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Es acaso la imperfección con la que yo cargo, dueña de todos mis males.

Una
antropología abstracta es el impedimento de cualquiera de mis causas,
exactamente de la perfección de las cosas: mi contexto. Existe si acaso algo
tan imperfecto como mí ser, que es la infinitud tan exacta de lo contablemente
ambiguo. Así como un constituyente número es a su vez el antecesor de otro y
predecesor de uno tan idénticamente diferente. Explicar que tan grande es el
hombre es una prosa barroca que se la define como Heroica y así como todo
relato heroico es verídico y todo romance es ilusorio, mi relato, fuente de
ideas inconexas pero verosímiles; es real.
Hace tanto tiempo que vagaba por las calles oscuras de una parís atormentada
por un conflicto que es mejor no referirse, y que todos sabemos que es tan
transparente. Es hace tantas lunas de septiembre, que paseaba por una calle,
mientras las hojas marchitas del otoño caían a mis pies. Un cigarrillo en la
boca mientras se deja pasar el aire pesado de la tarde leyendo a Lorca no
sienta nada mal, el problema de esta historia, recae que no había ningún
cigarrillo, la hora topaba la madrugada, y al contrario de Lorca estaba Dalí. La
noche es azul, un azul Van Gogh, expresionista, mirando el cielo se alcanza el
reflejo de luz de unas tantas estrellas, tan diminutas como la arena. Aun así, la
antagonista de la mañana es fría, tanto que solo una persona, tan vehemente
solitaria como yo estaría a merced suya. Resulta que el contexto cambia, y
ahora hay un cigarrillo, está presente Lorca, y caen hojas de un viejo árbol,
enorme como la torre. Es expectrante que todo esto pertenezca a un bello ser,
que no es ilusorio y que está sentado a diestra. Viste un abrigo lino, con un
sombrero a lo Chagal, un collar perla y, por lo que se alcanza a distinguir una
blusa purpura que combinaba con un pantalón oscuro. No parecía un ángel,
tampoco un ser superior, tenía rasgos tan humanamente posible que eran
perfectos. Le mire cuando la madrugada entre fruslerías se esfumo y, yacía
sobre un joven prado mirando desde lejos a esa mujer. Por alguna razón
inconexa todo en mi vida ha pasado súbitamente, el hecho de que este en
parís, de que este precisamente en este prado, de que la madrugada en un
parpadear se fue. Por allí en algún lugar de Paris, estaba a quien en un futuro
llamaría mi amada, caminando, quizá comiendo o leyendo algo de poesía, de
labios carmesí, una tersa piel color sol, con ondulado pelo café y de nombre
cualesquiera, de cuerpo, de carne, de amor, de sexo, de mujer. Hay noches que
solo pienso en cómo será el amor, y así pasa el tiempo en una triste Paris.
La tarde llega súbitamente, y es el contexto tan natural estar un miércoles
tirado, mirando al cielo y pensando en cómo es el amor. La miro desde lejos,
tan ilusoria desde este parámetro, y siento la tentación de ir, y mirarla más de
cerca para ver si mi sentido no me engaña. El amor, esa palabra, regada por
todas las casas, de todas las calles, de todo un Paris. Esa palabra, a-m-o-r, un
cuarteto perfecto en un mundo irreal. Ella seguía leyendo, indiferente a un
mundo que pasaba frente a ella. Por la noche, mientras tomaba un wiski burdo,
entro a la cafetería María, con su brillo permanente al caminar que hace que
los hombres se mueran por ella. Se sentó a lado mío, y me miró fijamente,
como queriendo hallar respuesta en esta cara crepitosa, pero ¿respuesta de
que, porque en mí, en este rostro marginado? A veces, cuando me encuentro,
repentinamente con ella, no sé por cual motivo, pienso que nada paso
repentinamente, y que al contrario de todo lo que Borges ha definido como
azar, ella, plantea todos esos encuentros, como si el mundo lo manejara, pero
es inverosímil afirmar esto, a cambio creo, que ella no vive por sí sola, si no
que para vivir necesita estar aquí, conmigo, a mi lado, sintiendo este aroma a
juventud, mirando estos ojos poéticos, y escuchando esta voz insensata de un
amante de la vida. Tal vez un encuentro casual era lo menos casual que podía
a ver en esta parís, como le pasaba a Horacio y a la Maga, pero de forma
distinta, pues para mí era casual y a su vez lo menos casual, pues sabía que
ella me encontraría a donde quiera que vaya, pero mi búsqueda no era por ella,
es por otra, es por alguna distinta- y nótese que me refiero solo al ser humano
femenino- alguien que rompa esos parámetros que acostumbra parís a dibujar
sobre las mujeres.
- ¿Qué es lo que tomas?- pregunto Maria.
- Un wiski, no sé cuál, solo me senté y pedí lo más barato.
- Si te entiendo, a mí tampoco me ha ido muy bien que se diga, pero aún
me mantengo y hay alguna que otra cosa sale.
- Si- y fije la mirada en un vino que había frente a mí.
- ¿Por qué ya no has llamado?
- Como te lo he dicho, ya no tengo dinero, estoy corto, las clases en el
instituto ya no cubren mis gastos.
- ¿Y quién ha dicho que yo quiero dinero? Comprendo que todo por estos
tiempos está difícil, pero no hay excusa. Que poco hombre eres al
excusarte en el dinero.
- ¿Entonces qué quieres? Que salgamos solo a pasear, a ver el cielo, a
escuchar la noche, ya ni para ir a ver a Dedeé tengo.
- ¿Sabes que es el amor? Dime si alguna vez has escuchado esa palabra.
¡Responde!
Quedo vagando entre sus pensamientos un cómodo tiempo, mientras María
le miraba extasiada, con un aire a ternura pero que se desvanecía a medida
que transcurría el silencio. Como es posible que Rocamador no pudiese
expresar todo eso que pensaba, no pudiese estallar así como tantas noches,
tantas tardes, tantos soles había estallado escribiendo en su libreta, amando
a una mujer que pretendía existir pero que nunca existió. Esa paralabra
amor que Rocamador había ido deshumanizando e humanizándola a su
antojo, ese verbo bisílabo que tanta fascinación le despertaba. Maria
siempre lo sacaba de quicio, tal vez por eso el prefería no toparse con ella,
no hablar, entonces aquel silencio no era por su nefasta expresión dialéctica
sino por huir de una conversación que el mismo sabía que iba terminar mal.
Racamador era profesor en el instituto de bellas artes de Francia, donde
termino despedido ya hace unos muchos meses. Vivía en el sur de parís, en
una modesta habitación, donde había un balcón y allí pintaba sus oleos.
Hace muchos años, cuando vivía al otro lado, en ese escondido rincón
llamado Colombia, se hospedaba en una finca, o una especie de finca a las
afueras de Medellín más allá del Peñol, donde desarrollo su mayor
producción artística, pintando retratos y teniendo gran demanda asi
consiguió viajar a Paris donde creyo ser el nuevo Miro y consigo trajo a
Maria, con la que compartia una repentina relación, pero hablamos de un
contexto tan antiquísimo y es barroco traerlo a este contexto en donde
Rocamador huye a todo contacto palpable e intangible- hasta metafísico-
con María. Diez años han pasado, y todo un mundo de historias, que si bien
son catástrofes algo de las guerras se puede rescatar.
- Si, lo tengo muy claro.
- ¿Ah sí?- respondió María, con una tonalidad más a reto que a pregunta.
- Yo te amé….
En ese preciso momento, Mario se helo, y así como cuando un púgil antes
de entrar a su batalla se paraliza y a lo mismo el tiempo, se sintió un vacio
entre la dualidad de Maria y Rocamador y parecía que algo nuevo
comenzaba
- Pero asi como escuchas, yo te amé, y tienes que ponerle cuidado a los
tiempos de oración, porque ya ese amor no existe, y si existió que creo
que fue un ilusorio sentimiento que me trace al tenerte tan cerca, al
tocarte tanto y al sentir que eras tan mía, pero hasta ahí, no se puede,
por más que se trate, creer lo que no se siente y no se entiende, fue
inverosímil dictarme a amarte sin sentirlo, y si te amé, ahora ya no lo
hago, ponele cuidado a los tiempos.
- No, no salgas con estas ahora Roca, vamos, es decir que me amaste por
algún beneficio, ese de la carne. Déjate ya de cosas asi.
- No de la carne, si fuera así una puta vendría mejor. ¡Pero ya! Me voy, es
mejor así.- mientras hablaba dejo unos tantos billetes en el mostrador y
fue saliendo.
- Estupideces- grito María.
Afuera era todo tan distinto, y se apresuró a perderse entre la niebla, para que
María cuando saliera no pudiera seguirlo. Cuando llego a su residencia,
destapo unos cigarrillos, y ojeando un tomo de la Critica paso las pocas horas
que quedaban de un pesado viernes en Paris.
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