones no les faltaron. Buenas y
malas. Aunque en realidad, fueron más buenas que malas.

 Jorge Hernández e Ingrid Aroche llegaron a la escuela tras haber tomado el diplomado
“Hombres contra el feminicidio”, en la Universidad de San Carlos (Usac). Sintieron que,
más que aprender, habían logrado abrirse ventanas que siempre habían estado cerradas y
querían compartirlo con los más pequeños. “Hay que educar al niño para no castigar al
adulto”, dice Ingrid citando a Pitágoras. Los dos son voluntarios de la organización Mujeres
Iniciando en las Américas (MIA), que busca concientizar sobre la igualdad de género.

En las estrechas clases de block sin pintar Ingrid y Jorge hablaban a los pequeños sobre
igualdad. “¿Han notado que cuando hablamos con nuestros papás lo hacemos en un tono
diferente que con nuestros amigos?”, preguntaba Jorge, y los niños asentían. “¿Han notado
que cuando hablamos con nuestras hermanas mujeres hablamos diferente que con nuestros
hermanos hombres?” Cuestionó. Un niño dio la respuesta: “Sí, porque a mi hermana le
hablo más fuerte, le doy órdenes”. No era un caso extraño, muchos de los demás alumnos
estaban de acuerdo, nunca habían notado ese comportamiento en sí mismos. Fue una
revelación, la misma revelación que le llegó a Jorge cuando iba a las clases del diplomado
en la Usac: “Yo también les hablaba a mis hermanas en tono autoritario, a pesar de que soy
menor que ellas”, confiesa.

MIA nació en Estados Unidos y gracias a Lucía Muñoz, una guatemalteca que por negocios
viajaba constantemente entre los dos países. Al principio la idea era apoyar a las mujeres
inmigrantes guatemaltecas en California, pero más adelante se extendió a Guatemala. Aquí
se dedican a impartir talleres y cursos a jóvenes sobre la igualdad de género. A la fechan
han tomado el taller cerca de 500 personas.

Jorge e Ingrid llegaron al de la Usac por casualidad. Ingrid vio el anuncio en la Facultad de
Ingeniería y le contó a su amigo Jorge. “Yo antes había tratado de participar en una
organización feminista y nunca me aceptaron”, cuenta Jorge. “Pedía trabajo y me decían:
no gracias, porque queremos a una mujer. Después aquí en la universidad se formó un
comité para hacer una ley orgánica en contra del acoso sexual y se estaba organizando el
grupo, pero a mí no me aceptaron porque era el único hombre que quería trabajar en ese
proyecto. Es lógico, porque las mujeres están luchando por darse su lugar, por abrir
espacios, entonces que un hombre quiera participar lo ven con recelo. Pero es algo
contradictorio, porque están buscando igualdad”, cuenta.

Como este diplomado se llamaba “Hombres contra el feminicidio”, Jorge pensó que allí no
le impedirían el ingreso. Y así fue, en las aulas había tanto hombres como mujeres, aunque
al final pocos se quedaron como voluntarios para seguir replicando lo aprendido.

Campaña del listón blanco

A finales de los años ochenta en Canadá se vivió una de las peores tragedias machistas. Un
hombre entró a una universidad, separó a los alumnos hombres y mujeres y mató a todas las
chicas que estaban en el salón. Más tarde confesó que lo había hecho porque las mujeres no
debían estudiar ingeniería. Él había aplicado para inscribirse y no obtuvo la plaza, por eso
estaba molesto, no podía creer que le hubieran ganado mujeres. Los sobrevivientes de ese
día crearon después la campaña del listón blanco, con el fin de concientizar sobre la
igualdad de género. Actualmente la campaña se realiza en más de 60 países, entre ellos
Guatemala, donde tomó el nombre de “Hombres contra el feminicidio”.

En las aulas de la escuela La Paz, Jorge e Ingrid reparten a los alumnos una serie de
tarjetas, en cada una hay una frase como: “cuidar a un bebé”, “manejar un camión”,
“preparar el almuerzo”, “reparar una mesa rota”. La pizarra esta divida en dos: a la derecha
dice hombres y a la izquierda mujeres, los niños deben colocar cada tarjeta en el espacio
que crean adecuado. ¿Dónde las hubiera colocado usted? Probablemente en el mismo sitio
que lo hicieron los niños, porque en el diplomado con adultos pasó lo mismo. Cuidar a un
bebé era atribuido a la mujer y manejar un camión al hombre. Jorge e Ingrid fueron
enseñándoles a los niños, frase por frase, que todas debían quedar en medio, porque todas
podían hacerse por cualquiera de los dos sexos. Así les hablaban de la responsabilidad del
padre en educar, cuidar, bañar y alimentar a un bebé, como la capacidad que tienen las
mujeres para conducir un camión. “Yo conozco una que maneja camioneta”, soltó alguien y
la clase se fue llenando de ejemplos.
El mismo taller recibían, también, los padres de familia. Aunque en realidad eran casi solo
madres las que asistían, los dos jóvenes se fueron satisfechos por el cambio que vieron en
muchas de ellas. “Para mí ya es muy tarde, pero no es tarde para mis hijos” le dijo una
mamá a Ingrid, al tiempo que le aseguraba que de ahora en adelante ya no permitiría que
solo sus hijas ayudaran en la limpieza del hogar mientras los niños veían televisión. Algún
padre se acercó a decirles que ahora sabía que sus hijas mujeres también tenían que ir a la
universidad.

“Quitarse los estereotipos machistas con los que se ha crecido es muy complicado –dice
Jorge–, incluso gente con estudios de género vuelve a caer en los mismos estereotipos. Por
eso es que trabajamos con los niños, porque en ellos es mas fácil borrarlos. Uno de los
asistentes al diplomado decía que eso no es algo que uno pueda decir voy a este curso y ya
me curé, ya no soy machista. Tenemos tan arraigados los roles de género que no es tan fácil
quitarlos, vamos curándolos poquito a poco de eso”.

El día que el ladrón entró a la escuela sería el último día de taller, pero con el alboroto hubo
que cancelarlo. Volvieron al día siguiente y se encontraron con un montón de tarjetas
hechas por los niños, era un agradecimiento por el trabajo que habían hecho en esos meses.
“Gracias porque ahora ya sé que las mujeres se tienen que superar”, les dijo un niño de
cuarto primaria; “ahora ya no le voy a gritar a mi hermana”, dijo uno de sexto. Jorge e
Ingrid sembraron una pequeña semilla, pero saben que hace falta volver. El próximo año ya
está dentro de sus planes llevar una nueva fase del taller a la escuela, hasta declararla
territorio libre de machismo.

También podría gustarte