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Sader, Cuando Nuevos Personajes PDF
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pensamiento crítico brasileño contemporáneo
Eder Sader
PRESENTACIÓN
Este texto es producto de investigaciones y reflexiones en tomo de la
nueva configuración social que asumieron los trabajadores del Gran
São Paulo1 en la década de los años setenta. Lo que denomino “nueva
configuración de los trabajadores” no es un fenómeno que abarque
esa clase en su conjunto, sino, más bien, a una pequeña parte de ella,
la cual constituye los movimientos sociales, como nuevos modelos
de la acción colectiva que nos permiten hablar del surgimiento de
nuevos sujetos políticos. Considerando que ese surgimiento abre un
nuevo período en la historia de las clases trabajadoras brasileñas, me
propongo investigar las circunstancias y características de esa nueva
configuración.
Me enfrenté a varios problemas en el curso de mi investigación, el
mayor de los cuales radicaba en las dificultades y las incertidumbres
ligadas a la formulación misma de la finalidad. Si desde un principio
hubiera tenido claramente definidos mi objetivo y mis interrogantes,
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habría podido definir con mayor rigor las hipótesis y los métodos de
investigación. A decir verdad, las cosas no sucedieron así. Desde un
principio percibí que los nuevos movimientos revalorizaban lo coti-
diano en relación con las clases populares, me dediqué a estudiar tan-
to los elementos que integraban el tipo de vida de ese sector de la po-
blación como la dinámica de los movimientos sociales, pero sin saber
a ciencia cierta cómo orientaría mi investigación. Era un campo muy
vasto, y vacilé entre las exigencias del rigor científico, el cual implica
una delimitación mayor y más precisa del terreno que se va a estudiar,
y los impulsos nacidos de un interés político que conducían a interro-
gantes de mayor alcance. Como ya dije, ignoraba en cuáles aspectos
de la realidad podría descubrir mejor el significado de las novedades
previamente observadas, y así por algún tiempo investigación y re-
flexiones consideraron aspectos muy diversos y sin conexión evidente.
He de confesar que la manera como procuré entender el significa-
do de lo que estaba aconteciendo, a través de los movimientos sociales
de São Paulo, exigió un largo recorrido intelectual que emprendí sin
saber, al principio, de qué se trataba. Me guiaron mis propias interro-
gantes, las cuales, Inicialmente, no tenían bien definidos sus contor-
nos y, por lo tanto, no podrían configurar “el objeto de la investiga-
ción”, tal como apareció posteriormente en plena jornada.
Por fin, casi simultáneamente, se delinearon con mayor claridad
el objeto, las interrogantes y la ruta de 1ª investigación. El objeto se
definió en tomo de las nuevas características de los movimientos so-
ciales de la década del setenta. Los temas centrales se inician interro-
gando sobre las formas mediante las cuales los movimientos sociales
abrieron nuevos espacios políticos, reelaborando temas de la expe-
riencia cotidiana. ¿Cómo ocurrió todo pilo? ¿Cuáles son los proble-
mas, implicaciones y consecuencias que de ahí se derivaron?
Al observar la forma de proceder de esos movimientos, caemos
en la tienta de que se realizaron en una especie de prolongación del
espacio político. Rechazando la política tradicionalmente instituida
y politizando cuestiones de lo que es cotidiano en los sitios donde
se trabaja o donde se habita, “inventaron” nuevas formas políticas.
Ahora bien, la historia de los movimientos sociales no se reduce a su
historia interna. Los trabajadores no son meramente resultado de sus
propias acciones, sino también de su interacción con otros agentes.
La “política reinventada” de los movimientos tuvo que enfrentarse a
la “vieja política” aún dominante en el sistema estatal. ¿Cómo incidían
los movimientos sociales de los trabajadores en el sistema de poder es-
tablecido? ¿Cómo se determinan recíprocamente los diversos agentes
políticos en el escenario público ya transformado? Esas cuestiones se
planteaban acaloradamente en los años ochenta. A mi modo de ver, la
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IDEAS Y PREGUNTAS
IMPACTO DE LO NUEVO
Al presentar una comunicación al IV Encuentro Regional de Historia de
São Paulo, efectuado en 1978, el historiador Kazumi Munakata afirmó
que “el acontecimiento político más importante del primer semestre
del presente año no fue la postulación del general Figueiredo para
presidente de la República y la consiguiente crisis en los círculos mi-
litares; tampoco la aparición de la candidatura disidente del senador
Magalhaes Pinto; tampoco la formación del Frente Nacional de Re-
democratización. En realidad, el acontecimiento político más impor-
tante fue la aparición súbita del movimiento huelguista que, iniciado
en el corazón del ABC (SP), rápidamente se extendió por los grandes
centros industriales del estado, envolviendo, hasta el día de hoy, a cen-
tenares de millares de trabajadores” (Munakata, 1980: 61). En el mo-
mento en que escribo esto, nueve años después de aquellos sucesos;
después de que el general Figueiredo dejó el poder y volvió a su casa;
cuando la transición de un régimen militar a uno civil ya parece haber
recorrido las etapas decisivas con el gobierno de la “Alianza Demo-
crática”; cuando nada queda ya del “Frente Nacional de Redemocra-
tización”; cuando el movimiento obrero ni siquiera logró verdaderos
cambios en las esferas de la política salarial, de la libertad sindical,
del derecho a la huelga (como hubiera sido de esperar puesto que
habían surgido nuevos actores en el escenario político), la afirmación
de Kazumi, atrevida en aquella época, hoy corre el riesgo de parecer
banal. Con todo, es preciso que nos situemos en aquel momento para
poder apreciar las proporciones de esa osadía. Bastaría considerar su
empeño por polemizar sobre el lugar concedido al movimiento obre-
ro en las representaciones dominantes. El ejemplo más obvio: en los
medios de comunicación masiva, las noticias sobre las huelgas apare-
cían en las secciones dedicadas a la economía o en las páginas que se
ocupaban de los sectores de la producción donde ocurrían las huelgas.
Es muy probable que en la historia política del Brasil el período
1978-1985 (consiguientemente, entre las huelgas del ABC y la victoria
de Tancredo Neves en el Colegio Electoral), quede como el momento
decisivo en la transición a una forma nueva de sistema político. A su
vez, este nuevo sistema político está condicionado por significativas
alteraciones en el conjunto de la sociedad civil. Entre las rupturas,
inevitables en cualquier transición, una de las más impresionantes
que estamos describiendo es, sin duda, la que atraviesa la historia
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DOS IMÁGENES
Por lo que a mí se refiere, inicié mi estudio preguntándome sobre el
significado y alcance de los cambios observados en el comportamien-
to de las clases populares en la vida política del país, especialmente
en São Paulo.
Partí de algunas cosas que me parecían evidentes: los votos ob-
tenidos por el MDB en las elecciones a partir de 1974, la difusión de
las características de los movimientos populares en los barrios de la
periferia del Gran São Paulo, la formación del llamado “Movimien-
to del Costo de la Vida”, el aumento de las corrientes sindicales de
protesta contra la estructura ministerial tutelar, la aparición de las
comunidades de base, la formación del Partido de los Trabajadores
3 El canto a que nos referimos se titulaba “Para nao dizer que na falei de flores”,
pero se popularizó con el nombre de “Caminhando” (Caminando). La composición,
obra de Gerardo Vandré, se presentó en el Festival de la Canción de 1967, en Río de
Janeiro, e inmediatamente se convirtió en uno de los himnos de protesta de aquellos
años. El estribillo dice: “Ven, vamos ya, enhorabuena; esperar no es lo mismo que
saber. Quien sabe actuar, no espera a que las cosas sucedan”. Va acompañado de las
siguientes estrofas:
“¡Ha!, soldados armados, amados o no, / Extraviados casi todos, con las armas en
la mano. / En los cuarteles aprenden una antigua lección. / A morir por la patria y a
vivir sin razón. / En escuelas, calles, campos y edificaciones. / Todos somos soldados,
armados o no / Caminando y cantando, en pos de la canción. / Todos somos iguales,
abrazados o no. / Los amores en la mente, por la vereda las flores; / La certeza en
la frente y la historia en la mano. / Caminando y cantando, en pos de la canción, /
Aprendiendo y enseñando una nueva lección”.
Desde principios de los años setenta, el régimen militar prohibió “Caminhando”. Los
grupos comunitarios lo adoptaron como expresión de su resistencia.
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otras cosas, además del Estado, principió con los hechos más sencillos de
la vida de los perseguidos. En los momentos más difíciles, tuvieron que
valerse de quienes se encontraban a su alrededor. Ya no había partidos a
los que se pudiera recurrir, ni tribunales en los que se pudiera confiar. En
la hora difícil, el primer recurso lo ofrecía la familia, después los amigos
y en algunos casos también los compañeros de trabajo. Si había alguna
probabilidad de defenderse, convenía contar con la ayuda de un abogado
valiente, por lo general un joven recientemente recibido que hubiese hecho
política en la Facultad. ¿De qué hablamos aquí, si no es de la sociedad civil,
aún en el estado “molecular” de las relaciones interpersonales? La Iglesia
Católica era la iónica institución con fuerza suficiente para acoger a los
perseguidos”. (Weffort, 1984: 93)
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Todo ello exige una discusión más amplia. Sin embargo, para la
finalidad de este capítulo en el cual procuro exponer las circunstan-
cias y características de la configuración del tema de mi estudio, basta
con esa descripción para comprender por qué, a medio camino de la
primera formulación, caí en la cuenta de que me hallaba delante de
una transición entre modelos de legitimación del orden hacia otros
de contestación, y que, en esa forma, era incapaz de dar cuenta del
fenómeno. No me encontraba simplemente frente a un movimiento
de ruptura de los modelos de legitimación del orden. Incluso porque
ni esa protesta estaba muy generalizada ni tampoco lo había estado
la legitimación. Yo me encontraba, sí, frente a un surgimiento de una
nueva configuración de las clases populares en el escenario público.
Es decir, no solo en comparación con los modelos de principios de la
década, sino también —y sobre todo— con los períodos históricos an-
teriores, el final de los años setenta presenciaba el surgimiento de una
nueva configuración de clase. Por los sitios donde se constituían como
sujetos colectivos; por sus temas, valores y lenguaje; por las caracte-
rísticas de las acciones sociales en cuyo seno se movían, se anunciaba
la aparición de un nuevo tipo de expresión de los trabajadores, que
podría ser contrastado al tipo libertario8 de los primeros decenios
del siglo, o frente al tipo populista posterior a 1945. La investigación
tendría que dar cuenta de la naturaleza de esa nueva configuración.
8 Para una exposición del tipo libertario, véase A. Simao (1976); B. Fausto (1976);
F. Foot Hardman (1986). Acerca del tipo populista, consúltese L. M. Rodrigues
(1966); F. Weffort (1975).
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9 Cabría decir lo mismo que antes dijo J. Humprey, cuando trabajaba en una ca-
racterización del sindicalismo de São Bernardo, que parecería confirmada por su
desarrollo. Véase J. Humprey, op. cit.
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los sociólogos, referimos a los estudios de Max Weber sobre los tipos
de dominación legítima, donde precisamente la legitimidad de la do-
minación (o sus ambigüedades, o bien sus máscaras) no está dada
por sí misma, sino por el sentido que tiene para los agentes sociales
implicados” (Weber, 1944).12 Finalmente, en el campo del marxismo,
podríamos referimos a los estudios de Gramsci sobre los mecanismos
de la hegemonía, por la cual una clase dominante obtiene el consenti-
miento de los dominados (Gramsci, 1968).
El hecho es que, pretendiendo explicar movimientos sociales me-
diante determinaciones estructurales, los analistas llegan a insolubles
callejones sin salida.
A uno de esos entraron quienes, deseando hablar de “autonomía”
de los movimientos sociales, la presentaban como consecuencia de la
estructura política y económica. Tales movimientos serían autónomos
porque, buscando las condiciones necesarias para la reproducción de
la fuerza de trabajo, encontraban un Estado que se anteponía inflexi-
blemente a esos intereses. Aun cuando una explicación así pudiese
dar cuenta de la realidad empírica observada (de lo cual puede du-
darse), la noción misma de autonomía vinculada a todo ello quedaba
bastante mutilada. Sería una autonomía frente al Estado (aunque en
ese caso sería preferible hablar de “antagonismo”), si bien no habría
ninguna autonomía en el sentido de papel creador en la historia.
Otro de los callejones sin salida se encuentra en la idea de las
“condiciones necesarias para la reproducción de la fuerza de traba-
jo”, que necesariamente no serían satisfechas debido a los modelos
de acumulación capitalista. Según Marx, en cuya obra se inspiran los
expositores de esa explicación de las contradicciones urbanas, las con-
diciones necesarias para la reproducción de la fuerza de trabajo se de-
finen históricamente, correspondiendo un nivel instituido socialmen-
te (por las luchas de clase, por la cultura) (Marx, 1946: 124). Ahora
bien, ¿cómo pueden ser necesidades sociales cuando necesariamente
no podrán satisfacerse? ¿Dónde se hallan constituidas en cuanto ne-
cesidades? lista paradoja ya la había observado Edson Nunes en una
sugerente comunicación acerca de los estudios sobre movimientos
reivindicativos urbanos (Nunes, 1985).
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17 Pude comprender mejor algo sobre el tema, gracias sobre todo a las notas de un
curso de Marilena Chauí sobre “A morte da consciencia na filosofía contemporánea”.
18 Ver Cademos do CEas, Nº 45, 1976.
19 Itálicas mías.
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Aquello que se dice o que está oculto, aquello que se elogia o que se
censura, compone lo imaginario dentro de una sociedad, a través de
lo cual sus miembros experimentan sus condiciones de existencia.
No quiero decir que todos los discursos sean iguales, y ni siquiera
que se deriven de una misma matriz discursiva. Ahora bien, si busca
interpelar un público determinado, todo discurso debe aprovechar
un sistema de referencias compartido por quien habla y por sus
oyentes. Se constituye un nuevo sujeto político cuando surge una
matriz discursiva capaz de reordenar los enunciados, de señalar as-
piraciones difusas o de articularlas en otra forma, logrando que los
individuos se reconozcan en esos nuevos significados. Así, formadas
en el campo común de lo imaginario en una sociedad, aparecen
matrices discursivas que expresan las divisiones y los antagonismos
de esa sociedad.
En un sugerente texto, en el cual expone algunas premisas
referentes a un trabajo de investigación sobre los orígenes del pe-
ronismo, Oscar Landi emplea el concepto de “sistemas de interpe-
laciones” que estructuran las diferentes formaciones discursivas,
dándoles determinadas características políticas. Se trata de un “sis-
tema” porque lo fundamental es el modo de combinarlo entre las
diversas “interpelaciones”, las cuales asignan a los agentes sociales
su sitio en cada una de las esferas de la sociedad. Partiendo de esas
diferencias, se piensa en la aparición de una nueva hegemonía, la
cual implica:
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ALGUNAS CONSIDERACIONES
Los movimientos sociales que se adentraron en el escenario públi-
co (y lo modificaron) a finales de la década anterior, trajeron nuevas
modalidades de elaboración de las condiciones de vida de las clases
populares y de la expresión social.
Sus características comunes permiten hablar de una nueva confi-
guración de clase, la cual resalta si lo comparamos con el tipo predo-
minante antes de 1964.
De las experiencias del autoritarismo y de las experiencias de la
auto-organización nació una actitud de profunda desconfianza en toda
institucionalización que escape al control directo de las personas que
en ella intervienen, así como una actitud de profunda revalorización
de la autonomía de cada movimiento. Por ello mismo, la diversidad
de los movimientos, producida por la diversidad de las condiciones
que envuelven a cada uno, se reproduce en el empeño por mantener
esa autonomía.
El repudio a la forma instituida del ejercicio político, considerán-
dola como manipulación, encontró su contrapartida en la voluntad
de ser “sujetos de su propia historia”, tomando las riendas de las de-
cisiones que afectan sus condiciones de existencia. Con eso ampliaron
su propia noción de política, pues politizaron múltiples esferas de lo
cotidiano.
Apoyándose en los valores de la justicia contra las desigualdades
imperantes en la sociedad; de la solidaridad entre los dominados, los
trabajadores y los pobres; de la dignidad constituida en la propia lu-
cha con la que hacen reconocer su valor, convirtieron la afirmación
de la propia identidad en valor que antecede a los cálculos racionales
para la obtención de objetivos concretos.
De la experiencia de las huelgas a finales de la década —aconte-
cimientos cruciales en la elaboración de su historia, atribuyéndoles
un sentido de transformación social— provino la idea de que solo me-
diante la lucha conquistarán sus derechos.
Pero ya vimos que la diversidad es una de las características de
esos movimientos sociales. Resulta difícil, por lo tanto, pensar en un
modelo homogéneo o en un modelo que los represente y sirva de para-
digma de lo imaginario en las clases populares. Las identidades cons-
tituidas en los clubes de madres, en los grupos de las fábricas, en el
“sindicalismo auténtico”, en las comisiones de salud, aun cuando son
variables y mutuamente influenciables, conservaron su diversidad.
Los acontecimientos decisivos donde se encontraron y que constituye-
ron “momentos de fusión”,22 produjeron nuevas formas de identidad
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