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2019 La Otra Gloria
2019 La Otra Gloria
Como presidente del grupo Planeta, Gloria Zea fue el peón de brega para la
penetración, en Colombia y América Latina, de la industria editorial española
controlada por el Partido Popular, sirviendo a José Manuel de Lara, que se
hizo, en esos años con los despojos de la gran editorial Seix Barral con la cual
Carlos Barral había puesto por los cielos la literatura latinoamericana y
terminaría, antes de morir, dueño de El Tiempo, quien lo vendió a Luis Carlos
Sarmiento por la bicoca de 257 millones de dólares. De esos años viene la
colaboración de la treintañera Ana Roda, inventora de las bibliotecas públicas,
para atiborrar de impresos españoles miles de edificios municipales donde
nadie asiste y hacer de las sucursales del Banco de la República una suerte de
tumba de epítomes peninsulares que han desplazado los libros de las viejas
editoriales nacionales como Bedout, Voluntad, Tercer Mundo, El Ancora, La
Carreta, Temis o El Buho. El daño causado por esta aventura de la señora Zea,
imprimiendo millones de libros de historia mamerta, novelas, libros de cocina,
fotos, etc., sirvió también para enriquecer a Propal que junto a la Editorial
Oveja Negra, el gran invento del estafador más premiado de Garcia Marquez,
sirvió para que el hijo de Alvaro Mutis, convirtiera en novelista a un ex
convicto por soborno a la Constituyente de Rojas, haciendo de paso héroes
literarios a esa pléyade de memos integrada por Jorge Franco, Mario
Mendoza, Héctor Abad Faciolince, Santiago Gamboa, Laura Restrepo,
Patricia Lara, Efraim Medina, Roberto Burgos, Alfonso Carvajal, Fernando
Quiroz, Piedad Bonet y/o Juan Esteban Constaín, entre otros. Vale recordar
que el primero de los libros publicados por Colcultura con la dirección de Juan
Gustavo Cobo, fue la traducción de Las Flores del Mal de Baudelaire, hecha
por el padre de la última criatura.
Fueron los años de las vacas gordas. Cuando un señor Padilla y otro López,
dueños de una galería que era museo decidieron vender a la nueva clase, la
narcocracia cuadros de pintores colombianos a precios astronómicos. Los
narcos cambiaban sus toneladas de dólares guardados en los Estados Unidos
por enormes pinturas que sus mujeres colgaban entre los seiscientos abrigos
de piel y los ochocientos pares de zapatos. El pintor preferido de los señores y
señoras era uno cuya temática concurría era la pintura figurativa de gran
formato con mujeres desnudas, caballos, escenas de matrimonios, jugadores
de naipes, coperas, cabareteras y amoríos, todo enmarcado en acontecimientos
populares de feria de pueblo. Un pintor cuya obra valía en 1950 unos 30
dólares, para los gobiernos de López y Turbay unos 100.000 y para la primera
década del dos mil, unos 2 millones, como si la pintura del colombiano fuera
más rentable que la coca, pues se había incrementado en 1.540% en medio
siglo. Precios que se derrumbarían cuando el señor Padilla terminó en una
cárcel neoyorquina, tras la caída de Pablo Escobar, la captura de los hermanos
Rodriguez y la condena del hijo mayor, que había guardado la plata robada de
los financiadores de Ernesto Samper en las cuentas de papá.
Para lavar los pecados del niño, el obeso padre “regaló” a Colombia y
Medellín una colección de sus cuadros de museo y unas cuantas estatuas
infladas que cobró a precio de Vaticano, para de bumerán, lavar impuestos por
casi dos billones de dólares. Varios artículos de prensa dan noticias de sus
exóticos camelos.
El MAMBO había servido entonces para promover la obra de su ex marido,
el padre de “Mis tres hijos, tres Boteros maravillosos, los mejores que ha
hecho el maestro y que no se pueden colgar en la pared”.
Su tarea en el museo fue cuestionada durante más de medio siglo. Se decía
que hacia lavar los tapetes de sus casas de Tabio y Bogotá en las dependencias
del centro, que usaba los cuadros de la colección permanente para decorar sus
cenas privadas, que ponía el museo al servicio de sus amantes, como el Centro
de Estudios Teatrales que controlaba Giorgo Antei, a quien había hecho
nombrar director en la Escuela Nacional de Arte Dramático, o la revista que
pagaba y editaba el museo para el mismo centro, o la retrospectiva que hizo
del padre de su otro amante Jorge Ali Triana, a lo que agregaban los
malquerientes que descuidaba la colección almacenada entre lugares húmedos
y mal olientes, el desprecio que sentía por la sala de cine y los cineclubes,
cuyo local era un sanitario oficial oliente a orines y popó, las preguntas de
dónde iba a parar todo el dinero que recogía de subastas de maquetas,
ediciones limitadas de computadores, cenas de beneficencia y cenas
personales y sonados cocteles para amigotes, o las enormes sumas de dinero
que recibía del erario público si los montajes y exhibiciones eran de una
pobreza y ordinariez digna de un trapense. Además, era acusada de hacer
exhibiciones comerciales, como cuando expuso 300 sillas, lámparas y afiches
españoles, o una gigantesca foto de un caballo galopando en la Plaza de
Bolivar, o su afición mamerta a celebrar las barbaridades de los guerrilleros
como cuando expuso 89 pinturas de ex combatientes, organizada por un tal
Echavarria, que llamó, ladinamente La que guerra que no hemos vivido, donde
no había victimas por ninguna parte. Los artistas nacionales se quejaban del
lamentable estado de sus obras, o su desaparición total, como fue el caso de La
corona para una princesa chibcha de Maria Fernanda Cardozo, que dejo de
existir, con la estructura de metal oxidada y torcida y las lagartijas disecadas
sin patas, al Narciso de Oscar Muñoz que le hicieron dibujos con lápiz
encima, la mancha de humedad de una de las cajas de Alvaro Barrios, la cama
abollada y torcida de Beatriz Gonzalez, el Enchufe en la pared de Santiago
Cardenas que estuvo treinta años enrollado en una caja, los dibujos de Lucas
Ospina que desaparecieron de repente, el cupido de la “Venus desarmando a
Cupido” de Carrier Belleuse con el dedo pegado con un chicle, o la historia de
que tuvo o tiene pignorada a un banco o a varios los cuadros más valiosos de
la colección permanente, etc., etc. Y para colmo de males, un día le dio por
exhibir una colección de Barbies, porque era la muñeca que le gustaba a su
hijita.
Al final de sus días le dio porque los colombianos debían regalarle
44.000.000.000 millones de pesos para ampliar SU museo con el PROYECTO
DE LEY 147 DE 2012 SENADO. Cosa que no pudo lograrse, porque la
envidiosa de Mariana Garcés, que la odiaba, se le atravesó en el camino.
Tenía razón la otra Gloria. Le habían dicho hasta P.U.T.A., a lo cual
respondió: “Es injusto porque lo único que no he hecho por el museo es
prostituirme en la carrera séptima.”