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13.

MARLENUS, UBAR DE AR

Tomé rumbo hacia Ko-ro-ba. En mi alforja llevaba el trofeo, que entretanto se había
vuelto inútil, por lo menos para mí. Ya hacía tiempo que ese trofeo había cumplido su
cometido. Su desaparición había hecho tambalear un imperio y había asegurado, al
menos por algún tiempo, la independencia de Ko-ro-ba y sus hostiles ciudades
hermanas. Y sin embargo mi victoria, si es que puede llamársela así, no me deparaba
ninguna alegría. Había perdido a la mujer que amaba, a pesar de su crueldad y
desagradecimiento.
Dejé ascender al tarn, hasta que pude abarcar con la vista un territorio de unos
doscientos pasang. Muy a lo lejos podía reconocer una franja plateada, que debía
corresponder al gran Vosk; delante de él se veía el límite entre la planicie cubierta de
pasto y la franja devastada. Dominaba con la vista una parte de la Cordillera Voltai;
descubrí en el sur el reflejo de la luz crepuscular sobre las torres de Ar y observé en
el norte, en las proximidades del Vosk, el brillo de innumerables fogatas. Era el
campamento nocturno de Pa-Kur.
Cuando tiré de la segunda rienda para dirigir al tarn hacia Ko-ro-ba, descubrí algo
inesperado, directamente debajo de mí. Me sentí desconcertado. Al abrigo de las
ásperas rocas de la Cordillera Voltai, solamente reconocibles desde lo alto, distinguí
cuatro o cinco pequeñas fogatas, como se encuentran quizás en el campamento de
una patrulla en las montañas o encendidas por un pequeño grupo de cazadores que
van tras la ágil cabra goreana de los montes o el peligroso larl, una fiera semejante al
leopardo, de un color marrón amarillento que a menudo se encuentra en las montañas
goreanas. Este monstruo en posición vertical alcanza una altura de dos metros, y se lo
teme por sus ocasionales incursiones en las llanuras civilizadas. Impulsado por la
curiosidad, hice descender al tarn; me pareció improbable que en ese momento una
patrulla de Ar se encontrara en la Cordillera Voltai, y ni qué hablar de un grupo de
cazadores.
Al acercarme se confirmaron mis sospechas. Quizá los hombres del misterioso
campamento escucharon el batir de las alas del tarn, quizá durante una fracción de
segundo pudo verse mi silueta delante de una de las tres lunas goreanas, lo cierto es
que las fogatas desaparecieron de repente tras una lluvia de chispas y las cenizas
ardientes, fueron extintas de inmediato. Quizá se trataba de forajidos, quizá de
desertores del ejército de Ar. Podrían ser muchos los que buscaran su seguridad en las
montañas. Mi curiosidad estaba satisfecha y sentí pocos deseos de aterrizar allí abajo
en la oscuridad, donde fácilmente podía alcanzarme una flecha, disparada desde
cualquier dirección; tiré, pues, de la primera rienda y me apresté a regresar a Ko-ro-
ba, de donde había partido hacía algunos días, hacía una eternidad.

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