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LA CRISIS DE LEGITIMIDAD
POLÍTICA: NO NOS REPRESENTAN
Aunque la política española es una de las más corruptas de Europa, la corrupción política
es un rasgo genérico de casi todos los sistemas políticos, incluidos los Estados Unidos y
la Unión Europea, y uno de los factores que más ha contribuido a la crisis de la
legitimidad. Porque si los que tienen que aplicas las reglas de convivencia no las siguen
ellos mismos, ¿cómo seguir delegando en ellos nuestras atribuciones y pagando
nuestros impuestos? Suele argumentarse que se trata solo de algunas manzanas
podridas y que eso es normal teniendo en cuenta la naturaleza humana. Pero, con
algunas excepciones, como Suiza o Escandinavia (pero no Islandia), la corrupción es un
rasgo sistémico de la política actual. Puede ser que lo fuera siempre, pero no supone
que la extensión de la democracia liberal debería haberla atenuado en lugar de
incrementarla en época reciente como parece ser el caso, según los informes de
Transparency Internacional. Po qué es así? En parte se debe al alto coste de la política
informacional y mediática, que analizaré unos párrafos más abajo. No hay
correspondencia entre la financiación legal de los partidos y el coste de la política
profesional. Pero es difícil aumentar las asignaciones del presupuesto público a los
partidos había cuenta de la época estima de los ciudadanos. Es el pez que se muerde la
cola: no hay que pagar más a los corruptos y, por tanto, los políticos se tienen que hacer
corruptos para pagar su actividad y, en algunos casos, hacerse con un peculio por su
intermediación. Pero hay algo más profundo. Es la ideología del consumo como valor y
del dinero como medida del éxito que acompaña al modelo neoliberal triunfante,
centrado en el individuo y su satisfacción inmediata monetizada. En la medida en que
las ideologías tradicionales, fuesen las igualitaristas de la izquierda, o del servicio a
valores de la derecha clásica, han perdido arraigo, la búsqueda del éxito personal a
través de la política tienen relación con la acumulación personal de capital
aprovechando el tiempo en que se detentan posiciones del poder. El cinismo de la
política como manipulación deriva al cabo del tiempo en un sistema de recompensas
que se alinea sobre el mundo de la ganancia empresarial en la medida en que se concibe
la política como una empresa. En fin, no hay corruptos sin corruptores, y en todo el
mundo la practica de las grandes empresas incluye comprar favores al regulador o al
contratador de obra pública. Y como muchos lo hacen, hay que entrar en el juego para
poder competir. Así es cómo la separación entre lo económico y lo político se difumina
y cómo las proclamadas grandezas de la política suelen servir para disfrazar las miserias
de la misma.
La autodestrucción de la legitimidad institucional por el proceso político
La lucha por el poder en las sociedades democráticas actuales pasa por la política
mediática, la política del escándalo y la autonomía comunicativa de los ciudadanos. Por
un lado, la digitalización de toda la información y la interconexión modal de los mensajes
han creado un universo mediático en el que estamos permanentemente inmersos.
Nuestra construcción de la realidad, y por consiguiente nuestro comportamiento y
nuestras decisiones, dependende de las señales que recibimos e intercambiamos en ese
universo. La política no es una excepción a esa regla básica de la vida en la sociedad red
en la que hemos entrado de lleno. En la práctica solo existe la política que se manifiesta
en el mundo mediático multimodal que se ha configurado en las dos ultimas décadas.
En ese mundo los mensajes mediáticos que forman opinión deben ser extremamente
sencillos. Su elaboración es posterior a su impacto. El mensaje más impactante es una
imagen. Y la imagen más sintética es un rostro humano, en el que nos proyectamos a
partir de una relación de identificación que genera confianza. Porque, como sabemos,
aprendiendo de la neurociencia más avanzada, la política es fundamentalmente
emocional que por más que les pese a los racionalistas anclados en una ilustración que
tiempo ha perdió su lustre. A partir de ese primer reflejo emocional que marca nuestro
universo visual emocional procedemos al proceso cognitivo de la elaboración y decisión.
La impresión se va haciendo opinión. Y se corrobora o desdice en la elaboración del
debate continuo que tiene lugar en las redes sociales en interacción con los medios. La
comunicación de masas se modela mediante la auto-comunicación de masas a través de
Internet yl as plataformas inalámbricas omnipresentes en nuestra práctica. La dinámica
de construcción de un mensaje sencillo y fácilmente debatible en un universo
multiforme conduce a la personalización de la política. Porque es un torno al liderazgo
posible de una persona que se construye la confianza en la bondad de un proyecto.
Siendo así, la forma de lucha política más eficaz es la destrucción de esa confianza a
través de la destrucción moral y de imagen de persona que se postula como líder. Los
mensajes negativos son cinco veces más eficaces en su influencia que los positivos. Por
tanto, se trata de insertar negatividad de contenidos en la imagen de la persona que se
quiere destruir para eliminar el vinculo de confianza con los ciudadanos. De ahí la
práctica de operadores políticos profesionales de buscar materiales dañinos para líderes
políticos determinados, manipulándolos e incluso fabricándolos para aumentar su
efecto destructivo. Tal es el origen de la política del escándalo, descrita y teorizada por
el sociólogo de Cambridge John Thompson, que aparece en el primer plano de los
procesos políticos de nuestro tiempo en todos los países. Y como hay que estar
prevenido para ataques insidiosos, todo el mundo acumula munición y, por ofensa o
defensa, todos acaban entrando en el juego de la política escandalosa, tras cuya opaca
cortina desaparecen los debates de fondo. En realidad, los estudios demuestran que es
ya algo tan habitual que las victorias o derrotas de los políticos no siguen
necesariamente el curso de los escándalos. Frecuentemente, la gente acaba prefiriendo
a “su corrupto” antes que al corrupto de enfrente porque como todos lo son, en la
percepción general, eso ya está descontado, salvo los casos de políticos vírgenes a
quienes les puede durar la aureola un tiempo. Pero si los efectos de la política del
escándalo son indeterminados sobre los políticos específicos, tiene un efecto de
segundo orden que es devastador: inspira el sentimiento de desconfianza y reprobación
moral sobre el conjunto de los políticos y de la política, contribuyendo así a la crisis de
legitimidad. Y como en un mundo de redes digitales en las que todo el mundo puede
expresarse no hay otra regla que la de la autonomía y la libertad de expresión, los
controles y censuras tradicionales saltan por el aire, los mensajes de todo tipo forman
un oleaje bravío y multiforme, los bots multiplican y difunden imágenes y frases
lapidarias por miles y por el mundo de la posverdad, del que acaban participando los
medios tradicionales, transforma la incertidumbre en la única verdad fiable: la mía, la
de cada uno. La fragmentación del mensaje y la ambigüedad de la comunicación remiten
a emociones únicas y personales constantemente realimentadas por estrategias de
destrucción de la esperanza. Para que todo siga igual. Aunque el principal efecto de esta
cacofonía político-informativa es la puesta en cuestión de todo aquello que no podemos
verificar personalmente. El vínculo entre lo personal y lo institucional se rompe. El
círculo se cierra sobre sí mismo. Mientras, buscamos a tientas una salida que nos
devuelva esa democracia mítica que pudo existir en algún lugar, en algún tiempo.
Los actos terroristas que se suceden desde 2014 en las principales ciudades europeas
(en España desde 2004) surgen de la confluencia de tres fuentes. Por un lado, la
situación de marginación y discriminación laboral, educativa, territorial, política y
cultural de los casi veinte millones de musulmanes de la Unión Europea, más de la mitad
de los cuales son nacidos en Europa. A pesar de lo cual no son reconocidos como tales
en la vida cotidiana, al tiempo que su religión es estigmatizada por sus conciudadanos.
Por eso la mayoría de los atentados se producen en los países donde tienen mayor peso
en la población, como Francia, Bélgica, Alemania o Reino Unido, sin que los otros países
sean inmunes a una intensa actividad yihadista: recordemos Barcelona y Cambrils. En
segundo lugar, la referencia a una yihad global, antes simbolizada por Al Qaeda, luego
por el Estado Islámico, o Boko Haram en África, cuyas imágenes en Internet acompañan,
informan, y a veces ponen en contacto a jóvenes musulmanes en busca de sentido, en
Europa y en todo el mundo. Pero, en tercer lugar, es esa búsqueda de sentido lo que
parece ser la motivación más profunda que conduce a la radicalización, el proceso
personal mediante el cual se pasa la rabia y la rebelión al proyecto de martirio y a la
práctica terrorista. Una práctica frecuentemente ejecutada de forma individual o con
familiares y amigos, pero en general inducida colectivamente en lugares de culto, en el
adoctrinamiento de imanes que manipulan a sus discípulos, en chats de Internet, en las
cárceles occidentales o en viajes a las tierras prometidas del Islam en lucha. Pero ¿qué
es ese sentido? Y ¿de dónde proviene esa necesidad de búsqueda?
El sociólogo Farhad Khosrokhavar, el mejor analista del martirio islámico, ha
entrevistado a cientos de jóvenes radicalizados en las cárceles francesas. Y lo que
encontró fue una narrativa sistemática sobre el vacío de su vida en las podridas
sociedades consumistas de Occidente, en la pobreza de las relaciones humanes, en la
lucha cotidiana por sobrevivir en la nada y para nada. En el fondo, una angustia
existencial típica de todas las juventudes de sociedades en crisis, pero agravada por una
situación específica de no pertenecer a ningún país, a ninguna cultura, hasta encontrarse
en ese Islam mítico que abarca todas las promesas de subjetividad en un acto totalizante
y en el que el sacrificio de lo humano da sentido a su humanidad. Es más, tal y como
señala Michel Wieviorka, esa búsqueda no es exclusiva de los musulmanes, sino que se
extiende a muchos jóvenes europeos originalmente no musulmanes que viven
existencias igualmente desprovistas de sentido y que piensan encontrarlo en esa
mutación a un absoluto religioso purificador. De ahí los miles de europeos de origen,
hombres y mujeres que van a morir a Siria y que, si retornan a lo que nunca fue su hogar,
continúan en su proyecto islámico y en su radicalización terrorista. Por eso el terrorismo
islámico global, con sus manifestaciones aún más violentas en Oriente Próximo, el
Magreb, Asia, África, allá donde haya millones de musulmanes, se ha convertido en un
rasgo permanente de nuestras sociedades. Y la represión policial, e incluso militar,
puede castigarlo y atenuarlo, pero no detenerlo. Es más, cuanto más se estigmatice al
conjunto de la comunidad musulmana con medidas de prevención, más se alimentará
la radicalización de sus jóvenes. Con efectos devastadores en la práctica de la
democracia liberal. Porque un estado de emergencia permanente justifica en el
imaginario colectivo la restricción sistemática de las libertades civiles y políticas, creando
una amplia base social para la islamofobia, la xenofobia y el autoritarismo político. Ta
vez ese es el objetivo implícito de la rebelión yihadista: exponer la descarnada realidad
discriminatoria y la hipocresía política de la democracia liberal. Para que pueda triunfar
la comunidad religiosa planetaria en donde se sublimen las pecaminosas pasiones de la
cristiandad colonialista (los cruzados), n un aquelarre de violencia y crueldad del que
resurjamos purificados por obra y gracia de los mártires que se sacrificaron para rescatar
a la humanidad de su vacío moral. Ese es el sin sentido de esa búsqueda de sentido. Y es
así como la democracia liberal, ya debilitada por su propia práctica, va siendo socavada
por la negación de sus principios, forzada por el asalto del terrorismo.
Es así como la crisis de legitimidad democrática ha ido generando un discurso del miedo
y una práctica política que plantea volver a empezar. Volver al Estado como centro de la
decisión, por encima de las oligarquías económicas y de las redes globales. Volver a la
Nación como comunidad cultural de la que se excluye a quienes no comparten valores
definidos como originarios. Volver a la raza, como frontera aparente del derecho
ancestral de la etnia mayoritaria. Volver, también, a la familia patriarcal, como
institución primera de protección cotidiana frente a un mundo en caos. Volver a Dios
como fundamento. Y en ese proceso reconstruir las instituciones de coexistencia en
torno a estos pilares heredados de la historia y ahora amenazados por la transformación
multidimensional de una economía global, una sociedad de redes, una cultura de
mestizaje y una política de burocracias partidarias. La reconstrucción parte de una
afirmación encarnada en un líder o una causa que surge en contradicción con las
instituciones deslegitimadas. La nueva legitimidad funciona por oposición. Y se
construye en torno a un discurso que proyecta un rechazo general al estado de las cosas,
prometiendo la salvación mediante la ruptura con ese orden enquistado en las
instituciones y con esa cultura de las élites cosmopolitas, sospechosas de desmantelar
las ultimas defensas de la tribu frente a la invasión de lo desconocido.
Esa es la raíz común a las diversas manifestaciones que, en distintos países, están
transformando el orden político establecido. Es lo que encontramos en la improbable
ascensión de un personaje estrambótico, narcisista y grosero como Trump a la
presidencia imperial de Estados Unidos. En la impensable secesión del Reino Unido de
la Unión Europea. En las tensiones nacionalistas extremas que amenazan la destrucción
de esa misma Unión Europea. En la desintegración súbita del sistema político francés,
con la destrucción de partidos que habían dominado la escena política francesa y
europea durante medio siglo. Y, de forma diferente y con valores contradictorios,
también hay elementos de rechazo antisistémico en la transformación del sistema
político español heredado de la transición democrática. No confundo todos estos
actores en una amalgama malintencionada. La emergencia de nuevos actores políticos
con valores progresistas alternativos, como Podemos y sus confluencias en España, a
partir de los movimientos sociales contra la crisis y contra el monopolio del Estado por
el bipartidismo, se distingue radicalmente de las expresiones xenófobas y
ultranacionalistas de otros países. Pero forma parte de un movimiento más amplio y
más profundo de rebelión de las masas contra el orden establecido. De ahí la necesidad
de analizar esta rebelión en su diversidad, tomando en consideración la especificidad de
cada país, al tiempo que detectando los factores comunes que subyacen a la ruptura del
orden político liberal.