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La belleza ante el horror; Reflexiones a propósito de la nueva “peste”

I. Prólogo

“La convicción de que la vida tiene una finalidad está grabada en todas las fibras
del hombre, es una propiedad de la sustancia humana. Los hombres libres llaman
de muchas maneras a tal finalidad, y sobre su naturaleza piensan y hablan mucho:
pero para nosotros la cuestión es muy simple. Aquí y hoy, nuestra finalidad es
llegar a la primavera. De otras cosas, ahora, no nos preocupamos. Detrás de esta
meta no hay, ahora, otra meta”.

(Primo Levi; Si esto es un hombre)

El año 2020 es atípico por varias razones: la primera parte de su propia numeración “20-20”, por
tanto, antes de empezar y después de ser recibido las gentes – esos fervientes creyentes de
cadenas de redes sociales – aconsejaban que a la hora de colocar la fecha en cualquier trámite,
sobre todo en aquellos donde existían bienes valiosos de por medio, nos cercioráramos de anotar
la fecha completa – ejemplo: 01-01-2020 y no el común 01-01-20 – porque podía llegar algún
“vivo”, de esos Juanito Alimaña que están regados en todo el mundo, y meternos en un
“berenjenal” innecesario. Como segundo, el año resulto bisiesto, febrero cada cuatro años trae
veintinueve días y no los comunes veintiocho, fenómeno común pero que despierta – a cierto
público – suspicacia.

Nuestro año 2020 todavía nos guardaba un “regalo” por otorgarnos: trajo consigo una nueva
“peste”, el Covid-19, de nacionalidad china, nacido a finales de 2019 en la ciudad de Wuhan,
provincia de Hubei. Todavía, a pesar de las diversas hipótesis sobre el lugar del alumbramiento,
unos sostienen que fue producto de la pésima higiene de un mercado de animales salvajes y que
es el murciélago el culpable de lo que hoy en día está pasando la humanidad; otros son más
osados y se atreven a sostener que el virus es una creación de un laboratorio chino.

Si el virus vino al mundo de “manera natural” o por “inseminación artificial” es algo que al
momento de escribir estas líneas no es prioridad inmediata – aunque si mediata –de los agentes
de la salud en los diversos países que componen el globo terráqueo; su prioridad es el desarrollo
de formas que permitan contener el brote del virus y que el mismo deje de llevarse tantas vidas,
sobre todo la de la generación de la tercera edad – los abuelos han sido los más perjudicados de
todos – y aquellos que sufren de condiciones previas (diabetes, hipertensión, etc.). En la
actualidad la cifra de contagiados asciende a millones en todo el mundo y miles de muertes –
números que con el pasar de los días y a pesar de los esfuerzos se seguirán incrementando,
aunque se espera sin tanta voracidad como dos de sus antepasados más letales: la peste negra o la
gripe española.

Estamos a junio de 2020 y aparte de China, foco primario del virus, otras grandes potencias
como Estados Unidos de Norteamérica (país con el mayor número de infectados y muertes al día
de hoy), Italia, España (las imágenes en ambos países hace poco más de un mes conmovían al
mundo entero), Reino Unido (inclusive el primer ministro británico Boris Johnson sobrellevó el
contagio), también han sufrido grandes debacles a causa de este nueva “peste” que azota el
mundo. Desde hace tres semanas el foco de atención ha movido su curso a Latinoamérica donde
países como Brasil, Chile, México han aumentado exponencialmente el número de contagiados,
aunque en relación con los países del primer mundo el número de muertes todavía no alcanza las
cifras de aquellos.

La primera gran emergencia latinoamericana por el Covid-19 se vivió en Ecuador, en la ciudad


de Guayaquil, donde a falta de personal para atender y trasladar a las personas que habían
fallecido muchos cuerpos inermes pasaron varios días en sus casas o amanecieron esparcidos en
las calles; las autoridades tardaron en responder a tal crisis, semejante falta de competencia nos
permite recobrar – en cierta medida – las palabras de Primo Levi, que tanto sufrió por otro tipo
de peste – la de Auschwitz –, “el terror es muy contagioso y el individuo aterrorizado, en lo
primero que piensa es en la fuga” (Levi, 2002, 86). A tal situación debemos sumarle otra de
semejante gravedad: los ataques al personal médico en diversas partes del mundo pero con más
ahincó en América Latina. Lo que parece confirmar que “frente a la necesidad y el malestar
físico oprimente, muchas costumbres e instintos sociales son reducidos al silencio”. (Ibíd, 49).

Tales actitudes es la que nos llevan a la reflexión siguiente, eso que parece estar allí todo el
tiempo (lo moral, lo correcto) pero que en ocasiones extraordinarias (como el campo de
concentración de Levi o el brote de Covid-19 en la provincia de Guayas) queda reducido al
silencio, es decir, los hombres no distinguen entre lo bueno y lo malo, entre lo que es correcto e
incorrecto porque el pensamiento ético es desplazado por la necesidad biológica – pero también
espiritual – de un día más.
Mas, Miguel de Unamuno, aquel vasco atormentado pero tan magistral a la hora de definir el
querer de los hombres, de los seres de carne, hueso y razón pero también emoción e instinto –
instinto de vivir – sostenía que “más de una vez se ha dicho que todo hombre desgraciado
prefiere ser el que es, aun con sus desgracias, a ser otros sin ellas. Y es que los hombres
desgraciados, cuando conservan la sanidad de su desgracia, es decir, cuando se esfuerzan por
perseverar en su ser, prefieren la desgracia a la no existencia”. (Unamuno, 2007, 29).

La reflexión unamuniana nos invita a buscar aproximarnos a la comprensión de las actitudes


emprendidas por los individuos en estos tiempos de Covid-19. Para ello tomaremos como
referencia la literatura: desde Carmen Rosa (Casas Muertas) y Edipo (Edipo Rey) quienes
también son personajes que tienen que lidiar con las “pestes”, que aunque trágicas en su devorar
de los hombres pueden darnos razones (positivas ante y entre el pesimismo) para tratar de llevar
a luz eso que parece “estar en silencio” en muchos durante este año bisiesto, este 2020.

II. Carmen Rosa: La belleza ante la adversidad, la desolación y la muerte

“No me hables de esa abigarrada multitud cuyo aspecto espanta al espíritu.


Presérvame de ondulante flujo que, a nuestro pesar, nos empuja hacía el
torbellino.
No; llévame a ese sereno rincón del cielo donde sólo para el poeta florece la
auténtica alegría, donde, con mano divina, el amor y la amistad procuran y
dispensan bendiciones a nuestro corazón […]
Lo que brilla nació para el instante; lo auténtico permanece imperecedero en la
posteridad”.

(Fausto; Johann Wolfang Goethe)

Sobre el Covid-19 se ha hablado y escrito mucho desde su expansión, lo que se ha dicho no


corresponde a nosotros calificar. Hablamos desde el origen, las teorías conspiratorias y otras
apocalípticas, el renacer de una nueva sociedad o el afianzamiento de los patrones de la ya
existente; no queremos ahondar en esa temática, de la cual existe mucha bibliografía esparcida
en la internet, porque nuestro interés es el “hombre de carne y hueso” como sostenía Unamuno:
ese que prefiere sus desgracias a huir de ellas porque también en ellas reconoce su ser.
Uno de los personajes de la literatura venezolana que a nuestro parecer se acerca a lo sostenido
por el rector de Salamanca es Carmen Rosa Villena, la protagonista de la obra magna de Miguel
Otero Silva, Casas Muertas. Es que “cuando Carmen Rosa nació ya Ortiz había comenzado a
desplomarse. Entre ruinas dio sus primeros pasos y ante sus ojos infantiles fueron surgiendo
nuevas ruinas” (Otero Silva 1955, Consultado el 15 de marzo de 2020). Ortiz fue un pueblo
azotado no por una pandemia sino por varias pandemias (la fiebre amarilla, el paludismo). La
hematuria, la úlcera destruían a la población a pasos agigantados, sin embargo, en un momento –
antes de las desgracias – fue un pueblo pujante, uno de los más importante del llano.

Todos en el pueblo hablaban de esa época. Los abuelos que la habían vivido, los padres que
presenciaron su hundimiento, los hijos levantados entre relatos y añoranzas. Nunca, en ningún sitio,
se vivió del pasado como en aquel pueblo del Llano. Hacia adelante no esperaban sino la fiebre, la
muerte y el gamelote del cementerio. Hacia atrás era diferente. Los jóvenes de ojos hundidos y
piernas llagadas envidiaban a los viejos el haber sido realmente jóvenes alguna vez. (Ibídem).

La imagen que nos da Otero Silva es depresiva, y así de deprimente son los personajes que viven
en Ortiz – la mayoría de alguna u otra forma afectados por las pandemias que azotaban al pueblo.
Pero Carmen Rosa era diferente, ella no se detenía en la tristeza – a pesar de haber nacido entre
ella – sino que más bien buscaba alternativas para superar – y hacerles superar aunque sea por
instantes a los otros personajes – tal forma de vida tétrica y lograba (en la mayoría del tiempo) su
cometido.

Carmen Rosa había prestado siempre más atención que nadie a aquellas historias de un ayer
alucinante. Cuando niña no empleó su imaginación en crear un mundo donde las muñecas son seres
vivos, la tortuguita un ogro y el arrendajo un príncipe que espanta a las brujas con su canción. Eso
quedaba para su hermana Marta que se ponía a llorar cuando a Titina, la muñeca, le daba calentura.
Pero Carmen Rosa prefería reconstruir Ortiz, levantar los muros derruidos, resucitar a los muertos,
poblar las casas deshabitadas y celebrar grandes bailes en «La Nuñera», con orquesta de siete
músicos y farolitos de papel pintado. (Ibídem).

La actitud de Carmen Rosa es digna de admirar, sobre todo en estos tiempos de pandemia,
porque donde los otros ven desolación ella encontraba motivos para “construir humanidad”, es
decir, hacer y hacerse con los otros. Los tiempos de crisis – de esa desgracia a la que refiere
Unamuno, desgracia personal pero que también la hay colectiva como lo que vivimos hoy – nos
dan la posibilidad de elección entre sucumbir a la barbarie utilizando como justificación las
fuerzas hostiles – llámese Covid-19, paludismo, Auschwitz, Guerra Civil, etc. – o alzarse como
Carmen Rosa y buscar desde la implementación de ideas frescas nuevas formas que permitan
superar las actitudes perjudiciales, creando mecanismos que permitan el beneficio de los otros
porque al final allí también está nuestro beneficio. Es una actitud ética, una ética que se afinca en
el amor1, pero entiéndase éste no como la simple atracción hombre-mujer2 sino como la filia
(amistad) para con aquellos que son nuestros iguales3, sea en condiciones favorables como las de
ayer, sea en condiciones desfavorables como las de hoy. Esto es Carmen Rosa.

Cabe destacar que Carmen Rosa, aunque no enferma, sufre indirectamente por las enfermedades
que azotan a Ortiz, su padre muere después de durar varios años incapacitado mentalmente y el
golpe más grande que soporta: la muerte de su amado Sebastián; no por restarle importancia a la
ausencia del padre, pero desde que éste había sucumbido a la fiebre y perdido la razón parecía
muerto en vida, en cambio, el otro, era joven y fuerte como un león pero sin embargo (expresado
en el comienzo de la obra):

Pero había muerto Sebastián, cuya presencia fue un brioso pregón de vida en aquella aldea de
muertos, y todos comprendían que su caída significaba la rendición plenaria del pueblo entero. Si
no logró escapar de la muerte Sebastián, joven como la madrugada, fuerte como el río en invierno,
voluntarioso como el toro sin castrar, no quedaba a los otros habitantes de Ortiz sino la resignada
espera del acabamiento. (Ibídem).

Carmen Rosa Villena parece haber entendido esto, al final sucumbe de otra forma y es mediante
la resolución de abandonar su Ortiz por pretenderse un futuro más promisorio en el Oriente
venezolano; la muerte de su amado Sebastián, de apenas veinticinco años y fuerte como un roble,
fue lo último de Ortiz y lo último de Carmen Rosa en Ortiz. Pero ¿no es esa huida también una
manifestación de esperanza, ese negarse a esperar la muerte, ese negarse a sucumbir sin hacer
nada? Es el viaje a Oriente en esa ética del hombre para los hombres, donde Carmen Rosa les
deja a los habitantes del hoy, a merced del Covid-19, un símbolo para que los individuos
recuerden que hay un mañana y hay un lugar mejor pero que no nos llega por azar, sino que es
deber construirlo (como pretendió ella tratando de revivir las viejas glorias de Ortiz) y sino
buscarlo (como en el emprendimiento de la aventura oriental) aún e inclusive cuando para ello
primero tengamos que soportar una “peste” y la pérdida de seres queridos. Al final en este
mundo de desgracias –nuestra actitud ante ellas, inclusive, nos llegan a definir mucho mejor que
ante las gracias – la esperanza de los hombres, y eso sino está presente es deber ser recodárselos,
son ellos mismos únicos capaces de crear algo auténtico que valga la pena (ser imperecedero)
para los que vienen.

III. Edipo: La belleza de la búsqueda de la verdad y del bien común


“Toda acción se comporta así: realizada por sí misma no es de suyo
ni hermosa ni fea, como, por ejemplo, lo que hacemos nosotros ahora,
beber, cantar, dialogar. Ninguna de estas cosas en sí misma es hermosa,
sino que únicamente en la acción, según como se haga, resulta una cosa u
otra: si se hace bien y rectamente resulta hermosa, pero si no se hace
rectamente, fea”.

(Platón; El Banquete)

Mucho antes que Carmen Rosa Villena en el pueblo de Ortiz, otro ilustre personaje de la
literatura tuvo que lidiar con una problemática similar, éste fue el rey de Tebas, Edipo. La
historia de este héroe de los mitos griegos fue inmortalizada por Sófocles (también Séneca
escribió una tragedia sobre Edipo pero sin la resonancia de la escrita por el dramaturgo heleno).
La tragedia comienza cuando el Coro – grupo de ancianos de Tebas – va en modo de suplicantes
a pedir a su soberano que busque la manera para dar fin a la calamidad que diezma a la ciudad.

Sacerdote. – […] Pues la ciudad, justamente como tú mismo lo observas, zozobra y no es


capaz de levantar cabeza de las profundidades y del sangriento oleaje: se está consumiendo
a causa de los brotes de la tierra que no llegan a aflorar, y se está consumiendo a causa de
los ganados vacunos que se echan a perder y a causa de los partos infecundos de las
mujeres. Y la ignífera diosa, la peste sumamente detestable, tras precipitarse sobre la
ciudad, la aflige, y por ella se va vaciando el solar cadmeo mientras el negro Hades se va
enriqueciendo con lamentos y gemidos […] Y ahora, Edipo, poderosísimo según todos,
todos éstos te suplicamos, vueltos a ti, que nos halles algún remedio, bien sea porque hayas
oído un mensaje a algún dios o bien porque lo conozcas por algún hombre. (Sófocles,
2002, 204).
Edipo, es un gobernante benévolo – nada en comparación con muchos de los gobernantes
modernos – que muestra su preocupación ante los hechos que ocurren y ante la angustias de sus
ciudadanos, por tal motivo responde al sacerdote – con ello al Coro y a la ciudad entera – lo
siguiente:

Mis sentidos hijos, os acercasteis a mí en solicitud de hechos propios para ser conocidos
por mí y no por desconocidos. Pues sé muy bien que andáis mal todos, pero aunque andáis
mal, como yo, no hay entre vosotros ninguno que ande igual de mal. Pues vuestro dolor
afecta a uno solo por sí y a ningún otro, en cambio mi espíritu llora a la vez por la ciudad y
por mí y por ti. De modo que no me despertáis de dormir un sueño ¡de eso nada! Al
contrario, sabed que he vertido ya muchas lágrimas y que he recorrido muchos caminos en
andanzas de preocupación. Y el único remedio que en meticuloso examen encontré, ése lo
puse en práctica. En efecto, comisioné al hijo de Meneceo, Creonte, mi propio cuñado, a
las mansiones informativas de Febo, para que se informara de cuál es el hecho o cuál la
palabra con que conseguir yo poner a salvo esta ciudad. (Ibídem, 205).
La actitud de Edipo (Sófocles) es una muestra de lo que debe hacer un gobernante en momentos
críticos: 1) no recrimina a sus conciudadanos, más bien los comprende porque a él también le
perturban las mismas preocupaciones; 2) la crisis no la toma como algo de menor importancia –
aún si así lo fuera – porque su deber es procurar el bienestar de los suyos, en la ventura de ellos
también encuentra la dicha suya y, 3) actúa de la manera más rápida y oportuna posible – al
enviar a Creonte a obtener ayuda del oráculo de Apolo en Delfos – para contrarrestar con la
misma velocidad los padecimientos de toda la ciudad.

Nunca está en Edipo el bienestar propio, e inclusive siempre hace referencia a la búsqueda de
una solución que beneficie a todos – Sófocles muestra que el bien de la ciudad (polis) está por
encima del bien individual en la concepción democrática ateniense del siglo V a.C –. Actitud
ésta que trasciende y se mantiene posteriormente en pensadores como el estagirita Aristóteles,
siglo IV a.C:

Pues aunque sea el mismo el bien del individuo y el de la ciudad, es evidente que es mucho más
grande y más perfecto alcanzar y salvaguardar el de la ciudad; porque procurar el bien de una
persona es algo deseable, pero es más hermoso y divino conseguirlo para un pueblo y para las
ciudades. (Aristóteles, 1985, 131).

Volviendo al desarrollo de la trama de la tragedia, Creonte hace saber que el oráculo de Febo
(otro nombre para referirse a Apolo) informa que para la ciudad recuperar su tranquilidad se
debe expulsar o asesinar a quien acabó con la vida del soberano anterior, Layo – el padre de
Edipo, aunque éste no lo sabe y quien él mismo asesino –, es decir, el culpable del sufrimiento de
Tebas es el propio soberano actual. La peste, aunque es el impulso originario del drama, pasa a
ocupar un “segundo” plano en la continuación de los acontecimientos.

A partir del conocimiento del oráculo, Edipo toma la decisión de encontrar al asesino de Layo y
se atreve a sentenciar lo siguiente:

[…] Quienquiera que de vosotros sepa a manos de qué individuo pereció el hijo de Lábdaco,
mando a todo el mundo que me lo denuncie. Y si el propio individuo teme, que se substraiga al
cargo denunciándose voluntariamente, pues no le ocurriría ninguna otra cosa desagradable más que
salir del país, pero con garantías. Y si alguien, a su vez, conoce al autor del hecho, bien sea otro o
de otra tierra, no lo calle, pues le asignaré el pago correspondiente y además le quedará mi
agradecimiento. Pero si, por el contrario, os calláis y la gente, temerosa por un ser querido o incluso
por sí misma, no hace caso de estas mis propuestas, debéis oírme las medidas que en ese supuesto
tomaré. Al individuo ese, quienquiera que sea, prohíbo que en este país cuya jefatura y trono
ostento lo admita o le dirija la palabra alguien o lo haga partícipe en las oraciones o en las ofrendas
a los dioses o le asigne parte alguna en las abluciones. Ordeno, por el contrario, que lo echen todos
lejos de sus casas, en la seguridad de que éste es nuestra mancilla, como el oráculo Informador del
dios me lo acaba de manifestar a mí. Como veis, éste es el tipo de aliado en que me convierto yo
del hado y del hombre que murió. Y si el ejecutor pasa desapercibido, bien sea que se trate de uno
solo, alguno de por ahí, o bien sea que actuara en compañía de más gente, pido solemnemente a
dios que pase él, ¡miserable!, desgraciadamente una vida desventurada. Y pido también que, si
llegara a compartir mi hogar en mis propias mansiones con conocimiento mío, sufra justamente lo
que imprequé hace un instante contra ellos. Y a vosotros os encargo que cumpláis todas estas
órdenes, por mí mismo, por el dios y por este país, consumido tan estéril y tan dejado de la
divinidad. (Sófocles, 2002, 212).

Sin querer – y sin saberlo – Edipo se condena a sí mismo y a toda su familia. El devenir de los
acontecimientos llevará a descubrirlo a él como el causante de la muerte de Layo y de las
desgracias que vive la ciudad. Lo relevante, a favor de Edipo, es que a pesar de que
descubrimiento tras descubrimiento que lo acerca a su destino fatal, nunca da la espalda y acepta
las consecuencias que el mismo advirtió a quien fuera el asesino de Layo; el bienestar de la
ciudad se impone a una búsqueda de bien personal aun cuando esto causa su ruina, una actitud
que está esparcida en la tragedia griega anterior a Sófocles, lo mismo podemos recoger en la
posición asumida por Eteocles en Los siete contra Tebas de Esquilo. Lo formulado se puede
entender desde la petición de Edipo a Creonte, ya conocida toda la verdad, ya en el final del
drama sofocleo:

EDIPO. – En nombre de los dioses, ya que me dejaste estremecido, sacándome de mis sombríos
presentimientos, al haber llegado como el hombre más noble junto a mí el más ruin, concédeme
una cosa, pues he de hacerte una aclaración por bien tuyo y no mío.

CREONTE. – ¿Y qué cosa porfías tanto tener la suerte de conseguir?

EDIPO. – Arrójame de este país cuanto antes a un lugar donde no se me ha de ver dirigir la palabra
ningún mortal.

CREONTE. – Es una tarea que hubiera acometido, estate seguro de ello, que la hubiera acometido,
si no hubiera considerado conveniente antes de nada preguntar al dios qué se debe hacer.

EDIPO. – Sin embargo, lo que es su mensaje, fue claro por completo: hacer desaparecer a este
parricida, a este impío que soy yo. (Ibídem, 260).

El héroe tebano al final, más allá de la ignominia que siente, da muestra de grandeza al pedir ser
desterrado porque lo sabe él que en su destierro – e inclusive en su muerte, como así lo expresa
magistralmente el Edipo de Séneca4 - está la salvación de su ciudad, dejando así sentada la frase
del Banquete platónico que una acción de este calibre es hermosa porque en el horror es capaz
de pensar en los demás antes que en sí mismo, actúa rectamente.

IV. Epígono
Carmen Rosa como Edipo, nos muestran la solidaridad de los hombres como la capacidad de
comprensión, aceptación e inclusive de poner la vida de los otros por encima de la propia. Tales
actitudes, ante las desgracias que desencadenan las pestes, hacen sostener que ellos se afirman a
través de la realidad que los agobia, no la niegan, ni niegan a los otros que la padecen porque
sería negarse ellos también. No actúan de manera tardía como ocurrió en Guayaquil, tampoco le
restan importancia a la crisis de la cual hacen parte, algo que muchos gobernantes desde Donald
Trump hasta Jair Bolsonaro y Andrés López Obrador hicieron5, tampoco aplican la fobia tanto a
los contagiados como a los que luchan para salvar y prevenir más contagios (el personal de la
salud sobre todo).

Desde la belleza ante la adversidad (Carmen Rosa) y la belleza para encontrar la verdad y el
bien común (Edipo) ambos personajes muestran formas de afrontar situaciones caóticas: la
búsqueda de soluciones que mejoren las condiciones de vida de quienes hacen parte de un todo,
de un uno (revivir el viejo Ortiz, luego emprendiendo la aventura oriental en Carmen Rosa;
consultando el oráculo de Apolo, prometiendo encontrar la verdad para salvar la ciudad y luego
desterrándose en Edipo). Hoy, en medio de esta pandemia que atravesamos, debemos utilizar
estos ejemplos para elaborar alternativas que nos permitan evitar, prevenir situaciones productos
de las “pestes” y que terminan siendo más letales todavía como la discriminación, intolerancia,
xenofobia y que inclusive se han agravado en diversas partes “civilizadas” a raíz de las medidas
tomadas para evitar la propagación del virus.

Para finalizar, quizás las mejores palabras para saber qué hacer después del Covid-19 vuelven a
venir del judío sefardita que sobrevivió la “peste” de Auschwitz, el día después que liberaron el
campamento de la muerte más famoso de la historia:

Cuando quedó reparada la ventana desvencijada y la estufa empezó a calentar, pareció como si algo
se ensanchase en cada uno de nosotros, y fue entonces cuando Towarowski (un franco-polaco de
veintitrés años, con tifus) propuso a los otros enfermos que cada uno de ellos nos diese una
rebanada de pan a los tres que trabajábamos, y su proposición fue aceptada. Sólo un día antes un
acontecimiento semejante habría sido inconcebible. La ley del Lager decía: «Come tu pan y, si
puedes, el de tu vecino», y no dejaba lugar a la gratitud. Quería decir que el Lager había muerto.
Fue aquel el primer gesto humano que se produjo entre nosotros. Creo que se podría fijar en aquel
momento el principio del proceso mediante el cual, nosotros, los que no estábamos muertos, de
Häftlinge empezamos lentamente a volver a ser hombres”. (Primo Levi, 2002, 90).

Notas:
1
“La caridad es sufrida, es dulce y bienhechora: La caridad no tiene envidia, no obra precipitada ni temerariamente,
no se ensoberbece. No es ambiciosa, no busca sus intereses, no se irrita, no piensa mal. No se huelga de la injusticia,
complácese sí en la verdad: A todo se acomoda, cree todo el bien del prójimo, todo lo espera, y lo soporta todo”.
(1ra Epístola de Pablo a los Corinthios, 13: 4-7; VV.AA, 2002, p. 1146).
2
Que también existe en Carmen Rosa, pero que no la mueve porque llega después para proyectarla aún más en su
movimiento de búsqueda de bienestar de los habitantes de Ortiz.
3
“Purificando pues vuestras almas con la obediencia del amor, con amor fraternal, amaos unos a otros
entrañablemente con un corazón puro y sencillo”. (1ra Epístola de Pedro, 1: 22; VV.AA, 2002, p. 1213).
4
“Ábrete tierra y tú, que dominas las tinieblas, arrastra a los abismos del Tártaro al que ha hecho volver atrás el
curso de las generaciones y de la familia. Amontonad, ciudadanos, las piedras sobre esta infame cabeza,
sacrificadme a flechazos. Que me acometan con su espada los padres, que me acometan los hijos; armen contra mí
sus manos las esposas y los hermanos y que el pueblo infestado por la peste me arroje tizones arrancados de las
hogueras. Yo, la afrenta del género humano, el odio de los dioses, las ruina de las sagradas leyes, ando suelto; yo,
que el día en que respiré torpemente por primera vez, ya era digno de muerte”. (Séneca, 1980, 133). Para finalizar en
la parte final del último acto (quinto acto) con lo siguiente: “Cuantos con el cuerpo extenuado y agobiados por la
enfermedad, apenas tenéis ya vida en vuestros pechos, mirad que huyo, me voy; levantad las cabezas. Una atmósfera
más pura viene detrás de mí: todo aquél que, postrado, trata de retener un hilo de vida, que aspire, aliviado, el aire
vivificante. Vamos, prestad ayuda a los desahuciados; yo arrastro conmigo las mortíferas enfermedades de esta
tierra”. (Ibídem, p. 140).
5
Inclusive la propia Organización Mundial de la Salud ha sido señalada por no proporcionar información adecuada
sobre el Covid-19 a tiempo.

Referencias Bibliográficas

Aristóteles. (1985). Ética Nicomáquea • Ética Eudemia. (Trad. Julio Pallí Bonet). Madrid: Editorial
Gredos.

Otero Silva, M. (1955). Casas muertas. Consultado 15 de marzo de 2020,


˂https://www.guao.org˃biblioteca˃.

Levi, P. (2002). Si esto es un hombre. (Trad. Pilar Gómez Bedate). Barcelona: Muchnik Editores.

Séneca. (1980). Tragedias II. (Trad. Jesús Luque Moreno). Madrid: Editorial Gredos.

Sófocles. (2002). Tragedias completas. (Trad. José Vara Donado). Madrid: Ediciones Cátedra.

Unamuno, M. (2007). Del sentimiento trágico de la vida. Madrid: Editorial Alianza.

VV.AA. (2002). Sagrada Biblia. Santa Fe de Bogotá: Editorial Edinet.

Gerardo J Valero Sánchez.

MSc. En Filosofía (Venezuela). Profesor.

Correo electrónico: gerardoj.valeros@gmail.com

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